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Alejandro Casas y Javier Caballero      
               
               



 

 


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Referencias bibliográficas
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Caballero, J. 1994. "La dimension culturelle de la diversité vegetalle au Mexique", en Jounal D 'Agriculture Traditionalle et de Botanique Apliquee, (nueva época) 36(2): 145-158.
Casas, A. 1992. Etnobotánica y procesos de domesticación en Leucaena esculenta (Moc. et Sessé ex A.DC.) Benth. Tesis de maestría, Facultad de Ciencias, UNAM, México.
Casas, A., J.L. Viveros y J. Caballero. Etnobotánica mixteca: sociedad cultura y recursos naturales en la Montaña de Guerrero. INI-CONACULTA, México. En prensa.
Flannery, K.V. (ed.) 1986. Guilá Naquitz. Academic Press, Nueva York.
Harían, J.R. 1975. Crops and Man. Foundation for Modern Cropscience Series, American Society of Agronomy, Madison.
Hernández-X., E. 1985. Biología agrícola, CECSA, México. 

     
       
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Alejandro Casas y Javier Caballero
Jardín Botánico, Instituto de Biología, UNAM

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De piñas y piñones
Rosa María Fonseca Juárez
   
   
     
                     

México es un país privilegiado al poseer cuarenta y nueve especies de pinos de un total aproximado de cien existentes en el planeta. En nuestro país se pueden encontrar diferentes especies, desde el nivel del mar hasta cerca de cuatro mil metros de altitud,  lo mismo en ambientes húmedos que en zonas semiáridas; ningún otro país en el  planeta posee tal cantidad de especies. 

Los bosques de pinos han proporcionado al hombre productos conocidos como la  madera para muebles y construcciones, la pulpa para fabricación de papel y resina, a  partir de la cual se producen  lacas y aguarrás entre otros.También se extraen de ellos  las llamadas "pinas de pino" o  "conos", que son esas estructuras más o menos cónicas  en donde se forman las semillas; las pinas son destinadas generalmente a la producción  de artesanías o adornos propios de la época navideña. 

Las diferentes especies de  pinos producen una gran  cantidad de semillas, la mayoría de las cuales cumplen un papel muy importante como estructuras de reproducción y que no son utilizadas  por el hombre. Pero algunas  especies producen semillas comestibles, las cuales pueden ser consumidas por animales silvestres y por el hombre; a esas especies se les llama pinos piñoneros y sus  semillas son conocidas como piñones.

En México existen quince especies de pinos piñoneros, las cuales están distribuidos  principalmente en los estados del norte del país, desde Baja California Norte y Sur, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Durango, Zacatecas y San Luis  Potosí hasta Aguascalientes, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Querétaro, Hidalgo, Tlaxcala, Puebla y Veracruz. Las especies de piñoneros forman bosques de poca extensión, con árboles que mi-  den de cinco a quince metros de altura o menos, y también se presentan intercalados en tipos de vegetación conocidos como pastizales o sabanas de encinos o chaparrales, matorrales de encinos y bosques mixtos de pinos y encinos, en zonas con altitudes que van de setecientos a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar. Existen excepciones de especies que crecen por arriba de los tres mil y hasta tres mil quinientos metros de altitud, en sitios no propiamente áridos, pero son los menos.

La mayoría de estas especies se desarrollan sobre laderas de montañas rocosas, inclinadas y áridas, con suelos delgados; por ejemplo, Pinus cembroides tolera una precipitación muy escasa, de hasta trescientos cincuenta milímetros y siete meses de  sequía al año, esta resistencia a factores adversos no ha  pasado desapercibida para  los investigadores, por lo  cual algunas especies se han utilizado para reforestar regiones áridas y erosionadas. 

La recolección de piñones para consumo humano ha constituido, tradicionalmente, una fuente importante de alimento para diversos grupos humanos de la zona norte del  país. Los pinos piñoneros han estado ligados a la historia de grupos humanos, en especial en América, ya que  se encuentran en las zonas  de migración de los primeros  pobladores de Mesoamérica. 

En la actualidad los piñones constituyen un producto de recolección y desafortunadamente no se han establecido plantaciones; la forma de obtenerlos es la recolección, especialmente en los meses de agosto y septiembre, cuando las pinas ya están maduras y las semillas  han alcanzado su máximo desarrollo. 

El piñonero de mayor importancia comercial es Pinus  cembroides, ya que se presenta en casi todos los estados del norte y centro del país; otras especies, en cambio, tienen una distribución geográfica muy restringida y semillas pequeñas, por lo  cual, hasta hoy, no han obtenido gran importancia comercial. Las especies de mayor  importancia en este sentido  cuentan con semillas que mi-  den entre diez y quince milímetros de largo y son P.  cembroides., P. pincena y  P. nelsonii. 

El piñón grande, (Pinus  maximartinezii) es una especie endémica del sur de Zacatecas que produce las piñas y los piñones más grandes de México; sus semillas miden de veinte a veintiocho  milímetros y sus pinas de dieciocho a veintidós centímetros de largo. 

Los piñones son semillas con una cubierta dura, la cual debe romperse para extraer la parte comestible que puede ser de color rosa, marfil o  amarillo, y que es un alimento con alto valor nutritivo. Se ha encontrado que al retirar la grasa de los piñones, es decir, la materia magra, contienen hasta 48.2  de proteina, nivel muy alto si se  considera que la soya contiene 49.8 en condiciones similares.

De acuerdo con las tablas de valor nutritivo de los alimentos de mayor consumo  en México, elaboradas por el Instituto Nacional de Nutrición, está clasificado entre las oleaginosas, ya que cien gramos de piñón crudo (Pinus cembroides var. edulis)  en peso neto, contienen 61.3  gramos de grasas, 1 6.8 de hidratos de carbono, 1.1 de  fibra y 3.1 de humedad; asimismo contienen 15.3 gramos de proteína, cantidad mayor a la de la nuez de Castilla (13.7 gramos). El bajo  contenido de humedad de  estas semillas permite su almacenamiento y manejo, ya  que hay poco desarrollo de microorganismos y actividad  enzimática. 

Existen diversas especies  de vertebrados que se alimentan de piñones, como es el caso de algunas ardillas o aves como el cascanueces americano (Nucifraga columbiana), la chara de pecho rayado (Aphelocoma coerulescens) y la chara piñonera (Gymnorbinus cyanocephalus). Las aves y roedores consumen los piñones y de  ellos depende la dispersión de las especies de pino. 

A pesar de la atención que han recibido en los últimos años, hacen falta estudios más completos de ecología, genética, reproducción y otros aspectos de las especies de pinos piñoneros, a fin de lograr un mejor aprovechamiento de este valioso recurso.
 

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El encuentro
 
Juan José Arreola

   
   
     
                     

Dos puntos que se atraen, no tienen porqué elegir     forzosamente la recta. Claro que es el procedimiento más corto. Pero hay quienes prefieren el infinito.  

Las gentes caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura. Cuando mucho, avanzan en zigzag. Pero una vez en la meta corrigen en la desviación y se acoplan. Tan brusco amor es un choque, y los que así se afrontaron son devueltos al punto de partida por un efecto de culata. Demasiados proyectiles, su camino al revés los incrusta de nuevo, repasando el cañón, en un cartucho sin pólvora.

De vez en cuando, una pareja se aparta de esta regla invariable. Su propósito es francamente lineal, y no carece de rectitud. Misteriosamente, optan por el laberinto. 

No pueden vivir separados. Ésta es su única certeza, y van a perderla buscándose. Cuando uno de ellos comete un error y provoca el encuentro, el otro finge no darse cuenta y pasa sin saludar. 

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Tomado de Confabulario

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Juan Jose Arreola

 
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Antonio Calvo
     
               
               

La Antártida es el continente de los extremos. En sus catorce mil kilómetros cuadrados de superficie se baten unas cuantas marcas mundiales, como la de altitud media, la de viento, frío y hielo acumulado. Y, sin embargo, en las escuelas se sigue hablando de los cinco continentes, olvidando al gigante austral, escondido entre sus hielos y protegido por témpanos tan grandes como el estado de Nayarit. Aunque los griegos habían anunciado su existencia, los exploradores lo negaron hasta el siglo XIX, y hoy es una gran laboratorio poblado por científicos y turistas. 

El lago Vostok, de doscientos ochenta kilómetros de largo y seiscientos setenta metros de profundidad, con agua líquida bajo una capa de tres mil ochocientos metros de hielo caído durante el último millón de años, ha  sobrevivido también a esta temporada veraniega. El queroseno que, en una investigación, mantiene abierta la perforación en hielo de casi tres mil setecientos metros aún no llega hasta el agua. Sin embargo, en este continente singular, la investigación es también peculiar. En ningún otro lugar del mundo se habría detenido un proyecto como el anterior simplemente por los recelos de los científicos, pero la Antártida es diferente. Allí, donde las reclamaciones territoriales se solapan y varios países reclaman la misma propiedad, nadie da un paso polémico si  no cuenta con el consentimiento de los demás. 

A mediados de los sesentas, un sismólogo ruso de la Universidad de Moscú, A. P. Kapitsa, hizo unas pruebas con dinamita para determinar la estructura del hielo. Así descubrió la existencia de este lago, situado sobre la base  Vostok (72°, 102°). En 1996, gracias al satélite de observación de la Agencia Europa del espacio ERS-I, se pudo  determinar el tamaño del lago, una reliquia líquida del  pasado geológico. En 1999, el satélite canadiense Radarsat determinó con mayor exactitud que el lago tenía catorce mil kilómetros cuadrados de superficie y un volumen cercano a cinco mil kilómetros cúbicos, lo que lo sitúa como uno de los quince lagos más grandes del mundo. 

En los años setentas se comenzó, con técnicas de prospección petrolera, a horadar el hielo para tratar de tomar muestras del agua del lago, el cual resultó ser el más grande de los que se han encontrado bajo el hielo. Al final de los ochentas, cuando la Antártida escapaba de la explotación minera, la piqueta había penetrado considerablemente, pero aún estaba lejos del objetivo. En 1992 se firmó el Protocolo de Madrid, texto que protege de manera definitiva al continente helado de cualquier agresión, un hito en la historia de la conservación planetaria. Una de las consecuencias del Protocolo, que entró en vigor en 1998, es el anexo sobre medidas de protección ambiental: la campana, una vez más, ha salvado a la Antártida. 

Los investigadores pensaron que era mejor hacer  pruebas con uno de los setenta lagos con estas características antes de llegar al Vostock, el más grande y, por lo tanto, el de mayor interés científico. Se podría comenzar, por ejemplo, con el que está a sólo veinticinco metros debajo del mismísimo Polo Sur, en la Antártida. En este tipo de investigaciones se trata de evitar, por todos los medios, que el queroseno que mantiene abiertos los agujeros en el hielo llegue hasta el agua y la contamine. En el Vostock puede haber reliquias de la vida del planeta  de hace millones de años, y por eso es especialmente importante tener cuidado con lo que allí se hace, ya que por  su tamaño puede albergar más formas de vida que ningún otro.   

La última esquina del mundo

La Antártida es un enorme continente situado en torno al  Polo Sur, cubierto por hielo, a diferencia del Polo Norte, que es agua congelada rodeada de tierra, —de los extremos de los continentes europeo, asiático y americano—,  el hielo antartico es dulce y el ártico salado. Pero, pese a  representar la décima parte de las tierras emergidas y a tener un tamaño de catorce millones de kilómetros  cuadrados, equivalente a más de siete veces México, sigue siendo un área poco conocida y que, en muchas oca-  siones, se ignora. 

Los niños estudian que hay cinco continentes: África, América, Asia, Europa y Oceanía, y se olvidan del sexto, pese a que tiene una extensión del doble de Australia. El doble en verano, porque durante el invierno  austral, cuando los mares que circundan al continente helado se congelan, el tamaño es de veintiocho mil kilómetros cuadrados, es decir, cuatro veces mayor que Australia y más de la mitad del territorio de las tres Américas  juntas, que suman cuarenta y dos millones de kilómetros. 

Es una tierra paradójica, siempre definida en oposición a otros e ignorada durante buena parte de la historia —de ahí el nombre que le pusieron los griegos, Antártida, lo opuesto al Ártico, que es donde estaba la Osa Mayor. Claudio Ptolomeo, llamado el último gran científico de la Antigüedad (el autor del sistema para analizar  los mapas que aún manejamos, con el norte arriba), fue quien bautizó al continente austral, el cual, según él, era  necesario para el equilibrio geodinámico del planeta. 

Ptolomeo también había calculado que la Tierra era redonda, conocimiento que fue "olvidado" durante lo que el historiador Daniel J. Boorstin llama "la gran interrupción". En ese entonces era herejía pensar en un lugar  donde los pies estuvieran más altos que la cabeza, por lo cual la Antártida dejó de existir durante más de mil años. El viaje de Colón en 1492 y, sobre todo, los de Vasco de  Gama, quien circundó el Cabo de Buena Esperanza, al sur de África en 1498 y el de Elcano-Magallanes, que dio la vuelta al mundo en 1521, volvieron a colocar en el mundo la Tkrra Incógnita Australis, la desconocida tierra del sur.        

Claro que una cosa es que fuera desconocida y otra que no tuviera dueño. El acuerdo de las coronas de España y Portugal, con la mediación del Papa Alejandro VI y mediante el Tratado de Tordesillas (en 1494, sólo dos años  después del primer viaje colombino), repartiría el mundo, trazando una línea de polo a polo a trescientas setenta leguas al oeste de Cabo Verde con lo cual, de hecho, incluía ya a la Antártida. Un tratado, por cierto, que Argentina en 1925 y Chile en 1940 mencionaron para reclamar su trozo de tarta helada. 

Pese a que algunos navios españoles que doblaban el cabo de Hornos llegaron hasta allí, bien por accidente o bien intencionadamente, quien ha pasado a la historia como el descubridor de la Antártida es un cazador de focas británico. Para algunos historiadores lo que descubrió en realidad William Smith el 16 de octubre de 1819, cuando desembarcó en las islas Shetland del Sur, fue un secreto y no un nuevo continente. Los foqueros chilenos  y argentinos conocían desde hacía tiempo las islas antarticas y subantárticas, hasta donde había llegado persiguiendo a los lobos de pelo fino, pero mantenían callado el descubrimiento por temor a la competencia. No era un vano temor; en 1830, once años después de que Smith revelara su secreto, ya se había extinguido una de las especies de lobo fino antartico, la más apreciada por su  piel. La otra especie (Arctocephcdus gazella), que se creía también extinguida, se ha recuperado en los últimos decenios. 

El capitán ruso Fabián Bellingshausen, quien dirigía  un viaje de investigación emulando al de Cook, anotó, en el espacio correspondiente al día 27 de enero de 1820, que habían encontrado el continente del sur, no ya en las islas, como Smith el año anterior, sino en tierra, (hielo) firme. James Cook, que circunnavegó el continente helado entre 1773 y 1775, había ido allí para "encontrar el continente o borrarlo del mapa para siempre". Y no lo encontró, probablemente debido a que fue durante la llamada pequeña Edad de Hielo, periodo extraordinariamente frío y, de hecho, el último pequeño periodo glacial  que ha sufrido la Tierra. El número de témpanos y el mar congelado, que normalmente se descongela en verano, debieron hacer imposible su investigación, pese a que su viaje fue uno de los más importantes en la historia de la navegación. En su diario dejó escrito: "No se  puede seguir adelante. Se ha dado fin a ulteriores búsquedas del continente sur". 

El capitán ruso, con las palabras de Cook grabadas en  la mente y al mando de dos barcos que formaban una expedición científica del zar Pedro I, se adelantó en tres días a Edward Bransfield, capitán británico quien dirigía, al mismo tiempo, una expedición científica y económica, ya que tanto perseguía lobos como tomaba posesión, en nombre de "Su Graciosa Majestad", de toda tierra que pisaba. 

La primera mitad del siglo XIX fue una época de viajes de investigación, que se dejaron de hacer posteriormente hasta las grandes gestas de principios del siglo XX. La carrera entre el noruego Amundsen y el británico Scott (después de Abel, el segundo segundón más famoso de la historia) para conquistar el Polo Sur en 1911, fue el penúltimo viaje romántico al fin del mundo. El último lo protagonizó el británico Ernest Shackieton en 1914, cuando se quedó atrapado entre el hielo junto a su barco y su tripulación, y quien, tras un año heroico, logró cruzar en un bote de remos el paso Drake para volver por su tripulación, que no sufrió ninguna baja. 

La conquista científica del continente helado había empezado con los viajes de las sociedades científicas, sobre todo de la británica Royal Society; pero también franceses, rusos, alemanes, noruegos y belgas habían ido aumentando el conocimiento en sus viajes de conquista, aventura  e investigación. Las reclamaciones territoriales, basadas  en primacías temporales o en otras razones, determinaron durante algunos años la política antartica o, más bien, la actividad en la Antártida de quienes reclamaban para sí algún pedazo. Y, de paso, se investigaba en las ciencias  naturales sobre aquel extraño lugar. 

Por otra parte, la caza de ballenas fue un actividad económica importante. Noruega, aún hoy, junto con Japón,  país que mata ballenas, ha sido la gran exterminadora. Hacia el final del siglo XIX se cazaban unas mil ballenas al año, cifra que, con altibajos, pasó a diez mil en 1910, veinte mil en 1928 y cuarenta y seis mil en 1937, el año cumbre. Las ballenas azules menguaron pronto y hoy es una especie en grave peligro de extinción. Desde las bases antarticas se esquilmó inmisericordemente la población de cetáceos. 

Política de guante blanco 

En el Tratado Antartico, un club formado en la actualidad  por cuarenta y tres países (entre los cuales no está México), es donde se deciden las reglas de juego del continente blanco. Nacido a raíz del tercer Año Geofísico Internacional, celebrado entre 1957 y 1958, supuso un hito dentro de la política internacional en plena Guerra Fría. Los siete países con reclamaciones territoriales, Argentina, Australia, Chile, Francia, Gran Bretaña, Noruega y Nueva  Zelanda, más Bélgica, Estados Unidos, Japón, Rusia y Sudáfrica, firmaron entonces el Tratado Antartico, que entró en vigor en 1961. 

Desde sus primeros pasos fue considerado un lugar distinto al resto de los foros políticos internacionales. De hecho, en sus más de cuarenta años de historia la "cortesía antartica" ha limado las diferencias sustanciales y  ha conseguido una buena armonía, incluso entre países  con conflictos declarados. A lo largo de estos años ha ido emanando una normativa, de obligado cumplimento para los miembros, que ha conseguido mantener el continente en bastante buen estado de conservación, aunque tanto o más que las normas, han contribuido a ello las duras condiciones del clima antartico. 

En los primeros años de los ochentas, con la crisis petrolera, se pensó que no pasaría nada al hacer algunas prospecciones mineras y petroleras en el sexto continente. Entonces se empezó a discutir una convención para regular la explotación minera, no para prohibirla, sino para  ver cómo se hacía. Era, después de la convención para proteger a las focas y la de los recursos vivos marinos, un tercer cuerpo legislativo para unir al Tratado. Sin embargo,  las cosas sucedieron de otra manera. 

La campana verde sonó en el momento oportuno. Nueva Zelanda, junto con Chile, Estados Unidos, Australia, Argentina, Francia y Gran Bretaña, habían impulsado un documento que pasaba de reunión en reunión y que avanzaba a buen paso para ser el marco legal de la explotación minera. En 1988 había sido firmado por die-  ciséis países, pero nunca llegó a entrar en vigor. 

En Viña del Mar, Chile, a finales de 1990, todo adquirió un giro distinto. Lo que iba a ser una convención minera se convirtió, en el espacio de pocos meses, en un  protocolo conservacionista, el documento más estricto  firmado hasta entonces por la comunidad internacional para proteger un territorio concreto. Como una marea silenciosa, el ecologismo había dejado de ser una bandera del suburbio y se había convertido en un activo que cotizaba muy alto en los mercados electorales. Las elecciones en Australia y Nueva Zelanda, aunadas a la necesidad de Francia de lavarse las manos ante la barbaridad de la muerte del fotógrafo de Greenpeace, Fernando Pereira —asesinado por el servicio secreto francés en 1985, en un intento de evitar que al barco Rainbow Warrior combatiese las pruebas nucleares francesas en el Pacífico—, inclinaron la balanza. 

En 1992 se firmó en España, sede de la siguiente reunión antartica, el Protocolo de Madrid, un documento que se añade al cuerpo del Tratado y que regula con extraordinario detalle, sobre todo en los cinco anexos que  le acompañan, todas las actividades antarticas. Vale la pena mencionar la opinión del entonces director ejecutivo de Greenpeace, Steve Sawyer, quien dijo: "Este acuerdo no tiene precedentes en la historia. Es la primera vez que la comunidad internacional consigue algo semejante, reconociendo el carácter finito de este planeta y la necesidad de protegerlo para las generaciones venideras". 

En poco más de un año la convención minera se convirtió en el documento proteccionista, la sensibilidad había cambiado. Al Protocolo de Madrid, que finalmente  entró en vigor en 1998, se le han unido cinco anexos que  regulan con gran precisión qué medidas hay que tomar cuando se quiere hacer alguna actividad en la Antártida, sea científica o comercial. A los cinco anexos ya aprobados, sobre declaraciones de impacto ambiental, protección  de zonas, residuos, contaminación marina y turismo, falta añadir el sexto, cuyas discusiones avanzan a un ritmo extremadamente lento. Se trata del que se refiere a responsabilidad por daños ambientales, es decir, quién paga  si un barco turístico tiene un accidente y provoca contaminación. Eos aspectos legales son complicados y no hay manera de poner de acuerdo a las partes. 

La Antártida, por tanto, se salvó. En el momento justo se produjo la inflexión ambiental y hoy es, sin duda, uno de los lugares más protegidos de la Tierra gracias al binomio dificultades de acceso y normas estrictas. Pero, ¿eso  para qué? ¿Qué hay allí que merezca tanta protección? 

Ciencia bajo cero 

Esas razones para proteger un territorio, la Antártida o cualquier otro, son muy variadas y de diversos tipos. A las conocidas razones ambientales, que a estas alturas ya no hay que explicar, se unen las razones científicas y de especificidad del sexto continente. Es decir, que además de la importancia que tiene conservar lo que poseemos, hay razones de peso para conservar prístino aquel territorio. 

Si la Tierra fuera una lavavajillas, según el ejemplo del biólogo español Miguel Delibes, estamos en un momento en el que nos empiezan a aparecer piezas que no se sabe para qué sirven. Cada ecosistema destrozado, cada especie desaparecida (entre diez y cien cada día, no  hay acuerdo), es como una pieza que nos encontramos en la cesta de los cubiertos de la lavavajillas y cuyo uso desconocemos. Como el lavaplatos sigue andando y la  cubertería queda razonablemente limpia (aunque ya no  como al principio) no le damos mucha importancia al tornillo caído. Más tarde aparece una gomita, otra tuerca, un enganche... hasta que el lavaplatos se estropea definitivamente. El técnico, entonces, nos explica que la cosa viene de hace tiempo, que faltan muchas piezas, que si hubiera venido antes... y que mejor comprar una nueva. Sólo que quizá no encontremos una nueva Tierra lista para ser habitada entonces.      

Así que ya hay una buena razón para conservar, con el añadido de que en el Antartico la mayoría de las especies locales son endémicas, por ejemplo, ochenta y tres  por ciento de los peces. Además, aún es mucho lo que se   desconoce de los ecosistemas antarticos y que, si no se protegiesen, podrían desaparecer. Eso quiere decir que nos perderíamos el conocimiento -y sus posibles aplicaciones-, sobre, por ejemplo, productos químicos potencialmente importantes. No se puede olvidar que la cuarta parte de los productos que se despachan en las farmacias son     medicamentos que incluyen compuestos químicos procedentes de plantas silvestres. 

Por otra parte, la Antártida es el sumidero del clima del planeta. Lo que pasa allí nos afectará a todos con relativa rapidez si pensamos en términos humanos y a velocidad de vértigo si lo expresamos en términos geológicos. La Antártida se mantiene fría por el frío que hace allí. Dicho en otras palabras, si empieza a hacer menos frío dejará de hacer frío completamente. El hielo de la Antártida (incluido el que en invierno cubre el mar próximo al continente y se deshiela en primavera) refleja la radiación solar y eso hace que no se absorba calor. Esa es una de las razones del frío antartico, aunque los investigadores están empezando a notar que cada vez hay menos hielo. Los glaciares (de hielo dulce) retroceden y la superficie anual del hielo marino (salado), está variando debido a las fluctuaciones en las corrientes de El Niño y La Niña. Y si hay menos superficie cubierta de hielo, el mar absorberá más radiación so-  lar, lo que quiere decir más calor, lo cual acabaría modificando los habitáis marinos y afectándolo todo. 

En el verano austral de 2001, en Punta Tombo, en la Patagonia Argentina, donde se encuentra la mayor pin-  güinera no antartica, había menos pingüinos que nunca. Según los expertos, los cambios en la temperatura del  agua han obligado a estas aves a no volver a buscar comida (pececillos, calamares, pequeñas gambas) más lejos de lo normal, lo cual ha repercutido de manera dramática  en las crías, incapaces de resistir tantos días sin alimento. Este ha sido el año con menor índice de reproducción  entre los pingüinos de Magallanes, lo que indica un cambio de temperatura del océano en las proximidades del  continente blanco. Las repercusiones de los pequeños  cambios son impredecibles. 

El adelgazamiento de la capa de ozono es otro buen ejemplo de las actividades que, hechas en el hemisferio Norte, afectan al hemisferio Sur. En cada primavera antartica, por un fenómeno específico de los vientos y del frío, se produce una reacción química entre el ozono atmosférico sobre la Antártida y el cloro que está en el ambiente por el uso de gases propelentes clorofluorocarburos. 

El investigador mexicano que trabaja en el MIT, en Bostón, Mario Molina, y Sherwood Rowland, tras hacer  unas mediciones en 1973 sobre los mil millones de toneladas de gases propelentes clorofluorocarburos que se  había echado a la atmósfera, dedujeron que estos gases, que no son eliminados por la lluvia, tenían que estar en  algún sitio. Ellos pensaron que estas moléculas ascendían y se instalaban en las estratosfera, entre los veinticinco y cincuenta kilómetros de altura, donde, por efecto de los rayos del Sol, eran fotodisociadas. Los átomos de cloro así liberados eran, según los investigadores, capaces de reaccionar con el ozono, de "comérselo", en una reacción catalítica en la cual un solo átomo de cloro podía  destruir decenas de miles de moléculas de ozono. Aquello se publicó en Nature en 1974, pero la poderosa industria no solo no les creyó sino que les acusó de formar parte de un complot comunista, según relató posteriormente Molina. La poderosa industria química Dupont fabricaba entonces gases propelentes clorofluorocarburos con un valor de unos ocho mil millones de dólares al año. Sin embargo, en 1995 Molina y Rowland obtuvieron el  premio Nobel de Química. 

En 1982 el científico japonés Sigeru Chubachi realizó unas mediciones de la cantidad de ozono en la estratosfera y comprobó que había mucho menos de lo que se esperaba. Entonces, recurrió a la teoría de Molina y Rowland  para explicarlo y lo contó en un congreso celebrado en 1984 en Grecia, pero nadie le hizo mucho caso. En 1995 Joseph Farman, Brian Gardiner y Jonathan Shankhn, investigadores británicos, hicieron mediciones que ofrecían los mismos resultados y lo publicaron en Nature. Entonces, el que los gases propelentes clorofluorocarburos atacaban el agujero de ozono, se convirtió en verdad oficial. 

Ahora, tras el protocolo de Montreal de 1987, firmado  por cincuenta países, y, sobre todo, después de los acuerdos de Londres de 1989 y los de Copenhague de 1992, la  producción de dichos gases se ha prohibido en todo el  mundo, exceptuando algunas zonas en las que hay mo-  ratorias (esto ha originado un cierto mercado negro, pero esa es otra historia). Y, sin embargo, el agujero no se reduce tan deprisa como se esperaba. En la primavera antartica de 2001 a 2002, el adelgazamiento fue mayor que  nunca (la cantidad de ozono por unidad de superficie) así como la extensión. Y en el hemisferio Norte, por su  parte, también está adquiriendo un tamaño notable. 

La sexta extinción 

Allí, pues, entre hielos milenarios en los que está escrita la historia del clima de la Tierra, al parecer se encuentra también una de las piezas clave del futuro de nuestro mundo, al menos por tres razones. Si, como resulta cada vez más evidente, la temperatura media está subiendo a un ritmo nunca antes conocido, lo que pase en la Antártida será un buen adelanto del futuro. Si, como aseguran otros, el número de especies que se extinguen cada año supone una tasa de desaparición mayor que cuando ocurrieron las cinco famosas catástrofes de la vida en la Tierra, entonces estamos ya ante la sexta extinción y esta vez el meteorito somos nosotros. Si, por último, el modelo de conservación implantado en la Antártida funciona,  será necesario mirar con más atención al Sur. 

Por debajo de los 60° de latitud Sur sólo hay investigadores y turistas. Se trata de un experimento realmente interesante para comprobar si el territorio puede conservarse adecuadamente mediante el consenso. Hasta ahora la inaccesibilidad de la zona había hecho más por su conservación que ninguna reglamentación. Ahora, otra vez, hay un peligro real sobre la Antártida. Los lobos de pelo fino en  el siglo XIX, las ballenas en el XX, las pesquerías que no se regularon en los sesentas y setentas no fueron capaces de aguantar la presión; ahora el turismo es la nueva amenaza. 

El incremento ha sido espectacular desde que los barcos perdieron el miedo y visitar la Antártida se convirtió en una industria. Ya se notan los efectos de la marea humana en algunas pingüineras, como en la de Ardiey, en la isla Rey Jorge, en la que había tres especies de pingüinos que la han abandonado ante el número de visitantes. Sólo una regulación estricta, y que se cumpla, puede garantizar la conservación. De momento, hay una normativa  adecuada pero no está claro que se lleve a cabo. Por ejem-  plo, el número de pasajeros en los barcos es mucho mayor del recomendable, lo que significa mucha más gente al mismo tiempo visitando lugares delicados, pisando praderas de musgo o asustando a los pingüinos. 

Y, como siempre, el problema es la falta de control real, la falta de una fuerza coercitiva sobre quien allí es-  tá. No se puede prohibir nada porque no hay quien lo prohiba. Con frecuencia los barcos de turistas actúan bajo banderas de conveniencia de países que no están en el Tratado Antartico, así que resulta imposible exigir responsabilidades. La experiencia nos dice que ese delicadísimo ecosistema es más sensible que los otros a las agre-  siones, que todo tarda más en recuperarse. Por eso, por ejemplo, las pesquerías no son allí rentables, porque los  peces tardan más en crecer que en cualquier otro mar. 

Salvada de la extracción de minerales por el tiempo  (por el clima, si, pero también porque no había entonces  maquinaria capaz de llevarla a cabo; aplazada —pero aún  no solucionada— la espada de Damocles del adelgazamiento de la capa de ozono, pero la nueva amenaza somos  nosotros mismos, esta vez en carne mortal. El continente  de los extremos es un buen laboratorio para comprobar  si el mercado es capaz de entender el desarrollo sustentable o si, como tantas veces, matará a la gallina de los  huevos de oro; es, por ende, el laboratorio natural más  grande que existe y será también el laboratorio del comportamiento. 

Es un hecho que los glaciares de todo el  mundo, y también los de la Antártida, están  retrocediendo. Lo cual también significa que el número de témpanos que se están desprendiendo de las costas antarticas es mayor y, por tanto, que su tamaño también lo es. Sin embargo, el más grande de los que se tiene noticia fue descubierto por el barco estadounidense Glacier el 12 de noviembre de 1956; tenía trescientos treinta y cinco kilómetros de largo y noventa y siete de  ancho, con una superficie de treinta y dos mil kilómetros cuadrados, más o menos el tamaño de Bélgica, con sus diez millones  de habitantes. 

La Antártida produce la mayor cantidad de témpanos en el mundo, y éstos se forman cuando caen las lenguas de los glaciares sobre el mar, ocasionado por el empuje al que están sometidos o por el contacto con el mar en las zonas de las barreras de hielo. Las barreras de hielo más importantes son la de Ross y la de Filchner, aunque hay otras muchas, como la de Larssen, la de Amery o la de Shackieton. La de Ross mide quinientos mil kilómetros cuadrados, lo mismo que España, y la de Filchner cuatrocientos cincuenta mil. 

Pese a que el record del témpano más grande es ya antiguo, de hace casi cincuenta años, ahora parece que los témpanos gigantescos son más abundantes. En el año 2000 se desprendió de la barrera de Ross el témpano llamado B-15, de doscientos ochenta y ocho por treinta y seis kilómetros, un almacén de agua flotante del tamaño de la isla de Jamaica, o de Asturias. Si el agua que contenía se convirtiera en lluvia, caerían ciento cincuenta y dos litros por metro cuadrado en toda la superficie de la Tierra.  En marzo de 2001 se desgajó del mar de Ross otro gran témpano, el tercero en tamaño de los conocidos, que medía doscientos noventa y cinco kilómetros de largo por treinta y siete de ancho y tenia unos once  mil kilómetros cuadrados; el hielo retrocede y los enormes témpanos son cada vez más  abundantes. 

Y es que, en un periodo de treinta y cinco días, que comenzó a finales de enero de  2002, se desprendieron tres mil doscientos cincuenta kilómetros cuadrados de hielo de la barrera Larssen, un poco más pequeña y situada en la península antartica. Se trata de un volumen de hielo mucho mayor  que el que se ha desprendido habitualmente, y que dio origen a decenas de témpanos. De hecho, en los últimos cinco años la cantidad desprendida en esa barrera es de cinco mil setecientos kilómetros cuadrados, equivalente a doce billones de garrafas de diez litros de agua. Según los últimos datos, la barrera de Larssen ha disminuido en un cuarenta por ciento su tamaño. 

Los investigadores atribuyen esto al  aumento de las temperaturas en la zona, que es de más o menos medio grado centígrado cada diez años desde hace media centuria. El hecho es que, en el entorno de la  península antartica, las cinco barreras de  hielo han perdido trece mil quinientos kilómetros cuadrados desde 1974. Un grupo internacional de investigadores está siguiendo este suceso con atención y esta empezando a establecer teorías sobre las razones que lo impulsan, que podrían ser,  además del incremento de la temperatura del aire, y precisamente debido a ello, el incremento en la temperatura del agua marina en superficie. 

Los témpanos viajan lentamente hacia el norte, a unos trece kilómetros diarios de velocidad en mar abierto, aunque se frenan cuando el mar se congela. Sin embargo, no se detienen completamente, puesto que la  enorme masa de agua hundida, las nueve  décimas partes del total, es empujada por  las corrientes, asi que el témpano actúa como un rompehielos. El témpano antartico que ha llegado más al norte fue encontrado en 1894 en los 26° Sur, casi el trópico de Capricornio, a la altura de Río de Janeiro. La temperatura media del hielo que los forma es de -15° C . Su forma inicial es tabular, con su parte superior completamente plana, con los bordes escarpados, cuya altura, sobre el nivel del mar, es de cientos de metros. A medida que se van desgastando por la erosión y el contacto con el  agua, suelen romperse e inclinarse, adoptando todo tipo de formas y dejando al descubierto su corazón azulado, el del hielo más antiguo. Cada año se desprenden de la Antártida unos mil quinientos kilómetros cúbicos de hielo, lo que representa mil qui-  nientos billones de litros, la mitad de la cantidad total de agua que bebe la humanidad en un año.
¿Hay más témpanos cada vez?

          

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Antonio Calvo
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La ciencia en boga
Susana Biro

   
   
     
                     

El dieciocho fue un siglo que vio surgir muchas modas, entre  las cuales una de las más curiosas fue la fascinación generalizada por la obra de Newton. Sus Principia y sus trabajos sobre óptica desataron una corriente de estudios entre los filósofos naturales del siglo posterior a su publicación. Sus resultados se investigaron a fondo y fueron aplicados a muchas áreas afines, su filosofía fue asimilada y se intentó utilizar para todo, desde la astronomía hasta la historia natural. Pero además de causar furor entre los especialistas, el público en general clamaba por tener mayor conocimiento sobre la gravedad, la luz y esta nueva manera de pensar. De este modo surgieron diversas obras populares de divulgación sobre el tema, entre más famosas están Newtonianismo para damas del italiano Francesco Agorotti y tres de las Cartas Filosóficas, escritas por el francés Voltaire desde el exilio. Sin embargo, el tema de Newton, sus descubrimientos y su filosofía, no sólo se divulgó por medio de libros, sino que estaba realmente en boca de todos; se daban demostraciones y conferencias; se discutía en los salons de París y en los coffee houses de Londres; aparecería en la prensa por toda Europa. Hay que tener presente que estamos hablando del Siglo de las Luces, época caracterizada por una gran preocupación por la difusión del conocimiento en la cual prevaleció una actitud crítica que invadió todos los campos. Como resultado se consolidó un público que no sólo esperaba saber de todo, sino que exigía ser informado.

Ahora, gracias a la Internet Library of Early Journals (www.bodley.ox.ae.ule/ilej), proyecto de vanguardia de una de las bibliotecas más antiguas, la Bodleian Library de Oxford, es posible reconstruir una pequeña parte de esa época y de este peculiar fenómeno. En dicho proyecto está contenido uno aún más amplio con el cual se ha puesto en línea, por ejemplo, la colección de libros chinos de la Bodleian y su colección de baladas que abarca del siglo XVI al XX.

Con el propósito de cubrir la demanda de investigadores británicos de varias localidades y diversas áreas de interés, se han digitalizado tiradas de veinte años consecutivos de seis revistas británicas de los siglos XVIII y XIX que abordan una variedad de temas. Entre ellas se encuentran la Philosophical Transactions of the Royal Society (están digitalizadas de 1757 a 1777) y Gentleman´s Maganize (de 1731 a 1750). Philosophical Transactions, que apareció por primera vez en 1665, era la publicación oficial de la Royal Society fundada cinco años antes por el rey Carlos II para "promover el conocimienyo de la naturaleza". Inicialmente las reuniones, y por lo tanto, las revistas, se avocaban a recolectar información "útil", cuyo resultado fue una colección dispar de reportes astronómicos, nacimientos monstruosos y maravillas de la naturaleza en general. Pero ya para finales del siglo XVIII esta publicación cuyo formato y temática se convierte claramente en el antepasado directo de nuestras revistas científicas actuales. Por otro lado, Gentleman´s Maganize, aparecida por primera vez en 1731, era una revista para todo público que trataba temas de política, literatura y cultura en general.

La opción de búsqueda dentro del catálogo de Library of Early Journals nos permite conocer más acerca de la difusión del trabajo de Newton tanto entre especialistas como en la cultura general. La búsqueda de "Newton" arrojan veintiún refrencias en veinte años de Transactions. Un artículo de los que aquí aparecen es: "Containing Experiments and Observations of the Agreement between the Specific Gravities of several Metals and their Colours when united to Glass". Se trata de la trascripción de una conferencia dictada por Edward Delaval en 1765 en la cual el autor parte del estudio de Newton sobre los colores de los cuerpos transparentes para hacer un análisis en el caso de los metales. El escrito es muy parecido a cualquier publicación de la actualidad y nos muestra cómo se estaba asimilando y aplicando el trabajo de Newton en los círculos académicos.

En Gentleman´s aparecen nueve referencias a Newton en veinte años, como el artículo "Royal Honour", publicado en 1732, en el cual se alaba a la reina por la construcción de un monumento en honor de Locke, Newton, Clarke y Woolaston. Se habla de los sabios en cuestión y d ela importancia de cada uno y luego se menciona la grandeza de la gloria de la reina por apreciar a estos hombres que "nos han ayudado a entender mejor la creación del Señor". Con la breve nora es evidente que se espera que los lectores sepan quién fue Newton y cuáles sus ideas.

Esta brevísima excursión electrónica al siglo XVIII nos permite atisbar la extensión de la difusión de las ideas de Newton en la Inglaterra de la Ilustración. Para la divulgación de la ciencia será interesante profundizar en el tema de la "moda Newton", y con recursos como Library of Early Journals es posible seguir varios temas y tramas de la ciencia a través de la historia.

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Jair G. Morales Camarena
     
               
               

Roberto Grosseteste, nacido entre 1163 y 1175 en Suffolk,  Inglaterra, es una de las primeras figuras latinas de la Edad Media en lo que a óptica se refiere. Canciller de la Universidad de Oxford de 1129 a 1235 y obispo de Lincoln desde 1235 hasta su muerte en 1253, Roberto Grossetes te marca el inicio de una tradición óptica desarrollada en el seno de Oxford que tendrá como resultado la aparición de un caudal de ideas que colocaran a la luz como el eje alrededor del cual ocurre la creación y se entiende lo divino.  

Las ideas de San Agustín y Aristóteles son las fuentes principales de Grosseteste. Su obra comprende escritos de teología, filosofía y aspectos científicos tales como óptica, física, astronomía y matemáticas. Además, sus trabajos incluyen algunas traducciones y comentarios de las obras aristotélicas.  

Roberto Grosseteste, bajo la influencia de San Agustín, el santo de Hipona, le dio al tema de la luz un lugar privilegiado en función de dos características esenciales: su afirmación de que la luz es la primera forma corpórea de la creación y, por otro lado, el que su estudio debía ser   sujeto a un tratamiento matemático. El obispo de Lincoln veía en las matemáticas un factor imprescindible para el conocimiento del mundo natural: "La utilidad de considerar líneas, ángulos y figuras es máxima, pues imposible resulta sin ellas saber filosofía natural".  

La luz en Grosseteste trasciende el aspecto puramente óptico. El oxoniense recurre a ella para explicar aspectos de carácter físico, astronómico y epistemológico. La luz, según él, es la primera forma corporal de la cual emanan todas las demás. Y puesto que la materia y forma son categorías inherentes a todos los elementos inherentes a la luz la consideró como la forma de la primera materia creada. Así, cuando la primera forma entró en composición con la primera materia, se constituyó el ente corpóreo. Además, ya que la luz, de acuerdo a su naturaleza, se multiplica en todas las direcciones, al hacerlo la primera luz se llevó consigo a la materia, extendiéndola hasta su máxima expansión y creando de esta manera toda la masa corporal existente en el Universo.  

A partir de su teoría de la luz, Grosseteste concibió una teoría cosmogónica, la cual parte de la idea de que en el principio de los tiempos la luz, primera forma corporal, creó al Universo al multiplicarse por sí misma hasta su máxima rarificación, es decir, hasta que ya no podía mul-   tiplicarse sin desaparecer. De esta manera, la expansión esférica de esta luz primigenia determinó al firmamento; una vez que este primer cielo quedó conformado, cada punto de él emitió líneas radiantes hacia el centro del mundo, formándose de esta irradiación, mediante una especie de concentración, las esferas celestes.  

En su expansión la luz se vuelve más sutil, de ahí que la esfera de las estrellas fijas esté conformada por la materia más indefinible; en cambio, al emitir su luminosidad el firmamento, la luz irradiada se va condensando en su trayecto hacia el centro, por lo cual la Tierra está hecha de la materia con mayor densidad.  

La "capacidad explicativa" de esta visión aumenta al dotar a la luz con el poder de inducir o promover el movimiento. Para el oxoniense la luz es principio de movimiento y cambio. En su generación —que naturalmente   produce rayos que se desplazan en línea recta— la luz origina el movimiento; esto se explica porque al multiplicarse mueve consigo la corporeidad, lo que causa el movimiento local de la materia. Esta teoría expuesta en su obra El movimiento corpóreo y la luz es muy significativa, sobre todo cuando se piensa en uno de los problemas  más difíciles de abordar desde la Antigüedad, el saber la causa eficiente del movimiento de las esferas celestes. Para Grosseteste el movimiento ocurre por la intervención de la primera fuerza motora: la luz.  

Al estudiar la visión, el oxoniense intentó fusionar la corriente de los atomistas con la euclidiana. La premisa común de todas las teorías antiguas de la visión concebía a la vista como una forma de contacto entre el objeto y el órgano de la vista. En general había tres explicaciones de   cómo se podría explicar el contacto: que el objeto enviara su imagen o rayo a través del espacio hacia el nervio óptico; que el ojo mandara sus rayos visuales, o más bien su potencia de ver hacia el objeto. Según su teoría, la visión se produce cuando las especies visuales (emitidas desde los ojos), entran en contacto con la luminosidad de los cuerpos. Para que esta conjunción produzca el proceso visual se requería la acción del Sol, el cual, mediante su luminosidad, hacía visible a los cuerpos, y por ello creía que el origen de toda luz visible radicaba en el Sol. De esta manera, a través de la luz solar, todo lo corpóreo se manifestaba ante la vista, es decir, figuras, formas y especies aparecían por causa de los rayos solares. Al respecto apunta Grosseteste en Las Operaciones del Sol: "Por ejemplo, el Sol puede llamarse anunciador en el ocaso porque entre todas las potencias corpóreas, su luz es la que especialmente deduce y hace surgir las figuras, las formas y las especies corporales de la potencia al acto,   tanto en las plantas como en los animales". Así, el Sol está presente en todo lo que es visible por la acción de su luminosidad, el propio "espíritu visible" que afecta a los ojos es de naturaleza lumínica solar.  

En su carácter de propiedad física el color sólo podría ser percibido a partir de la presencia de la luz, por lo que aquel nace al mismo tiempo que la luz visible, es decir, el obispo de Lincoln suponía que el color tenía en sí la   sustancia de la luz solar.  

Grosseteste es quizás el primer latino en presentar una ley de refracción, la cual estaba dada de la siguiente manera: supongamos que la recta AB es un rayo de luz que incide oblicuamente sobre la superficie de un medio más   denso en el punto B. Extiéndase AB a lo largo de BC y sea BD una línea perpendicular a la superficie. Entonces el rayo AB va a ser refractado a lo largo de la recta BE, de forma tal que los ángulos DBE y EBC son iguales. Es decir, el ángulo de incidencia es proporcional al ángulo de refracción en una razón de dos. A la luz de la ley de Snell esta propuesta   es errónea y su valor reside en mostrar el intento que existía por reducir a una regla geométrica el comportamiento de un ente natural, el rayo de luz en este caso. Ciertamente esta posición no es novedosa, y en el caso de los fenómenos ópticos es muy probable que Grosseteste conociera los trabajos ópticos de Ptolomeo, en los cuales aparecen ideas similares.

Siguiendo los trabajos de Euclides y de Ptolomeo, Roberto Grosseteste reconoció la importancia del ángulo visual para explicar problemas de perspectiva tales como el que objetos lejanos se vieran más cercanos, o el que cosas pequeñas se vieran más grandes a larga distancia, fenómenos visuales que fueron atribuidos a que el tamaño del objeto visible varía de acuerdo con el ángulo visual.  

En el tratado El movimiento corpóreo y la luz los cambios físicos de la materia también fueron explicados en función de la luz. Según Grosseteste la alteración ocurre cuando la luz existente en la materia es expelida y la que está fuera pasa a un interior. En el momento de la expansión de la luz, se extiende junto con ella la corporeidad de la materia, produciéndose así una dilatación o aumento de dicha materia. Si, por lo contrario, la luz se concentra en sí, produce entonces condensación o disminución de la materia.  

En su teoría del calor, expuesta en el mismo libro, el obispo de Lincoln se sirve de la luz para argumentar la explicación de este fenómeno físico; en el cual afirma que el fuego es de tres tipos: brasa, llama y luz; las dos   primeras substancias puras del fuego operan más allá del mundo sublunar, del mundo del cambio. A diferencia de éstas, en la luz ígnea se encuentra la forma y materia pura del fuego, libre de alguna otra sustancia extraña. En esta luz no hay calor como en la brasa o llama, de lo que se   desprende que el fuego en su propia región no es cálido.  

El calor es producido por la disgregación de los componentes, y son tres las causas que lo originan: lo cálido, el movimiento y la congregación de rayos. Los rayos en un medio diáfano se incorporan más en uno denso que en uno sutil y al incorporarse al aire, las partes de este   elemento primario tienden a separarse entre sí. Cuando inciden los rayos en un punto único, grupos de éstos coinciden en una misma linea recta "y por tanto cerca de él habrá máxima separación del aire en partes diversas: así se producirá la disgregación y consiguientemente el calor".  

Así, los rayos del Sol generan calor sobre la Tierra al incidir sobre ella. Cuando el Sol pasa sobre el cénit en equinoccio, los rayos solares caen perpendicularmente sobre ella, y en .este caso no hay refracción a lo largo de su recta de incidencia, lo que provoca una máxima disgregación y consecuentemente mayor calor. En cambio, cuando el Sol no pasa por el cénit, los rayos inciden en ángulos menores al recto y son refractados según su incidencia, produciéndose menor concentración de rayos y por ende menos disgregación de aire, lo que a su vez genera una disminución de calor.  

El hecho de que en la zona donde domina la quinta esencia, es decir, donde no se genera calor por la acción de los rayos solares, se justifica porque este medio traslúcido carece de naturaleza densa, por lo que no se incorporan a él rayos solares y por lo tanto no hay disgregación. Es por esto que en las capas más altas de la atmósfera, donde la materia es más sutil, hay menor incorporación de rayos solares, lo que causa menor disgregación. Con esto se explica que los valles sean más cálidos que las   cumbres de los montes, sin importar que los segundos reciban los rayos solares más directamente.  

Con todo, estos fenómenos no se consideran completamente entendidos, aunque sí se exalta la coherencia de la explicación que Grosseteste ofrece, quien al respecto dice: "Por lo cual los filósofos, aunque no entienden perfectamente las causas, como no deben ignorar sus naturas, y conociendo que los rayos de los cuerpos celestes al descender sobre las cosas corporales son la mayor causa de su mutación, afirman sin error que los rayos reflejados y condensados son causas del calor generado aquí". 

La luz juega también un rol esencial en las concepciones estéticas del oxoniense, ya que además de ser el componente de todo lo corporal, es a su vez principio de belleza y perfección. "La luz por sí misma es bella y es la primera semejanza de todas las cosas corporales". Entre más participe un cuerpo de la luz más perfecto será, y era común señalar que los más luminosos son los más bellos. El fin del movimiento es el orden y por tanto belleza; es decir, la luz en su expansión es origen de la hermosura, y al emitir su radiación el cielo compone la belleza de este mundo sensible; igualmente se sostiene que el Sol y los demás astros son bellos porque poseen luminosidad y movimiento. En una época en que todo lo excelso remitía a manifestaciones que vinculaban el orden y lo bello con la diversidad, no es extraño que la luz y su manejo jugaran un papel distinguido en la construcción de la morada de Dios, es decir, de las catedrales, y de sus ventanas al cielo, los vitrales.  

Al encontrarse en la luz el origen de todas las forma corporales, se da el principio de la unidad dentro de la pluralidad. Además, en toda materia existe la potencia infinita de multiplicidad debido a que la luz —su componente esencial— tiene en sí la potencia de la multiplicidad infinita. 

Al igual que en San Agustín, la epistemología del obispo de Lincoln considera que la iluminación es el único medio para conocer la suprema verdad. De la misma manera que las cosas materiales no se pueden percibir sin la iluminación del Sol, la verdad únicamente es distinguida a través de la luz divina. En la mente de Dios se encuentran todos los arquetipos de lo creado, y sólo por la inmediación de Dios se puede acceder al conocimiento de los ejemplares divinos.  

La obra de Grosseteste es quizás la expresión más audaz   de una concepción científica-metafísica que gira en torno a la luz. A manera de resumen se puede decir que para él la luz es una sustancia omnipresente que mucho tiene que ver con el origen del Universo y es, además, la clave  para trascender al conocimiento de lo corpóreo y de sus arquetipos divinos. Roger Bacon, John Pecham y Witelo, todos ellos hombres del siglo xm, son los pensadores más importantes que, bajo la influencia de Grosseteste, continuarán los estudios de temas ópticos en lo que resta de la Edad Media.      
 

 
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Jair G. Morales Camarena
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Las aves de México en peligro de extinción
Paul R. Ehrlich
   
   
     
                     

¿Por qué deberían de importarnos las aves mexicanas? Hay muchas razones  objetivas para responder    esta pregunta. Por un lado,  estas aves son simbólicamente importantes para el  mundo. México es un país    megadiverso y su avifauna,  con 1 050 especies, es una  de las más diversas del planeta. Este hecho, ahora reconocido ampliamente, está    atrayendo cada día a un mayor número de turistas,  especialmente norteamericanos. Es uno de esos casos raros en los que la proximidad a Estados Unidos podría representar un beneficio, tanto económico como ambiental, en especial si los aficionados norteamericanos se vuelven más  conscientes de los problemas ambientales de México, considerando que esa preocupación ha representado una rara comodidad para el norte de    la frontera.   

Pero más importante resulta el hecho de que las  aves son un indicador de la situación general de la diversidad biológica. En México, al igual que en cualquier otro lugar del mundo, distintos grupos de plantas y animales son los elementos funcionales de los sistemas de soporte de la huma- nidad. Ellos proporcionan a la sociedad una serie de  "servicios ambientales"  esenciales que incluyen el  control de la mezcla de gases de la atmósfera (que entre muchas otras cosas ayudan a estabilizar el cli-    ma); el control del ciclo hidrológico que nos proporciona el agua dulce; la generación y mantenimiento de los suelos y su fertilidad, lo cual es crítico para la agricultura y silvicultura; el reciclado de los desechos en nutrientes; el control de la mayoría de las plagas potenciales para los cultivos; la polinización de los cultivos; y la producción de una vasta variedad de bienes naturales, que incluyen alimentos silvestres de los    mares y tierras, madera y una serie de productos industriales. Es, por lo tanto, fundamental que se entienda que estos servicios son la base de todas las actividades humanas y que la economía es una empresa    completamente subsidiada por los ecosistemas naturales. Uno de los principales temas de investigación actual en ecología es el grado en el que especies de aves y otros organismos, la mayoría considerados como    "malezas", con posiblilidades de sobrevivir esta crisis de extinción, podrán continuar entregando servicios ambientales. La información disponible es, sin embargo, muy poco optimista.   

Uno no puede estar seguro de las consecuencias que tendrá la exterminación progresiva de las aves en México. Es indudable que en amplias regiones del país los valores estéticos de la observación de aves magnificas como la guacamaya roja hace mucho que se perdieron esto es una certeza. Desgraciadamente, los científicos sabemos muy poco de las consecuencias de la extinción de aves en los servicios ambientales como para poder hacer una declaración sólida al respecto. Sin embargo, podemos asumir, por ejemplo, que el decremento en aves insectívoras repercutirá en una menor depredación de especies como los mosquitos, que son vectores de malaria y dengue,  o de otros insectos plaga  de cultivos y plantaciones forestales, lo que seguramente tendrá impactos poco benéficos para la humanidad.   

Cuando las aves empiezan a desaparecer juegan,  por lo menos, el mismo papel que los canarios alguna vez jugaron en la minas. Los canarios eran muy sensibles a los gases que podrían asfixiar a los mineros o causar explosiones. Los mineros llevaban canarios como mecanismos de aler-    ta, por lo que ponían mucha atención en la salud de los mismos, ya que de ellos podía depender su vida. De la misma forma sería muy sabio para los mexicanos poner atención a la situación de las aves de México. Como este excelente libro señala, este grupo de animales muestra signos signi- ficativos de deterioro, y  ésos son signos importantes de una amenaza mayor para los mexicanos y para la población del mundo,  donde el deterioro de las aves es un problema generalizado.   

Las aves de México en peligro de extinción presenta un mensaje que todos los mexicanos deben llegar a entender y que ellos deben exigir que sus gobernantes reviertan. Léanlo y mándenle una copia a su político favorito. ¡Espero que tengan mucha suerte!   

Fragmento del prólogo.


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Las temperaturas bajas y sus aplicaciones
Monserrat Bizarro y Luis Manuel León
   
   
     
                     

Tuxpan es un municipio que se encuentra localizado en la  región de la Huasteca en Veracruz, y se caracteriza por su belleza natural, como el río que lleva su mismo nombre, sus esteros y playas, y las montañas que lo rodean, que son parte de la Sierra Madre Oriental. Su principal característica es la gente, ya que posee raíces de los distintos pueblos que se asentaron en la zona: nahuas, huastecos, totonacos, otomíes y tepehuas.

Lamentablemente, la vivienda en esta zona está lejos de brindar las mismas condiciones a todos sus habitantes —por ejemplo, es conocido que la mayoría no puede climatizar sus viviendas de manera artificial debido a los bajos ingresos económicos—, y en parte se debe a que los arquitectos no tomamos en cuenta la identidad de la gente ni los beneficios que la región puede brindar. Sería deseable retomar la arquitectura de la región y la arquitectura bioclimática como una estrategia para mejorar la calidad de la vivienda de las distintas clases sociales. Por medio de la arquitectura bioclimática se podría climatizar los edificios, optimizando el uso de nuestros recursos, y así reducir el gasto energético que resulta de todas las actividades que realizamos en nuestro quehacer diario, además del consumo por el aire artificial.

Estos métodos fueron empleados por nuestros antepasados, ellos se basaban en un conocimiento del medio y el clima —“los constructores eran muchas veces los futuros habitantes”—, y nos dejaron infinidad de elementos que poseen grandes enseñanzas, pero que hoy día no tomamos en cuenta al momento de proyectar nuestras viviendas, ya que tenemos la idea que lo pasado está muy lejos de lo que pudiésemos considerar como algo estético y moderno. Es por eso que acudimos a la copia de soluciones de otros lugares del planeta, cuando éstas fueron diseñadas para otros climas, regiones y personas; lo que nos trae como resultado una infinidad de problemas, como la mala ventilación, ya que no cubren por completo las necesidades de los usuarios, además de no ser adecuadas a nuestra identidad; en resumen, nos brindan respuestas que están muy lejos de lo que estamos buscando y de lo que en realidad necesitamos.

La arquitectura forma un todo, por lo que es indispensable tomar en cuenta a los habitantes del lugar y su forma de vida. La arquitectura tradicional nos debe servir como base y podemos hacerla evolucionar por medio de los avances contemporáneos. Tomar lo pasado no significa retroceder, al contrario, es la herencia que nos dejaron y debemos mejorarla de manera coherente para encontrar la respuesta más adecuada para el lugar donde estamos ubicados.

Necesitamos mirar nuestro entorno, ver qué recursos nos brinda la región, la topografía, nuestra identidad, forma de vida y tradiciones, tomar en cuenta los elementos climá­ticos para nuestros diseños, materiales y procesos constructivos; “el clima no solamente desempeña un papel importante en la composición del subsuelo, sino que también afecta profundamente las características de plantas y animales”.

En esta región la vegetación siempre ha formado parte de la arquitectura, no sólo como protección o decoración, y es un importante recurso accesible a todos. Con ella se puede crear un ambiente físico inmediato, se puede usar como protección acústica, contra la lluvia, el viento, como pantalla visual, entre muchas otras formas. Ha sido utilizada tanto en la arquitectura vernácula como en la arquitectura de estilo, ya que contribuye al establecimiento de microclimas, tanto en el medio natural como en el urbano, permite manipular elementos climáticos como la cantidad de rayos solares que llega a la superficie, la velocidad y dirección del viento, la temperatura y humedad del aire, el efecto de oxigenación (el CO2 es absorbido por vegetación y después lo regresa al entorno como oxígeno), además de reducir el polvo y evitar la erosión.

La luz del Sol en esta región es muy intensa durante todo el año —en promedio ocho horas al día—, por lo que la sombra es bienvenida permanentemente. Muchas soluciones de climas fríos, en donde es indispensable captar este recurso, resultan contraproducentes en esta región, en donde es indispensable crear estrategias para controlarlo. Así, una gran equivocación que puede traernos graves consecuencias es colocar superficies pavimentadas en los edificios, ya que acumulan mucho más calor y se mantienen calientes más tiempo.

La alta humedad es otra característica de la región, y hace que gran cantidad de la radiación solar sea difusa, algo que puede llegar a ser insoportable; la sombra es por tanto una herramienta indispensable para todo proyecto arquitectónico a fin de controlar la cantidad de calor que se refleja hacia el interior de un edificio.

El viento es un desplazamiento de aire generado por las diferencias de presión entre las masas de aire. El aire caliente, menos denso, comienza a subir, mientras el aire frío desciende, se vuelve a calentar, y asciende. Es un elemento importante a considerar en la arquitectura, ya sea para captarlo, evitarlo o capturarlo. Para lograr una adecuada ventilación en las construcciones es necesario analizar su comportamiento y así posteriormente determinar el recorrido que deberá realizar a través de éstas.

En la vivienda vernácula totonaca se logra ver la importancia de este elemento, ya que su orientación no es con relación al Sol sino con el viento —se dice que una vivienda mal orientada durará poco tiempo, pues la techumbre se arruina rápidamente—, además, sus muros son elaborados con tablas o cañas rajadas, lo cual permite el libre acceso del viento a la vivienda, y en las casas con cubierta de teja de barro se deja una abertura entre el muro y el techo para que el aire caliente, que sube, pueda salir libremente de la vivienda, permitiendo el acceso del viento fresco por muros y ventanas.

La humedad relativa de la región va de 85 a 100%, por lo que la sensación más importante a contrarrestar es lo que se denomina bochorno. Los proyectistas debemos tomar en cuenta la humedad en el ambiente interior del espacio. La ventilación natural ayuda a climatizar los edificios mediante una apropiada circulación del viento a fin de producir una sensación de frescor por medio de la brisa del mar; además de que actualmente sabemos que el movimiento del aire desempeña tres funciones diferentes: suministro de aire fresco (beneficio para la salud), enfriamiento del interior por convección, y refrescar a los usuarios por medio de la evaporación.

La trayectoria interior del flujo de aire depende de la posición y diseño de los vanos, así como de los elementos de protección solar como voladizos, persianas y contraventanas. El control del movimiento del aire dentro y fuera de los edificios es una herramienta de diseño importante en la arquitectura bioclimática, pues permite manejar con bastante precisión el flujo de aire para alcanzar el confort deseado. Es posible provocar el movimiento del aire al interior de los espacios con elementos pasivos o activos (movimiento de aire por convección), lo cual acelera el paso del aire, baja la temperatura y representa un alivio para los usuarios.

Nuestros antepasados reconocían que la adaptación era un principio esencial de la arquitectura, y como Vitrubio dijo en De Arquitectura, “el estilo de los edificios debe ser manifestado de manera diferente en países y en regiones con características diferentes”. Es por ello que construir con el clima es indispensable. La vivienda es un elemento fundamental que refleja y caracteriza la calidad de vida, el entorno y el carácter único que describe a la comunidad donde se encuentra ubicada, por lo que posee un sentido integral para sus habitantes; en consecuencia debe ser diseñada y planeada con base en los recursos propios, conservando el entorno, estableciendo los espacios que permitan una estancia confortable.

Es necesario crear conciencia para proyectar nuestras viviendas; al tomar en cuenta los elementos climáticos lograremos crear una arquitectura adaptada, un modelo que genere beneficios para el entorno y sus habitantes. Esto lo podremos realizar generando un equilibrio entre la arquitectura y la naturaleza mediante un análisis de lo pasado, la tecnología actual, nuestros recursos y los elementos climáticos. Debemos crear alternativas que sean integrales, que nos beneficien, seguir creando nuestros cimientos para conservar nuestra calidad de vida y la de nuestras futuras generaciones.

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Yaiza Cortés y Ángel Martín del Rey 
     
               
               






 

 





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Alejandro Casas y Javier Caballero
Jardín Botánico, Instituto de Biología, UNAM

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Manuel Miranda Anaya
     
               
               

Durante el transcurso del día los animales están expuestos a cambios en la iluminación natural, de tal forma que la conducta de muchos puede   estar determinada por las condiciones de luz u obscuridad que les rodean. La luz es un agente de particular importancia para la sincronización de los ritmos circadianos, tanto en animales diurnos como nocturnos, e incluso una luz tan tenue como la de una noche estrellada es suficiente para dar información a los relojes biológicos de los animales.

Los ritmos circadianos permiten que los seres vivos coordinen sus funciones internas con las variaciones ambientales diarias. Éstos se caracterizan por ser endógenos, es decir, que en ausencia de señales ambientales cíclicas se manifiestan con un periodo aproximado al de la rotación de la Tierra (de ahí el término circadiano: circa, cerca y diano, día). Sin embargo, en la naturaleza no parece que los ritmos circadianos presenten periodos distintos al de un día, lo que indica que el mecanismo de generación del ritmo se encuentra ajustado a los ciclos diarios presentes en los factores ambientales.  

La sincronización del reloj  

Por aproximadamente tres décadas, diversos investigadores han dedicado su atención a la forma en que funciona el reloj circadiano y la manera en que se ajusta a los ciclos diarios. La luz parece actuar sobre el reloj cir-   cadiano de dos formas, la primera, conocida como sincronización no paramétrica, que consiste en la presencia de pulsos de luz a la hora del amanecer y del ocaso, cuya duración es de horas a minutos. Este tipo de estímulos son las señales fóticas a las cuales estaría expuesto un animal nocturno que a lo largo del día se mantiene en su madriguera oscura. La   luz ajusta al reloj circadiano únicamente durante estos dos periodos de   exposición.  

El segundo tipo de sincronización es la paramétrica, en donde la acción de la luz comprende la exposición constante a la irradiación durante la mayor parte del periodo de iluminación. Los animales están expuestos a cambios de intensidad y de variaciones en el espectro de la luz natural. En este tipo de sincronización los ajustes a la velocidad interna del reloj circadiano se hacen de manera constante mientras se mantenga el periodo de iluminación y su intensidad depende de la hora a la que se presenta la luz y de su propia intensidad.  

Los ojos del reloj  

La información que da la luz al reloj circadiano es mediada por estructuras sensibles a ella conocidas como fotorreceptores circadianos. Las vías neurales que van del fotorreceptor llegan directamente al sistema que contiene el marcapasos del reloj y no a sistemas de integración de visión. La ubicación de estos fotorreceptores circadianos es diversa según el grupo animal en que se estudie; en invertebrados y vertebrados no mamíferos, por ejemplo, distintos fotorreceptores se encuentran fuera de la retina y son conocidos como fotorreceptores extrarretinianos. Aunque la ubicación de estos fotorreceptores es diversa, en general, puede considerarse que existe fotosensibilidad en distintas regiones del sistema nervioso central. Ejemplos típicos en invertebrados incluyen desde crustáceos decápodos que presentan fotorreceptores extrarretinianos en el sexto ganglio abdominal y en el ganglio cerebroide, hasta moscas de la fruta en las cuales casi cualquier parte del cuerpo que contiene la maquinaria molecular del reloj es sensible a la luz.  

En los vertebrados no mamíferos la glándula pineal es el fotorreceptor   extrarretiniano más reconocido, mientras que en algunas especies de reptiles existe el ojo parietal (también llamado tercer ojo), y en ausencia de los fotorreceptores anteriores, en algunos reptiles su capacidad de responder a la luz es mediante fotorreceptores existentes en el cerebro profundo. En los mamíferos la organización es distinta, ya que la información que   da la luz al reloj esta mediada por células contenidas exclusivamente en la retina. La pregunta que surge a raíz de estas diferencias es ¿por qué sólo el grupo de los mamíferos es carente de fotorreceptores extrarretinianos?  

La retina de los mamíferos  

La respuesta a esta pregunta es incierta, sin embargo, diversas hipótesis apuntan a que durante su evolución temprana, los mamíferos pasaron por procesos de selección (a lo que algunos investigadores han llamado "cuello de botella") que dieron como resultado una reorganización del sistema circadiano entero, y en particular de los fotorreceptores circadianos. Se cree que los primeros mamíferos, al ser nocturnos, dependían de los sistemas fotorreceptores más sensibles para dar la información fótica al reloj circadiano, de tal forma que otros fotorreceptores circadianos menos   sensibles fueron perdiendo influencia en los mecanismos centrales del   reloj, hasta dejar de ser funcionales como fotorreceptores circadianos. Esta teoría se basa principalmente en el hecho de que actualmente se conocen diversas especies de vertebrados e invertebrados de hábitos nocturnos, que presentan una reducción significativa en la sensibilidad de fotorreceptores extrarretinianos. Algunos ejemplos son la pineal en algunos buhos, que es muy pequeña o incluso ausente, o bien la falta de ojos parietales en reptiles de hábitos principalmente nocturnos. En el caso de   los insectos, se discute si la cucaracha también ha perdido fotorreceptores circadianos extratrretinianos. Sin embargo, también es frecuente encontrar especies nocturnas en las que no se cumple esta tendencia.  

La diversidad en los fotorreceptores circadianos de los animales parece también ser consecuencia de que cada uno tiene influencia sobre un tipo de oscilador en particular. En los animales no mamíferos existen diversos tejidos, principalmente de origen neural, que funcionan como marcapasos circadianos, ya que son capaces de oscilar de manera autónoma y de coordinar funciones fisiológicas a través del tiempo. Así los animales que presentan diversos marcapasos coordinando distintas funciones, pueden a su vez depender de distintos fotorreceptores circadianos. De ahí que en sistemas con múltiples marcapasos, se espera la existencia de múltiples sistemas fotorreceptores circadianos. En el caso de los mamíferos se sabe que el principal marcapasos es el núcleo supraquiasmático del hipotálamo, y que aunque se presume de la existencia de otro, como el que regula funciones digestivas, no se ha localizado ningún marcapasos en mamíferos de la importancia del núcleo supraquiasmático del hipotálamo. Al existir un solo marcapasos principal, se mantiene por lo tanto un solo fotorreceptor circadiano, el de mayor sensibilidad a los cambios más tenues en intensidad y en composición espectral de luz.  

Hasta el momento se sabe que los mamíferos carecen de fotorreceptores extrarretinianos y que todas las respuestas a la luz son mediadas por la retina. La glándula pineal de los mamíferos, sin embargo, presenta gran parte de los elementos necesarios para la fotorrecepción, pero ésta no responde a la luz; aunque existen algunos reportes de que se puede inducir fotosensibilidad en células cultivadas de la glándula pineal de ratas neonatas.  

En la retina, la energía luminosa es transducida por los conos y los bastones, estas células pasan la información a neuronas de segundo y tercer orden, entre las cuales se encuentran las bipolares y posteriormente las ganglionares. En esta red de células (coordinadas también por otras neuronas como amácrinas y horizontales) es donde se lleva la primera fase de integración de la información visual antes de ser transmitida al cerebro. El núcleo supraquiasmático del hipotálamo recibe la información lumínica vía el nervio óptico, principalmente por el tracto retínohipotalámico y la hojuela intergeniculada.  

¿Dónde se hallan los fotorreceptores?  

Se esperaría que los conos y los bastones fueran en sí las células fotorreceptoras, al ser la retina el tejido que media la fotorrecepción circadiana. En diversos experimentos realizados con ratones que presentan una mutación en la cual degeneran bastones y en aquellos en que se ha inducido   una degeneración transgénica de conos —considerados como conductualmente ciegos—, las respuestas eléctricas de la retina a un pulso de luz   Celectrorretinograma) son ausentes y las retinas estudiadas histológicamente muestran pérdida de bastones y de conos; sin embargo, estos animales aún son capaces de sincronizar sus ritmos a ciclos de luz tan tenues como la luz reflejada por la luna. Esto ha sugerido que los fotorreceptores que llevan la información luminosa al reloj son distintos a los conos y bastones.  

La evidencia de que no se trata de células involucradas en la visión hace más interesante el problema de su localización, aunque se sabe que tales fotorreceptores residen en la misma retina. Debido a que los fotorreceptores circadianos son distintos a los que intervienen en la visión,  los mejores candidatos son las neuronas ganglionares y las bipolares. A raíz de ello surgen interesantes preguntas como ¿cuál es el fotopigmento que contiene el fotorreceptor circadiano? (la molécula sensible a la luz que inicia el proceso de transducción de la información).  

En los conos y bastones, el fotopigmento es la rodopsina, una combinación entre una molécula fotosensible llamada cromóforo (retinal), el cual es un derivado de la vitamina A, y una proteína conocida como opsina. La sensibilidad espectral de la rodopsina va desde 400 nanómetros (luz   violeta-azul) hasta 700 (rojo lejano) y su máxima sensibilidad es a 500 (verde-amarillo). La sensibilidad espectral del reloj circadiano sugiere un cromóforo semejante al retinal de opsina. Los fotopigmentos base retinal que han sido extraídos de los ratones mutantes rd son la melanopsina (que también se encuentra en los melanocitos de la piel de los anfibios) y un tipo de opsina ancestral, localizadas ambas en las células bipolares y ganglionares de la retina.  

El segundo candidato es un miembro de la familia de los criptocromos, los cuales son moléculas fotorreceptoras con base en flavinas del grupo de las fotoliasas. Es decir, que son semejantes a enzimas reparadoras de ADN que dependen de la luz, esto es, fotorreactivas. En la maquinaria molecular del reloj circadiano, los criptocromos han perdido su actividad de fotoliasa y en la mosca de la fruta Drosophila parece ser el único fotorreceptor que media la información lumínica en la maquinaria molecular del reloj. Los criptocromos han sido localizados también en los mamíferos pero ya no con la función de molécula fotorreceptora como en Drosophila; es decir, que parecen estar involucrados en la maquinaria molecular del reloj mismo más que como un posible fotorreceptor. Una manera de estudiar la función de un gen en la fisiología del organismo es mediante la producción de mulantes para ese gen, lo que significa que éste ha sido eliminado o su   expresión ha sido modificada. En este sentido, los ratones mutantes que   no producen criptocromos muestran una arritmia total, por lo cual no ha    sido posible distinguir su posible papel como fotopigmentos de los fotorreceptores circadianos en estos animales.  

Tanto la melanopsina como los criptocromos han sido localizados en   células ganglionares, sin embargo, un estudio publicado recientemente en la revista Science, muestra que las células ganglionares marcadas retrógradamente desde el núcleo supraquiasmático del hipotálamo presentan respuesta a la luz de forma distinta a la que tienen los fotorreceptores para la visión. Esto significa que la fisiología de algunas células ganglionares estaría dedicada a recibir y llevar la información de los cambios y ciclos de luz diaria hacia el reloj circadiano.  

Todo esto nos permite reflexionar sobre cuáles han sido los procesos de   selección que han dado lugar a que un grupo especializado de células tome lugar como fotorreceptores circadianos en los mamíferos. Como es   costumbre en el desarrollo del conocimiento científico, cada descubrimiento da lugar a más preguntas que a respuestas. Parece que la evolución suele favorecer el mejoramiento de los sistemas existentes, aumentando su eficiencia más que originando nuevos. Ahora no sólo cabe preguntarse   ¿por qué los mamíferos presentan los fotorreceptores circadianos exclusi-   vamente en la retina? Sino también ¿por qué en la evolución de la retina   los fotorreceptores visuales y los fotorreceptores circadianos parecen ser   distintos?  

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Manuel Miranda Anaya
Facultad de Ciencias, UNAM

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