La ciencia y la sociedad civil
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John Ziman
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La ciencia penetra la sociedad en que vivimos, es ubicua. El público la encuentra en cada esquina y en cada aspecto de su vida; en forma de una tecnología útil como un teléfono o de un medicamento como la penicilina. En ocasiones como una cabeza nuclear, convertida en aterrador instrumento del poder político; en otras, a través de una tecnología de verificación, representa la respuesta pacífica a desatinos guerreristas. Algunas veces es una dulce razón y otras un misterioso encanto. Por momentos, en su pasión por clasificar y contar, parece totalmente oscura, pero en otros es completamente deliciosa con la poesía de la curiosidad y las ideas maravillosas.
Cada acercamiento provoca un rango distinto de actitudes: práctica, agradecida, medrosa, respetuosa, de sospecha, de aceptación, de rechazo, etcétera. También la forma en que llega al público es muy variada. Las personas se encuentran con la ciencia en una gran diversidad de situaciones: como consumidores, pacientes, clientes, opositores, autoridades, periodistas, víctimas, empresarios, entre otras. Así, los científicos tienen y transmiten una concepción distinta al público según el segmento particular con el que se relacionan. Lo que cada parte piensa y dice de la otra, en gran medida depende de las circunstancias. Dado que la ciencia y el público se encuentran tan frecuentemente en estos días, bajo contrastantes condiciones, es sumamente difícil hacer una generalización acerca de las actitudes que se desarrollan en tales encuentros o que evolucionan posteriormente en la psique del público o en las cámaras secretas de la torre de marfil. La ciencia es una gran institución en nuestra sociedad, un elemento fundamental del orden social y componente esencial de nuestra cultura. En este asunto difícil de explicar, se espera que los científicos sociales den respuestas plausibles, aunque sea parcialmente. Lo que podemos decir, ciertamente, es que mucho depende del ambiente social general. Las actitudes públicas hacia la ciencia son parte de la cultura en que vive la gente, con fuertes influencias y raíces históricas y nacionales. Seguramente son muy distintas en países poco desarrollados, como Camboya, Zimbabwe o Paraguay, de las que existen en Europa occidental, Norteamérica o el este de Asia. Son diferentes en países cristianos y en los islámicos; no son exactamente las mismas en España, Francia o Italia. Los contextos educativos y religiosos tienen significativa influencia en cómo el público percibe al conocimiento científico. Ahora, comenzamos a entender que la llamada modernidad no es una sola corriente por encima de todas las otras tradiciones, y que estamos lejos de encontrar una interacción uniforme y universal de la ciencia con esas tradiciones. Agendas políticas para la ciencia Con frecuencia se ignora que la ciencia tiene una dimensión política. Actualmente es un factor tan importante en la vida pública de cada nación que atrae gran atención del poder. La ciencia moderna está sistemáticamente moldeada por los poderes gubernamental, industrial, comercial, militar y clerical, entre otros. Las actitudes públicas hacia la ciencia dependen del papel social que ésta juega. La pregunta básica siempre es, ¿para qué es la ciencia? Al responder esto la gente siente que puede decidir si desea sostenerla, creer en ella, ponerse bajo su control o ignorarla. En esencia, el lugar de la ciencia en la sociedad es establecido, por lo menos en parte, por las fuerzas e instituciones que consciente o inconscientemente determinan otras actitudes sociales. Cada sistema social le da un papel que se ajusta a su agenda política. La ciencia es parte de la estructura social y al ser vista como una de las fuentes potenciales de poder, sus funciones se sujetan a aquella fuerza, grupo, idea o persona que se plantee monopolizar tales poderes en una sociedad particular. En todas las sociedades tradicionales, desde las formas más simples de cultura cazadora-recolectora hasta los imperios agrícolas más sofisticados, lo que ahora llamamos ciencia no difería de otras fuentes de conocimiento práctico o teórico. La producción de conocimiento representa una actividad incorporada a la práctica de vida en proceso. Por lo tanto, aquellos que buscan revivir la autoridad de las tradiciones ancestrales son muy cuidadosos de no alentar que otra actividad adquiera suficiente prestigio para rivalizar con ellas. En sociedades que conscientemente se autodenominan teocráticas, es decir, guiadas por una doctrina religiosa explícita, la ciencia frecuentemente se reconoce como una forma distinta de conocimiento, no muy confiable, y se le asignan roles subordinados como de utilidad adjunta a la tecnología o la medicina, donde no puede desafiar la superioridad de la religión en los aspectos medulares de la vida. El caso de Galileo ejemplifica la respuesta al asunto ¿para qué sirve la ciencia? Por contraste, en algunos sistemas sociales totalitarios, notablemente el comunismo soviético, supuestamente la autoridad estaba basada en la ciencia. El progreso científico era proclamado como un triunfo del sistema y especialmente del Estado que lo fomentaba. Pero como mostró el caso Lysenko, ante cualquier indicio de que el conocimiento científico entraba en conflicto con otros dogmas de la ideología imperante, la ciencia y sus instituciones tenían que hacerse a un lado y aparentar conformidad. Más moderados, los partidarios del socialismo científico creían en la tecnocracia. Escritores como H. G. Wells, J. D. Bernal y C. P. Snow sostenían que la ciencia y la tecnología debían ser la principal fuente de autoridad. Vislumbraban un sistema social sustentado en acciones enteramente racionales donde la política normal, de alguna u otra forma, había sido eliminada. El público debía voltear entonces a la ciencia, y por supuesto a los científicos, como el centro único de la acción y decisión social. Afortunadamente, ningún sistema como ese fue llevado a la práctica. Sin embargo, lo que tenemos es el capitalismo, donde se supone que toda acción social está en manos de empresas privadas; corporaciones compitiendo libremente por los consumidores en el mercado. La investigación científica y la innovación tecnológica se combinan en la tecnociencia, una actividad ampliamente diseminada, poseída, operada y financiada por varias corporaciones como fuente de futura ganancia económica. Así, en países como Singapur y Corea, el público es fuertemente alentado a ver a la ciencia como una inversión comercial, muy probablemente para mejorar la competitividad de su compañía o de su país. Pero el capitalismo también tiene sus críticos. Muchas personas, incluyendo científicos, son activos proponentes de un sistema social alternativo donde el poder de las corporaciones multinacionales y sus aliados políticos sea eliminado o drásticamente frenado. En ese utópico mundo, la tecnociencia tendría que liberarse de sus amos gubernamentales y corporativos antes de poder operar como una fuerza para la liberación popular, el desarrollo sustentable, etcétera. En otras palabras, como ahora existe es altamente sospechosa y muy ambigua en su papel social. La empresa científica, como un todo, necesitaría ser corregida políticamente para asegurarse que puede encontrar al público con un espíritu verdaderamente aligerado. La ciencia en una sociedad plural Las variadas formas en que una sociedad podría relacionarse con la ciencia muestran el amplio rango de posibilidades que existen. Los sistemas sociales que he delineado obviamente son hipotéticos o altamente esquemáticos, pero las actitudes que cada uno buscaría generar son todas muy reales. Pero si pensamos sólo en el mundo occidental, en la Unión Europea por ejemplo, ninguno se ajusta a estos estereotipos. La noción de un “público” capaz de tener distintas actitudes hacia la ciencia no tendría sentido en una sociedad tradicional, teocrática, totalitaria o tecnocrática, mientras que el capitalismo trata a las personas como consumidores y a los anticapitalistas como anticonsumidores. Por esto un público “genuino” sólo puede actuar en una sociedad democrática abierta, donde un buen número de instituciones sociales participen en la toma de decisiones; es decir, una sociedad plural donde la ciencia es sólo una de esas instituciones. Así, se genera una gran variedad de actitudes públicas, no sólo por encontrarse bajo un amplio rango de circunstancias, sino por estar al servicio de múltiples agendas políticas. Tenemos suerte de vivir en una sociedad donde no hay una autoridad central o ideología capaz de definir un papel único para las ciencias y sus tecnologías asociadas. Sin embargo, el pluralismo político moderno reside en cómo la ciencia toma un número diverso de funciones sociales. La sobredimensionada agenda política de nuestra sociedad es estabilizada por la variedad de actitudes públicas hacia la ciencia, reflejada en una mezcla de instituciones relativamente autónomas que producen conocimiento científico y forman expertos con múltiples roles sociales. Entonces, ¿para qué sirve la ciencia? A primera vista no hay respuesta a esta pregunta. Los políticos y economistas continuamente nos dicen que el principal papel de la ciencia es guiar e informar sobre la vida práctica, lo que la reduce, directa o indirectamente, sólo a sus capacidades instrumentales. Sin embargo, las aplicaciones prácticas de gran parte del conocimiento producido por la investigación científica sólo son a largo plazo. Evidentemente una porción significativa puede ser explotada en beneficio de un buen número de causas deseables, etiquetadas convencionalmente en términos de creación de riqueza, competitividad internacional, seguridad nacional, salud pública, bienestar social, etcétera. Las voces de gobierno, industria, medios de comunicación, partidos políticos y la mayoría del público cantan la misma canción. Confunden ciencia y tecnología y festejan a la tecnociencia que aparenta tener la capacidad de hacer todas las cosas posibles, incluyendo la cura de enfermedades que ella misma ha creado. En otro ámbito se reconoce que mucho del conocimiento producido por la investigación científica, especialmente en universidades, no tiene un uso práctico obvio. Sin embargo, con un poco de imaginación siempre es posible construir escenarios plausibles donde ese conocimiento podría explotarse tecnológica o médicamente, lo que le confiere potencialmente un papel social pre-instrumental. En el mundo de la política científica se le designa como investigación estratégica a lo que puede considerarse un trabajo que traerá beneficios a largo plazo, como reforzar bases teóricas, inventar nuevas técnicas, descubrir conocimientos aplicables, extender las capacidades técnicas y generar innovaciones útiles, entre otros. Poco se menciona en este discurso a aquellos que llevan a cabo la investigación o a los que explotan sus productos. En una economía mixta y políticamente plural, la tecnociencia es la creación de gobierno e industria trabajando más o menos independientemente o ligados en una asociación laxa pero difícil. Frecuentemente los resultados de la investigación son confusos o contradictorios, y no favorecen directamente los intereses de los organismos que los originaron, pero se consideran propiedad intelectual y así pertenecen a cualquier organismo —puede ser empresa comercial o agencia estatal— que los haya financiado. Actualmente, las organizaciones privadas o públicas que financian la investigación y tienen el control del uso de los productos son, en su mayoría, grandes y poderosas. Pero, dado que son componentes de una sociedad plural y competitiva, usualmente tienen misiones y agendas opuestas entre sí. Estas organizaciones despliegan sus capacidades tecnocientíficas para acrecentar sus recursos técnicos, ganar mercados, competir, regularse, demandarse, conseguir la aprobación pública o proseguir con sus intereses particulares. A pesar de que en raras ocasiones tienen todo el poder legal, les gustaría imponer sus tendencias tecnocráticas a la sociedad, tratan a la ciencia como un instrumento para alcanzar sus fines materiales o sociales, frustrando las metas de sus rivales en lo político, económico, militar o cultural. Y en todos sus encuentros con el público, dan por hecho que para eso existe la ciencia. Las funciones no instrumentales En este contexto, muchos aspectos no instrumentales de la ciencia son completamente ignorados. En una sociedad abierta, plural y democrática, la ciencia tiene numerosas y valiosas funciones sociales que son pasadas por alto. El público está demasiado asombrado de los alcances de la tecnociencia y sus promotores soslayan las funciones no instrumentales. Aun así, nos respaldamos en ella para numerosos beneficios públicos intangibles, como imágenes instructivas del mundo, actitudes confiables y racionalmente críticas, además de asesoría experta independiente. Sin esto, nuestra cultura moderna no sería viable y se colapsaría en el oscurantismo y la tiranía. En primer lugar, la ciencia enriquece la sociedad con su conocimiento general influyente y digno de confianza. Los científicos se quejan de falta de entendimiento público hacia su trabajo, y de que las imágenes del mundo aún son del sentido común. Sin embargo, actualmente mucha gente tiene concepciones más realistas de los orígenes humanos, sus condiciones y capacidades. Aun aquellos que públicamente rechazan los descubrimientos en evolución, genética, psicología, antropología y sociología demuestran cuán importantes son estos conocimientos para las concepciones que tienen de si mismos. Nuestra sociedad está caracterizada por grandes áreas de preocupación sobre salud, fuentes de energía, recursos alimentarios, empleo, conservación de la naturaleza, entre otras, y las voces de alerta sobre los peligros que algunos representan y los análisis de cómo pueden evitarse surgieron originalmente de ciencias como la ecología, la climatología, la epidemiología y la economía. Por ejemplo, la idea de que había un efecto invernadero que producía un calentamiento global emergió de investigación científica básica no instrumental. Pero sobre todo, la vida humana sería complicada sin las maravillas encontradas por la curiosidad científica. Los asombrosos descubrimientos en cosmología, física de partículas, tectónica de placas, comportamiento animal, ciencia cognitiva, etcétera, comienzan a compartirse ampliamente, convirtiéndose en parte de la conciencia de masas, de una mentalidad generalizada y de nuestra civilización. El utilitarismo no tiene lugar para tales frivolidades, pero todos sabemos, en nuestros corazones, que estos bienes intangibles nos dan tanto sustento como la comida y la bebida. Otra de las funciones no instrumentales de la ciencia es inyectar actitudes científicas a la discusión pública. No sería justo para los grandes foros de debate del pasado, tales como el ágora de los griegos clásicos o los concilios de la iglesia temprana, sugerir que eran deficientes en la presentación de argumentos bien razonados. Pero el discurso científico practica una forma de racionalidad crítica que es peculiarmente efectiva para llegar a conclusiones teóricas convincentes que sean consistentes con realidades de hecho. Esto no sugiere que los científicos sean especialmente razonables o inteligentes, o que exista un método científico que pueda resolver cada problema social a discusión. Por el contrario, la familiaridad con la ciencia es intelectualmente razonable para recordarnos que los dogmas son para dudar, las teorías están sujetas a pruebas empíricas, los hechos que se dan por supuestos pueden no confirmarse, los pensamientos hermosos son frecuentemente poco imaginables, las conjeturas más “silvestres” no siempre deben descartarse y las autoridades establecidas pueden ser desconocidas. En efecto, la ciencia desempeña un papel muy valioso en combatir la arrogancia tecnocrática con escepticismo bien fundamentado y con imaginativos escenarios alternativos. Liberarse de estos marcadores tecnocientíficos es un medio efectivo para percibir y sostener un amplio rango de valores humanos que debieran fundamentar nuestra civilización. Desde un punto de vista pragmático, la función no instrumental más valiosa de la ciencia es producir profesionales independientes y expertos que ocupan muchas de las posiciones claves en el orden social. Por ejemplo, se entiende que para profesiones tales como la ingeniería y la medicina, es necesario entrenarse en la atmósfera de la apertura científica y en los cambios característicos de las instituciones involucradas en investigación no instrumental. La tecnociencia en sí misma depende para su continua vitalidad del influjo regular de autodireccionalidad de los científicos acostumbrados a una considerable autonomía para llevar a cabo su trabajo con fines públicos. Pero, sobre todo, nuestras prácticas sociales democráticas, gobernadas por leyes, funcionan bajo el supuesto de que los investigadores siempre podrán proveer información confiable en asuntos de controversia o disputa, ya sea como testigos especialistas, asesores legales, árbitros, consultores técnicos o simplemente voceros. Por supuesto, nadie estima que tales personas puedan llegar a estándares sobrehumanos de objetividad o imparcialidad. Sin embargo, la posibilidad de llegar a veredictos en muchos asuntos controversiales depende finalmente de la credibilidad práctica de expertos relativamente desinteresados, temporalmente llamados a desempeñar estos papeles sociales. Condiciones para una ciencia no instrumental En buena medida, muchas de las funciones de la ciencia son parte de nuestro bagaje cultural y del lugar que ha establecido para sí misma en nuestra sociedad. Si la ciencia debiera tener una función no instrumental, ésta tendría que ser pública para su uso abierto en asuntos legales, políticos y sociales; universal, para que permita acceso equitativo a ella y entendimiento público general; imaginativa, para la exploración de todos los aspectos del mundo natural; autocrítica, para la validación por experimentación y debate; desinteresada, para la producción de conocimiento por su propio valor. Obviamente la lista es muy esquemática. Sin embargo, estas condiciones entran en conflicto con la forma en que la ciencia acostumbra llevar a cabo las funciones instrumentales que también son requeridas por la sociedad. En general, la tecnociencia produce conocimiento que típicamente es de patente, para explotarse como propiedad intelectual; particular, para servir a élites técnicas y grupos de poder local; prosaica, para cubrir problemas y necesidades concretas; pragmática, para ser probada sólo para y por su éxito práctico; partidaria, para satisfacer agendas e intereses sociales creados. Por supuesto, esta terminología no es sociológicamente neutra. Las contradicciones innatas entre estos dos papeles que puede desempeñar la ciencia se hacen evidentes. Resulta lógicamente imposible para una actividad social ser tanto pública como particular, desinteresada o partidaria. Las condiciones para la universalidad se confrontan con requerimientos locales. Las capacidades imaginativas están limitadas por riendas prosaicas y el pragmatismo no tiene tiempo para la autocrítica conceptual. En otras palabras, el papel social no instrumental de la ciencia no puede ser desarrollado solamente por la tecnociencia, por lo menos en la forma en la que hasta ahora se viene practicando. Actualmente, todos aquellos beneficios y funciones socialmente deseables los provee la ciencia “académica”. Lo pongo entre comillas para indicar que no hablo sólo de la investigación que se realiza en universidades o academias nacionales. Tengo en mente todas aquellas instituciones sociales donde los científicos están o fueron empleados bajo condiciones académicas; esto es, esencialmente, acorde con los principios establecidos por las universidades alemanas a principios del siglo xix y que ahora se siguen en todo el mundo. Tradicionalmente, los científicos académicos eran formalmente empleados como maestros, no como investigadores. Pero ahora obtienen puestos universitarios permanentes por sus contribuciones personales al conocimiento al ser evaluados por sus pares académicos. Lo mismo se aplica a los científicos en muchas instituciones que no son de enseñanza, en el sentido de que no se les contrata para llevar a cabo proyectos de investigación particulares o dirigidos a obtener resultados con aplicación. En otras palabras, es una cultura científica con un fuerte ethos no instrumental. No es casualidad que la ciencia académica tenga muchas prácticas bien establecidas, acordes con las condiciones de los papeles no instrumentales, incluyendo libertad para publicar o morir; empleo y promoción meritocrática; autonomía en investigación, protegida por inamovilidad de cátedra; colegios invisibles trasnacionales; revisión de proyectos por pares, personas y publicaciones; debate crítico y abierto; recompensas competitivas por descubrimientos; financiamiento de organizaciones no gubernamentales casi autónomas. Históricamente, estas prácticas institucionales han evolucionado en paralelo con las funciones sociales que las hacen posibles. En efecto, son sólo pequeñas huellas del contrato implícito entre nuestra moderna sociedad plural y la ciencia que nos provee con múltiples beneficios. Por lo tanto, aún la tecnociencia que emplea la economía industrial no puede prosperar sin la ciencia académica, por sus productos esenciales como conocimiento confiable como base de la investigación instrumental, perspectivas realistas para futuras necesidades sociales, descubrimientos inesperados con usos no previstos, criterios éticos para evaluar riesgos públicos, racionalidad crítica en investigación y desarrollo, investigadores entrenados, expertos y con criterios honorables, y asesoría autorizada e imparcial. No todos estos beneficios son simplemente preinstrumentales, como sostendrían las autoridades políticas y económicas. La ciencia, como un constituyente principal de la compleja forma institucional que llamamos academia ayuda a llenar muchos de los huecos de nuestra matriz social, en las variadas dimensiones en que aparecen. Por ejemplo: lagunas de conocimiento, pues en su papel educativo provee al público de acceso abierto a conocimiento científico confiable; lagunas gubernamentales, ya que permite contar con asesoría científica independiente para el control democrático del poder tecnocrático; lagunas culturales, pues como institución multidisciplinaria ofrece un foro público y numerosas situaciones privadas para el diálogo y la integración entre las ciencias y las humanidades; lagunas de valores, cuando su papel ético defiende, corrige y propaga los valores humanos que expresan y sostienen el bienestar común. Las actitudes públicas tienen razón al sospechar del elitismo de la torre de marfil, erigida por algunas características de la tradición académica. Sin embargo, la ciencia se esfuerza en ser independiente de iglesias, Estado, comercio e industria. En sus mejores momentos no sólo es un almacén de conocimiento potencialmente útil, también es una fuente de ideas originales o heréticas, un refugio para el disentimiento crítico social y técnico, y un reservorio de asesoría socialmente responsable. Por supuesto, pocas veces se demuestran estos exaltados principios, pero el contrato social no escrito para la ciencia académica claramente establece que no debiera subordinarse a los intereses de la tecnociencia. Inconscientemente, el público se ha acostumbrado a depender de la ciencia académica como un órgano de la sociedad civil. Esta, puede decirse, es la tercera fuerza que mantiene juntas a la economía y la política en un paquete plural. Por su misma naturaleza, la sociedad civil es sistemáticamente heterogénea, ya que engloba organizaciones no gubernamentales, asociaciones de voluntarios, grupos religiosos, compañías no lucrativas, fundaciones caritativas, etcétera. En la moderna sociedad de la información, el conocimiento es poder. Los diversos cuerpos que constituyen la sociedad civil tienen pocos recursos de investigación si se les compara con sus oponentes estatales y corporativos. Necesitan de acceso a conocimiento imparcial, confiable y científicamente validado en una enorme variedad de cuestiones altamente técnicas. Este tipo de conocimiento solamente puede venir de personas e instituciones que sean razonablemente independientes del control corporativo y estatal. Por ello, la libertad académica es un pilar de la democracia plural. Así, la ciencia académica es la Agencia Central de Inteligencia autónoma, abierta y globalmente responsable de las operaciones de la sociedad civil en todo el mundo.
Una mirada a lo que sucede Mucho más podría decirse acerca de cómo la relación complementaria entre sociedad civil y academia puede reforzarse. Desgraciadamente las culturas de investigación están cambiando; para muchos mi apreciación de la ciencia académica puede parecer desalentadoramente idealista o pasada de moda. Conforme la investigación científica se vuelve más elaborada y costosa, se hace más directamente dependiente de financiamiento público y corporativo. Los organismos que la sostienen y controlan presionan crecientemente sobre sus capacidades instrumentales. Como resultado, todas las formas de producción de conocimiento se están fusionando en una cultura de investigación postacadémica dominada por criterios esencialmente tecnocráticos. Aun en nuestras universidades más apreciadas, la tecnociencia está desplazando las prácticas y normas académicas tradicionales. Como hemos visto, la tecnociencia y la ciencia no instrumental son institucionalmente incompatibles. Sin embargo, por ignoradas y confusas que puedan parecer sus actitudes hacia la ciencia, el público en general siente que la académica es esencialmente una empresa moral, sostenida por un ethos tácito de confianza mutua. Recientes acontecimientos muestran que la cohabitación impuesta con la tecnociencia está minando las virtudes fundamentales de ese ethos. Los novatos de la ciencia postacadémica descubren pronto que su integridad es puesta en duda por disputas de conflicto de intereses, su transparencia es nublada por datos de investigación retenidos, su sinceridad es frustrada por la censura de los patrocinadores, su honestidad comprometida por el plagio y el fraude, su autenticidad degradada por la dependencia comercial, su colegiación pisoteada por manejo burocrático, su benevolencia burlada por proyectos antisociales y su autonomía atada por exceso de valoración de su actuación. No estoy sugiriendo que ahora la ciencia y los científicos están empantanados por estos desarrollos. En comparación con la mayoría de las profesiones, la investigación científica aún está peculiarmente libre de corrupción sistemática. Pero las normas tácitas y las convenciones profesionales que la protegen de esas influencias están siendo eliminadas. Esta es una de las cosas más importantes acerca de la ciencia que el público debe saber y entender. Los intereses tecnocráticos están moldeando las actitudes públicas hacia la ciencia y los científicos; sin embargo, en sus encuentros con la ciencia ahora el público descubre que necesita algo más que sus capacidades y productos tecnológicos. Al final, el papel no instrumental, como órgano de la sociedad civil, es un elemento esencial de una democracia plural. Esta función social vital es permitida por las prácticas académicas, que la ciencia postacadémica descuidadamente está descartando. El cambio histórico siempre es un proceso en una sola vía. Nadie puede creer seriamente que podemos voltear y bajar el elevador del progreso tecnocientífico. La idea de regresar a una producción de conocimiento que corresponde estrictamente al modo académico es una fantasía. Sin embargo, hay mucho que decir acerca de cómo diseñar un nuevo contrato para la ciencia, más acorde con el mundo actual. Éste es un reto intelectual con muchas dimensiones de análisis y discusión. Deberá ser el tema central de numerosos congresos que involucren a científicos y otros ciudadanos en un asunto de profundo interés común. Todo lo que digo es que al tratar de determinar la futura relación de la ciencia con la sociedad, no hay que asimilarla con la tecnociencia utilitaria; debemos asegurarnos de que también sea libre de llevar a cabo sus funciones no instrumentales que sostienen y enriquecen nuestra muy apreciada sociedad pluralista. |
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John Ziman
Profesor emérito de Física,
Universidad de Bristol.
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Nota
Ponencia presentada en el congreso La ciencia ante el público; cultura humanista y desarrollo científico-tecnológico. Salamanca, España. Octubre 2003.
Agradecemos a la Universidad de Salamanca su autorización para publicarlo como un adelanto de las memorias del congreso, en preparación.
Traducción Patricia Magaña Rueda.
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como citar este artículo → Ziman, John y (Traducción Magaña, Patricia). (2005). La ciencia y la sociedad civil. Ciencias 78, abril-junio, 4-13. [En línea]
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El espacio de la ciencia, del genoma humano al oceánico |
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Stefan Helmreich
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Recientemente, los sociólogos y antropólogos que estudian la actividad científica han señalado que tanto los científicos como el público en general suelen ver la ciencia como un espacio separado de la vida y el conocimiento cotidiano. A finales de la década de los ochentas, los antropólogos culturales que realizaban estudios sobre investigadores de diversas áreas, desde la física hasta la medicina, comenzaron a reconstruir este caso etnográficamente. Emily Martin publicó en 1987 el libro Las mujeres y el cuerpo, donde analiza cómo las metáforas capitalistas sobre el factor de producción perfilaron la manera en que se describía la salud reproductiva de las mujeres en los libros de medicina de los Estados Unidos. En trabajos posteriores, afirmó que muchos doctores aceptaban esas analogías porque veían la ciencia como una ciudadela, un espacio de autoridad aislado de la cultura y la política, ambas pensadas como ajenas al quehacer científico. Sharon Taraweek señaló en su etnografía sobre los físicos de Altas Energías de la Universidad de Stanford, publicada en 1988, que sus interlocutores se percibían como habitando una cultura de no cultura, una zona de pura objetividad. Muchas cosas han cambiado desde entonces, tanto en las ciencias como en la antropología cultural. Por ejemplo, el surgimiento de áreas como la bioética indica que cada vez más gente reconoce que existe un vínculo inextricable entre la ciencia y la cultura. Mientras tanto, los debates al interior de las ciencias biológicas en torno a la conservación de la biodiversidad o acerca de si los genes pueden ser patentados y por quién, han conducido a los científicos y al público a discusiones más acaloradas sobre las políticas de la ciencia.
Por supuesto, algunos científicos todavía creen que hay espacios de investigación ajenos a la cultura y la política. El océano por ejemplo podría ser una de esas zonas, en un contexto en el que los biólogos marinos están replanteando las formas de estudiarlo, ya que el conocimiento sobre el mar es cada vez más abstracto —más parecido a un conjunto de secuencias genéticas que existen en la base de datos de una computadora en línea que a una colección de peces en una pecera. La ciencia en el océano El Dr. J. Craig Venter, quien en el año 2000 fue aclamado por sus avances en la secuenciación del genoma humano, presentó una conferencia en el Massachusetts Institute of Technology (mit) a principios de 2004 sobre su más reciente proyecto: recolectar y secuenciar el ácido desoxirribonucleico (adn) de los microorganismos que flotan en los océanos. Venter señaló que su intención es “catalogar la gama de material genético de la Tierra” y le dijo al público del mit que había comenzado por lo pequeño, disponiendo de un modesto aparato de investigación —su yate particular, The Sorcerer II— para completar un proyecto que llamó la secuenciación del mar de los Sargazos. Pero, ¿cómo es posible que este mar que rodea las costas de las Bermudas contenga “toda la gama genética”?, más aún, ¿cómo es que se ha llegado a pensar que el océano —e incluso el planeta— tenga un genoma —un complemento de adn— que puede ser secuenciado? Para comenzar, es importante señalar que Venter está hablando solamente de los microorganismos marinos, las criaturas más pequeñas —aunque también las más numerosas— que viven en el mar. ¿Qué le permite entonces hacer semejante afirmación? Un breve recuento de la historia de los estudios sobre microorganismos marinos permite más o menos contextualizarlo. Hace algún tiempo, los microbiólogos comenzaron a cultivarlos —como se hacía con otras bacterias. El experimento no funcionó muy bien para los microorganismos que flotan en los océanos, ya que el ambiente marino difícilmente puede reproducirse en los vasos de vidrio de los laboratorios. Actualmente, gracias a la secuenciación de genes, los microbiólogos marinos ya no necesitan aislar y cultivar muestras in vitro. Ahora pueden estudiar los genes que se albergan en volúmenes de agua de mar —sin importar cómo están distribuidos en las criaturas allí presentes. Es como si se vaciaran grandes cantidades de agua en un secuenciador genético. Algunos científicos como Venter ya no buscan las secuencias de adn de organismos marinos individuales, sino de zonas ecológicas oceánicas enteras. La revista de divulgación tecnológica wired, en su edición de agosto de 2004, resume el proyecto de Venter como un plan para “secuenciar el genoma de la Madre Tierra”, retomando viejas asociaciones simbólicas entre el océano y el flujo maternal creador de la vida. Durante la conferencia en el mit, Venter habló de los esfuerzos de su equipo —el cual opera bajo el auspicio de su grupo de investigación sin fines de lucro, el Instituto para Energías Alternativas Biológicas— para obtener muestras del océano que se encuentra justo frente a la costa sur de las Bermudas. En cada uno de los cuatro sitios seleccionados en el mar de los Sargazos, Venter y sus compatriotas recolectaron 200 litros de agua de mar, de los cuales extrajeron concentraciones de adn de microorganismos. Este material genético fue secuenciado por un grupo de humanos y robots de Rockville, Maryland, en la Fundación para la Ciencia J. Craig Venter, otra empresa de investigación fundada con dinero que obtuvo a partir de su éxito en biotecnología, cuando era jefe de Celera Genomics. Venter reportó que el conjunto de los genomas de los Sargazos produjeron un millón de genes que no se conocían antes, y al menos 1 800 especies genómicas —criaturas agrupadas por similitudes en la secuencia de ácidos ribonucleico (arn). Venter colocó en la red esta colección de datos de secuencias, en el sitio de GenBank, de manera que los microbiólogos interesados pudieran buscar información sobre genes correspondientes a los de sus organismos favoritos. Una de sus metas más ambiciosas es utilizar esa información para crear un microorganismo con un génoma mínimo, una criatura que pueda ser usada como un ladrillo en la construcción biotecnológica de nuevas criaturas capaces de absorber el bióxido de carbono de la atmósfera o producir hidrógeno para alimentar las células. Durante su conferencia, Venter mostraba la escala de su proyecto: llegar a conocer una amplia franja del océano a partir de unos cuantos datos. Para enfatizar la perspectiva de que el todo está contenido en un grano de arena, durante su presentación incluyó una cita de Khalil Gibran, “en una gota de agua se pueden encontrar todos los secretos de todos los océanos”. Los vínculos que se sugieren entre los genes de los microorganismos marinos y el planeta en su conjunto son tan grandes como lo indica la cita. Los microbiólogos marinos —un numeroso grupo de personas que ha trabajado en esta área desde hace mucho tiempo y cuyo trabajo Venter pretende superar— han afirmado que la caracterización de los genes de comunidades de microorganismos marinos podría permitirles discernir qué tipo de procesos bioquímicos se están desarrollando en el mar. Por ejemplo, algunos de los ciclos de carbono se pueden detectar durante la fotosíntesis bacteriana, y podrían utilizarse como un barómetro del cambio climático. En trabajos como el de Venter, la vitalidad del océano está localizada en sus microorganismos, sobre todo porque el lenguaje de la genómica permite pensar la vida oceánica como una cualidad que se preserva en distintas escalas que van desde el gen hasta el planeta. Así, la vida de las criaturas más pequeñas del mar está vinculada al sistema que sostiene la vida en el planeta. Venter en las Galápagos Venter ya se embarcó en la segunda parte de su plan, navegar alrededor del mundo en su yate al frente de una investigación sobre el genoma de los microbios del océano. En el mit explicó que organizó su plan de navegación basándose en el viaje de Charles Darwin sobre el Beagle hms. Para reafirmar la referencia, presentó fotos de su Sorcerer II en las Galápagos, llegando incluso a mostrarnos imágenes de pinzones, los pájaros favoritos de Darwin, señalando que las mutaciones en tamaño de sus picos serían legibles mediante las técnicas de secuenciación que había introducido. Él mismo sufrió una especie de mutación desde el tiempo en que estuvo en Celera como jefe ejecutivo. En esta ocasión no llegó con el traje de negocios que caracterizó sus apariciones públicas durante los años noventas, sino que traía ropa casual, como la de un científico muy ocupado. Tenía una barba que, combinada con su calvicie, le daba el aspecto de un Darwin bien conservado, o tal vez de un capitán sin locura. Concluyó su plática con una frase para provocar la envidia de los que asistieron, “me voy en dos días a la Polinesia Francesa y, como ya lo he dicho en otros lugares —extrajo una cita de sí mismo de una reseña publicada en el The New York Times— esto es un trabajo pesado”. En agosto de 2004, apareció en la portada de wired, que contenía un artículo laudatorio titulado “El viaje épico de Craig Venter rumbo al descubrimiento”, señalando que “quería jugar a ser Dios cuando desentrañó el genoma humano. Ahora quiere ser Darwin y redefinir el origen de las especies, y entonces reinventar la vida como la conocemos hasta ahora”. Esa portada refuerza la imagen del científico como un intrépido explorador de nuevos espacios. Cuando se invitó a Venter a pronunciar el discurso de graduación de la Universidad de Boston en la primavera de 2004, pocos meses después de su presentación en el mit, el rector de la universidad hizo explícita la comparación con Darwin: “últimamente usted estuvo navegando por el océano pescando nuevos microorganismos, que a su vez proveen nuevos genomas para secuenciar. Usted ya ha identificado miles de nuevas especies de microorganismos y millones de genes nuevos. A pesar de que el impacto de sus descubrimientos es invisible de manera inmediata, usted está inmerso en la tradición de la heroica época en la que Charles Darwin navegaba a través de los mares del sur. Él estaba explorando el macrocosmos y usted, en el mar y en el laboratorio, está explorando el microcosmos. Sus descubrimientos pueden transformar el mundo tanto como lo hizo él”. ¿Un espacio aislado? La empresa de Venter como una aventura originada por la curiosidad personal hace eco de las investigaciones que llevó a cabo hace ya más de cien años el Príncipe Alberto I de Mónaco, quien en 1891 también usó su barco particular para realizar una exploración oceanográfica. El príncipe Alberto, a quien la historiadora Jacqueline Carpine-Lancre ha llamado un soberano del océano, también contrató colaboradores para que le ayudaran a realizar su proyecto —incluyendo a quienes le fabricaron un aparato para extraer agua destinada a estudios bacteriológicos. Venter, moderno soberano del océano, que se siente la reencarnación de Darwin, abandonó el escenario del mit con una fanfarria, “esperamos dejar en nuestro camino nuevos conocimientos interesantes”. Sin embargo, los tiempos y la política han cambiado desde la época de Darwin. Venter ha padecido no sólo a los biólogos marinos que piensan que su proyecto no es suficientemente riguroso, sino también a agentes políticos y económicos que no se esperaba. Durante su confrencia en el mit, habló de algunas de las dificultades que ha tenido que enfrentar. Cuando comenzó su viaje alrededor del mundo, descubrió que se necesitaba un permiso para obtener muestras de las aguas de las zonas económicas exclusivas de los países por los que el Sorcerer II transitaría. Dijo que “estos estudios no son tan fáciles de realizar como podría parecer. Tenemos un equipo de tres personas dedicadas a trabajar de tiempo completo con el departamento de estado de los Estados Unidos y con cada uno de estos países para poder tomar 200 litros de agua de mar de sus aguas. A algunas personas parece gustarle pedirnos los permisos de importación y exportación. Hicimos el Memorandum de Entendimiento con México y Chile y vamos a hacer otros a lo largo del camino. Cada país quiere patentar estas secuencias. Nosotros insistimos en que serán de domino público. Así que, como ven, no es simplemente tomar 200 litros de agua de mar. De hecho, ahora estamos lidiando con un grupo que protesta porque tomamos muestras biológicas en Ecuador. La otra cosa —que me sorprendió bastante— es que ya quedan muy pocas aguas internacionales en el mundo. Yo pensé que estaba navegando libremente en el océano y de repente alguien lo reclama todo”. A diferencia de la mayoría de los biólogos marinos de profesión, que están muy bien enterados de las políticas internacionales y trasnacionales de los espacios en el mar, Venter cree que el océano constituye un espacio fuera de la cultura, donde uno puede viajar sin ser molestado por exigencias políticas y culturales. La última frase de su cita se parece al soliloquio del Capitán Nemo en el libro de Julio Verne 20 000 leguas de viaje submarino, “uno debe vivir —¡vivir dentro del mar! ¡Sólo ahí se puede ser independiente! ¡Sólo allí no tengo amos! ¡Allí soy libre!”.
La ingenuidad de Venter llamó la atención de una organización civil de Canadá llamada Grupo de Erosión, Tecnología y Concentración, que antes fue la Fundación Internacional de Fomento Rural. La edición de 2004 del boletín informativo de este grupo estaba dedicado por completo a un artículo, “Jugando a ser Dios en las Galapagos: J. Craig Venter, amo y comandante de la genómica, en una expedición global para la recolección de la diversidad de microorganismos para la ingeniería de la vida”. Acompañaba al escrito una caricatura de Venter sobre la proa de un barco, vestido como un gentleman naturalista victoriano, supervisando el trabajo de escobas andantes —en alusión al cuento del aprendiz de brujo— mientras se trasladan muestras biológicas a su Brujo Doble (Sorcerer Too), acompañado por un platillo volador y una bandera de pirata. El artículo se refiere al caso de Ecuador que Venter mencionó en su conferencia, describe la toma de muestras en las aguas de las Galápagos, señalando que “las organizaciones civiles ecuatorianas consideran que se trata de un asunto que atañe a las leyes nacionales y que vulnera la soberanía del país”, refiriéndose a las muestras de biodiversidad tomadas por Venter que ya han sido enviadas a los Estados Unidos para su secuenciación. Aunque se reconoce que “prometió no buscar la propiedad intelectual de los microorganismos ni de sus secuencias genéticas”, el boletín advierte que “no hay nada que garantice que no habrá intentos por monopolizar las patentes de los resultados útiles para el comercio que se deriven de esta colección de diversidad”. El artículo cita a una portavoz, Elizabeth Bravo de Acción Ecológica, organización de derecho ambiental localizada en Quito: “el instituto de Venter ha violado flagrantemente nuestra constitución y numerosas leyes nacionales, incluido el Pacto de Decisión Andino 391 que se refiere al acceso a los recursos genéticos […] Cuando las negociaciones respecto al acceso a estos recursos se hacen a puerta cerrada, con la ausencia de un debate público o de información, y dentro del contexto de la apertura al monopolio de las patentes, se trata de biopiratería”. Un espacio político La organización canadiense, llamando la atención sobre otro proyecto de Venter —crear microorganismos que puedan eliminar los gases en las casas ecológicas— pregunta, “¿serán los microorganismos recolectados en las Galápagos la base genética para que Venter pueda crear nuevas formas de vida artificial?” Por supuesto que esas afirmaciones son tan hiperbólicas como la promoción que Venter hace de si mismo. La audacia de un magnánimo y bronceado Darwin que quiere proyectar Venter cuadra con la visión que el Grupo Erosión, Tecnología y Concentración tiene de él como un Frankenstein pirata. Las relaciones entre tomar muestras, secuenciar, archivar, publicar y patentar son más endebles de lo planteado por el grupo canadiense. En su libro sobre la bioprospección en México, la antropóloga Cori Hayden demuestra que el paso de la colecta de muestras de material biológico a la patente de sus genes suele ser más una promesa que una realidad. Las redes de información que ponen en contacto la bioprospección y la biotecnología suelen estar más truncadas que logradas. El análisis de Hayden sobre los acuerdos de bioprospección entre la unam y la Universidad de Arizona comienza señalando que “cuando los botánicos de la unam recolectan plantas, también están recogiendo beneficios”, pero después demuestra que los caminos de la recolección biótica son siempre contingentes; el vínculo entre la localidad —por ejemplo, los sitios ubicados al norte de México— y el espacio nacional e internacional —los circuitos del laboratorio en el que la biodiversidad se transforma en biotecnología— casi nunca es claro y muchas veces se desdibuja por completo. Sin embargo, la protesta de la agrupación civil canadiense por la recolección de Venter llama la atención sobre un punto importante, el océano descrito para la secuenciación de genes del mar es cada vez más una zona abstracta, comprendida no con relación al conocimiento local, sino a través de las huellas que quedan en las bases de datos —cuyo eventual uso está lejos de ser claro y cerca de sumergirse dentro del marco de las desigualdades internacionales. El espacio del océano —transformado en una secuencia de genes que habita en el ciberespacio— sigue siendo, a pesar de su de territorialización y su asociación con una libertad imperturbable, un espacio político. |
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Stefan Helmreich
Massachusetts Institute of Technology.
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Traducción:
Ana Álvarez
Referencias bibliográficas: Gupta, A. y Ferguson, J. 1992. “Space, identity, and the politics of difference”, en Cultural Anthropology, vol. 7, núm. 1, pp. 6-23.
Haraway, D. 1989. Primate visions: Gender, race, and nature in the world of modern science. Routledge, Nueva York.
Hayden, C. 2003. When Nature Goes Public: The Making and Unmaking of Bioprospecting in Mexico. Princeton University Press.
Carpine-Lancre, J. 2001. “Oceanographic Sovereigns: Prince Albert I of Monaco and King Carlos I of Portugal”, en Understanding the Oceans, Margaret Deacon, Tony Rice, y Colin Summerhayes (eds.) University College London Press, Londres, pp. 56-68.
Latour, B. 1993. We have never been modern. Harvard University Press, Cambridge.
Martin, E. 1987. The Woman in the Body: A Cultural Analysis of Reproduction. Beacon Press, Boston.
Shreeve, J. 2004. “Craig Venter’s Epic Voyage of Discovery”, en WIRED, agosto, pp. 104-113 y 146-151.
Traweek, S. 1988. Beamtimes and Lifetimes: The World of High Energy Physicists. Harvard University Press, Cambridge.
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como citar este artículo → Helmreich, Stefan. (2005). El espacio de la ciencia, del genoma humano al océano. Ciencias 78, abril-junio, 18-24. [En línea]
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La ciencia vista por la sociedad,la experiencia europea |
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Javier Echeverría
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La presencia de la ciencia y la tecnología en la vida social y cotidiana se intensificó a lo largo del siglo xx, al grado que la cultura tecnocientífica forma parte del acerbo cultural de muchos países. Sin embargo, la actitud de las sociedades ante ellas es ambivalente. Por un lado se aprecian sus logros y por otro existe preocupación ante los riesgos que se derivan de las investigaciones científicas y de la tecnificación del mundo. La tecnociencia transforma las sociedades, razón por la cual impacta profundamente en la economía, la cultura y los modos de organización social. Por ello resulta explicable que la opinión pública muestre cierta ambigüedad ante los cambios tecnocientíficos, que no son ni social ni económicamente inocuos. En este marco, para el diseño de políticas de investigación, desarrollo e innovación es necesario conocer la percepción, las actitudes y las valoraciones de la ciencia y la tecnología.
Diversas metodologías se han desarrollado para efectuar estudios empíricos de percepción social, tanto cuantitativas como cualitativas. Entre las primeras, destacan las grandes encuestas realizadas en la Unión Europea en el marco de los Eurobarómetros, iniciadas en 1973 con el fin de analizar la opinión europea sobre diversos temas. Este tipo de estudios debe complementarse con investigaciones cualitativas sobre temas específicos. Conocer la actitud y las valoraciones de la sociedad respecto a los avances científico-tecnológicos no sólo permite analizar el avance de la cultura tecnocientífica en un país y los problemas que ello suscita; sino que, además, orienta las políticas necesarias para mejorar las relaciones entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. Primeros estudios europeos El proceso de consolidación y ampliación de la Unión Europea incluye un objetivo muy ambicioso, cuya consecución inició en 2002 con el VI Programa Marco, la construcción de un espacio europeo de investigación científica y tecnológica. Aunque los miembros de la comunidad han colaborado en grandes proyectos a través de diversas agencias, son los Estados el principal marco de referencia para la investigación científica. La construcción del espacio europeo de investigación pretende superar esas fronteras y promover la cooperación y competencia entre instituciones, empresas y, en la medida de lo posible, las diversas sociedades integradas en la Unión. En 1977, cuando estaba formada por nueve países, el Comisario de Investigación Científica, Dr. G. Brunner, enunció las ideas básicas, “no seremos capaces de implementar tal política científica europea hasta que los pueblos y los ciudadanos individuales entiendan el importante papel que jugará en moldear —dar forma a— sus futuras vidas”. Esta declaración fue el punto de partida del primer estudio empírico general relativo a la opinión pública europea sobre la ciencia y la tecnología, el informe sepo 1977, enfocado en cuatro puntos relevantes de la política científica y tecnológica de la región, el futuro de la investigación y las ventajas europeas; las actividades científicas consideradas prioritarias; el impacto e imagen en las sociedades; y el interés por la ciencia y los científicos. Aun con las limitaciones inherentes a la metodología utilizada, los resultados de este primer Eurobarómetro fueron sumamente interesantes, y algunos muy significativos. Por ejemplo, la mayoría de los encuestados pensaban que en el último cuarto de siglo las condiciones de vida han cambiado sustancialmente y la ciencia es uno de los factores más importantes en la mejora de la vida cotidiana; que los descubrimientos científicos pueden tener efectos muy peligrosos, aun excluyendo sus aplicaciones militares; que todavía quedan muchas cosas por descubrirse, en particular, para ayudar a mejorar la vida en los países en vías de desarrollo; y que el gobierno debería financiar la investigación científica y los países europeos coordinar sus trabajos. Los dos campos considerados prioritarios fueron la investigación para ayudar a satisfacer las necesidades alimentarias y la investigación médica y farmacéutica. Asimismo, se constató que el público presta atención a la información sobre ciencia que proporcionan los medios de comunicación masiva. Con el fin de profundizar en la percepción de los riesgos por los efectos peligrosos de algunos avances, se hizo un estudio complementario en 1979, los resultados confirmaron que las sociedades europeas percibían grandes beneficios en la investigación científica, pero también grandes riesgos. Por otro lado, se advirtieron escasas diferencias entre los países, exceptuando Italia. La mayoría de los italianos no pensaba que la ciencia estuviera al servicio del interés general. También pudo detectarse que la preocupación por la automatización era grande, en particular por su incidencia en la actividad industrial y en la pérdida de puestos de trabajo. En conjunto, estos estudios empíricos resultaron muy útiles para impulsar una política europea de promoción de la investigación científica, que tomó un mayor peso en las dos siguientes décadas. Estas investigaciones de percepción social justificaron el notable incremento de fondos económicos que la Unión Europea dedicó a la investigación científica a través de sus sucesivos programas-marco. Eurobarómetros de 1989, 1992 y 2001 Los dos siguientes Eurobarómetros fueron realizados en 1989 —Eurobarómetro 31— y en 1992 —Eurobarómetro 38.1. Para entonces la metodología de encuestas estaba plenamente asentada, lo que permitía estudiar la evolución de la opinión pública a lo largo del tiempo y comparar la percepción social de la ciencia y la tecnología entre los países que ya formaban parte de la Unión y los que se han integrado en los últimos años, como España —en 1992. Sin ser un requisito imprescindible, la convergencia de las opiniones públicas de los países candidatos ha sido un indicador para aceptar o no la integración de un nuevo estado en la Unión Europea. Esto también vale para la percepción de la ciencia y la tecnología, a las que se le atribuye una función estratégica en la construcción europea. El Eurobarómetro 31 se aplicó en doce países, los nueve iniciales más España, Grecia y Portugal. La muestra permaneció en 1 000 casos por país —300 en Irlanda y Luxemburgo. Por primera vez se introdujeron códigos regionales, aunque sin pretender obtener resultados significativos por región. En cuanto a los temas, se mantuvieron los más importantes del Eurobarómetro de 1977, percepción de oportunidades y riesgos, interés por la ciencia, canales de comunicación —prensa, revistas de divulgación, televisión—, líneas prioritarias o aplazables, y participación de la Unión Europea en el impulso a las políticas científicas y tecnológicas. Además, se añadieron nuevos puntos como comparación del nivel de investigador de la Unión con relación al de Estados Unidos y Japón, puntos fuertes de la investigación europea, visitas a museos de ciencia y tecnología, fiabilidad de las informaciones sobre radiactividad y, en particular, actitudes ante las investigaciones sobre energía nuclear, radiaciones, cáncer y salud. El Eurobarómetro 38.1 conservó la mayoría de estos temas y añadió otros como prestigio relativo a la profesión de científico e ingeniero, grado de confianza en los expertos, diversidad y calidad de los canales para la comunicación de la ciencia y la tecnología, valoraciones sobre varios lugares comunes sobre ciencia y tecnología y, siguiendo el modelo anglosajón, se incluyeron algunas preguntas para medir el nivel de conocimiento científico de los encuestados. En los resultados, volvió a verificarse una considerable convergencia de la opinión pública de los países sobre oportunidades y riesgos —con diferencias significativas en el caso de Grecia—, se mantuvo la ambivalencia en la percepción general, aunque disminuyó la de riesgos, y prosiguió el apoyo a que la Unión tuviera un papel activo en la promoción de políticas de investigación, con la excepción de Gran Bretaña, donde los euroescépticos se manifestaron en este ámbito. En todos los casos, España ocupó una posición intermedia, ratificándose que el cambio social experimentado en el último cuarto de siglo también se manifesta en las opiniones y actitudes ante la ciencia y la tecnología. El célebre ¡que inventen ellos!, que pronunció Unamuno, había pasado a la historia y los encuestados en España consideraban que la investigación científica en su país comenzaba a estar a la altura del resto de países de la región, impresión reafirmada en el Eurobarómetro de 2001 y en la encuesta de la fecyt de 2002. Con respecto al Eurobarómetro est 55.2 de 2001 —titulado Europeans, Science and Technology—, la metodología no cambió, tampoco la mayoría de los temas, aunque se redujeron las preguntas sobre conocimiento científico de los encuestados. La encuesta se realizó en los 12 países de la Unión y los 13 candidatos a integrarse a ella. En conjunto, siguió detectándose bastante homogeneidad en la percepción de las diversas sociedades, aunque aparecieron diferencias importantes según los temas. Por primera vez se indagaron las actitudes ante la investigación en biotecnologías y reproducción asistida, donde la percepción de riesgos resultó alta. Esta fue una de las razones que llevaron a establecer una moratoria para algunas de esas investigaciones. El Eurobarómetro est recomendaba a los diversos países la realización de encuestas complementarias que, siguiendo una metodología similar, pudieran ser representativas de las diferencias en la percepción social de las diversas regiones europeas. Los Eurobarómetros permiten detectar ámbitos de investigación que pueden resultar socialmente conflictivos. Ello ha guiado las políticas científicas de Bruselas, retardando algunas de esas líneas potencialmente conflictivas o exigiendo en las convocatorias públicas una serie de garantías para paliar o eliminar sus riesgos. Hoy, cualquier equipo investigador que presenta un proyecto para ser financiado por la Unión ha de comprometerse a cumplir una serie de exigencias éticas, no armamentísticas y ambientales, si quiere desarrollar líneas de investigación eventualmente sensibles. Por tanto, los Eurobarómetros, junto con otros instrumentos —comités de expertos, medios de comunicación que proporcionan información fiable, estudios cualitativos de temas y sectores específicos, iniciativas para la participación ciudadana en la toma de decisiones sobre política científica, etcétera—, se han revelado como una herramienta imprescindible para el desarrollo de la política de investigación científico-tecnológica en la Unión Europea. La encuesta PeSCyTE 2002 En respuesta a la recomendación de las Comisiones Europeas, en 2002 la Fundación Española de Ciencia y Tecnología promovió la encuesta de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología en España (PeSCyTE), para estudiar el grado de convergencia en las distintas regiones españolas. Ésta constituye la primera en su tipo, hecha con voluntad de continuidad y sujetándose estrictamente al modelo del Eurobarómetro —conserva la metodología y el cuestionario, más algunas preguntas específicas y menos los temas sobre conocimiento científico de los encuestados—, con el fin de profundizar en los resultados obtenidos por la Unión Europea, incluyendo la comparación entre comunidades autónomas. Se abordaron temas referentes al interés e información de la población, los canales de comunicación utilizados y preferidos, la valoración de inventos y profesiones, las actitudes generales hacia la ciencia y la tecnología, el desarrollo científico y tecnológico en España —instituciones más apreciadas, nivel de la carrera de investigador, financiamiento público, etcétera— y comparación con el europeo, el estadounidense y el japonés, las líneas de investigación que deberían ser impulsadas, y la prioridad de la investigación científica para el gobierno. Todos fueron analizados en función del género, la edad, la clase social y la comunidad autónoma donde se reside. En conjunto, los resultados muestran que la sociedad española tiene una imagen claramente positiva de la ciencia y la tecnología, algo superior a los datos obtenidos en los Eurobarómetros, destacando los temas de medicina y ecología. El sesgo declarativo que caracteriza a este tipo de macroencuestas, según el cual los encuestados dicen lo que consideran más deseable o socialmente más aceptable, se manifestó claramente en estas respuestas. Según los datos, los temas de ciencia interesan tanto como los deportes y los viajes, algo más que los de tecnología y economía, y mucho más que los políticos y las noticias de famosos. Independientemente de esto, las diferencias de opinión y valoración en las distintas comunidades autónomas fueron escasas, lo que permite inferir una significativa homogeneidad en las actitudes del conjunto de la sociedad española hacia la ciencia y la tecnología. En cambio, el interés varía mucho en función de la clase social y en menor grado según la edad y el género. Las respuestas relativas a medios de comunicación fueron significativas; internet es el que más informa sobre temas de ciencia y tecnología, seguido por la prensa, la radio y la televisión. En cuanto a la calidad de la información, los encuestados se manifestaron muy críticos, sobre todo en el caso de la televisión y la radio. La mayoría consideró que dichos medios informan poco sobre ciencia y tecnología y desearían que lo hicieran más y mejor. Las revistas de divulgación tienen un buen porcentaje de fiabilidad, pero su nivel de penetración es muy escaso. En general, las altas valoraciones de los descubrimientos e inventos, como trasplantes de órganos, teléfono, antibióticos, anestesia, radio o avión, justifican la comentada actitud procientífica. Médicos, científicos y profesores de universidad son los que más confianza merecen —en el extremo opuesto, los menos confiables son los políticos, los religiosos y los artistas, en ese orden. Por otro lado, tanto la ciencia y como la tecnología son consideradas más interesantes que aburridas, más próximas que lejanas, más solidarias que egoístas y más éticas que corruptas. Sin embargo, ambas son señaladas como algo más frío que cálido, pero la ciencia se percibe como más humana que la tecnología. En cuanto a los valores asociados a la ciencia, el primero es el progreso, seguido por la sabiduría y el poder. En conjunto, casi la mitad opina que los beneficios de la ciencia superan a sus perjuicios, tres de cada diez piensa que el balance es equilibrado y sólo diez por ciento cree que los perjuicios son mayores que los beneficios. Se constata así que la percepción de riesgos detectada en los Eurobarómetros permanece, aunque la valoración general es positiva. Aragón es la comunidad más optimista, mientras que Cataluña y Murcia aparecen como las más pesimistas. La sensación de subdesarrollo tecnológico y científico, tradicional en España, ha menguado claramente, prácticamente una de cada dos personas piensa que el desarrollo científico y tecnológico del país es bueno. Poco más de un tercio de los encuestados considera que España está al mismo nivel que el resto de Europa, frente a cerca de la mitad que creen que está más retrasada. En cambio, la gran mayoría opina que Estados Unidos y Japón están más avanzados en investigación científico-tecnológica. Se confirma el importante impacto psicológico que en la sociedad española ha tenido la integración a la comunidad europea. Esta macroencuesta indicó que se tiene claro que no hay avances científicos sin inversiones presupuestarias, y que la investigación no debe ser abandonada a las fuerzas del mercado, sino que requiere iniciativas públicas y gubernamentales. Finalmente, la inmensa mayoría señaló a la medicina y la salud como las áreas prioritarias, a distancia vienen las investigaciones ambientales y las nuevas fuentes de energía. Desde una perspectiva más técnica, el análisis estadístico multifactorial permitió clasificar la sociedad española en cuatro segmentos poblacionales en función de sus actitudes ante la ciencia y la tecnología: 23.85% fueron catalogados pro-científicos entusiastas, 26.6% pro-científicos comedidos, 20.3% desinformados, y 11.3% críticos. Los primeros abundan en Andalucía, Cataluña y Madrid, aunque tienen una presencia significativa en Aragón, Canarias, Navarra y Murcia; los segundos también destacan en Andalucía, Cataluña y Madrid; los desinformados en Valencia, La Rioja, Castilla-León y Galicia, y los críticos son significativos en Cataluña, Valencia, Navarra y el País Vasco. Esos segmentos también pueden ser analizados, con los resultados de la encuesta, en función de la clase social, edad, género o residencia en ámbitos rurales y urbanos, así como por el nivel de estudios. Perspectivas y límites Los estudios empíricos de percepción social de la ciencia y la tecnología realizados en la Unión Europea, y en España muestran el enorme interés por este tipo de investigaciones. En primer lugar, porque permiten analizar y conocer las tendencias de opinión de una sociedad ante la ciencia y la tecnología, sobre todo cuando dichos estudios son periódicos y se llevan a cabo con una misma metodología. En segundo, porque indican diferencias significativas entre países, regiones y sectores sociales, o en su caso convergencias en las respectivas opiniones públicas. En tercer lugar, porque sirven para detectar rechazos y preocupaciones sociales ante los avances tecnocientíficos. En cuarto, porque son un instrumento indispensable para las políticas científico-tecnológicas que impulsan los diversos gobiernos y administraciones. Los límites de este tipo de macroencuestas son bien conocidos. No pueden extrapolarse los datos como si fueran un retrato de la cultura tecnocientífica en una sociedad concreta, más bien proporcionan un perfil. Si son implementados con otros tipos de estudios y metodologías, pueden adquirir mayores matices y profundidad. Lo importante es poner en marcha este tipo de líneas de trabajo, que tienen una función significativa dentro del ámbito de los estudios de ciencia, tecnología y sociedad. |
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Javier Echeverría
Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad,
Instituto de Filosofía,
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, España.
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Referencias bibliográficas:
Echeverría, J. 2003. La revolución tecnocientífica. Fondo de Cultura Económica, Madrid.
Fundación Española de Ciencia y Tecnología. 2003. Percepción social de la ciencia y la tecnología en España.
Comisión de las Comunidades Europeas. 1997. Science and european public opinion. sepo 1977. Informe EB7, Bruselas.
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como citar este artículo → Echeverría, Javier. (2005). La ciencia vista por la sociedad, la experiencia europea. Ciencias 78, abril-junio, 38-44. [En línea]
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La percepción pública de la ciencia en México |
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José Antonio de la Peña
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La ciencia, hoy día, goza una credibilidad sin precedente. Basta observar unos minutos los comerciales de la televisión para convencernos. Se ha demostrado científicamente que un detergente deja la ropa más blanca, está comprobado que usted será sexualmente más atractivo si utiliza tal desodorante. En el cine, casi cualquier fantasía, por absurda que parezca, desde Contacto y Parque Jurásico hasta los X-Men o Matrix, intentará justificarse por medio de explicaciones científicas. Los libros de divulgación pueden tener grandes éxitos de ventas, como el caso de la Historia del Tiempo de Stephen Hawking, que se mantuvo entre los best-seller británicos durante más tiempo que ningún otro libro —cuatro años—, y ha vendido más de cinco millones de ejemplares. Algo que envidiaría el mismo Stephen King.
Prácticamente todo mundo reconoce el poder de la ciencia y su profundo impacto en el mundo. Se identifican como grandes logros de la ciencia los avances tecnológicos que caracterizan la vida moderna, desde nuestros aparatos eléctricos y vehículos, hasta las computadoras y los vuelos espaciales. La tecnología está presente mientras comemos, viajamos, dormimos o soñamos. Muchas personas también reconocen los impresionantes avances de la ciencia en la comprensión del mundo que nos rodea, desde la formación de las estrellas y la composición de la materia, hasta las claves de la vida y el funcionamiento de la mente humana. Esos descubrimientos y avances configuran, más que ninguna otra cosa, la mentalidad del hombre moderno. Todos estos indicadores nos hablan del respeto del público por la ciencia. Muy alentador. Pero, ¿todos ven así la ciencia? Comencemos de nuevo. La ciencia, hoy día, padece una impopularidad sin precedentes. Frecuentemente se escuchan voces que hablan de los grandes trastornos que ha traído al mundo, desde las bombas atómicas hasta la contaminación y los organismos genéticamente modificados. Se dice que el conocimiento científico es mal utilizado y que los científicos son irresponsables y peligrosos. Aunado a ello, las ideas pseudocientíficas y las supercherías son cada día más populares, como lo muestran desde las hot-lines de astrología hasta los best-sellers del tipo Caballo de Troya. Para documentar nuestro pesimismo, en la Ciudad de México, 77% de las personas cree en la astrología y 38% en las brujas. Más grave aún, se dice que la ciencia no ha logrado ninguna de sus metas, ni entender el mundo, ni resolver los grandes males de la humanidad como el hambre, las enfermedades o las guerras. Todo esto nos habla de la incredulidad y hostilidad de algunos hacia la ciencia. Admiración o rechazo, ¿cuál de los dos puntos de vista predomina? Volvamos a comenzar. Preguntemos al ciudadano medio —aquel que se desplaza a pie por la calle—, cuantos nombres de científicos conoce, ¿qué dirá? Tal vez mencionará a Einstein, pero ¿quién a Newton, Darwin, Copérnico o Pitágoras? Preguntemos por conocimientos científicos elementales, ¿vivieron simultáneamente los hombres y los dinosaurios?, ¿cuánto tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol? A la primera pregunta tal vez el cine de moda ayude a contestar mejor, pero a la segunda sólo responden correctamente 54% de los habitantes de la ciudad de México —¡las respuestas incorrectas oscilan entre 12 horas y 100 años! Esto parece indicar que al ciudadano medio poco le interesa la ciencia. Y no solamente al ciudadano medio. A nivel mundial atravesamos un momento de poco apoyo de los gobiernos a la ciencia. Por supuesto, la situación es peor en los países menos desarrollados. En México, el gobierno dedica a la ciencia la tercera parte del gasto recomendado internacionalmente a los países medianamente desarrollados. Seguramente, como consecuencia de esto, los indicadores de competitividad ubican a México por debajo del lugar cincuenta en el escenario mundial, mientras que nuestra economía alcanza una respetable posición entre las diez mayores del mundo. Como al ciudadano medio, al gobierno parece importarle poco la ciencia. Para comprender mejor la percepción que se tiene de la ciencia en el escenario mexicano en los últimos años, organizamos el levantamiento de dos encuestas. La primera, encargada por el Instituto de Matemáticas de la unam y realizada en el área Metropolitana de la ciudad de México en octubre de 1998, intentaba estimar los conocimientos del ciudadano medio acerca de algunas ideas científicas importantes, así como la penetración de formas alternativas de comprensión de la realidad, como las pseudociencias y la religión. La segunda encuesta, encargada por la Academia Mexicana de Ciencias y levantada en octubre de 2002 en varias ciudades del país —Ciudad de México, Xalapa, Guanajuato, Villahermosa, Mérida, Campeche, Saltillo, Ciudad Victoria y Monterrey— intentaba estimar el valor que el público otorga a la ciencia y al trabajo del científico. Probablemente los resultados más importantes, previos a estos estudios, son los obtenidos en la encuesta sobre Percepción Pública de la Ciencia realizada por el Conacyt en 1997. Ciencia y cultura popular ¿Cuál es la impresión general que el ciudadano medio tiene sobre la ciencia, su importancia y su atractivo?, ¿qué relación tiene con la ciencia?, ¿cómo se informa, a través de sus lecturas o de lo que percibe de los medios de comunicación?, ¿qué conocimientos elementales tiene sobre ideas científicas? Para justificar nuestro tratamiento de la ciencia como parte de la cultura, recordemos que se dice que “cultura es aquello que sabemos cuando hemos olvidado lo que se nos enseñó”. En ambas encuestas se preguntaba a los entrevistados si la ciencia les parece atractiva, a lo que contestaron afirmativamente, en promedio, 68%. En la más reciente, 60% contestaron que los científicos contribuyen al progreso del país y 90% dijo que debería haber más científicos en México. Sin embargo, pocos han leído algún libro de divulgación científica, apenas 16%, aunque los que consultan revistas de divulgación alcanzan poco más del doble de esa cifra. A pesar de ello, tres de cada cuatro entrevistados piensa que las matemáticas son atractivas. ¡Qué gusto nos da, la ciencia es apreciada en México! Pero, calma, veamos un poco más de cerca. A la pregunta sobre la temperatura normal del cuerpo humano, sólo 48% dio como respuesta un valor entre 36 y 37 grados, el rango en que se ubicaron las otras respuestas fue de entre los 0 y los 100 grados, y si la temperatura fuera cosa de democracia, nuestra sangre tendría 35,6 grados. A la pregunta sobre lo que determina el sexo de un niño —los espermatozoides— contestaron correctamente 46% de los entrevistados, la segunda respuesta más frecuente fue Dios, con 22%. Por otra parte, 40% piensa que la parapsicología es científica y 60% que la astrología también lo es. Para mayor detalle, más de la mitad de los encuestados se dejaría hipnotizar para saber sobre sus vidas pasadas, 77% creen que el zodíaco tiene una correlación con las dificultades en la vida y 35% cree en los vampiros humanos. Declaramos que vivimos en la era de la ciencia. Sin embargo, las ideas científicas, con sus conceptos y métodos, poco han penetrado en la cultura popular. En efecto, el público general poco sabe de los avances científicos y menos aún los entiende. Por otra parte, las supersticiones, los cultos esotéricos —por ejemplo, New Age— y las pseudociencias han tomado gran vigor y se expanden en la cultura popular. Sin duda, la astrología es el ejemplo más extendido de pseudociencia, es más cercana a la magia; esto es, ideas y prácticas que impresionan a la gente sin tener ningún fundamento racional. Tal vez debería consolarnos un poco que los datos sobre creencias en pseudociencias y supercherías en los Estados Unidos son similares a los que hemos obtenido en nuestras encuestas en México. El valor de la ciencia Entre 1970 y la actualidad, el ingreso per cápita de países como México y Brasil ha crecido poco, mientras en países como Alemania y Japón se ha multiplicado varias veces. En promedio, la brecha económica entre los países desarrollados y los del llamado Tercer Mundo se amplía día con día. Por otra parte, no sorprende saber que los que mejoraron significativamente su situación económica son aquellos que más han invertido en el desarrollo de su planta científica y tecnológica, la inversión en ciencia de España se multiplicó cinco veces en los últimos 30 años y su ingreso per cápita lo hizo 7,4 veces, mientras que Corea del Sur, cuya inversión en ciencia creció nueve veces, multiplicó su ingreso por un sorprendente factor de 25. Sin embargo, los líderes políticos de Latinoamérica promueven la modernización de nuestros países y su inserción en la economía globalizada, pero aparentemente piensan que el problema de los rezagos en educación y ciencia podrá resolverse una vez que los económicos sean atendidos. Al científico le interesa ser comprendido y apreciado por su comunidad, pero sobre todo que la ciencia florezca en su país y en el mundo; que la ciencia tenga la oportunidad de contribuir de la mejor manera al bienestar ciudadano. El interés que el ciudadano medio manifiesta por la ciencia proporciona un indicador veraz de las posibilidades que tendrá de ser apoyada en esa sociedad. En México, 66% de los encuestados piensa que los científicos desempeñan una labor importante para la sociedad y más de la mitad cree que las ciencias podrán resolver el hambre en el mundo. Probablemente una de las mejores maneras de darse una idea de la importancia que el público atribuye a la ciencia, consista en saber qué tanto espera que sus hijos entren en contacto con ella, ¿se debe enseñar ciencia en la escuela?, ¿quieren que sus hijos lleguen a ser científicos? Aunque a la primera pregunta contestaron afirmativamente 98% de los encuestados, sólo 8% quiere que sus hijos sean científicos, la mayoría, 77%, desea que sean profesionistas. Por otra parte, a pesar de la gran aceptación que entre los encuestados tienen los científicos, 33% cree que sólo sirven para desarrollar la ciencia y 6% que no sirven para nada. Con relación a la definición de temas prioritarios en el presupuesto nacional, más de la mitad seleccionó la salud, seguida por seguridad, 18%, y después la ciencia, con 14%. ¿Quiénes son los científicos? En el reciente escrito El mago y el científico, Umberto Eco plantea un punto inquietante, el gran público confunde la ciencia con la tecnología y como consecuencia espera de ella resultados inmediatos. Quiero algo y ¡zas!, al chasquido de los dedos obtengo resultados. La ciencia nos permite volar, cura nuestras enfermedades, concede a nuestra voz la capacidad de ser escuchada al otro lado del mar. La imagen pública del científico es la de un mago moderno que produce artefactos que satisfacen nuestros deseos. ¿Trabajo metódico de años en ciencia básica?, ¿método científico? A nadie importa. Lo que la sociedad quiere, lo que los medios admiran, son los resultados prácticos, y cuanto más eficientes y rápidos, mejor. Según Eco, los científicos de carne y hueso no satisfacen las expectativas que el gran público tiene de la ciencia. Estos aprendices de magos modernos son bastante limitados en su control de la naturaleza, no producen lluvia donde es necesaria, no predicen erupciones o temblores de tierra, no curan las enfermedades más destructivas, sea cáncer o sida. Para estos asuntos esenciales aún son más efectivos los magos clásicos —brujos, por ejemplo— o bien, los rezos a los dioses. Pero, ¿quiénes son los científicos? De las personas encuestadas, solo la mitad pudo decir el nombre de un científico, aunque la gran mayoría, 91%, piensa que contribuyen a mejorar la calidad de vida. Por otra parte, tres de cada cinco encuestados identifican al científico con un profesor universitario que forma estudiantes. En muchos países llamados en vías de desarrollo, todavía parece pensarse que la ciencia es una cosa maravillosa que se hace en otras partes del mundo. Se reconoce que la esperanza de vida aumentó dramáticamente gracias a los adelantos de la medicina científica, se sabe que la producción y aprovechamiento de las cosechas ha aumentado en los últimos cincuenta años gracias al uso de plaguicidas, nuevos métodos de cultivo, sistemas de refrigeración y transporte y, recientemente, a la creación, por medio de la biotecnología, de variedades vegetales resistentes a las inclemencias del clima y los suelos. Pero, ¿quiénes saben de los logros mexicanos en el combate de la amibiasis?, ¿de la creación en México de sueros contra las picaduras de arácnidos? o ¿del control de las plagas del agave? Aunque 72% de los encuestados afirma que en México se realiza investigación científica y 75% cree que hay científicos mexicanos que compiten con los de los países desarrollados, un alto porcentaje, 40%, piensa que un descubrimiento hecho en los Estados Unidos es mejor que uno realizado en México. Por otro lado, la unam es la institución más visible en la producción de conocimientos científicos, 53% de los entrevistados la señaló como el lugar donde se realiza investigación. Sin embargo, 18% no sabe dónde se practica la ciencia en el país. La ciencia y los medios de comunicación Los medios de comunicación, a través de los periodistas, son el puente más importante entre el científico y el público. De la forma en que los medios presentan las ideas al público depende que a este le interese el tema y comprenda, o bien que permanezca con una idea errónea o simplemente que cambie de página o de estación de radio. Los científicos necesitamos de los medios para comunicar las ideas al público. Pero, a pesar de que a lo largo de la historia el poder de los medios ha crecido de manera impresionante, el público general aún tiene ideas vagas de lo que es la ciencia. En pocas palabras, científicos y medios no hemos sabido comunicar adecuadamente la ciencia. Citaré algunos datos duros. En México, en los últimos años ha aumentado el interés de los medios por la ciencia, hay varios diarios de circulación nacional que incluyen secciones del tema, existen varias revistas de divulgación científica que se venden más o menos bien. En programas de radio se habla de ciencia, en televisión abierta todavía esto sucede muy poco, aunque en televisión de paga hay canales especializados en divulgación científica. Todo ello demuestra que hay más público interesado por nuestro tema. Sin embargo, la relación entre los científicos y los periodistas no siempre es fácil. Según un colega argentino, la posición de unos y otros se puede caricaturizar de la siguiente manera. El científico dice, “no hay que fiarse de los periodistas pues siempre están más interesados en generar una noticia que en decir la verdad. Los periodistas siempre tergiversan lo que se les dice, exageran los riesgos y virtudes de los descubrimientos y no comprenden que palabras como error y certidumbre tienen un significado distinto en el contexto científico y en la vida cotidiana”. Mientras que los periodistas dicen, “los científicos son arrogantes, siempre hablan en lenguaje complicado, están más preocupados por sus colegas que por el público, no comprenden al público del que reclaman comprensión”. Sin duda, en casos concretos, los dos bandos tienen alguna razón. Por otra parte, a veces, uno no entiende si ciertas noticias se difunden por falta de discernimiento de los comunicadores y los medios, o bien porque los intereses comerciales predominan. Recordemos un par de casos escandalosos. A fines del año 2002 una historia es atendida por todos los medios del mundo: un grupo pseudocientífico, los raelianos, que creen que descienden de extraterrestres, afirma haber establecido un laboratorio en un lugar no especificado de la Tierra, donde produjeron el primer clon humano; un periodista científico independiente de sólidas credenciales y dudosos antecedentes decide verificar la historia. La noticia superó, en términos de dinero por cobertura periodística, los 20 millones de dólares, transformándola en uno de los golpes publicitarios más eficaces de la historia de la humanidad. Según el periodista argentino, Mario Diament, los raelianos lograron en quince días lo que le tomó al cristianismo mil años. Otro ejemplo, Marte y la Tierra se acercan a la menor distancia de los últimos 5 000 años, hecho que significa poco en términos astronómicos, pero que recibe gran cobertura a nivel mundial, junto a las predicciones de los graves efectos que este acercamiento tendrá sobre los niños nacidos en esos días, como Marte es el dios de la guerra, aumentarán sus tendencias violentas. Sin duda, a la comunidad científica le queda mucho trabajo por hacer para lograr atraer a los medios de comunicación como aliados en la tarea de ilustrar al gran público en las ideas científicas y en los valores de la ciencia. Por otro lado, los resultados de las encuestas permitieron detectar las principales tendencias de la forma como el público percibe la ciencia en México. Como una rápida conclusión, podemos decir que aún está lejano el día en que la ciencia sea parte integral de la cultura popular del país, si alguna vez se consigue. Mientras tanto, debemos insistir en el valor de las ideas científicas para la formación del pensamiento ordenado y crítico, y en el valor de la ciencia para construir una sociedad mejor. ¿Admiración, rechazo o desinterés? Del balance entre estas actitudes públicas dependerá el futuro de la ciencia y finalmente, el tipo de país que tendremos. |
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José Antonio de la Peña
Instituto de Matemáticas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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Referencias bibliográficas:
De la Peña, J. A. y M. Barot. 1999 y 2000. “Tendencias y Opiniones”, en Este País, núms. 95, 98, 107 y 110. Conacyt. 1998. Indicadores de Actividades Científicas y Tecnológicas. México. _______________________________________________________________
como citar este artículo → De la Peña, José Antonio. (2005). La percepción pública de la ciencia en México. Ciencias 78, abril-junio, 30-36. [En línea]
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Isaacus Neuutonus.
Jehova Sanctus Unus
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Marco Panza
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En 1669, cuando Newton ocupó la cátedra lucasiana como profesor de matemáticas, adquiriendo el derecho de vestir la toga escarlata, símbolo de uno de los más elevados rangos de la sociedad inglesa, aún era un desconocido para la mayoría de los intelectuales europeos e incluso para sus compatriotas. Gracias a los oficios de Collins algunos matemáticos acababan de leer De analysi o, mejor dicho, supieron de su existencia y conocieron someramente su contenido. Pero nadie sabía que entonces Newton contaba con una teoría matemática más general que la expuesta en ese breve tratado, y que había desarrollado las bases de su teoría de los colores. Menos aún se sabía que desde 1665 realizaba investigaciones de mecánica que lo llevaron a una serie de resultados significativos. Una pequeña porción de su ciencia le valió la cátedra de profesor en Cambridge, mientras que la mayoría seguía guardada en el fondo de sus cajones. Si en los siguientes años no mostró ninguna prisa por publicar, no se debió ni a su carácter a la vez altivo y temeroso, ni a sus ocupaciones como profesor, sino principalmente a que nuevos temas comenzaban a apasionarlo hasta ocuparlo casi de manera exclusiva. Durante quince años, esos intereses lo alejaron cada vez más de las matemáticas y la filosofía natural, y lo llevaron a concentrarse en investigaciones que desarrollaba aislado en su departamento y en su laboratorio en Cambridge. Estos temas fueron la teología y la alquimia.
Aunque a nuestros ojos se trata de dos dominios irreconciliables con cualquier forma de ciencia, para Newton no había ruptura alguna pues su dedicación casi completa a ellos le parecía perfectamente coherente con sus preocupaciones precedentes, todas como parte de un mismo esfuerzo por comprender el mundo. La crítica al mecanicismo A pesar de que Newton desarrolló sus teorías al mismo tiempo que Gassendi y otros filósofos mecanicistas, las conclusiones a las que llegó no pueden asimilarse a esta visión. Para I. B. Cohen el aspecto más innovador en la obra de Newton, y lo que justifica que se hable de una revolución científica, es precisamente su estilo, constituido esencialmente por la separación de la explicación de los fenómenos naturales en dos momentos: la edificación de un marco matemático abstracto y la interpretación como parte de las especificaciones de ese marco. Es importante señalar que esta separación no fue la única que caracterizó a las teorías científicas de Newton. Otra, probablemente más fundamental y lejana de los preceptos de la filosofía mecanicista, es la de la descripción de las propiedades formales de los fenómenos —lo que permite formular previsiones—, de la identificación de las causas que hacen que los fenómenos gocen de esas propiedades. En términos aristotélicos, se trata de la separación de la determinación de las causas formales del establecimiento de las causas eficientes. En la teoría de los colores, esta separación se encuentra entre la explicación de los colores prismáticos como el resultado de la descomposición de la luz blanca y la de las hipótesis acerca de la naturaleza de la luz. En el caso de la mecánica celeste, está entre la reducción de los fenómenos cósmicos a la mecánica de fuerzas y las hipótesis acerca de las causas de esas fuerzas. En el plano metodológico, éste es el principal mensaje de un tratado que Newton no terminó, De gravitatione et aequipondio fluidorum. Al inicio, propone una distinción en la ciencia de la naturaleza entre la determinación rigurosa de la estructura matemática de los fenómenos, sus causas formales, y la comprensión, hipotética, de su naturaleza más íntima, sus causas eficientes. En el mismo tratado distingue de forma implícita entre el espacio euclidiano —y relativo— de la geometría y el físico —y absoluto— en el que los fenómenos ocurren. Además entre la materia y la extensión, “la materia es una porción de espacio a la que Dios le dio la propiedad de poder interactuar con otras porciones del mismo tipo y de manifestarse a nuestras sensaciones, propiedades que la extensión no tiene por si misma”. Esto va de la mano con el rechazo de la hipótesis que afirmaba que el espacio cósmico estaba lleno de éter. De ser así, éste sería muy sutil además de raro, pues entre sus partículas tendría que haber porciones de vacío. Se ha propuesto que Newton llegó a estas conclusiones a partir de algunos estudios acerca del movimiento de péndulos, los que lo convencieron de que el éter no oponía ninguna resistencia, y tampoco podía empujar. De allí que el movimiento de los cuerpos no puede explicarse como el resultado de una presión ejercida por las partículas etéreas. Con esto, Newton atacaba los fundamentos de las causas eficientes de la filosofía mecanicista, basada en la hipótesis de la transmisión del movimiento por contacto entre partículas minúsculas. Así, las causas eficientes de los fenómenos naturales, en particular del movimiento de los cuerpos, debían de residir en otra parte. Sin embargo, el De gravitatione no se limitaba a mostrar el rechazo al programa mecanicista; además, lo hacía con la convicción de la autonomía de las construcciones matemáticas respecto a la realidad de los fenómenos y con la exigencia de proporcionar una explicación distinta a la de cualquier hipótesis mecanicista. La postura de Newton se basaba en la imposibilidad de dicho programa para integrar en su seno la separación entre las causas formales y las eficientes, puesto que sólo buscaba explicar los fenómenos de la naturaleza por medio de la determinación de las últimas, concebidas precisamente como causas mecánicas. Esto no significa que Newton se opusiera a la búsqueda de las causas eficientes de los fenómenos naturales, sino que estaba convencido de que dichas causas no eran sino manifestaciones secundarias de una mucho más profunda que involucraba el poder y la voluntad del Dios creador. Milenarismo Durante el siglo xvii la mayoría de los intelectuales, sobre todo los del mundo protestante, estaban convencidos de que Dios era el autor de dos libros, el Libro de la Naturaleza y el Libro de las Escrituras. Cada uno escrito en un lenguaje particular que había que aprender para leerlos, sublime tarea encomendada a los sabios, que representaba la forma más elevada de adoración que los hombres podían manifestarle a Dios. La clave para entender dicha postura, que Newton compartía, es la convicción de estar viviendo en una época de corrupción. Se trataba de un fenómeno que involucraba al conjunto de la historia de la humanidad y que las escrituras describían a través de sus profecías. Estaban convencidos de que después de la Creación, los hombres, descendientes de Adán, habían vivido en un paraíso de verdad, adorando al único y verdadero Dios. Además, tenían plena consciencia de la estructura del universo, que había sido creado al mismo tiempo que ellos; poseían a la vez la verdadera religión y la verdadera ciencia, ambas reveladas por Dios. La primera se basaba en dos mandamientos, el amor a Dios creador y el amor por el hombre, su criatura. Esta religión celebraba sus ritos en lugares sagrados, sitios circulares cuyo centro estaba ocupado por el fuego sagrado, a imagen del universo organizado alrededor del sol. Pero los hombres no supieron mantener el privilegio de la sabiduría y del conocimiento. Corrompieron tanto la religión como la ciencia; adoptaron metafísicas dudosas que terminaron engañándolos y rindieron culto a falsos dioses a imagen de los planetas y los elementos. Entonces, Dios envió el Diluvio; después reinó la verdad, pero sólo por un periodo muy corto. Los hombres comenzaron a adorar a Noé, a sus hijos y a sus nietos, confundieron sus imágenes con las de los planetas y los elementos, y los hicieron sus dioses. Éste fue el origen común de todas las religiones paganas. Así, esta tendencia no concluyó con la aparición de Dios a Abraham, ni con el dictado de los mandamientos a Moisés, tampoco con la llegada de Cristo a la Tierra. Aún cuando su arribo había dado lugar a una religión renovada, organizada alrededor de una iglesia bajo la cual vivían en armonía los judíos y los conversos, obedeciendo ritos diversos pero unidos por su amor a Dios, a su hijo y a los hombres, fue en el seno de dicha iglesia que se consumó la gran apostasía que daría lugar a la época en la que vivían. La iglesia cristiana que se instaló en Roma, aunque proclamaba a un solo Dios, llevó a una nueva forma de idolatría, disimulada bajo la adoración de los santos y de las reliquias, lo cual permitió el triunfo del Anticristo. Pero Dios enviaría nuevamente a su Mesías para restaurar la verdad, asegurar la derrota del Anticristo y ofrecer a su pueblo mil años de paz. Al acercarse la llegada del segundo Mesías, Dios intervino nuevamente para proveer a ciertos hombres de los instrumentos científicos necesarios para poder leer sus libros, el de la naturaleza y el de las escrituras. Éste último contiene dos partes, una que cuenta la historia del pueblo de Dios desde la Creación —aunque hay que aclarar que el Génesis no es más que una versión popular, necesariamente imprecisa, dirigida a quienes no pueden leer el Libro de la Naturaleza— y la otra, constituida por el Libro de Daniel y por el Apocalipsis, que contiene la profecía de la gran apostasía y de la segunda llegada. Comprender la profecía y reconocer los sucesos que la anticipaban en el pasado, significaba encontrar el rastro de la providencia divina en la historia y entender que ésta es, al igual que la naturaleza, obra de Dios. En ese contexto se dieron las reflexiones e investigaciones teológicas de Newton. Y no sólo era el telón de fondo implícito de sus actividades, sino que proporcionaba el sujeto casi obligado de las investigaciones, ser teólogo y tratar de clarificar este marco era concebido como la más sublime de las tareas intelectuales. Más allá del juicio que podamos emitir acerca de estas convicciones, muchos teólogos milenaristas, entre ellos Newton, emprendieron sus investigaciones con un rigor igual al que los condujo a las principales adquisiciones científicas de la época. La contemplación de Dios significaba para Newton la espera pasiva de la Revelación y nunca concordó con ella, menos aún con la especulación metafísica —tanto en filosofía natural como en teología— o el éxtasis místico. Su método era una hermenéutica racional basada en la recolección, lo más amplia y rigurosa posible, de testimonios de diversos orígenes. La interpretación de las profecías Los estatutos del Trinity College, al que pertenecía Newton, indicaban la obligación de sus miembros de ordenarse en la Iglesia Anglicana durante los siete años siguientes a la obtención del título de Master of Arts. Habiendo ingresado en 1668, Newton debía hacerlo a más tardar en 1675. Ya había jurado fidelidad a la Iglesia de Inglaterra en cuatro ocasiones, cuando se tituló como Bachellor of Arts, cuando lo hizo como Master of Arts, al entrar al colegio y al ocupar la cátedra de profesor; pero lo había hecho sin mucha premeditación, como parte de una mera formalidad. Sin embargo, esta vez era algo distinto, la ordenación representaba más que un simple juramento de fidelidad. Newton no quería presentarse sin la adecuada preparación y, probablemente, por eso se dispuso a realizar estudios teológicos cada vez más serios. Recolectó diversas fuentes y comenzó a escribir un libro convencional. Pero en lugar de prepararlo para la ordenación, sus estudios lo condujeron a convencerse de que jamás habría podido pertenecer a una iglesia cristiana. Sin embargo, esto no quebrantó su fe, al contrario, mientras más se convencía de la corrupción de las doctrinas de las iglesias, más se acercaba a Dios. Además, encontró que la doctrina de la trinidad —a la que su colegio le debía el nombre— era una idolatría; Newton no cuestionaba las palabras de Cristo ni de Dios padre, tampoco reducía a Cristo a un profeta entre otros, pero negaba la asimilación del padre y del hijo, al insistir en que este último era un ser creado, intermediario entre Dios y el hombre. En resumidas cuentas, se convenció de que en la gran disputa del siglo iv entre Arrio y Atanasio a propósito de la naturaleza de Cristo, el primero tenía la razón. Esta orientación arrianista constituyó el telón de fondo del trabajo exegético de Newton. Sin importar si fue causa o efecto de la interpretación protestante vigente en ese momento, las diferentes versiones del tratado acerca del Apocalipsis que escribió durante la década de 1670, y los primeros años de la siguiente, proponen una revisión tan importante como la de los protestantes, la gran apostasía no se identifica tanto con el catolicismo romano, como con la adopción de la doctrina trinitaria, proclamada en el consejo de Constantinopla en 381, después de afirmarse en el consejo de Nicea en 325 la consustancialidad del padre y del hijo. Para sus trabajos de interpretación de las profecías Newton se inspiró en Joseph Mede, miembro del Christ’s College de Cambridge entre 1613 y 1638. En su Clavis apocalyptica, publicada en 1627 y reeditada por tercera vez en 1672, Mede afirmaba que el lenguaje del Apocalipsis no era metafórico, sino que se trataba de uno uniforme y bien establecido, lo cual implicaba que el mensaje de la profecía sería claro a quien pudiese reconstruir ese lenguaje. Afirmaba también que la sucesión de imágenes del texto bíblico no correspondía necesariamente a la cronología en la que sucederían los eventos. Newton no sólo aceptó ambas premisas, sino que inició un enorme programa de trabajo organizado en torno a cuatro ejes: el conocimiento preciso del texto del Apocalipsis; la construcción de reglas para la interpretación de los textos proféticos fundadas en el restablecimiento de un lenguaje arcaico o incluso ancestral, equiparable al de los jeroglíficos, que creía común a todos los profetas y a todos los pueblos primitivos; una suerte de deconstrucción del texto del Apocalipsis para encontrar la sincronía correcta de sus distintas imágenes; y una detallada y a veces original reconstrucción histórica centrada particularmente en el cristianismo del siglo iv, que buscaba asignar un significado preciso a las imágenes que representaban eventos que ya habían sucedido. La cantidad de fuentes que consultó Newton para realizar sus investigaciones es impresionante y da una idea acerca de su compromiso con un proyecto que lo ocupó durante largos años. La primera versión de su tratado abre con dieciséis reglas y setenta definiciones. Las primeras fijan el método hermenéutico y las últimas establecen un diccionario de las figuras proféticas. Sus premisas son seguidas por una prueba que consiste en la presentación de las evidencias que las justifica. Finalmente, indica las proposiciones que determinan la sincronía de la profecía. Por tanto, tiene la estructura de un tratado matemático, lo cual indica que Newton estaba convencido de que al final de su trabajo podría llegar a una interpretación tan cierta como las conclusiones de un tratado de esa naturaleza. En la proposición número quince encontramos la clave de la interpretación, “los cuarenta y dos meses de la bestia, el reino análogo de la prostituta, la estancia de la mujer en el desierto, la ciudad santa saqueada y la profecía de los dos testigos revestidos en sacos son sincrónicos y van del inicio de la trompeta de los infortunios hasta el momento del asesinato de los testigos. La prueba es que todas estas figuras tienen una duración de 1 260 días o, lo que es lo mismo, un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo, es decir, un año, dos años y la mitad de un año o cuarenta y dos meses. Es el lapso que va del final de la cuarta trompeta —o el inicio de la quinta— hasta la séptima, a partir de la cual el Señor reinará por los siglos de los siglos”. Según las reglas de Mede, un día profético corresponde a un año histórico. Entonces, del evento representado por la cuarta trompeta, momento culminante de la gran apostasía, al regreso del Mesías había que contar 1 260 años. ¿Pero cuál era el evento representado por la cuarta trompeta? Tratar de fijar la llegada del segundo Mesías era un ejercicio común en el siglo xvii. Aunque la mayoría de los resultados eran distintos, las previsiones concordaban en que estaba muy cerca; el mismo hecho de haber revelado la profecía lo probaba, “dichoso el que lea y escuche las palabras de esta profecía, y que guarde las cosas que están aquí escritas, porque el tiempo se acerca”. Una opinión común la fijaba para el año de 1666, pero ese año no había sido mirabilis más que para Newton, quien en la soledad de Woolsthorpe había obtenido algunos de sus mayores resultados. Salvo que pretendiese atribuir a sus resultados el poder de abrir las puertas del cielo, Newton no podía más que concordar con Henry More, quien dedicó gran parte de su trabajo exegético a justificar el hecho de que Cristo no hubiese llegado en 1666. Pero si se identificaba a la gran apostasía con la adopción de la doctrina trinitaria, se podía caer en la tentación de identificar la cuarta trompeta con el consejo de Constantinopla y de asociar las invasiones bárbaras con las trompetas de los infortunios; por lo tanto, se contarían 1 260 años a partir de 381, resultando 1641. Newton podía pensar que había un leve error cuya corrección llevaría al día de navidad de 1642, fecha de su nacimiento. Sin duda, consideró esta posibilidad e hizo alusión a ella al firmar algunas de sus notas con un anagrama de su nombre latinizado, de Isaacus Neuutonus a Jehova Sanctus Unus, con una inocente sustitución de la i por una j. Pero afirmar esto en público habría sido una pretensión muy grande, incluso para Newton. Por ello se limitó a proponer la interpretación de la cuarta trompeta y a sostener que la única certeza en la explicación de las profecías —y por tanto la única práctica legítima— debía basarse en aquellas partes que se refieren a eventos pasados; de ese modo se sustraía de la discusión en torno a la fecha de la segunda llegada. Mientras avanzaba en su interpretación del Apocalipsis, Newton buscaba la forma de evitar tener que elegir entre ordenarse o renunciar a su membresía del colegio y probablemente también a su cátedra. Ya había perdido toda esperanza y se preparaba a separarse de su puesto cuando, el 27 de abril de 1675, una dispensa real, probablemente obtenida por medio de Collins quien no quería prescindir de los servicios de Newton ni que éste se retirase de la vida académica, anuló a perpetuidad la obligación de la ordenación para el titular de la cátedra lucasiana. Era el compromiso al que llegaba Newton con su conciencia. Y no fue el único, pues jamás hizo público su arrianismo, que en sus notas fue temperándose paulatinamente hasta desaparecer por completo en la última versión de un tratado que probablemente escribió a finales de su vida y que fue publicado en 1733 bajo el título de Observaciones acerca de las Profecías de Daniel y el Apocalipsis de San Juan. Iglesia de los orígenes y primera religión El interés en la tradición judía estaba en el centro de otra empresa teológica que Newton inició en la década de 1680 y que mantuvo por el resto de su vida, la redacción de Theologiae gentilis origines philosophicae. Newton quería mostrar que todas las religiones paganas eran el resultado de un proceso de corrupción de la religión primera profesada por el pueblo de Israel, que se acompañaba de una prisca sapientia de los fenómenos de la naturaleza; pero, impulsados por una tendencia incontenible hacia la idolatría, los hombres comenzaron a adorar a los planetas y a los elementos como si fueran dioses, abandonando simultáneamente la verdadera religión y la verdadera ciencia. Sin embargo, Newton no se limitó a proponer esta hipótesis, buscó su justificación a través de un estudio comparativo y genealógico de las religiones antiguas. Para ello, en gran medida se basó en la información contenida en De theologia gentili et physiologia christiana de G. J. Vossius, un extenso comentario de un tratado acerca de la idolatría de Maimónides, publicado en Ámsterdam en 1641. Newton concluyó que las divinidades de los asirios, caldeos, persas, babilonios, egipcios, griegos y romanos podían reducirse a doce deidades con un origen común: los siete planetas, los cuatro elementos y la quintaesencia. El culto a esos doce dioses era la derivación de uno más original, el que provenía de la adoración de Noé, sus hijos y sus nietos, lo que permitía remontarse hasta la religión revelada por Dios al momento de la Creación. La sacralización de los fenómenos naturales que acompañó a la adoración de los ancestros, portadores de una religión y de un conocimiento verdadero, permitía, según Newton, concebir los arquetipos de los ritos religiosos de los gentiles como testimonios que debían de ser descifrados para reconstruir la prisca sapientia y, entonces, la verdadera ciencia. Pero este esquema genealógico sólo se sostenía si se partía de la primacía cronológica de la civilización judía, por lo que Newton se dio a la tarea de probarla por medio de una reforma a la cronología de la antigüedad. Hacia el final de su vida, se concentró en este punto. Entre la enorme masa de manuscritos acerca de su gran proyecto, el único que se publicó, un año después de su muerte y bajo el título Chronology Of Ancient Kingdoms Amended, justamente habla de ese aspecto. Según Newton, la primera religión del pueblo judío no sólo era verdadera, sino también muy simple, pues consistía en dos mandamientos, ama a Dios y ama al hombre. Esa fue la religión profesada por Cristo y por los primeros cristianos, que no hicieron más que agregarle el amor por Jesús. El culto de los primeros cristianos, la organización de la iglesia de los orígenes y sus lazos con la primera religión de los judíos constituyen otro grupo de manuscritos teológicos, entre los que hay varias versiones de dos breves tratados que nunca se publicaron, Of the Church e Irenicum. El título del segundo es significativo; en él, Newton sostiene que en la iglesia de los orígenes los judíos cohabitaban pacíficamente con los gentiles convertidos, y todos compartían una religión basada en el amor, aunque seguían ritos distintos según lo heredado de las tradiciones a las que pertenecían. Empleando una metáfora usada por San Pablo en su carta a los judíos, Newton identifica aquella religión esencial con “la leche para los niños” y la opone a “la carne para los adultos”, constituida por una serie de preceptos adiaforéticos. Y concluye que fue justamente la voluntad de imponer algunos de esos preceptos, además de la infiltración de doctrinas metafísicas como el neoplatonismo y el gnosticismo, lo que rompió con la unidad de la iglesia y progresivamente dio lugar a la gran apostasía. De ello extrajo una lección, aunque las doctrinas adiaforéticas pueden dar lugar a discusiones teológicas al interior de la iglesia, no debían de ser impuestas como una condición para ser partícipe de ella. Pero, si así Newton regresaba al tema central de sus profecías, lo hacía desde otra perspectiva. En la primera versión de su tratado acerca del Apocalipsis sostenía que la comprensión exacta de las palabras de los profetas era una condición para la salvación; diez años más tarde, parece querer indicarle a la iglesia de su tiempo un modelo de paz religiosa fundada en un solo mandamiento de amor. Ese cambio de actitud, seguramente imputable a la evolución del personaje, se ha asociado con una aparente hipocresía en el comportamiento religioso de Newton, quien jamás se opuso a la iglesia anglicana aunque en el fondo no compartía casi ninguna de sus doctrinas. Pero más allá de eso, en la distinción entre la leche y la carne y la identificación de la primera con el amor de Dios por su criatura, encontramos un tema que, en mi opinión, domina la teología profundamente protestante de Newton, la conjunción del poder de Dios con la simplicidad de la iglesia. Newton alquimista Desde sus primeros años en Cambridge, e incluso antes durante su estancia en Grantham —donde podía disponer de la biblioteca del boticario Clark— Newton emprendió estudios de alquimia y había leído, entre otros, una gran parte de la obra de Robert Boyle. Se estrenó como alquimista repitiendo y modificando los experimentos propuestos por Boyle, pero pronto empezó a acompañar su trabajo experimental con un estudio cada vez más apasionado de la literatura alquimista, y a mostrar preferencia por algunas de las interpretaciones de las imágenes de esta literatura. El interés de Newton por la tradición alquimista está ligado a su creencia en una prisca sapientia, revelada por Dios desde la Creación. En el siglo xvi, los discípulos de Paracelso se dividieron en dos corrientes, la primera afirmaba el origen griego de la alquimia y la otra revindicaba un origen más antiguo, enraizado en la historia del pueblo de Israel, que se confundía con el origen de la cábala judía. Según esta concepción, la tradición bíblica y la alquimista provenían de una fuente común, prueba de ello era la longevidad de los patriarcas, quienes, sin duda conocían el elíxir. Incluso Robert Fludd, con los dos volúmenes de su Utriusque cosmi historia, trató de elaborar una filosofía mosaico, en la que la alquimia era parte integral de la sabiduría revelada y de la exposición de una verdad única. Si agregamos a esto una serie de leyendas bien conocidas acerca del fundador mítico de la alquimia, Hermes Trimegisto, mismo que se confunde con el dios Mercurio, comprendemos que había suficientes razones para convencer a Newton, futuro autor de la Theologiae gentilis origines philosophiae, de que la tradición alquimista podía transmitir un cuerpo de conocimientos originarios; ciertamente de modo disimulado y por medio de un lenguaje metafórico y secreto, pero gracias a ello, de una forma más pura y menos corrupta que la tradición de la filosofía natural. Un antídoto contra el mecanicismo Parece que Newton busca en la tradición alquimista un antídoto contra el mecanicismo. Incluso parece buscar argumentos para elaborar una obra de corrección o de verdadera abjuración de la visión mecanicista, una obra que tiene tres objetivos entremezclados, la reinserción de la voluntad divina en la explicación de los fenómenos naturales y, por lo tanto, en la estructura misma de la naturaleza tal y como la representa la ciencia; la comprensión de las causas eficientes de los movimientos corpusculares, que en los esquemas mecanicistas son presentados como las causas últimas de los fenómenos físicos; y la comprensión de la esencia de los fenómenos vitales, así como la presentación de una imagen unitaria del cosmos, donde se borre la distinción entre materia y espíritu.
Una confirmación de esta interpretación puede encontrarse en un manuscrito, Of Natures obvious laws and process in vegetation, en el que Newton parece querer presentar más sus propias ideas que las de otros. Allí se encuentra una imagen del mundo resumida así, “entonces, esta Tierra parece un gran animal o más bien un vegetal inanimado, abreva del aliento etéreo para refrescarse diariamente y para el fermento vital, y transpira por medio de enormes exhalaciones […] es muy probable que el éter no sea más que un vehículo para un espíritu más activo y (que) los cuerpos pueden ser concreciones de los dos (tomados) juntos; estos pueden empaparse de éter así como de aire durante la generación, y en ese éter el espíritu está confundido. Puede que ese espíritu sea el cuerpo de la luz, porque uno y otro tienen un principio activo prodigioso”. Y más adelante, “entonces, hay detrás de los sensibles cambios que tienen lugar en las texturas de la materia más burda, en toda vegetación, una manera de trabajar más sutil, secreta y noble, que rinde sus productos distintos de todos los demás, y el lugar inmediato de esas operaciones no es el conjunto de la materia, sino más bien una porción excedente, sutil e inimaginable de la misma, difusa al interior de la masa, de tal forma que si se separa no quedaría más que tierra inactiva y muerta.” Y aún, “el mundo pudo ser distinto de los que es —porque puede haber diferentes mundos. Por lo tanto, no era necesario que fuese así, pero lo fue por una determinación voluntaria y libre. Y esta determinación involucra a un Dios”. Esta visión vitalista y organicista del mundo no condujo a Newton a una visión holista de la ciencia, pues mantiene que en la naturaleza hay dos tipos de acciones, las vegetales y las mecánicas, y afirma que las segundas son el objeto de una ciencia, la “alquimia vulgar”; misma que, a pesar del nombre con el que la designa, ocupa una parte central de sus intereses. Las investigaciones teológicas y alquimistas de Newton se interrumpieron bruscamente en agosto de 1684, temporada en la que se dedicó en cuerpo y alma a la redacción de sus Principia. Después de la aparición del tratado, regresó a sus estudios de teología y de alquimia y no los abandonó jamás. Sin embargo, después de haber escrito y publicado sus Principia ya no era el mismo. Por un lado, el éxito de su obra lo encumbró en el seno de la sociedad política inglesa y lo alejó de la soledad de Cambridge; por el otro, los problemas que planteó su teoría de los fenómenos cósmicos lo ocuparon demasiado, obligándolo a solucionarlos en lugar de hacer conjeturas en los campos de la teología y la alquimia. Las líneas directivas de sus investigaciones teológicas y alquimistas siguieron centradas alrededor de la creencia en una prisca sapientia. Sus investigaciones encierran un sabor y una metodología arqueológica, pues buscaban más la reconstrucción de una religión y un saber originarios, que la edificación de una nueva doctrina o una nueva imagen del universo. |
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Marco Panza
Universidad Paris 7-cnrs y Universidad Pompeu Fabra, Barcelona
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Traducción
Nina Hinke†
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como citar este artículo → Panza, Marco y (Traducción Hinke, Nina). (2005). Isaacus Neuutonus. Jehova Sanctus Unus. Ciencias 78, abril-junio, 48-57. [En línea]
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