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Feggy Ostrosky Solís |
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Existen múltiples definiciones de lo que es la memoria. Se
puede decir que es la conservación de información o la posibilidad de tenerla disponible una vez que la señal o la acción ha desaparecido. Se la puede definir como un mecanismo o proceso que permite conservar la información transmitida por una señal después de que se ha suspendido su acción. También se habla de ella como una consecuencia del aprendizaje —dado que éste es un proceso de adquisición de información—, en tanto que la memoria se refiere a la persistencia de ese aprendizaje que puede revelarse tiempo después.
Otros establecen que la memoria de un ser humano es la historia de su experiencia personal tal como se inscribe en su cerebro. Propuesta por Barriste en 1970, tal definición enfatiza la participación inevitable del sistema nervioso central en el proceso. De ahí se desprende que gran parte del conocimiento de la anatomía y la fisiología de la memoria proviene del estudio clínico y patológico de casos de individuos que han perdido total o parcialmente esta capacidad.
La memoria no es una función unitaria, sino un sistema funcional complejo en el que intervienen múltiples áreas cerebrales con aportes específicos. El cerebro es un órgano altamente diferenciado y especializado; no sólo procesa la información que obtenemos por diferentes modalidades (visual, auditiva, táctil, olfativa, etcétera), sino diversas clases de información, como el reconocimiento de caras, palabras, colores, orientaciones o de relaciones espaciales, movimientos, y otros. Así, hablamos de un complejo sistema de memorias interconectadas y organizadas de forma tal que sirven para propósitos diferentes.
Todos estos sistemas de memoria tienen en común la capacidad de almacenar la información adquirida a través de los sentidos. En cada una de las modalidades, la memoria permite el registro, la retención o el almacenamiento de información, así como la recuperación o evocación de la información previamente guardada.
La memoria es una de las funciones cognoscitivas más sensibles al daño cerebral. La amnesia se refiere a una pérdida parcial o total de la memoria; es una inhabilidad para recordar información. Los trastornos de memoria pueden ser tan severos que no sólo se pierde la información, sino toda noción y evocación de haber estado expuesto a ella. En los casos menos severos, la evocación puede mostrar únicamente pérdida de detalles, recuperables cuando se proporcionan claves.
Son diversos los procesos que intervienen en la memoria y es necesario que estén intactos para que ésta funcione normalmente. Por ejemplo, es indispensable tener una atención adecuada para que se puedan registrar los datos. Las alteraciones en la atención se pueden producir por un estado confusional o por modificaciones en los lóbulos frontales. Así, por lo general, la amnesia no se explica por una atención disminuida o por otras alteraciones cognoscitivas, incluyendo la disminución de la capacidad intelectual.
Identificar las características de los trastornos de memoria aporta información relevante sobre la naturaleza y localización del daño o disfunción cerebral. Se ha postulado un sistema de memoria en el cerebro que incluye las siguientes estructuras (ver esquema p. 23): los cuerpos mamilares del hipotálamo; el tálamo (en particular los núcleos dorso mediales); la corteza de los lóbulos frontales; el cíngulo y el hipocampo. Las lesiones en diferentes estructuras cerebrales pueden generar directa o indirectamente defectos de memoria. Por ejemplo, las lesiones en el tallo cerebral afectan de manera directa el nivel de conciencia, e indirectamente pueden afectar el proceso de memoria, pues el individuo no posee un suficiente estado de alerta para realizar el registro de la información. Las lesiones en las estructuras del sistema límbico, particularmente del hipocampo, la amígdala, los cuerpos mamilares y en algunos núcleos del tálamo, afectan el proceso de almacenamiento de información nueva, manteniendo la habilidad para recordar hechos antiguos. Las conexiones entre el sistema límbico y la corteza temporal son importantes para guardar y consolidar la información. El lóbulo frontal interviene en las estrategias de almacenamiento y la recuperación de los recuerdos, inhibiendo la información irrelevante.
Síndromes amnésicos
Clínicamente es posible distinguir cuatro tipos principales de amnesias:
Anterógrada. Consiste en la incapacidad para retener información luego de una perturbación cerebral.
Retrógrada. Es la imposibilidad de evocar una información previamente aprendida.
Específica. Se relaciona con la naturaleza de la información que ha de memorizarse.
Inespecífica. Se presenta para todo tipo de material y puede asumir cualquier modalidad. A su vez, se puede dividir en amnesia inespecífica con confabulación, y amnesias inespecíficas sin confabulación.
Nos referimos a la confabulación como la aparición de falsas huellas de memoria que probablemente se producen porque la persona es incapaz de hacer una evocación selectiva de sus huellas de memoria. Un ejemplo de ello lo obtenemos cuando al paciente se le pregunta qué hizo el día anterior; éste puede responder que estuvo en su casa, luego salió a pasear y se encontró con un amigo, cuando en realidad no salió del hospital. Lo que está reportando es algo que pudo haber sucedido y que eventualmente podría responder a huellas de memoria que el paciente es incapaz de seleccionar.
En la práctica clínica, las alteraciones de memoria pueden adoptar diversas variantes. A continuación se describen los principales síndromes amnésicos, así como sus correlatos anatómicos.
Amnesia del hipocampo
La caracterización de este síndrome comienza con las intervenciones quirúrgicas de Scoville en 1954, y las investigaciones neuropsicológicas de Milner, junto con Scoville y Penfield. A este síndrome corresponden las observaciones efectuadas en el paciente H. M., a quien Scoville destruyó bilateralmente el uncus, la amígdala, el hipocampo y el giro parahipocampal, como tratamiento de una epilepsia de difícil manejo. Este paciente sufría de epilepsia desde los 16 años, y fue a los 27 años cuando se le sometió a una lobectomía bitemporal. A partir de la cirugía, H. M. se mostró incapaz de almacenar experiencias nuevas (amnesia anterógrada). Aun cuando recordaba adecuadamente las experiencias ocurridas antes de la cirugía, cada vez que le hablaban de la muerte de su tío favorito —ocurrida años después de la intervención quirúrgica—, sentía el mismo dolor que cuando recibió la noticia por vez primera. Brenda Milner, quien lo estudió por más de 20 años, tenía que presentarse al inicio de cada sesión, pues de lo contrario no la reconocía. Era frecuente que H. M. se riera del mismo chiste en repetidas ocasiones.
La extracción bilateral del hipocampo y la circunvolución del hipocampo producen pérdida de la memoria reciente. En el momento en que el paciente cambia su centro de atención es incapaz de recordar qué estaba sucediendo antes, como si no hubiera hecho un registro de la experiencia presente. Así, H. M. era capaz de retener el número “584” durante 15 minutos, trabajando continuamente con elaboradas estrategias mnemotécnicas. Cuando le preguntaron cómo había sido capaz de retener el número tanto tiempo, respondió: “Es fácil, sólo recuerdo el 8. Mire: 5, 8 y 4 suman 17. Se recuerda el 8, se resta de 17 y quedan 9, se divide el 9 en 2 y se obtiene 5 y 4, y ahí se tiene el 584. Fácil”. Al cambiar su atención después de un minuto, H. M. no recordaba haber realizado esta tarea. A pesar de sus defectos de memoria, conservaba una capacidad intelectual normal, tenía conciencia de sus déficits de memoria y frecuentemente se disculpaba de los mismos, expresando: “en cada momento todo me parece claro, pero ¿qué pasó un momento antes? Es como si despertase de un sueño a cada instante”.
Este síndrome se manifiesta como una amnesia anterógrada masiva, que imposibilita la adquisición de toda información nueva. Se asocia con un déficit retrógrado parcial, con conservación de memorias remotas y aprendizajes previos, así como de la memoria inmediata y la atención. El paciente está consciente de sus defectos, esto es, no se acompaña de anosognosia y presenta confabulación; no hay trastornos de la personalidad ni de funciones intelectuales. El individuo, consciente de su incapacidad para registrar los sucesos, permanece integrado a la vida social e intenta compensar su deficiencia mediante la repetición verbal.
La lesión unilateral del hipocampo ocasiona una deficiencia variable, según la localización. La resección unilateral izquierda produce alteración de la memoria para información verbal, con sensibilidad particular a toda interferencia verbal, en tanto que la resección unilateral derecha origina trastornos de la memoria no verbal visoespacial. Las lesiones unilaterales tienen un efecto poco duradero, a diferencia de las bilaterales, probablemente como consecuencia de una recuperación a expensas del hemisferio sano.
Amnesia tipo Korsakoff
El síndrome de Korsakoff se desarrolla después de varios años de abusar del alcohol, y por deficiencias nutricionales. Los pacientes primero pasan por una etapa aguda de la enfermedad, que es la encefalopatía de Wernicke, en la que se presentan síntomas de confusión, desorientación, disfunción oculo-motora y ataxia. Cuando estos síntomas remiten, persiste la amnesia como síntoma permanente
A pesar de que se asocia con el abuso crónico del alcohol, el síndrome de Korsakoff puede ocurrir en pacientes no alcohólicos que sufren de avitaminosis secundaria a un síndrome de mala absorción.
Este tipo de trastorno se asocia con lesiones diencefálicas, de cuerpos mamilares y núcleo dorsomediano del tálamo. El cuadro clínico corresponde a una amnesia anterógrada masiva y compromiso de la memoria retrógrada. Por lo regular se acompaña de confabulación, excepto en ciertas lesiones talámicas circunscritas. En general se observa que la alteración se encuentra en el nivel de las estrategias de memorización, e incluye dificultades en la evocación selectiva. Fundamentalmente en tareas visoespaciales y visoperceptuales, se evidencia que los aprendizajes seriales son más satisfactorios que aquellos lógicos o secuenciales.
Asociado con este síndrome, con frecuencia se observa un comportamiento eufórico y una falta de conciencia total del déficit.
Amnesia frontal
Principalmente debido al daño de la región frontal basal, se origina un síndrome caracterizado por trastornos severos en la evocación, acompañados de intensa confabulación. Cuando la afección se localiza en la convexidad frontal, aparecen dificultades para el aprendizaje de cualquier prueba que requiera de una estrategia, un código o una clasificación secuencial de la información.
Amnesia global transitoria
La definición de esta amnesia reposa en criterios clínicos muy estrictos, establecidos a partir del interrogatorio preciso a un familiar o amigo del paciente, pues éste no tiene recuerdo alguno del suceso. El comienzo del episodio amnésico es siempre agudo. En ocasiones, ni el paciente ni quienes lo rodean advierten el trastorno, hasta que una actividad particular exige que se recurra a la memoria. Los factores desencadenantes que se mencionan con mayor frecuencia son situaciones altamente emocionales o afectivas, la actividad sexual, la ansiedad, los baños con agua fría o caliente y el traumatismo encefálico leve.
Generalmente no se acompaña de trastorno de conciencia, pero el paciente acusa un malestar muy particular, caracterizado por ansiedad, perplejidad y repetición reiterada de las mismas preguntas, en general relacionadas con el tiempo, el espacio y la situación actual. La conciencia de la deficiencia es variable; en ocasiones, el sujeto se inquieta debido a la modificación de su actividad mental, pero no la interpreta como un problema de la memoria. Por lo común, no se observan cambios en el carácter ni en el comportamiento.
Así, en la definición de ictus amnésico se conjugan varios datos negativos: conservación de la conciencia y de la actividad intelectual que no requiere de la memoria, como serían el lenguaje, la actividad práctica o profesional, etcétera, y ausencia de confusión mental.
La duración del trastorno es variable; en general oscila entre una y diez horas. El déficit de memoria retoma progresivamente; por lo regular, de todo el episodio ictal persiste sólo una laguna amnésica.
Para explicarlo, se han invocado diversos mecanismos: 1) Isquemia cerebral transitoria en la región de la arteria cerebral posterior; 2) migraña; es decir, problemas vasomotores en el área arterial del hipocampo; y 3) trastorno epiléptico, ocasionado por descargas temporales bilaterales.
Amnesias y dismnesias paroxísticas
La alteración paroxística de la memoria a causa de problemas epilépticos reviste gran importancia debido a su frecuencia, y también porque constituye un modelo de estudio de las funciones de la corteza cerebral en la memoria. En las crisis parciales complejas, en el estatus de ausencia y en el estatus parcial complejo se observan cuadros amnésicos o de deficiencia. El paciente logra realizar actividades automáticas, pero muestra un defecto evidente en el registro mnésico: cae en un cuadro confusional y al recobrar la conciencia no recuerda lo sucedido durante la crisis. La amnesia parcial relacionada con estados posictales se observa en las crisis parciales complejas y en las crisis tónicoclínicas generalizadas.
La descarga epiléptica de áreas de la cara externa de los lóbulos temporales no causa amnesia, sino un tipo de sintomatología relacionada con el recuerdo o temporalidad de las huellas de memoria. Los estados paroxísticos de dismnesia se presentan ante crisis parciales psíquicas, como el estado de ensoñación (reminiscencias elaboradas, a manera de ilusiones o alucinaciones amnésicas); la visión panorámica (rápida rememorización de la vida pasada), y los fenómenos de déja-vu (ya visto), déja vécu (ya vivido) o déja entendu (ya oído), o de jamais vu (nunca visto), jamais vecu (nunca vivido) o jamais entendu (nunca oído). En todos estos casos, los síntomas desaparecen después de algunos minutos, o incluso segundos.
Amnesia a causa de traumatismo
La amnesia transitoria conmocional se relaciona con trastornos leves de la memoria a consecuencia de traumatismos craneoencefálicos, sin pérdida de conciencia, o con pérdida durante algunos segundos. La clínica de esta afección es equivalente a la del ictus amnésico. El factor subyacente seguramente es más funcional que relativo a la lesión. La mayoría de los autores discuten el papel que desempeñaría una conmoción benigna de ambos hipocampos, y afirman que también podría intervenir un factor vascular.
La amnesia postraumática consiste en una alteración muy acentuada de la memoria durante el estado confusional; el paciente, aunque alerta, no logra retener información alguna. En general, con posterioridad a un traumatismo de este tipo se observan amnesia anterógrada severa y amnesia retrógrada, que tienen un patrón temporal en el que los acontecimientos anteriores al golpe están completamente borrados durante periodos de minutos, horas o días.
En este tipo de amnesia un aspecto importante es la variabilidad de la afección de la memoria, según la cercanía temporal con el momento del traumatismo. En el transcurso de los primeros días, la amnesia anterógrada es total y la amnesia retrógrada puede extenderse hasta la infancia. En una nueva evaluación practicada varios meses después del traumatismo, generalmente se encuentra una amnesia lacunar que corresponde al componente retrógrado anterior al traumatismo y al periodo de inconsciencia y confusión, aunque puede persistir cierta amnesia residual, en especial episódica.
Amnesia en las demencias
Uno de los trastornos neuropsicológicos sobresalientes de las demencias en general, son las alteraciones en los procesos de la memoria. En las llamadas demencias corticales, como la enfermedad de Alzheimer, la pérdida de la memoria para hechos recientes es el trastorno más precoz y prominente. Estas perturbaciones se acentúan progresivamente, acompañadas de desorientación espacio-temporal y desintegración general de los procesos cognoscitivos. Se ha sugerido que estos pacientes tienen una capacidad de almacenamiento disminuida y una tasa de olvido más alta que la de los ancianos normales. En pruebas de retención de palabras, la curva de memorización y la evocación diferida son muy pobres, y señalan, además de la afección de memoria de corto plazo, una grave alteración en la memoria de largo plazo, o incapacidad para almacenar información.
Para el caso de las llamadas demencias subcorticales se ha propuesto que existe conservación de los procesos de registro y de almacenamiento de información, y una deficiencia marcada en la capacidad para evocar información o localizar huellas de memoria correctamente almacenadas. Otras entidades neurológicas que pueden dar lugar a alteraciones temporales o permanentes de la memoria son las encefalopatías infecciosas tóxicas y metabólicas, y la anoxia, en las cuales se observa amnesia anterógrada masiva y amnesia retrógrada variable.
Los tumores profundos, mesodiencefálicos, los craneofaringiomas, los tumores del III ventrículo, los teratomas hipotalámicos, los tumores del septum, etcétera, que invaden y comprimen estructuras límbicas, originan trastornos amnésicos similares a los descritos, dependiendo de las estructuras afectadas.
Cuando se efectúa la evaluación de estos pacientes, en ocasiones es posible determinar si la deficiencia es predominantemente de retención, de codificación o de evocación.
Trastornos por la edad y el envejecimiento
El término “trastornos benignos de la memoria” se ha utilizado para describir a adultos que presentan trastornos de memoria en relación a personas de su misma edad, pero en quienes no existe evidencia de una demencia progresiva. Puede ser difícil hacer una distinción entre estos pacientes y aquellos que sufren la enfermedad de Alzheimer. La memoria disminuye durante el envejecimiento normal en sujetos sanos. Así por ejemplo, se ha encontrado que en tareas de memoria y aprendizaje, sujetos de 70 y 80 años de edad tienen un desempeño de hasta 50% por debajo del de jóvenes. El término “trastornos de memoria asociados a la edad” se refiere a personas sanas mayores de 50 años que no están deprimidas ni dementes, y que en pruebas de memoria obtienen puntajes por debajo de la media para los jóvenes. Estos adultos normales se pueden quejar de pérdida de la memoria, sobre todo si se encuentran desarrollando trabajos con altas demandas intelectuales.
Amnesias disociativas
Son aquéllas que se ven en la práctica de la psicología clínica y en la psiquiatría. No existe un compromiso cerebral, pero el paciente asegura no recordar, a pesar de que se comporta como si recordara. Es una conversión histérica en donde el paciente súbitamente olvida su identidad personal y situaciones vitales. Puede olvidar su nombre, dirección, familiares y otra información personal. En algunos casos existe una perdida selectiva de información con contenido emocional, por ejemplo si es casado o la identificación de sus padres. En otros casos se presentan problemas para recordar todo su pasado. La amnesia es de duración corta (de 24 a 48 horas) y se detiene espontáneamente o se termina con hipnosis, sugestión o tranquilizantes. Las causas son variables, pero la condición más común es la depresión, acentuada por un estrés psicológico severo. Los pacientes esquizofrénicos y maníacos ocasionalmente presentan una amnesia psicogénica. Ésta se puede confundir con la amnesia global transitoria; sin embargo, existen varias características que pueden ayudar en el diagnóstico diferencial. En la amnesia global transitoria nunca se pierde la identidad personal, mientras que en la psicógena la pérdida de la identidad personal es uno de los principales síntomas.
Por definición, los pacientes con amnesia global transitoria tienen dificultad para aprender y retener información, mientras que aquellos con amnesia psicógena son capaces de aprender muchos detalles acerca de su situación actual, al tiempo que no pueden recordar información relacionada con su historia pasada. El patrón de pérdida de memoria en la primera incluye un gradiente temporal, en el cual conserva la memoria remota más allá del periodo de amnesia retrógrada. Los pacientes con amnesia psicogénica no exhiben un gradiente temporal, y la pérdida de memoria puede ser altamente específica para información personal selectiva. La depresión es frecuente en pacientes con este padecimiento, y generalmente son indiferentes a su pérdida de memoria, mientras que en la amnesia global transitoria los pacientes no muestran preponderancia de ninguna psicopatología asociada, y están angustiados por los trastornos de memoria. Los pacientes con amnesia psicógena son jóvenes (menores de 30 años), en tanto quienes sufren la otra son de 60 o 70 años y tienen trastornos vasculares.
Conclusiones
El estudio y caracterización de los síndromes amnésicos ha aportado información acerca de la organización cerebral de la memoria, generando nuevas aproximaciones para el estudio clínico y el tratamiento de los trastornos de la memoria.
Gracias al desarrollo de las técnicas de neuroimagen funcionales, como la Tomografía por Emisión de Trones (PET) y la Tomografía por Emisión de Fotón Único (SPECT), se está obteniendo información acerca de los sustratos anatómicos, metabólicos y conductuales de la memoria y de sus trastornos. Actualmente, los estudios funcionales con estas técnicas ofrecen la posibilidad de observar lo que sucede en el cerebro en el momento en que se realizan tareas de memoria. En un futuro cercano, mediante la combinación de técnicas conductuales y cognoscitivas, de herramientas neuropsicológicas y técnicas de neuroimagen funcional, se vislumbrarán nuevas perspectivas y desafíos para el estudio interdisciplinario de la memoria y las amnesias.
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Referencias Bibliográficas
Diagnóstico del daño cerebral: Un enfoque neuropsicológico, Ardila, A. Ostrosky-Solís, F. Trillas, México, 1991.
Neuropsicología clínica, Ardila, A., Rosselli, M., Prensa Creativa, Colombia, 1995. Memory and Brain, Squires, L., Oxford University Press, 1987. “Amnesia Following Basal Forebrain Lesions”, Damasio, A., Graff, N., Eslinger, P., Damasio, H. Arch. Neurol., 42: 252-259, 1995. Mishkin, M., Malmut, B. y Bachevalier, J., 1994, “Memories and Habits: Two Neural Systems”, en Neurobiology of Learning and Memory, Guilford Press. |
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Feggy Ostrosky Solís
Laboratorio de Neuropsicología,
Departamento de Psicofisiología, División de Estudios de Posgrado,
Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Ostrosky Solís, Feggy. 1998. Cuando la memoria falla. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 30-35. [En línea].
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Roberto A. Prado Alcalá |
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La ubicación de la memoria —ese almacén de información
derivada de la experiencia— en el cerebro, ha sido un tema muy discutido a lo largo de siglos. Sin embargo, el estudio experimental de sus bases biológicas es más reciente, y a grandes rasgos se puede dividir en tres etapas.
La primera, que abarca desde principios de este siglo hasta la década de los años 60, está representada por los estudios encaminados a descubrir “el centro” de la memoria. Esta época se caracterizó por experimentos en los que se producían lesiones mecánicas o electrolíticas de tejido nervioso. Probablemente esta búsqueda fue un reflejo de los hallazgos neurofisiológicos de la época, cuando se hablaba de centros nerviosos encargados de funciones más o menos específicas, como los centros del hambre y la saciedad, los cardiorrespiratorios, los termorreguladores, etcétera.
Igual que en el campo de la neurofisiología, también en el de la neurobiología de la memoria el concepto de centro prácticamente se ha abandonado, aunque algunas publicaciones continúan manejando este concepto, si bien restringidamente. Es decir, en lugar de postular que la memoria (como fenómeno único) está localizada en tal o cual región cerebral, se asevera que memorias particulares (visual, espacial, auditiva, etcétera) residen en regiones particulares (corteza visual, hipocampo, corteza auditiva, y otras). Esta posición localizacionista es inadecuada, pues sabemos que ninguna región cerebral puede efectuar una función aisladamente, por más simple que ésta sea; cualquier neurona está conectada, directa o indirectamente, con el resto.
La segunda etapa en el estudio neurobiológico de la memoria abarca desde el inicio de los años 70 hasta la fecha, y tiene que ver con la exploración de diversas estructuras cerebrales mediante técnicas más sofisticadas que la de producción de lesiones irreversibles, típicas de la primera etapa (aunque este tipo de lesión se sigue utilizando). Aquí encontramos la aplicación de técnicas que van desde registros electrofisiológicos y aplicación local de drogas —que modifican la actividad sináptica de sistemas de neurotransmisión específicos o que producen la inactivación temporal del tejido cerebral—, hasta la medición de la síntesis de receptores membranales, de la liberación de neurotransmisores, el trasplante de tejido fetal en cerebros dañados, y toda clase de metodologías de biología molecular.
La característica distintiva de esta etapa es que, lejos de conceptualizar a la memoria como un evento singular, se le define en términos más precisos, que indican la calidad de la memoria. Así, por ejemplo, tenemos las memorias de procedimiento y declarativa. La primera, adquirida gradualmente, se refiere al conocimiento de tareas tales como la escritura, conducir un automóvil, etcétera; mientras que la segunda tiene que ver con la descripción precisa de incidentes y sitios (lugar y fecha de nacimiento, nombres de parientes y amigos, etcétera). Algunos autores han definido estos tipos de memoria con nomenclaturas diferentes (semántica-episódica, asociativa-representacional, memoria de habilidades-memoria de hechos…).
Es muy interesante saber que en los casos de amnesia anterógrada en humanos (la incapacidad para consolidar la información aprendida), producida por lesiones cerebrales fundamentalmente en el hipocampo, se pierde la memoria declarativa, en tanto que la de procedimiento permanece intacta. Este hecho permitió postular que las estructuras afectadas están involucradas en la evocación de un tipo de memoria y no en la del otro.
En contraste con la apreciación prevaleciente en la primera etapa, la segunda se caracteriza por la proposición de que el establecimiento de cada tipo de memoria depende de la interacción de múltiples sistemas de neurotransmisión, actuando en diferentes estructuras cerebrales. Por ejemplo, el bloqueo de la actividad sináptica colinérgica, gabaérgica y serotoninérgica del estriado de ratas, produce un cuadro amnésico cuando los animales son entrenados en una tarea que nos permite medir la capacidad de almacenamiento de información. El mismo cuadro se produce ante la lesión reversible o permanente del mismo estriado, de la amígdala o la sustancia nigra. Tales resultados indican que, para que se establezca la memoria, se necesita la participación de cuando menos estas tres estructuras, así como de la interacción de los tres sistemas de neurotransmisión referidos.
Un concepto que se originó en esta etapa de investigación fue el de “estructuras moduladoras” de la memoria: existen ciertas regiones cerebrales que facilitan (modulan) la actividad de otras regiones directamente involucradas en el almacenamiento de información aprendida.
A pesar del avance conceptual en esta etapa, todavía quedan reminiscencias de la primera. Ahora no se habla de centros de memoria, sino de conjuntos de núcleos o áreas cerebrales que se interrelacionan anatómicamente o a través de diferentes sistemas de neurotransmisores, responsables del establecimiento de memorias particulares. Así, en lugar de considerar estructuras únicas, ahora se habla de sistemas funcionales fijos, como si cada uno de ellos fuera una estructura compleja.
La tercera etapa en el estudio neurobiológico de la memoria se origina a finales de la década de los 70 y se extiende hasta el presente. Su proposición central es que existe un cierto número de núcleos o áreas cerebrales, con sus correspondientes sistemas neuroquímicos, indispensable para la consolidación de la memoria. Esta proposición es básicamente la misma que la descrita en el párrafo anterior. Sin embargo va más allá, pues plantea que cuando se tiene una experiencia incrementada de aprendizaje, las estructuras que eran necesarias en condiciones de aprendizaje “normal” dejan de tener importancia para que se consolide la memoria.
Por aprendizaje normal entendemos aquella situación en la que el sujeto experimental ha recibido un número de sesiones de entrenamiento, o una intensidad de estimulación aversiva (en el caso de condicionamientos de evitación) suficiente para que se manifieste la conducta aprendida, o para alcanzar un nivel de ejecución asintótico. Comúnmente, este es el nivel de entrenamiento al que se somete a los animales de experimentación para determinar los efectos de la administración de tratamientos experimentales, ya sea antes o después del entrenamiento. Precisamente es en estas condiciones cuando se observa que la lesión o la interferencia con la actividad de ciertas estructuras cerebrales produce incapacidad para consolidar la memoria o para evocar la información almacenada.
Por otra parte, la situación experimental en la que los sujetos son sometidos a un gran número de sesiones de entrenamiento o a intensidades de estimulación aversiva relativamente altas, se acerca más a la manera en que en la vida diaria adquirimos información de nuestro medio ambiente. Para almacenar datos que permanecen en nuestra memoria por mucho tiempo (fecha de nuestro nacimiento, ubicación de domicilio, el número de las placas de nuestro auto, datos geográficos…) es necesario un número de repeticiones relativamente alto. De igual manera, los recuerdos duraderos de eventos únicos generalmente tienen que ver con experiencias que, como en el caso de la estimulación aversiva, producen una gran activación del sistema nervioso simpático y liberación de hormonas adrenales.
Los experimentos que han llevado a proponer que las estructuras indispensables para la consolidación de la memoria en una situación de aprendizaje normal, dejan de serlo en condiciones de alto nivel de aprendizaje, básicamente consisten en lo siguiente: se entrena a un grupo de animales en una tarea determinada; una vez que han aprendido, se les aplica un tratamiento que interfiera con el funcionamiento de alguna estructura cerebral. Lo mismo se hace con grupos en los que se exploran otras estructuras. Siguiendo el mismo procedimiento, a otros animales se les entrena durante un número mayor (doble, triple o cuádruple) de sesiones, y se les aplica el tratamiento descrito. Se ha encontrado que en la situación de aprendizaje relativamente bajo, los tratamientos producen amnesia retrógrada. Ya que cada una de las estructuras afectadas es indispensable para el establecimiento de la memoria, proponemos que todas ellas están conectadas, funcionalmente, en serie. En el caso de animales con alto nivel de entrenamiento, esos mismos tratamientos son inocuos; por ello proponemos que se lleva a cabo un cambio en la conectividad entre estas estructuras. En otras palabras, en condiciones de sobrentrenamiento o de alto reforzamiento, las estructuras involucradas ahora se conectan funcionalmente en paralelo, de tal manera que cuando una de ellas se encuentra inactiva, basta con que algunas de las restantes funcione normalmente para que realice el proceso de consolidación de la memoria. Este fenómeno se ha visto al estudiar el estriado, la amígdala, la sustancia nigra, el tálamo y el globus pálidus.
En todos los casos estudiados se ha demostrado que los tratamientos que producen amnesia se tornan inocuos cuando se incrementa la experiencia de aprendizaje. Sin embargo, aún no se ha agotado la exploración de los sistemas neuroquímicos y de las estructuras cerebrales que participan en la formación de la memoria. Por lo tanto, también es necesario investigar el efecto de la interferencia con el funcionamiento de otros sistemas de neurotransmisión, así como de otras regiones cerebrales, en condiciones de alto y bajo nivel de entrenamiento.
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Referencias Bibliográficas
Prado-Alcalá, R. A., Fernández-Ruiz, J. y Quirarte, G. L. 1993. “Cholinergic neurons and memory”, en: Synaptic Transmission 2, editado por T. W. Stone, Taylor and Francis Ltd., pp. 59-71.
Prado-Alcalá, R. A. 1995. “Serial and parallel processing during memory consolidation”, en: Plasticity in the Central Nervous System. Learning and Memory, editado por J. L. McGaugh, F. Bermúdez-Rattoni, y R. A. Prado-Alcalá, Lawrence Erlbaum Publishers, pp. 57-65, Rosenzweig, M. R. y Leiman, A. Y. 1995. Psicología fisiológica, McGraw-Hill. Squire, L. R., 1987, Memory and Brain, Oxford University Press. |
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Nota
Trabajo apoyado por DGAPA, Proyecto JN202197.
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Roberto A. Prado-Alcalá
Laboratorio de Aprendizaje y Memoria,
Centro de Neurobiología, Universidad Nacional Autónoma de México,
Campus UNAM-UAQ Juriquilla.
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cómo citar este artículo →
Prado Alcalá, Roberto A. 1998. ¿En dónde se encuentra la memoria?. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 26-28. [En línea].
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Juan Fernández Ruiz y Juan Carlos López García |
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Imagina que has olvidado tu pasado. Te diriges a la escuela
o a la oficina y justo al llegar descubres que no sabes lo que haces allí. Alguien te saluda y no sabes quién es; podría ser tu hermano o tu jefe, pero no lo reconoces. Quisieras volver a tu casa, pero no recuerdas dónde está (¿tienes una?). No estás seguro de si estás en tu ciudad o sólo andas de viaje. No sabes si estudias arquitectura, si estás casado y tienes trabajo; si tus padres viven, si ya has comido o si eres mexicano. Has perdido completamente la memoria.
Nuestra capacidad de usar el conocimiento adquirido como producto de la experiencia —la memoria—, es uno de esos atributos del organismo que, como el sentido del tacto o el del equilibrio, normalmente pasan inadvertidos, pero cuya ausencia puede resultar devastadora, como ilustra el ejemplo anterior. En palabras del filósofo David Hume, sin memoria no somos más que una colección de diferentes sensaciones que se suceden unas a otras, con rapidez inconcebible en un flujo perpetuo.
Entender la memoria es una de las metas más ambiciosas que persiguen los estudiosos del sistema nervioso y que, desafortunadamente, aún está muy lejos de ser alcanzada. Una de las causas es que, a diferencia del tacto o del equilibrio —fenómenos suscritos al funcionamiento de estructuras nerviosas determinadas—, la naturaleza de la memoria es más elusiva; durante muchos años ha sido considerada como una propiedad de la mente —esa entelequia escondida en alguna parte del cerebro e inaccesible al análisis experimental.
Aunque las especulaciones encaminadas a explicar la memoria humana se remontan a los antiguos griegos, principalmente a Aristóteles, no fue sino hasta finales del siglo pasado cuando el estudio de los procesos mnemónicos o relativos a la memoria trascendió el ámbito filosófico para adquirir características de ciencia experimental.
La transición se inició en 1885, cuando Hermann Ebbinghaus publicó su trabajo titulado Uber das Gedachtnis (Sobre la memoria), el primer análisis sistemático de la memoria humana. Intentando averiguar cuánta información novedosa podía almacenar un individuo y qué tan rápido la olvidaba, Ebbinghaus creó un sistema de más de dos mil sílabas sin sentido (una vocal en medio de dos consonantes: CUX, FEJ, NIW, ZAT) para usarlo como material a memorizar. Su idea al usar sílabas sin sentido era garantizar que la información fuese indudablemente nueva, y que el sujeto de experimentación no pudiera establecer ninguna asociación entre ésta y su conocimiento previo. Utilizando este vocabulario artificial y experimentando en sí mismo, Ebbinghaus se dio a la tarea de aprender series de sílabas, variando tanto la longitud de las listas que estudiaba como el número de repasos que hacía de cada una, para después analizar cuántos de estos átomos de información era capaz de recordar al cabo del tiempo.
Esta serie de experimentos definió algunos de los principios básicos sobre la memoria que aún conservan validez. En primer lugar, que la memoria es gradual, pues había una correlación directa entre un mayor número de repasos y la cantidad de sílabas que recordaba; en segundo, que existía un número máximo de sílabas que podía repetir tras sólo un repaso de la lista (alrededor de siete), anticipando así una de las divisiones fundamentales de la memoria: de corto y de largo plazo. En tercer lugar, que requería menos esfuerzo volver a aprender una lista que había olvidado, en vez de aprender una totalmente nueva, fenómeno conocido como “ahorro”. Y finalmente, que su olvido de las sílabas consistía en dos fases: una rápida y muy pronunciada —dentro de la primera hora después de estudiarlas—, y una lenta y menos drástica, a lo largo de varias semanas.
La trascendencia del trabajo de Ebbinghaus se debe no sólo a la importancia de sus hallazgos, sino a su desapego por la tradición filosófica en la búsqueda de una solución al problema de la memoria. Ebbinghaus cambió el escenario de las discusiones, llevándolas de un plano puramente teórico al de la comprobación rigurosa en el laboratorio. Sus experimentos iniciaron el estudio de los procesos mnemónicos desde una perspectiva primeramente psicológica y más tarde fisiológica, y son el punto de partida del que se ha originado una gran parte de nuestro conocimiento actual sobre su organización y funcionamiento.
Al revisar el estado actual de nuestra comprensión del fenómeno de la memoria, resulta difícil señalar cuáles son los hallazgos más sobresalientes obtenidos en el siglo transcurrido desde la publicación de Uber das Gedachtnis. Sin embargo, existen tres aspectos del problema en donde los avances han sido muy significativos y merecen consideración especial: 1) el descubrimiento de diferentes tipos de memoria; 2) la identificación de las regiones del cerebro involucradas en ella, y 3) el hallazgo de cambios celulares asociados a su formación. Los dos primeros forman parte de la llamada neuropsicología de la memoria —término utilizado originalmente en los años 30 para describir a la entonces novedosa unión entre la neurología y la psicología.
Estudios realizados en humanos han demostrado claramente que la memoria no es una entidad indivisible, sino que el sistema nervioso procesa por separado las diferentes categorías de conocimiento que debe almacenar. Más aún, esta taxonomía de la memoria no opera en un vacío puramente conceptual: es definida por la existencia de regiones cerebrales involucradas selectivamente en cada uno de sus diferentes tipos. En otras palabras, cada clase de memoria posee un sistema anatómico independiente que interactúa activamente con los otros.
Así las cosas, nuestro objetivo es revisar la perspectiva neuropsicológica en el estudio de los procesos mnemónicos: cuáles son las principales divisiones de la memoria; cuáles las observaciones cruciales que las han definido, y cuáles son los sistemas neurales que se encargan de cada una. Por último, señalaremos aquellos aspectos del problema de la memoria que no han sido debidamente abordados, proponiendo algunas avenidas que deberán explorarse para responder a las preguntas que todavía requieren contestación.
Lo corto y lo largo de la memoria
Ayer escribiste una carta para tu amigo de Guadalajara. Consultaste su dirección en tu agenda, la memorizaste para escribirla en el sobre y después de un rato ya no la recordaste. Hoy decides ir al cine y tienes que llamar por teléfono para averiguar el horario de la película. Memorizas el número luego de buscarlo en la guía telefónica; llamas, y unos minutos más tarde ya no recuerdas el teléfono marcado.
Estas experiencias tan cotidianas apuntan a una distinción básica entre diferentes maneras que tenemos de recordar la información. Algunas memorias son persistentes: duran semanas o meses, e incluso pueden ser indelebles. Éstas constituyen la memoria de largo plazo. Otras, como en los ejemplos anteriores, son muy transitorias: duran mientras las estamos utilizando y constituyen la memoria de corto plazo, también llamada memoria de trabajo. Esta división de los procesos mnemónicos fue la primera establecida en tiempos de Ebbinghaus. Recordemos que éste observó que si repasaba una sola vez alguna de sus listas de sílabas sin sentido, únicamente recordaba seis o siete, y que su memoria era más susceptible de desaparecer durante la primera hora después de estudiarlas.
Fascinado por estas observaciones, el filósofo William James aventuró una interpretación que anticipó los estudios neurológicos por más de medio siglo. Propuso que la poca información que era posible recordar inmediatamente después de ser estudiada, aquellas seis o siete sílabas, constituía una memoria primaria (término que más tarde sería reemplazado por memoria a corto plazo), y la definió como el conocimiento que no era necesario evocar porque nunca ha abandonado el curso principal de nuestro pensamiento. En palabras de James, la información no viene a nosotros como parte del pasado genuino, sino que pertenece a la parte anterior de este mismo tiempo presente. Por el contrario, cuando la información ha dejado de ocupar nuestra atención y dejamos de tener conciencia de ella, pasa a formar parte de la memoria secundaria (o memoria de largo plazo), desde donde puede ser recuperada a voluntad cuando sea necesario (a menos que la olvidemos, por supuesto). Esta idea tan simple también ayudaba a explicar fenómenos como la pérdida de memoria después de un golpe en la cabeza o tras un ataque epiléptico, casos en los que se olvidan sólo los eventos que ocurren poco antes del traumatismo, dejando intactos los recuerdos más antiguos.
La interpretación de James, tan elegante por su simpleza, era al mismo tiempo tan intuitiva que podía incluso parecer trivial; más como un intento arbitrario de dividir a la memoria que como una categorización para entender sus bases neurales. A pesar de que los experimentos realizados poco después de los de Ebbinghaus apoyaban las ideas de James, fue necesario encontrar algún fundamento neurológico que respaldara su clasificación y eliminase la posibilidad de que sí se trataba de una sola memoria, unitaria e indivisible, que simplemente desaparecía más rápido en unos casos que en otros. Tuvieron que pasar más de 60 años para que apareciera un caso clínico que estableciera, sin lugar a dudas, que James estaba en lo correcto.
El caso H. M.
Si tuviéramos que señalar cuál ha sido el evento más importante en el campo de la neuropsicología de la memoria en el siglo XX, la descripción del caso H. M. recibiría la distinción. Su existencia no sólo confirmó la división trazada por William James: definió tipos de memoria insospechados hasta entonces. De hecho, un gran número de nuestras ideas actuales sobre el funcionamiento de los procesos mnemónicos gira alrededor de dicho caso, y muchos de los estudios actuales aún lo toman como punto de referencia para explicar nuevas observaciones.
En 1953, un paciente con un caso crítico de epilepsia fue intervenido quirúrgicamente para aliviar sus convulsiones. La cirugía practicada a este individuo de 27 años de edad consistió en la remoción de la parte inferior y lateral de su cerebro, región denominada lóbulo temporal. Como consecuencia del tratamiento, la epilepsia desapareció casi por completo. Pero no fue el único efecto. Cuatro años después de la cirugía, William Scoville y Brenda Milner reportaron que el paciente (conocido desde entonces como H. M.) tenía la deficiencia mnemónica más devastadora jamás observada: era incapaz de formar nuevas memorias. A pesar de que su nivel intelectual no se vio alterado, H. M. olvidaba los eventos de la vida diaria tan pronto como ocurrían; no podía recordar a las personas que lo rodeaban cotidianamente (las enfermeras y los médicos, por ejemplo), y no sabía dónde se encontraba o cómo había llegado a ese lugar. Desde entonces, y hasta la fecha, H. M. está atrapado en el presente: su deficiencia en la memoria es tan severa que, ya envejecido, es incapaz de reconocerse en una fotografía reciente de sí mismo.
Desde su descripción inicial, dos características de H. M. llamaron la atención de los estudiosos de la memoria. En primer lugar, si bien es cierto que era incapaz de recordar cualquier información nueva, sus recuerdos más remotos estaban intactos. Por ejemplo, recordaba sin dificultad el nombre de sus padres, el sitio donde había vivido en su infancia y muchos otros detalles de su pasado distante. Además, H. M. era capaz de seguir el hilo de una conversación relativamente simple si se concentraba en ella. Sin embargo, a la menor distracción olvidaba lo que se le había preguntado, e incluso con quién estaba hablando. De esta forma, había algo en el paciente que evocaba claramente la proposición de James. Mientras la información que recibía ocupaba su pensamiento, H. M. podía hacer uso de ella: su memoria de corto plazo funcionaba perfectamente. Pero tan pronto como dejaba de prestarle atención, el conocimiento se perdía pues no podía archivarlo en la de a largo plazo. Esta característica de H. M. permitió investigar las propiedades de la memoria de corto plazo en un aislamiento perfecto. Por ejemplo, era posible explorar cuánta información podía almacenarse en ella antes de saturarla. ¿El límite máximo de la memoria a corto plazo eran las seis o siete sílabas que Ebbinghaus recordaba luego de un solo repaso de sus listas?
Así H. M. fue entrenado en una tarea similar a la que Ebbinghaus había diseñado, excepto que, en vez de sílabas, los átomos de información eran números. El paciente era expuesto a una secuencia numérica que debía memorizar y repetir sin errores. Si acertaba, se le presentaba una nueva secuencia, que ahora contenía un número adicional. Un individuo normal es capaz de recordar secuencias de más de 20 cifras al cabo de unos cuantos intentos. Sin embargo, la cadena más larga que H. M. podía recitar sin errores era precisamente de siete. No importaba cuántas veces lo intentara, nunca era capaz de recordar una octava cantidad. De esta forma, la observación de Ebbinghaus tenía un correlato neurológico, y la idea de James era correcta: la memoria a corto plazo posee un espacio muy limitado, suficiente para aproximadamente siete partículas de información, y opera mientras estamos conscientes del conocimiento. Por su parte, la memoria de largo plazo dispone de un espacio mucho mayor -quizá ilimitado-, destinado a la información que abandona el curso de nuestro pensamiento y desde donde podemos recuperarla cuando sea necesario. Es importante enfatizar que, a pesar de que las expresiones a corto y largo plazo implican a la duración de la memoria como la característica más relevante para ubicarla en uno u otro tipo, en realidad son otros de sus atributos los que establecen la diferencia: el papel de la atención y del procesamiento consciente de la información, así como la cantidad de ésta que puede almacenarse en cada categorí
Planteemos algunas consideraciones sobre las regiones del cerebro donde radican estos dos tipos de memoria.
Empecemos por el lóbulo temporal (ver esquema p. 23), la estructura cuya ausencia desató las alteraciones mnemónicas de H. M. ¿Forma parte del sistema neural de la memoria a corto plazo o a largo plazo? Una posibilidad es que no pertenece a ninguno. Recordemos que la memoria primaria de H. M. funcionaba normalmente y que, al mismo tiempo, sus recuerdos más antiguos estaban intactos. Lo único alterado parecía ser la transición de un tipo de memoria al otro. Esta observación invita a pensar que el lóbulo temporal simplemente es un conducto que comunica al pequeño almacén de la memoria de corto plazo con la inmensa bodega de la memoria a largo plazo, pero que per se carece de propiedades mnemónicas. Sin embargo, esta interpretación tan simple parece ser errónea pues, si bien es cierto que la memoria a largo plazo de H. M. no desapareció por completo, muchos de sus recuerdos de la década anterior a la operación sí se desvanecieron. Así, el lóbulo temporal es capaz de almacenar memorias, pero sólo transitoriamente. Funciona como una estación de paso desde donde los recuerdos emigran, después de algún tiempo, hacia otras regiones cerebrales (aún por localizarse con precisión), en donde serán archivados en un registro más o menos permanente. De esta forma, es más adecuado ubicar al lóbulo temporal como componente del sistema neural de la memoria a largo plazo.
Por su parte, la memoria a corto plazo es procesada de manera más difusa en el sistema nervioso, pero algunos experimentos muy elegantes realizados fundamentalmente en primates, y cuya descripción escapa al objetivo de este trabajo, parecen ubicarla en la parte anterior del cerebro, específicamente en la llamada corteza prefrontal.
Saber qué vs. saber cómo
En el sentido más estricto, la distinción entre memoria de corto y de largo plazo no define diferentes tipos de memoria, sino diferentes etapas por las que ésta pasa. Retomemos uno de los ejemplos anteriores: para recordar momentáneamente la dirección de tu amigo de Guadalajara utilizaste tu memoria a corto plazo. Si después de un rato no la has olvidado, habrá pasado a formar parte de la memoria a largo plazo. El recuerdo es ahora más estable, pero la información que lo compone (el nombre de la calle, el número, el código postal) sigue siendo la misma, al margen de si pertenece a una u otra clase.
Revisemos ahora otra clasificación de la memoria que sí toma en cuenta el tipo de información procesada en el sistema nervioso, y cuyo descubrimiento también fue consecuencia de la descripción del caso H. M.
H. M. era incapaz de formar nuevas memorias después de la cirugía a la que fue sometido. Este efecto se manifestaba de manera tan drástica que por algún tiempo se creyó que la incapacidad era absoluta: sin excepción, el paciente no podía adquirir información novedosa. Para explorar de manera formal si esto era cierto, Brenda Milner decidió entrenar a H. M. en una gran variedad de tareas conductuales, de manera similar a como lo hizo con las secuencias numéricas, hasta encontrar alguna que pudiese recordar a pesar del daño a su lóbulo temporal. En una de ellas, H. M. tenía que repintar un dibujo (el contorno de una estrella) sin verlo directamente sino a través de un espejo. Si tú hicieras esta tarea, tu tendencia normal sería mover la mano en el sentido opuesto al requerido, pero con unas cuantas sesiones de entrenamiento repintarías el dibujo sin errores. Sorprendentemente, H. M. aprendió a ejecutar la tarea tan rápidamente como un individuo normal, mejorando con cada sesión de práctica a lo largo de los días. Lo más sobresaliente, sin embargo, fue que antes de cada nueva sesión de entrenamiento había que explicarle en qué consistía la prueba, pues él afirmaba que nunca antes la había realizado. En otras palabras, H. M. presentaba una disociación entre la memoria que registraba la forma de resolver la tarea y la memoria para archivar la existencia de la tarea misma.
Esta separación de la memoria entre el saber qué y el saber cómo, ha guiado la era moderna de la investigación sobre la memoria. Toda la información que los pacientes con daño al lóbulo temporal pueden adquirir constituye a la llamada memoria de procedimiento, también denominada memoria no declarativa, refleja o implícita. Como su nombre lo indica, este tipo de memoria posee las características de una acción refleja: su uso es automático y su formación y evocación no requieren participación consciente. No es necesario expresar este conocimiento mediante el uso de palabras, y su adquisición se traduce en una mejor ejecución de la tarea que se está realizando (como en el caso de repintar la estrella: mientras más intentos, mejores resultados).
Por su parte, aquellas memorias que eluden a pacientes como H. M. y cuya adquisición y evocación requieren participación consciente, han sido denominadas memoria declarativa o explícita. En este caso, el conocimiento se adquiere en un solo intento y normalmente es expresado mediante el uso del lenguaje (de allí su nombre). Por ejemplo, H. M. no podía recordar a su médico, a pesar de verlo día tras día, mientras que para cualquiera de nosotros bastaría con que se presentase una sola vez para reconocerlo en la siguiente ocasión. Otra característica de la memoria declarativa es que requiere la integración de múltiples fragmentos de información que coinciden en el tiempo, formando en su conjunto al evento que habrá de recordarse. Si pensamos en una experiencia de naturaleza declarativa, digamos, “ayer vi una pintura de Picasso”, el recuerdo no se compone solamente de la pintura sino también del sitio en donde fue vista, la hora del día, las personas que estaban presentes, y de muchos otros detalles que se pueden evocar sin dificultad y que, juntos, constituyen la representación interna del recuerdo.
¿Cuál es la relación entre esta división de la memoria y la que establecimos al principio entre una de corto y otra de largo plazo? En realidad, sólo la memoria declarativa pasa por estos dos estadios temporales. Recordemos que su formación requiere del procesamiento consciente de la información (característica de la memoria a corto plazo), y que su almacenamiento depende de la integridad del lóbulo temporal (característica de la memoria a largo plazo). En cambio, la memoria de procedimiento no cumple con ninguna de esas propiedades, pues no requiere de nuestra atención para consolidarse (razón por la que también se le ha denominado memoria sin registro) y es independiente del lóbulo temporal.
Las mil y una caras de la memoria
La división de la memoria en declarativa y de procedimiento es muy general como para permitirnos obtener una comprensión global de las bases neurales de los procesos mnemónicos. El viejo adagio “divide y vencerás” es perfectamente aplicable al estudio de la memoria. Precisamente eso han hecho los científicos interesados en ella: buscar unidades más sencillas y enfocar su atención en tratar de entender cada una por separado. A continuación discutiremos cuáles son las principales subdivisiones que se han definido dentro del marco conceptual de aquellos dos tipos de memoria, para más adelante identificar las zonas cerebrales donde se almacenan.
Los humanos somos una especie esencialmente declarativa, pues mucho de nuestro conocimiento lo expresamos a través del lenguaje. Este tipo de memoria es el que nos da una identidad, una historia personal y un conocimiento del mundo en que vivimos. Aunque algunas especies animales poseen un lóbulo temporal y exhiben cierta memoria que puede considerarse declarativa, en ningún caso ha alcanzado el grado de complejidad que tiene la humana.
Este tipo de memoria ha sido dividida en dos clases: episódica y semántica. La memoria episódica almacena eventos específicos que ocurren en la vida de un individuo, guardándolos junto con referencias temporales. Es la memoria que posee nuestra autobiografía y da continuidad a nuestras acciones. Gracias a ella podemos establecer el orden en que han ocurrido los sucesos que conforman nuestra historia personal. Recuerdos tales como “el verano pasado terminé la secundaria” o “mi hija tuvo un bebé la semana pasada”, pertenecen a la memoria episódica.
Por su parte, la memoria semántica almacena nuestro conocimiento del mundo. En ella están guardados todos los hechos concretos que conocemos. Es la memoria que activamos cuando tenemos que contestar un examen en la escuela o resolver un crucigrama. En este caso, el conocimiento no tiene referencias cronológicas. Recuerdos tales como “París es la capital de Francia” o “mi casa tiene dos recámaras”, pertenecen a la memoria semántica.
Una forma de entender más claramente la diferencia entre uno y otro tipo, es pensar que si la memoria semántica archiva el dato “París es la capital de Francia”, la memoria episódica archiva nuestro recuerdo de las circunstancias bajo las que aprendimos ese dato.
La memoria de procedimiento está ampliamente distribuida en el reino animal; existe en todas las especies donde se ha buscado: moluscos, insectos, peces, aves, mamíferos… Se cree que es más primitiva desde el punto de vista evolutivo. Existen varias subdivisiones de este tipo de memoria, definidas en función de, entre otras cosas, la manera en que se adquiere la información.
Los primeros ejemplos de este tipo de memoria datan de mucho antes de la descripción del caso H. M. El descubrimiento del condicionamiento clásico o pavloviano y del condicionamiento operante, representó la continuación de los intentos de Ebbinghaus por explorar la naturaleza de la memoria en las condiciones controladas del laboratorio, con la ventaja adicional de que, por primera vez, los experimentos eran realizados en animales. El condicionamiento clásico fue estudiado originalmente por Ivan P. Pavlov a principios de siglo. Su legendario trabajo sobre los llamados “reflejos condicionados” es quizá el más conocido, y se constituyó como el primer estudio fisiológico de los procesos mnemónicos. Recordemos su experimento clásico: Pavlov presentaba alimento a un perro hambriento y cuantificaba la cantidad de saliva que el animal producía en cada presentación. Además, cada vez que estaba a punto de presentar la comida, Pavlov sonaba una campana. Después de unas cuantas presentaciones conjuntas de la campana y la comida, bastaba con que el animal escuchara el sonido para que comenzara a salivar. El perro había asociado el sonido de la campana con la comida, lo que desencadenaba la salivación aun en ausencia de alimento.
En términos generales, el condicionamiento clásico requiere el establecimiento de una asociación entre dos estímulos independientes, de manera tal que la ocurrencia de uno (el retintín de la campana, en nuestro ejemplo) siempre está acompañado del otro (la comida). Así, el primero de los estímulos será capaz de desatar una respuesta que inicialmente no estaba asociada a él (la salivación).
La descripción del condicionamiento operante guardaba una relación más estrecha con la escuela psicológica inaugurada por Ebbinghaus. El pionero en este campo fue Edward L. Thorndike, discípulo de William James; sus estudios estuvieron encaminados a definir la capacidad intelectual de los animales, sometiéndolos a problemas relativamente complejos tales como abrir diferentes cerrojos y resolver laberintos para obtener su comida. Más tarde, B. F. Skinner formalizó este tipo de estudios e introdujo una de las herramientas clásicas usadas en la investigación de la memoria: la caja de Skinner. En un experimento típico, el animal es colocado en una de estas cajas para que la explore libremente. La caja contiene una palanca que, al ser presionada, causa la apertura de un compartimiento en donde hay comida. La primera vez, el animal presiona la palanca accidentalmente, pero tarde o temprano termina por asociar esa operación con la aparición del alimento. En este caso, la asociación no se estableció entre dos estímulos diferentes, sino entre una acción (presionar la palanca) y las consecuencias de la misma (obtención de comida). En síntesis, lo que el animal debe recordar son las consecuencias de sus actos: la probabilidad de que determinada acción ocurra, aumenta si está asociada a una recompensa y disminuye si está asociada a un castigo.
Además de estos dos tipos de condicionamiento, existen otros que también se archivan en la memoria de procedimiento: la adquisición de hábitos y habilidades (saber atarse los zapatos o, en el caso de H. M., saber repintar la estrella); las formas de condicionamiento no asociativas, tales como la habituación (una disminución gradual de la respuesta a un estímulo determinado después de que éste es presentado repetidamente; por ejemplo, si suena el teléfono a media noche, saltamos con el primer timbrazo pero no con los siguientes); y, por último, un fenómeno sumamente interesante conocido como priming.
Para entender en qué consiste, consideremos el siguiente ejemplo: pedimos a un paciente con daño en el lóbulo temporal (como H. M.) y a un individuo sano que lean simplemente una lista de palabras tales como PARQUE, DESCUBRIR, ÚNICO, y más tarde les presentamos una nueva lista con algunas palabras repetidas y algunas nuevas, para que nos digan cuáles de ellas recuerdan de la primera sesión. De acuerdo con lo que sabemos sobre la memoria declarativa, esperaríamos que el paciente cometa más errores que la persona sana, dada su incapacidad de almacenar recuerdos en su memoria de largo plazo. Y, efectivamente, eso es lo que sucede. Sin embargo, hay otras formas de probar si los pacientes han guardado algún componente de esa información. Si en vez de presentarles la lista nueva les preguntamos: ¿cuál es la primera palabra que viene a la mente al ver las sílabas PAR___, DES___ o UNI___?, encontraremos que los dos individuos escogerán las palabras que vieron en el entrenamiento de entre las múltiples posibilidades que existen en cada caso (partir, pareja, paraguas, desarrollo, desagüe, destino, universal, unidad, uniforme). Así, la información que el paciente recibió fue almacenada de manera inconsciente y en la ausencia del lóbulo temporal (recordemos que esas son dos de las propiedades de la memoria de procedimiento), de manera que sólo puede ser evocada indirectamente.
Más allá del lóbulo temporal
Uno de los logros más espectaculares de la neuropsicología de la memoria es la identificación de estructuras cerebrales asociadas a cada uno de sus diferentes tipos. Hemos mencionado someramente que la memoria de corto plazo se procesa en la corteza prefrontal, mientras que la de largo involucra al lóbulo temporal, al menos en sus etapas iniciales. Igualmente, hemos enfatizado que la participación del mismo lóbulo temporal es necesaria para la formación de la memoria declarativa. Sin embargo, no hemos dicho nada sobre la localización de la memoria de procedimiento. ¿Existe una zona cerebral equivalente al lóbulo temporal, en donde se hallen nuestros recuerdos de esta naturaleza? Si se encontrara algún paciente como H. M., pero con una pérdida selectiva de esta clase de memoria, el problema estaría fundamentalmente resuelto. Por desgracia, no se han encontrado casos clínicos con una deficiencia total en la memoria de procedimiento. Por otra parte, recordemos que animales muy simples poseen memoria de procedimiento, a pesar de que su sistema nervioso puede consistir en unos pocos cientos de células nerviosas (o neuronas), cantidad muy discreta comparada con el billón de éstas que componen al cerebro humano. Este hecho indica que no es necesario tener un cerebro tan grande y complicado para poseer capacidades mnemónicas, sino que unidades más simples compuestas por unas cuantas células pueden darnos la capacidad de almacenar información.
Basados en estas observaciones, algunos investigadores han propuesto que los sitios de almacenamiento de la memoria de procedimiento están distribuidos a lo largo del sistema nervioso. Más aún: se cree que las neuronas encargadas de archivar este tipo de memoria son precisamente aquéllas que fueron activadas durante su adquisición. Analicemos un ejemplo de habituación para clarificar este concepto.
La habituación —hemos señalado— consiste en una reducción gradual de la respuesta a un estímulo inocuo cuando éste es presentado repetidamente. Aun cuando el fenómeno es conocido desde hace mucho tiempo, sus bases neurales fueron exploradas sólo a partir de los años 60, luego de su caracterización en la liebre de mar, molusco que presenta un sistema nervioso muy simple. Si la piel de este animal es estimulada, adoptará una postura defensiva contrayendo sus músculos para evitar posibles daños. Sin embargo, si el estímulo no tiene consecuencias nocivas, la respuesta muscular asociada a estimulaciones sucesivas disminuirá gradualmente. El molusco recuerda las propiedades del estímulo y modifica su respuesta de acuerdo con su experiencia previa. ¿Dónde está almacenado este recuerdo? Pues fue guardado en la misma vía que generó la respuesta. La primera estimulación activó unas cuantas células sensibles al tacto (también llamadas neuronas sensoriales), que están directamente comunicadas con las responsables de contraer el músculo (neuronas motoras), desatando la respuesta. Durante la segunda estimulación las neuronas sensoriales también respondieron, pero lo hicieron más débilmente, por lo que la contracción muscular fue menos intensa. Por tanto, la habituación se archivó en ese circuito tan simple que hay entre las neuronas sensoriales y las motoras, y fue consecuencia directa de un cambio en la eficiencia de las primeras para transmitir la información procedente de la piel.
Si bien es cierto que el cerebro de la liebre de mar es muy sencillo y que la habituación es quizá el ejemplo más simple de aprendizaje, muchos grupos de investigación han llegado a conclusiones similares en otras especies (incluyendo mamíferos), y utilizando diferentes tipos de condicionamiento que requieren del procesamiento de toda clase de estímulos externos (es decir, no sólo táctiles, como en nuestro ejemplo, sino también olfativos o visuales). Podemos concluir que la memoria de procedimiento no se localiza en una sola región del cerebro, sino que depende de cambios en las propiedades de las vías sensoriales y motoras, que se activan selectivamente durante la experiencia que habrá que recordarse.
¿Hacia dónde vamos?
Hemos ofrecido aquí una visión general de los avances principales en la neuropsicología de la memoria. ¿Qué tanto se ha avanzado en este campo y cuánto camino queda por recorrer? Un siglo después de Uber das Gedachtnis, nuestra comprensión de la memoria ciertamente es mejor de lo que era en aquel entonces. Tal vez sea justo señalar que hemos tenido logros más significativos tratando de entender ciertos ejemplos de memoria de procedimiento, como el condicionamiento clásico, fundamentalmente por tres razones: su simplicidad, el conocimiento de su anatomía, y la posibilidad de experimentar sobre ella en animales de laboratorio. Por lo tanto, si queremos entender mejor a la memoria en general y a la declarativa en particular, habremos de intensificar la investigación en aquellos frentes. A pesar de que existen algunos ejemplos bien descritos de memoria declarativa en animales de laboratorio, es necesario refinar las tareas que se han utilizado en esos estudios para obtener nuevos conceptos a partir de ellos, y que no se queden sólo en confirmaciones de los hallazgos obtenidos en pacientes como H. M.
También es cierto que la anatomía del lóbulo temporal es entendida muy pobremente. Si se profundiza en la descripción de esta región del cerebro, quizá sea posible descubrir lo que ocurre en ella durante la formación y la evocación de un recuerdo. Por otra parte, la gran mayoría de nuestro conocimiento sobre la memoria declarativa proviene del estudio de pacientes con lesiones, lo que nos coloca en la posición de quien quiere entender cómo funciona un radio removiendo uno de los transistores. Lo que necesitamos son formas de observar a nuestro cerebro en acción, para ver cómo funciona mientras forma y evoca un recuerdo.
El advenimiento de técnicas de imagenología tales como la tomografía por emisión de positrones, empieza a rendir frutos. No obstante, aún se encuentran en un nivel inferior al que necesitaremos para entender a los procesos mnemónicos.
Una vez identificadas las estructuras nerviosas responsables de recordar, podemos formular la última pregunta: ¿cómo lo hacen?, ¿cuál es la naturaleza de los cambios que experimenta nuestro cerebro al guardar una memoria? Confiamos en que no deberemos esperar demasiado para conocer las respuestas.
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Referencias Bibliográficas
Larry R. Squire. 1987. Memory and Brain, Oxford University Press.
Daniel L. Schacter. 1997. Searching for Memory: The Brain, the Mind, and the Past. |
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Juan Fernández Ruiz
Departamento de Fisiología,
Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México.
Juan Carlos López García
Center for Neurobiology and Behavior
Universidad de Columbia, Nueva York.
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cómo citar este artículo →
Fernández Ruiz, Juan y López García, Juan Carlos. 1998. La neuropsicología de la memoria. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 18-25. [En línea].
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Simón Brailowsky |
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La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido.
Milan Kundera
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¿Para qué sirven las manos? ¿Son las manos lo que nos distingue de los animales? ¿Cambiaría mucho nuestra vida si perdiéramos aunque fuera una sola? ¿Nuestras manos tienen una historia? ¿Qué distingue la mano de un pintor de la de un pianista o de la de un herrero?
Con la misma gravedad, estas preguntas también podrían plantearse para cualquier parte del cuerpo, pero parece que adquirieran un significado diferente cuando las aplicamos a la memoria. Quizá la única diferencia sería la definición: parece más fácil definir qué son las manos que definir a la memoria.
Como las manos, también hay tipos de memoria. Y vuelve a aparecer la confusión: es sencillo decir que hay manos grandes, chicas, alargadas o gorditas, con lunares o venas abultadas, finas o duras. Pero si aplicamos estos adjetivos a la memoria, entonces aparecen como vagos, de difícil significado, porque no podemos decir qué es lo que hace a una memoria chica o grande, dura o fina. La dimensión de las manos, su movimiento, su elegancia o su flexibilidad se pueden apreciar a la vista. Las de la memoria no.
También es fácil decir de qué están hechas las manos: piel, músculo, uñas. Pero, ¿de qué está hecha la memoria? ¿De recuerdos? ¿De sensaciones?
Efectivamente, la memoria está hecha de recuerdos (de “memorias”), pero también de olvido, concepto inseparable del de memoria, especie de recuerdo “negativo” porque, ¿cómo se puede olvidar algo que no se ha aprendido?
Vemos aparecer un elemento que hemos usado casi sin darnos cuenta: el del aprendizaje (para recordar algo, hay que haberlo aprendido).
Otro problema fascinante es entender cómo aprendemos. La incorporación de nueva información es una cuestión de sobrevivencia. No hablaremos aquí del tipo de memoria que permite a una amiba o a un paramecio “aprender” a reconocer un estímulo nocivo, o a un animal alejarse del fuego. Nos referimos a la generación de representaciones internas del mundo exterior que corresponden a información sensorial, a experiencias vividas en algún momento de la vida y que dejan una huella duradera. Podríamos excluir las representaciones correspondientes a programas genéticos que codifican información relativa al desarrollo, o a aprendizaje “forzado” por lesiones o enfermedades. Aunque estas influencias también pueden significar aprendizaje, éste seguiría reglas diferentes a las de los procesos que trataremos aquí.
Así pues, la memoria incluye el aprendizaje, el recuerdo y el olvido. ¿Eso es todo, o hay algo más?
Existe también la consolidación, es decir, la transformación de algo que se percibe por los sentidos a algo que se aprende, algo que puede recordarse y, por lo mismo, olvidarse. No todo lo que percibimos se almacena. Piénsese en las miles de cosas que vemos, olemos, oímos, tocamos, gustamos cada día. ¿De cuántas de ellas nos acordamos?
Para que una experiencia se fije en nuestro cerebro se requieren varias cosas: por supuesto, contar con una integridad neurosensorial suficiente. ¿Verdad de perogrullo? No tanto. ¿Se ha preguntado cómo aprende un ciego o un sordo? El cerebro de sujetos con lesiones se reorganiza en respuesta al daño.1 Por ejemplo, la información visual se transmite desde la retina hasta la corteza visual, situada en la parte posterior —occipital— del cerebro después de haber tocado varios relevos, siendo el más importante el del llamado cuerpo geniculado lateral (ver esquema p. 23). La información auditiva se transmite desde la cóclea (situada al interior del oído) hasta la corteza auditiva, localizada en el área parietal. Recientes resultados obtenidos con técnicas de imagenología de flujo sanguíneo cerebral en ciegos y en sujetos normales a los que se evaluó realizando una tarea de discriminación táctil (semejante a leer en lenguaje Braille), mostraron que en los invidentes la zona cortical que se activaba correspondía no sólo al área sensorial correspondiente (es decir, la corteza somatosensorial primaria), sino también a la región occipital, aquella que se hubiera esperado estuviera vacante, pues las entradas normales —las visuales— se hallaban ausentes. En los sujetos videntes, la misma tarea de discriminación fina con la punta de los dedos produjo una disminución del flujo sanguíneo occipital. Como vemos, los ciegos aprenden de diferente manera que los videntes. Es decir, el proceso de aprendizaje y de memorización, aunque se aprecia conductualmente de manera similar, ocurre de manera diferente a nivel cerebral. El colofón sería que aprendemos —y memorizamos— con lo que tenemos.
Sin embargo, existen áreas cerebrales que parecen indispensables para la fijación duradera de la información. El célebre caso de H. M. —al cual se le extirparon ambos lóbulos temporales para controlar una epilepsia que no respondía a ningún medicamento— perdió la llamada memoria a corto plazo (ver el artículo de J. Fernández y J. C. López). H. M. podía leer el mismo periódico todos los días, a pesar de que recordaba su niñez perfectamente.
Otro requisito que nos parece fundamental para el aprendizaje y la memoria es el estado de vigilia. Parecería otra aparente obviedad, pero ¿cuánta gente hay que cree —falsamente— que se puede aprender algo durante el sueño, o qué tanto se piensa en lo que es la vigilia, en relación con el sueño? Existen estructuras cerebrales responsables de estas funciones: la del sueño y de la vigilia. El sueño tiene varias fases, que se identifican en el electroencefalograma (la actividad eléctrica registrada desde el cuero cabelludo): el llamado sueño de ondas lentas, en donde nuestro cerebro produce actividades eléctricas de frecuencias lentas (0.5 a 7 Hz) y que ocupa casi 80% de la duración total del sueño, y el sueño de movimientos oculares rápidos (MOR), en donde, además de mover los ojos producimos ritmos cerebrales rápidos (mayores a 8 Hz) y donde ocurre la actividad onírica (las ensoñaciones).
Se ha implicado a la fase MOR en la memoria de acuerdo con dos hipótesis diferentes. Michel Jouvet, famoso “sueñólogo” de la Universidad Claude Bernard en Lyon, Francia, propone que durante la fase MOR nos reprogramamos para ser los mismos durante la vigilia, y disiente de Freud, quien proponía que los ensueños sirven para que el sujeto procese sus experiencias diurnas, en relación con sus emociones y tendencias. Experimentos en gatos en los que se había lesionado el locus subceruleus —una estructura cerebral esencial para que suceda la relajación muscular completa que también caracteriza a la fase de sueño MOR— mostraron que los animales parecían actuar sus sueños: perseguían ratones, se aterrorizaban como en presencia de un predador, etcétera.
Por otra parte, Francis Crick, el Nobel descubridor, junto con James Watson, de la estructura en doble hélice del ADN, proponen que el sueño MOR nos sirve para olvidar la información adquirida durante la vigilia que no nos es útil. Es decir, sería un mecanismo de limpia, para no almacenar incesantemente información irrelevante.
¿Y qué podríamos decir de los bebés, que se pasan casi todo el día durmiendo, y cuyo sueño está constituido casi por 50% de sueño activo, el precursor del sueño MOR del joven y el adulto? ¿Qué tipo de información podrían estar fijando o procesando? ¿Qué sueña un bebé? Si fabricamos nuestros sueños con nuestras vivencias, entonces un bebé estaría soñando con sus experiencias intrauterinas (los movimientos de la madre, su voz, su actividad cardiaca, la intestinal, la luz que atraviesa la pared abdominal, etcétera). Pero este es otro tema.
La evidencia indica que en el recién nacido, estas fases de intensa actividad cerebral tendrían propósitos más de maduración que de procesamiento de la información.
Una de las maneras de ver a la consolidación de la información (almacenamiento) es preguntarse cómo los recuerdos se vuelven permanentes. No es a partir del aumento en el número de células, a medida que aumenta la información, ya que las neuronas no se reproducen. Su programa genético se los impide, como también está íntimamente implicado en la fijación de los recuerdos. Se requiere de la síntesis proteica —codificada genéticamente— para la memoria a largo plazo. La administración de inhibidores de esta síntesis produce amnesia.
Durante el sueño MOR aumenta la síntesis de proteínas, y si se inhibe ésta, se disminuye o bloquea al sueño MOR. Existe, por tanto, una relación entre el sueño y la memoria. Es de notar que el tipo de proteínas que se produce durante el sueño MOR se relaciona a efectos tróficos, es decir, de mantenimiento y desarrollo de la actividad neuronal y glial.
Para aprender o recordar algo, es necesario estar atento (en el niño, los problemas de aprendizaje son, en su mayor parte, problemas de atención). La atención es otra función cerebral que merece interés. Nuestro sistema nervioso recibe continuamente información sensorial, y debe seleccionar cuál merece ser procesada hacia niveles superiores de elaboración, o cuál posee relevancia. Estamos hablando de la capacidad de una madre para oír el llanto de su hijo, aunque la intensidad del sonido sea inferior a la del ruido ambiente, o del llamado “efecto discoteca”, en donde, sumergidos en una tormenta acústica, visual, odorífera y emocional, podemos estar platicando con una sola persona. No es que no estemos oyendo, viendo u oliendo todo lo que nos rodea, sino que seleccionamos de toda esta información la que nos interesa. La atención selectiva es, pues, necesaria para que aprendamos, y después memoricemos.
Algunos autores incluirían también a la motivación, al sentimiento, dentro de los elementos que componen a la memoria (es mucho más fácil aprender y recordar algo que nos gusta). Piense el lector en esas ocasiones cuando una persona pasa a nuestro lado y le percibimos un perfume conocido, un olor familiar, que de pronto nos trae un alud de recuerdos, casi de manera instantánea, de aquella novia o novio de la juventud —o hasta de la niñez— que fue tan importante en ese momento. El recuerdo nos trae su imagen, su voz, su piel, momentos, lugares. Tantas cosas.
¿Cómo es que un solo estímulo puede asociarse a tantos recuerdos? ¿Qué es lo que hace que súbitamente nos acordemos de algo, y de manera tan vívida, tan “real” dirían algunos? Éste es un problema neurofilosófico interesante. Además de que estamos implicando aquí a millones de circuitos neurales que enlazan información relacionada en el tiempo y el espacio, de diferentes modalidades sensoriales, lo que nos llama la atención es el papel tan importante que la emoción tiene en el proceso. Cualquiera sabe que aprendemos mejor cuando estamos motivados. ¿Y qué es, entonces, la motivación, sino emoción?
Por supuesto, a todos nos gustaría tener una memoria ilimitada. De todos es conocida la frustración, y a veces el embarazo, al no recordar algo. Existe el mito de que, en toda nuestra vida, sólo utilizamos una décima parte de nuestra capacidad de memoria (y para el caso ¡de todo nuestro cerebro!) Nos preguntamos, ¿a quién se le habrá ocurrido esta cifra?, ¿cómo le hizo para obtenerla?
En realidad, se tienen cifras bastante más confiables: el cabalístico 7 es el número de elementos (palabras, números, objetos) que podemos recordar simultáneamente en un tiempo relativamente corto. El número de palabras que una persona usa varía mucho: en la vida cotidiana, desde algunos cientos a algunos miles, de 8 a 12 mil en obras literarias (Shakespeare usó cerca de 15 mil, mientras que los autores italianos de ópera se contentaron con 800), y en sociedades llamadas “primitivas”, se han identificado entre 600 y 2 mil. El número oscila entre 25 mil y 50 mil para las palabras que podemos reconocer en la lengua materna. Mientras, el número de imágenes que podemos almacenar-evocar, sería de alrededor de 10 mil.
Muchos tratan de hacerse ricos vendiendo técnicas, pastillas o polvos para aprender más rápido o para fijar mejor la información (la consolidación de la que hablábamos). La industria farmacéutica está buscando la sustancia maravillosa que nos permita combatir la terrible enfermedad de Alzheimer, forma de demencia cada vez más frecuente, que se caracteriza por la pérdida de la memoria y que costará a la sociedad cada vez más. Mencionemos aquí lo impresionante que es la amnesia que resulta de la administración de benzodiazepinas, sustancias ansiolíticas2 de uso cada vez más frecuente (el diazepam, midazolam, etcétera).
Estos intentos, hasta ahora vanos, de aumentar nuestras capacidades mnésicas (término que, como nos recordara Laura Vit, viene de Mnemosine, hija del cielo —Urano— y de la Tierra —Gea—, diosa griega de la memoria y madre de todas las musas) o de combatir su deterioro, no han pasado aún por la dimensión de la lucha contra el olvido.
Parece obvio que memoria y olvido van juntos, pero no es así. El famoso neuropsicólogo ruso Alexander Luria describió el paradójico caso (lo llamó el Mnemonista) de un sujeto que no podía olvidar, sólo acumulaba información. De hecho, Luria nunca pudo encontrar el límite de la memoria de esta paciente. Ello había llegado a ser un problema, porque la cantidad de recuerdos era tal que interfería con su funcionamiento normal, resultaba demasiado distractor. Aprendió entonces a “sepultar” los recuerdos con otros recuerdos. Aquí el problema no era el de aprender o recordar, sino de olvidar. El mnemonista, por su gran problema para olvidar, tenía problemas de adaptación y sólo podía trabajar en un circo. Y este es otro de los enigmas de la memoria: ¿qué es el olvido? Algunos piensan que la información sólo se va esfumando, ya sea porque no se refresca suficientemente (no se repite o no se evoca): otros proponen que el olvido es un proceso activo, es decir, que consume energía para mantenerlo. Habría, entonces, una forma de olvido “pasivo” y otro “activo”.
Hay cosas que preferimos olvidar, por dolorosas (Acteal, Chiapas, diciembre de 1997); otras que no podemos olvidar, por vergonzantes (Acteal, Chiapas, diciembre de 1997); y otras que no deberíamos olvidar, para que no vuelvan a ocurrir (Acteal, Chiapas, diciembre de 1997).
¿Quiere decir esto que existen diferentes áreas o procesos cerebrales responsables de cada uno de los elementos que componen a la memoria? ¿Es cierto que con una parte del cerebro aprendemos a hablar, con otra a ver, con otra a recordar? ¿Cómo se pueden estudiar estos problemas?
En la antigüedad, la memoria era instrumento esencial de los historiadores y cronistas, en ausencia del papel y la tinta. Recuérdese a Homero, cronista ciego, rápsoda inigualable que viajó por todo el Mediterráneo, para después relatarnos su historia.3 La memoria, entidad casi mágica, caja de Pandora que todos tememos pero cultivamos, capacidad que nos trae amigos y enemigos, que acarrea éxitos y fracasos, tema de bardos y políticos, de historiadores y de cronistas, sigue siendo un enigma.
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Referencias Bibliográficas
1. Brailowsky, S., Stein, D. G. y Will. B. 1988. El cerebro averiado. Plasticidad cerebral y recuperación funcional. Fondo de Cultura Económica.
2. Brailowsky, S. 1995. Las sustancias de los sueños. Neuropsicofarmacología. Fondo de Cultura Económica. 3. Sobre este tema, recomiendo la novela de Ismael Kadaré, El expediente H. |
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Simón Brailowsky
Instituto de Fisiología Celular,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Brailowsky, Simón. 1998. La memoria y el olvido. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 10-15. [En línea].
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Daniel Nahmad Molinari |
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Yo nací el 11 de agosto de 1917. Después de los seis años
nuestros abuelos se encargaban de contarnos nuestras tradiciones hasta que ellos finaron (murieron). Mi abuela murió en 1930, a la edad de 130 años. Nos llevaban a las pirámides; sólo se veía un camino que pasaba alrededor de la Pirámide de los Nichos y un camino al Tajín Chico; solamente se veían las paredes de los edificios A y B (se refiere a la nomenclatura de los edificios dada por don José García Payón). De ahí se encaminaba uno al Juego de Pelota Norte; era todo una selva. Ahí se habían conservado las piedras, ahí se sentía una fuerza escalofriante, como si fuera una corriente eléctrica; ahí escuchaban las aves los ruidos de ahí.
De regreso descansábamos en la Pirámide de los Nichos, que era la casa de los Tdajinin, la casa de los truenos. De ahí regresábamos y cruzábamos un arroyo en donde había muchos pescados llamados en español truchas. Veníamos y los abuelos nos venían contando lo que había en esa selva enorme. Pero ¿cómo sabían los abuelos lo que había en esa selva?, no lo sé, pero ellos me contaron, mis abuelos. En 1928 el maestro de la escuela nos llevaba a ver la pirámide que no estaba trabajada.
A los seis años a un hermano y a mí nos llamaba mucho la atención el cielo, porque los abuelos nos hablaban mucho de él. En una noche de Luna mi hermano y yo buscábamos subimos al ciruelo y tratar de tocar la Luna con una rama; los abuelos nos decían que un humano no puede andar en la Luna porque en ella ya pasó el ambiente bueno, ya no se puede vivir, pero si uno brinca lo suficiente le puede dar la vuelta a la Luna.
Los abuelos dicen que en la Luna existe un conejo. De por sí una de las columnas (se refiere a las columnas arquitectónicas cubiertas de relieves que se encontraron precisamente en el llamado Edificio de las Columnas), muestra un eclipse en el que otro animal está devorando al conejo. Cuando la Luna se estaba eclipsando, ellos decían que era otro animal que se estaba comiendo a la Luna y demostraban que se lo estaba comiendo otro animal.
Lo mismo con las nubes: los abuelos nos enseñan que las nubes nos enseñan esto, esto y esto. Como ejemplo, una tempestad nos la dicen las nubes. Tempestad se dice tapala en totonaco y quiere decir culebra, culebra de agua, así le llamaban a la vez pahun cuando se acerca un ciclón y viene sonando el pahun que es la culebra, que se mueve con el aire; es una tromba que donde caía se formaba una laguna enorme. Por eso se dice que da vida y da muerte, porque después del destrozo va a haber vida, porque habrá agua y peces que se podrán sacar, y además humedece la tierra. Ellos leían la vegetación tanto como el cielo, y así cuando iba a haber mucho frío, sabían por ver el cielo; y así decían que deberían dar esa información a los hijos.
Ellos decían que un día iba a cambiar todo, porque el hombre iba creciendo e iba a transformar la vegetación, que un día este planeta se va a volver piedra porque el hombre está causando muchos problemas a la naturaleza. Y nos estamos dando cuenta de que la vegetación está decayendo y no crece por la contaminación y porque el agua y el abono natural ya no alcanzan, porque hay mucha gente que ocupa más tierras y ya no hay abono. Está sucediendo a gran prisa lo que dijeron los abuelos.
Ellos decían: cuando el hombre se dé cuenta ya será demasiado tarde, se están empleando matahierbas, se está contaminando la tierra y el agua y el aire, confirmando lo que los abuelos decían, y como nadie quiere creer vamos al fracaso y no vamos a lograr nada.
Los abuelos hablaban de cosas fuera de nuestro mundo, de otros mundos, era de lo que más hablaban. Pero ¿cómo se dieron cuenta de que existían otros mundos? Hay un fluir del que viven unos seres que no son humanos, son individuales y viven de ese fluir, cosa que los humanos con nuestro materialismo no vamos a lograr. Eso lo lograron los antiguos, buscaban ese fluir y así debería de ser.
En la Luna vivieron hombres que no cuidaron todas las cosas buenas que les fueron; así se va a destruir este planeta y estamos viendo que todos los datos se están comprobando.
Los abuelos siempre buscaban esa fuerza, sin descansar, por eso consultaban a los seres extraños, invisibles, y lograban muchas cosas nuevas, porque se recibían esa fuerza de los extraños y se dieron cuenta que existen buenas cosas que el hombre no encuentra porque existen lejos del hombre.
El hombre ha pensado conquistar otros mundos, para poder lograr otras cosas que ningún ser está facultado, para vivir en otros mundos a los que llegará el hombre. Pero no se puede vivir en otros mundos porque el ambiente no es favorable para vivir.
Si un niño a los cinco o seis años empieza a caminar y se encamina a la Luna, llegaría muy anciano y nunca podría regresar porque moriría en el camino.
Nosotros seguimos pensando que con todo lo que hace el hombre no ha logrado nada. Yo que trabajé 30 años en la zona arqueológica del Tajín, platiqué con mucha gente de todo el mundo, con todos los que viajaban a la zona arqueológica, y hablé con ellos preguntándoles; me gustó mucho.
El Tajín es un ser invisible, intocable, porque no es como nosotros, porque no se alimenta como nosotros, porque no muere como nosotros.
Yo quisiera preguntarles, les decía a los visitantes, qué es el trueno en sus países; se menciona que es una fuerza, un choque de aire y agua que produce ruido. Para nosotros no es igual a lo que opinan en científico: los abuelos dicen que eso tiene vida, que ningún hombre lo puede tocar ni ver. Hemos visto tanto tiempo un huracán que destruyó nuestras casas y no se oyó ningún ruido; esos truenos son servidores de uno más grande. Cuando los tajinini reciban órdenes de destruir este planeta acabarán con él en 20 minuto.
Con la fuerza eléctrica se destruiría lo que el hombre hizo; si lograra tocar esa energía y no se muriera la manejaría realmente; si el hombre la manejara no habría enfermedad. Si todos practicamos, si todos buscamos esa fuerza, ese fluido que los abuelos buscaron, viviríamos igual y no habría ninguna desigualdad, porque ya no estaríamos utilizando la amistad del mal.
Habría un fluido que a nosotros nos lleva y habríamos mantenido este planeta que era tan bueno. Pero al perder esto estamos condenados a perder la tierra, a comer animales y a destruir este planeta y a trabajar; nuestra fuerza era el fluido buscado por los abuelos, que es la vida.
Los investigadores de nuestro tiempo según a su manera explican el Tajín, pero los que guardamos las tradiciones, a nosotros no nos convencen los datos porque nuestros abuelos dicen otras cosas.
Algunos investigadores han hablado, pero no dicen todo porque tienen miedo, porque serían considerados como locos. Por ejemplo, los abuelos dicen que ellos pueden viajar a otros mundos sin la fuerza de un aparato, sino que por la preparación que tenían ellos viajaron, preparándose espiritualmente para alcanzar esa fuerza que no se ve, que es la mejor, la que debíamos haber buscado para que nuestro planeta se conservara.
En México existía una fuerza que se va destruyendo porque hemos copiado de otros países, porque nos han conquistado.
Los datos de los abuelos se están comprobando.
Hay tantas religiones que nos están destruyendo, porque se está viviendo del creyente, porque la religión de los abuelos era para aprender, era para ellos, no para vivir de ella. Nadie puede tener la riqueza que tú tienes. Se destruye el cuerpo, pero hay una fuerza que hay que buscar.
Mi abuela murió de 130 años, otro abuelo de 125, y mi mamá de 115. Todos los relieves que vemos en la zona son la tradición, antes de la llegada de los españoles; los relieves hablaban de antes de Cristo y también de después. Nos hemos progresado mucho después de Cristo, el hombre solamente iba a lograr un intercambio hombre-planta, ahí está en las piedras del Tajín.
Los abuelos nos dejaron datos tan importantes pero sólo dejaremos lo que vemos, cosas malas; no estamos dejando nada positivo para el planeta, se va a quedar nuestro planeta sólido (solo), sin gente, como le sucedió a la Luna.
Los abuelos dicen que este es el único planeta cerca del Sol que tiene vida, no es el camino reforestarlo; nosotros debíamos haber encaminado lo que es provechoso para nuestro planeta, pero ya no se va a lograr nada.
Los datos que te doy me gusta que se lean; nosotros conservamos la tradición de los abuelos, nuestros abuelos eran totonacas que nos dejaron tradición porque solamente querían lo que da este planeta.
Yo siempre he hablado, he hablado mucho; hay gentes que dicen que se aburren de mis pláticas, pero yo creo que para que los investigadores alcanzaran algo de lo que investigan, sería si aprendieran perfectamente el dialecto y a la vez la tradición del lugar. Aquel que lo lograra aquí en el Tajín sacaría mejores datos que nadie; sería criticado en un principio, pero después demostraría su razón, porque no sería su fuerza, sino que sería otra fuerza, porque los relieves no están muertos, están vivos; así se podría demostrar la fuerza de los abuelos, la tradición se escribió en las piedras.
Yo trabajé con García Payón en el Edificio C; yo era albañil; ahí pude ver lo que dejaron los conquistadores del Tajín cuando se fueron los toltecas. Encontramos una mujer que estaba en una estela, la mujer la habían hecho los toltecas porque los antiguos no adoraban a las personas, eso era de los toltecas porque los antiguos no adoraban a las personas, eso era de los conquistadores. Los totonacos partieron la pieza y la voltearon, usando la figura de mujer como asiento de un relámpago que es el mismo Tajín, que es la fuerza verdadera; se comprende pues que cuando se fueron los conquistadores los totonacos quisieron reconstruir el Tajín, pero ya eran pocos, ya se los habían llevado.
Aquí hay muchos toltecas que no saben nada de la tradición como sí lo sabemos los originales totonacos; yo estoy firme de lo que es nuestro. Por eso yo tampoco acepto lo que trajo el español, porque no hay ninguna unión buena; porque no hay unión, no hay obediencia.
Cuando teníamos un camino señalado para salvar este planeta, como señalaban los abuelos, se vive en otro planeta donde hay todo pero nada se consume. Hay algunos que viajan y comprueban que no hay frío, no hay Sol, no hay nada porque no se necesita, se progresó de tal forma que ya no es necesario.
Hay algo misterioso para nosotros, hay necesidad de la muerte. Cuando alguien muere, por su reencarnación se llega a saber. Hay una consideración de un invisible poderoso; para que un hombre progrese debe buscar ese fluido que lo volverá poderoso.
Cuando muere el hombre, si tuvo ese fluido reencarnará y viene progresando con los ideales y conocimientos, va sabiendo muchas cosas, va leyendo, descubre muchos planetas, muere después y ya va tan avanzado que tiene una fuerza que no tiene quien no practica esa fuerza. En la séptima reencarnación el hombre está lleno de ese fluido pero debe de dejar algo a la tierra. Dice: yo me muero pero dejo a la tierra lo que le pertenece; muere y llega a un lugar donde no se muere, no se trabaja, no hay desacuerdo, hay igualdad.
Esto se hubiera podido lograr si se hubiera seguido la enseñanza de los abuelos. Como ahora se menciona, hay una palabra que estaba dormida, la solidaridad; la sacó Carlos Salinas de Gortari, pero sólo para conquistar. Si él la hubiera desarrollado verdaderamente, hubiera sido ese fluido que debían adquirir todos. Esa palabra solamente se menciona pero no la estamos practicando.
Si se le diera a los que conocen la facultad, la posibilidad de que enseñaran lo que se conoce, podríamos salvar a algunos que llegarían con un conocimiento bueno, pero nuestro planeta está señalado. Esta cosa es la que recibí de los abuelos.
En el comienzo de los originales totonacos, era vivir la gente para orientar a la salvación; ellos siempre orientaron invocando al Tajín, enviados de uno grande pero que habla como nosotros, no hay problema de lengua.
A medida que iban demostrando su fuerza, se iban acercando otros habitantes, así construyeron los primeros edificios del Tajín. Los edificios eran chicos; hacían edificios que ellos pensaban que iba a ser un edificio vivo, por eso no maltrataban las piedras.
Fue creciendo el Tajín y fueron bajando gente de otros lugares como de la sierra de Puebla; los pobladores que llegaban no vinieron a la fuerza, vinieron por la fuerza no humana que había en el Tajín y que se presentaba para hacer cosas buenas. Llegó el grado de gentes que eran totonacas, que hablaban la misma lengua e hicieron sus edificios en los que grabaron lo que aprendieron en otros mundos; no lo hicieron en madera ni en pencas ni en piel, porque eso no se conserva; todas las cosas las dejaron grabadas en piedra. Los abuelos tienen un buen principio, no para trabajar por la fuerza, sino que se acercan todos los que quieran vivir y recibir conocimiento.
Con el paso de otras tribus se fue destruyendo el Tajín; sólo lo conservan los verdaderos totonacos, lo conservan muy en secreto, pero en nuestros días se está comprobando la tradición que nos dejaron nuestros abuelos. Algunas otras zonas no crecieron porque crecieron sin fuerza; el Tajín es el único lugar en que se mantuvo la fuerza más importante, por eso es la ciudad tan importante.
Algunos investigadores dicen que aquí se adoraba al Sol, pero lo dicen porque no tienen ni conocen la tradición. Hay datos importantes en los relieves; hay algunos que hablan de la fuerza y el fluido del que te he hablado, pero hay otros que solamente hablan de cosas comunes, que salen de este planeta.
En la religión totonaca no eran guerreros nuestros abuelos; aunque se conocieron el arco y la flecha, nunca se emplearon para pelear, no para herir a otros hombres. En uno de los relieves aparecen las flechas, pero el relieve se hizo mucho tiempo atrás, antes de Cristo; ellos nunca pensaron la conquista por la fuerza. La ambición de ellos es conquistar otros planetas para ser como los que ya están ahí. Buscaban el fluido, la espiritualidad y no las cosas materiales, las de este mundo.
Hoy la televisión nos da la razón de lo que nos enseñaron los abuelos. Veían a las plantas y nos decían: va a venir un ciclón. Hoy en la tele anuncian el ciclón y las plantas lo están diciendo; eso lo transmitieron a sus hijos y yo lo he hecho también con los míos. Sin embargo, lo que sucede es que la escuela está destruyendo los datos más importantes; si hubiera una escuela en la que permitiera nuestro gobierno que se enseñaran esas cosas, entonces pienso que lograríamos salvar algunos humanos, aunque el planeta ya está destinado al fracaso.
Después de tantos años de trabajar con García Payón y su señora, una noche de Luna, hablando de viajes espaciales, García Payón sale y dice: está dicho que en estos días los americanos llegan a la Luna, y me pregunta su señora: ¿qué dice usted de esto? Yo no puedo decir nada porque si hablo contradigo a los científicos, si digo la tradición de mis abuelos me dirían loco. Alguien dijo que el hombre volaría y le dijeron que estaba loco, y ya ven ahora.
Los abuelos dicen que en la Luna nadie puede vivir, porque en la Luna se terminó el buen ambiente para que vivan los hombres; lo sé por la tradición de mis abuelos y estoy seguro de que no se puede vivir, y eso lo confirmaron los que llegaron a la Luna.
No, los primeros en el espacio y en otros mundos no fueron los rusos ni los americanos. Hay materialismo aquí, datos que nos confirman, que nos muestran las piedras, que los antiguos conocieron otros planetas. En los relieves se ven hombres que están en el espacio, pero no lo hicieron con las máquinas, con el materialismo, sino a través del fluido y la fuerza de la que te he venido hablando.
A la llegada de 1575 llegó Diego Ruiz (se refiere a la primera noticia que se conoce del Tajín) buscando planes para sembrar tabaco, y ahí han de haber llegado los antiguos por sembrar tabaco y vainilla.
Se pensaba que el Tajín era muy chico porque creían que era solamente una pirámide; por eso le dejaron una hectárea a la pirámide en 1896 al repartirse la tierra, las demás pirámides no se veían. En el registro de los antiguos abuelos a la pirámide solamente le dejaron una hectárea.
Después de Ruiz, la zona estuvo dormida hasta 1934. Por primera vez el gobierno ordenó la primera tumba de vegetación, a cargo del primer hombre que llegó aquí a trabajar la zona, Agustín García Vega. La espesa montaña se desmontó, fueron como 60 hectáreas las que se desmontaron. Yo trabajé ahí como peón, pero a Agustín García Vega le gustó mi trabajo, me llamó para que le ayudara yo, ya no en trabajos tan duros; yo era el encargado de comprar la fruta, de comprar la comida.
Luego me dice: tú te vas a encargar de limpiar la Pirámide de los Nichos, y búscate otro señor que ama lo que tú amas. Ahí fuimos trabajando; bajando vimos cómo eran los estucados de la Pirámide de los Nichos; eran colores muy finos, el grosor del estucado como un papel, colores verdes muy finos; todo ya está removido. Yo veía que García Vega no era un investigador, que no trabajaba bien; eso se debió guardar para mostrar después. El sólo conoció pocos edificios.
El Tajín se volvió a abandonar hasta 1938 en que viajó José García Payón, haciéndose cargo de la zona arqueológica como jefe de la Zona Oriental del Departamento de Monumentos; estaba nuevo México en arqueología. En 1940 vino y vio cómo se encontraba la Pirámide de los Nichos y comienza a bajar. Yo trabajé otra vez ahí. Faltaban dos hileras de nichos para destaparla y me gustó bastante trabajar ahí, para que yo viera lo que los abuelos decían. Estaba destinado.
Pegó un huracán que se vino del sur; si venía del sur era muy peligroso, se comprueba porque el lado sur de la pirámide de los Nichos se destruyó, no así el lado norte. Debió ser un ciclón tan fuerte que los relieves del santuario (templo superior de la pirámide) fueron tirados al lado norte y al frente. Sólo yo sabía por qué se encontraban esos relieves ahí; los abuelos me lo habían dicho.
García Payón empezó a restaurar las escalinatas sin maquinaria, sólo con la fuerza de los de aquí. El gran nicho central está caído; decían unos que era muy pesado. Le decíamos a García Payón: ¿cómo le vamos a hacer? El contestaba: ustedes, sus abuelos lo construyeron, ustedes deben saber cómo moverlo. Comenzamos entonces a trabajar con el palo volador (árbol que se usa para la danza de Los Voladores), nos ayudábamos con las escaleras en las que se iban a descansar los polines de madera para soportar las grandes piezas y que no se resbalaran. Las piezas a mover pesaban como cuatro toneladas; no se utilizaron barretas de fierro, se utilizó pura madera, muchas palancas de madera. Así lo hicimos, aunque lento pero se hizo. Se trabajó tan bien que entre las piezas del nicho se hizo una unión en la que no entra una navaja de rasurar. Así se trabajaron las grandes piezas de piedra del Tajín, como por ejemplo las columnas que bajamos del Edificio de las Columnas.
García Payón respetaba la arquitectura del Tajín; en las escalinatas de la Pirámide de los Nichos reconstruyó las grecas de las alfardas. No fue un invento de él, como se ha dicho: se encontró los datos empotrados y reconstruyó con los datos las grecas. Limpiamos varios edificios en los que se recuperaron varias piezas de las que se encuentran en la bodega, como el Tlaloc.
Se taparon algunas grecas con tierra porque no había dinero para otros materiales y había que seguir los trabajos. Los antiguos utilizaron en las uniones una mezcla de cal con zacate; en una de las partes se encontró un depósito de cal para enfriar la cal, ya que la cal caliente destruye, no sirve para la construcción.
García Payón me vio que yo era bueno como albañil, que tenía amor por lo que hacía; él me encomendó tareas delicadas. Desde la primera vez que vino me buscaba cada temporada que venía a trabajar al Tajín.
En 1946 trabajamos el Juego de Pelota Norte, de ahí se fue a Cempoala a trabajar; le dije que si podía ir con él y me dijo que sí. Pero ahí no es igual que en el Tajín; me aburrí mucho, aguanté como dos meses y le dije a García Payón que me regresaba. El creyó que me iba porque tendría deudas de comidas o lavadas; averiguó y comprobó que no, que me iba porque me aburría Cempoala, porque no es igual que el Tajín.
Me regresé al Tajín y cada vez que él regresaba me buscaba; me gustaba mucho trabajar con él.
Vino una temporada larga con unos norteamericanos y unos estudiantes de Jalapa; se trabajaron varios años. Se desmontaba dos veces al año para mantener limpia la zona y los edificios que se habían trabajado. Él, con el poco dinero que le daban lo empleaba en lo que estaba destinado; no le quedaba a deber a nadie, no dejaba trabajos pendientes, era muy estricto, igual que yo para el trabajo.
A los trabajadores en el inicio les decía: los hemos buscado porque son trabajadores; si alguno se aburre no lo vamos a correr, ustedes solos se van a ir.
En 1971 fue su última temporada; estaba contento porque le habían prometido dinero para trabajar el Edificio de las Columnas. Si nos dan dinero, me decía, vamos a ver cómo estaba el edificio, me decía mostrándome la reconstrucción que había dibujado.
Se pasó el tiempo y no le daban el dinero; se desmoralizó mucho, como que se ponía triste (en este momento don Pedro interrumpe su plática; los recuerdos lo hacen llorar).
Recordaba las promesas y empezó a enfermar. Era su intención dejar las Columnas como se encontraban; ya no regresó al Tajín. Lo fui a ver a Veracruz; ya no se encontraba bien, estaba grave y ahí murió. Me regaló antes uno libros de los trabajos que había hecho en Malinalco y otros sitios y que le habían criticado mucho. Pienso que los datos de él del Tajín se encuentran perdidos, que nunca se los publicaron.
En 1963 me hizo responsable de la zona arqueológica y la administración; me pidió que cuidara la zona de acuerdo con sus instrucciones. Yo no lo puse en vergüenza ni él me puso en vergüenza; yo cumplí con lo que él me señaló 30 años antes, hasta mi jubilación.
Ya tramitando mi jubilación le escribí a la directora del INAH en México, le escribí lo que había pasado. Cumplí con lo que se me había encomendado, defendí a la zona, me enfrenté a los hombres de aquí y de allá para defender lo de mis abuelos, como hombre que soy.
Estoy contento y me retiré. Entraron 17 nuevos trabajadores a la zona y les dije: los nuevos no tienen amor, por eso yo les pido que cuiden y conserven la zona que nos dejaron nuestros abuelos, como verdaderos totonacos.
Vino un administrador pensando encontrar los malos manejos de los boletos de la zona; yo le demostré cómo trabaja un totonaco. Le entregué todo, libros y piezas, pero luego me mandó llamar, me dijo que el encargado que dejé provisionalmente no informaba nada; por eso todavía después de mi salida de la zona me siguen buscando.
Lo importante a la llegada de Brüggemann y los arquitectos (se refiere al proyecto iniciado en la zona hacia 1988; el proyecto fue criticado por sectores de la comunidad académica. Entre los críticos más fuertes de este proyecto se encuentra don Pedro) es que todo lo hicieron sin cuidado. Movieron con barretas de fierro todo, todo lo despostillaron; yo bajé piezas hasta de 700 metros de alto, todo con madera, sin ninguna maquinaria. Ellos igualmente en el Juego de Pelota Norte movieron piezas sin cuidado, con barreras, con grúas, sin cuidado.
La arqueóloga Lourdes vio que había en el Juego de Pelota Norte una pieza de las estelas que habían puesto al revés y me lo señaló; yo ya lo sabía, le dije: qué bien que tú hablaste antes, para que no digan que soy polillero (político).
Rompieron muchas piezas por estar usando grúa. Muchas cosas pasaron con el proyecto de Brüggemann; él no tiene amor por lo que hace, él no hace bien lo que aprendió. Si yo voy a una laguna pregunto a los que han vivido ahí, antes de meterme; lo mismo para con las zonas arqueológicas, más cuando han trabajado antes otras gentes.
No está bien como van, les decía, pero no había comunicación; nunca más dije nada, me retiré y que suceda lo que suceda. Esto es lo que he visto yo que he trabajado y cumplí un deber que estaba a mi orden.
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Daniel Nahmad Molinari
Instituto Nacional de Antropología e Historia.
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cómo citar este artículo →
Nahmad Molinari, Daniel. 1998. El Tajín: una visón propia. Entrevista a Don Pedro Pérez Bautista. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 4-9. [En línea].
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