revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Busca ampliar la cultura científica de la población, difundir información y hacer de la ciencia
un instrumento para el análisis de la realidad, con diversos puntos de vista desde la ciencia.
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César Carrillo, Patricia Magaña, Moisés Robles,
Silvia Torres, Ruán Almeida y Alba Rojo
     
               
               
“¿No es extraño que quienes dominan al género humano
ocupen un rango muy superior al de quienes lo educan?” Se preguntaba Lichtenberg hace dos siglos, ironizando acerca de lo que él llamaba la “barbarie ilustrada”. Nosotros podemos retomar la pregunta, orientándola a la divulgación de la ciencia: ¿No es extraño que quienes gobiernan y quienes deciden salarios y criterios de evaluación, asignen tan pobre lugar a la ciencia y a su difusión?
 
Aventuremos algunas hipótesis que puedan explicar este fenómeno social.
 
Hipótesis de complot. Esta teoría sostiene que, gobernantes y funcionarios deciden pagar mal a profesores y divulgadores, para así impedir que realicen correctamente su trabajo, y de esta manera mantener al pueblo en un estado casi analfabeta para poder dominarlo sin problema alguno. Y si aún así llegase a destacar alguno, lo reprimen. A esta posibilidad se la asocia normalmente con el imperialismo.                           
Hipótesis de la miopía. Esta teoría se basa en pensar que las intenciones de funcionarios y gobernantes son buenas, lo que sucede es que creen que el desarrollo es un modelo para armar, que se adquiere en Estados Unidos o en Europa —tabuladores incluidos— y que generalmente es vistoso. Industrias que funcionan a la mitad de su capacidad: centrales nucleares, grandes proyectos de desarrollo científico-tecnológico —consejos y rascacielos obligatorios—, elefantes blancos que denotan un problema de miopía, son su resultado. En lugar de construir un sistema educativo sólido y de difundir la ciencia, prefieren megaproyectos que de pasada les ayuden a pasar a la historia, pues están convencidos de su trascendencia. Confunden lo grandote con lo grandioso.
 
Hipótesis de la corrupción. Aquí se trata de suponer que en realidad los funcionarios sólo buscan el camino que les permita obtener beneficios para ellos y para sus cuates. Es por esto que no les interesa en lo más mínimo, gastar en algo que no les reditúe económica y directamente. Construyen fachadas de proyectos que no sirven más que para ocultar sus truculentas movidas. No les importan ni la educación de la gente ni el país. Tienen su cuenta en Suiza y al terminar el sexenio ya habrán adquirido alguna finca en el Cono Sur y un cirujano plástico que les espera (aunque por los cambios en la región ya han puesto el ojo en zonas de ultramar o aguardan el nuevo orden mundial).
 
Hipótesis de la élite. La esencia de esta teoría se basa fundamentalmente en el desprecio por la divulgación, pero presenta tres variantes:
 
a) El culturólogo. Para este tipo de funcionario la cultura no incluye a la ciencia. Piensa que esta última tiene que ver con cosas muy abstractas que no interesan a nadie, o bien con máquinas y transistores, que cualquiera conoce y maneja. Detesta los artículos sobre ciencia que por casualidad llegan a aparecer en su revista cultural preferida. Ignora la poesía de las matemáticas, la imaginación del astrónomo o las maravillosas especulaciones del paleontólogo. Lleva su definición de cultura en un bolsillo de su saco neoyorquino.
 
b) El pragmático. Para él la ciencia y su divulgación deben ser apoyadas sólo si dan frutos aplicables, esto es, tecnología. Por ello desconfía de toda investigación básica y cree que el Conalep es lo mejor que se ha hecho en este sentido. Enaltece cualquier innovación tecnológica y su sueño es hacer de México un Taiwán, o de perdida, una Corea del Sur. Sus hijos asisten al Liceo Taiwanés y espera que obtengan un know-how muy oriental en la administración de maquiladoras. Piensa que un túnel del metro repleto de estrellas carece del sentido que tendría uno lleno de chips. En el fondo, desprecia a la ciencia por su inutilidad. Su eslogan es: Desarrollo = administración + tecnología. No en balde estudió administración en Harvard, o en el ITAM o en el TEC.
 
c) El excelso académico. Es investigador, titular al menos, y doctor en alguna universidad del Primer Mundo, al lado de una eminencia en su rama. Para él la ciencia es igual a investigación básica, más publicaciones en revistas internacionales y participaciones en congresos de primer nivel. La divulgación le quita tiempo, por lo que la evita al máximo: una plática al año para guardar las apariencias. Está plenamente convencido de que la evaluación del trabajo científico debe realizarse siguiendo estas jerarquías. Su tragedia es tener una hija que después de cursar una carrera científica decidió dedicarse a la divulgación de tiempo completo en lugar de ir al extranjero a continuar sus estudios (—¿Que te vas a dedicar a la divulgación? —¡Eso déjalo a los que no sirven para la investigación! Le dijo frunciendo la boca).
                  
Y si dejáramos volar nuestra imaginación, la lista de hipótesis aquí presentes continuaría pero nuestros tiempos no están para eso. Si les preguntáramos a ustedes, lectores, a qué hipótesis se adhieren, seguramente sería a más de una. Lo mismo pensamos nosotros. Si reunimos casos que hemos conocido, o rememoramos escritorios ante los que hemos estado sentados esperando una respuesta, o revivimos anécdotas e historias de nuestros compañeros, tendríamos curiosos híbridos.
 
La única constante es la indiferencia ante el trabajo de divulgación. El que uno se dedique parcial u ocasionalmente a ello, o que éste sea su oficio o vocación, da como resultado el mismo problema: la necesidad de elaborar criterios de evaluación que consideren de una manera adecuada esta labor. Por esta razón queremos señalar algunos puntos que nos parecen esenciales para llegar a conformar una propuesta a nivel nacional. Ésta, pensamos, sólo puede surgir de una discusión entre quienes nos dedicamos de una manera u otra a tan ingrata pero satisfactoria faena.
 
1. En primer lugar, creemos que, aunque parezca increíble, es necesario continuar atacando todas las falsas ideas que circulan acerca del quehacer científico y de la importancia de la divulgación. Advertir que la matrícula de ingreso a las áreas científicas continúa disminuyendo en forma alarmante, las implicaciones que esto tiene, etcétera.
 
2. Basándonos en esto, exigir una evaluación y remuneración decorosa para todos aquellos que consagran parte de su tiempo a la divulgación y con mayor razón para quienes lo hacen de tiempo completo.
 
3. Que se consideren como profesionales en este campo, independientemente de su formación académica, a todos aquellos que posean una trayectoria reconocida. Esto es muy importante, ya que en nuestro país no existen instituciones que impartan estudios para obtener algún grado, en materia de divulgación.
 
4. Por esto mismo, resulta indispensable la creación de un diplomado o especialización en difusión de la ciencia, ya sea en el área de ciencias de la comunicación o en las Facultades de Ciencias.  
5. Que exista la promoción en esta área.
 
6. Que se otorgue todo el apoyo material necesario para el desempeño de este trabajo.
 
Pensamos que una de las principales tareas de una sociedad como la Sociedad Mexicana de la Divulgación de la Ciencia y la Tecnología (SOMEDICyT) debería ser la de impulsar una revaluación del trabajo de divulgación. Por lo anterior, creemos que es imprescindible constituir una plataforma para avanzar en tal dirección. Asimismo, nos parece que no hay razón para que el ingreso a la SOMEDICyT sea tan estricto, pues su acción solamente será eficaz, cuando se logre reunir a la gran mayoría de las personas que se dedican a esta actividad. Ya es tiempo de acabar con esta situación de menosprecio a tan importante trabajo.
 
Addéndum. Apenas concluida la redacción de este trabajo, nos llegó la noticia del cambio ocurrido en el tabulador del Programa de Estímulos a la Productividad y el Rendimiento Académico, elaborado por la Dirección General del Personal Académico de la UNAM. A diferencia del inicial, ahora se limita a un diez por ciento el trabajo de divulgación. Quiere decir que quienes únicamente trabajamos en esta área —con plazas de Técnicos Académicos, lo cual no implica impartir algún curso— no podremos tener acceso a los estímulos académicos que obteníamos a través de este programa ¿Miopía? ¿Elitismo? ¿Complot? Protestamos de cualquier manera.
 articulos
Nota
Ponencia presentada en el I Congreso Nacional de Divulgación
de la Ciencia, Morelia, Michoacán. 18 al 20 de marzo de 1991.
     
____________________________________________________________      
César Carrillo, Patricia Magaña, Moisés Robles,
Silvia Torres, Ruán Almeida y Alba Rojo
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
____________________________________________________________      

cómo citar este artículo

Carrillo Trueba, César, Magaña Patricia, Robles Moisés, Torres Silvia, Almeida Ruán, Alba Rojo. 1991. Divulgación: devaluación, evaluación. Ciencias núm. 23, julio-septiembre, pp. 59-61. [En línea]

     

 

 

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Carlos Amador
     
               
               
El concepto de vectorización es, en realidad, muy sencillo.
Pero, como pasa con la inmensa mayoría de los conceptos científicos, requiere de una larga introducción que le dé contexto. En contraste, el arte, la metafísica y unas cuantas ideas científicas (notables excepciones) no necesitan de esta introducción. Están cerca del hombre, son evidentes, tienen sentido inmediato, son universales. (Decimos que una idea científica es universal si, de acuerdo con la teoría aceptada en ese momento, se aplica o se cumple en todas las instancias que somos capaces de imaginar. Y no hacemos ninguna referencia a su alcance entre los hombres. Alternativamente, la otra universalidad se refiere precisamente a lo que nos alcanza a todos, a aquello a lo que todos somos sensibles. Una es antropocentrista de clóset, la otra anda de loca.) Porque también es una imposición reciente la idea de que para apreciar una obra de arte se necesite una educación académica especial. Concedo la posibilidad de que haga falta una sensibilidad especial, un terreno fértil y receptivo. Pero esa fertilidad no requiere cursos, grados, problemas particulares específicos; para adquirirla basta con estar vivo; los únicos antecedentes necesarios son el amor, la pasión, el miedo, la soledad: algo de lo que todos sabemos.
 
En cambio, para entender un concepto científico, de los que podríamos llamar menores, y que son los más abundantes, hace falta haber viajado una larga ruta en un tren de pensamiento dado. Hace falta haberla seguido fielmente. No hay manera de llegar a ellos de golpe. En eso, algunos hemos encontrado motivo de orgullo y hemos llegado a suponer que esa particularidad hace de ésta la indiscutible forma superior de conocimiento, como si la universalidad de la otra fuera un defecto. La verdadera obra de arte, la intuición metafísica genial, es universal y evidente. Requiere de una mínima explicación, un esfuerzo accesible a todos los hombres. El concepto técnico, en cambio, implica necesariamente la prisión del contexto.
 
Así pasa con la vectorización. Una de las cosas más difíciles de enseñar en la física, en las matemáticas o en la química, es eso que en nuestro limitado vocabulario llamamos respectivamente intuición física, matemática y química. Pedimos que, en el que aprende, se desarrolle pronto la capacidad de pensar en un problema como una situación natural. Decimos algo así como —imagínate que vas por la calle y de pronto tienes que multiplicar una matriz por otra. Como cuando un maestro de cello le dice a su alumno —así, natural. ¿Ves qué fácil?—, en el momento preciso en que esa posición le acalambra los brazos. ¿Por qué un ser humano ha de adoptar esa posición tan rara? ¿Por qué otro ha de multiplicar dos matrices? Porque esa es la ruta específica que les lleva a lo que se proponen. No hay otra; pero mientras, el primero produce algo que provocará una reacción en todos los hombres; el segundo, produce solamente otra matriz (o, dependiendo de los detalles del problema, un vector e incluso un número).
 
Podemos construir un contexto para nuestra multiplicación. Podemos contar una larga historia que justifique ante nuestro auditorio, con más o menos éxito según convenza más o menos, la necesidad de multiplicar esas dos matrices. Podríamos, con alguna imaginación, encontrar un problema cuya solución requiera la dichosa multiplicación con el que nuestro auditorio alcance cierto grado de identificación. (Insisto, la limitación no está en nuestro auditorio.) A menudo, sin embargo, sucederá que en el camino, desde el problema planteado hasta la multiplicación, perdamos la atención de nuestro auditorio conforme lo vayamos elaborando. En esta ocasión ya nos arriesgamos bastante. Así que olvidemos el pretexto y empecemos a darle contexto al concepto de vectorización (que queremos demostrar que es muy sencillo), a partir de la concedida necesidad de multiplicar dos matrices.
 
Las matrices son conjuntos de números acomodados en renglones de acuerdo con una convención, por ejemplo:
 
 ecuacion1
 
Este acomodo particular sugiere otra descripción: las matrices son conjuntos de números acomodados en columnas. Por ejemplo:
 
 ecuacion2
 
Es imposible vencer la tentación de hacer las definiciones que siguen. Así, decimos que la matriz de nuestro ejemplo es una matriz de tres renglones por tres columnas, o para ir más rápido, de 3 × 3. Y para referirnos a una elemento particular de esa matriz darnos sus coordenadas; así, el siete que aparece en el primer renglón, en la segunda columna, es el elemento “12” (léase “uno dos” y no ‘“doce”).
 
Queremos multiplicar dos matrices, es decir, necesitamos otra. Sólo que en lugar de inventar otro conjunto de números cualesquiera para escribirla, podemos referirnos a cualquier matriz representando sus elementos en general. Supongamos que la nueva matriz está representada por:
 
 ecuacion3 (1)
 
Y ya que llegamos hasta aquí, olvidémonos de la primera matriz y utilicemos otra de estas generales:
 
 ecuacion4   (2)
 
Ahora sí. Ya podemos hacer la multiplicación. Ésta se define (y aquí aparece de nuevo el fantasma que estamos tratando de exorcizar desde el principio; las preguntas ¿por qué se define así?, ¿para qué se define así?, son legítimas y deben contestarse, pero para llegar a demostrar que el concepto de vectorización es muy sencillo las tenemos que descartar por el momento) de la siguiente manera: el resultado de la multiplicación será otra matriz.
 
 ecuacion5
 
cuyos elementos son,
cij = ai1b1j + ai2b2j + ai3b3j,      (3)
(i y j representan, como convenimos, el renglón y la columna donde está situado el elemento cij de la matriz C). Existe una representación esquemática de la forma en que se obtiene cada elemento del producto:
 
 ecuacion6 (4)
 
Por ejemplo, para obtener el elemento c12 del resultado hay que utilizar los elementos del renglón 1, de la primera matriz y los de la columna 2 de la segunda. Y multiplicarlos entre sí —el primer elemento del renglón con el primero de la columna, el segundo con el segundo y así sucesivamente— y sumar los resultados. Este proceso se encuentra representado en la ecuación (4).
 
Ahora sí, ya casi llegamos a la vectorización. Sólo falta ver cómo se programa una multiplicación de matrices en una computadora. Queremos obtener todos los elementos de la matriz que resulta de multiplicar A por B. Es decir, queremos obtener los elementos de la matriz C, cij dados por la ecuación 4, para todos los valores de i y j. En nuestro ejemplo, tanto i como j pueden tomar los valores 1, 2 y 3. En FORTRAN esto se indica de la siguiente manera:
 
do 100 i = 1,3
do 100 j = 1,3
do 100 k = 1,3
c(i, j) = c(i, j) + a(i, k) * b(k, j)
100 continue.
 
La primera instrucción inicia un proceso repetitivo en el que el índice i va a tomar los valores, 1, 2 y 3. Para cada uno de estos valores existe otro proceso repetitivo en el que el índice j va a tomar los valores 1, 2 y 3. Finalmente, un último proceso repetitivo hace que k tome los valores 1, 2 y 3. Para cada terna de valores de i, j y k, la cuarta línea indica la operación que se efectúa entre los elementos correspondientes de las matrices y el elemento al cual se suma el resultado. El lector puede convencerse de que este proceso iterativo produce los elementos definidos por la ecuación (4).
 
Para cada valor de i (el ciclo repetitivo más interno), se suma a c(i, j) el número que resulta de la multiplicación de a(i, k) * b(k, j): a(i, k) es un número distinto para cada valor de i (que es el índice que está cambiando más aprisa), en cambio, b(k, j) es una constante independiente del valor (y del cambio en el valor) de i. Así lo que tenemos es la multiplicación de una variable, a(i, k), por una constante, b(k, j), y su adición a otra variable, c(i, j).
 
Y, ahora sí, ya está todo listo para entender qué es la vectorización y por qué ésta hace tanto más rápidas a las supercomputadoras. Esencialmente, la diferencia está en la forma en que la computadora realiza el proceso indicado. Mientras que las máquinas normales ejecutan sus instrucciones una por una, las supercomputadoras pueden hacer varias operaciones simultáneamente.
 
Una máquina normal (también llamadas secuenciales) funciona paso a paso. Cada determinado lapso, ejecuta una nueva instrucción. Y durante ese tiempo sólo hace eso. Como en el cine, la ilusión de continuidad proviene de la brevedad de ese lapso. (No son ya escasas las máquinas en las que ese lapso es de la cuarta parte de una millonésima de segundo.) La parte de la máquina donde se hacen las sumas y multiplicaciones se denomina procesador. En él están programados los algoritmos necesarios para hacer sumas, multiplicaciones, divisiones, comparaciones lógicas, y una o dos operaciones más. Supongamos que, en nuestro ejemplo, los índices k y j valen respectivamente 3 y 2, y nos encontramos al inicio del ciclo sobre i. El procesador trae de la memoria central el elemento b(3,2), la siguiente instrucción (que se efectúa después de que ha transcurrido el lapso de tiempo mencionado) llama al elemento a(1,3); un instante después, ambos números entran en el algoritmo de la multiplicación. Este consiste típicamente en unos siete pasos (comparar los signos, sumar los exponentes, etcétera) y, consume por lo tanto, siete instantes más. De nuevo, durante este tiempo la máquina no puede hacer ninguna otra cosa. Luego viene la suma; hay que traer el número c(1,2) y sumarlo al resultado de la multiplicación: otros siete u ocho instantes. En total, producir cada nuevo término consume unos veinte intervalos.
 
El procesador de una supercomputadora, en cambio, está diseñado para permitir cierto grado de simultaneidad. Los algoritmos que utiliza el procesador para sumar, multiplicar, dividir, etcétera, son idénticos a los de las otras máquinas: las diferencias se encuentran en la arquitectura misma de la máquina. La primera es que en el procesador de una supercomputadora pueden estar presentes, al mismo tiempo, varios números. Así, para hacer la multiplicación de nuestro ejemplo, la supercomputadora, en un solo lapso, lleva al procesador toda una columna de la matriz A: a(1,3), a(2,3) y a(3,3). En seguida llama el número por el que tiene que multiplicar toda esta columna: b(3,2). Con todos estos números en el procesador inicia las operaciones. Mete en el algoritmo de la multiplicación la primera pareja de números: a(1,3) y b(3,2). Y aquí aparece la segunda gran diferencia: el algoritmo de la multiplicación es el mismo, pero está completamente segmentado. Lo que esto significa es que, un instante después, cuando la primer pareja ya está en el segundo paso de los siete que componen la multiplicación, la siguiente pareja (que incluye ahora a a(2,3) y de nuevo a b(3,2), inicia su proceso. Así, cuando la primera está en el tercer paso de la multiplicación, la segunda ya está en el segundo y la tercera está empezando. Desde luego, para obtener el primer producto, tienen que pasar varios instantes; pero a partir del momento en que la primera pareja acaba su proceso, cada instante se obtiene un nuevo producto. Y eso no es todo. La tercera diferencia es que en las supercomputadoras el procesador está dividido de tal manera, que la parte encargada de la multiplicación es independiente de la parte encargada de la suma (y de la parte que divide y de la que hace comparaciones lógicas), es decir, las unidades funcionales son independientes. Entonces, cuando el primer producto está disponible se puede iniciar la suma, sin esperar hasta que todos los productos se hayan calculado. La suma funciona de manera similar: las parejas de sumandos se van alimentando en el algoritmo una cada instante. Y, de nuevo, una vez que llenan esa “línea de montaje”, es decir una vez que hay una pareja de sumandos en cada una de las etapas de la suma, cada instante sale un término; de manera muy similar a como se fabrican productos en serie: autos, televisores, computadoras (pero no supercomputadoras; de esas sólo se hacen unas cincuenta cada año).
 
Nuestro ejemplo es demasiado chico para llenar la línea de montaje. Pero es muy fácil imaginar la situación análoga en la que las matrices que multiplicamos tengan, digamos, cien renglones y cien columnas. Después del tiempo de “arranque” (el tiempo que tarda en llenarse la línea) la supercomputadora estará produciendo una multiplicación y una suma en cada instante. La aplicación de la vectorización aumenta, por sí sola, unas veinte veces la rapidez de cálculo. Además, ya que de todas maneras la supercomputadora va a ser una máquina extremadamente cara, los fabricantes se pueden dar el lujo de emplear los materiales más rápidos conocidos y que resultan demasiado costosos para las computadoras más modestas. Los instantes característicos de estas máquinas son de unas pocas mil millonésimas de segundo.
 
Desde luego, esperamos de una computadora que haga algo más que multiplicar matrices. Quizá resulte sorprendente saber que, sin embargo, la mayor parte de las aplicaciones científicas de las computadoras utilizan multiplicaciones de matrices, y, de hecho, consumen la mayor parte del tiempo en este simple proceso. Pero sí, es cierto: si un programa de computadora no multiplica matrices, el empleo de una supercomputadora es un poco excesivo. Excepto por otra característica fundamental de las supercomputadoras: algunas de ellas tienen varios procesadores trabajando simultáneamente. Todos ellos capaces de vectorización.
 
Y ya. Así de fácil. Desde luego, los problemas de diseño asociados con la aplicación de estas ideas tan simples son gigantescos. Y eso hace que cada supercomputadora cueste entre cinco y veinte millones de dólares y que los fabricantes en todo el mundo sólo sean cinco o seis. Pero, quisiera insistir, la idea de vectorización es sencilla.
 articulos
______________________________________________      
Carlos Amador
Facultad de Química,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
______________________________________________      
cómo citar este artículo
Amador Bedolla, Carlos. 1991. El concepto de vectorización. Ciencias, núm. 23, julio-septiembre, pp. 15-18. [En línea].
     

 

 

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            R023B05
El exterminio
Alexis Po
   
   
     
                     

Había sido una larga noche fría,
oscura,
pero con un cielo de estrellas
brillantes.
La tranquilidad
y el silencio
contrastaban
con el correr
del agua sobre las rocas,
en el arroyo
el murmullo de los grillos
rompía el casi rítmico escurrimiento
de las gotas del rocío.
Por la mañana
me llené de energía
al caer los rayos solares
sobre mis moléculas,
sobre mis átomos;
mis electrones se excitaron
y fueron danzando
de un orbital a otro;
saltaron, y se regocijaron
como chiquillos brincones
a la hora del recreo
en la escuela
en el campo.
Todo en mi alrededor
se llenó de luz, de calor;
el viento corrió a lo largo
me estremeció
de pronto
un ente biológico;
un herbívoro, se acercó
peligrosamente, mordisqueó allá
mordisqueó acá
y yo, sin importar ser
clorofila de hoja poética,
dejé de existir
como tal.

  articulos
 _____________________________________________________________      
Alexis Po
 
     
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cómo citar este artículo    →
Po, Alexis. 1991. El exterminio. Ciencias núm. 23, julio-septiembre, p. 71.  [En línea]
     

 

 

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El problema de la conservación
R023B02
 
 
   
   
Federico Campbell Peña    
                     
Preocupados por la conservación de la tortuga marina
en México, dos activistas ecológicos visitaron recientemente las playas del estado de Oaxaca, cercanas a Puerto Escondido, con el fin de poner en marcha un proyecto de desarrollo alternativo que le de empleos a los pescadores para que así no tengan necesidad de sacrificar los huevos del quelóneo ni utilizar su piel.

Miembros del Earth Island Institute, de San Francisco, California, José Karsten y Billy Idol, señalaron que su organismo desarrolló un plan similar en la costa atlántica de Nicaragua hace unos años, pero no fructificó debido a que los pobladores de la región, presionados por la guerra contrarrevolucionaria y la situación política posterior a la victoria de Violeta Chamorro, no continuaron el programa de salvación de la tortuga.    

Pertenecientes al mismo instituto ecológico que promovió el embargo atunero contra México hace unos meses, mediante quejas interpuestas en la Corte de San Francisco y mítines frente a nuestro consulado en dicha ciudad, Karsten explicó que ellos se distanciaron de los activistas que, para salvar la cacería de delfines, boicotean la comercialización del atún producido en México.     

Sin embargo, no descartan la posibilidad de tomar medidas que presionen al gobierno mexicano a poner en práctica la veda de la tortuga, como en meses pasados se prometió, y en especial sabotear a los barcos japoneses que de aguas del Pacífico mexicano recogen a los preciados animales.

Los entrevistados recordaron la represión que sufrieron algunos militantes del grupo ecologista radical Earth First, cuando dos de sus integrantes sufrieron heridas graves al estallar una bomba en el coche de uno de ellos hace unos meses en Los Ángeles. El FBI acusa a estos activistas de ser “ecoterroristas”.      

Tanto Karsten como Idol, mostraron interés en la posible construcción de una hidroeléctrica en San Juan Tatelcingo, Guerrero, a la que se opone el Consejo Supremo Nahua y habitantes del lugar por considerar que su patrimonio sería irreversiblemente dañado. Es posible que el Earth Island Institute se ocupe de este caso, ya que es uno de los organismos ecológicos extranjeros que están más interesados en el ecosistema mexicano, lo cual inevitablemente tiene implicaciones políticas.

Los ecologistas se oponen a la firma de un Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, por considerar que saldríamos poco beneficiados en el aspecto ecológico, toda vez que la comercialización del atún, tortuga y demás especies en peligro, sufriría menos bloqueos y nuestros recursos naturales (renovables y no renovables), serían mas fácilmente explotados por manos ajenas. 

  articulos
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Federico Campbell Peña
Escritor
     
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cómo citar este artículo    →
Campbell Peña, Federico. 1991. El problema de la conservación. Ciencias núm. 23, julio-septiembre, p. 41. [En línea]
     

 

 

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Paris Pishmish      
               
               
La interpretación del título puede ser relativamente sencilla
y directa en una ciencia como la astronomía. La astronomía, el estudio de los fenómenos celestes, ha mostrado a través de decenas de siglos, facetas muy diversas y provocativas. El cambio de las facetas, el cambio de nuestra concepción de los fenómenos cósmicos han ido evolucionando. Algunas teorías, o en realidad muchas, no han podido sostenerse con el paso del tiempo y de nuevos descubrimientos. Sin embargo, demostrar que una teoría es falsa implica en sí un importante avance para la ciencia. Así lo ha dicho F. R. Moulton, el prestigiado astrónomo de principios de este siglo.
 
Yo sigo señalando que la astronomía es una sola. Si bien en la práctica se habla y se trabaja en temas aparentemente variados: observaciones, teorías, análisis computacionales, etcétera, los resultados de todo esto convergen, y deben converger, en explicar de manera global, fenómenos en el cosmos. Muchos son los científicos que al final de sus vidas productivas anhelan encontrar una teoría unificada de la naturaleza del cosmos. En el presente las poderosas posibilidades tecnológicas muestran tan variados detalles, que es fácil olvidar la unidad de la naturaleza o bien olvidar la sana actitud de considerar que las diferentes manifestaciones observadas son las piezas de un gran rompecabezas a armar.
 
La selección de temas de frontera no deja de ser personal, ya sea por razones de afinidad, de conocimiento o de temas predilectos, por mencionar unos cuantos motivos.
 
Primer problema de frontera: el esquema de Hubble
 
A grandes rasgos hay dos corrientes de estudio en las inquietudes que ocupan hoy en día las actividades de la mayoría de los astrónomos. Estas son: a) Procesos de la formación de las estrellas, a partir de nubes gaseosas; b) Procesos de la formación de las galaxias, a partir de masas primigenias. Comenzaré presentando un scenario, un cuadro muy general de ese Universo, que hasta la fecha hemos podido conocer, aunque sea de manera muy incompleta. Sabemos que el Universo esta lleno de masa y energía. Pero ni la masa en forma de estrellas, gas y polvo, ni la energía que les acompaña, están distribuidas uniformemente. Todo lo contrario; estas entidades se conglomeran en galaxias, unidades significativas en el cosmos. Las galaxias, a su vez, se aglomeran en cúmulos de galaxias. Ahora se tiene la certeza de que existen cúmulos de cúmulos de galaxias —supercúmulos—, en forma de filamentos (strings) y espacios vacíos (voids) entre ellos. Son las galaxias de las que me ocupará este artículo. La tabla 1 presenta un promedio de las propiedades sobresalientes del “universo” conocido hasta la fecha.
 
 
Distancia límite alcanzada a la fecha 
Distribución de masa 
Número aproximado de galaxias 
Una galaxia
Masa promedio 
Diámetro 
Energía total radiada 
Edad del universo 
Edad de la Tierra 
5 x 109 años luz
No homogénea unidad de masa una galaxia
=5 x 109
109 masas solares, 2x1039 kilogramos
 1.2 x 105 años luz
 5 x 1042 ergs-1
 2 x 1010 años
 4 x 109 años
Tabla 1. Información sobre el universo en general
 
Las galaxias muestran diferentes tipos: clasificación
 
Hace ya dos siglos William Herschel y su hijo John, habían hecho un censo de los objetos nebulosos, observando todo el cielo, (William en Inglaterra y John también en Inglaterra y en África del Sur). A finales de la segunda década del presente siglo fue cuando se pudo tener la certeza de que la mayoría de estos objetos nebulosos, catalogados por los Herschel, eran sistemas estelares, islas “universo”, vistas a través de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Los objetos restantes pertenecían a nuestra galaxia y resultaron ser o cúmulos estelares o nebulosas gaseosas que emiten radiación, excitados por la presencia de estrellas calientes masivas; algunos de ellos son de “reflexión” (esparcimiento) de la luz de una estrella menos caliente.
 
La secuencia de Hubble
 
A principios de los años 20, E. Hubble junto con sus colaboradores, habían acumulado un acervo de fotografías de galaxias tomadas con los más grandes telescopios de esa época, de 60 y 100 pulgadas de diámetro del Observatorio de Mt. Wilson, California. Pese a las variadas maneras en que se distribuye la luminosidad, o sea de sus formas, se notaba cierta similitud en sus grandes rasgos. Fue entonces cuando Hubble propuso su ya famosa clasificación de galaxias, la cual es una representación empírica; el esquema de Hubble es una especie de columna vertebral de la astrofísica, pero ¡aún no ha sido interpretado! La figura 1 es la “horquilla de Hubble” en su forma original (The Realm of the Nebulae, 1936). En la parte izquierda la secuencia es única y contiene los sistemas estelares llamados galaxias elípticas, con distribución simétrica de brillo (y por lo tanto de masa) y con aplanamiento creciente al pasar de E0 a E7. La figura 2 representa una de ellas (E5); las estrellas de estos sistemas son intrínsecamente menos luminosas que las de las espirales y su contenido de material difuso —gas y polvo— es insignificante. Sin embargo muy recientemente se observaron moléculas de monóxido de carbono, usando el telescopio de Pico Veleta, España, en ondas milimétricas (comunicación privada de M. Gordon). Las masas totales de las galaxias elípticas cubren un rango amplio. Entre ellas se encuentran las (válgase la expresión) más masivas. Se necesita determinar masas de un número mayor de galaxias tipo E.    
 
A partir de SO, la secuencia se divide en dos: las espirales “normales” y las barradas, respectivamente. Es extraño que se haya seguido usando la designación “normal”, cuando hoy se sabe que las de barra son tan numerosas como las galaxias normales, entre las dos la cifra alcanza el 65%. Las figuras 3 y 4 muestran dos galaxias normales y la figura 5 una de barra (NGC, 1097). En las galaxias espirales el material difuso es de un 5% de la masa estelar, concentrado en el plano de simetría y está asociado a los brazos espirales.          
 
Hubble advirtió claramente que la secuencia que presentaba era tan solo empírica y no evolutiva. Pero ante una variación progresiva de características morfológicas de las galaxias, a lo largo de la secuencia, los astrónomos fueron tentados a ver un sentido evolutivo en el esquema de Hubble. Algunos propusieron que las galaxias evolucionaban de las E’s a las espirales; otros sugerían que la evolución era de las espirales hacia las E’s. Ni lo uno ni lo otro es la verdad: las galaxias parecen tener la misma edad a pesar de las diferentes formas.
 
 Figura23A03 1
Figura 1. La clasificación de las galaxias. Horquilla de Hubble. (Edwin Hubble: The Realm of the Nebulae, 1936).
 
 
Por qué existen los diferentes tipos de galaxias: el papel de los parámetros globales
 
El que existan diferentes tipos de galaxias ha sido uno de los problemas fundamentales de la astronomía en todos los tiempos. Existen diversas teorías: algunos proponen que el ambiente donde se encuentran las galaxias afecta el curso de la evolución; otros sugieren que el encuentro con otras galaxias puede afectar el curso evolutivo de una galaxia. Si bien los encuentros entre galaxias son probables, las formas tan simétricas que éstas tienen no se pueden explicar como “accidentes” cósmicos.
 
Figura23A03 2 Figura23A03 3
Figura 2. Una galaxia elíptica ES, NGC 4697. Una de las galaxias del cúmulo en Virgo. (Reproducida del Hubble Atlas of Galaxias). Figura 3. La galaxia espiral “normal” Sb, NGC 6946. Foto tomada con el telescopio de 2 metros en el Observatorio Astronómico Nacional en San Pedro Mártir, Baja California; las rayas oscuras son de una retícula del telescopio.

 
A mi juicio, hay fuertes indicios de que el curso de la evolución de un objeto autogravitante, como lo es una galaxia, depende en gran medida de sus propiedades físicas iniciales. He propuesto, y defendido, la idea —ahora compartida por otros astrónomos— de que son los parámetros primigenios globales, cuando menos 2 o tal vez 3, con los que empieza su vida una galaxia, los que forjan su “destino”. Extendiéndome un poco más diré que: un parámetro global muy importante es la masa total de la gran nube primordial galáctica, más otro parámetro independiente, que puede ser el momento angular total y su distribución. Los campos magnéticos han sido también importantes en las primeras etapas gaseosas, antes de la formación de la componente estelar de una galaxia. En principio, si conocemos el estado dinámico del sistema estelar, por ejemplo, si la galaxia está en estado estacionario, es posible deducir los parámetros restantes de la galaxia como son: su curva de rotación, la variación de la dispersión de velocidades y otros. Aún estamos lejos de dar cauce cuantitativo a estas proposiciones.
 
Figura23A03 5  
Figura 4. Una galaxia irregular. La nube grande de Magallanes. Un objeto visible del hemisferio sur.  
  Figura23A03 4
  Figura 5. La galaxia espiral barrada (SBb) NGC 1300. (Reproducida del Hubble Atlas of Galaxies).
 
 
Es altamente probable que la masa total primordial de una galaxia haya permanecido constante (o casi constante), a lo largo de su evolución. De aquí proviene la importancia de estimar la masa total de una galaxia. Tal estimación se basa en consideraciones dinámicas y es más confiable para las espirales llamadas normales que para las de barra. En todo caso, se supone que las galaxias están en estado estacionario, y que, en las espirales, la fuerza gravitacional interior a un punto es igual a la fuerza centrífuga, debido a la rotación alrededor del centro de la galaxia. Los datos que se han obtenido por observación o son velocidades radiales medidas con líneas espectrales ópticas, en general de emisión, o bien de radio ondas con la línea λ = 21 cm del hidrógeno neutro. De esta manera se han determinado las masas de unos centenares de galaxias espirales.
 
Mencionaré más tarde que las masas estimadas dan apoyo a la hipótesis de que la masa es uno de los parámetros globales que determina la suerte de una galaxia. En efecto, hemos encontrado que al pasar de los tipos morfológicos Sa a Sb, Sc e irregulares, la masa total de la galaxia disminuye paulatinamente, haciendo evidente que la masa total es un dato determinante para distinguir los diferentes tipos. (Véase figura 6, Pishmish y Maupomé 1978). Señalaremos que las edades de las espirales (que han proporcionado este resultado), son comparables entre sí, indicando con ello que las diferentes formas no se deben a la evolución. Sin embargo, se ve en la gráfica anterior que la dispersión de los valores que dan como promedio la masa representativa de los diferentes tipos Hubble es grande. Esto indica que la masa no es la única que determina el tipo, sino que existe otro parámetro independiente, primigenio, aún no precisado.
 
Figura23A03 6
Figura 6. La gráfica muestra la variación de la masa promedio de las galaxias con el tipo Hubble. La masa total disminuye al recorrer la Sa hasta Se e irregulares (Pishmish y Maupomé, 1978). 
 
La energía rotacional de una galaxia puede ser otro parámetro primigenio. Cabe mencionar que se ha encontrado una relación estadística entre el momento angular por unidad de masa y la masa total de los objetos celestes, como lo son los cúmulos estelares, galaxias y cúmulos de galaxias (Brosche 1973; Carrasco et al., 1982). A mayor masa total, mayor es el momento angular por unidad de masa. En cuanto a campos magnéticos es preciso aclarar que aún no los conocemos satisfactoriamente. La fuerza es del orden de 1025 gauss como máximo. Las fuerzas magnéticas iniciales deben haber sufrido serias alteraciones, en especial durante la formación de las estrellas dentro de la nube galáctica.
 
Resumiendo podemos afirmar que la secuencia de Hubble, empírica por excelencia, no se ha podido interpretar hasta la fecha y que constituye un problema de frontera.
 
Deseo ahora abarcar otro problema respecto de un tema reciente y de frontera en todos los aspectos: el de la actividad en los núcleos de las galaxias. A mi modo de ver, este último problema apunta la posibilidad de explicar la incógnita perenne: la de la evolución de las galaxias y, por ende, la explicación de la horquilla de Hubble.
 
Actividad de los núcleos galácticos
 
Creemos que las galaxias cercanas que observamos en el presente han alcanzado un estado estacionario. Los movimientos de sus estrellas y nubes interestelares son de rotación en torno a su eje de simetría, con cierta dispersión alrededor de la velocidad promedio de rotación. En el estado estacionario no deben existir movimientos radiales del centro hacia afuera (o hacia dentro).
 
Pero actualmente se sabe que existen expulsiones de los núcleos de algunas galaxias; dicho fenómeno será el tema principal del resto de este artículo.
 
Algunos indicios de la actividad en los núcleos aparecieron a principios de los años 40. Carl Seyfert (1943) en el Observatorio de Mt. Wilson, seleccionó y observó galaxias espirales con núcleos muy brillantes. Las líneas espectrales de los núcleos de unas siete galaxias, resultaron ser mucho más anchas que en galaxias en general. Seyfert interpretó sus datos correctamente, como evidencia de la expulsión de gases ionizados del núcleo galáctico, teniendo velocidades entre 1000 y 10000 kilómetros por segundo. Este tipo de galaxias se catalogó bajo el nombre de Seyfert 1 y Seyfert 2.
 
Tuvo que transcurrir más de una década antes de que se prestara atención a este problema, quizá por falta de medios instrumentales adecuados. A principios de los 60, con el uso del novedoso (y primer) intensificador de imágenes, construido por el electrónico francés A. Lallemand, M. Walker pudo analizar con más detalle los espectros de los núcleos de algunas galaxias, incluyendo las Seyferts. Encontró evidencia de que el material que el núcleo eyecta está en forma de nubes, 3 o 4 por núcleo. En los años siguientes se han encontrado y analizado otras galaxias Seyfert, confirmando así el modelo de expulsión de nubes discretas de los núcleos activos.
 
La era de los cuásares
 
El descubrimiento de los cuásares dio gran impulso al estudio de fenómenos no estacionarios en el cosmos. Los cuásares son objetos cuasi estelares (en esencia son galaxias) lejanos; algunos de ellos de los confines del universo conocido. Estos se caracterizan por la exuberante energía radiada que es de 100 o 1000 veces la que emite una galaxia promedio (del esquema de Hubble). Es importante señalar que al borde del universo alcanzado por los astrónomos, una galaxia (o cuásar), se ve como era hace 5-6 × 109 años atrás, o sea, en su “juventud”.
 
Núcleos activos de las galaxias: AGN
 
En la última década y media, se han registrado grandes avances en el estudio de los núcleos galácticos activos, a los que se designa con la sigla AGN: (active galactic nuclei), principalmente por medio de radio-ondas aunado a algunos medios ópticos convencionales. Bajo AGN se suele agrupar los cuásares, las radio-galaxias, objetos BL Lac y galaxias Seyfert 1 y 2. Esta es una secuencia de energía o potencia total. Los más energéticos y altamente activos son los cuásares (objetos cuasi estelares y compactos). A partir de los cuásares la energía total de la secuencia de las AGN, disminuye hasta llegar a los Seyfert 2.
 
Núcleos levemente activos MAGN
 
He señalado anteriormente (Pishmish 1986), que la actividad puede darse, aunque con energía relativamente más leve, en galaxias aparentemente más normales que los Seyferts, y que el estudio de las manifestaciones en los núcleos galácticos debe extenderse hasta los núcleos más débiles como el de M31, la nebulosa de Andrómeda o de nuestra Galaxia. Había sugerido entonces la sigla MAGN para cubrir las galaxias cuyo grado de actividad no calificaba para ser incluida entre los AGN. Un ejemplo de MAGN es NGC4736, cuyo núcleo muestra una espiral cerrada, producto de emanación bipolar de gas de su núcleo en rotación, como hemos demostrado (Pishmish y Moreno, 1984).
 
Los MAGN están en nuestras cercanías y ofrecen la ventaja de poderlas estudiar en detalle, tanto su morfología como su cinemática. Un modelo propuesto para explicar las observaciones de las MAGN, puede extrapolarse para servir en la confección de modelos más realistas, aplicables a los AGN, las cuales por ser lejanas no pueden ser observadas detalladamente. Estoy suponiendo implícitamente, que el mecanismo de la actividad es universal y que la diferencia entre AGN y MAGN, se debe solamente a los parámetros globales intrínsecos, siendo la energía de los núcleos lo más importante (Pishmish, 1987). Actualmente muchos investigadores tienden a prestar atención también a las galaxias con leve actividad, reconociendo el papel que puedan jugar en descifrar los AGN (Davies, 1989).
 
El resto de mi artículo versará sobre AGN y los enigmas que presentan, causando así verdaderos retos a enfrentar. La actividad en el núcleo de las galaxias no solo es un tema de fronteras, sino que, a través del estudio de esta actividad, puede resolverse el problema de frontera que es la horquilla de Hubble.
 
Estructura en los núcleos galácticos: espirales cerradas
 
En algunas galaxias, la mayoría barradas, el núcleo contiene una espiral cerrada que les da la apariencia de un “anillo”. Tal espiral cerrada nuclear, esta delineada, en muchos casos, por nebulosas de emisión como “nudos”. Estos brazos espirales y los nudos, muestran la expansión del núcleo al mismo tiempo que rotan. Hemos demostrado que tales espirales se forman con el material eyectado de dos regiones simétricas en el ecuador de un núcleo en rotación. La bipolaridad de la eyección, hemos supuesto, se debe a un campo magnético. Lo que se observa después de un tiempo, aproximadamente 107 años, es el lugar geométrico del material eyectado. La aplicación al caso concreto a la galaxia NGC 4736, ha mostrado acuerdo notable, tanto en la morfología, como en lo cinemático (Pishmish y Moreno, 1984).
 
Podemos afirmar que la existencia de una espiral cerrada, en el núcleo de una galaxia, con velocidad de expansión, aunque (de otra forma normal) da evidencia de una actividad pasada (o presente). En este caso la eyección es observada directamente. En otros casos, como hemos mencionado antes en relación con las galaxias Seyfert, la actividad se deduce del ancho de las líneas espectrales. La estructura nuclear es demasiado pequeña para que se puedan observar las nubes individuales.      
Vale la pena abundar en el episodio del descubrimiento de estos objetos enigmáticos. Años atrás se habían detectado imágenes ópticas intensas, de apariencia estelar, con la leve sospecha de que no eran perfectamente estelares. Por otro lado, un censo del cielo con radio ondas, había mostrado fuentes intensas de radiación. ¿A qué objetos ópticos correspondían estas radiofuentes? Se encontró que un buen porcentaje de ellas correspondían a objetos cuasi estelares (CUASARes). Pero no se conocía la distancia de ellos y, por ende, su luminosidad intrínseca era desconocida. El espectro obtenido no se parecía a algún patrón espectral conocido. Fue una sensación muy especial cuando el misterio se aclaró, gracias a la genial idea de dos astrónomos del Tecnológico de California: M. Schmidt y J. Greenstein. Ellos demostraron que el desplazamiento al rojo de la región del espectro en el ultravioleta, no observable por la presencia de la atmósfera terrestre, ahora sí se observaba, debido al gran desplazamiento hacia el rojo que los trajo a la región visible; es decir que los cuásares eran como galaxias y se encontraban a grandes distancias, más allá de las galaxias comunes y corrientes. También se observó que los brillos absolutos de los cuásares eran 100 y 1000 veces mayores que cualquier galaxia conocida, y que eran sumamente compactas. Los más energéticos AGN′s son también los más compactos.
 
Los cuásares se están estudiando intensamente desde 1963, en cuanto a sus espectros, su luminosidad integrada, distancias, colores, variabilidad, etcétera. Algunos radian en radio ondas, pero hay los que son “quietos” en radio. Los cuásares están en la “cabeza” de las AGN. Las propiedades salientes de las AGN pueden resumirse como sigue:
 
A medida que disminuye la energía del núcleo a lo largo de la secuencia, disminuye la concentración luminosa de la AGN y empiezan a aparecer las regiones circundantes del núcleo, así en los Seyferts la galaxia en su totalidad no difiere de una galaxia normal. A guisa de ejemplo mencionaremos que los núcleos de Seyfert 1 son más pequeños y compactos, en comparación con los de Seyfert 2 (Brecher, 1977). Sería deseable poder comprobar estos resultados estadísticos con más amplios datos en toda la secuencia de los AGN (véase Pishmish, 1987). Una tendencia semejante se advierte también en la secuencia de las espirales, en la horquilla de Hubble. El tamaño del bulbo decrece al recorrer de las Sa hasta las Sc e irregulares; de hecho esta propiedad es un criterio adicional de la clasificación de las espirales.
 
Estructura del núcleo de los AGN
 
En general los núcleos contienen nubes discretas. En los Seyfert esta propiedad es bien conocida, como lo hemos mencionado antes. En una galaxia MAGN, NGC 4736 o en NGC 4314 (barrada), las nubes se observan como “manchas calientes” (hot spots), llamados así por su alto contraste de brillo, en comparación de su entorno. En los casos observados con precisión, las manchas carentes (condensaciones) muestran velocidad de alejamiento del centro, al mismo tiempo que rotan alrededor del centro de la galaxia. Debido a que los movimientos radiales no están permitidos en el estado estacionario de una galaxia, los movimientos hacia fuera (o hacia dentro) dan la evidencia de actividad en el núcleo. En este caso la actividad en el núcleo se detecta cinemáticamente, mientras que en los núcleos más compactos y pequeños, esta actividad se deduce por el ancho de las líneas espectrales en cuestión (y unas pocas en absorción).
 
En los núcleos muy energéticos, como en los cuásares, se han observado nubecitas como puntos brillantes en el radio continuo, gracias a una hazaña más de la tecnología y a la colaboración internacional. En la última década los grandes radiotelescopios en diferentes continentes como América, Europa y a veces hasta Australia, observan objetos AGN, en el continuo del radio-espectro, casi simultáneamente. Una técnica de computación sofisticada proporcionando datos interferométricos. La resolución (es decir el poder de separación de los puntos cercanos) con estas bases intercontinentales, se llega a alcanzar en milisegundos de arco, casi mil veces más que la resolución alcanzada ópticamente. Este proceso lleva la sigla VLBI (very long baseline interferometry). La sede donde se procesan los datos acumulados es el Instituto de Radioastronomía Max Planck, en Bonn, Alemania.
 
Velocidad en los núcleos activos: ¿superlumínicas?
 
Ahora bien, con el VLBI se ha encontrado una treintena de núcleos activos de gran energía, que muestran 2 o más puntos radio luminosos. La sorpresa radicó en descubrir que, en el lapso de unos pocos años, la separación (proyectada naturalmente) de estas manchas aumentaba sensiblemente. Este fenómeno lo habían sugerido algunos científicos del Tecnológico de California, Marshall Cohen en especial, (en los primeros años de los 70), pero no se les creyó hasta que se comprobó el fenómeno definitivamente, gracias a observaciones más precisas. (La figura 7 es un ejemplo de tal fenómeno.)
 
 Figura23A03 7a
Figura 7a. Contornos en diferentes intensidades de radiación de 4.9 GHz alrededor de la galaxia Messier S4. La actividad se ve como un jet en ambos lados del núcleo seguido de dos lóbulos extendidos. 7b. Amplificación de la parte central de la Figura 7a. 
 
Dada la gran distancia de estos AGN′s (la distancia determinada por el corrimiento al rojo de sus líneas espectrales ópticas), la velocidad de separación de los “puntos calientes” resulta ser 2, 3 o más veces la velocidad de la luz. Físicamente se sabe que no puede existir velocidad de ninguna índole más grande que la de la luz (según la teoría de la relatividad). El gran reto ha sido poder interpretar estas velocidades “superlumínicas”. Parece ser que la misma teoría de la relatividad explica este enigma como una ilusión (favoritismo Doppler). Mencionaremos más tarde, una vez más, los efectos del favoritismo Doppler.
 
A medida que aumenta la resolución espacial alcanzable, se revelan más y más pequeñas estructuras, nubecitas de plasma en los núcleos activos con dimensión del orden de un año luz. Aquí urgen algunas dudas: ¿continuará la disminución de los detalles observados en los núcleos activos? ¿Un aumento de a resolución requiere una mayor distancia (línea de base) entre los radiotelescopios? ¿La interferometría con base tierra satélite, será lo que se requiera para este problema? ¡No creo que las sorpresas cósmicas estén agotadas!
 
Figura23A03 8
Figura 8. La “espiral” nuclear brillante de la galaxia Sb NGC 4736. Foto tomada con el telescopio de 2 metros en San Pedro Mártir, Baja California. La luminosidad de la galaxia extendida alrededor de la espiral central disminuye bruscamente tal que en la foto los brazos externos no aparecen grabados.
 
Otra pregunta interesante aún no atacada: ¿las nubecitas nucleares están arregladas simétricamente, como en el caso de las manchas calientes de una galaxia semejante a NGC 4736? (Véase figura 8). En esta última, las nubecitas más grandes que las de AGN delinean una espiral doble simétrica cerrada, dándole el aspecto de un “anillo”. Sería interesante saber si la simetría mencionada tiene alguna correlación con otros parámetros físicos del núcleo, como por ejemplo la energía contenida en ellos.
 
Radio galaxias y lóbulos
 
A principios de los sesenta se comprobó que las radio galaxias mostraban una estructura de dos lóbulos, simétricamente dispuestos alrededor del centro de la galaxia total, extendiéndose a grandes distancias. NGC 5128, una radio-galaxia (también galaxia óptica), que es una de las más cercanas AGN, mostraba dos lóbulos simétricos que se extendían a mega años luz. Aunque no se han observado velocidades en el material de los lóbulos, es de esperar, y así se supone, que estas estructuras están formadas por gas emanado de la galaxia, en especial por el bulbo de estas galaxias.
 
Energía total radiada (luminosidad) de los diferentes tipos de AGN
 
Una estadística de objetos activos catalogados por Verón y Verón-Cetty, muestra que la secuencia de los objetos activos, es también una de las energías promedio radiadas por las diferentes clases de galaxias activas (Ana María Cervantes, Tesis de Licenciatura, 1989). Esta afirmación se basa en los valores dados en la tabla 2.
 
Tabla 2. Detracción de objetos para cada tipo a distancias mayores que las indicadas
 56.0  MEGAPARSEC  HII
 86.5  " LINER 
 411.6  " SEYFERT 1 
444.4  "  SEYFERT 2
625.9  "  B L LACERTA
791.6 " CUASARES

1 Mpc= 106

pc= 3.26 x 106 años luz

 
Fenómeno de los jets
 
De nuevo en radio ondas se han encontrado estructuras intensas y altamente colimadas, llamadas chorros (jets), partiendo de núcleos energéticos de galaxias. Los jets atraviesan por en medio de los lóbulos menos intensos. Se cree que los jets suministran energía a los lóbulos. La bi-simetría de los jets, así como en la mayoría de los lóbulos, es de alto grado. La gran extensión de los jets astrofísicos se observan en cuásares o radiogalaxias, asociados a sus núcleos de alta energía. En general, el núcleo de donde parte el chorro, se cree, es un objeto muy denso, colapsado, o un hoyo negro que seguramente esta rotando. La linealidad de los jets, si estos tienen masa suficiente para ser sujeta a la gravedad del núcleo, implica que la orientación está a lo largo del eje de rotación. Los alabeos pequeños pueden deberse al medio ambiente, a la interacción con el material intergaláctico no homogéneo; o bien, pueden ser el resultado de una pequeña desviación de la orientación del jet, del eje de rotación del sistema. Dos ejemplares de jets astrofísicos aparecen en la figura 9.
 
Figura23A03 9
Figura 9. Los dos jets en cada lado del núcleo de la galaxia activa 3c 341. (El número 341 del tercer catálogo de la sección de radioastronomía de la Universidad de Cambridge, Inglaterra). (Bridle and Perley, 1984).
 
Los jets más energéticos se observan en cuásares y en galaxias elípticas gigantes, con gran concentración central. En elípticas menos masivas, los jets son poco energéticos. En los Seyferts y en MAGN′s, la radioestructura es semejante a los lóbulos, pero menos extensas y de menor intensidad. A menudo se observan tres acumulaciones de radio continuo, una en el núcleo y dos a ambos lados del núcleo, simétricamente dispuestos. Será interesante determinar la existencia de los jets como función de los parámetros de la galaxia, por ejemplo, la masa total o la concentración de ésta.  
   
A la fecha, se han detectado alrededor de 200 objetos con jets. Los lóbulos son casi siempre dobles, pero no así los jets. Hay los que son dobles y los que no lo son. Suponiendo que la emanación del plasma que forma el jet es igualmente intensa en ambos lados del núcleo, la pregunta será entonces: ¿por qué se observa solo uno de ellos? Puede ser también que la emanación no tiene simetría y que sólo sale el plasma de un lado. Pero si no es así, existe una interpretación a la ausencia del otro lado, como un efecto relativista, si la velocidad de eyección es relativista y la dirección está cerca de la línea de vista del observador, (favoritismo Doppler). Esta situación causa que la radiación del lado que se acerca al observador aparezca 5000 ó 6000 más intensa que el opuesto, por lo tanto este último no será detectable. Es necesario tener una muestra más amplia de jets, con diferentes energías, para resolver satisfactoriamente algunos fenómenos, entre otros, la duplicidad o no de los jets. La velocidad del plasma de los jets no se ha medido, pues no muestra (al límite de detección instrumental) ninguna línea espectral para determinar directamente el efecto Doppler. Sin embargo cabe señalar que el movimiento superlumínico de algunos núcleos activos, parece indicar que estos puntos en movimiento pueden marcar el principio de un chorro.
 
La figura 10 es muestra del movimiento superlumínico de las manchas en el núcleo de un cuásar.
 
Figura23A03 10
Figura 10. Las isofotas de dos manchas en el núcleo del cuásar en el continuo de radio ondas. Nótese la variación de la separación de estas manchas en un lapso corto de 2 años. La velocidad de separación es más grande que la de la luz (superanímica). (Begelman et al., 1984).
 
Campos magnéticos
 
Se han observado campos magnéticos asociados a los jets. La orientación es el dato que se puede obtener con más seguridad, pero no es así con la fuerza del campo. La polarización del continuo del radio muestra que en los objetos de alta energía las líneas de campo son paralelas y, más adelante, más lejos del núcleo, pueden ser perpendiculares al jet. En casos menos energéticos, el campo es perpendicular al jet. ¿Cuál es el papel de los campos magnéticos en el origen de la estabilidad y confinamiento del plasma en el jet?, no está claro aún. Es evidente que el campo magnético es importante en el origen y evolución de la actividad galáctica; el complejo problema del “dinamo hidromagnético”, postulado recientemente, necesita mucha mayor atención, tanto teórica como observacional. Un grupo soviético especializado en la teoría y los radio astrónomos de VLBI, MERLIN y otros en lo observacional, pueden encontrar, en un futuro próximo, la respuesta que requerimos.
 
No hay un consenso respecto al origen de los campos magnéticos en las galaxias. El origen del campo puede ser primordial pero de muy leve fuerza, o sea 10-12 gauss, y ampliarse en el curso de la evolución de una galaxia. Un grupo numeroso de astrónomos aboga por los cambios producidos en el proceso de la eyección del plasma por las supernovas; o bien, por la emanación del plasma de las estrellas, llevando consigo líneas de fuerza magnéticas. Tanto las eyecciones de las supernovas, como las de las estrellas, producirían campos magnéticos caóticos. El origen por supernovas y estrellas, tiene que pasar una prueba: ¿Por qué los campos magnéticos tienen bipolaridad (en los jets)? ¿Cómo se transforman los campos caóticos en confinamientos tan estrechos en los jets observados? Esas preguntas no parecen tener respuesta, hasta la fecha.
 
De nuevo los parámetros primigenios globales
 
Habíamos mencionado al principio de este artículo que los diferentes tipos de galaxias que constituyen el esquema de Hubble, se debían esencialmente a los diferentes parámetros globales con las que inicia su vida una galaxia (la masa total, por ejemplo). Si bien la evolución dinámica debe jugar un papel en este problema, las galaxias en la clasificación de Hubble no cubren un lapso suficientemente largo, como para que se note una diferencia evolucional. Por esta razón hemos atribuido las diferentes formas galácticas esencialmente a los parámetros globales primigenios.
 
Perspectivas para elucidar la evolución de las galaxias
 
Creemos que las galaxias evolucionan de diferente manera, dependiendo de sus propiedades iniciales; ahora bien, las galaxias con núcleos activos, pueden ser observadas, ya sean las cercanas o las que están en los confines del Universo (los cuásares). Esto equivale a decir que estamos observando galaxias en el intervalo de tiempo más largo posible. Los cuásares, radio-galaxias con jets enormes, son los más lejanos. La estructura y otras propiedades que se observan nos llegan en un lapso de 5 × 109 años. Es decir que nosotros vemos estos objetos no como están ahora, sino como estuvieron en su niñez o juventud. 5 × 109 años es un lapso considerable para que varíen las galaxias dinámicamente. Estudiando los objetos activos a diferentes distancias, a partir de 5 × 109 años luz de distancia hasta lo cercano, podremos presenciar el cambio que sufren estos objetos durante un lapso de 5 mil millones de años. Es concebible que con el estudio en galaxias a diferentes distancias, y por lo tanto de edades decrecientes, se descifrara el efecto de evolución. Una vez eliminado el efecto de la evolución, el resto será entonces atribuible a los parámetros globales iniciales de las galaxias activas. Dicho de otro modo, se debe deconvolucionar los efectos de evolución y los de los parámetros físicos inherentes. Si se lograra tal deconvolución, podremos tener más certidumbre del papel que juegan los parámetros iniciales en el desarrollo de estos sistemas, y así poder explicar la secuencia de Hubble, el enigma que ha permanecido como problema de frontera en las últimas siete décadas.
 
Variabilidad de los núcleos activos
 
Se han observado otras muchas propiedades claves, no mencionadas en las páginas anteriores, como lo es la variabilidad de la radiación de los núcleos activos, donde se han detectado tanto rayos X como rayos γ. Estos fenómenos se están estudiando intensamente. Eventualmente, el estudio combinado de todas estas manifestaciones, podrá indicar el camino que conducirá a descifrar el fenómeno global de la actividad de los núcleos.
 
Se ha detectado el periodo representativo de la variabilidad en un gran número de AGN′s, del orden de semanas, lo que da información sobre el tamaño de los núcleos. La causa todavía se discute sin que se haya llegado a un acuerdo razonable. El tiempo característico de la variación aumenta con la longitud de onda. Es pequeño en rayos X y crece hacia la longitud de onda grande, como son las de radio, e indican la dimensión variable de la región.
 
Yo creo que en la próxima década podremos encontrar, o cuando menos obtener una pista en la solución del problema de poder separar el efecto de la evolución, del efecto de los parámetros primigenios, en los objetos activos. Es también concebible que la actividad de un núcleo galáctico ocurra en la etapa definida en la vida de una galaxia. El hecho de que el 15% de los objetos conocidos muestren actividad en el núcleo, puede implicar que si la vida de una galaxia es 1010 años, la fase activa del núcleo puede durar cuando mucho 109 años. También es posible que una galaxia muestre, varias veces, brotes cortos de actividad en su vida. Pero aún no se conoce la fuente que suministra la energía perdida por el núcleo activo.
 
Epílogo
 
El tema de la actividad en las galaxias está en gran ebullición. La acumulación de datos observacionales en toda la gama del espectro electromagnético, es formidable. Todo esto produce una especie de confusión, lo que hace más compleja la interpretación teórica. El científico debe saber discernir cuáles son los procesos claves y básicos, en medio de una multitud de detalles aparentes, que forman una especie de bruma. El investigador también debe poder penetrar más allá de esta bruma y localizar los parámetros esenciales básicos que decidan la suerte de los sistemas galácticos.
   
No es posible hablar de la actividad en las galaxias sin evocar los hoyos negros. Estos son atractivos por su naturaleza extraña y por ser una especie de talismán para resolver problemas difíciles de descifrar de otro modo. Se cree que en los núcleos galácticos, justo en el centro, existe un cuerpo pequeño en dimensiones y sumamente masivo y denso —un hoyo negro— siendo esta densidad el límite de la densidad máxima posible. Las galaxias más activas (o cuásares), tienen en el núcleo un hoyo negro muy masivo. Se postula que existe en el núcleo de nuestra Galaxia un hoyo negro, aunque sea un “mini hoyo”. Alrededor del hoyo negro puede formarse un disco de acreción, con la materia que cae al centro, materia supuestamente liberada por estrellas evolucionadas o supernovas. Se supone que este hoyo tiene un campo dipolar magnético, perpendicular al disco de acreción y que los jets emanan del hoyo negro en dirección a los polos del campo magnético. Todo esto es aún hipotético. Esperemos que las observaciones, aunadas a la teoría, diluciden el enigma de los núcleos galácticos.
 
Resumiendo, nos interesa señalar, una vez más, que hay indicios fuertes en cuanto a que la intensidad de las manifestaciones de actividad en las galaxias (o cuásares), es mayor en los objetos más lejanos y llega a su máximo, en los objetos que están en los confines del universo conocido hasta la fecha. Parece haber una correlación entre la potencia energética de la actividad y la distancia del objeto. Si esta se confirma, podremos presenciar la evolución de las galaxias, cuando menos desde su infancia hasta el presente, pues a las más lejanas (distancia 5 × 109 años luz), estamos viéndolas en su infancia; de hecho sus propiedades son las que tenían cuando la radiación recibida ahora en la tierra partió de la galaxia, hace 5 × 109 años, o sea cuando el objeto era joven, en su adolescencia o su infancia.     Teniendo tan extenso lapso a nuestra disposición, podremos descifrar la evolución de las galaxias y llegar a separar del efecto observado la contribución de la evolución en el tiempo y, por ende (esto es mi convicción), podremos descifrar también el esquema de Hubble, esquema que ha intrigado a los astrónomos desde hace casi 70 años y que aún es un problema de frontera.
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Referencias Bibliográficas
 
Beglman, M. C. Blandford, R. D., and Rees, M. J. 1984 Reviews of Modern Physics 56, 255.
Brecher, K. 1977. Frontiers of Astrophysics, 10, p. 43s.
Bridle, A. M. and Perley, R. A. 1984. Ann. Rev. Astron. and Astrophys. 22, 319.
Brosche, P. 1973. Astron. and Astrophys. 13: 293.
Carrasco, L., Roth, M. and Serrano, A. 1982. Astron. and Astrophys. 106, 89.
Davies, R. 1989. Presentado en la XI Reunión Astronómica Europea celebrada en Tenerife, Islas Canarias.
Pishmish, P. y Maupomé, L. 1978. Revista Mexicana de Astron, y Astrof. 4, 319.
Pishmish, P,. 1986, En: Structure and Evolution of Active Galactic Nuclei. Ed. Giurcin, et al. p. 679.
     
Nota:
Conferencia impartida dentro de la serie “Concepto de frontera”, organizada por el Dr. Eli de Gortari. Noviembre, 1989.
     
____________________________________________________________      
Paris Pishmish
Instituto de Astronomía,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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Pishmish, Paris. 1991. Evolución de sistemas galácticos. Ciencias núm. 23, julio-septiembre, pp. 22-34. [En línea]

     

 

 

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Ficus, una historia diferente

Patricia Magaña Rueda 
   
   
     
                     
El higo es un apreciado “fruto” miembro de un grupo
de plantas que encierran una historia que pocos conocen.
 
La formación del higo es peculiar, ya que desde sus inicios asemeja un fruto, llamado sicono, el cual presenta una abertura en su parte superior. En el interior de esta estructura se desarrollan flores unisexuales (masculinas o femeninas) que una vez polinizadas, producirán posteriormente “los frutos” (en realidad semillas), que la mayoría de las personas han saboreado frescos, en almíbar o como parte de las tan conocidas roscas de reyes.
 
Al igual que los árboles “estranguladores” de las selvas o algunas de las plantas que podemos adquirir en el mercado de Xochimilco, el higo pertenece al género Ficus, el cual forma parte de la familia Moraceae. Los miembros de este grupo de plantas producen un exudado (o líquido) lechoso cuando se corta una de sus ramas o corteza y pueden crecer en el suelo, sobre rocas o adoptando el hábito “epífito”, es decir, creciendo sobre otra planta, a la cual terminan rodeando con sus raíces y estrangulando.
 
La morfología del sicono es muy característica y Ficus es la única morácea que posee una inflorescencia totalmente cerrada, con forma de urna, que requiere para su polinización de un insecto ya que sus flores nunca tienen contacto con el exterior.
 
Las avispas que llevan el polen a las flores femeninas pertenecen a la familia Agaonidae. Estos pequeños insectos depositan sus huevecillos en un tipo de flores femeninas, las de estilo corto, desarrollándose sus descendientes a partir de los tejidos de éstas, de manera que serán incapaces de producir semillas; mientras que las flores de estilo largo no son usadas y permiten la propagación de la especie.
 
Durante su ciclo de vida, las avispas desarrollan diferentes actividades y hembras y machos presentan un dimorfismo sexual muy marcado, siendo lo más distintivo el que los machos no tienen alas, ni antenas, son más pequeños, ciegos, polígamos y nunca abandonan el sicono, mientras que las hembras poseen alas, antenas, son más grandes, con visión, monógamas y además abandonan siempre el sicono.
 
El desarrollo del sicono se da, en forma resumida, de la siguiente manera:
 
1. Aparecen las yemas del sicono hasta la maduración de las flores femeninas.
 
2. Las flores femeninas pueden ser polinizadas. Las escamas que cubren el ostiolo (apertura del sicono) están flácidas y facilitan la entrada de 1-9 avispas hembras, las que llevan a cabo la polinización de las flores que producirán semillas, mientras que depositan sus huevos en las flores que servirán de alimento a la nueva generación de avispas.
 
3. Ocurre la maduración de flores masculinas, frutos y avispas.
 
4. Las avispas macho emergen primero y fertilizan a las hembras, las cuales salen de las flores donde se desarrollaron, alcanzando las anteras maduras y llevando fuera del sicono, el polen que depositaron en otro sicono en fase femenina.
 
5. La última parte del desarrollo del sicono consiste en un proceso de fermentación alcohólica, por lo que se torna carnoso, flácido y muy atractivo para el consumo de distintos vertebrados.
 
La interacción entre este tipo de avispas y el Ficus, es una de las que se presentan con menor frecuencia entre plantas e insectos, y se piensa que se trata de un caso de coevolución estricta; es decir, cada especie de Ficus ha evolucionado en paralelo con una especie de avispa.
 
A diferencia del sistema único de polinización en el Ficus, la dispersión de sus frutos la llevan a cabo muy diversos grupos de vertebrados, ya sean peces, aves o mamíferos, sobresaliendo los murciélagos y los primates.
 
Ficus carica, nombre científico del higo que todos hemos comido, es nativo de la región mediterránea y ha sido cultivado en Tierra Santa por más de 5000 años, donde se le encuentra abundantemente fuera de los cultivos o creciendo de manera silvestre en esa zona. Con mucha frecuencia se le menciona en la Biblia y en varios escritos que datan de alrededor de 2700 años antes de Cristo.
 
Los nombres comunes más frecuentes en México para las especies de Ficus son: amate, amate blanco, camichin, copoy, ficus, higuera, higuera prieta, higuerón, hule, macahuite, matapalo, soiba, siranda, xalama, xalamatl y zalote. Un buen número de ellas se usa como plantas ornamentales o de sombra; otras poseen siconos comestibles y de algunas más se usa el exudado como remedio curativo, si bien el uso actual más conocido es la utilización de su corteza para la obtención del “papel amate”.
 
En la época precolonial la corteza de diferentes amates tuvo gran importancia porque se utilizaba como tributo o como elemento básico en la fabricación de papel; para ello se maceraba con agua y se mezclaba con una sustancia obtenida del pseudobulbo del tzautli (orquídea); así se obtenían láminas que se secaban al sol y que posteriormente se usaban para elaborar códices, libros, pinturas, adornos y vestimentas ceremoniales.
 
En general, muchos de los aspectos básicos de la biología del Ficus todavía no se han investigado a fondo, seguramente porque en parte, hay serias dificultades en la determinación de sus especies. Recientemente se han realizado algunos trabajos taxonómicos (Ibarra, 1989) que han comenzado a desarrollar descripciones y claves de determinación para las especies mexicanas, lo que permitirá un mejor acercamiento de otro tipo de estudios del género. Es sin duda dentro del campo de la ecología tropical donde más se ha indagado el papel desempeñado por las especies de Ficus en las zonas tropicales del mundo.
 
A partir de las numerosas relaciones que el Ficus sostiene con su entorno biótico, se le ha considerado como uno de los recursos fundamentales (keystone resources) de las zonas cálido-húmedas del mundo, de tal forma que si llegara a producirse su desaparición dentro de las comunidades que ocupa, pondría en grave peligro la estabilidad biótica de la zona.
 
Valorar a Ficus como componente importante de nuestros recursos vegetales representa un reto que, como en muchos otros casos, requiere de la atención no solo de investigadores, sino también de autoridades y público en general que deberían preocuparse por su conservación en México.
 
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Referencias Bibliográficas
 
La mayor parte de los datos de este texto fueron tomados del trabajo: “Taxonomía del género Ficus, subgénero Pharmacosycea (Moraceae) en Veracruz, México. Guillermo Ibarra Manríquez. 1990. Colegio de Postgraduados, Chapingo, México. Tesis Maestría 96p.” gracias a la colaboración de Guillermo Ibarra Manríquez.
Schery, R.W., Plants for man, Prentice-Hall lnc., Second Edition, 1972, p. 569-572.
     
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Patricia Magaña Rueda
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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Magaña Rueda, Patricia. 1991. Ficus, una historia diferente. Ciencias núm. 23, julio-septiembre, pp. 20-21. [En línea]
     

 

 

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César Carrillo Trueba
     
               
               
El hombre es un ente biológico y como tal, forma parte de la naturaleza. Su esencia social no lo opone a ésta. Por ello, a pesar de que la historia tenga su propia dinámica, el medio natural en que tiene lugar es siempre un factor determinante. En los estudios historiográficos, los aspectos biológicos son generalmente tratados de manera un tanto marginal. Sin embargo, la crisis ecológica que actualmente vivimos ha convertido a la naturaleza en el centro de nuestras preocupaciones. La necesidad de comprender el efecto del desarrollo de las sociedades humanas en la naturaleza ha generado una vertiente dedicada a la historia ambiental. Dentro de esta corriente, los trabajos de Alfred W. Crosby ocupan un lugar relevante. Este historiador de la Universidad de Texas se ha abocado al estudio de la expansión biológica de Europa durante los últimos diez siglos. Parte fundamental de esta historia es la conquista de América y sus implicaciones biológicas.
El texto que a continuación presentamos, pretende exponer brevemente algunas de sus tesis. Al mismo tiempo, a manera de recuadros, publicamos extractos de su obra intitulada El Intercambio Colombino. Consecuencias Biológicas y Culturales de 1492, inédito en español y que pronto aparecerá bajo el sello de la UNAM, gracias al trabajo de traducción de Cristina Carbó, del Instituto de Investigaciones Históricas de esta casa de estudios. Agradecemos a Cristina Carbó su colaboración, así como al Instituto de Investigaciones Históricas por facilitamos el manuscrito para su publicación.
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Vivimos y morimos racional y productivamente, sabemos que la destrucción es el precio del progreso, como la muerte es el precio de la vida, que la renuncia y el esfuerzo son los prerrequisitos para la gratificación y el placer, que los negocios deben ir adelante y que las alternativas son utópicas. Esta ideología pertenece al aparato social establecido; es un requisito para su continuo funcionamiento y es parte de su racionalidad.
Herbert Marcuse
 
 
A principios del siglo XV, procedentes de Portugal, llegaron
a la isla Porto Santo —parte del archipiélago situado frente a la costa atlántica del norte de África, conocido como Madeira— los primeros seres humanos. Buscaban tierras donde poder instalarse. El capitán de Porto Santo, quien después sería suegro de Colón, tuvo la ocurrencia de soltar una coneja con sus crías que habían nacido en altamar. Haciendo honor a su fama, los conejos “se extendieron por la tierra de manera que nuestros hombres no podían sembrar nada que ellos no destruyeran”* cuenta un testigo. Los esfuerzos de los recién llegados pobladores fueron vanos: tuvieron que abandonar la isla.
 
Al llegar a Madeira, isla en la que no había “un solo pie que no estuviera recubierto de grandes árboles”, de ahí su nombre, los colonos intentaron hacerse un lugarcito al sol para vivir, sembrar y tener sus animales. Se les hizo fácil prender fuego. Mas, pequeño incidente, el control de éste se les fue de las manos y la isla se convirtió en una tea, ardiendo casi por completo. Dicen que el fuego duró siete años, lo cual parece una exageración, pero cierto es que los abochornados colonizadores tuvieron que refugiarse “en el mar, donde permanecieron sin comida ni bebida durante dos días y dos noches”.       
Años más tarde, los portugueses volvieron a Porto Santo logrando imponerse sobre los conejos. Para entonces, igual que ocurriría en Australia durante el siglo XIX, los conejos ya habían arrasado con las plantas nativas, ocasionando al mismo tiempo la muerte de sus competidores. Posteriormente las plantas y los animales procedentes del continente reinarían en esta pequeña isla junto con los pobladores.         
Asimismo, para mediados del siglo XV, en lugar de sus maravillosos árboles, Madeira rebosaba de caña de azúcar. De sus puertos salían barcos repletos de azúcar con destino a las principales metrópolis de Europa, e incluso hasta Constantinopla. En la isla había cerca de dos mil esclavos y casi 20,000 habitantes. Estos ya habían dejado de alimentarse de palomas nativas, gracias a lo favorable que había resultado la tierra para el cultivo del trigo y la vid, así como para la cría de cerdos, reses, abejas y demás animales domésticos. Trataron de reproducir el medio del que provenían, de europeizar la isla.
 
Simultáneamente, un poco más al sur de Madeira, tenía lugar la colonización del archipiélago de las Canarias. El proceso ocurría de manera similar al de Madeira: los bosques se cambiaban por plantaciones de caña, pastizales y laderas peladas. La madera se pagaba bien y en vano se promulgaron leyes para proteger los bosques. La excesiva deforestación generaba erosión y disminución de la precipitación y de los cursos de agua. Plantas, cultivos y animales del continente invadían las islas, reemplazando la biota autóctona. Se presentaba el mismo intento de europeización del medio.
 
Sin embargo, a diferencia de Madeira, las Canarias estaban habitadas. Procedentes de las costas africanas, los guanches habían poblado las islas probablemente cerca de 2000 años a.C. Las Canarias eran codiciadas por Francia, Portugal y España. En 1402 desembarcó en una de las pequeñas islas, la primera expedición francesa, venciendo a 300 guanches. Los españoles tomaron el relevo y hacia fines de siglo ya sólo resistía Tenerife. Los guanches eran aguerridos guerreros y poseían una organización militar consistente. Alfred W. Crosby afirma que es muy difícil entender la victoria española a partir únicamente de los aspectos militares’. Según este historiador, a pesar de la desunión existente entre los guanches, de la impresión que causaban los conquistadores y sus utensilios —los anzuelos de metal que llevaban llamaban mucho la atención de los habitantes de las islas— y del miedo que les infundían los caballos, los guanches se encontraban en una situación ventajosa sobre el enemigo.
 
Así, en 1494 repelen la avanzada española. Los españoles refuerzan el contingente y al año siguiente regresan. “Pero, misteriosamente, no encuentran resistencia y toman la isla con suma facilidad. Conforme se adentran llega a ellos el rumor de que un mal se ha abatido sobre el pueblo guanche. Lo que sus ojos ven es aterrador, había “tantos cadáveres que los perros de los guanches se los estaban comiendo”. Cuentan que la isla quedó prácticamente despoblada, cuando se estimaba en 15,000 el número de habitantes. Los guanches habían sucumbido a la peste. Para 1541 solamente sobrevivían unos cuantos y a fines del mismo siglo era un pueblo extinto.
 
La conquista de estos archipiélagos marca el inicio de la expansión europea e inaugura un proceso de colonización que posteriormente se convertirá en una constante: la destrucción del medio autóctono, disminución o exterminio de los pueblos nativos, introducción de una biota europea, y la repoblación por europeos. Por supuesto, esto último no fue posible en todas partes.
 
 
Colón en las Antillas
El hombre europeo se dedicó a convenir el Nuevo Mundo a semejanza del Viejo tanto como le fue posible. Este intento resultó tan odioso que llevó a cabo lo que probablemente fue la mayor revolución biológica desde el fin de la era pleistocena.
 
Los pioneros europeos son recordados por su coraje y resistencia, pero no por su habilidad para cultivar plantas.
 
Sin embargo, eran agricultores (aunque poco entusiastas en el caso de los españoles) que esparcieron las semillas desde el norte hasta el sur. Quién trajo determinada planta a determinado lugar es algo difícil de ser respondido con certeza. A finales del siglo XVI, José de Acosta preguntó quién había plantado las “florestas y bosques enteros de naranjos” que él recorrió y le respondieron “que las naranjas caían al suelo y se pudrían y sus semillas germinaban y de aquellas que el agua arrastraba a diversas partes crecían estos bosques tan espesos…”.
 
Los primeros datos sobre el arribo de los europeos de los que podemos estar seguros son aquellos de La Española, ese vestíbulo de América donde, según parece, todo ocurrió por primera vez. Empecemos por rastrear ahí los intentos de cultivar plantas europeas, tracemos la propagación de esas plantas europeas, tracemos la propagación de esas plantas en el continente y retomemos a La Española para hacer lo mismo con los animales domésticos.
 
Colón dejó semillas a los habitantes de la frustrada colonia de Navidad en 1493, pero, incluso si llegaron a ser sembradas, es dudoso que se haya cosechado algo porque estos habitantes fueron masacrados por los arahuacos. La historia de la horticultura europea en América comenzó realmente con el segundo viaje de Colón, cuando regresó a La Española con diecisiete barcos, 1200 hombres, y semillas y vástagos de trigo, garbanzos, melones, cebollas, rabanitos, hortalizas verdes, vides, caña de azúcar y frutales para iniciar huertos. Los primeros resultados fueron sumamente alentadores, o así lo afirmaban los entusiastas colonos. “Todas las semillas que sembraron han brotado en tres días y han estado en sazón para ser comidas más o menos a los veinticinco días. Los carozos de frutas brotaron en siete días, los vástagos de vid echaron hojas al final del mismo periodo y para el día vigésimo quinto las uvas estaban listas para ser recolectadas.” Los deseos españoles afectaban su visión. En 1494, comenzó en La Española la tradición de una “época de cosecha”, suceso singular si, en efecto, las semillas europeas brincaban de la tierra como plantas hechas y derechas en tiempos récord.
Las Antillas fueron algo así como una base casi perfecta en América para los horticultores europeos, aunque el trigo y otros granos fracasaron, y lo mismo pasó con las uvas y los olivos: no hubo pan, ni vino, ni aceite; ¡un castellano podía morirse de hambre en estas regiones! Muchas de las cosechas —coliflores, coles, rabanitos, lechugas y melones— prosperaron y si los colonizadores pudieron tolerar la dieta de los indios americanos, también disfrutaron siempre al tener de postre frutas tan conocidas como naranjas, limones, granadas, toronjas, higos, que se daban bien en las Indias Occidentales. En los primeros años, otro agregado importante a la flora de las Antillas fue el plátano, traído de las Canarias en 1516. Oviedo describió esta fruta inmigrante diciendo que tenía una cáscara que se quitaba con facilidad y “adentro es toda carne, muy parecida a la médula del hueso de pata de vaca”. En la década de 1520 escribió que los platanares “se han multiplicado tanto, que es maravilloso ver su gran abundancia en las islas y en la Tierra Firme [costa sur del Caribe] donde los cristianos se han ubicado.”
 
En la mayoría de los asentamientos europeos de cierta importancia en las zonas tropicales y semitropicales de América, la base del desarrollo económico ha sido históricamente, recoger unas cuantas cosechas seguras en grandes plantaciones y exportarlas a Europa. Estos plantíos de caña de azúcar, algodón, arroz, añil se extendieron cada vez más por todas partes, desde los tabacales de Virginia hasta los cafetales de Brasil. La minería produjo las ganancias más espectaculares del Nuevo Mundo Colonial, pero las plantaciones emplearon a más gente y, a la larga, produjeron más riqueza.

Todo comenzó en La Española con el azúcar, que ya era un cultivo lucrativo en las Canarias y en las islas atlánticas de Portugal durante el siglo quince. Colón mismo había transportado azúcar de Madeira a Génova en el año 1478, y la madre de su primera esposa era propietaria de una hacienda azucarera en dicha isla. En 1493, Colón trajo a La Española caña de azúcar, la que se dio bien en suelo americano. Pero el desenvolvimiento de la industria azucarera fue muy lento hasta que intervino Carlos V, ordenando que se reclutaran en las Canarias expertos azucareros y técnicos molineros, autorizando préstamos para construir ingenios azucareros en La Española. Hacia finales de la década de 1530 existían ya treinta y cuatro ingenios en la isla y el azúcar llegó a ser uno de los dos pilares de su economía. Los ranchos ganaderos fueron el otro, hasta finales del siglo XVI.

 
 
Un horizonte cultural   
 
Los europeos no veían más allá de su horizonte cultural. Les resultaba “natural” el tratar de reproducirlo. Si imaginamos un grupo de europeos embarcados con destino a nuevas tierras, tendríamos un cuadro un tanto conmovedor: pobres y llenos de temores e ilusiones, ansiosos por dejar para siempre la miseria en que viven, con la esperanza de que en las “Nuevas Europas”, encontrarán un pedazo de tierra para tener una parcela, construir una casita y criar sus animales. Llevan tal vez algo de ganado y con certeza un perro. Con suerte harán fortuna.

Es probable que la proporción de temores e ilusiones haya variado con el tiempo. Seguramente entre los primeros colonos había más temor que ilusión, y que para el siglo XIX las ilusiones hervían en sus cabezas, como lo muestra la visión tan prometedora que proporcionaba el célebre escritor inglés, Samuel Butler, para quien se instalara en Nueva Zelanda, donde él vivía:
 
“Tendrá vacas, y cantidad de mantequilla, leche y huevos, tendrá cerdos y, si quiere, abejas, cantidad de verduras, y, en realidad, podrá vivir de la tierra fértil, con muy pocos problemas y casi tan poco gasto.”
 
Si bien es cierto que los aventureros no escaseaban, esta visión constituía el sueño dorado de todo colono. La mayoría se aterraba por los calores excesivos y las enfermedades raras de los trópicos. Se les revolvía el estómago de pensar en verse obligados a comer iguanas o zarigüeyas. Es por ello que las zonas templadas ejercían tal atracción, ya que en ellas les parecía posible llevar una vida como en Europa, pero sin privaciones. A esas regiones (en donde era posible tal ‘sueño’, o en donde ya se encontraba en parte materializado, como la Nueva Zelanda de Butler), Crosby las ha denominado “Nuevas Europas”.
 
 
Las Antillas: base para la invasión del continente
El contraste entre la fauna del Viejo Mundo y del Nuevo asombró a la Europa renacentista. La diferencia entre los dos grupos de animales domesticados que existían a ambos lados del Atlántico era incluso más asombrosa que el contraste en general. El indio, como agricultor, era tan hábil como cualquiera, pero no lo era, o muy poco, para domesticar animales. En 1492 tenía apenas pocos animales a su servicio: el perro, dos especies de camello sudamericano (la llama y la alpaca), el cobayo y varias clases de aves de corral (el guajolote, el pato americano y, posiblemente algún otro tipo de gallinácea). No tenía animales de cabalgadura; obtenía la mayor parte de la carne y las pieles que consumía de la caza; no tenía bestias de carga comparables al caballo, al asno o al buey. Con excepción de las áreas donde había llamas y de la ayuda pequeña que proporcionaban los perros que arrastraban los trineos, los indios, cuando querían mover cualquier carga, lo hacían ellos mismos, sin que importara cuán pesado fuera o cuán lejos hubiera que trasladarla. Como caso típico a señalar está el de los habitantes precolombinos de Mesoamérica, que construyeron grandes templos y acarrearon enormes bloques a lo largo de cientos de millas a pesar de que el único animal fuerte y rápido con que contaban para hacerlo era él mismo.
 
Un anticipo sensacional del impacto que el ganado del Viejo Mundo ejercería sobre la tierra americana tuvo lugar en La Española y, poco después, en las otras Antillas. Alguien que observará las islas caribeñas desde afuera, durante los años de 1492 a 1550, más o menos, podría haber conjeturado que el objetivo de lo que allí se hacía era reemplazar a la gente por cerdos, perros y reses. La enfermedad y la cruel explotación habían destruido a los aborígenes de La Española para todo propósito práctico, ya para la década de los años 1520. Poco después, los arahuacos, sus hermanos de Cuba, Puerto Rico, Jamaica, los siguieron hacia el olvido. Aunque las Bahamas y las Antillas Menores estaban ocupadas aún por los españoles, a medida que desaparecían los indios de las islas más grandes, los traficantes de esclavos navegaron hacia las menores, desparramando enfermedades y tomando a multitudes de arahuacos y caribes para alimentar los campos de muerte en que se habían convertido. La Española, Cuba, Puerto Rico y Jamaica. De este modo, los aborígenes antillanos fueron eliminados casi por completo en unos pocos años, a partir del primer viaje de Colón.
 
Mientras disminuía la cantidad de seres humanos, crecía la de animales domesticados importados. El primer contingente de caballos, perros, cerdos, reses, gallinas, ovejas y gansos llegó con Colón en su segundo viaje realizado en 1493. Los animales, devorados o no por los escasos predadores americanos, molestados o no por las pocas enfermedades americanas y abandonados a sus propias fuerzas para que se alimentaran libremente con los ricos pastos, raíces y frutos silvestres, se reprodujeron con rapidez. De hecho, su número aumentó con tal velocidad que no caben dudas de que fueron ellos los responsables, en buena medida, de la extinción de ciertas plantas, e incluso de los indios mismos, de cuyas huertas abusaban.De los animales importados, los primeros en adaptarse al ambiente caribeño fueron los cerdos. Para fines del año 1498, Roldán, el rebelde de La Española, poseía él sólo, 120 puercos grandes y 230 pequeños. Muy pronto los cerdos corrían salvajemente en cantidades increíbles. En abril de 1514, Diego Velázquez de Cuéllar escribió al rey que los cerdos que él había traído de Cuba habían llegado a ser 30,000. (Teniendo en cuenta el español del siglo XVI, tal vez la traducción más correcta de lo que quiso decir sea “más cerdos de los que yo haya visto jamás en toda mi vida”.
 
La multiplicación del ganado vacuno fue igualmente espectacular. Cuando Roldán se rebeló, en 1498, él y sus seguidores “encontraron rebaños de reses pastando; mataron todos los novillos que quisieron para alimentarse, y se apoderaron de todas las bestias de carga que necesitaron para el camino.” Alonso de Zuazo, al informar a su rey en 1518, le contó de las grandes cantidades de reses que había en La Española, ganado que se reproducía dos y tres veces al año en el saludable medio ambiente del Nuevo Mundo: “si treinta o cuarenta reses se extraviaban —dijo— aumentaban a trescientas o cuatrocientas en tres o cuatro años”. La proliferación del ganado era tan grande que, para el final de la centuria una gran cantidad de marineros abandonados en castigo en la parte norte de La Española, región inhóspita sin colonizar, así como otros seres humanos descarriados podían vivir allí del ganado salvaje. La historia continúa diciendo que estas gentes ahumaban la carne de tales animales en una especie de brasero de madera llamado boucan y fue así que, cuando se dedicaron a la piratería, en el siglo XVII, fueron llamados bucaneros.
 
Si bien los caballos resultaron más lentos para adaptarse a los trópicos y su promedio de reproducción fue menos espectacular que el de los puercos o las vacas, también aumentaron de número y con el tiempo también ellos corrían libremente, en estado salvaje por las praderas de La Española. Casi todos los otros animales domésticos europeos reaccionaron de manera similar al medio ambiente caribeño: gansos, perros, gatos, pollos, asnos, crecieron más rápidamente y con más carne, se reprodujeron en porcentajes nunca oídos hasta entonces, y a menudo retornaron a la vida salvaje.
 
Esta asombrosa y exitosa invasión por parte de los animales domésticos del Viejo Mundo tuvo lugar no sólo en la Española, sino también en Cuba, Puerto Rico, Jamaica y, un poco más tarde, en ciertas islas costeras, especialmente Margarita, la isla venezolana que resultó la fuente original de los grandes rebaños de los llanos. Por la época de la invasión de Cortés al continente, los españoles ya habían creado una base perfecta para dicha acometida en el Caribe. Cuando los conquistadores avanzaron hacia México, Honduras, Perú, Florida y otros sitios, transportaron consigo la viruela, así como muchas otras enfermedades, remozadas por su reciente pasaje por los cuerpos de los arahuacos; cabalgaban en caballos alimentados en las Antillas y trotaban a su vera perros guardianes provenientes de las mismas islas; sus alforjas estaban repletas de tortillas de harina de yuca caribeña. Detrás de los españoles, y escoltados por sirvientes indígenas, venían hartos de puercos, vacas y gansos —un ejército de pezuñas—, todos nacidos en las islas. Los conquistadores habían creado en el Caribe el modo de conquistar medio mundo en el breve lapso de una generación —la primera postcolombina.
 
 
Las “Nuevas Europas”
 
Las “Nuevas Europas” son regiones que, aunque dispersas, se encuentran en latitudes similares. Son zonas templadas del norte y del sur, con climas muy parecidos. Presentan una precipitación de entre 50 y 15 cm. “Era de esperarse que un inglés, un español o un alemán, se sintieran atraídos por lugares donde no había problemas para cultivar trigo y criar ganado bovino”. De hecho, estas regiones conformaron núcleos a partir de los cuales los colonos se dispersaron posteriormente. Crosby los ubica en el tercio norte de Estados Unidos y Canadá, en donde actualmente vive la mitad de la población de estos países; la esquina sudoriental de Australia, prácticamente la totalidad de Nueva Zelanda, y la zona de Sudamérica que incluye la quinta parte de Argentina, todo Uruguay y Rio Grande do Sul, en Brasil, en donde se localiza la mayor concentración demográfica al sur del Trópico de Capricornio.
 
No obstante, a pesar de sus similitudes, estas regiones poseían biotas totalmente distintas. Los miles de años que habían transcurrido desde la separación de estas masas de tierra no habían sido en balde. Georg Federici hace una descripción muy detallada de las “Nuevas Europas” del continente americano; con sus respectivas faunas y floras, antes, durante y después de la conquista. Como muestra de lo que eran antes, tenemos el testimonio de un naturalista finlandés del siglo XVIII, Peter Kalm, quien al llegar a Filadelfia en 1748, manifiesta una “angustia de taxónomo” ante tanta novedad:
 
“Descubrí que había llegado a otro mundo. Donde quiera que mirase por el suelo, encontraba por doquier plantas que no había visto nunca antes, cuando veía un árbol, debía detenerme a preguntar a mis acompañantes cómo se llamaba… me causó pavor la idea de tener que clasificar sectores tan nuevos y desconocidos de la historia natural.”
 
Muy similar es la impresión de un colono australiano, quien en 1830 se quejaba de que “los árboles retenían las hojas y se despojaban de la corteza, los cisnes eran negros, las águilas blancas, las abejas no tenían aguijón, algunos mamíferos tenían bolsas, otros ponían huevos, eran más templadas las cimas de las colinas que los valles, (e) incluso las zarzamoras eran rojas.”
 
Entre lo que actualmente son las “Nuevas Europas” y lo que eran antes de la llegada de los europeos, median varios siglos de destrucción, perturbación ecológica e introducción de una biota distinta a la antes existente, incluidos los seres humanos y sus culturas. G. Federici, escribió en su monumental obra en 1920, dice: “los cambios operados en la imagen del paisaje de Norteamérica, sobre todo dentro de las fronteras de los actuales Estados Unidos, son mucho mayores que los producidos en el centro y el sur de América. No acierta uno a imaginárselos, y para formarse una idea de cuál debía de ser el aspecto de la actual Unión Americana hay que ir, hoy, a ciertos parajes poco visitados… Prescindiendo de los cambios geológicos a los que nos hemos referido más arriba, del eterno proceso de lo que nace y lo que muere en la naturaleza, contribuyeron a estas mutaciones operadas en la imagen del paisaje, las plantas, los animales y sobre todo el hombre”.
 
Semejantes son sus afirmaciones acerca de los cambios ocurridos en las llanuras de Sudamérica. Por su parte Crosby detalla de manera similar las transformaciones que tuvieron lugar en Australia y Nueva Zelanda.

En todos los casos fueron plantas, animales, microorganismos y el hombre, los elementos clave de la colonización. La semejanza de clima actuó en estas zonas en su favor. En El Imperialismo Ecológico, Crosby narra múltiples historias y ejemplos de la manera en que se dispersaban ahí las “malas hierbas”, y del crecimiento poblacional de los animales introducidos, que llegaban a volverse silvestres. En condiciones muy favorables, éstos avanzaban aun antes que los colonos, de tal manera que cuando ellos llegaban a algún lugar nuevo, encontraban flora y fauna conocidas. Lo mismo sucedía con los microorganismos, los que por medio de sólo una persona podían llegar a poblaciones aún no conquistadas, facilitando así la ocupación de nuevas áreas.
 
Siempre un elemento llevó al otro y éste a su vez al siguiente, y así sucesivamente. Un ejemplo de esta especie de simbiosis de lo que Crosby llama “biota mixta”, es la manera en que las ovejas se multiplicaron en la Isla Norte de Nueva Zelanda. Al llegar los colonos a esta isla encontraron una gran escasez de pastos como para poder tener ovejas en un buen número. Así que se dedicaron a quemar la vegetación de las islas ¡una selva más densa que la del Amazonas!, y a regar semillas de trébol, un excelente forraje que en Inglaterra crece por todos lados. Sin embargo, éste no se daba bien y tenía que ser replantado cada temporada. Los colonos no entendían por qué. El problema era que no había en Nueva Zelanda un insecto polinizador eficaz. En 1839, miss Bumby, hermana de un misionero, introdujo un par de colmenas en la Isla Norte. La abeja enjambró y enjambró, cumpliendo su misión polinizadora, el trébol se extendió por todos los espacios que el hombre le había abierto, el ganado crecía gracias al trébol, y los colonos seguían reproduciéndose, construyendo su “Nueva Europa”, que cada vez atraía más personas. El avance de esta “biota mixta” fue incontenible en las “Nuevas Europas”.
 
Los resultados de este proceso se pueden cuantificar: en la pampa argentina, en 1920, sólo una cuarta parte de las plantas silvestres eran nativas. En Australia la mayoría son de origen europeo. En Canadá el 60% de las llamadas “malas hierbas” provienen de Europa. En los Estados Unidos, de 500, 258 tienen su origen en el Viejo Mundo y un estudio realizado a mediados de este siglo en el Valle de San Joaquín, California, “reveló que las plantas introducidas constituían el 63% de la vegetación herbácea, 66% en los bosques y 54% en el chaparral”.
 
Vacas, ovejas, cabras, cerdos, gallinas y demás animales domésticos procedentes de Europa, constituyen las principales fuentes de proteína en estas zonas. Caballos, perros y ratas conviven con ellos.
 
Y junto con plantas y animales, la población europea se extendió y se multiplicó en las “Nuevas Europas” a expensas de los nativos de estas regiones. Actualmente ésta representa el 90% de la población de los Estados Unidos y Canadá, el 98% de la australiana, el 98% en Nueva Zelanda y en Argentina y Uruguay sobrepasa el 95%.
 
A costa de muerte y destrucción, los europeos construyeron un mundo a imagen y semejanza del suyo, bajo el discurso “civilizatorio” del progreso, idea que justificaba sus actos y encubría la lógica de todo imperio: la homogeneización de lo diverso.
 
 
… En donde los animales reemplazaron a los indígenas
No existen dudas acerca del enorme impacto que tuvo sobre los indios el traslado de alimentos y ganado del Viejo Mundo. Como ya se ha mencionado los indígenas tardaron en aceptar las nuevas plantas alimenticias, pero los animales domésticos fueron otro asunto. Pensaban que el trigo tenía pocas ventajas sobre el maíz; pero los cerdos, caballos, vacas, gallinas, perros y gansos del Viejo Mundo sí resultaban superiores en casi todos los aspectos, a lo que América ofrecía.
En las regiones cercanas a los asentamientos europeos, los indios adoptaron más rápidamente a los animales del Viejo Mundo de tamaño menor. Los españoles valoraban menos a estos últimos que a los grandes y no consideraban una amenaza el que los poseyeran los indios. Estos animales más pequeños eran más baratos y menos difíciles de manejar por las esposas noveles. En América y existían amplios precedentes de domesticación de animales pequeños y, precisamente por esto, sus nuevos poseedores no necesitaban alterar drásticamente sus formas de vida. En el transcurso de una o dos generaciones, a partir de la conquista de sus regiones, los indios de grandes áreas de la América española y portuguesa incluyeron a los perros, gatos, cerdos, y pollos en su vida cotidiana y en su economía. Antonio de Herrera relata de un indio sabio, quien, interrogado acerca de qué era lo más importante que habían recibido de los castellanos, señaló en primer lugar los huevos porque eran abundantes, “frescos todos los días y buenos tanto cocidos como sin cocer, para jóvenes y viejos”. (Los otros artículos que enlistó fueron los caballos, bujías y lámparas).
 
Aunque no son muy frecuentes, hay ejemplos de cría de caballos, vacas, ovejas y gansos por parte de los indígenas, en regiones controladas por los europeos. El mantenimiento de tales animales requirió de cambios radicales en las formas de vida de los sedentarios agricultores. La excepción fueron las tierras altas del Perú, donde ya había precedentes de cría de animales grandes. En la Nueva España fueron pocos los indios que adquirieron incluso rebaños pequeños de ovejas y fueron más escasos aún los indios poseedores del fiero ganado español. Incluso en el Perú, los indios rara vez fueron dueños de grandes números de estos animales.         
Por todas partes, en las regiones controladas por los europeos, sus animales domésticos —de menor tamaño— arruinaron a los indios en vez de enriquecerlos. Su espectacular incremento coincidió con una declinación, de igual magnitud, de la población indígena, lo que no se explica exclusivamente por las enfermedades y la explotación que padecieron. En la competencia biológica, los indios estaban en desventaja respecto al ganado recientemente importado. Las civilizaciones indígenas de alta cultura vivían de una dieta prioritariamente vegetal, por lo que cualquier cosa que afectara radicalmente a sus campos de cultivo también los afectaba fuertemente. Los españoles, ansiosos por establecer en sus colonias su pastoral forma de vida, destinaron al ganado grandes extensiones de tierras que, en buena parte, habían sido cultivadas por los indios con anterioridad. Además, el ganado se extraviaba con demasiada frecuencia, en este nuevo continente donde las bardas y los pastores eran escasos, internándose en sus terrenos, comiendo y pisoteando sus plantas. Según escribió al rey, Mendoza, el primer virrey de la Nueva España, refiriéndose a la situación en Oaxaca: “Su Señoría puede darse cuenta de que si se autoriza la cría de ganado, los indios serán destruidos”. Muchos indios estaban malnutridos, lo que debilitaba sus defensas contra las enfermedades; muchos huyeron a los cerros y desiertos, para enfrentar el hambre en soledad; algunos simplemente yacían por tierra y morían oyendo los mugidos de sus rivales. La historia de este fenómeno es muy nítida en México y existen buenas razones para suponer que lo mismo sucedió en otras partes de América.
 
Lo contrario sucedió en las regiones más allá de los asentamientos europeos, donde los animales tuvieron a menudo un efecto muy positivo para los indios. De ninguna manera eran estos aborígenes tan numerosos como los de Mesoamérica y Perú, por lo que en estas regiones había espacio para los cuadrúpedos inmigrantes. Muchos de estos indígenas eran nómadas y los recién llegados multiplicaron sus recursos para esta forma de vida; estos indios recibieron los caballos, vacas, ovejas y gansos no como rivales sino como agregados de gran valor parar su dieta alimenticia y para obtener de ellos vestimenta y energía.
 
 
Los Trópicos Americanos
 
“Cuando las naciones civilizadas entran en contacto con los bárbaros, la pugna es corta, excepto allí donde un clima pernicioso otorga su ayuda a la raza nativa” afirma Charles Darwin en The Descent of Man, mostrando una vez más su enorme capacidad de observación y sus irremediables prejuicios. En efecto, los europeos lograron finalmente conquistar todo el continente americano, mas no en todas partes obtuvieron el mismo “éxito” que en las “Nuevas Europas”; aunque por falta de voluntad no quedó.
 
El primer contacto con el Nuevo Mundo tuvo lugar en una zona neotropical. El asombro de Colón es ya legendario. “No vi ni ovejas ni cabras ni ningún otro animal… había perros que nunca ladraban… todos los árboles son tan diferentes de los nuestros como el día de la noche, y lo mismo los frutos, la hierba, las piedras y todas las cosas…” Pero al mismo tiempo que no cabía en su asombro, Colón no cesaba de deplorar su ignorancia en cuanto a la utilidad de todo lo que veían sus ojos (Gerbi, 1975).
 
Más claro aún resulta el testimonio de un naturalista del siglo XVII, Bernabé Cobo, quien afirmaba que: “todas las regiones del globo han contribuido con sus frutos y abundancia a adornar y enriquecer esta cuarta parte del mundo, que los españoles encontraron tan pobre y despejada de las plantas y animales más necesarios para sustentar y dar servicio a la humanidad, y sin embargo tan próspera y abundante en recursos minerales de oro y plata”.
 
La falta de sus ovejas y demás animales y plantas conocidas les causaba desasosiego, pero con oro y plata de por medio, todo tenía solución. Así, Colón regresó en 1493 a La Española con 17 barcos, 1200 hombres, trigo, cebolla, perros, cerdos, reses, gallinas, gansos y ovejas, entre otras cosas (ver recuadro Colón en las Antillas). Y gracias a estas precauciones, para principios del siguiente siglo, La Española lo era en todo el sentido de la palabra. Los animales introducidos proliferaban, la caña de azúcar arrasaba con cuanta vegetación se le interpusiera, cultivos y malas hierbas prosperaban —con excepción de la vid, lo que no terminaba de agradar a los colonos— y los arawaks, habitantes nativos de la isla se encontraban al borde de la extinción a causa del maltrato y las enfermedades. El padre Las Casas se lamentaba de ello, así como de la desaparición de los hermosos pastos que había conocido cuando joven. El deseo de europeizar el medio era más que patente.
 
Las Antillas sirvieron de base biológica para la conquista del continente (ver recuadro: En donde los animales remplazaban a los hombres). Ésta avanzaba a tal ritmo que, para el año 1500, habían llegado ya a América, todas las especies de animales domésticos más importantes de Europa. En 1600 se cultivaban la totalidad de sus plantas alimenticias y las enfermedades del Viejo Mundo hacían estragos en la población indígena, acercándola al exterminio. Parecía que los europeos estaban haciendo realidad sus sueños.
 
Sin embargo lo sucedido fue diferente. Actualmente la zona neotropical de América (con excepción del Caribe, que conserva apenas un 10% de lo que tenía como biota y cero indígenas) cuenta con la diversidad biológica y cultural más elevada del planeta. Su flora se estima entre 90,000 y 120,000 especies. Es el área más rica en mamíferos, anfibios y reptiles, y junto con Asia tropical, la de mayor diversidad en aves. El porcentaje de población indígena es aún alto en muchos de los países de esta región: 95% en Bolivia, 73% en Perú, 54.8% en Ecuador, 81.8% en Guatemala y 36% en México (cifras de 1978). El número de lenguas existentes en toda América Latina se calcula en un total de 1491 (Toledo, 1986 y 1985).
 
La pregunta es obligada: ¿por qué no se convirtió esta región en otra “Nueva Europa”?
 
Trigo
En aras de la brevedad, consideremos solamente las plantas alimenticias más importantes para la cocina española —trigo, vid y olivo. La mayor parte de los primeros granjeros españoles en las tierras altas de la Nueva España (México) cultivaron trigo de acuerdo con la política de los virreyes. El gobierno tenía que vigilar constantemente para garantizar que la Nueva España produjera suficiente abastecimiento de trigo y de otros alimentos para su propio consumo, puesto que el gusto por la agricultura no se encontraba entre las virtudes castellanas; sin embargo, alrededor del año de 1535, México ya exportaba trigo a las Antillas y Tierra Firme; a mediados del siglo, el pan en la Ciudad de México era “tan bueno y barato como en España” y, para el último cuarto del siglo, el valle de Atlixco sólo producía 100,000 fanegas (156,200 toneladas) de este cereal al año.
La topografía y el clima del Perú son casi tan variados como los de México y le permiten producir una gran variedad de cosechas. A una generación de la conquista ya se producía arroz, caña de azúcar y plátanos en sus húmedas tierras bajas y valles templados cercanos a Lima y en sus tierras altas se producía trigo en grandes cantidades para la década de 1540. Según el conquistador Cieza de León, en el área alrededor de Arequipa se producía “excelente trigo con el que hacen excelente pan.” A su debido tiempo Perú se convirtió en uno de los principales proveedores de trigo para las regiones más calientes y húmedas del imperio, especialmente para Panamá y Tierra Firme.
 
Puede afirmarse con confianza que los españoles produjeron trigo en casi todas las regiones de las áreas colonizadas de sus posesiones americanas donde el clima lo permitió. A pocos años de esta colonización encontramos que se cosechaba trigo en el Río de la Plata, Nueva Granada, Chile, e incluso en las tierras altas de América Central. Thomas Gage observó, en el siglo XVII que se cultivaban tres clases de trigo en forma rotativa en los valles montañosos de Guatemala. Un examen de cualquiera de los informes geográficos del Imperio español durante su primer siglo —las Relaciones Geográficas de las Indias, los trabajos de Juan López de Velasco o de Vázquez de Espinosa, o el primer volumen de la monumental historia de Antonio de Herrera— nos muestra que alrededor del año 1600 el colonizador español casi siempre podía obtener pan de trigo, a menos que fuera muy pobre o viviera en las cálidas tierras bajas— incluso este último podía obtenerlo si tenía el dinero suficiente para importarlo…
 
En la América española, donde la población blanca a menudo no podía obtener el alimento suficiente para sus necesidades se obligó a los indios a cultivar el trigo y otros cereales europeos ya fuera bajo la supervisión europea directa o exigiéndolo en los tributos en especies que debían pagar. A pesar de esto, los indios rara vez los agregaban a sus propias dietas. Aunque los europeos destrozaron las civilizaciones indígenas e incluso transformaron sus dioses mediante vestimentas cristianas, en muchos de los aspectos fundamentales de la vida, los indios continuaron siendo indios.
 
 
Una historia antigua
 
La respuesta que da Crosby es de orden biológico y la expone basándose en la historia misma, en los fracasos que han sufrido los europeos al intentar conquistar y colonizar zonas como Medio Oriente, Asia y África, que resultaron ser, al igual que los trópicos americanos, “bocados para los que Europa disponía de dientes pero carecía de estómago”.
 
Las Cruzadas pueden ser vistas como una de las primeras y más célebres invasiones intentadas por los europeos. Abanderados por el papa Urbano II, en 1095 los europeos se dan a la muy religiosa tarea de rescatar de manos de los musulmanes la llamada Tierra Santa. Durante dos siglos, miles de cruzados marcharon hacia una zona altamente poblada, con una tradición cultural bastante arraigada, que contiene una biota distinta a la europea y enfermedades como la malaria, a la que sucumbían éstos con mucha facilidad.
 
A partir de observaciones hechas a principios de siglo entre los colonos sionistas de Palestina, de los cuales un 42% contraía la malaria durante los primeros seis meses y un 64.7% a lo largo del primer año, es posible extrapolar y formarse una idea del impacto de esta enfermedad entre los cruzados. Tomando en cuenta que la malaria puede provocar un aborto, y el efecto que tiene ésta en los niños, es posible entender por qué incluso en dónde lograron establecerse, los cruzados jamás consiguieron sobrepasar a la población local que además de ser muy numerosa había convivido con Plasmodium durante tanto tiempo. El Medio Oriente parecía estar cerrado para los europeos.
 
En la parte norte de Asia —China, Corea y Japón— los europeos se encontraron con pueblos muy numerosos que poseían una historia milenaria, una cultura muy cohesionada, cuyos cultivos, animales domésticos y microorganismos se parecían bastante a los de ellos (con excepción del arroz que en esa época no se cultivaba en Europa).
             
La naturaleza no les era muy adversa, pero la población constituía una muralla mayor que la China. Lo más que lograron fue el establecimiento de pequeños enclaves, principalmente puertos, para mantener intercambios comerciales que conformaron grandes fortunas.
 
En Asia tropical los europeos se enfrentaron a múltiples enfermedades que los aniquilaban sin piedad alguna. Además, la población era numerosa, y culturalmente fuerte y poseía plantas y animales domésticos similares a los europeos. Con trabajo lograron consolidar algunos enclaves que, al igual que los del norte, les permitieron hacer fortuna a costa de las riquezas naturales de la región.
 
África fue el hueso más duro de roer. Como invocada, la naturaleza impedía el avance europeo. Las cosechas se podrían, eran atacadas por cientos de insectos y animales, y cuando resistían no crecían mucho o los cereales no daban granos. Los animales domésticos fallecían por la multitud de parásitos ahí existentes, y también, cuando sobrevivían, eran magros y diminutos. Faltos de alimentos y agobiados por los tórridos calores, los colonos no aguantaban la primera enfermedad que los atacara. Fiebre amarilla, disentería, malaria, “fiebre de las aguas negras”, “de los huesos rotos”, eran algunas de las enfermedades más comunes, que, a principios del siglo XIX, por ejemplo, depuraban la mitad de sus hombres a las tropas de la Gran Bretaña instaladas en este inhóspito continente.
 
La conquista del África por los europeos tuvo que esperar a que la medicina los auxiliara con sus investigaciones y que entrara en escena la quinina. Inclusive el intento de los abolicionistas del norte de Estados Unidos de regresar a esclavos emancipados, realizado a fines del siglo XVIII y principios del XIX, tuvo serias dificultades por las mismas razones. De los esclavos enviados a Liberia durante el primer año murió el 21%, y en Sierra Leona en los primeros años falleció el 39%. El sistema inmunológico parecía requerir de un entrenamiento más que de un abuelo africano.
 
Los trópicos de América fueron menos inclementes para la implantación de cultivos y animales domésticos, aunque estos no crecían igual que en Europa ya que resultaban ser más pequeños y débiles. Pero la cosa marchaba mejor que en África, sobre todo para los colonos. De cualquier manera, éstos buscaban las zonas más templadas para instalarse, por las mismas razones que preferían las llamadas “Nuevas Europas”. Las partes más altas resultaban ser más adecuadas, pero el problema radicaba en que éstas eran las regiones más pobladas. Este hecho fue decisivo en la sobrevivencia de las poblaciones indígenas, así como del mestizaje que tuvo lugar en ellas. Su número les permitió sobrevivir a las oleadas de muerte que causaban las epidemias de las enfermedades traídas por los europeos. Lo que se denomina “epidemia en tierra virgen”, es decir, la dispersión de patógenos entre poblaciones nunca antes expuestas a ellos, tiene un efecto exterminador en pequeñas poblaciones, sobre todo en islas no muy extensas, pero no alcanza tales proporciones en poblaciones numerosas.
 
Por ello, a pesar de la violenta disminución de las poblaciones indígenas, éstas lograron recuperarse en dichas zonas, ya que la población europea no avanzaba con mayor velocidad. Esto dio como resultado un fuerte mestizaje. En algunos lugares en donde la población local fue exterminada, se le reemplazó con negros traídos de África, lo cual contribuyó a la conformación actual de la población de Las Antillas y de muchas regiones de América Latina, en donde existe una gran mezcla de estos grupos humanos. No fue así en los Estados Unidos, en donde los negros fueron segregados.
 
Al no convertirse en “Nuevas Europas”, los trópicos se vieron destinados a enriquecer a cientos de colonos que, a diferencia de Cristóbal Colón, habían encontrado utilidad a mucho de lo que ahí había. Tanto en Asia como en África y América, las riquezas naturales de los trópicos fueron extraídas con voracidad, sin detenerse ante los irremediables daños que esto acarreaba. Al igual que ocurrió con el oro y la plata, la explotación de los trópicos americanos despojó de sus tierras a los indígenas, los llevó a su exterminio en donde se opusieran, dejando como testigo un ecosistema completamente deteriorado. La miseria de las naciones que ocupan actualmente estas zonas tiene su origen en esta rapiña que aún no cesa. Las venas de América Latina siguen abiertas.
 
 
Deterioro ecológico por el pastoreo
Durante generaciones, las civilizaciones americanas habían acumulado inmensos tesoros de oro y de plata, que los conquistadores dilapidaron en unos cuantos años. Durante milenios, los pastizales americanos habían acumulado inmensas riquezas de humus, de vida animal y vegetal de organismos visibles e invisibles. El despilfarro que se hizo de estas riquezas era ya evidente en vida de Las Casas quien hizo notar que en La Española habían existido un pasto apetitoso y una paja delicada que él conoció siendo joven, pero que ambos habían desaparecido —suponía que destruidos por el veloz incremento de los rebaños. En la década de 1570, López de Velasco señaló que los pastizales de las islas disminuían de tamaño mientras los guayabos los invadían. Probablemente también influyó la desaparición de los agricultores arahucanos que habían luchado con tesón por mantener la jungla fuera de sus huertas.
 
En la década de 1580, en México eran ya evidentes los efectos del exceso de pastoreo y el padre Alonso Ponce pudo ver ganado muriendo de hambre en ciertas regiones. En la actualidad, la presencia de grandes cantidades de palmitos y de palmeras achaparradas en regiones de México donde una vez pastaron las ovejas, se debe, muy probablemente, al hecho de que éstas terminaron con las otras plantas, más apetitosas. Las vacas no acaban tanto el pasto como las ovejas, pero cuando son guardadas en grandes rebaños tienen también un efecto pernicioso sobre los suelos. A un siglo de la caída de Tenochtitlán, en Sinaloa crecían matorrales donde antes había sabanas.
 
Este fenómeno es bien conocido en el caso de México, pero existen evidencias suficientes como para pensar que una secuencia semejante de acontecimientos —expansión de los rebaños y luego disminución de la cantidad y cualidad de las tierras de pastoreo— aconteció en todas partes o al menos, comenzó a ocurrir en todas partes en América durante los siglos XVI y XVII. Los informes de los primeros colonizadores indican que las sabanas de América Central son, hoy por hoy, mucho menores de lo que eran en vida de Balboa. (Aunque probablemente la disminución de la población indígena fuera un factor más importante que la expansión del ganado en esta región). Ninguna cantidad de animales, por grande que fuera, pudo llevar las especies del bosque a las pampas rioplatenses, pero en la década de 1830, Darwin encontró en Uruguay veintenas, tal vez cientos de millas cuadradas impenetrables por estar cubiertas del espinoso cardo (Cynara cardunculus) del Viejo Mundo. “Yo dudo” dijo “si se ha registrado alguna vez una invasión en escala tan grande de una planta extraña sobre las autóctonas”. Generalmente tales invasiones tienen tanto éxito sólo si la ecología original de la región ha sido quebrantada —como por ejemplo, por un exceso de pastoreo ampliamente extendido. El caso de los llanos es semejante: nadie podría insinuar siquiera que son hoy lo que fueron antes, cuando las crecientes estacionales era menos violentas, pues la cubierta de tierra era aún tan gruesa como para evitar que el agua se volcara precipitadamente en los ríos al terminar la estación de las lluvias y los potrillos podían correr cientos de millas en el pasto fresco que les llegaba hasta el pescuezo.
 
El tremendo crecimiento inicial de los rebaños duró unos cuantos años. Después, muchos factores lo hicieron más lento: la matanza indiscriminada por parte tanto de los españoles como de los indios; los perros salvajes y otros depredadores; insectos y microbios que llegaban de todas partes y adoptaban a los animales europeos como huéspedes los unos y como alimento los otros. Pero la razón principal es probablemente la que sigue: cuando se acabaron las riquezas acumuladas en las praderas, el incremento de los rebaños se produjo a un ritmo más aritmético que geométrico. Martín Enriques informó desde México, en 1574, que “el ganado ya no aumenta tan rápido; antes una vaca podía tener su primera cría a los dos años, porque las tierras eran vírgenes y había muchos pastizales fértiles. Ahora una vaca no da a luz antes de tres o cuatro años”. Estas oscilaciones de la naturaleza ocurren siempre que una región que había estado aislada se abre y se comunica con el resto del mundo. Pero es muy probable que nunca se repita esto del modo tan espectacular en que ocurrió en América, en el primer siglo después del arribo de Colón, a menos que algún día se produzca un intercambio de formas de vida entre los planetas.
 
 
¿Una cuestión de superioridad?
 
El “éxito” de los europeos en las zonas templadas ha sido atribuido por muchos autores a una supuesta “superioridad” natural y curiosamente su fracaso en los trópicos ha sido adjudicado a la “inferioridad” de los ecosistemas tropicales. Esta explicación, ligada a una idea de progreso en donde la cultura occidental es sinónimo de civilización y modelo para los demás, no es sólo el resultado o la explicación a posteriori de un proceso, sino que fue, en buena medida, motor y causa de éste.
 
Es cierto que los primeros contactos entre los dos mundos dejaron testimonios muy diversos. Se registraban hechos y se les buscaba alguna interpretación. Hubo quienes vieron novedad en todo lo que el Nuevo Mundo contenía, les parecía completamente diferente a lo del Viejo, así como hubo quienes encontraron similitudes con este último, viendo el mismo paisaje. El asombro predominaba y el espíritu de superioridad afloraba aquí y allá de manera dispersa. No obstante, la racionalidad en que se quería hacer entrar las diversas apreciaciones era una o variantes con raíces comunes (Gerbi, 1975).
 
Durante esa época las ciencias naturales se desarrollaron considerablemente. El mal llamado descubrimiento tuvo mucho que ver en esto. Pero, como en todas las épocas, el saber oficial se entremezcla con prejuicios e ideologías. La ciencia contemporánea ha dado muestras de la misma capacidad para integrar los prejuicios de la sociedad dentro de sus resultados e interpretaciones. Según el célebre historiador italiano Antonello Gerbi (1982), sería Buffon el primero en sistematizar los hechos más importantes, registrados por las ciencias naturales de la época.
 
Buffon fue uno de los más acérrimos críticos de la supuesta “inferioridad” de la naturaleza americana. El “león americano” (puma) le parece “muy pequeño y poco vigoroso, además carece de melena”. No deja de repetir que escasean los animales de gran tamaño en América, que el tapir, lo más cercano al elefante según él, no llega siquiera al tamaño de una mula joven, y que sólo proliferan los reptiles e insectos. Piensa que el clima y la tierra no son buenos, y que prueba de ello son los problemas que tienen los cultivos para su crecimiento y reproducción y el escaso tamaño de los animales domésticos europeos, su poco peso y el mal sabor de su carne. Los indígenas le parecen flojos, pequeños e imberbes. En suma, se trata de una naturaleza degenerada, “inferior” en todos los sentidos.
 
La tesis de Buffon marca el inicio de una polémica que va a durar hasta principios de este siglo y que en muchos aspectos no ha terminado. Gerbi (1982) pasa revista a las ideas de Voltaire, De Paw, Hume, Kant, Jefferson, Franklin y muchos más. Los principales representantes de las ideas evolucionistas se van a adherir a esta idea. Lyell, el padre de la geología moderna, no tenía empacho en afirmar: “mas si blandimos la espada del exterminio a medida que avanzamos, no tenemos por qué afligirnos por los estragos cometidos”. En la misma línea, Charles Darwin, su discípulo, escribió: “las variedades humanas parecen actuar una sobre otra del mismo modo que las diferentes especies de animales: la más fuerte erradica a la más débil”.
 
La idea de la “ineluctabilidad del avance de la humanidad”, así fuera sobre el cadáver de los indígenas, dio a la colonización una especie de aureola mesiánica. Colonizar al mundo era la nueva cruzada. El genocidio y el ecocidio no eran más que pasos inevitables de la gran marcha de la humanidad hacia el progreso.
 
Con la consolidación de este concepto de “superioridad” se cerró la época en que la actitud eurocentrista era un tanto inconsciente, cuando se llevaban animales y plantas con el fin de reproducir una forma de vida; para dar paso a una actitud en la que la destrucción se hizo consciente, pero se encontraba justificada por la razón científica.
 
Resulta absurdo atribuir la expansión biológica de Europa a una supuesta “superioridad” de la biota europea, como lo es explicar la desaparición o la disminución de los pueblos indígenas por la “superioridad biológica“ de los europeos. Si algo se puede concluir al realizar una integración de los aspectos sociales y naturales, es que su interacción es lo suficientemente compleja como para reducir la historia a uno de ellos.
 
No estaría de más recordar las palabras del padre José de Acosta, quien al señalar que las plantas llevadas de América a España “son pocas y danse mal”, y que las de España en América “son muchas y danse bien”, comentaba con sarcasmo que no sabía qué hacer, si halagar a las plantas para que la gloria fuera de España, o bien, halagar a la tierra para que el mérito fuera de América.
 
Conquistador y pestilencia
¿Por qué pudieron los europeos conquistar América con tanta facilidad? En nuestras historias oficiales, así como en las leyendas, siempre se enfatiza la ferocidad y obstinación de la resistencia de los aztecas, siux, apaches, tupinambas, araucanas, entre otros; pero la ineficacia de esta resistencia resulta verdaderamente sorprendente. Los orientales enfrentaron a los europeos con un éxito bastante mayor, por supuesto tenían las ventajas que les proporcionaban su vasto número y una tecnología mucho más avanzada que la de los indios. Sin embargo, los africanos no estaban, salvo por la posesión de armas de hierro, “miles de años más adelantados que los indios” y las grandes masas de negros africanos no sucumbieron a la conquista europea sino hasta el siglo XIX.
 
Hay muchas explicaciones para el éxito de los europeos en América: la ventaja del acero sobre la piedra; de los cañones y armas de fuego sobre los arcos, flechas y hondas; el efecto aterrorizante que los caballos producían sobre los combatientes que marchaban a pie y que nunca habían visto tales bestias; la falta de unidad de los indios incluso dentro de sus imperios; las profecías de la mitología indígena acerca de la llegada de dioses blancos. Todos estos factores se combinaron para producir en los indios un impacto semejante tan sólo al que sugiere H. G. Wells en La guerra de los mundos. Sin lugar a dudas, cada factor resultó de importancia para cientos de soldados, para Cortés, Pizarro y muchos otros de los grandes matadores de indios.
 
A pesar de todo, podría haberse esperado que algunas sociedades altamente organizadas militarmente como las de México y los Andes, hubieran sobrevivido al contacto con los europeos. Miles de guerreros indios, aunque confundidos, atemorizados y manejando nada más que mazas de obsidiana, podrían haber rechazado a los pocos cientos de españoles que llegaron primero. ¿Y cuál es la explicación para el hecho de que los indios tuvieran tan poco éxito para defenderse y defender sus tierras aún después de haber comprendido que los invasores no eran dioses, de haber obtenido sus propios caballos y rifles y de haber desarrollado tácticas para enfrentar a los europeos?
 
Un indio de Yucatán, después de la conquista española, escribió acerca de la vida de su gente en días más felices, antes de la llegada de los europeos:
 
“Entonces no había enfermedad; no tenían los huesos doloridos; entonces no tenían fiebre alta; no tenían viruela; no tenían el pecho ardiendo; no tenían dolores abdominales; no tenían consunción; no tenían dolores de cabeza. En aquel tiempo el transcurrir de la humanidad era ordenado. Los extraños lo transformaron cuando llegaron aquí.”
 
Sería fácil atribuir estas palabras a la nostalgia que los conquistados sienten siempre de los tiempos anteriores a la aparición de los conquistadores, pero la afirmación es en buena parte verdadera. Durante el milenio anterior a la época en que los europeos empezaron a utilizar tanto el compás como las carabelas de tres mástiles, y revolucionaron así la historia del mundo, los hombres se trasladaban lentamente, muy de vez en cuando, distancias largas, y rara vez a través de los grandes océanos. Vivian en el mismo continente donde habían vivido sus abuelos, y excepcionalmente provocaban violentos y rápidos cambios en el delicado equilibrio que existía entre ellos y su medio ambiente.
 
Las enfermedades tendían a ser endémicas, más que epidémicas, aunque es cierto que el hombre no había logrado todavía una perfecta adaptación a sus parásitos microscópicos. Las mutaciones, los cambios ecológicos y las migraciones trajeron la Muerte Negra a Europa y pocos seres humanos alcanzaban la proverbial edad de setenta años sin haber sufrido las enfermedades epidémicas. Sin embargo, la estabilidad ecológica sí tendió a crear una especie rudimentaria de tolerancia recíproca entre el huésped humano y sus parásitos.
 
La mayoría de los europeos, por ejemplo, sobrevivían al sarampión y a la tuberculosis y la mayoría de los africanos occidentales a la fiebre amarilla y la malaria.
 
Las migraciones de los hombres con sus enfermedades son la causa principal de las epidemias. Y cuando estas migraciones tienen lugar, aquellas criaturas que han estado largo tiempo aisladas son las que más sufren, puesto que su material genético está menos acostumbrado a las diversas enfermedades del mundo. Entre las principales divisiones del Homo sapiens, tal vez con excepción del aborigen australiano, el indio americano fue quien tuvo, con toda probabilidad, el peligroso privilegio de ser el que había estado más aislado del resto de la humanidad. Los historiadores de la medicina suponen que entre las enfermedades más mortíferas que existen son pocas las originarias de América.
 
Estos asesinos llegaron al Nuevo Mundo con los exploradores y los conquistadores. Las enfermedades fatales en el Viejo Mundo mataban con más efectividad aún en el Nuevo y las que eran relativamente benignas allí, aquí se transformaron en mortales. Resulta apenas exagerado lo que afirmaba en 1699 un misionero alemán, quien decía que “los indios mueren con tanta facilidad, que la simple visión y olor de un español es causa en ellos de entregar el alma a Dios.”
 
El periodo más espectacular de mortalidad de los indios americanos ocurrió durante los primeros cien años de contacto con los europeos y africanos. Casi todos los historiadores contemporáneos de los asentamientos más tempranos, desde Bartolomé de las Casas hasta William Bradford de la plantación de Plymouth, se asombraron de las rachas de epidemias que tenían lugar entre las poblaciones nativas de América. En México y Perú a donde llegaron europeos y africanos en mayor número —y por lo tanto, hubo más contacto con el Viejo Mundo— y en donde las crónicas de los sucesos se guardaron con más cuidado que en otras áreas de América, los registros muestran alrededor de catorce epidemias en el primer sitio mencionado y, más o menos, diecisiete en el segundo, en el periodo que comprende de 1520 a 1600.
 
Los anales de los comienzos del Imperio español están llenos de quejas acerca del catastrófico decrecimiento de la población nativa de América. A comienzos del siglo XVII, cuando Antonio de Herrera escribió su voluminosa historia de este imperio, registró como una de las principales diferencias entre el Viejo Mundo y el Nuevo las escasas defensas de los nativos del último con respecto a las enfermedades, especialmente la viruela. Las mujeres indígenas, escribió, sucumbían de manera especialmente rápida, pero rara vez contagiaban a alguien de origen europeo. Los indios llegaron a enfurecerse tanto por la invulnerabilidad de los españoles a las enfermedades epidémicas que amasaban el pan de sus amos con sangre infectada y arrojaban cadáveres en sus pozas —aunque con poco resultado.

Probablemente las víctimas de las enfermedades fueron más en las tierras montañosas densamente pobladas de Nueva España y Perú pero, en proporción con la población residente, la cantidad fue mayor en las calientes y húmedas tierras bajas. Para 1580 las enfermedades, con ayuda de la brutalidad española, habían matado o expulsado a la mayoría de los habitantes de las Antillas, de las tierras bajas de Nueva España, de Perú y del litoral caribeño: “el habitar estas costas es… tan desgastante y condenado que de treinta partes de la gente que allí vive, veintinueve están muy mal y sucede como con el resto de los indios, que en poco tiempo decaen”.
 
 
Quinientos años después…
 
En América, la conquista concluyó, dando paso a la colonia. El proceso de destrucción ecológica y cultural prosiguió. Impusieron religión, lengua, costumbres y leyes, fragmentando cada vez más la identidad de los pueblos indígenas. La independencia prometía acabar con este estado de cosas, pero jamás cumplió. Nunca se tomó en cuenta la voluntad de los pueblos indígenas. Se les trató siempre como a niños aún inmaduros para entender de decisiones y no dejó de vérseles como parte de un pasado que se deseaba olvidar. Los representantes del “progreso” eran políticos e intelectuales autóctonos.
 
A nivel del continente la mayor transformación que vio el siglo XIX ya en su ocaso, fue la ascensión del imperio de los Estados Unidos. Estos se erigieron en luz que habría de iluminar el camino del resto del continente, convencidos de ser los depositarios del legado anglosajón y de que su misión era acabar con la barbarie de su traspatio. La doctrina del Destino Manifiesto es la expresión mas acabada de esta idea. Pronto el continente les quedaría chico.
 
Estos cambios políticos y económicos alteraron poco la idea del desarrollo histórico que había dirigido hasta entonces el desenvolvimiento del continente. Los estadounidenses se afanaban en borrar todo vestigio del pasado indio de la “Nueva Europa”, con el fin de preservar la “pureza” de su sangre anglosajona. En el resto del continente las élites gobernantes harían lo mismo con su pasado indígena, aunque les costaría más trabajo lavar su sangre mestiza. La idea de la “superioridad europea” flotaba en el aire, como lo señala E. Bradford Burns: “Las élites hablaban constantemente de ‘progreso’, acaso la palabra más sagrada del vocabulario político, pero poseedora también de un impresionante conjunto de significados. Generaciones posteriores de estudiosos la reemplazaron por la palabra modernización, más esta sustitución poco hizo para clarificar el concepto. Ambos términos, usados indistintamente en adelante, entrañaban admiración por los valores, ideas, modas, invenciones y estilos más recientes de Europa y Estados Unidos, además de un deseo de adoptarlos —y sólo en raras ocasiones de adaptarlos. Las élites creían que ‘progresar’ significaba volver a crear sus naciones apegándose tanto como fuera posible a los modelos europeo y norteamericano. Creían que sacarían algún beneficio de esta reconstitución, y por extensión, suponían que sus naciones se beneficiarían también. Siempre identificaron (y confundieron) el bienestar de una clase con el bienestar nacional.
   
Este modelo de desarrollo ha tenido el mérito de aumentar el ritmo de destrucción de los ecosistemas de los trópicos, así como la marginación de los pueblos indígenas. La inmensa riqueza de estas zonas pende de un hilo que se desteje cada vez más aprisa. Es tal la miseria y el abandono en que se encuentran estos pueblos, que a principios de este año se reportó la muerte de 1600 indígenas en la Amazonia, a causa de enfermedades como el Sarampión, ante la cual los habitantes de estas zonas carecen de defensas, ¡como hace 500 años! Enfermedades contraídas por el contacto con los explotadores de madera y los garimpeiros, como se les llama a los buscadores de oro. Quinientos años después, el ecocidio y el etnocidio continúan, anunciando aún, según los apologistas de la “civilización” la llegada del supuesto progreso.
 
El tiempo transcurrido ha mostrado la ineficiencia de esta concepción del desarrollo, unidireccional, orientado hacia el modelo europeo. A través de la historia podemos observar a los hombres con su idea de civilización en la cabeza, realizar sus primeros pininos en el inicio de la expansión europea, hasta llegar a la época actual. La inmensa ignorancia que manifestaron siempre los europeos en cuanto a los ecosistemas de otras latitudes como lo muestra el caos producido en Madeira y en las Canarias. La limitación cultural de los colonos que pensaban que sólo se podía vivir de una manera e intentaban a toda costa reproducirla en donde llegaban, sin tomar en cuenta especificidad alguna, lo que contribuyó siempre a aumentar el caos.
 
En las zonas en donde tuvieron “éxito”, la desaparición de elementos de la biota local o el reemplazo de éstos por otros de origen europeo, trajo como consecuencia un empobrecimiento genético que hoy alarma considerablemente a estos países. El exterminio de los pueblos nativos los privó del saber acumulado, en algunas ocasiones durante siglos, y que, con todas las limitaciones que podrían haber tenido, hubieran facilitado la comprensión de los ecosistemas locales. Igualmente, la cultura de las naciones que en la actualidad se encuentran ahí, se perdió de un posible enriquecimiento.
 
En las regiones que no se consolidaron como “Nuevas Europas”, el ecocidio y el etnocidio realizados durante los múltiples intentos y la política de extracción y explotación de las riquezas naturales, sumieron en el subdesarrollo a regiones enteras en donde la miseria fue lo único que progresó.
 
De todo esto emerge con claridad la interacción tan imbricada que existe entre naturaleza y cultura, el efecto que tiene la destrucción de una sobre la otra. La complejidad de las relaciones que hay entre el hombre y sus cultivos, sus animales domésticos y sus microorganismos; entre los hombres y la flora y fauna que los rodean. La consistencia y fragilidad de estas relaciones.
 
Quinientos años después, el modelo de desarrollo sigue siendo el mismo y la tendencia a la homogenización parece cobrar vigor. Esta racionalidad ha mostrado ya sus efectos perniciosos. Que se transforme el progreso en modernización, la esencia sigue siendo la misma. Ante este modelo de “civilización” la pregunta de Herman Melville sigue vigente: ¿es la civilización algo diferente, o es tan solo un estado avanzado de barbarie?
 
 
La Viruela
La epidemia de viruela no sólo mató a grandes cantidades en los imperios indígenas sino que afectó también a sus estructuras de poder al derribar a sus dirigentes e interrumpir los procesos mediante los cuales se reemplazaban normalmente. Cuando Moctezuma murió, su sobrino Cuitláhuac, fue elegido señor de México. Él fue quien dirigió los ataques contra los españoles durante la desastrosa retirada de éstos de Tenochtitlan, ataques que casi terminaron con la historia de Cortés y sus soldados. Fue entonces cuando Cuitláhuac murió de viruela. Probablemente muchos otros dirigentes con poder de decisión en la jerarquía de los aztecas y de sus aliados fallecieron también en el mismo periodo, con lo que se rompieron docenas de eslabones en la cadena del mando. Bernal Díaz cuenta de una ocasión, no mucho después de la retirada española de Tenochtitlán, en que los indios no atacaron “porque había divisiones y facciones entre los mexicanos y los texcocanos” y, factor de la misma importancia porque habían sido diezmados por la viruela.
 
Fuera de Tenochtitlán, las muertes producidas por la viruela entre las clases dirigentes indígenas permitieron a Cortés cultivar la lealtad de hombres en posiciones importantes y promover a quienes lo secundaron. Cortés, refiriéndose a la ciudad de Cholula, escribió a Carlos V: “Los nativos me han pedido que vaya allí, puesto que muchos de sus jefes han muerto de viruela, la que se ceba en esas tierras como lo hace en las islas y quieren que yo con su aprobación y consentimiento, designe a otros dirigentes en su lugar.” Requerimientos similares, prontamente satisfechos, llegaron de Tlaxcala, Chalco y otras ciudades. “Cortés había ganado tanta autoridad”, recuerda el viejo soldado Bernal Díaz, “que los indios llegaban hasta él desde tierras distantes especialmente para tratar asuntos relativos a quién podía ser el jefe o señor, puesto que en ese tiempo la viruela había llegado a la Nueva España y muchos jefes murieron.”
 
De manera similar, en Perú, la epidemia de la década de 1520 resultó un golpe aplastante al centro nervioso mismo de la sociedad inca, arrojándola a unas destructivas convulsiones internas. El gobierno del Imperio consistía en una autocracia absolutista, cuyo emperador era un semidiós: el Hijo del Sol. Perder al emperador podría hacer un daño enorme a toda la sociedad, como lo demostró Pizarro cuando capturó a Atahualpa. Es de suponer que el daño resultaba mayor aún si el Inca era muy estimado, como fue el caso de Huayna Capac. Cuenta Cieza de León que cuando éste murió el duelo “era tal que las lamentaciones y los ayes de dolor llegaban a los cielos y hacían que los pájaros cayeran por tierra. Las noticias viajaron a todo lo largo y ancho del imperio y no hubo lugar donde no causaron gran sufrimiento.” Pedro Pizarro, uno de los primeros que anotó lo que se contaba acerca de los últimos días anteriores a la conquista, juzgaba que “si este Huayna Capac hubiera estado vivo cuando los españoles entramos a su tierra, nos habría resultado impasible vencerlo, porque era muy amado por todos sus vasallos”.
 
Aparte del Inca, muchos otros dirigentes en posiciones clave de la sociedad incaica murieron durante la epidemia. El general Mihcnaca Mayta y muchos jefes militares, los gobernadores Apu Hilaquito y Auqui Tupac (tío y hermano de Inca respectivamente), Mama Coca (la hermana del Inca) y muchos otros miembros de la familia real, todos perecieron de la enfermedad. La desaparición de estos importantes personajes seguramente quitó al imperio mucha de la fuerza para recuperarse. La más peligrosa de todas estas muertes fue la de Ninan Cuyoche, hijo y heredero del Inca.
 
En una autocracia ningún problema es más peligroso o más crónico que el de la sucesión. Aunque imperfecta, una solución que funciona es que el mismo autócrata elija a su sucesor. El Inca designó a uno de sus hijos, Ninan Cuyoche, como el siguiente que portaría “la franja o corona, con la condición de que la calpa, ceremonia de adivinación, demostrara que era ésta una elección auspiciosa. La primera calpa indicó que los dioses no favorecían a Ninan Cuyoche, la segunda que Huascar no era un candidato mejor.Los nobles principales regresaron con el Inca para que realizara otra elección, pero lo encontraron muerto. Repentinamente se había producido una brecha terrible en la sociedad Inca: el autócrata había muerto y no había quien tomara su lugar. Uno de los nobles se movilizó para solucionar esto. “Cuiden el cuerpo”, dijo, “mientras voy a Tumipampa a entregar la corona a Ninan Cuyoche.” Pero era demasiado tarde; cuando llegó a Tumipampa se encontró con que también Ninan Cuyoche había sucumbido a la viruela.
 
Entre las varias y diferentes versiones que existen: sobre la muerte del Inca, la que acabamos de relatarles es la que mejor concuerda con la tesis de este capítulo. Y aunque los relatos difieran en muchos puntos, todos coinciden en que la imprevista muerte de Huayna Capac fue seguida de confusiones respecto a la sucesión. Entre Huascar y Atahualpa estalló una guerra que devastó al imperio y facilitó el camino a una rápida conquista española. “Si el territorio no hubiera estado dividido entre Huascar y Atahualpa”, escribió Pedro Pizarro, “no hubiéramos podido entrar o ganar la tierra, a menos que pudiéramos juntar mil españoles para esta tarea y en esa época era imposible reunir siquiera quinientos.”
 
El efecto psicológico que produce una enfermedad epidémica es enorme, en especial si se trata de una dolencia desconocida y desfigurante que ataca repentinamente. En pocos días la viruela puede transformar a un hombre saludable en un horror, pustulento y chorreante al que sus parientes más cercanos a duras penas pueden reconocer. Tal impacto se percibe en el siguiente registro, conciso y estoico, tomado del testimonio indígena durante la epidemia de Tenochtitlán:
 
“Era [el mes de] Tepeilhuitl cuando comenzó, y se extendió entre la gente como gran destrucción. Rápidamente algunos se cubrieron [de pústulas] por todas partes —sus rostros, sus cabezas, sus pechos, etcétera. Hubo un gran estrago. Muy muchos murieron. No podían caminar; sólo yacían en sus lugares de descanso y lechos. No podían moverse; no podían menearse; no podían cambiar de posición ni yacer sobre un costado, ni boca abajo, ni de espaldas. Y si se movían gritaban mucho. Grande era su destrucción [viruela]. Cubiertas, ocultas por las pústulas, muy muchas personas murieron.”
 
Como registró Motolinía, en algunos lugares de México, la mortalidad fue tan enorme que a los indios les resultaba imposible enterrar al gran número de muertos. “Derribaban encima de los cuerpos muertos las casas, para contener el hedor que subía de ellos”, escribió “de modo que sus casas se convirtieron en sus tumbas.” En Tenochtitlán los muertos eran arrojados al agua, y había un hedor grande, sucio; la hediondez salía de los muertos.”
 
Para quienes sobrevivieron, sólo disminuyó el horror, pues la viruela es una enfermedad que marca a sus victimas para el resto de sus vidas. Los españoles recordaban que los indios sobrevivientes, habiéndose rascado, “quedaron en tales condiciones que asustaban a los demás por las profundas marcas en sus rostros, manos y cuerpos.” “En algunos”, dijo un indio, “las pústulas estuvieron bastante separadas; ellos no sufrieron grandemente, ni muchos [de ellos] murieron. Sin embargo, mucha gente quedó con el rostro echado a perder; la cara o la nariz quedaron agujerados.” Algunos —efecto posterior frecuente de la viruela— perdieron la vista.

El contraste entre la extremada susceptibilidad de los indios a la nueva enfermedad y la inmunidad casi total de los conquistadores, adquirida en España y reforzada en la pestilente Cuba, debe haber impresionado profundamente a los nativos americanos. Por supuesto, ellos se dieron cuenta con rapidez de que había poco parentesco entre Cortés y Quetzalcóatl y de que los españoles tenían todos los vicios y debilidades de los hombres corrientes, pero deben haber conservado una prolongada sospecha acerca de si eran cierta clase de superhombres. Sus espadas y arcabuces de acero, sus galeras maravillosamente móviles y, sobre todo, sus caballos, sólo podían ser herramientas y sirvientes de superhombres. Y su invulnerabilidad frente a la viruela: ¡seguramente una protección que los propios dioses les habían otorgado!
 
El impacto psicológico de la viruela entre los incas sólo puede ser imaginado. Debe haber sido menor que en México, porque la enfermedad y los españoles no arribaron juntos, pero una enfermedad epidémica es terrorífica en cualquier circunstancia y debe haber mermado la confianza de la sociedad incaica de disfrutar todavía del aprecio de sus dioses. A continuación vino la larga y feroz guerra civil que confundió a la gente, acostumbrada a la autocracia del verdadero Hijo del Sol. Y luego, el desastre final: la llegada de los españoles.
 
Los mayas, probablemente los más sensibles y brillantes de todos los aborígenes americanos, expresaron con más mordacidad que cualquiera de los otros indígenas el arrollador efecto de la epidemia. Alguna enfermedad apareció en Guatemala durante los años de 1520 y 1521, limpiando el camino para la invasión de Pedro de Alvarado, uno de los capitanes de Cortés. Probablemente no fue la viruela, pues los registros no mencionan pústulas, pero hacen hincapié en las hemorragias nasales, la tos y las molestias en la vejiga, como síntomas destacados. Puede haber sido influenza; fuera lo que fuese, los mayas cakchiqueles, que guardaron para su posteridad una crónica de la tragedia, se encontraron indefensos para luchar contra ella. Sus palabras hablan en nombre de todos los indios a los que la enfermedad del Viejo Mundo golpeó en el siglo XVI:
 
“Grande era el hedor de los muertos. Después que sucumbieron nuestros padres y nuestros abuelos, la mitad de la gente huyó a los campos. Los perros y buitres devoraban los cuerpos. La mortandad era terrible. Vuestros abuelos murieron y con ellos murieron el hijo del rey y sus hermanos y parientes. Así fue que nos convertimos en huérfanos ¡oh hijos míos! En eso nos convertimos cuando éramos jóvenes. Todos nosotros fuimos eso. ¡Nacimos para morir!”
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Refrerencias Bibliográficas
 
Burns, B. E., 1990. La pobreza del progreso, Siglo XXI, México, 212 p.
Crosby, Alfred W., 1972, El intercambio colombino, Manuscrito, traducción Cristina Carbó, próxima publicación UNAM.
Crosby, A. W., 1986, Imperialismo Ecológico, crítica, Grijalbo, Barcelona, 351 pp. Traducción Montserrat Iniesta, 1988.
Crosby, A. W., 1988, “Ecological Imperialism: the overseas migration of western Europeans as a biological phenomenon” en: The ends of the earth, D. Worster (Ed.), Cambridge Univ. Press.
Friederici, Georg, 1920, El carácter del descubrimiento y de la conquista de América, vol. 3, Fondo de Cultura Económica, México, 1987.
Galeano, Eduardo, 1971, Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI, México, 486 pp.
Gerbi, Antonella, 1975, La naturaleza de las Indias Nuevas, Fondo de Cultura Económica, México, 562 pp. Traducción Antonio Alatorre, 1978.
Gerbi, A., 1982, La disputa del Nuevo Mundo, Fondo de Cultura Económica, México, 884 pp.
Horsman, Reginald, 1981, La raza y el destino manifiesto, Fondo de Cultura Económica, México, 412 pp. 1985.
Toledo, Víctor M., 1985, A critical evaluation of the Historic Knowledge in Latin America and the Caribean. Report to the Nature Conservancy, International Program, Washington D. C. 95 pp.
Toledo, Víctor M., 1986, La etnobotánica en Latinoamérica: vicisitudes, contextos, desafíos, IV Congreso Latinoamericano de Botánica, Medellín, Colombia, 1986, Memorias.
     
Nota
* La información contenida en este trabajo, ha sido tomada en su mayoría de las obras de Alfred W. Crosby. Las citas proceden de éstas, a menos que se señale lo contrario.
     
____________________________________________________________      
César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
____________________________________________________________      
cómo citar este artículo
Carrillo Trueba, César. 1991. La conquista biológica de América. Ciencias núm. 23, julio-septiembre, pp. 42-58. [En línea]
     

 

 

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La inercia,
los peatones
y la muerte
Alexis Po
   
   
     
                     
Cualquier transeúnte que se cruzaba con ella,
invariablemente volvía la mirada para verla.
 
Su aspecto era cadavérico, de piel rígida y grisácea; la mirada fija, perdida, semejaba la imagen de una esfinge olvidada en las dunas del tiempo, de la arena y del sol resplandeciente, esfinge que posa para el cielo tan igual y tan diferente, día a día.
 
El cuerpo rígido —tambaleante, de robot— seguía de frente: las piernas tiesas, cual soldado acatando lo orden, sin pensar, sin sentir, sin discernir ni cuestionar.
 
Los brazos colgaban como el péndulo de un reloj que midiera el tiempo segundo tras segundo, sólido y acompasado, rítmico y constante… mientras existan el universo y la materia.    
 
Músculos faciales tensos, ni gesto ni sonrisa, no miosina, no sinopsis no acetilcolina, no cambio de polaridad membrana-membrana.   
 
Aquel ser sin parpadea, tenso, rígido y en movimiento, se convertía en espectáculo como la aurora, como el crepúsculo, como el bosque y la montaña, como el paisaje marino, como el rock, las luces y la muchedumbre.      
 
El caucho de un auto obligado a detenerse bruscamente pintó el asfalto: sí, había frenado por la impertinencia de aquella autómata ¿qué digo?, no, rectifico: de esa zombi.       
 
Aquella belleza de otro momento continuó hasta que fue detectada por el servicio recolector de entes en inercia: la mujer había fallecido de un paro cardiaco; continuaba caminando porque así había muerto… la naturaleza —en obediencia a la primera Ley de Newton— la mantuvo así hasta que el aparato psicomotor del sistema nervioso central fue desconectado por los físico-médicos del servicio de limpia.
 
 La inercia, superada por la mayor fuerza aplicada, había cesado y el cadáver deambulante cesó su marcha.
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Alexis Po
 
     
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cómo citar este artículo    →
Po, Alexis. 1991. La inercia, los peatones y la muerte. Ciencias núm. 23, julio-septiembre, pp. 70-71.  [En línea]
     

 

 

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Linden E. Higgins      
               
               
Las arañas han sido animales fascinantes desde  tiempos
antiguos. Los griegos mencionan cuando Aranae fue convertida en la primera araña tejedora después de pretender tejer tan bien como la diosa Diana. También hay cuentos antiguos en España acerca de los efectos de la picadura de las grandes Lycosidae, las arañas lobo que, confusamente, eran llamadas “tarántulas”: la persona picada por dicha araña bailaría hasta la muerte —los famosos bailes tarantelas. Sin embargo, en la mayoría del mundo de los animales, los cuentos verdaderos son más complejos y más interesantes que los mitos antiguos y populares.
 
El orden Araneae es uno de los más diversos dentro del grupo Arachnida, que a su vez incluye once subórdenes, entre ellos los alacranes (Scorpiones), ácaros (Acari) y falángidos (Opiliones). Todas las ramas existentes de Arachnida se identifican por tener doce apéndices: ocho patas locomotoras; los pedipalpos, dos patas modificadas ubicadas en cada lado de la boca, y los quelíceros: pinzas o picas que utilizan para comer. Las arañas se distinguen de los demás Arachnida por varios caracteres, los más destacados son: 1) La capacidad de tejer seda, compartida solamente con los Pseudoscorpiones; 2) El cuerpo dividido en dos partes, el opistosoma y el prosoma, con un pedicelo (cintura) muy delgado; 3) Los pedipalpos en forma de patas cortas en el caso de las hembras y en los individuos juveniles, pero modificados para la transferencia de esperma en los machos, y 4) Los quelíceros de dos segmentos, el más distal es un aguijón. Todas las arañas son depredadoras, principalmente de insectos. Por lo general, capturan las presas con las patas y las pican con los quelíceros, los que, por lo general, conducen veneno. Aun si no producen veneno, las arañas inyectan enzimas por los quelíceros y saliva por la boca, y el insecto es digerido fuera del cuerpo de la araña. Las arañas sólo pueden comer líquidos, dado que tienen un filtro muy fino en la faringe, la lámina faringeal, que admite únicamente partículas muy pequeñas (< 1μm).
 
Existen más de 30,000 especies de arañas, clasificadas en 60 familias, las que, a su vez, se dividen tradicionalmente en dos subórdenes, Orthognatha, las “tarántulas” y Labidognatha, las arañas “verdaderas”. El sistema de clasificación superior de las arañas está en desorden, y las relaciones evolutivas entre las familias actualmente son objeto de un intenso estudio. A los ecólogos nos interesan más las relaciones que tienen estos animales con su medio ambiente y, en particular, con sus presas. Estas relaciones se determinan en gran parte, como en todos los depredadores, por su manera de cazar. Según Huey y Pianka (1981), los depredadores se pueden clasificar por la forma de encontrar sus presas, desde los que esperan y cazan presas activas, hasta los que buscan y cazan presas no activas. Con cierta modificación así se pueden organizar las arañas, pero sin olvidar un elemento muy importante: el papel que juega la seda en la caza. Entonces, dividimos las arañas en tejedoras y cazadoras: las que dependen del uso de seda para refrenar sus presas y las que no. En cada uno de estos grupos, se encuentra un continuo conductual desde las que esperan a sus presas hasta las que las buscan.
 
De acuerdo a su dependencia o independencia de la seda para capturar presas, hay varias modificaciones morfológicas, especialmente en el desarrollo de los ojos y la forma de las patas. Las arañas menos activas suelen poseer seis u ocho ojos pequeños, que al parecer sólo pueden distinguir la sombra de la luz, así como el movimiento cerca de las arañas. En contraste, las arañas que buscan a sus presas suelen tener los ojos dispersos sobre la parte anterior del cefalotórax y, frecuentemente, un par de ojos grandes ubicado enfrente del cefalotórax. Las patas de las arañas reflejan su vida sobre seda u otro sustrato. Las arañas que viven sobre seda, normalmente poseen tres garras en cada tarso, y las patas no son peludas, mientras que las que viven fuera de telas, por lo general tienen dos garras y, con frecuencia, patas muy peludas, sobre todo en la parte inferior del tarso y metatarso. A este parche de pelo denso se le llama la escópula. Comúnmente hay también un grupo de pelos densos entre las dos garras, el mechón de las garras. Dos grupos de arañas tejedoras tienen sus pelos modificados para el manejo de la seda: las arañas cribeladas tienen el calamistro en el metatarso de la cuarta pata, y las Theridiidae tienen un peine en el tarso de la cuarta pata.
 
Las arañas cazadoras son menos conocidas porque no dejan un artefacto: la tela; no obstante, presentan un rango de conducta depredador muy interesante: las que esperan generalmente se esconden de diversas maneras, ya sea que ellas mismas construyan sus escondites o que desarrollen una compleja modificación corporal. En cambio las que buscan, tienen altamente desarrollado sus sentidos de la vista y la vibración. Dentro de las arañas que esperan a sus presas se incluyen a las famosas tarántulas de tubos y puertas y las de bolsillos. Las primeras, principalmente de la familia Ctenizidae, escarban tubos y, para cerrar, tejen una puerta o escotillón hecho de seda combinada con pequeñas piezas de hojarasca y tierra. Estos escotillones pueden ser muy simples, o pueden ser muy gruesos y en forma de tapón. La araña suele esperar debajo de la puerta o en la boca, con las primeras patas extendidas hasta que un insecto camine demasiado cerca. Entonces sale inesperadamente (para el insecto), lo agarra y regresa hasta su tubo —casi siempre está fuera del tubo solamente por unos segundos. Una vez dentro del tubo, consume a su presa con tranquilidad y vuelve a esperar.
 
Las arañas de bolsillos, Atypidae, también viven en tubos, a veces escarbados al lado de los árboles. Para esconderse, tejen una bolsa plana de seda sobre la entrada del tubo, que sube por el árbol o sobre el suelo, en la que pueden caminar. La bolsa, camuflageada con hojarasca y tierra, se extiende en ocasiones varios centímetros. Dentro de ella, la araña espera caminando sobre la seda, con la espalda hacia el árbol o al suelo. Cuando siente que un insecto camina por el otro lado, se lanza hacia él, picándole a través de la seda, luego abre un pequeño hueco para pasarlo hacia dentro. 
 
Existen otras arañas que viven también en rincones o en tubos, pero cuya evolución ha dependido más de la seda: tanto algunas tarántulas como las arañas de las familias Filistatidae y Segestriidae, viven en tubos forrados con seda y, de la boca abierta del tubo, extienden hilos de seda en todas direcciones. Los que le sirven a la araña, ya que al tocarlos siente las vibraciones de cualquier insecto que pase. Las Filistatidae han mejorado este sistema al incorporar un tipo de seda llamado cribelada, que tiene la capacidad de detener por un rato a la presa potencial, lo que les da un mayor tiempo para atacar. Lo más probable es que las arañas de telas aéreas hayan evolucionado, una o varias veces, de las arañas que utilizan estas líneas como señales para extender su área de actividad más allá de sus patas. A ellas volveré luego. 
 
Además de la construcción de escondites, un depredador puede ocultarse mediante camuflaje corporal. En varias familias las arañas muestran esta táctica, pero es difícil saber cuándo es por presión de sus propios depredadores, lagartijas y aves, y cuándo para esconderse mejor de sus presas. Es casi seguro que, solamente en el caso de ciertas arañas que comen principalmente abejas y abejorros, la presión evolutiva principal fue evitar que sus presas las detectaran. Estas son las arañas cangrejo, Thomisidae y Philidromidae que posiblemente son una sola familia, Thomisidae), que han tomado sus colores de las flores en donde esperan a las abejas y son casi invisibles. Así escondidas, esperan con sus primeras y segundas patas, largas y fuertes, extendidas. Cuando llega la abeja, y poliniza la flor, simplemente cierran estas patas, atrapando al insecto. Para esconderse mejor, algunas arañas cangrejos cazan únicamente en flores de cierto color; otras poseen la capacidad de cambiar su color a colores cercanos, como entre blanco y rosado, o entre blanco y amarillo.
 
Las arañas cangrejo son más activas que las arañas que viven en tubos: no buscan a sus presas, pero para obtener una mayor cantidad de presas potenciales se esconden en las flores frescas de su mismo color. Más activas aún son las arañas lobo: Ctenidae y Lycosidae, entre las que se incluyen a las famosas arañas de los plátanos, conocidas así porque se esconden en estos frutos para salir después en puertos muy lejanos a sus hogares tropicales. Por lo general, estas arañas son del color del suelo o de la hojarasca, comúnmente rayadas y con líneas oscuras; tienen muy desarrollada la capacidad de recibir vibraciones por aire y suelo, para lo cual cuentan con dos órganos exclusivos de los arácnidos: las tricobotrias y los órganos liriformes. El primero es un pelo muy largo y fino, cuya base es un alveolo enervado. Los más ligeros movimientos del aire mueven el pelo, excitando los nervios de la base, y la araña puede entonces “oír”. Los órganos liriformes son dobleces cuticulares cerca de una articulación en la pata de una araña, cuya función es recibir vibraciones del sustrato. Una vibración del sustrato, digamos la hoja en donde espera la araña al insecto, causa pequeños movimientos de las patas que flexionan las articulaciones, y la araña percibe tales flexiones por el órgano litiforme. Entonces, estas arañas se estacionan sobre una hoja en el caso de las Ctenidae, o en el suelo u hojarasca en el caso de las Lycosidae, y esperan la llegada del insecto. Si una mosca se posa encima de la hoja, la mueve, y la araña queda así notificada de la cercanía de una presa potencial. Como son cazadoras más activas, tienen más desarrollada la vista que las arañas que simplemente esperan a sus presas. Pero no tanto como las cazadoras más famosas, las Salticidae.
 
Las Salticidae son unas de las arañas más bellas a pesar de ser tan pequeñas. Este grupo ha dejado de esperar a sus presas para andar en una búsqueda siempre activa, por lo que han desarrollado la mayor capacidad visual de los arácnidos: la percepción de colores y de profundidad. Cada par de ojos, de ocho que posee, están especializados: los cuatro grandes anteriores les sirven para una mejor percepción del color y de la profundidad; los cuatro laterales y posteriores los usan para detectar movimientos. La conducta depredadora de estas arañas ha sido comparada con la del gato, debido a la capacidad que tienen de orientación en tres dimensiones. Acechan a su presa hasta que esté lo suficientemente cerca para entonces saltar sobre ella; de este salto le viene su nombre común y científico: araña saltadora o Salticidae. La bella coloración que distingue a los machos de estas arañas de otras, no está relacionada con su manera de cazar, sino con el cortejo de las hembras, ya que como ellas sí tienen visión de color, han escogido, en el tiempo evolutivo, a los machos más llamativos.
 
Las arañas tejedoras, por su parte, han tomado otro camino evolutivo: como se mencionó anteriormente, lo más probable es que estas arañas provengan de aquellas que utilizaron hilos alrededor de sus escondites. Mientras que las cazadoras activas dejaron de tejer trampas (pero siguen tejiendo nidos), las tejedoras por lo general están restringidas a sus telas, a tal grado que algunas casi no pueden caminar sobre un sustrato plano, y sus percepciones están orientadas a la recepción de vibraciones transmitidas por la seda. La distinción entre la cazadora activa y la que espera, es un poco más sutil en este grupo, dependiendo de la frecuencia con que abandonan el sitio de una red para construir en otro lugar. Esto a su vez, depende en parte del tipo de seda utilizado y de la facilidad con que la araña puede consumirla.
 
Las arañas de ciertas familias tienen la capacidad de comer y reutilizar su seda, ya que ésta, y todas las sedas, están hechas a base de proteínas, cuya composición determina sus propiedades: si incluye muchos aminoácidos cortos, como la glicina, tenemos una seda poco elástica pero muy fuerte, mientras que, si incluye aminoácidos largos, el resultado es una seda más elástica. En realidad, un hilo de seda tiene secciones elásticas y secciones duras, o cristalinas, y la proporción relativa de los dos tipos determina las propiedades físicas del hilo (Denny, 1976). Cada araña cuenta con cuatro o seis hileras, conectadas a dos o tres pares de glándulas, cada una de las cuales produce una seda químicamente distinta. La tela de una araña es un complejo de hilos de diferentes tipos de seda, y cada hilo de la tela está compuesto por dos o más hilos de seda. Por lo general, la seda menos cristalina es digerida más fácilmente, pero también más fácilmente destruida con la captura de las presas, por lo que las arañas que tejen este tipo de seda tienen que reemplazarla frecuentemente debido al daño ocasionado durante la captura.
 
Otra importante propiedad de la seda, para entender su función en la vida depredadora de la araña, es su viscosidad. Por un lado tenemos la seda no pegajosa, o seca, que forma la mayor parte de la que tejen las arañas; por otro lado, y en menor proporción, está la seda pegajosa que es de dos tipos: la cribelada y la viscosa. La primera es pegajosa por las propiedades del tejido en sí: cada hilo está compuesto en realidad, por cientos de hilos microscópicos, tejidos laxamente sobre un hilo central. El resultado parece funcionar como la parte dura del cierre mágico: cada insecto tiene miles de pequeños pelos que se atoran en estos finísimos hilos, lo que hace que se quede allí hasta que la araña pueda atacar. Las arañas que tejen este tipo de seda tienen un órgano especial, el cribelo, que produce los hilos finísimos y tienen también los peines en los metatarsos de las cuartas patas para doblar los hilos sobre el hilo central, el calimistro. La seda viscosa funciona igual a la cribelada, pero mediante otra propiedad. En ésta, el hilo está cubierto por gotitas de glicoproteína pegajosa, el insecto que choca con tal hilo se pega en varias de las gotas y se queda allí detenido hasta que llega la araña. La seda viscosa es la menos permanente, dado que cada presa u objeto que toca la tela, remueve gotas de glicoproteína, además de que se cubre de polvo, lo que reduce su efectividad; por otro lado si llueve, la glicoproteína se disuelve en el agua dejando la tela seca y no pegajosa.
 
Tenemos entonces que se puede organizar a las arañas tejedoras, de acuerdo a la permanencia de su tela, que refleja el tipo de seda utilizada y que corresponde aproximadamente a su tendencia de esperar o buscar presas. Las telas muy permanentes están hechas de seda no viscosa, fuerte, que no se daña fácilmente en la captura de las presas o con el clima, mientras que, las menos permanentes, son telas orbiculares, hechas con la espiral de seda viscosa y elástica. Entre estos extremos hay una amplia gama de telas, más o menos débiles, cuya seda puede o no ser reciclada por la araña cuando la reemplaza o se cambia de un lugar al otro.
 
Las más permanentes son las telas no pegajosas que incluyen las fabricadas por las tarántulas de bolsillo ya discutidas, que raramente cambian de lugar, y por las familias que tejen telas aéreas desordenadas. Todos los que hacen limpieza conocen bien a estas últimas porque son las que invaden los rincones de los edificios con sus telas de laberinto: Theridiidae. Fuera de las casas, hay una cribelada que también tiene telas desordenadas, las minúsculas Dictinidae, que tejen sus telas entre ramitas secas. Las telas de taza y platillo también son bastante resistentes a las fuerzas ambientales. Estas telas son de las Linyphiidae, tejidas en forma de una taza de seda, a veces tienen una plataforma debajo, conocida como platillo. La araña vive colgada de la taza sobre el platillo, capturando insectos que, confundidos por el laberinto de seda sobre la taza, caen en ella.
 
La seda cribelada tiende a ser más fuerte que la seda viscosa y, como se ha mencionado, es producto de una glándula especial. Muy interesante resultan entonces los paralelos en forma de telas cribeladas y telas secas o viscosas de las arañas no cribeladas. Telas alrededor de tubos, tejidas por la cribelada Filistatidae y la no cribelada Segestria; las telas de laberinto por Dictinidae (cribelada) y Theridiidae (no cribelada), y las telas orbiculares hechas por familias de los dos grupos. Los orígenes respectivos de la seda cribela y la forma de la tela, han sido objeto de mucha especulación, particularmente en el caso de las telas orbiculares.
 
Las telas orbiculares o telas modificadas de la forma orbicular, son tejidas por seis familias no cribeladas (las arañas araneoideas) y dos familias cribeladas (Uloboridae y Dinopidae). No está claro cuántas veces ha evolucionado, tampoco si es la forma primitiva de las telas de Theridiidae y Linyphiidae, o si la orbicular evolucionó de estas telas menos organizadas (Coddington, 1986). Lo que sí es cierto es que, considerando la inversión de seda contra la captura de presas, es una trampa muy eficiente, y es uno de los artefactos más bellos de los animales. Las telas más conocidas son de las familias Araneidae y Uloboridae. Las arañas de la familia Araneidae reemplazan sus telas una o dos veces al día, y la mayor parte de ellas reciclan la seda con eficiencia no menor de 30%, posiblemente alcanzando 90%. Las Uloboridae tejen telas orbiculares que no son recicladas, sino que son bastante permanentes, con la espiral hecha de seda cribelada sobre radios secos.
 
Una vez que fabrican la tela, algunas arañas esperan a los insectos en el mismo centro de la tela, mientras que otras las modifican y, tejen un hilo-señal que va desde el centro de la tela, hasta su escondite en una hoja cercana. Desde el centro o desde un escondite, la araña tiene que responder rápido ante una presa detenida, ya que aún con la seda pegajosa, el insecto queda preso solamente por unos segundos. Entre los insectos más rápidos para escapar están las mariposas, particularmente las nocturnas. Es posible que las telas viscosas sean una de las fuerzas evolutivas para el desarrollo de las escamas en sus alas, ya que al dejar tales escamas pegadas en la tela, pueden escapar más rápido de lo que responde la araña. Sin embargo, varios Araneidae han desarrollado telas especiales para la captura de dichos insectos.
 
Resulta apropiado, antes de discutir sobre las arañas especializadas, mencionar algo sobre las arañas de tela menos conocidas y tal vez las más espectaculares: las arañas sociales. Generalmente, pensamos que las arañas, depredadoras, son altamente solitarias, y eso es cierto. Pero en cinco familias de tejedoras, se ha desarrollado una cierta sociabilidad, que va desde la convivencia hasta la formación de grupos que actúan en conjunto para cazar y para criar. Las más estudiadas son las Agelena consociata (Agelenidae) de África y la Anelasimus eximus (Theridiidae) de América. Ambas, aunque podrían considerarse verdaderamente no sociales en la definición de Wilson (1971), son altamente sociales. La relación sexual está sesgada hacia las hembras, cazan presas muy grandes por acción conjunta, y juntas protegen los huevecillos de los parásitos y alimentan por regurgitación a las crías. Muchas arañas son periódicamente sociales, formando grupos en microhábitats ricos en alimento, o viviendo juntas por un tiempo, después de salir de la bolsa de huevecillos. Probablemente, la socialidad en las arañas proviene de estos grupos familiares. Algunos experimentos con arañas no sociales, han mostrado que dando suficiente comida a grupos de arañitas, éstas siguen viviendo juntas sin canibalismo por varios estados. Es notable que todas las arañas sociales conocidas viven en lugares tropicales húmedos lo que nos hace pensar que, a lo mejor, la abundancia de presas es crítica en la evolución de la vida social.
 
En general, las arañas no están especializadas y capturan casi cualquier presa dentro del rango de tamaño que puedan manipular; así las cazadoras prefieren presas que sean entre 40-50% su propio tamaño, mientras que las tejedoras, pueden capturar presas de hasta 100 o 130% su tamaño. La sociabilidad es una manera de aumentar la eficiencia de captura, por lo que los grupos de arañas logran presas mucho más grandes que las que lograrían individualmente. En la eterna competencia entre depredador y presa, ciertas arañas se han especializado en la captura de insectos no disponibles a la tela normal. Dos casos, particularmente interesantes lo son la captura de insectos que caminan sobre el sustrato y la captura de mariposas nocturnas.
 
Hay dos arañas que se destacan por su capacidad de capturar insectos sobre el sustrato: la Dinopis y arañas de la familia Scytodidae. En ambos casos, el uso de la seda es reducido. Las scitodidas no tejen telas de trampa, sino telas desordenadas en las que viven. Cuentan con prosomas muy grandes que les permiten contener las glándulas de veneno y el pegamento que producen. Una presa que pasa por un radio de acción de la araña (1-2 cm) se verá cubierta por el pegamento venenoso, que arrojan los quelíceros, de la araña y que pegan a la presa al sustrato y la envenena. Por otro lado, están las arañas con pequeñas telas derivadas de la tela orbicular, las Dinopis. Ellas tejen una pequeña red rectangular de seda cribelada, que sostienen entre sus primeras cuatro patas. Luego, suspendidas de unos hilos sobre el suelo, esperan el paso de insectos nocturnos. Cuando pasa un insecto en su radio de acción, extienden sus patas estirando la tela capturándolo, como lo haría un pescador tirando su red para pescar.
 
Varias arañas de la familia Araneae, independientemente unas de otras, han desarrollado redes reducidas para la captura de mariposas nocturnas. Estas redes toman varias formas, dos de las más comunes están hechas de hilos sueltos y escaleras. Las telas escaleras todavía se parecen a la tela orbicular: tienen un centro que puede estar al final o al principio de la escalera, y unos pocos rayos se extienden verticalmente. Se han descubierto dos casos, una en África y la otra en Sudamérica, que funcionan en la misma manera. Una mariposa que choca con la tela cae, y al caer pierde escamas hasta que las alas, desnudas se pegan a la tela y la araña puede capturarla. Las más hábiles cazadoras de mariposas, lo son las arañas boleadoras, Mastophora. Estas arañas no tejen nada parecido a la tela orbicular de sus ancestros, y capturan solamente mariposas nocturnas masculinas. Su sistema consiste en que se cuelgan de unos hilos, extienden otro más con una gota pegajosa al final y lo hacen girar en el aire. Esta gota además de pegajosa, tiene un elemento clave: la araña produce un pegamento que tiene el olor de la mariposa hembra; así los machos son atraídos hacia su muerte.
 
Las arañas ofrecen modelos para el estudio de la coevolución de presa y depredador, y el estudio de la evolución de la conducta animal. Para entender la coevolución y las causas próximas y últimas de la conducta, necesitamos entender mejor las relaciones evolutivas y la sistemática de varios grupos de arañas. De esta manera se podría obtener una serie de estudios comparativos entre y dentro de géneros y familias, sobre lo cual comenzar a estudiar la evolución de la conducta. Pero todavía no sabemos mucho de la conducta, la fisiología ni la ecología de la mayoría de las familias de las arañas, incluso de las familias más conocidas, como Salticidae y Araneidae, tenemos estudios sobre pocas especies. Es necesario recabar más información básica, antes de tener esperanzas para la reconstrucción filogenética y la construcción de modelos de la evolución de las relaciones entre las arañas y sus presas.
 
 articulos
 
Referencias Bibliográficas
 
Coddington, J. 1986. “The monophyletic origin of the orb web” in: Spiders: Webs, behavior and evolution. W. Shear, ed., Stanford University Press, Stanford, CA., pp. 319-363.
Denny, M. 1976. “The physical properties of spiders’ silk and their role in the design of orb-webs”. J. Exp. Biol. 65:483-506.
Huey, R. B. y E. R. Pianka. 1981. “Ecological consequences of foraging mode”, Ecology 61: 991-999.
Wilson, E. O. 1971. The Insect Societies, The Belknop Press of Harvard University Press, Cambridge, MA.
 
 
 
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Linden E. Higgins
Centro de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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cómo citar este artículo
Higgins, Linden E. 1991. Las arañas: cazadoras y tejedoras, visión y seda. Ciencias núm. 23, julio-septiembre, pp. 4-11. [En línea]
     

 

 

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Santiago Ramírez      
               
               
1968 colocó a las instituciones educativas, a los métodos
de enseñanza, a la pertinencia de lo que se enseñaba —y a sus contenidos—, a la orientación de las investigaciones —y a la investigación misma—, en la mira de la crítica; pero, sobre todo, puso en crisis las formas de legitimación de las relaciones cotidianas, lo que posteriormente se tematizaría en torno al ejercicio del poder.
 
Desde la guerra de Vietnam hasta las relaciones familiares; desde las formas burocráticas y autoritarias del Estado, hasta los usos estrictamente individuales del cuerpo, todas las formas de actividad y sus contenidos fueron cuestionados: el Ché Guevara, John Lennon y Herbert Marcuse eran algunos de los personajes más visibles de estas revueltas que no dejaban ningún aspecto de la vida sin ser atacado.     
 
Fueron tiempos en los que todo era inminente, en los que todo era para el día siguiente: en América Latina se anunciaba la revolución socialista y con ella el hombre nuevo, la segunda declaración de la Habana enunciaba el credo que se convirtió en la razón última de nuestro quehacer: “era la hora de los hornos y no se debía de ver más que la luz”.
 
Genaro Vázquez, Camilo Torres y los Tupamaros constituían otros tantos elementos de una mitología que veinticinco años después, es el núcleo de nuestra nostalgia. Nostalgia de la esperanza: hace veinticinco años todo era inminente y sobre todo, todo era posible.    
 
En ese panorama optimista, en esa visión prometedora del mundo, en esa referencia a lo que entonces era futuro y que hoy no es más que una lista de frustraciones y desencantos, ya aparecían hechos inquietantes que incidían en algunas de las certezas en que sustentábamos nuestra misión histórica, nuestro papel en la historia y nuestra confianza en el porvenir luminoso de la humanidad.    
 
Las divergencias chino-soviéticas, el informe de Jruschov, la invasión a Checoslovaquia, la expulsión de Claudín del PC español y el muro de Berlín, no podían ser atribuidos solamente a las malévolas maniobras de los enemigos agazapados en la infinidad de agencias y corporaciones que, desde la CIA hasta el Opus Dei, se empeñaban en oponerse a la gran marcha de la humanidad.    
 
Pero, por otra parte, contábamos en nuestro haber con la irrefutable, la indudable, la incontrovertible fuerza de la cientificidad del materialismo histórico y dialéctico.    
 
Cuando la práctica política necesitó de la teoría, para extender la confrontación más allá de las barricadas o mas allá de las asambleas, la cientificidad del marxismo preveía de las razones y las ocasiones para hacer de los discursos vigentes de legitimación, simples artificios ilusorios o fantásticos, que fueron agrupados inmediatamente bajo el rubro omniabarcante y peyorativo de “ideología”.
 
El papel que Althusser jugaba en ese maniqueísmo teórico, desde donde se justificaba el conjunto espontáneo de nuestras intuiciones y de nuestras prácticas, era insoslayable.
 
En efecto, Althusser nos permitía deslindar con una claridad que hoy resulta sospechosa, no solamente dos bandos en la lucha política, sino dos partidos cristalinamente delimitados en la lucha teórica: por un lado quienes, como Marx, ya habían denunciado, solamente interpretaban al mundo y, por el otro, los que lo habrían de transformar: era la reconfortante e irreconciliable distinción entre la ideología y la ciencia.      
La tarea era particularmente simple en los ámbitos teóricos del discurso filosófico o de las ciencias “humanas y sociales”. En el quehacer propiamente científico, en el de las ciencias “exactas y naturales”, la distinción entre un discurso científico al servicio del proletariado y un discurso científico, sometido a las inhumanas necesidades de una burguesía malvada, resultaba difícil de establecer.
 
Ciertamente los usos bélicos del conocimiento científico o la ideología de los sujetos de la ciencia, formaban parte de las posibilidades de la crítica marxista a la producción científica; sin embargo, la cientificidad misma impedía una crítica radical a la forma en que el conocimiento se estructuraba.
 
La lectura de Althusser nos permitió ir más allá de la crítica romántica e inocente que se oponía a los usos “dominantes" del conocimiento científico: si bien era cierto que no podíamos ignorar el horror de Hiroshima, Althusser nos permitía ir más allá de la crítica del uso que se daba a los descubrimientos científicos: nos permitía reconstruir la historia de la ciencia.
 
Fue gracias a Althusser que conocimos a Bachelard y, también gracias a Althusser, conocimos a Koyré. Fue entonces que nos percatamos de que la ciencia no era una. Fue también entonces, cuando nos percatamos que la ciencia experimentaba grandes saltos, grandes revoluciones o, como les llamaba Bachelard, rupturas epistemológicas. En medio del optimismo, Marx era el anuncio de una eclosión que nos haría partícipes de una nueva conflagración, la que transformaría a la ciencia en el momento teórico de la revolución que se anunciaba.
 
Así como en otros ámbitos se dilucidaban los momentos precisos de ruptura entre el joven Marx y el Marx de los marxistas, nosotros intentábamos discernir, para provocarlos, los momentos en que se habrían producido las grandes revoluciones teóricas. Más modestamente, intentábamos, por lo menos, diagnosticar en dónde yacían los obstáculos “epistemológicos” que impedían que esta ruptura se llevara a cabo.
 
Así llegamos al concepto de “problemática”. Es decir, apoyados sobre lo que se concebía como “el método científico correcto”, el método de lo concreto a lo abstracto para recuperar “el concepto de múltiples determinaciones”, criticábamos el modo de construcción del aparato teórico de la ciencia, no desde el punto de vista de sus procedimientos, sino desde el punto de vista de los problemas y de las preguntas que los científicos se proponían; esto nos permitía “denunciar” los usos estrictamente teóricos de un método científico, el que, siguiendo a Althusser, considerábamos infalible.
 
Un texto —hoy famoso— de Dominique Lecourt, nos permitió montar un primer aparato teórico, desde donde podíamos incidir en el desarrollo futuro de la ciencia. Fue en el texto de Dominique Lecourt en donde por primera vez encontramos a Canguilhem y a Foucault.
 
Canguilhem nos permitió transitar del problema al concepto y del concepto a la teoría: desarmando conceptualmente la teoría, creíamos poder encontrar la problemática que la había gestado y, con ella, el carácter de clase que se daba al método científico.
 
Foucault fue rápidamente descalificado, porque no tenía “confianza en el materialismo histórico”.1
 
Pero en Canguilhem había más. Había la monstruosidad teórica de las “ideologías científicas”. Es decir, la posibilidad de transformación de contrarios congruente con el punto de vista de las inolvidables “tres leyes de la dialéctica”. En otras palabras, la historia hacía posible la transformación de la ciencia en ideología y de la ideología en ciencia. La segunda posibilidad era inconcebible. La primera era prácticamente demostrable. El punto conflictivo era, sin embargo, el sustrato, la transformación de los contrarios y, con ella, el aparato teórico del “materialismo dialéctico”. De manera más general, la cuestión consistía en dilucidar la relación entre ciencia y filosofía.
 
El primer elemento que althusserianamente debía introducirse —después de la famosa autocrítica—, era la política: la relación entre ciencia y filosofía siempre estaba, siempre estuvo, mediada por la política, ésta se concebía como el quehacer discursivo en torno al ejercicio del poder.
 
Puestos en el campo de la política, no cabía la duda. Nuestro punto de vista era irreductiblemente el del proletariado: la ciencia se convertía así en la víctima inocente a la que sorprendían, en abierta complicidad, las necesidades del ejercicio “burgués” del poder y el discurso teórico de la filosofía burguesa.
 
La crítica a esta forma de articulación entre ciencia y filosofía, nos condujo a proponer un nuevo discurso filosófico acerca de la ciencia que, suponíamos, habría de transformar a la propia ciencia en un elemento de subversión de los modos de ejercicio del poder. Sin embargo, la forma misma de articulación, todavía no se ponía en duda. Además, este nuevo discurso filosófico, ya no podía ser el del materialismo dialéctico, porque el materialismo dialéctico reproducía una racionalidad “burguesa” como estructura sustantiva de la cientificidad. A fin de cuentas, todo racionalismo era burgués y un discurso proletario acerca de la ciencia debía ser crítico de la racionalidad. En otros contextos se intentó mostrar que el discurso filosófico al que debíamos oponemos, era el humanista. Sin embargo, esta vertiente no era utilizable para la crítica proletaria de la ciencia y de este modo descubrimos a Foucault (y a través de Foucault a Nietzsche) y nos adherimos entusiasmadamente al idilio entre Althusser y Lacan, reedición de la ansiada y largamente esperada reconciliación entre Freud y Marx.
 
El panorama no podía ser más halagador, las fuentes de antifundamentalismo radical eran inagotables: desde la desesperación pascaliana hasta la locura de Artaud, toda manifestación incoherente era una crítica de la racionalidad y, por lo tanto, de la ciencia, burguesa.
     
La racionalidad burguesa estaba caracterizada como aquel discurso que se estructuraba en torno de los requerimientos de coherencia, exactitud, orden, sistematicidad, inteligibilidad y sentido. Nuestra misión consistía en demostrar que ninguno de estos requisitos era necesario ya que sólo aparecían como imposiciones externas, en función de las necesidades de legitimación de un poder que, a estas alturas, ya no era solamente el de la burguesía sino todo poder posible, todo Poder con P mayúscula.
   
El hilo conductor de esta crítica era la historia. El estatuto teórico de esta historia estaba dado desde la única ciencia posible, la ciencia del materialismo histórico. Esta era el ancla que todavía nos daba identidad, que todavía nos indicaba la posibilidad de nuestra propia racionalidad: la cientificidad del materialismo histórico fue el último residuo de nuestro último pecado. En algún sitio debíamos preservar lo que nos atara al mundo. La otra alternativa era la esquizofrenia pura. En cierto modo, nos encontrábamos atrapados entre nuestra historia individual, nuestro inconsciente y la historia.
 
En esta misma trampa estaba atrapado Althusser.
 
Este callejón, esta paradoja, esta imposibilidad teórica y práctica, este proceso de autocrítica despiadada, sin misericordia y sin compasión, fue el proceso en torno al cual Althusser nos dio las más grandes lecciones; primero fue el fin del idilio con Lacan, después la crisis del marxismo. Por último el “suicidio” de Louis Althusser, desplazado a un incidente que la justicia francesa, con una sabiduría misteriosa, declaró como un “no lugar”: la muerte de Elena Althusser.
 
En diciembre de 1980, hace diez años, hubo una extraña e inquietante coincidencia entre la muerte de John Lennon, el juicio a la Banda de los Cuatro en la China post-maoísta y la muerte de la esposa de Louis Althusser.
 
Paul Henry, discípulo de Althusser escribía días después, “Althusser ha sido de los primeros en encontrarse arrinconado entre el inconsciente y la historia. Toda una generación de intelectuales se encuentra hoy atrapada en ese mismo sitio. Como no se dediquen a cultivar coles o a cuidar borregos en los Pirineos, tendrán que ver con esto, para bien o para mal… Entre quienes vieron en Althusser un pretexto para enviar todo al diablo, como si se tratara de un delirio o de un fantasma y quienes no quieren, o no pueden, oír nada sobre lo que ha sucedido, hay que tomar en cuenta el vínculo entre lo que condujo a tales hechos y lo que permitió a Althusser desarrollar sus posiciones teóricas…”
 
Diez años después, aquel mundo que hace veinticinco años nos ofrecía todas las posibilidades, aquel mundo que debíamos transformar armados de alegría, se ha derrumbado de manera estrepitosa. Aquel mundo cuyos cimientos estábamos construyendo, aquel que nos dio la oportunidad de creer en los actos de fundación, es hoy un conjunto de ruinas, de recuerdos y de nostalgia. De 1970 a 1980 fuimos conducidos por Althusser, desde una visión en la que todo era posible a otra en la que ya nada era posible. De 1980 a 1990, el silencio de Althusser fue el testimonio elocuente, con el que dimos fe de que todo aquel universo en el que sustentamos nuestra razón de ser estaba, corroído por la fragilidad de lo fantástico, de lo ilusorio, de lo mítico.
 
Con Althusser calló para siempre y cayó para siempre el porvenir de una ilusión.
 
Pero Althusser no es solamente la víctima-testigo de las transformaciones del mundo de este último cuarto de siglo. Nos hizo pensar, volver a pensar y empezar a pensar, en torno de todo aquello que constituían nuestras certezas, nuestros hábitos reconfortantes, nuestros puntos de apoyo, nuestros dogmas, nuestras razones para ser y para hacer. Con su muerte, Althusser ya no nos conduce simplemente a pensar en otras cosas. La muerte de Althusser, con la que alegóricamente hacemos referencia a la del Ché Guevara, a la de John Lennon, a la de Michel Foucault, a la de Michel Pecheux y a la de Carlos Pereyra, pero también a la de Franco y a la de Caeucescu, suscita volver a pensar, sin más. A volver a pensar todo. Si Althusser inevitablemente evoca ¡nuestra autobiografía y nuestra mitología personal, su muerte nos obliga a cuestionar nuestra historia y nuestro propio ser: nuevamente.
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Nota

1. Lecourt, Dominque, Pour une critique de l’épistémologie, p. 117.

     
____________________________________________________________      
Santiago Ramírez
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacionla Autónoma de México.
     
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cómo citar este artículo
Ramírez, Santiago. 1991. Los años de Althusser. Ciencias núm. 23, julio-septiembre, pp. 64-69. [En línea]
     

 

 

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