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Moléculas
derechas e izquierdas
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Isaac Skromne | |||||||||||||
En 1961, por primera vez se relacionó el efecto una
sustancia con algunas malformaciones congénitas. Se trataba de la talidomida, un sedante que se recomendaba a las madres embarazadas para disminuir las molestias propias de su estado y que resultó ser el agente causal de que los recién nacidos, cuyas madres habían tomado la droga durante los dos primeros meses del embarazo, nacieran con deformaciones en los brazos y las piernas.
En estudios posteriores se demostró que una forma de la talidomida tenía propiedades sedativas, y otra tenía propiedades teratógenas (del griego, que significa engendrar monstruos). Como se trataba de una molécula, ¿cómo explicar que ella sola fuera capaz de producir efectos tan distintos?
En la estructura de la talidomida existe un átomo de carbono unido a cuatro distintos radicales; es lo que en química se conoce como átomo quiral. De manera análoga, las manos son una especie de átomo quiral. Si se las observa se vera que son idénticas, porque poseen cinco dedos distribuidos en el mismo orden. Sin embargo si se intenta sobreponerlas de modo que cada dedo esté sobre otro, mientras se tienen ambas palmas de las manos hacia el frente, es imposible. Cuatro de los dedos se encimarán, pero los pulgares quedaran orientados en dirección contraria. La única forma de lograr esa superposición es empalmando las manos. En eso se basa la quiralidad de las moléculas. Al igual que las manos, son empalmables pero no se pueden sobreponer porque una, con respecto a la otra son imágenes al espejo, es decir, tienen una orientación distinta en el espacio.
Para saber si una molécula es derecha o izquierda, se prepara una solución de cada molécula pura, y se hace pasar un haz de luz polarizado. Si la luz se desvía a la derecha, la molécula se llama dextrógira (D) y si se desvía a la izquierda, levógira (L). Así, la talidomida resultó ser, no una molécula, sino dos, que poseen la misma fórmula química pero distinta orientación en el espacio, lo que les atribuye distintas actividades metabólicas. Mientras que la forma dextrógira posee el efecto sedante, la forma levógira tiene el efecto teratógeno.
Este descubrimiento suscitó que, tanto la Administración de Alimentos y Drogas de los Estados Unidos (FDA), como las agencias homólogas en el resto del mundo, prohibieron la venta de medicamentos en cuya composición se mezclaran la forma dextrógira y la levógira de una misma molécula (a esta mezcla se le conoce con el nombre de mezcla racémica), a menos que se demostrara que la combinación de ambas formas posee cualidades superiores a las que brindaría cada molécula por separado.
Esta prohibición fue un gran impedimento para la industria farmacéutica, ya que las sustancias químicas, que poseen carbonos quirales, y que se emplean como medicamentos, son más comunes de lo que podría suponerse (por ejemplo: el Ibuprofeno, es una sustancia ampliamente utilizada para tratar el dolor de cabeza y posee carbones quirales). Además, el proceso para separar una mezcla racémica es sumamente costoso. Actualmente se está tratando de sustituir la síntesis química de los medicamentos por síntesis enzimática, ya que las enzimas son específicas para el proceso de síntesis de una forma espacial de las moléculas quirales.
Una de las preguntas que surge enseguida es: ¿por qué si una de las formas de la talidomida es teratógeno, no se prohibió desde un principio su venta al público? La talidomida se sometió a todas las pruebas a que se somete cualquier nuevo medicamento antes de que el público tenga acceso a él. En este caso la talidomida aprobó satisfactoriamente tanto las pruebas químicas como las biológicas; los modelos animales que se emplearon para probar en ellas fueron la rata y el ratón. Cuando se les administró este medicamento a animales preñados, los ratoncitos nacieron sanos, sin defectos, aun cuando el efecto sedante prevalecía; por consiguiente, se aprobó su uso público. Posteriormente, y debido a las consecuencias de la talidomida en seres humanos, se practicaron estudios en conejos y en micos que demostraron que, efectivamente, la talidomida era teratógena, aunque las malformaciones que se observaban en los conejos eran distintas a las producidas en los micos y en los humanos.
Este hecho tiene consecuencias enormes, ya que la tragedia de la talidomida demostró los límites que tiene el uso de modelos animales, y también dejó muy claro que no todas las especies metabolizan los compuestos químicos de la misma manera y, por ende, los efectos son distintos en cada caso.
Hasta la fecha, el mecanismo molecular para la toxicidad selectiva de la talidomida es aún desconocido, pero teniendo ahora un modelo animal más confiable para su estudio, seguramente se obtendrán conocimientos mas detallados en poco tiempo.
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lsaac Skromne
Estudiante de licenciatura del
Instituto de Investigaciones Biomédicas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Skromne, Isaac. 1992. Moléculas derechas e izquierdas. Ciencias, núm. 27, julio-septiembre, pp. 28-29. [En línea].
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Horacio Merchant Larios |
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Desde un punto de vista biológico, el plan de desarrollo
del embrión humano sigue estrictamente el de los demás animales. En la figura 1 se muestran embriones representativos de los diversos grupos de vertebrados, en diferentes etapas de desarrollo. En un cuidadoso estudio de ellos, Karl E. von Baer (siglo XIX) propuso algunos conceptos fundamentales sobre el plan de desarrollo de los vertebrados, aún vigentes, a pesar de ser poco conocidos. Básicamente Von Baer encontró que al inicio del desarrollo todos los embriones de vertebrados se diferencian en forma similar, al extremo de que es imposible distinguir a un pez de un humano y entre ellos, a toda la gama de los diversos grupos (ver figura 1, línea 1). Conforme avanza el desarrollo, empiezan a aparecer gradualmente las características de cada clase, orden, familia, género y finalmente la especie (figura 1, líneas II y III).
Si se quisiera expresar esta antigua observación en términos de la biología moderna, se podría decir que los genes que controlan el establecimiento de los primordios embrionarios, son altamente conservados y posiblemente sean los mismos en todos los vertebrados. De manera que esta observación ontogenética verificable en nuestros días, junto con la evidencia paleontológica que demuestra el desarrollo gradual de los vertebrados a partir de los peces, constituyen la evidencia más clara sobre la comunidad de origen del hombre con el resto de las especies animales.
En biología, sin embargo, no existen reglas simples, fáciles de generalizar. Los embriones de mamífero, antes de recapitular el patrón común de vertebrados, desarrollan adaptaciones que les son propias, debido a su precoz dependencia de la madre. Es evidente entonces que los organismos en su evolución, han sido capaces de introducir variaciones antes y después de los patrones que les son comunes. De manera que durante el desarrollo de la especie humana, encontramos también características que le son propias y muchas otras que comparte con los vertebrados y demás especies de mamíferos.
Antes de la fecundación
Aunque es común considerar que el desarrollo de un organismo se inicia a partir de la fecundación del óvulo, en sentido estricto, la identidad de cada individuo se inicia a partir de la diferenciación del óvulo mismo.
Asombrosamente, cada uno de nosotros inicia su singularidad ¡en los ovarios fetales de nuestra madre! (Ver artículo en este mismo número).
A partir de la fecundación
Aunque en el humano no se sabe con certeza, se asume que el óvulo permanece viable entre 24 y 36 horas después de abandonar el folículo ovárico.
En términos generales, se consideran 23 etapas en el desarrollo intrauterino de la especie humana. Las primeras ocho etapas comprenden desde la fertilización (etapa 1) hasta la formación de la notocorda (primordio filogenético de la columna vertebral). Estas etapas cubren alrededor de los primeros 19 días de los cuales los primeros 6 se ilustran en la figura 2.
La fecundación ocurre en el tercio superior de la trompa de Falopio, desde donde continúa su descenso hacia el útero (o matriz). Durante el trayecto, el óvulo fecundado (huevo o cigoto) se subdivide (segmentación), en cada vez más pequeños compartimentos (blastómeros) que constituyen los precursores de todas las células del embrión y las diferentes estructuras extraembrionarias. Alrededor del 4° día después de la fecundación, llega al útero en forma de blastocisto (llamado así por la presencia de una cavidad) y al 6° día esta primera formación inicia la invasión de la pared uterina en el proceso llamado implantación (etapa 4).
La plancenta
A partir de la implantación se inicia la diferenciación de la placenta (órgano formado por derivados del embrión y del útero), cuya función será el sostenimiento del desarrollo a expensas de la madre. Como se mencionó al principio, esta estructura característica de los mamíferos, aparece antes que los mismos readquieran el patrón de desarrollo propio de los vertebrados en general, hecho por el cual no fue posible sostener la llamada ley biogenética de Haeckel, quien postuló que la “ontogenia es la recapitulación de la filogenia”. No obstante, es innegable que existe una recapitulación de varios aspectos ancestrales durante el desarrollo embrionario.
Retomando el patrón de los vertebrados
En forma un tanto simplificada, podríamos decir que el embrión humano alcanza la etapa de analogía estructural del resto de los vertebrados (figura 1) alrededor del día 24 de la gestación (en la etapa 11 mide 4 mm). En los 10 días siguientes, el embrión humano adquiere características anatómicas que son comunes a los demás mamíferos (figura 1, línea II), momento en que alcanza la etapa 14 y mide alrededor de 7 mm.
Identidad con otros primates y fin del desarrollo embrionario
Alrededor del día 50 de la gestación, el embrión humano alcanza la etapa 20, con una talla de 20 mm aproximadamente. Aunque al llegar a esta etapa, ya es posible distinguirlo de otros mamíferos alejados filogenéticamente (por ejemplo: roedores, bovinos, etcétera), todavía no puede distinguirse con claridad de los embriones de otros primates (compare figuras 3 y figura 4). Es decir, basados exclusivamente en patrones embriológicos que por su complejidad no es posible detallar aquí, es claro que el embrión humano sigue estrictamente el principio de desarrollo establecido por Von Baer. Ahora bien, por su aspecto externo, un embrión humano puede distinguirse con relativa facilidad de otros primates alrededor de la etapa 23 de la gestación (compare figuras 5 y figura 6), la cual se alcanza al final del segundo mes de la gestación.
Crecimiento y desarrollo fetal
A partir del segundo mes de la gestación y durante los siguientes siete meses, el desarrollo ontogénico del ser humano consiste esencialmente de un activo crecimiento. Aunque simultáneamente en cada uno de los diversos órganos fetales se llevan a cabo complejos procesos de diferenciación celular, el plan general y particular del desarrollo de cada uno de ellos, quedó establecido ya en la etapa embrionaria.
El ritmo de desarrollo de los diferentes aparatos y sistemas sigue un programa armónico de interacciones, a partir de las cuales emergen cada vez más claras las características genéticas propias de cada individuo. Sin embargo, este proceso no se restringe a la vida intrauterina, algunos procesos de maduración tan importantes como el del sistema nervioso, se continúan después del nacimiento. De manera que muchas de las características de nuestra especie, cuyo sustrato anatómico y funcional radica en el tejido neural, modularán su desarrollo según el contexto ambiental en el que nazca cada individuo.
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Horacio Merchant Larios
Departamento de Biología del Desarrollo,
Instituto de Investigaciones Biomédicas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Merchant Larios, Horacio. 1992. El desarrollo embrionario. Ciencias, núm. 27, julio-septiembre, pp. 30-33. [En línea].
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Nacho López | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
En desorden he escrito imágenes sin pretensión ni propósito
anticipado. Tiempo después descubrí ciertas afinidades y correspondencias con algunas fotografías producidas en el curso de mi oficio.
El escribir y el fotografiar no fueron simultáneos. Los textos son labor de años sin fecha y las fotos pertenecen a ciclos identificables.
Conjugar fotos y textos de un solo autor es un experimento para avecindarse, quizá, a otras posibilidades de comunicación a través de la voz que escuchamos cuando sentimos nuestra voz en la lectura silenciosa o parlante con las voces que surgen de la imagen fotográfica, todas percibidas en estado de alerta.
El ejercicio consiste en el intercambio de nuestras vivencias así como nuestras voces particulares son también resonancia del mundo que habitamos.
México, 1983.
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Nacho López | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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cómo citar este artículo →
López, Nacho. 1992. Fotopoemáticos. Ciencias, núm. 27, julio-septiembre, pp. 77-79. [En línea].
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Luis Estrada | |||||||||||
La ciencia es uno de los elementos que caracterizan al siglo
que está por terminar, producto típico de los tiempos modernos, ha crecido aceleradamente en años recientes y cada día influye más en la vida cotidiana, aunque tal influencia no sea clara para la mayor parte de la gente y aunque lo que se ha logrado con la investigación científica sea prácticamente desconocido. Casi nadie duda de la importancia que tiene la ciencia, pero la mayor parte de la gente tiene una visión muy limitada de ella, ya que la ven a través de la tecnología y sólo buscan saber más cuando necesitan adaptarse a cambios tecnológicos o cuando pretenden dominar nuevos aparatos y sistemas de ellos.
La principal dificultad para acercarse actualmente a la ciencia, radica en que se trata de un campo enorme, diverso y muy especializado. Las publicaciones y otros medios encargados de la difusión de la investigación científica, generalmente son incomprensibles para un público no especializado, lo que hace que sea casi imposible saber lo que sucede en el mundo de la ciencia y qué consecuencias podría acarrear. Los mismos científicos se enfrentan a problemas semejantes cuando tratan de incursionar en especialidades distintas a la suya. Por otra parte, es muy difícil comprobar la veracidad de una aseveración científica, ya que para ello es necesario establecer una cadena de aclaraciones cuyos eslabones se enlazan de manera deficiente y dan lugar a lo que llamamos “teléfono descompuesto”.
La ciencia es en realidad parte oculta de la cultura contemporánea, fenómeno que urge corregir. Una buena forma de contribuir a ello es haciendo una correcta y amplia divulgación de la ciencia. El propósito de este artículo es delinear en qué consiste esta actividad y cómo se realiza. Antes de iniciar el tema trataré de aclarar algunos de los términos que comúnmente se utilizan en esta labor. Así, cuando se trata de la propagación del conocimiento entre especialistas, por ejemplo, cuando se publican los resultados de una investigación, se emplea la palabra difusión, por ello la presentación de trabajos en un congreso científico es una actividad de difusión de la ciencia. Pero cuando se trata de presentar la ciencia al público en general, se emplea la palabra divulgación. Por lo tanto las conferencias organizadas por las asociaciones científicas para dar a conocer los resultados de una investigación reciente o de la situación actual de un campo científico, enfocadas al público en general, son actividades de divulgación de la ciencia. Es importante señalar que esta labor incluye entre sus destinatarios a los científicos ya que parte de la divulgación de la ciencia se hace para que unos especialistas conozcan lo que sucede en el campo de otra especialidad. Es claro que tanto la difusión como la divulgación son actividades de comunicación, aunque lo común es que los destinatarios se comporten de manera pasiva. Por lo tanto cuando en la participación del conocimiento científico se busca el diálogo, esto es el intercambio de saberes y experiencias, se emplea el término comunicación. Así las mesas redondas organizadas para presentar y discutir un asunto científico, entre especialistas de distintos campos y el común de la gente, constituye un ejemplo de comunicación de la ciencia.
Las cualidades indispensables
En una buena divulgación de la ciencia son las siguientes: en primer término está la claridad del mensaje y el apego fiel al conocimiento que se quiere transmitir. Aunque esto parecería una cualidad natural, en realidad es algo poco usual y más bien difícil, especialmente en el caso de la divulgación del conocimiento más reciente. Las dificultades provienen no solo de que el lenguaje científico es muy especializado, sino también de que el conocimiento está expresado en un contexto poco conocido. Quizá por esto en la divulgación, la forma tradicional de superar tales dificultades ha sido el empleo de analogías, metáforas y otros recursos semejantes, con el consecuente riesgo de deformar el mensaje. La práctica ha demostrado que el buen uso de estas técnicas guarda una estrecha relación con el dominio que el divulgador tenga del tema que va a comunicar, así como con su sensibilidad para satisfacer los intereses de su auditorio. La divulgación de la ciencia no es la traducción del discurso científico, sino una versión de la ciencia, por lo que para hacerla hay que elaborar explicaciones adecuadas a los conocimientos e intereses del auditorio. Al divulgar un tema científico no se busca que el público lo domine como lo hace el especialista, sino que adquiera una idea clara de lo que se trata, cuidando el no deformar el conocimiento científico. En realidad lo que hay que lograr con esta labor es poner en manos del público la misma ciencia que manejan los científicos, aunque no con la misma precisión ni con los mismos detalles.
La segunda cualidad que debe tener la divulgación de la ciencia es la de mostrar al público cómo se elabora el conocimiento científico, ya que la ciencia es una actividad que está permanentemente en construcción, así como el método científico. Este método es una de las partes esenciales del quehacer científico por lo que también debe divulgarse, para que la gente pueda entender que la ciencia es un proceso en continua construcción y cómo lo hace. Dar esta idea de forma entendible para el público en general, resulta complicado, pero la práctica muestra que se le facilita más a quienes han realizado alguna labor de investigación científica. Con la divulgación de la ciencia no solo se busca dar datos, presentar hechos y dar información, sino también dar las pautas necesarias para comparar, confrontar y valorar conocimientos, reconstruir la información y evaluar las conclusiones. De lo que se trata es de que el público participe del mundo de la ciencia en una forma activa e integral.
La tercera cualidad de la divulgación de la ciencia es poner al alcance del público los elementos necesarios para que pueda integrar el conocimiento científico a la cultura. Debo aclarar que por cultura entiendo la obra humana; esto es, el producto entero de la labor del hombre realizada en un lugar y en una época. En esta forma entenderemos ese término de la misma manera que cuando hablamos de la cultura china o de la olmeca. Así pues, la divulgación de la ciencia debe presentar a ésta dentro en un amplio contexto, ya que no se trata de una actividad separada de otros esfuerzos humanos, lo que no es en sí una tarea fácil y trivial y requiere de la ayuda de conocimientos y experiencias que casi siempre están fuera de los medios científicos, por lo que la divulgación de la ciencia no puede reducirse al medio científico y que es necesario realizarla en colaboración con personas ajenas a él. En los ambientes académicos estas personas son generalmente las dedicadas a la difusión cultural o a ciertas disciplinas humanísticas y, en otros ambientes, es la gente conocida ahora como comunicólogos. La importancia de lograr que la divulgación de la ciencia tenga esta característica es evidente, ya que no hay que olvidar que la ciencia es una parte de la cultura.
Un análisis más profundo
De las cualidades de la divulgación de la ciencia que mencioné como indispensables, se muestra que esos rasgos sólo representan el aspecto externo de una labor más trascendental. La primera de ellas, en la que señalé que la divulgación de la ciencia debe ser clara y fiel a fin de comunicar la ciencia de los científicos, no es más que una amable y atractiva forma de abrir al público el mundo de la ciencia, ya que éste es un conocimiento y, como tal, un patrimonio universal. Si partimos de la base de que todos tenemos derecho a saber y de que sólo se aprende mediante un esfuerzo personal, debemos lograr que todo mundo tenga la oportunidad de acercarse a la ciencia. En nuestra época el acceso al conocimiento científico ha estado en poder de unos cuantos y es necesario que la nueva imagen del universo que con ella se ha creado sea del dominio público. Por otra parte, la ciencia ha contribuido a que la vida sea en gran medida artificial y hay que completar esta tarea haciendo que el hombre común entienda esa parte. La conciencia del hombre actual no podrá formarse sin el conocimiento científico por lo que hay que hacerlo accesible a todos. No es inútil reiterar aquí que el conocimiento al que me refiero sólo puede ser distinto al de los científicos en enfoques y detalles, ya que con la divulgación no se trata de que todos seamos científicos sino de que todos podamos conocer la ciencia.
En relación a la divulgación del método científico diré que ésta apunta al aprovechamiento de la experiencia científica, esencialmente en forma personal. Con la ciencia el hombre ha encontrado una manera eficaz de conocer el universo y algunas formas de modificarlo y aprovecharlo mejor. Una parte importante de estos logros se debe a la experiencia adquirida en el ejercicio de hacer y revisar la ciencia de manera sistemática y continua. La formación de un científico se caracteriza por la adquisición de una habilidad para plantear problemas, buscar alternativas de solución y lograr una seguridad en sus conclusiones. El científico aprende también a usar y diseñar equipo muy refinado, a confrontar sus ideas con las de sus colegas, a publicar sus conclusiones y a trabajar en grupo. Esta formación es una experiencia humana, valiosa también en otras actividades, por lo que es conveniente y útil divulgarla. Por lo tanto, si se desea que el público participe de la ciencia de los científicos, es claro que su divulgación deberá ayudar a que la experiencia formativa antes mencionada se aproveche en los medios extracientíficos. De esta manera el hombre común dispondrá de una escuela que le permita adquirir habilidades, capacidades y pericias que los científicos han desarrollado con éxito. La divulgación de la ciencia ofrece por lo tanto una manera personal de aprovechar la ciencia y puede decirse que ese es el mensaje principal que se quiere transmitir cuando se dice que la ciencia es útil.
Respecto al sentido profundo de buscar que la divulgación de la ciencia dé elementos para integrar el conocimiento científico a la cultura, comenzará recordando que la ciencia es una de las muchas actividades humanas, que su lugar entre ellas no está dado de antemano y que no es un dominio aislado. La ciencia tiene un amplio y profundo sentido social que hay que hacer efectivo. Hasta ahora la influencia del quehacer científico en la vida humana se ha realizado casi siempre de manera indirecta, por lo que se manifiesta tardíamente y sólo por sus efectos. Esta situación causa tensiones y conflictos que obstruyen tanto el buen aprovechamiento del conocimiento, cuanto el mismo desarrollo del quehacer científico. Los resultados han sido que, por un lado, la ciencia le parezca a mucha gente algo inútil y sospechoso y, por el otro, que el apoyo al quehacer científico sea accidental y pobre. Es insensato e injusto mantener tal situación, especialmente en países como el nuestro, por lo que hay que buscar un mayor acercamiento de la ciencia a las otras actividades humanas, a fin de situarla bien y relacionarla con ellas. Para esto se requiere de una mayor “actitud científica” por parte de la gente común, y una mayor participación activa en las “preocupaciones de la vida cotidiana” por parte de los científicos. La divulgación de la ciencia puede ayudar mucho a este acercamiento, especialmente si se realiza como un proceso de comunicación. Es claro que esta aproximación deberá no solo crear mecanismos prácticos que apoyen y orienten el desarrollo científico, sino también establecer instancias para que los científicos informen satisfactoriamente al público de las labores que se están realizando. La ciencia es un asunto de todos, por lo que necesita del apoyo público y de que los mecanismos empleados para desarrollarla sean patentes. La divulgación es una de las alternativas más viables para hacer que la ciencia pueda desarrollarse correcta y ampliamente y, especialmente, en beneficio de todos.
La labor de la divulgación de la ciencia
Es amplia y compleja, por lo que su descripción, por ambiciosa que sea, implica una selección. Para continuar elegiré los componentes que a mi juicio le son esenciales, aunque en vez de hacerlo para intentar una buena descripción de ella, lo haré para discutir la importancia de esos componentes. Antes de entrar en materia revisaré brevemente los medios empleados para realizar la divulgación de la ciencia, ya que esto ayudará a situar los temas que deseo tratar. Los medios tradicionales de la divulgación de la ciencia han sido la organización de conferencias, la edición de revistas y la operación de museos. De las primeras se han derivado muchas variantes dentro de las cuales la más conocida, quizá, sea la “mesa redonda”. Este tipo de actividad tiene la virtud de acercar a los científicos con el público general, lo cual propicia una buena comunicación de la ciencia. Las revistas tienen la ventaja de fijar el mensaje y propiciar que se presente en forma más elaborada. Muy relacionados con este medio de divulgación están los libros, cuyo mensaje aunque más lento y menos flexible que el de las revistas, es más estable. Los museos, que tomados en un amplio sentido incluyen planetarios, zoológicos, acuarios y jardines botánicos, han sido los medios idóneos para extender la observación del mundo en que vivimos, tanto a otros lugares como al pasado. Con esta extensión los museos propician que muchos aspectos de la ciencia puedan presentarse en condiciones más naturales y atractivas. La experiencia obtenida con los museos, ha permitido que amplíen sus funciones y ahora muchos puedan ofrecer actividades paralelas a los servicios que les son propios; entre ellas están los ciclos de conferencias, los talleres, los cursos temporales, los servicios bibliotecarios, etcétera. También, gracias a la experiencia museológica se han podido crear los centros de ciencias, nuevas instituciones destinadas a dar la oportunidad al público, especialmente al juvenil e infantil, de experimentar y de participar en la observación de muchos fenómenos naturales.
En la actualidad, los medios más atractivos y prometedores para divulgar la ciencia son los llamados medios de comunicación masiva: periódicos, radio, cine y televisión. Sin embargo, hasta el momento, estos medios le han dado poco espacio a la ciencia y a otras actividades de difusión cultural, por lo que la experiencia ganada con su uso es todavía muy poca. Es claro que tienen un gran poder de penetración y que cuentan con posibilidades técnicas superiores a las de los otros medios, pero los mensajes que transmiten son efímeros y en muchos casos sospechosos, ya que ellos, en especial la televisión, cuentan con mucha capacidad de manipulación. No es este el lugar para discutir tal tema y sólo añadiré que la práctica de la divulgación de la ciencia ha mostrado la conveniencia de emplear todos los medios de comunicación, así como la necesidad de hacerlo de manera organizada. Por lo tanto, si se logra establecer un sistema formado por varios medios de comunicación, habrá que dotarlo de alguna estructura que coordine sus actividades, a fin de asegurar un funcionamiento ordenado que propicie una buena programación que pueda llegar al mayor público posible. Es claro que de esta manera se aprovecharían mejor las ventajas de cada medio, se aumentaría la capacidad de los divulgadores y se lograría más eficacia.
Para lograr una divulgación de la ciencia como la que ha delineado, lo esencial es tener los divulgadores adecuados. Es fácil estar de acuerdo con mi afirmación, aunque no lo es tanto el caracterizar a tales personas, máxime cuando el campo en que laboran es tan extenso y variado. Lo primero que se puede decir al respecto es que en casi ningún país se reconoce esta actividad como una profesión definida; que no hay carreras para formar divulgadores, ni otros caminos que permitan obtener un título con semejante nombre. En muchos países desarrollados, los que ejercen esta actividad en forma profesional son personas que se han especializado en ella después de cursar alguna carrera que les sirve como base. Así, gran parte de la divulgación por escrito está hecha por los periodistas científicos y la atención de los museos de ciencias está a cargo de museólogos especializados en temas científicos. Para muchos la divulgación de la ciencia es una especialidad de algo más general que hay que buscar en las llamadas ciencias de la comunicación. Sin embargo, lo natural es considerar la divulgación de la ciencia como parte del quehacer científico, aunque esto implicaría aceptar que algunos divulgadores son científicos. Es indudable que esta aceptación crearía confusiones, ya que ahora por científico se entiende únicamente al investigador profesional. No abundaré más en este aspecto del tema y sólo añadiré que el reconocimiento del público del divulgador de la ciencia, como profesionista responsable de la labor que nos ocupa, es indispensable para consolidar y mejorar tal labor. Sin este reconocimiento será imposible situar bien a los divulgadores y resolver el problema de su formación.
En algunos países como el nuestro, casi toda la divulgación ha sido realizada por egresados de las escuelas de ciencias, principalmente por investigadores y profesores. Para la mayoría de ellos esta actividad es secundaria y muchos la consideran como una especie de labor social, a veces con carácter de apostolado. Casi todos los divulgadores son autodidactas, aun los egresados de las escuelas de ciencias, ya que éstas no imparten clases relacionadas con el tema. Sin embargo, ya hay quien ha aprendido de sus antecesores y existen actividades de divulgación que permiten el aprendizaje como se acostumbra en los talleres artesanales tradicionales. Para precisar las dificultades que se presentan en la formación de un divulgador distinguiré de su labor, por una parte, lo relativo al contenido del mensaje que desea comunicar y, por la otra, el manejo del medio que utiliza para lograrlo; además me ceñiré al caso de nuestro país. Si los aspectos que he distinguido se consideran por separado no hay problema, al menos en principio. Por un lado, el conocimiento científico se puede adquirir en las escuelas de ciencias y, por otro, hay formas de dominar cada una de las técnicas de comunicación, ya que hay cursos de redacción, de museografía, de televisión, etcétera. Los problemas aparecen cuando se tratan de combinar e integrar esos conocimientos, ya que si éstos se toman como elementos separados entre sí, será difícil encontrar quien pueda dominarlos todos, y si se busca lograr una síntesis que cubra satisfactoriamente un área de divulgación, sólo se encontrará tanto lo especializado de la formación científica, como el desconocimiento completo de la ciencia. No es aquí el lugar para ampliar este tema por lo que añadiré que una solución al problema de la formación de divulgadores ha sido la formación de grupos de trabajo integrados por científicos especialistas de otros campos, especialmente del área de la comunicación. Para que la labor de estos grupos sea satisfactoria, hay que centrarla en un esfuerzo permanente de integración de su personal, el cual deberá basarse en la comunicación interna del conocimiento científico de manera que el primer beneficiado sea el mismo grupo.
Hay otros aspectos importantes en la divulgación de la ciencia, que quiero considerar. En la realización de su labor, los divulgadores juegan el papel de intermediarios entre los científicos y el público general. En la mayoría de los casos prácticos el mensaje está dado por los primeros, y los segundos sólo se ocupan de adecuarlo al nivel e intereses de su auditorio. Aunque la divulgación la hacen muchas veces los propios científicos, el papel de intermediario no desaparece. Una muestra de ello es que muchos intentan la divulgación como si fueran traductores de idiomas: repiten lo que aprendieron en la escuela de ciencia pero utilizando términos del lenguaje ordinario. Es obvio que reducir la labor de divulgación al funcionamiento de un canal de transmisión hace que tal divulgación no se realice de manera profunda, consecuente, debemos exigir mucho más de esta labor. En algunos países, y el nuestro es uno de ellos, muchos de los divulgadores son académicos, lo cual puede ayudar a satisfacer esa exigencia. La labor de divulgación es una labor creativa ya que consiste en dar al público una versión de la ciencia elaborada para él. No hay que olvidar que aunque se trate de presentar la misma ciencia de los científicos, las necesidades y los intereses del público son diferentes a los de esos especialistas. Cabe añadir que la divulgación se empobrece más cuando se realiza considerando que el público es poco inteligente. Hay que reconocer que en gran medida el desconocimiento de la ciencia no se debe a la falta de inteligencia.
La labor de divulgación de la ciencia sí tiene mucho de intermediación, lo cual no significa que sea una actividad de índole dependiente. Se acostumbra comparar a la divulgación con un puente que une el mundo científico con el de la vida cotidiana y este símil es bueno mientras no se convierta en una trivialidad. Lo menos que en él se puede reconocer es la libertad que hay para hacer un puente y que éste establece caminos de ida y vuelta. La divulgación de la ciencia es una labor autónoma y tiene un lugar propio en el quehacer científico, ya que éste no se agota con la investigación y la docencia. Es necesario señalar aquí que la divulgación contribuye a la creación del conocimiento científico, no solo porque al comunicar a los científicos con sus congéneres les proporciona elementos para orientar y situar sus investigaciones, sino también por el esfuerzo de hacer accesible el conocimiento y permite revisarlo y perfeccionarlo. Cabe también mencionar que al tener buenos divulgadores tendremos además críticos de la ciencia, lo cual enriquecerá al medio científico. No necesito explicar la función de tales críticos, ya que sería semejante a la que realizan los críticos de arte. No hay que olvidar que en toda actividad creativa, y la ciencia es un importante ejemplo, la crítica es una parte del proceso necesario para la producción de una obra original, la que es el resultado de la relación entre el creador y los beneficiarios de su obra.
Ya señalé que la divulgación de la ciencia es una parte de la labor educativa. Como en otras actividades de este campo es necesario preocuparse y estar atentos a que los beneficiarios de la divulgación, al haberla entendido bien por estar bien divulgada, la puedan aprovechar correctamente en su beneficio y superación. Aunque esto conduce naturalmente al tema de la evaluación en esa actividad no lo trataré aquí y aprovechará lo dicho para señalar que una buena divulgación de la ciencia deberá ofrecer varios niveles de presentación de sus temas al público. La necesidad de los tratamientos elementales es clara, pero no hay que reducirse a eso, es más, la conveniencia de buscar los aspectos fáciles y atractivos de la ciencia para acercarse al público es indiscutible, pero tampoco hay que quedarse ahí. Por tanto es necesario establecer programas de divulgación de la ciencia más elaborados, enfocados a los que ya han aprovechado los niveles elementales y buscan saber más. Por otro lado, y también como parte educativa, hay que exigir al público que haga un esfuerzo por acercarse más al medio científico, para lo cual deberá aprender algo del lenguaje que en él se usa, así como estudiar por su cuenta lo necesario para comprender mejor lo que se divulga. La divulgación de la ciencia es una parte del esfuerzo que actualmente se hace para multiplicar las oportunidades educativas, el cual incluye el dar clases fuera de las aulas y otras actividades extraescolares que se agrupan en la llamada “educación informal”.
Otro aspecto esencial de la divulgación de la ciencia es la realización de la investigación en su campo. La divulgación, como cualquier otra actividad creativa, requiere de un estudio sistemático y de una reflexión permanente de su propio quehacer. Aprovechando la distinción que antes hice en la labor de la divulgación, diré que la investigación en este campo puede separarse en dos grandes líneas: el estudio y análisis de las disciplinas científicas mismas y de las formas y medios para comunicar la ciencia. En el primer tipo de investigación el divulgador comparte con el científico el interés directo por el avance de la ciencia. Sin embargo, sus propósitos son diferentes a los de éste ya que lo que el divulgador busca, principalmente, es encontrar en las tramas conceptuales de las disciplinas científicas los elementos para establecer una comunicación con el público. El segundo tipo de investigación está muy vinculado a los hallazgos del primero, ya que la exploración de las formas y los medios de comunicación está condicionada por las características del tema que se desea divulgar. La investigación sobre el uso del texto escrito, de las imágenes, de los espacios y los ambientes, pertenecen a este segundo tipo y en él hay que incluir la averiguación de las características e intereses del público al que se dirige el mensaje, estudiar las respuestas a este mensaje y buscar la retroalimentación en el proceso comunicativo. En síntesis, la investigación en la divulgación de la ciencia es lo que permite crear modelos de comunicación del conocimiento científico, cuyos contenidos estén determinados tanto por su trascendencia intrínseca, como por su interés cultural.
La divulgación de la ciencia en México
Ha sido establecida esencialmente por personas relacionadas con la UNAM. La preocupación de los universitarios por divulgar la ciencia es tan remota como la de hacer investigación científica. Esto no es extraño ya que quien es consciente de la necesidad de hacer ciencia, también lo es de que hay que comunicar el conocimiento logrado. Por lo mismo la divulgación de la ciencia en nuestra universidad se inició como una extensión de la enseñanza de las ciencias. Al principio consistió en organizar conferencias que fueron dictadas por los más distinguidos profesores, quienes también publicaban, ocasionalmente, artículos de divulgación en periódicos y en revistas culturales. Posteriormente, gracias al entusiasmo de algunos universitarios, la mayoría profesores de la Facultad de Ciencias, y al apoyo de algunas sociedades científicas, la labor de divulgación empezó a organizarse con mayores ambiciones y a extenderse. Paralelamente a los congresos y a otras reuniones científicas, se realizaron actividades dirigidas al público general y se fundaron revistas de divulgación de la ciencia. A partir del decenio de los setentas, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, algunas dependencias de la Secretaria de Educación Pública y otras instituciones como la Academia de la Investigación Científica, empezaron a apoyar esta labor y la UNAM las institucionalizó al incluirlas oficialmente entre sus tareas de difusión cultural. Parte de las actividades de los grupos de divulgadores que se habían formado en el Distrito Federal gracias al apoyo mencionado, empezaron a realizarse en otros lugares de la república, y algunas instituciones de educación superior de los estados iniciaron actividades en este campo, con lo que la divulgación de la ciencia empezó a tomar una dimensión nacional.
La historia que he relatado a muy grandes rasgos y con el riesgo de dar una imagen muy parcial de lo sucedido, nos ha llevado a una situación que también describiré en líneas gruesas y con el mismo riesgo de parcialidad. Hay algunas instituciones que cuentan con dependencias dedicadas a la divulgación de la ciencia y hay algunos divulgadores profesionales. Hay también programas de actividades sistemáticas y permanentes de divulgación, destinadas a públicos específicos, principalmente a los niños. Contamos con varias revistas de divulgación y con programas editoriales en el mismo campo. Varias estaciones de radio difunden programas sobre temas científicos y la televisión ha transmitido algunos, incluso elaborados en el país. Cada día se ofrecen más conferencias al público, muchas impartidas por notables científicos. En fin, las oportunidades de encontrar actividades de divulgación de la ciencia han aumentado mucho, y no solo en el Distrito Federal. Debo mencionar aquí la fundación de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica. Hace veinte años casi no había nada de esto.
Veamos ahora cuáles son las características de la divulgación hecha en México. Lo más destacado de ella es que casi toda ha sido realizada por los mismos científicos. Ellos dan conferencias, se presentan en radio y en televisión, escriben artículos y libros, preparan y se responsabilizan de los contenidos de las exposiciones y de los programas de cine y televisión en los que se divulga el conocimiento científico. Con ello la divulgación de la ciencia ha adquirido un gran prestigio y mucha autoridad, aparte de que ha establecido un contacto entre la comunidad científica y el público. Es por tanto natural que la mayoría de los temas que se divulgan estén relacionados con la investigación básica y con los intereses personales de los divulgadores, así como que su presentación se derive en gran medida de la experiencia docente. Aunque el conocimiento de estos divulgadores está muy por encima de su público, los resultados no son completamente satisfactorios. En el caso de las conferencias, por ejemplo, es frecuente que los científicos se dirijan al público como acostumbran hacerlo con sus alumnos, aunque finalmente salen airosos gracias a su buena disposición para responder las preguntas que se les hacen. Es importante mencionar que casi nadie cobra por estas actividades y que muchos consideran que esta labor no es propia de un científico.
No necesito seguir revisando cómo se realiza la divulgación de la ciencia en nuestro país para afirmar que en esta labor casi todos los logros son recientes y que aún hay problemas que resolver. No es éste el lugar para analizar estas conclusiones y sólo las menciono para situar algunos puntos que quiero señalar. El primero es la urgencia de consolidar lo logrado a fin de contar con una base firme para que pueda continuar la divulgación de la ciencia en nuestro país. El segundo es advertir que una causa importante de los problemas en la labor de divulgación es el escaso valor que se da a ésta en los medios académicos. En ellos casi no se le asigna valor curricular y muchos aseguran que divulgar es quitar un tiempo valioso a la investigación científica. No hace mucho que en nuestra facultad se consolaba a quienes veían difícil ser investigadores o profesores diciéndoles que todavía les quedaba la posibilidad de llegar a ser divulgadores. El tercero es reconocer que por ahora el futuro es incierto para el que quiera ser divulgador profesional. Como ya antes lo mencioné, la mayor parte de la divulgación se realiza de manera gratuita, por lo que muchos esperan que esta situación cambie. Es obvio que este asunto está íntimamente relacionado con el anterior: en nuestro país no se valora la labor cultural ni por sus beneficiarios ni por sus realizadores. Ya que el desarrollo de una labor profesional en una sociedad depende de las expectativas económicas y del prestigio que ella tiene, la divulgación de la ciencia en México se encuentra, al menos por el momento, en seria desventaja. Para resumir diré que en nuestro país la labor que nos ocupa está en crisis y que si no se hace pronto algo drástico por ella la situación será endémica.
A manera de conclusión
Quiero reiterar que la divulgación es un elemento esencial del quehacer científico. Tiene en éste una función que puede distinguirse por sus aspectos internos y externos cuando se mira en relación a los científicos. Hacia el interior establece una comunicación especial entre ellos y hacia el exterior los relaciona con sus congéneres. Aunque ambas funciones son importantes, la segunda es de mayor urgencia, especialmente en los países como el nuestro. Con la divulgación de la ciencia podemos distribuir una riqueza cultural que, además de hacer justicia, llena una necesidad en nuestros tiempos. No seremos libres ni capaces de lograr una buena calidad de vida mientras permanezcamos al margen del conocimiento científico. He sostenido que la divulgación de la ciencia es una ayuda para distribuir dicho conocimiento, así como que esta actividad no es un remedio automático. Para lograr con ella tal ayuda es necesario realizarla en forma profunda y sistemática, pues en otro caso puede ser el disfraz de un peligro. Así como su versión genuina puede ayudar a la superación humana, una simulación de ella no será más que otro instrumento de enajenación, ya sea por entretenimiento o por manipulación.
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Luis Estrada
Centro de Comunicación de la Ciencia,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Estrada, Luis. 1992. La divulgación de la ciencia. Ciencias, núm. 27, julio-septiembre, pp. 69-76. [En línea].
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Ana María Cetto y Luis de la Peña | |||||||||||||||||
Una de las más grandes y prolongadas controversias
en el terreno de la física clásica es la que surgió en el siglo XVII en torno a la naturaleza de la luz: ¿es la luz un fenómeno ondulatorio?, o ¿está hecha de corpúsculos? Entre la doctrina corpuscular de Newton1 y la teoría ondulatoria de Huygens no parecía haber conciliación posible; los dos conceptos involucrados son desde el punto de vista clásico opuestos e incompatibles, y no parece que puedan referirse simultáneamente a un mismo sistema.
Aun a la luz de los famosos experimentos de interferencia de Young, y ya en pleno siglo XIX, resultaba difícil que los físicos se sacudieran el enorme peso de la doctrina newtoniana y aceptaran la evidencia del carácter ondulatorio de la luz; fue necesario que la teoría ondulatoria alcanzara una forma matemática muy desarrollada para que se le tomara en serio. Este esfuerzo formalizador pronto empezó a rendir excelentes frutos: no sólo sirvió para describir con detalle la propagación de la luz, sino que permitió explicar y predecir diversos fenómenos propios de la óptica física, que pudieron comprobarse de manera experimental, validando con ello de manera definitiva el modelo ondulatorio. Pero también ofreció frutos mucho más allá de lo previsto: el formalismo se pudo extender por analogía al estudio del movimiento de un sistema de partículas con masa, lo que contribuyó de manera significativa al desarrollo de la poderosa mecánica analítica. La analogía fue llevada muy lejos por Hamilton en el siglo XIX, quien mostró que a cada función que describe la propagación de una onda corresponde una función asociada al movimiento de partículas.
He aquí una elegante forma de conciliar ondas y partículas: a través de un formalismo común. El problema de esta conciliación, sin embargo, es su carácter puramente formal. En tanto que, por ejemplo, la función de onda tiene un claro significado físico en el caso ondulatorio, para un sistema mecánico la correspondiente función de acción es un ente meramente matemático. En el caso luminoso, la óptica geométrica —la que se sirve del simple trazado de rayos para representar la trayectoria de la luz en la formación de imágenes por espejos, lentes, etcétera— se obtiene como limite de la descripción ondulatoria cuando la longitud de onda es muy pequeña, comparada con el tamaño de los objetos y pueden despreciarse los efectos de la difracción, interferencia, etcétera; lo cual está bien y lo podemos entender intuitivamente. Pero en el caso de las partículas, ¿qué sentido puede tener una formulación ondulatoria, cuál puede ser su significado físico? En otras palabras, si tomáramos la analogía como físicamente significativa, cabría preguntamos: ¿la mecánica newtoniana que describe la trayectoria de las partículas, es caso límite de qué teoría, de qué situación física?
Dejando de lado especulaciones de este tipo, puede decirse que el siglo XIX casi concluye exitosamente con una idea clara de que las ondas son ondas —la luz entre ellas— y las partículas son partículas, y de que se trata de entes diferentes y fácilmente distinguibles, al menos en principio. En la última década del siglo, J. J. Thomson establece que los rayos catódicos, ya muy famosos en esos tiempos, están constituidos por partículas con carga y masa, los llamados electrones. Pero casi al mismo tiempo Roentgen y Becquerel descubren otras emisiones; sabiamente se les llama rayos X, alfa, beta, gama… en lo que se determina si son ondas o partículas.
En cuanto a los rayos alfa y beta, con el tiempo queda claro que son partículas con carga y masa: núcleos de helio y electrones, respectivamente. La situación de los rayos X (y los rayos gama), sin embargo, se complica, porque de manera alternada se van encontrando en el laboratorio evidencias en un sentido y en el otro. Los rayos X se difractan, como las ondas; pero también ionizan la materia a su paso y se propagan de manera unidireccional, como corpúsculos. Pero además viajan con la velocidad de la luz y son de naturaleza electromagnética, como la luz…
W. H. Bragg, justo en la época en que realizaba las primeras pruebas de difracción de rayos X por cristales, hacia finales de 1912, comentó proféticamente y un tanto salomónicamente: ‘Me parece que el problema no está en optar por una de las dos teorías sobre los rayos X, sino en encontrar una teoría que posea la capacidad de ambas’.2
La teoría fotónica de la luz propuesta por Einstein a partir de 1905 constituye precisamente un esfuerzo en esta dirección. En particular, su estudio del comportamiento estadístico de la radiación lo conduce a un resultado difícil de comprender cabalmente: a las fluctuaciones de la energía de esta radiación contribuyen dos términos, uno de naturaleza corpuscular, cuántica, y otro de naturaleza clásica, ondulatoria. Si el primer término domina (por ejemplo, a muy bajas temperaturas), el sistema tiene un comportamiento cuántico; pero cuando es el segundo el dominante, la descripción puede hacerse en términos clásicos y ondulatorios. Comienza a cambiar el esquema conceptual; la gente habla de que la luz y los rayos X, y las otras radiaciones electromagnéticas son combinaciones de onda y partícula; la dualidad onda-partícula irrumpe en el lenguaje de los físicos, y rápidamente se difunde.
Partículas ondas
En el laboratorio de Maurice de Broglie, dedicado al estudio de los rayos X, también se empleaba el lenguaje de la dualidad onda corpúsculo. Intrigado por esta dualidad, y atraído por la teoría fotónica de Einstein, su hermano Louis de Broglie buscó la conciliación: reconozcamos que la luz está hecha de corpúsculos, pero éstos llevan asociado un fenómeno interno de naturaleza periódica. Al periodo se asocia una frecuencia, a la frecuencia una onda… A mayor frecuencia de la onda se asocia mayor contenido energético del corpúsculo, de acuerdo con la fórmula de Planck E = hν (h es la constante de Planck y ν la frecuencia). O bien, a mayor momento del corpúsculo corresponde una menor longitud de onda: λ = h/p.3
Pronto se le ocurre a De Broglie una observación brillante: estas fórmulas que relacionan parámetros ondulatorios con parámetros mecánicos no contienen ninguna referencia específica al fotón. ¿Qué impide que se apliquen a otros corpúsculos, como los electrones, por ejemplo? ¿No será posible que la materia tenga también un carácter dual? De Broglie se aventura a dar el paso: propone, para completar el esquema, que todas las partículas llevan asociada una onda, de longitud de onda λ = h/p. Aquí no se trata ya de una solución formal: para de Broglie estas ondas tienen un carácter físico, y debe ser posible exhibirlas mediante un experimento de difracción de electrones por un cristal. Esto es lo que se atrevió a afirmar ante una pregunta del profesor Perrin durante el interrogatorio de su examen doctoral, en 1924. De manera simultánea e independiente, Einstein llega a la misma conclusión y habla de los fenómenos de difracción que deberán producir los haces moleculares.
Y De Broglie y Einstein tenían razón. Curiosamente, los primeros testimonios experimentales del carácter ondulatorio del electrón ya los habían obtenido previamente C. Davisson y C. Ramsauer en diferentes situaciones, sin saberlo. Los caprichosos resultados obtenidos en experimentos de dispersión de electrones comienzan a encontrar explicación.
Una larga serie de experimentos subsecuentes con electrones difractados por cristales y por láminas delgadas confirmaron la hipótesis y la fórmula de De Broglie: los haces de electrones se comportan como paquetes de ondas. La dualidad onda-corpúsculo se consolida. Irónicamente, la dualidad se presenta aun a nivel familiar: en 1906, J. J. Thomson había recibido el premio Nobel por las investigaciones que lo condujeron a la conclusión de que los rayos catódicos están hechos de partículas, los electrones; en 1937 su hijo G. P. Thomson recibe, junto con Davisson, el premio Nobel por los trabajos experimentales que probaron el carácter ondulatorio de los mismos electrones.
Enterado de los trabajos de Einstein y De Broglie, E. Schrödinger se propuso construir una ecuación para una función de onda que rigiera el comportamiento de las ondas de De Broglie asociadas a partículas. Buscaba una descripción que sirviera no sólo para las partículas libres, sino también las ligadas a un centro atractivo, como los electrones atómicos, y su famosa ecuación, que dio a conocer en 1926, produjo de inmediato resultados correctos para una gran cantidad de problemas atómicos, moleculares, etcétera.
¿Qué clase de ondas?
Pero ahora surge la pregunta: ¿de qué son estas ondas representadas por la función de onda, estas ondas que según De Broglie acompañan al electrón y le sirven de guía? He aquí una pregunta nada trivial; un par de observaciones muy simples bastarán para darnos cuenta de ello.
Según la fórmula de De Broglie λ = h/p = h/mν, la longitud de onda asociada a un electrón es inversamente proporcional a su velocidad, de manera que depende de su estado de movimiento, o mejor dicho, del movimiento relativo entre el electrón y el laboratorio (o entre el electrón y el cristal, por ejemplo, en un experimento de difracción). Luego no se trata de una onda intrínseca al electrón.
Pero, por otro lado, según la ecuación de Schrödinger, la función de onda Ψ(x) asociada al electrón depende de las condiciones de frontera a las que está sujeto el sistema. Esto indica que hay efectos no locales sobre el movimiento; por ejemplo, un electrón que se mueve en una cierta región del espacio registra (por medio de la onda) la presencia de un obstáculo, una rendija, etcétera, en otra región (conectada) del espacio sin necesidad de pasar por ella.
Schrödinger mismo ofreció una interpretación física de la función de onda que difiere de la idea original de De Broglie; pensó en un principio que el cuadrado de esta función puede representar la densidad electrónica en el espacio. Pero al poco tiempo esta interpretación fue descartada —porque los electrones siguen siendo partículas de pequeñísimo tamaño, mientras que la función Ψ tiende a extenderse a todo el espacio accesible— y sustituida por la que propuso Max Born, según la cual el cuadrado de Ψ representa la densidad de probabilidad electrónica, es decir, determina cómo se distribuyen los electrones en el espacio.
Nadie puede negar que Born tenga razón. Por ejemplo, si en una larga serie de experimentos equivalentes se mide la posición de los electrones, se reproduce el cuadrado de la Ψ correspondiente. Esto le da un sentido estadístico a la función de onda, pero también la desprovee de su contenido físico. ¿Cómo puede entenderse una onda de probabilidad difractada por un cristal?
Las interpretaciones de Ψ que ganaron terreno con la consolidación de la mecánica cuántica se fueron apartando más y más de las nociones realistas iniciales de de Broglie, Einstein y Schrödinger, y se fueron haciendo cada vez más abstractas o hasta subjetivas, al grado de que para no pocos físicos, y no representa más que el estado de ignorancia del observador.4
De manera que seguimos en la misma situación: sin saber de qué naturaleza física es la onda asociada a la partícula. Pero ahora con el agravante de que se cuestiona la legitimidad de la pregunta misma.
El electrón interfiere con…
Mientras tanto las manifestaciones ondulatorias del electrón se multiplican en el laboratorio. Se logran producir haces coherentes, más o menos ‘monocromáticos’, de electrones; se determina con alta precisión su longitud de onda; se desarrolla la óptica electrónica y se construye el microscopio electrónico. Se realizan con electrones el experimento de las dos rendijas —el famoso experimento de interferencia de Young— y todos los experimentos clásicos que en el siglo pasado condujeron al triunfo de la teoría ondulatoria de la luz. Se desarrollan la interferometría y la holografía electrónica. Cada nuevo experimento es una confirmación adicional de la hipótesis de De Broglie; pero cada nuevo experimento es también un reto a nuestro entendimiento del fenómeno cuántico.
Una pregunta que surgió una y otra vez a la luz de estas observaciones es: ¿por qué algunas veces el electrón se comporta como onda, y otras como partícula? Tomemos el clásico ejemplo del experimento de las dos rendijas, el que, según una famosa frase de R. Feynman, “es absolutamente imposible de explicar clásicamente,5 y contiene el corazón de la mecánica cuántica”. En este sencillo experimento, el haz de electrones pasa por las dos ranuras e incide sobre una pantalla formando el típico patrón de interferencia con zonas alternas de superposición constructiva y destructiva, como se ilustra esquemáticamente en la figura 1: los electrones fueron enviados inicialmente como partículas, pero se comportaron después como ondas.
Se han realizado muchas variantes de este experimento, con resultados similares. Lo interesante fue cuando se aprendió a controlar la emisión electrónica de manera que se pudo regular la intensidad del haz. Resulta que al disminuirse la intensidad lo suficiente, deja de observarse el patrón de interferencia y aparece una imagen granular, formada por los electrones conforme inciden uno a uno erráticamente sobre la pantalla (Figura 2). Si se prolonga el experimento, pero sin cambiar las condiciones, se puede observar la formación gradual del patrón de interferencia. De aquí puede concluirse que los electrones nunca dejan de comportarse como partículas con un movimiento individual impredecibles aunque un conjunto estadístico de ellas exhibe el patrón ondulatorio perfectamente regular y determinista.
Pero estos experimentos conducen a otra observación interesante. A muy bajas intensidades podemos estar seguros de que normalmente no hay más de un electrón en vuelo entre la fuente y la pantalla; en consecuencia, la interferencia no se realiza entre los electrones del pero entonces, ¿entre quiénes se realiza? Ante esta situación, se ha corrido la voz entre los físicos de que “el electrón interfiere consigo mismo”.
… y también los neutrones interfieren
Las cosas no se han quedado ahí. En 1974 se inició la interferometría de neutrones, empleando para ello un monocristal recortado de dimensiones macroscópicas (10 x 7 x 7 cm) que divide en dos partes un haz de neutrones y superpone después las partes produciendo su interferencia (Figura 3). Los neutrones son partículas con masa y espín, al igual que los electrones, aunque no poseen carga eléctrica. Normalmente se emplea como fuente de neutrones el combustible de un reactor nuclear, el flujo de neutrones detectados es tan bajo que, una vez más, se considera a los fenómenos observados en el interferómetro como producto de la “autointerferencia” del neutrón. Se pueden producir diversos fenómenos de interferencia, según la naturaleza del objeto que se inserte en el camino de uno de los haces (Figura 3).
Los resultados de los experimentos son espectaculares, y no dejan de sorprender, a pesar de que verifican al pie de la letra las predicciones de la mecánica cuántica. Por ejemplo, con la introducción de una placa retardadora (un material transparente) se obtiene un típico patrón de interferencia espacial como el dibujado en la figura 1. Con la inserción adicional de un imán en uno de los caminos se altera tan profundamente el comportamiento del sistema, que el resultado se interpreta como producto de la modificación del estado de espín de todos los neutrones aún de los que no pasan por la zona del imán.
Ondas de vacío
Antes de ofrecer una posible explicación de la naturaleza física de la onda representada por Ψ, regresamos una vez más a De Broglie.
En sus trabajos relacionados con el tema, De Broglie consideraba que a cada corpúsculo cuántico acompaña una onda de fase de muy alta frecuencia,6 la que a través del fenómeno Doppler7 da origen a una modulación (la onda de De Broglie) que satisface la fórmula λ = h/p. Sin embargo, como ya hemos visto, para que este efecto pueda darse, se requiere de un sistema de referencia respecto al cual se especifica el movimiento del corpúsculo; en otras palabras la onda de De Broglie es un efecto relativo de naturaleza relacionado con la onda estacionaria asociada a la partícula en movimiento y descrita desde un sistema en reposo respecto al observador. No deja de ser un tanto extraño que esta onda tan mal definida desde sus inicios y nunca bien conocida, se convierta en elemento central de la teoría cuántica, al comprobarse que ella satisface la ecuación de Schrödinger, la más importante de las ecuaciones que rigen el comportamiento de los electrones y todos los otros corpúsculos.
En los últimos tiempos ha comenzado a esbozarse un posible camino de solución a este problema, con la ayuda de una teoría que hace uso del postulado de que el espacio está ocupado por campos de fondo reales, de diversas naturalezas, cuyo valor instantáneo varía constantemente de manera azarosa e impredecible. Aunque esta idea pueda parecer extraña en un principio, es congruente con las concepciones cuánticas contemporáneas. Naturalmente la materia, al conectarse a estos campos, adquiere un movimiento azaroso o, en lenguaje más técnico, estocástico.
De los diversos campos que pueden concebirse como llenando el vacío, el verdaderamente importante para nuestra discusión es el electromagnético.8 En la teoría llamada electrodinámica estocástica se intenta demostrar que es la interacción entre este vacío fluctuante electromagnético y los electrones atómicos, lo que da a los átomos su estabilidad y todas sus propiedades cuánticas, incluido el espín. Dicho de otra forma, los electrones no son cuánticas per se, sino por su interacción con el campo electromagnético de fondo. Entonces también es de esperarse que las propiedades ondulatorias no sean intrínsecas de las partículas, sino una manifestación de su interacción con este campo de fondo. Aunque el programa de la electrodinámica estocástica no se ha cumplido cabalmente, podemos afirmar que algunos de sus resultados le dan credibilidad suficiente como para hacerla atractiva y plausible. Veamos cómo abordar el problema del origen de la onda de De Broglie desde la perspectiva de esta teoría.
Cuando se estudia el electrón como una partícula relativista en interacción con el vacío electromagnético, usando para ello los modelos más simples posibles, se encuentra que el electrón se pone a vibrar con frecuencia muy alta, dependiendo un tanto del modelo, puede ser más o menos cercana o incluso coincidir con la frecuencia ωc antes mencionada.
De hecho, este resultado no es en sí novedoso, pues recuerda un familiar fenómeno relativista de las partículas cuánticas conocido por su nombre alemán de zitterbewegung, que podemos traducir libremente como bailoteo. Sin embargo, en el nuevo contexto esto significa que el electrón vibrante interacciona con las ondas del campo electromagnético de vacío de alta frecuencia ωc, y la sobreposición de estas ondas con sus frecuencias desplazadas por efecto Doppler da lugar a una onda modulada, que coincide justamente con la onda de De Broglie.
Lo interesante es que la teoría usual de las ondas electromagnéticas, al ser empleada para la descripción de esta onda modulada, conduce de manera natural a la ecuación de Schrödinger. El cálculo en sí es viejo, pero la física es nueva: la onda de De Broglie queda identificada como una onda electromagnética del campo de punto cero, a la que se acopla el electrón según su particular estado de movimiento. Como esta onda recibe influencias de los bordes, obstáculos, etcétera, las que a su vez transmite al electrón, le imprime a la partícula un comportamiento caprichoso y una respuesta aparentemente no local frente a las condiciones del entorno. Esta onda puede difractarse, interferir, etcétera, y el electrón acoplado a ella exhibirá, estadísticamente hablando, los efectos de tales fenómenos ondulatorios. Naturalmente, sin haber perdido en lo absoluto su carácter de partícula.
Una característica atractiva de la presente explicación, aparte del hecho de darle un sentido físico concreto a uno de los elementos fundamentales de la teoría cuántica, es que en ella aparecen reunidos diversos aspectos conocidos de la física que tradicionalmente son considerados ajenos entre sí: la relativista y su característico zitterbewegung, la onda de fase asociada a la partícula, el campo de vacío, etcétera.
A la vez que esta teoría explica las propiedades ondulatorias del electrón como un fenómeno físico real debido al acoplamiento del electrón con el campo de vacío de muy altas frecuencias, la interacción con los componentes de bajas frecuencias ópticas o similares determina el comportamiento típicamente cuántico del electrón como corpúsculo, de acuerdo con la teoría usual de la electrodinámica estocástica. De esta manera, la dualidad onda-corpúsculo tan característica de la mecánica cuántica, tan inexorable, tiene como origen la coexistencia del corpúsculo y del campo, cada uno de éstos contribuyendo con sus propiedades esenciales.
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Notas
1. Esta afirmación es un tanto esquemática y corresponde más a la versión popular que a los hechos. En realidad, durante sus últimos trabajos sobre óptica, Newton elaboró una teoría de la luz muy compleja, que combinaba corpúsculos con ondas con el objeto de dar cuenta de una gama lo más amplia posible de los fenómenos por él conocidos.
2. Más ilustrativa aún de la situación en que se encontraban los físicos de la época es una frase posterior del propio Bragg: ‘La teoría clásica se usaba los lunes, miércoles y viernes, mientras que los martes, jueves y sábados se usaba la teoría cuántica de la radiación’ (antes de que los científicos ingleses adoptaran la semana inglesa de trabajo). 3. La relación entre estas dos expresiones es muy estrecha, pues al corpúsculo luminoso (fotón en el lenguaje actual) de energía E corresponde una cantidad de movimiento p dada por la relatividad como p = E/c, donde c es la velocidad de propagación de la luz en el vacío; luego p = hv/c = h/λ, puesto que λh = c. 4. A este tipo de interpretaciones se refería Schrödinger cuando habló despectivamente de la Ψ-cología. 5. Clásicamente quiere decir aquí: según las leyes de la probabilidad aplicadas al movimiento de partículas clásicas. 6. Esta frecuencia viene dada por la expresión wc = mc2/h, que da valores extraordinariamente altos, muchos órdenes de magnitud arriba de lo que la tecnología contemporánea permite artificialmente. 7. Este es el conocido efecto por el cual oímos que la frecuencia de una sirena cambia de tono conforme se acerca o aleja de nosotros. 8. El vacío electromagnético o campo de punto cero es un campo remanente, que persiste aun en ausencia de fuentes; es el que aparece representado por el término atérmico (independiente de la temperatura) en la fórmula completa de Planck para la distribución de la radiación del cuerpo negro. |
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Ana María Cetto
Instituto de Física,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Luis de la Peña
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Cetto, Ana María y Luis de la Peña, 1992. ¿Cómo entender las ondas de la materia? Ciencias, núm. 27, julio-septiembre, pp. 63-68. [En línea].
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Mauricio Beuchot | |||||||||||
Trataremos de visualizar el problema del aborto desde
la noción misma de vida humana, y ésta ha de enfocarse desde el problema de la humanización u hominización. Hacia estas consideraciones de la ontogénesis, más a la ontología* que a la genética, quiero dirigir mi atención. Puede tomarse a la ligera la declaración de alguien en contra del aborto, sobre todo si ese alguien es una institución. Esto se ve con respecto a la Iglesia católica, cuya oposición al aborto ven muchos como un anacronismo ignorante, una postura reaccionaria y antiprogresista, o un ejercicio injustificado del poder. Pero todos esos epítetos y calificativos supondrían que quien se declara en contra del aborto carece de argumentos para hacerlo y sólo adopta una postura impositiva y arbitraria.
¿Hay argumentos que respalden esa oposición al aborto?, y ¿cuáles son esos argumentos? Como filósofo tomista, esto es, seguidor de santo Tomás de Aquino, trataré de presentar algunos de los argumentos que ofrece la Iglesia católica para mantener esta postura que a muchos ha parecido simplemente retrógrada, pero que lo es sólo en la medida en que resulte retrógrada la defensa de la vida como uno de los derechos humanos.
Si aceptamos el supuesto del respeto por la vida humana, hemos de tratar de conservarla y promoverla en sus diferentes estadios y manifestaciones. La discusión comienza a centrarse, pues, en el caso del aborto, en el problema de cuándo hay en verdad vida humana. La Iglesia se opone precisamente al aborto en la medida en que trunca y cercena un proceso que desembocaría en la vida humana plena, porque ésta ya contiene en germen de esa misma vida humana. Mas a muchos les parece que eso de ver vida humana en proceso es estirar demasiado el concepto de “vida humana”, y que sólo puede hablarse de ella cuando hay plena seguridad de que algo es un ser humano, que tiene esa vida humana en propiedad. Lo malo es que a veces, para determinar si algo tiene vida humana, se confía demasiado en ciertas manifestaciones extrínsecas, fenomenológicas o empiriológicas, y muy poco se apela a los constitutivos intrínsecos de la persona, cognoscibles por consideraciones ontológicas, esto es, más plenamente filosóficas.
El punto de vista empiriológico o fenomenológico externo nos hace ver un ser humano, con vida propiamente humana, sólo allí donde las operaciones correspondientes a ese tipo de vida son muy ostensibles y manifiestas. Pero se corre el peligro de no alcanzar a ver los constitutivos esenciales del ser humano por falta de “exhibición”, por falta de asideros empíricos para constatarla. Y entonces consideramos que no es un ser humano aquel que no alcanza a convencernos de su naturaleza por no contar con manifestaciones de la misma que alcancen a hacerla evidente ante el tribunal de nuestra percepción. En concreto, suele faltarnos mucho la percepción de lo que escapa a lo constatable empíricamente, es decir, se nos escapa fácilmente lo que es entitativo, ontológico, o con esa palabra tan temible y vilipendiada, metafísico.
Esta capacidad de captar lo ontológico es una cosa que santo Tomás de Aquino pondría como requisito para poder discutir sobre distintos modos y niveles de la vida humana; más adelante veremos por qué. Así, en la argumentación católica, incluso del mismo santo Tomás de Aquino, se encuentran esos elementos ontológicos que son la esencia y la existencia. La esencia es inmutable e igual, la existencia es la que actúa y manifiesta a la esencia de modos mudables y variados. Pero la esencia no pierde con ello su inmutabilidad y necesidad.
Si centramos nuestra consideración del hombre en la esencia, la naturaleza o esencia humana será necesaria e inmutable, plena de derechos donde quiera que se encuentre, a pesar de que la existencia que hace concreta a dicha esencia no alcance a manifestar sus propiedades y derechos, ya que la existencia puede ser tan imperfecta o limitada que no llegue a darle toda su fuerza a la presentación de la esencia humana.
Tal es el caso del feto humano en sus diversas etapas de su formación, durante las cuales no siempre se alcanza a detectar la presencia cabal de la esencia o naturaleza humana, debido a que su existencia o modo de actuación no presenta de modo palpable o convincente esa esencia humana presente en él. Así, quien no alcanza a detectar la naturaleza humana con ese esencialismo sano que reconoce en las cosas un aspecto de fijeza e inmutabilidad a pesar de su innegable flujo dinámico incesante, tiende a no ver en el feto las características de la naturaleza humana y le resulta fácil permitir su eliminación. Es por lo que la Iglesia católica la condena.
Pero no es sólo una consideración privativa de la filosofía tomista, igualmente se da en una parte de la filosofía analítica reciente, la propugnada por Saul Kripke, Hilary Putnam y David Wiggins. La teoría del lenguaje de estos autores, que concibe los nombres como “designadores rígidos“ no de los individuos, sino de la clase, hace que en su ontología se acepten clases naturales, como “gato”, “limón” y “hombre” o “humano”. Todo individuo que pertenezca a esa clase lo hace por su esencia o naturaleza, y desde el comienzo se le aplica ese nombre. De esta manera, un ser humano lo es siempre y en todas sus fases de su proceso.
Asimismo, según el tomismo, en el proceso existencial de la constitución de la esencia, ésta no va cambiando en sí misma, ni su posesión por parte del ente en cuestión, sino la manifestación de dicha esencia en el ente que la posee (por ejemplo, el ser humano). Hay un momento en el que se reúnen las condiciones para que el individuo en gestación pertenezca a la naturaleza humana, momento que se considera en la Iglesia como el de la implantación del óvulo fecundado en el útero. Si atendemos a la causalidad unívoca al nivel mismo de la física, aceptaremos que hay allí un individuo humano, ya que, como se dice, “el hombre engendra al hombre”. Desde este momento, puramente físico (biológico), en el que vemos que el ente viene ya informado para ser lo que es, podemos pasar al nivel metafísico.
Primeramente, al nivel óntico de las operaciones. Estas nos colocan al nivel del sujeto/individuo, con unas reacciones que son netamente humanas, que nos atestiguan su naturaleza humana (alma-cuerpo), e indican una conciencia individual. Esta última no ha de confundirse con las funciones vegetativas, sensitivas e intelectuales que van apareciendo paulatinamente. Esto nos hace pasar al nivel ontológico, en el que apreciamos la substancia esencial con las funciones ya esenciales de hombre. En ese ente en gestación podemos ya detectar en devenir la plenitud del desarrollo humano, la madurez misma del hombre (en proceso), pues ésta no es accidental, sino plenamente esencial, con sus desarrollos accidentales ulteriores. Su información, su principio teleológico, su finalidad, son desde el comienzo intrínsecamente operantes. El ente en potencia próxima está ya informado con los atributos de su naturaleza o esencia.
El propio Aquinate nos previene aquí con respecto al ser potencial. No es un ser simple, hay varios grados de potencia o potencialidad, y no podemos tomarlos indiscriminadamente como si tuvieran el mismo grado de ser. Una es la potencialidad en sentido muy amplio, de sola posibilidad lógica, de que algo no es contradictorio, de que no tiene impedimento para existir, pero que no por ello reúne las condiciones inmediatas para existir. Es una potencia como mera posibilidad (potencia objetiva). Ciertamente ella no bastaría para considerar algo como en proceso para ser. Por ejemplo, no están en el mismo grado de potencia el semen o el óvulo humanos y el feto ya implantado, uno es mera posibilidad, el otro está en potencia ya concretizada en un individuo, existiendo éste como ser humano, aunque no plenamente manifestado. Contiene ya en sí una mayor virtualidad para llegar a ser lo que se espera de su naturaleza, con tal que no se impida el proceso existencial de su esencia.
A esa potencia, santo Tomás la llama “potencia subjetiva” (subjetiva no en el sentido del sujeto cognoscente, sino en el sentido de que tiene un substrato o sujeto en el cual realizarse, que es su naturaleza). El óvulo fecundado se encuentra ya en potencia próxima de producir al hombre, si no se impide el proceso de su desarrollo. Y allí se encuentra ya la presencia ontológica de una persona humana, en potencia próxima, sí, pero en un camino decidido para alcanzar esa constitución y esa realización de la esencia humana. Ese individuo ya viene informado para ser lo que es. La Iglesia quiere respetar ese ser que se halla en proceso, en un devenir no meramente “posible”, sino con una potencialidad próxima, con una virtualidad precisa de realizar en plenitud la naturaleza humana. Por eso no puede permitir sin más el aborto.
Se ha argumentado que la noción de persona en potencia es oscura y discutible porque se basa en la noción de potencia profesada por Aristóteles, y él mismo dice en su Metafísica, Libro IX, capítulo 8, que toda potencia para algo es también potencia para su contrario, y que por ello la persona en potencia es también no-persona en potencia. Pero eso no lo dice Aristóteles así, indiferenciadamente de toda potencia en general. Se está tomando ese texto fuera de su contexto, de manera inválida. En efecto, al objetar esto no se distinguen los diversos tipos y grados de potencia que hay para Aristóteles, y debido a esa simplificación la objeción pierde toda fuerza.
Para el Estagirita la potencia próxima o virtual no está igualmente en potencia para su opuesto como lo está la potencia remota. De manera indiferenciada no vale ese argumento textual (sobre todo, porque, como se ha dicho, no responde al contexto en el que Aristóteles lo enuncia), ya que el Estagirita sostiene que la potencia, mientras más próxima es para su acto propio está más alejada del acto opuesto. Una persona que tiene la justicia en potencia próxima o virtual, es decir, que se acerca decididamente a la virtud de la justicia por el empeñoso ejercicio de pequeños actos virtuosos en ese orden de lo justo, está más alejada de lo opuesto, esto es, de la injusticia, que la que aún se encuentra en potencia remota de la misma virtud, y que no hace ningún esfuerzo por ser justa. Y así sucede con cualquier virtud, la cual es una cualidad o accidente. Pero también, de manera semejante, en el orden de la substancia, un ente en potencia no tiene (aún) la forma o esencia humana, por ejemplo, cuando está en potencia remota, pongamos por caso el semen; pero ya la tiene como él mismo dice incoada o incoativamente cuando se encuentra en potencia próxima de la misma.
Además, en el caso del feto humano se cumple la exigencia aristotélica de que lo que está en potencia próxima pertenezca a la misma especie de lo que está en acto y lo generó, es decir, una potencia de este tipo no carece de forma ni esencia. Nos dice Aristóteles que, en el orden de la substancia (en este caso, la substancia biológica), “todo lo que se genera llega a ser algo a partir de algo y por obra de algo que es de la misma especie” (IX, 8,). Y esto lo dice partiendo del ejemplo del hombre: el feto humano pertenece ya a la misma especie del adulto que lo engendró, “como el hombre [se engendra] del hombre”.
En este punto es importante hacer notar que una postura incluso más fuerte es la que encontramos como derivada de los filósofos analíticos recientes que hemos mencionado. En esto coinciden con el aristotelismo. De la teoría de la referencia de Kripke y Putnam se sigue que “x es un ser humano” puede aplicarse a un embrión o a un zigoto. En efecto, “ser humano” es un nombre y, si la teoría causal de la referencia es verdadera, entonces es un “designador rígido” y debe aplicarse rígidamente a las entidades que designa, en toda la gama que tengan.
Alguien podría objetar que aún queda por determinar qué entidades pertenecen a la esencia humana, y que los embriones y zigotos pueden quedar excluidos de la misma. Pero esto no procede, ya que precisamente abarca esos estadios originales de las cosas que pertenecen a la clase natural. Así, decir que el feto se convierte en un ser humano a partir de un cierto estadio de su desarrollo embrionario (Becker, Brody) no será coherente con esta teoría. Y es justamente el origen determinado, una de las propiedades esenciales que señala Kripke para pertenecer a una clase natural. Por ello, el feto no sería una persona potencial, sino una persona sin más (David Wiggins defiende la tesis de que la noción de persona es coextensiva a la de ser humano).
Así, el hombre sería persona en todo momento de su vida, y en el rechazo del aborto no se estaría pasando de decir que es malo matar personas y por ello es malo matar personas potenciales, sino que se tomarían siempre como personas, sin más, a los fetos. Pero también, como hemos visto, mucho depende de cómo se entienda la potencialidad para que ésta pueda operar en un argumento válido en contra del aborto.
Nota
* Disciplina filosófica que trata de las principales categorías y conceptos de la realidad o del ser.
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Referencias Bibliográficas
Putnam, H., 1991, El significado y las creencias morales, UNAM, México.
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Mauricio Beuchot
Instituto de Investigaciones Filológicas,
Universidad Nacionla Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Beuchot, Mauricio. 1992. Reflexiones filosóficas sobre el proceso inicial de la vida humana. Ciencias, núm. 27, julio-septiembre, pp. 59-61. [En línea].
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Adriana O. Ortega | |||||||||||
La práctica del aborto es una constante sociosexual:
nunca ha existido época en la que las mujeres no recurran a esta práctica. Sin embargo, la respuesta social, religiosa y política ante el deseo de las mujeres de no llevar a término su embarazo, ha sido diferente a lo largo del tiempo. Es decir, esta ha oscilado desde la represión explícita hasta la ignorancia social que tolera esta práctica en tanto que la ignora. Interesa preguntarnos ¿cuándo pasó México de ser una sociedad que toleraba la práctica del aborto a una sociedad persecutoria de mujeres que ponen fin a su embarazo?, ¿qué factores son los que movieron a legisladores y luchadores sociales a tomar una postura al respecto?, y ¿cuál es la respuesta social que esta legislación generó?
La primera ley sobre el aborto en México fue parte del primer código penal que habría de regir el México liberal e independiente, el cual entró en vigor en 1871. El artículo 569 del Código Penal dice a la letra:
“Llámese aborto, en derecho penal, a la extracción del producto de la concepción y a su expulsión provocada por cualquier medio, sea cual fuere la época de la preñez, siempre que ésta se haga sin necesidad. Cuando ha comenzado ya el octavo mes del embarazo, se le da también el nombre de parto prematuro artificial, pero se castiga con las mismas penas del aborto.”
En las Actas de la Comisión del Código Penal, que registran los debates que surgieron a propósito de aborto, durante la sesión número 43 del día 26 de abril de 1869 la discusión giró en torno a la legislación sobre el “riesgo y la intención en que se pone a la criatura, cuando se expele al feto con intención antes de que haya cumplido el tiempo de la concepción”. Las sanciones diseñadas para el aborto se dirigieron a condenar el que las mujeres interrumpieran voluntariamente su embarazo, al mismo tiempo que hacían una defensa de los derechos de los no nacidos.
Luis de la Barreda, uno de los pocos investigadores que ha realizado estudios jurídicos sobre el tema del aborto, interpreta la baja punidad que se estableció para el aborto como resultado de la menor valorización que se da a la vida en potencia sobre la vida humana. De la Barreda argumenta que si bien dentro de la legislación el aborto es un crimen, resulta paradójico que la pena asignada a éste sea mucho menor que la programada para crímenes similares. De la Barreda nos dice “recuérdese que el legislador establece las punibilidades según el valor que se otorga a los bienes jurídicos protegidos. Es claro, entonces, que se considera de menor valor la vida del producto de la concepción que la vida de un ser ya nacido.” El mismo autor aplica estas reflexiones para explicar la baja punibilidad del abono en el Código de 1871: “En este ordenamiento, el límite máximo de punibilidad para el aborto sufrido con violencia —que se consideraba y se considera el más grave de los abortos— era de seis años de prisión. La pena máxima aplicable al aborto procurado por móviles de honor era de dos años de prisión.”
A la desigual valorización que sobre la vida humana compartían los legisladores, se suma la concepción sobre las mujeres y lo femenino. Al revisar las actas llaman la atención los acuerdos implícitos que sobre el tema existían, pues los legisladores, que emplearon innumerables sesiones y cuartillas para discutir los atenuantes de los crímenes realizados por la pobreza, no reflexionaron sobre las razones que llevan a las mujeres a abortar. De igual manera, los legisladores nunca se propusieron una discusión sobre los posibles atenuantes de la práctica del aborto. Lo anterior facilitó que los legisladores pudieran venir sus reflexiones conclusivas sobre el tema del aborto en menos de una cuartilla. Queda claro que el objetivo principal no era conceptualizar el delito, sino que más bien se trataba de establecer una norma moral que condenara el aborto y permitiera sancionarlo si fuese necesario.
La legislación sobre el aborto tomaba al sujeto masculino y lo masculino como punto de partida para la construcción de sus normas y sanciones. Por ejemplo, dentro del esquema liberal que rigió la elaboración del Código Penal de 1871, se consideraba como un serio agravante la intencionalidad de un individuo superior en facultades hacia un desvalido o inferior en condiciones, y fue éste uno de los delitos más perseguidos. En tanto que la mujer se consideraba inferior, el que incurriera en aborto nunca se consideró como un crimen de igual dolo, que el que podía cometer un hombre con fuerza superior sobre otro. Mas aún, el haber tomado una decisión de esta naturaleza hubiera significado colocar a las mujeres como sujetos con voluntad propia, lo cual habría requerido modificar el esquema de inferioridad y protección en que las mujeres estaban colocadas.
Otro ejemplo de los esquemas de inferioridad que conformaban las concepciones que se tenían de las mujeres, era el no considerar adecuadas las “penas de honor” para enfrentar cualesquiera de los delitos en que incurrieran las mujeres, incluido el aborto. Penas de honor como pérdida del empleo o de los derechos civiles, eran aplicadas de manera severa a los hombres que abusaban del ejercicio de sus cargos públicos. El hecho de que estas “penas” fueran diariamente aplicadas a las mujeres por su condición femenina nunca fue motivo de debate para los legisladores penales.
Podría argumentarse que la apología que el código penal hizo de la pobreza extrema como atenuante de los delitos, abría la posibilidad de que ésta fuera un posible atenuante para las mujeres que recurrían al aborto. Aunque no contamos con estadísticas sobre la aplicación de la pena de aborto, los estudios históricos sobre la situación de la mujer a finales del siglo pasado muestran que la crítica situación en que se encontraba México era particularmente grave para las mujeres, quienes se encontraban en medio de la pobreza y la ignorancia.
Así, el Código Penal captó la doble moral que imperaba para los sexos. De esta manera el liberalismo asumió los principios de la Ilustración, según los cuales, tanto jueces como magistrados y acusados, poseían una moral fundada en el libre albedrío, la inteligencia y la voluntad. Al mismo tiempo, la vida de las mujeres se asumía dentro de la familia y quedaba regida por el código familiar, el cual, como ya hemos visto, colocaba a la mujer en condición de protegida, sin derechos políticos y mínimos derechos sociales.
El contexto en que ocurrió esta legislación, comprende, en primer término, la política poblacionista que dominaba el pensamiento liberal, en segundo, el catolicismo laico que perduró después del intento de ruptura de la relación Estado-Iglesia por parte de los liberales, y tercero, en asociación directa con lo anterior, la actitud del gobierno liberal hacia las mujeres. Finalmente, el surgimiento de un movimiento feminista que no estaba listo para incorporar en su agenda las contradicciones de reproducción de las mujeres.
En un país en donde las mujeres carecían de los más elementales derechos políticos y sociales, el obtener la ciudadanía o el tener acceso a la educación, eran temas prioritarios para el movimiento feminista de la época. Tuvieron que transcurrir otros cincuenta años de la historia de México para que la mujer, por primera vez, demandara sus derechos a controlar su capacidad reproductiva.
Respecto a la población, puede decirse que el tema de la maternidad se restringía al problema de ampliar la fertilidad para hacer de México un país rico. Para los prohombres del liberalismo en México, como para sus contemporáneos en el mundo, el tema de la fertilidad se resumía en una frase: “Poblar es gobernar”. Según los pensadores de la época, como José María Vigil, la población de México no guardaba proporción con su territorio, ya que ésta era mucho menor, y tal escasez era vista como una de las causas de la debilidad y la pobreza de México. Según ellos, esto nos hacía víctimas de constantes invasiones y era causa del profundo contraste entre los infinitos recursos que encerraba el subsuelo y la miseria prevaleciente.
Implícitamente, este planteamiento se contradice con la idea de la maternidad voluntaria, ya que de entrada subordina la crianza, el parto y el embarazo al ejercicio de gobierno. Sin embargo, mientras que en la práctica la maternidad es y ha sido siempre, una cuestión de mujeres, al buscar aumentar la población, muy poco se tomaban en cuenta las dificultades que enfrentaban las mujeres para sacar adelante a sus hijos.
En segundo lugar, el peso de la Iglesia católica se mantuvo durante el periodo liberal. Prueba de lo anterior es la “intolerancia de cultos”, según la cual, en México se limitaron formalmente los poderes económicos y políticos de la iglesia católica, pero ésta mantuvo su postura privilegiada en el ejercicio reconocido de la religión. Destacados historiadores como Luis González, señalan que la separación entre clero y Estado fue más limitada de lo que la nueva élite liberal quiso aparentar.
Dos de los aspectos que parecen conectar el pensamiento liberal con el catolicismo, son la aceptación por ambos de la indisolubilidad de la unión matrimonial heterosexual, y el concebir la fertilidad, y por ende, la formación de una familia como la actividad central en la vida de las mujeres.
Dentro del matrimonio laico la mujer continuó ocupando el “sitio privilegiado”, es decir, la mujer seguía sin tener derecho a herencia, separación de bienes, actividades fuera del hogar. De esta manera el liberalismo, considerado muchas veces como un pensamiento “enterrador de mitos”, mantuvo una postura harto conservadora respecto al papel social de la mujer.
En este contexto, la creciente oposición de la Iglesia a las legislaciones liberales sobre el aborto a escala internacional, fue un detonador de la ley sobre aborto en México. Respecto a este último punto, destaca el hecho de que, durante 1860, se inicia la labor teológica política del Vaticano para difundir a lo ancho del mundo la prohibición del aborto.
Sintetizando, la afinidad ideológica entre liberalismo y catolicismo habría bastado para explicar por qué a los legisladores penales les interesaba reglamentar la práctica del aborto. Asimismo, la alta fertilidad y la baja sanidad, fueron cuestiones de peso para que, en el contexto de una política pronatalista, surgiera una ley que hacía punible el aborto. Sin embargo, la hipótesis que aquí se sugiere, es que la legislación del aborto se convirtió en un “acuerdo de caballeros” entre políticos y jerarcas religiosos. Así, aunque en la práctica Gobierno e Iglesia hubieran roto relaciones, era reconfortante saber que el Estado no se interesaba en trastocar “el orden divino establecido en la tierra por la Iglesia”, particularmente en alterar la situación de la mujer. Lejos de ello, el Estado se adhería a las enseñanzas religiosas en ese sentido. Por tanto, la confrontación Iglesia-Estado se convirtió en un conflicto de intereses. El preservar a la familia como soporte social evitaba que Iglesia y Estado entraran en una confrontación frontal absoluta.
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Referencias Bibliográficas
De la Barreda, L., 1991, El delito de aborto, una careta de buena conciencia, Porrúa, México.
Actas de la Comisión del Código Penal, 1869. Moreno de P., A., 1944, Curso de derecho penal mexicano, Jus, México. González, L., 1976, El liberalismo triunfante, en Historia General de México, El Colegio de México. |
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Adriana O. Ortega Programa de aborto, Population Council, México. |
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cómo citar este artículo →
Ortega, Adriana O.. 1992. La primera legislación sobre aborto en México. Ciencias, núm. 27, julio-septiembre, pp. 55-58. [En línea].
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Horacio Merchant Larios |
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Como toda actividad humana, el conocimiento científico
también es susceptible de una evaluación ética. Sin embargo, considero que utilizar dicho conocimiento para apoyar o atacar posiciones ideológicas (políticas o religiosas) es absurdo. Un ejemplo extremo lo encontramos en el reciente esfuerzo de Jean Guitton (1991) para “probar” la existencia de Dios, basado en los avances de la astrofísica y la mecánica cuántica. Aunque con argumentos intelectualmente fascinantes, su interpretación no pasa de ser una alternativa al pensamiento materialista, que usa el mismo conocimiento para “demostrar” que Dios no existe.
El tema del aborto, con todas sus implicaciones sociales, resulta particularmente delicado, sobre todo cuando se trata de externar públicamente una opinión personal. Como biólogo dedicado al estudio del desarrollo embrionario, no puedo dejar de reflexionar y preocuparme, al escuchar algunas opiniones que se externan, basadas en argumentos biológicos, en las que se exige que se castigue a aquellas mujeres que por un motivo u otro se vean en la penosa necesidad de practicarse un aborto.
Brevemente, una cromátida de cada cromosoma homólogo (pares de cromosomas, uno de origen materno y otro de origen paterno), intercambian “paquetes” de genes en forma aparentemente azarosa. Este proceso le otorga una identidad genética propia, lo que lo hace único entre todos los demás óvulos y entre el resto de células del organismo materno. Además, desde que se inicia el desarrollo, dentro del ovario humano existe una férrea selección que provoca que, de alrededor de 7 millones de óvulos primarios, solamente llegan a liberarse entre 350 y 400 durante toda la vida reproductiva de la mujer. Esta cantidad es relativamente pequeña y enfatiza la singularidad de cada uno de los óvulos que alcanzan la madurez.
Sin intentar entrar en más detalles, podemos asegurar que cada óvulo es una célula única, con identidad propia y con “casi” toda la potencialidad para dar origen a un nuevo ser. El “casi” se debe a que en los mamíferos, incluyendo al hombre, para que un óvulo se desarrolle hasta ser un organismo completo, requiere la contribución de un espermatozoide. Sin embargo, en varias especies de vertebrados e invertebrados, es común encontrar un desarrollo partenogenético, en el cual no se necesita la contribución del espermatozoide. Además, aun en los mamíferos, el óvulo es capaz, bajo ciertas condiciones experimentales o patológicas, de iniciar las primeras etapas del desarrollo en ausencia del espermatozoide. En esta misma línea de ideas, es ya un hecho incontrovertible que en todas las especies, sin excepción, el ovocito posee los factores reguladores necesarios para que se establezca el “plan de desarrollo embrionario”.
A nivel molecular esto puede expresarse en términos de ARNm y proteínas reguladoras que se almacenan en el citoplasma, en forma más o menos localizada (según la especie), durante el proceso de ovogénesis. Es decir, que el genoma materno, por sí mismo, es responsable del inicio del desarrollo embrionario y, en algunos casos, es suficiente para el desarrollo completo del organismo. Visto de esta manera, cabe preguntarse que, si el óvulo posee individualidad y toda la capacidad para desarrollarse como un nuevo individuo, ¿a partir de qué etapa es válido impedir que se desarrolle?
Si como única medida de planificación familiar se acepta la abstinencia total o el método del ritmo, ¿no se está induciendo un microaborto, evitando conscientemente que un óvulo alcance toda su capacidad y se desarrolle como un nuevo ser?
Hay otro grupo de personas “más tolerantes”, que no se oponen al uso de anticonceptivos en general, sin embargo, insisten en considerar al aborto como un crimen que debe ser castigado por la ley. Aquí también es conveniente conocer un poco más de cerca al desarrollo embrionario como proceso. Los anticonceptivos basados en hormonas sintéticas y sus análogos, en general evitan la ovulación; es decir, el óvulo no sale de su nicho en el ovario para poder ser fertilizado y, eventualmente, muere por el proceso de atresia. Es interesante enfatizar que en el caso de la anticoncepción por abstinencia, el óvulo muere en el oviducto en un lapso que va de 24 a 48 horas después de la ovulación, si no se encuentra ahí al espermatozoide requerido para continuar su desarrollo.
Los métodos anticonceptivos mecánicos (condón, diafragma, DIU, etcétera) y quirúrgicos (vasectomía, ligadura de trompas), lo que hacen en general es evitar el encuentro de las gametos (óvulo y espermatozoide), o sea, desde el punto de vista del óvulo, son equivalentes a la “abstinencia consciente” (abstinencia inconsciente sería aquella en que los individuos se abstienen de realizar el coito por razones ajenas a la anticoncepción).
De manera que lo condenable o no de tal actitud, trasciende con mucho lo que sabemos desde el punto de vista biológico y, por lo tanto, varía el aspecto ético. Lo inmoral, a nivel del conocimiento científico, sería falsear la presente evidencia, sosteniendo que la vida de un ser humano en el seno materno, se inicia a partir de una etapa arbitrariamente elegida. Si el óvulo es el eslabón entre una generación y la siguiente, ¿en qué etapa de su desarrollo es moral evitar que continúe?
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Referencias Bibliográficas
Jean Guitton, 1991, Dieu et la Science: Vers le Meta réalisme, de Pacademie Française, Edition Bernard Grasset, París.
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Horacio Merchant Larios
Instituto de Investigaciones Biomédicas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Merchant Larios, Horacio. 1992. Bases embriológicas para justificar o penalizar el aborto. Ciencias, núm. 27, julio-septiembre, pp. 51-53. [En línea].
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César Carrillo Trueba |
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“Decisiones, cada día,
alguien pierde, alguien gana, Ave María. Decisiones, todo cuesta, salgan y hagan sus apuestas, ciudadanía” Rubén Blades
“En las lejanas y paradisiacas tierras de la Nueva Guinea,
acaban de encontrar un grupo de seres que, de no ser por el abundante pelo que cubre sus cuerpos y sus brazos largos como de chimpancé, bien podría asegurarse que se trata de humanos. Su andar erguido, las herramientas que fabrican, la producción de fuego, los numerosos entierros de sus muertos, y la manera de comunicarse entre ellos a través de una especie de lenguaje articulado, denotan una naturaleza humana. Mas su baja estatura, el reducido volumen de sus cráneos y un pronunciado prognatismo, los acerca más a los simios.
¿Humanos o simios? Difícil responder. Si tienen un Dios con seguridad son hombres, afirman los voceros del clero. Para los materialistas ortodoxos no hay duda, son humanos: fabrican herramientas, signo de trabajo. Los biólogos creen haber encontrado el tan buscado eslabón perdido, y ¡vivo! El volumen craneal hace dudar a los racionalistas de la capacidad mental de estos seres. Tal vez sean sólo simios. Los lingüistas no creen que tales gemidos puedan asimilarse a una lengua como la de Shakespeare. ¿Cómo es su sexualidad? ¿El producto de un humano y uno de estos seres sería viable y fértil?
El debate ha ido in crescendo y cada vez parece más improbable que se llegue a un consenso en lo que define y caracteriza a un ser humano. Mientras tanto, aprovechando la confusión, un inteligente hombre de negocios ha decidido emplear a estos inciertos seres en una mina, tratándolos como esclavos. Su argumento es que todavía no hay demostración alguna de que se trate de humanos.
Este escenario constituye la trama de la novela Les Animaux dénaturés, de Vercors, escritor francés, la cual fue publicada en una época en que la idea gradualista de la evolución era centro de grandes discusiones públicas. Vercors quiso mostrar lo difícil que es, en un proceso continuo, definir el momento o el límite entre una etapa y otra, entre una categoría y otra, entre un antropoide y un Homo sapiens, en este caso. En su historia, la defunción de lo que caracteriza al ser humano queda en el aire.
Algo similar ocurre con el debate en torno al aborto. ¿Cuándo empieza la vida humana?, ¿en el momento de la fecundación?, ¿al implantarse el huevo en el útero?, ¿al terminar la diferenciación y la formación de los órganos?, ¿al aparecer el corazón o las primeras neuronas? De la manera en que se conteste esta pregunta depende la aprobación o no del aborto, su limitación a cierto tiempo transcurrido. Tal respuesta va a marcar la frontera entre un homicidio y un acto legal, la eliminación de un ser humano o no.
La ciencia contemporánea ha arrojado muchas luces sobre tan compleja cuestión. Los trabajos de Pasteur terminaron con la idea de una continuidad constante entre lo inorgánico y lo orgánico, entre lo vivo y lo no vivo, a pesar de los dolores de cabeza que todavía dan algunos organismos, como los virus, que se resisten a quedar en algún lado de la línea divisoria. La teoría de la generación espontánea quedó relegada, dando paso a una nueva en la cual la aparición de la vida es vista como un hecho que tuvo lugar en un momento determinado de la historia de la tierra, como un evento irrepetible.
El conocimiento que se tiene del desarrollo de los seres vivos, en particular del Homo sapiens, puede ser considerado como la base obligada de todas las discusiones acerca del aborto. Sin embargo, este es el tipo de interrogantes que tal vez no pueden ser resueltas por la ciencia. Los hechos biológicos no tienen significado por sí mismos, su valoración siempre es social, depende del peso que se le otorgue a cada uno de ellos, de las concepciones e ideas dominantes, de la moral y la política. Esta cuestión dependería por lo tanto de otras instancias, y la ciencia sería solamente un punto de apoyo. Nos topamos aquí tal vez con lo que Peter Medawar llama los límites de la ciencia.
Inventar el hombre
Desde un punto de vista biológico, desde que el hombre es hombre, el ciclo de vida de cualquier ser humano transcurre más o menos de la misma manera. El hecho de que los seres humanos vivan en sociedad hace que la percepción que se tiene de ésta varíe en cada época, en cada cultura.
La llamada fase de adolescencia es un buen ejemplo de ello. Desde los años veinte, Margaret Mead mostró en un estudio ya clásico en la antropología, que la adolescencia es una categoría cuyo origen se encuentra en las sociedad estadounidense de principios de siglo. Margaret Mead piensa que esto se debe a que la sociedad de entonces era muy inestable por la incesante inmigración de europeos, muy cambiante, en donde los conflictos entre generaciones alcanzaron magnitudes no conocidas en el Viejo continente. Este hecho, aunado a un aumento en el conocimiento de los cambios fisiológicos que ocurren durante tal edad, llevó a los psicólogos a establecer la existencia de una etapa particularmente difícil: la adolescencia. Desde entonces miles de padres de familia leen sendos manuales para aprender cómo tratar a sus hijos adolescentes, y un universo infinito ha sido creado para que ellos puedan vivir su adolescencia, llenando los bolsillos de dinastías enteras de comerciantes.
En esta misma línea, las investigaciones de Philippe Aries en tomo a la aparición de la categoría de infancia, son esclarecedoras. Aries, historiador francés, plantea que el concepto de infancia fue gestado durante los siglos XVI y XVII, cuando una corriente de reformadores se lanzó en cruzada pidiendo que los niños fueran educados e internados con este fin, arguyendo que a esa edad requieren de una especie de cuarentena previa a su aceptación en el mundo de los adultos. Este proceso llevará décadas de labor, hasta culminar tiempo después con la aparición del concepto de infancia. Resulta interesante saber que todavía a mediados del siglo pasado en la lengua francesa no existía la palabra “bebé”, que tan bien les suena a los galos, o bien, que las estadísticas inglesas no distinguían entre niño abortado, nacido muerto y muerto después del nacimiento. La consolidación de esta categoría obligará a dar a los niños un trato especial que implicará una mayor atención de las madres, todo ello basado en un concepto ideal de lo que debe de ser la niñez.
Aparentemente la concordancia entre el nacimiento de un niño y el considerarlo humano, es parte de la tradición judeocristiana de Occidente y es compartida por otras culturas. Sin embargo, en muchas más esto no es así. La pertenencia a la comunidad es lo que confiere este estatuto al recién nacido y el tiempo que ello requiere es muy variable. Generalmente este evento es celebrado con un rito o ceremonia.
Así, entre los habitantes del norte de Ghana, el niño recién parido no es considerado todavía un ser humano, es apenas un niño-espíritu que es reclamado por el mundo de los espíritus. Durante siete días la madre será encerrada con su niño aguardando el desenlace de la lucha que se está librando. Su muerte indicará que no era de este mundo, pero si sobrevive, será aceptado entre los humanos como uno más de ellos. Algo similar ocurre entre los Ashanti de África occidental, en donde la madre permanece durante ocho días en un cuarto oscuro con el recién nacido. Una ceremonia de ingreso al género humano espera al infante sobreviviente.
En el sur de la India, los toda mantienen encerrado durante tres meses al recién parido sin que le dé la luz. Si vive, su rostro será expuesto al sol, y será él llevado al templo en donde se realizará la ceremonia de bienvenida a la familia humana. En los Estados Unidos, antes del exterminio de casi todos los indios, los hopi tenían la costumbre de efectuar una ceremonia a los veinte días del nacimiento, en la cual se purificaba a la madre, se presentaba el infante al Sol y se le daba nombre. Con ella se marcaba el ingreso del niño a la comunidad.Todos estos ejemplos muestran que las fases en que puede ser dividido el ciclo de vida humana dependen mucho más de la cultura, de los diferentes aspectos sociales, que de factores biológicos. “El hombre, sin ningún apoyo y sin ninguna ayuda, está condenado a cada instante a inventar al hombre”, escribió Sartre.
Crimen y castigo
Las repercusiones de la división del ciclo de vida humana sobre el problema del aborto son bastante claras: al establecer el inicio de la vida humana se marca el límite entre el crimen y un acto sin mayor trascendencia, entre el castigo y la indiferencia social. En cualquier sociedad en donde se mate a un niño considerado ya parte de la comunidad, ya humano, se está cometiendo un delito que amerita una sanción. Eliminar un ser que todavía no lo es, que se encuentra en formación, que puede llegar a serlo, no merece castigo.
Por ejemplo, entre varios de los grupos amazónicos, la eliminación de niños nacidos con algún defecto es una práctica común. Jíbaros, Kayapós y Waiwais piensan que se trata de niños procreados por espíritus perversos, por lo que no merecen vivir entre los humanos, pues no lo son. Los arunta, habitantes del centro de Australia, creen de igual manera que los niños nacidos prematuros no son humanos, sino más bien fetos de canguro que seguramente se metieron por error en un vientre de mujer.
Evans Pritchard, quien por años estudió los nuer de Sudán, cuenta cómo la muerte de un niño pequeño no es vista como la de una persona. “Un nuer dirá que tiene un hijo hasta que éste tenga seis años de edad”. Asimismo, para los yanomami de América del Sur, los niños son sólo apéndices de la madre, “carne y sangre de la madre”, hasta cumplir tres años, y su muerte temprana no es considerada como la de un miembro de la comunidad. De manera similar, los atayal de Formosa no castigan el asesinato de un niño menor de dos o tres años.
En todas estas culturas, el infanticidio, es decir, el asesinato de un niño que ya es considerado en ellas como parte de la comunidad, es severamente castigado. No obstante, también existen sociedades en las cuales la expulsión del feto es considerado como un infanticidio. Los Azandé del África central castigan con la muerte a la mujer que haya usado un abortivo. En La Rama Dorada, J. G. Frazer describe cómo entre los bantúes del sur de África, el que una mujer aborte y lo oculte es visto como una catástrofe de dimensiones cósmicas. Un curandero cuenta que “cuando una mujer ha tenido un aborto, cuando ella ha consentido que su sangre fluya y ha ocultado el feto, es suficiente para ocasionar que los vientos abrasadores soplen y resequen el país con su calor; la lluvia ya no cae, el país ya no está bien. Cuando la lluvia se aproxima al sitio donde está la sangre, no se atreverá a acercarse, temerá y permanecerá a distancia. Esa mujer ha cometido un gran crimen: ha corrompido el país del jefe, pues ha ocultado sangre que aún no estaba bien cuajada para formar un hombre. Esa sangre es tabú. Nunca debió gotear en el camino. El jefe reunirá a sus hombres y les dirá: ‘¿Está todo en orden en vuestras aldeas?’ Alguno responderá: ‘Tal o cual mujer está preñada y aún no se ha visto la criatura que ella ha parido’. Entonces van, arrastran a la mujer y le dicen: ‘Muéstranos en dónde lo has ocultado’. Van al sitio, cavan y después rocían el agujero con una cocción de dos clases de raíces preparada en un puchero especial. Hecho esto, toman un poco de la tierra de la fosa y la tiran al río, recogen agua del río y rocían con ella el sitio donde la mujer derramó su sangre. Todos los días siguientes se lavará con la medicina, y después de realizado todo esto, el país volverá a estar húmedo (por lluvia)… Así nosotros neutralizamos la desgracia que las mujeres nos han traído sobre los caminos y la lluvia está en condiciones de llegar. El país está purificado”.
De almas y cuerpos
A menos de que se piense que la sociedad occidental es la más desarrollada, que es la detentora de la única e indiscutible verdad, es evidente que los hechos biológicos no se bastan a sí mismos, que su valoración depende de múltiples factores históricos y sociales.
Quizá la mayor diferencia entre la cultura occidental y muchas otras culturas, es la idea de que la separación física de la mujer y el niño constituye el momento de su ingreso a la comunidad humana. En Occidente, niño que nace vivo, aunque sea prematuro, automáticamente tiene todos los derechos de un ser humano. Esto conforma, por lo tanto, la creencia alrededor de la cual ha tenido lugar el debate en torno al aborto en esta parte del mundo, el marco cultural.
En esta disputa, la iglesia católica ha desempeñado un papel preponderante. Dueña de cuerpos y almas, esta institución ha llevado la batuta de la moral a lo largo de siglos. Sin embargo, su posición no siempre ha sido la misma. En sus inicios, la incipiente Iglesia se tenía que enfrentar al imperio de Roma, y muchas de sus posiciones se van a delinear en función de la moral prevaleciente en ese entonces. Los romanos no condenaban mayormente la práctica del aborto, y parece ser que el uso de abortivos era uno de los tantos métodos para evitar el embarazo, junto con el coitus interruptus y el empleo de diafragmas. El escándalo que causaban a los cristianos las grandes fiestas romanas sigue resonando como eco en las cavernas del tiempo.
La Iglesia va a condenar el aborto esencialmente por ser una manera de ocultar el pecado de fornicación, de lujuria, y en menor medida, como el asesinato de un ser humano. Entre los primeros teólogos existía un acuerdo en cuanto al primer aspecto, la condena era unánime, y sólo la penitencia del pecador podía conseguir el perdón. Predicando en contra de este acto, san Jerónimo escribió en el siglo V: “Algunas, cuando se enteran que están embarazadas por un pecado, abortan usando drogas. Con frecuencia mueren y se presentan ante las autoridades del mundo inferior, culpables de tres crímenes: suicidio, adulterio contra Cristo y el asesinato de una criatura todavía no nacida”.
El segundo aspecto no reunía el mismo consenso. Existían fuertes polémicas acerca del momento en que un aborto constituía un homicidio, un pecado. Las posiciones más encontradas eran, por un lado, las sostenidas por quienes pensaban que desde el momento de la concepción ya se trataba de un ser humano, y por el otro, aquellos que afirmaban que la formación del embrión era necesaria para poder hablar de un humano completo, con cuerpo y alma. El mismo san Jerónimo defendía una posición extrema al condenar a las mujeres que “toman pócimas para asegurar la esterilidad y son culpables del asesinato de un ser humano todavía no concebido”.
Para san Agustín (354-430) era evidente que no se puede hablar de seres humanos completos. “Pero quién no está dispuesto a pensar que los fetos sin forma mueren como semillas que no han fructificado”, escribía, concluyendo que “la gran pregunta sobre el alma no se decide apresuradamente con juicios no discutidos y opiniones temerarias; según la ley, el acto del aborto no se considera homicidio, porque aún no se puede decir que haya un alma viva en un cuerpo que carece de sensación ya que todavía no se ha formado la carne y no está dotada de sentidos”.
En un breve e interesante folleto sobre este tema, Jane Hurst muestra cómo influyó la centralización del poder al interior de la Iglesia en esta polémica. Durante casi la mitad de su larga vida, la Iglesia funcionó de manera local, sin leyes canónicas; es decir, leyes dictadas por el poder central, lo que permitía la existencia de una pléyade de opiniones acerca del aborto, al igual que muy diversos castigos, los cuales eran consignados en catálogos penitenciales.
El lapso de cuarenta días era considerado como el tiempo necesario para que se formase el cuerpo de un ser humano, sin el cual no puede haber alma, ya que, de acuerdo a los principios aristotélicos predominantes, no puede haber espíritu sin materia. Partiendo de estos principios, y basándose en una antigua idea recapitulacionista del mismo Aristóteles, santo Tomás de Aquino (1225-1274) va a elaborar la explicación más completa acerca del proceso de formación de un ser completo. “El alma vegetativa, que viene primero, cuando el embrión vive la vida de una planta, decae y le sigue un alma más perfecta, la cual es a la vez nutrimental y sensible, y entonces el embrión vive una vida animal, y cuando ésta decae le sigue un alma racional inducida del exterior… Ya que el alma se une al cuerpo como su forma, no se une a un cuerpo del que no es propiamente el acto. Y el alma es el acto (la realización) de un cuerpo orgánico”. Según Aquino, este proceso dura cuarenta días, aunque parece ser que este santo, heredero de los prejuicios del maestro Aristóteles, afirmaba que en las mujeres duraba ochenta días, con lo cual seguramente insinuaba que en ellas tarda más en llegar la razón.
A pesar de la heterogeneidad de opiniones, la condena del abono por el pecado de lujuria, por separar el sexo de su función reproductiva, prevalecía dentro de los clérigos. Mientras que los debates proseguían acerca del momento de la aparición del alma en la formación del ser. La posición de santo Tomás va a perder terreno paulatinamente. La idea preformista que sostenía que el ser ya se encontraba totalmente formado en el espermatozoide, para los animalculistas, y en el óvulo según los ovistas, así como el creciente culto de la Inmaculada Concepción de María, que alcanzó su auge en 1701 con su designación como fiesta de guardar de la iglesia universal, van a inclinar la balanza en contra de la idea de Aquino. “La doctrina de la Inmaculada Concepción enseña que María, aunque nació de padres humanos, recibió la gracia santificante en su alma en el momento de la concepción, y nació sin pecado original. Esto implica que María tenía un alma tan pronto como fue concebida. Si María recibió la infusión del alma desde el momento de la concepción, entonces quizás sea así para todos los humanos”, explica Jane Hurst. El poder papal va a hacer lo demás.
En 1869, Pío IX emite una condena al aborto en cualquier momento del embarazo y propone castigarlo con la excomunión. Desde entonces, para la iglesia católica el aborto es un homicidio. Esta posición quedó sancionada en el Código de Ley Canónica de 1917, el cual prescribe la excomunión tanto para la madre como para doctores y enfermeras que participen en un aborto. A la fecha, la posición oficial de la Iglesia no ha cambiado. El aborto es condenado en tres casos: “en el caso del aborto terapéutico, cuando se mata a un inocente; en el matrimonio para evitar la procreación; en casos de prácticas sociales y eugenésicas aplicadas por varios gobiernos”. Paulo VI tuvo el mérito de añadir, en 1968, la condena de los métodos anticonceptivos, citando a Juan XXIII, quien sentenciaba que “la vida humana es sagrada; desde el primer momento revela la mano creadora de Dios”.
El control de las almas
Al mismo tiempo que Pío IX emitía la Apostolicae Sedis condenando el aborto en cualquier momento del embarazo, en buena parte del mundo seguía causando conmoción la teoría de Charles Darwin, proliferaban catecismos positivistas y monismos materialistas, el marxismo aún no se congelaba bajo ese nombre, las tesis de Malthusi causaban furor y Sir Francis Galton publicaba su primera obra: Hereditary Genius.
Con la teoría de la evolución la Iglesia recibió un golpe de la misma magnitud que el asestado por la teoría heliocéntrica de Copérnico. El hombre dejaba de ser una criatura divina distinta al resto de los seres vivos, hecha a imagen y semejanza del creador. Una nueva batalla se libraba entre ciencia y religión, un combate más de una guerra ya vieja, iniciada desde la aparición de la burguesía, la cual había conformado su propia visión del mundo en contraposición a las ideas del clero, criticándolas en cada aspecto de la vida, como lo ha mostrado tan claramente Bernhard Groethuysen: “De un lado la iglesia, del otro la burguesía. No es menester, en absoluto, que por parte de la burguesía se trate de una hostilidad de principio contra la iglesia; lo esencial resulta el hecho mismo de una conciencia colectiva diferenciada y autónoma frente a la iglesia. Ahora bien, parece evidente que el burgués trata con el tiempo de dar también una expresión precisa a esta conciencia cada vez más sólida, y quisiera ver codificados los principios directivos de su vida autónoma, aproximadamente en una forma que correspondería a la exposición de los dogmas de la iglesia católica usual en ésta”.
En este proceso, la ciencia desempeña un papel fundamental. La construcción de esta nueva moral busca una concordancia entre los “pueblos civilizados” alrededor de “los puntos esenciales de la moral, por mucho que sean de diferente opinión en los de la religión”. Dicho proyecto marca de entrada una división entre religión y moral, y define el carácter que debe de tener esta última: reflejar los ideales y la racionalidad que guían la vida de la burguesía. “La religión ya no desempeña ningún papel en la vida del burgués: ya no determina sus decisiones. Lo que hace y lo que omite depende de motivos puramente propios del más acá”, dice Groethuysen, “…el bien general, las buenas costumbres sociales, el orden, la paz dentro de la colectividad: a esto se limitan todas las virtudes”. El hombre honrado se convierte en el ideal de todo burgués respetable.
Ya dominado el mundo material, la burguesía se lanza a la disputa por el control de las almas. Y en esta cruzada, en la conformación de la nueva moral, la teoría de la evolución de Darwin aporta una contribución valiosa. En la búsqueda de la naturaleza humana, fundamento indispensable para la construcción de la nueva moral, la teoría darwiniana es la lente a través de la cual se puede hurgar en nuestro pasado biológico para conocer la esencia de los hombres. La cuestión del aborto también pasará bajo esta óptica.
Curiosamente, fue un primo del mismo Darwin, Francis Galton (1822-1911), quien sentó las bases de lo que va a constituir el marco conceptual al interior del cual se planteó el problema del aborto: la eugenesia o ciencia del mejoramiento biológico del ser humano. Basada en la teoría de la selección natural de Darwin, la eugenesia (del griego et, bueno y genet, generado) se presenta como una ciencia objetiva, con capacidades predictivas. Galton la define como “la ciencia del mejoramiento de la raza, la cual no se limita de ninguna manera a los problemas de uniones racionales, sino que, en el caso del ser humano en particular, se ocupa de todas las influencias susceptibles de conferir a las razas más dotadas un mayor número de posibilidades de prevalecer sobre las razas menos aptas”.
Francis Galton tenía una gran fascinación por las medidas, por la cuantificación. Inventó métodos para medir el aburrimiento del público durante algún evento, los aplausos, la distribución de la belleza femenina en los barrios de Londres, y la inteligencia de los jefes de tribus africanas. Envió textos a la recién creada revista Nature explicando cómo preparar el té, cómo cortar un pastel para que dure tres días sin secarse (Cutting a round cake on scientific principles), y teorizó, entre muchas otras cosas, acerca de la inferioridad de la mujer, a la que atribuía un menor desarrollo de los sentidos ya que no era capaz de percibir el valor real de las mercancías, de aquí que los comerciantes siempre las birlaran.
Este genio victoriano pensaba que era necesario emplear la estadística para dar a la biología el estatuto de ciencia exacta. Y fue basándose en la estadística que determinó que la inteligencia —“el talento y el genio”— se transmite de padres a hijos, es decir, por medio de la herencia biológica. A partir de ello, Galton propone que sea favorecida la reproducción de los “más dotados” y que se disminuya, e incluso interrumpa, la reproducción de los “menos aptos”. Para Sir Francis era necesario que la sociedad llevara a cabo de manera constante, metódica y rápida, lo que la naturaleza ha hecho ciega y lentamente: favorecer a los “más aptos”.
El éxito de la eugenesia fue mundial. Para principios de siglo ya existían asociaciones eugenésicas en gran parte del mundo, teóricos que la defendían y completaban, y gobiernos que promulgaban leyes en su favor. El redescubrimiento de las leyes de la herencia de Mendel fue un gran apoyo a este movimiento, como lo explica Pierre Thuillier, la asociación simplista entre un gen y un carácter dominó durante cierto tiempo las mentes de la época. La teoría de Weissman acerca del paso de una generación a otra del “plasma germinal” sin influencia alguna del soma o cuerpo, servirá para argumentar contra la supuesta influencia del medio social en la formación de características como la inteligencia, predicada por los socialistas.
La medida más empleada por los gobiernos que hicieron caso de las recomendaciones “científicas” del movimiento eugenésico fue la esterilización forzada de los considerados débiles mentales, tarados, criminales, y demás “lacras sociales”. El determinismo biológico gozaba de mucha popularidad en el pensamiento norteamericano de principios de siglo, lo cual favoreció la implantación de las primeras medidas de este tipo en el estado de Indiana en 1907, y posteriormente en cerca de 30 estados más. Así, para 1935 el total de esterilizados —hombres, mujeres y niños— alcanzaba la cifra de ¡21,539! Mientras que en Alemania, al año de haber sido promulgada la ley nazi de esterilización forzada, esto es, en 1934, esta cifra llegó a ¡56,244! En The Miss measure of Man, el gran Stephen Jay Gould da cuenta de las repercusiones de este tipo de pensamiento en los últimos cien años. Aún sobreviven mujeres que difícilmente pueden ser consideradas débiles mentales, que fueron esterilizadas sin siquiera saberlo, y que en vano trataron de tener hijos.
Los otros tres métodos que la eugenesia propone para mejorar la especie humana son los análisis prenupciales obligatorios para garantizar la salud de la progenie —a los que ya estamos tan acostumbrados—, el “control científico” de la natalidad, que es la idea eugenésica llevada a política de Estado, como en la Alemania nazi, y el aborto eugenésico. Los eugenistas distinguen entre aborto terapéutico, que se practica para “salvar la vida o la salud de la madre” y el aborto eugenésico que, como explica un teórico latinoamericano de esta “ciencia”, “se impone para proteger el cuerpo o la salud social, cuando existen fundadas presunciones que el niño por nacer tenga taras físicas o mentales, herencia patológica de locura, epilepsia o mentales, o cuando la miseria económica de los padres impida atender el sustento de los hijos”, esto es, cuando hay pobreza, la cual, como es sabido, engendra el mismo tipo de problemas.
El movimiento eugenista siempre se enfrentó a la religión. El ideal que según sus defensores se encontraba “en armonía con la naturaleza”, se oponía a una moral cristiana que para ellos no estaba basada en los procesos naturales de la vida, en la evolución biológica. El objetivo de Galton se inscribía en el viejo proyecto de la burguesía ilustrada de fundar una nueva moral racional “científica”. Galton pensaba que la eugenesia podría llegar a ser “un dogma religioso para la humanidad”, y auguraba que tras la desaparición de la religión tradicional, “una especie de clero científico tomaría su lugar”. Sus seguidores, apoyándose en las ciencias, continuaron atacando la religión. La disputa por el control de las almas proseguía.
Del individuo a las poblaciones
El auge del eugenismo y al mismo tiempo su colapso, lo constituye el Tercer Reich. Nadie llevó tan lejos el ideal del desarrollo de las “razas superiores” y la desaparición y control de las “inferiores”. Aunque en los Estados Unidos este movimiento declinó fuertemente con el crack de 1929 (ni tan superiores, pensaron de los antiguos magnates que hacían cola para la sopa popular junto con desempleados y demás “seres inferiores”), no fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial que la idea de “razas inferiores” y “superiores” sufrió una completa desacreditación. Así, quienes todavía pensaban de esta manera tuvieron que callar tal vez en espera de tiempos mejores, y los que dudaban —que no eran los menos—, apaciguaron sus incertidumbres acerca de la naturaleza humana. El cambio en torno a estas ideas ocurrió sin que hubiera prueba alguna o resultado científico que pusiera fin a la polémica, como lo señala Pierre Thuillier, citando un estudio de W. B. Provine. Las cámaras de gas de los nazis fueron argumento suficiente para acallar las dudas acerca del resultado de la hibridación de razas humanas distintas, de una “posible degeneración”, como se planteaba en términos científicos.
Lamentablemente, a pesar de tanta atrocidad, el racismo no desapareció de la faz de la Tierra, colocándose en donde se le ha abierto camino, como es el caso de las políticas de control de la natalidad. La transformación ocurrida en la genética evolutiva, en la cual el individuo deja de ser la unidad de cambio evolutivo dando paso a las poblaciones, va a repercutir en los nuevos planteamientos eugenistas y raciales, que a su vez repercutirán sobre las políticas poblacionales. De hecho, uno de sus artífices, R. Fisher era devoto de Galton. Ya no es el individuo sino la población lo que hay que controlar.
Asimismo, los cambios ocurridos en las relaciones entre los países colonizados y las potencias coloniales debido a las luchas de liberación nacional de los primeros, la incipiente industrialización de algunos de ellos, y la constitución del bloque socialista, van a modificar el escenario internacional. El crecimiento poblacional de los países dominados se convertirá en el nuevo “coco”, como lo señala R. Petchenski: “a mediados de la década de los cincuenta, demógrafos, geógrafos, planificadores familiares, y economistas, comenzaron a señalar la ‘explosión poblacional’, particularmente en el Tercer Mundo (la imagen de una bomba explotando parecía resonar con la bomba atómica). El ‘exceso de población’, advertían, devoraría el abastecimiento de comida, acelerada la pobreza y el desempleo, ‘desestabilizaría’ el clima político, y en consecuencia pondría en peligro las inversiones extranjeras y la paz mundial. De esta manera, la idea de la explosión poblacional parecía dar al pensamiento y a las prácticas neomalthusianas “nuevas bases científicas”, una nueva fuente de legitimación que había perdido después de los horrores nazis. A pesar de las voluminosas estadísticas y las proyecciones numéricas generadas para apoyar esta idea, el aura de autoridad ‘científica’ casi servía sólo de disfraz a imágenes eugenésicas y racistas fuera de moda. Folletos publicados por grupos dedicados a población como el Draper Fund y el Population Council, mostraban hordas de caras amarillas y cafés apiñándose sobre una pequeña tierra, mientras que en el New York Times aparecían anuncios firmados por prominentes industriales, previniendo a la clase media urbana del peligro existente en los barrios bajos, de los pleitos callejeros, el crimen y los pobres. Se hicieron propuestas para poner esterilizantes en el agua o la comida de los países del Tercer Mundo y a condicionar la ayuda a tales países a su participación en los programas de planificación familiar (esto último se convirtió, de hecho, en la política de los Estados Unidos ejercida a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo, AID)”.
Los Estados Unidos no querían ver arruinado su nuevo imperio a causa de la inestabilidad política que reinaba en el Tercer Mundo y que según ellos se debía al rápido crecimiento poblacional. Así, J. D. Rockefeller III fundó en 1957 el Population Council con el fin de “proporcionar apoyo científico y político” para el control poblacional, financiar programas y, sobre todo, formular políticas en este campo. Otros empresarios también constituyeron fundaciones con el mismo objeto. Para todos estos filántropos, el aborto no era un medio adecuado para el control poblacional. Es cierto que es una medida no preventiva que conlleva una serie de complicaciones morales, y que en la década de los cincuenta implicaba riesgos graves. No obstante, esta opinión va a cambiar en la siguiente década, y para fines de los años sesentas, el mismo J. D. Rockefeller, que condenaba el aborto, va a declarar que a pesar de ser “siempre una tragedia”, el aborto es necesario. Esta transformación es explicada por la misma Petchenski: “la ideología neomalthusiana de la explosión poblacional y la ideología médica de las razones “terapéuticas” o “mentales” para abortar, se combinaron proporcionando una racionalización respetable para la reforma legal que muchos profesionistas liberales, académicos, clérigos, hombres de negocios y políticos, ya veían como inevitable.”
Las campañas de control demográfico auspiciadas por la AID se extendieron por todos los países del Tercer Mundo. Millones de dólares se gastaron en ellas. Algunos gobiernos en su afán por agradar a las potencias llegaron incluso a practicar esterilizaciones involuntarias en mujeres (por lo general después de un parto se les ligaban las trompas). Bolivia, la India y México, entre otros, fueron escenarios de estos excesos.
Sin embargo, el éxito de estas campañas de control fue muy relativo. Las condiciones socioeconómicas en que viven la mayor parte de los habitantes del Tercer Mundo hace muy difícil cualquier planificación. Las píldoras no se toman regularmente, los condones no son tan accesibles, los dispositivos intrauterinos causan infecciones, etcétera. Es por ello que la tolerancia hacia el aborto ha hecho camino en las cabezas de los planificadores y gobernantes. Si a esto aunamos los costos de hospitalización de la enorme cantidad de mujeres que sufren abortos mal practicados a causa de las condiciones de clandestinidad y miseria, la incorporación del aborto voluntario a las medidas de control poblacional resulta muy comprensible.
En México las campañas de control poblacional han sufrido cambios drásticos a lo largo de este siglo. La Revolución contemplaba la implantación de centros de planificación familiar, mas esta propuesta fue tan efímera como muchos otros proyectos, ya que la institucionalización del movimiento revolucionario acabó con esta idea y lanzó una gran campaña de procreación argumentando que era necesario el crecimiento demográfico para “defenderse de las potencias extranjeras expansionistas”, entre otras cosas. Esta política llegó a convertirse en ley en 1947, la cual duró hasta 1973, fecha de la emisión de la nueva ley de población. En este año culmina el cambio de actitud del gobierno que, siguiendo los dictados exteriores y después del movimiento estudiantil de 1968, empezó, como lo señala Susan Pick, a “usar la planificación familiar como un medio para reducir la explosión demográfica”.
Por sus objetivos como por las ideas en que se basan, estas campañas no toman en consideración el punto de vista de los individuos, en particular de la mujer. Los deseos de dominación de un país sobre otro, de una clase sobre otra, de un sexo sobre otro, son patentes. La idea de que el exceso poblacional es causa de miseria, de que hace falta controlar los nacimientos de los pobres para redimirlos de la pobreza, son parte del arsenal ideológico de dominación en esta sociedad global. Como se puede apreciar, las ciencias sociales aportaron su granito a este esquema que permite perpetuar viejas ideas bajo diferentes caretas.
¿Un mundo feliz?
El mismo fenómeno ocurre en el medio de las ciencias naturales, basta con leer algún texto de Konrad Lorenz, H. Eysenk, o E. O. Wilson, el padre de la Sociobiología. Al igual que con los movimientos y asociaciones eugenésicas: en 1972, la antigua American Society for Eugenics cambió a Society for the Study of Social Biology, mas su plataforma de pensamiento sigue siendo el mismo determinismo biológico. Nuevos nombres, viejas ideas.
El aborto eugenésico parece haberse transformado en “eugenésicamente positivo”, aunque buena parte de lo que éste cubría se maneja por medio del aborto terapéutico. No obstante, la persistencia de ciertas ideas eugenistas confiere un tinte ambiguo a este último. Las técnicas que actualmente permiten detectar anormalidades en el embrión durante el embarazo por medio de la extracción de una muestra del líquido amniótico que rodea al embrión, la cual contiene células del mismo, han abierto la puerta a algunas de las viejas obsesiones eugenistas. Al analizar las células embrionarias es posible encontrar alteraciones genéticas que producen enfermedades o anormalidades.
En principio, este tipo de estudios no puede ser visto más que como positivo. Detectar enfermedades que harán imposible la vida del futuro niño o de la madre y evitar el nacimiento, es muy loable. El problema reside en los límites de lo anormal, es decir, en la posibilidad de que la idea de anormalidad se extienda alcanzando dimensiones que rayen en lo eugenésico. Si estas ideas no existieran entre los científicos y médicos que se dedican a este campo —que son quienes exponen los problemas y en muchas ocasiones aconsejan a los pacientes—, semejante preocupación sería solamente paranoia. Desafortunadamente, el duende del eugenismo aún ronda muchas de estas cabezas. Las declaraciones del Dr. Cecil B. Jacobson, uno de los pioneros en la técnica de amniocitosis, son una pequeña prueba de ello: “El problema del mongolismo no es más que el aspecto más visible del problema en su conjunto. Yo quisiera llevar las cosas un poco más lejos. ¿Desearía usted por ejemplo, tener un hijo que morirá de cáncer a los cuarenta años si la tendencia a desarrollar cáncer puede ser detectada antes de su nacimiento? Por supuesto que todavía no hemos llegado a eso. Pero si pudiéramos decir por medio del estudio embrionario que los individuos tendrán cáncer cuando lleguen a los cuarenta o a los cincuenta, yo estaría en favor de abortarlos ahora. Eso eliminaría para siempre ciertas formas de cáncer”.
Tales declaraciones no constituyen un caso extremo. En un apasionante libro, dos médico estadounidenses pasan lista a múltiples y numerosas afirmaciones similares, salidas de la boca de científicos de todos los calibres. Es realmente asombroso leer que Sir Francis Crick, Premio Nobel por descubrir junto con J. Watson la estructura del ADN, piensa que “ningún recién nacido debería de ser reconocido humano antes de haber pasado cierto número de pruebas sobre su dotación genética (…) y si no pasa las pruebas, pierde su derecho a la vida”. El libro de J. Rifkin y T. Howard deja por momentos helado.
Un ejemplo de lo que puede causar este tipo de ideas resulta más ilustrativo. En la década de los sesentas aparecieron en Nature una serie de artículos acerca de una supuesta relación entre una alteración cromosómica y una conducta agresiva y criminal. Esta alteración, que afecta a hombres solamente, consiste en la existencia de un cromosoma XYY en lugar de XY, y los portadores de ella no sufren de trastorno o complicación alguna, o al menos eso se pensaba. Sin embargo, en estos trabajos se mostraba una alta frecuencia de portadores de este cromosoma en hospitales de enfermos mentales que tenían un comportamiento agresivo, así como en instituciones penales. Una simple relación estadística. Esta idea alcanzó tal popularidad en los medios de comunicación que hasta un best seller se escribió sobre el tema: The XYY man —que no era precisamente la vida de Rambo, sino la de un espía inglés.
En 1973 una antigua presidenta de la American Association for the Advancement of Science, Bentley Glass, envió a Science un texto en donde mencionaba la posibilidad de detectar el cromosoma fatídico por medio de la amniocitosis, lo cual llevaría, de acuerdo a su impecable lógica, a un aborto razonable por parte de la madre para así librar para siempre a la sociedad de todas las lacras que, según ella, genera este cromosoma. Dos años después, el caso de una mujer que, al enterarse de que su hijo es portador del cromosoma XYY, decide abortar, causa estrépito.
El escándalo surgió por el hecho de que, desde 1965, año de aparición del primer artículo acerca de la supuesta relación entre el cromosoma XYY y un comportamiento criminal, las críticas nunca cesaron, es decir, que jamás hubo un consenso en torno a esta relación. Varios estudios fueron realizados en clínicas de recién nacidos en Escocia, país en donde se habían llevado a cabo los trabajos anteriores, así como en Francia, entre adultos de comportamiento normal. Los resultados obtenidos fueron similares, esto es, que la frecuencia de individuos portadores del cromosoma XYY es la misma en el resto de la población.
El problema es serio si uno se entera de que, por ejemplo, según el National Institute of General Medical Sciences, en los Estados Unidos existen doce millones de personas que portan genes que causan parcial o totalmente enfermedades o malformaciones, es decir, gentes que pueden ser completamente sanas y que solamente son portadores. La pregunta es: ¿habrá que impedir que nazcan niños que portan estos genes aun cuando no se sabe si presentarán o no la enfermedad?, pues como lo señala uno de los principales investigadores de este instituto, el Dr. J. Epstein, “llevando las cosas al extremo, prácticamente todas las enfermedades pueden ser atribuidas a defectos genéticos”.
Como no es posible regresar a las antiguas prácticas de esterilización, el aborto puede constituirse en un medio muy adecuado gracias a la amniocitosis, aunque tal vez en el futuro las manipulaciones genéticas sean la herramienta idónea. “La rápida expansión de las técnicas de detección genética están creando el clima que conviene al resurgimiento de un eugenismo negativo, en el que se dispondría de los seres “defectuosos” (cualesquiera que sean los criterios que pueda emplear la sociedad para definirlos) como se hacía con los bebés inoportunos en la antigua Esparta”, afirman J. Rifkin y T. Howard.
Estas ideas generan una presión social que hace sentir culpables a los padres de niños “anormales”, por el costo social que éstos representan para el Estado (puede ser sólo una enfermedad controlable a base de un tratamiento costoso). La facilidad con que se practican abortos a mujeres hispanas y negras en los Estados Unidos, país en donde los subsidios a los grupos marginados han sido severamente reducidos, se basa en esta idea, que está claramente plasmada en una declaración del Dr. Joseph Fletcher de la Universidad de Virginia, quien piensa que de no realizarse una reproducción selectiva, habrá que soportar “el enorme costo de los cuidados médicos y quirúrgicos, de los medios artificiales y controles dietéticos por el creciente número de víctimas”, lo que además le parece completamente inmoral e irresponsable, ya que “tenemos el deber sagrado de controlar nuestra herencia”.
El problema sigue siendo la definición de lo que se considera un “mal gen” y las implicaciones sociales de ello. La segregación y discriminación que se desató contra los negros estadounidenses portadores del gen que provoca la anemia falciforme es otra muestra de esto. Pérdida de empleos, interdicción de ocupar ciertos puestos, aumento en el costo de sus pólizas de seguros, y hasta compañías de aviación que se negaban a llevarlos, fueron algunas de las medidas que tuvieron que soportar los portadores de este gen que solamente es letal si el individuo es homocigoto, es decir, si ambos padres eran portadores del cromosoma que la ocasiona. Ser negro en los Estados Unidos no es sencillo, como se pudo ver recientemente en Los Ángeles, pero además tener “un mal gen”… Detrás del horror que experimenta el hombre ante todo lo que es genéticamente defectuoso se disimula, por supuesto, la imagen del ser humano perfecto. Los mismos términos de defecto, tara, anomalía, enfermedad, y riesgo, presuponen tal imagen, una suerte de prototipo de la perfección”, afirma con certeza Daniel Callahan, del Hastings Institute.
Disfrazado de moral y deber “sagrado”, un neoeugenismo fluye por las neuronas de muchos científicos. La idea de “asumir hasta las últimas consecuencias” sus “verdades”, no es del todo marginal, como lo ilustran las reflexiones de otro Premio Nobel, Jaques Monod, al comentar los conflictos entre la “vieja moral religiosa” y la “nueva moral científica” en las sociedades modernas, las cuales, según él, “han aceptado recoger los frutos de la ciencia, pero no han aceptado, suponiendo que lo hayan entendido, la ética del conocimiento que es el fundamento mismo de éste. Esta ética es de hecho la única capaz de colocar la primera piedra de un sistema de valores compatible con la misma ciencia y apto para servir a la humanidad en su edad científica”.
De hacer caso a quienes piensan así, nuestro futuro será ni más ni menos que el descrito por Aldous Huxley en Un mundo feliz. Este genial escritor percibió perfectamente bien la esencia de semejante forma de pensamiento, lo cual se debe con seguridad al conocimiento tan cercano que tuvo de él, pues su hermano fue Julian Huxley, un célebre biólogo partidario de la eugenesia, que pensaba que “para todo progreso importante a nivel nacional e internacional, no podemos apostarle a una intervención azarosa de los factores sociales y políticos…, ni siquiera a un mejoramiento de la educación, sino que debemos de contar cada vez más en el aumento del nivel genético de las capacidades intelectuales y manuales del hombre”. Comunidad, Identidad, Estabilidad, tal era la consigna de Un mundo feliz.
Las oscilaciones del Príncipe
En las disputas entre ciencia y religión, entre la “nueva moral” y la “vieja moral”, el poder político ha mantenido una posición muy ambigua. Laico en muchos países, el Estado ha cobijado siempre a la intelectualidad aunque frecuentemente la ignore arrodillándose devotamente ante el clero. Asimismo, cuando es necesario, el Estado hace uso de su mano fuerte para mantener el poder de la Iglesia bajo control. Es la política del péndulo.
Bernard Groethuysen explica el origen de estas oscilaciones. En la construcción de su nueva moral, la recién encumbrada burguesía se dedicó afanosamente a la búsqueda de la esencia humana. Una de las características fundamentales de esta naturaleza resultó ser, como ya se mencionó antes, la honestidad. “Se afirma, y es hoy día opinión universalmente difundida, que hay independientemente de toda religión un cierto amor a la justicia que nos fue infundido por la naturaleza, y que se muestra bastante, por lo menos para hacer de nosotros hombres honrados”, escribió Caraccioli, un autor del siglo XVIII. Sin embargo este punto se fue resquebrajando con las objeciones que se levantaban en su contra. “Las gentes del pueblo, opinan varios representantes de la ilustrada clase burguesa, no son honrados ‘por naturaleza’, en su naturaleza social no está el ser honrados, como es el caso tratándose del burgués. De aquí resulta la consecuencia de que en interés de la sociedad no es conveniente renunciar en las actuales circunstancias a toda influencia religiosa. La religión no debe serle quitada al pueblo, y ‘el cristianismo es sin duda la mejor que se le puede ofrecer en este respecto’, dicen las gentes honorables, según nos refiere el cura de Gap. El burgués puede vivir sin religión y seguirá siendo probo y cumpliendo de un modo honrado sus obligaciones. Pero sería sumamente imprudente querer extender esto sin más al pueblo”.
Necker, quien escribió un tratado acerca De l’importance des Opinions Religieuses, pensaba que “ni siquiera en las organizaciones sociales mejor ordenadas es posible evitar que los unos gocen sin trabajo ni pena de todas las cosas gratas de la vida y que los otros, que son mucho más numerosos, se vean obligados a buscar con el sudor de su rostro el más mezquino pasar y la más mísera remuneración”. Y se preguntaba: “¿osará alguien afirmar que si las diferencias en la distribución de la riqueza constituyen un obstáculo para el desarrollo de una moral política, habría que trabajar para destruir estas diferencias?” a lo cual respondía negativamente, argumentando que la mejor solución es “una moral robustecida por la religión para mantener enfrenados a estos numerosos espectadores de tantos bienes provocadores de envidia, que tienen constantemente ante los ojos y a la menor distancia lo que llaman felicidad, sin poder no obstante aspirar jamás a ella”. Así, señala Groethuysen, “no se puede negar que la religión es útil para la conservación del orden social establecido. La propiedad está mucho más segura bajo el amparo de la religión que bajo el de una moral laica emancipada”.
Desde entonces el Príncipe, como diría Maquiavelo, se encuentra acomodado y atrapado entre clérigos y devotos ciudadanos, por un lado, y burgueses ilustrados, intelectuales orgánicos, científicos, masones, tecnócratas, y demás librepensantes, por el otro. Las políticas sobre la cuestión del aborto, como ya vimos, ilustran este conflicto.
El reino de este mundo
A pesar de la complejidad de este problema, las conciencias individuales se rigen por una serie de valores que, en nuestra sociedad, oscilan entre estos dos extremos, aunque, como siempre, es posible encontrar una gama de opiniones, mezclas extrañas, y demás combinaciones, llegando hasta quienes se ubican al margen de todo tipo de religión, científica o clerical. Sin embargo, muy a pesar de las políticas de control de la natalidad, de tabúes, mitos, castigos, y demás medidas coercitivas, las mujeres siempre han abortado. Como dice Rosalind Petchensky, “cualesquiera que sean las normas, las mujeres persisten en intentar adecuar la fertilidad a sus propios ritmos de vida y necesidades”.
En México, aun cuando está prohibido el aborto voluntario, según algunas estimaciones, anualmente se realizan cerca de 800,000 abortos. Hay quienes piensan que esta cifra es conservadora y calculan en 2,000,000 el número de abortos que año con año se practican, lo cual parece a muchos demasiado exagerado. Un estudio del IMSS reportó en 1976 un aborto por cada ocho mujeres embarazadas. Una Encuesta Nacional de Fecundidad elaborada en 1987 señala que una de cada seis mujeres en edad fértil ha tenido un aborto, esto es, un 14% del total de las mujeres en edad fértil, lo cual significa que unos 2,700,000 mujeres han abortado alguna vez lo que no checa con lo que dice el IMSS ni con lo que reportan los centros hospitalarios en 1980: 110,000 mujeres internadas por complicaciones causadas por un aborto mal practicado.
La confusión y la falta de cifras no quita que un 5% de las muertes maternas se debe a complicaciones ocasionadas por aborto, como no elimina tampoco los peligros a los que se arriesgan miles de mujeres que desean interrumpir su embarazo, cualesquiera que sean las causas. La falta de información, de estudios, solamente denota una falta de interés y una voluntad política que busca ocultar un drama que es conocido por todo mundo.
En un estudio publicado en Doble Jornada, se menciona que “de cada 100 mujeres que abonan, 76 son de bajos recursos económicos, 65 son casadas o viven en unión libre; 53 tienen entre 26 y 46 años, y 52 tienen un número excesivo de hijos”. Por su parte, Marie Claire Acosta y colaboradoras señalan que un 52% de las mujeres que abortan lo hacen por tener un número excesivo de hijos, un 27% por una mala situación económica, 12% por desavenencias conyugales, 6% por ocultamiento social y un 3% por problemas profilácticos o terapéuticos.
Las razones por las que abortan las mujeres provienen más bien del mundo terrestre, pero las condiciones en que se practica parecen en muchas ocasiones del inframundo. Enfrascadas en disputas morales, intereses económicos y políticos, delirios cientificistas, y demás, las discusiones sobre la legalización del aborto voluntario parecen olvidarse de lo más importante: la voluntad de la mujer.
Es innegable que lo ideal sería que todas las mujeres pudieran controlar por métodos anticonceptivos u otros, su propia fecundidad, que pudiesen planear con precisión el momento en que deseen embarazarse. Lamentablemente la realidad dista mucho de lo ideal. Planear un embarazo bajo las condiciones en que vive la gran mayoría de gente en nuestro país, en donde el control sobre los asuntos generales de la sociedad es prácticamente inexistente, en donde todo se limita cada vez más a la emisión de un voto que raramente es respetado, en donde la gente es arrancada del campo y de un día para otro se ve sometida a una vida que requiere más control social, y donde la educación sexual sigue aún ausente, no resulta fácil. Además, en un mundo hecho por hombres, la mujer tiene menos facilidad para acceder a la toma de decisiones. En este contexto, conferir al embrión el estatuto de persona con todos los derechos, sería como colonizar el último rincón del ya tan vapuleado territorio femenino: el cuerpo.
Mientras la ética y las creencias no sean monolíticas, y el individuo siga siendo la unidad básica de la sociedad, el derecho de la mujer para abortar por su propia voluntad debe ser respetado y consagrado por la ley. No hay razones religiosas, científicas, políticas, o de cualquier otra índole que puedan colocarse por encima de la decisión personal de cada mujer. Como lo dice Fernando Savater: “El derecho jurídico de habeas corpus hay que extenderlo a todos los aspectos de la libre disposición por el individuo de su cuerpo, de sus energías, de su búsqueda de placer o conocimiento, de su experimentación consigo mismo (la vida humana no debe ser más que un gran experimento), incluso de su propia destrucción.
En consecuencia, se debe de aceptar que un embrión o un feto sólo sea considerado como un ser humano, como un miembro de la comunidad, en el momento en que la mujer acepte el embarazo y su voluntad sea llevarlo a término. Es decir, cuando ella tome libremente la decisión.
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Referencias Bibliográficas De la Barreda, L. 1991, El delito de aborto, Una careta de buena conciencia, M. A., Porrúa, México. |
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César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Carrillo Trueba, César. 1992. Decisiones. Ciencias, núm. 27, julio-septiembre, pp. 35-50. [En línea].
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David E. Tabachnik |
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El judaísmo considera al hombre como la corona
de la creación. El ser humano es el portador de todos los valores morales sobre los cuales se fundamenta el mundo, y la vida es sagrada y supera toda consideración que pueda ser presentada en defensa de la sociedad o del individuo.
En la antigua Israel, en los casos en que la vida estaba involucrada, las cortes advertían a todos los testigos: “Tomad en cuenta, se nos ha dicho que Adán fue creado solo. Ello es para enseñarnos que, el hombre que destruye aunque sea una sola vida, es considerado como si hubiera destruido todo un mundo”. (Talmud: Sanedrín IV:5).
Esta advertencia se aplica a todos los problemas referentes a la vida humana, y el aborto es, sin lugar a dudas, uno de ellos.
Dos códigos anteriores a la Biblia, el sumerio, que tiene mas de 4000 años de antigüedad y el de Hammurabi, sancionaban con severas penas los abortos provocados. El Código asirio, contemporáneo de la Biblia, estipulaba multas y azotes, y a la mujer que abortaba deliberadamente se le condenaba a la crucifixión y el empalamiento.
La Biblia hebrea sólo se refiere en una ocasión al aborto, en Éxodo 21:22-23: “Si algunos riñeren e hirieren a una mujer embarazada, y ésta abortase, pero sin que hubiera daño, serán penados conforme a lo que les impusiere el marido de la mujer y juzgaren los jueces. Mas si hubiera daño, entonces pagarás vida por vida.”
Los maestros del Talmud interpretaron que el término “daño” se refería a la muerte de la mujer. La ley judía nunca catalogó como asesinato la muerte de un niño cuya cabeza aún no había asomado al mundo. De hecho, para la mayor parte de los comentaristas, la preocupación principal es la de obtener que el responsable pague al marido daños y perjuicios, pues el feto es de su propiedad.
Ninguna prohibición evidente de destruir al niño no nacido emerge de este pasaje bíblico. Curiosamente, cuando los legisladores judíos trataron el tema del asesinato, basándolo en el texto que dice: “El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, morirá” (Éxodo 21:12), afirmaron que la palabra “alguno” debe ser interpretada en el sentido de un hombre, pero no un feto (Talmud: Sanedrín 84B), por lo cual el destruir un feto no nacido no se considera asesinato.
El primer pronunciamiento contra el aborto provocado, data de la época en que el filósofo Filon de Alejandría, en el siglo I, comentando la versión de la Septuaginta del pasaje del Éxodo, declaró que el agresor debe morir, si el retoño que por su causa se perdió estaba ya “formado y todos sus miembros tenían sus características propias, porque lo que responde a esta descripción es un ser humano… semejante a una estatua, que en el taller del escultor sólo espera ser transportada al aire libre”. La conclusión legal de esta declaración refleja una influencia helenística, pero, en su justificación, resuenan ecos del espíritu judío.
El Talmud no menciona el aborto provocado por razones médicas. Pero sí hace referencias a un procedimiento análogo, la embriotomía, o destrucción del feto a término en un parto difícil: “Si una mujer tiene problemas de parto, se corta al niño que lleva en su seno y se lo extrae miembro por miembro, porque la vida de ella tiene prioridad sobre la de él”. (Mishna Oholot 7:6).
El problema específico del aborto terapéutico comenzó a discutirse en el siglo XVII y varias responsas rabínicas se emitieron sobre el tema.
Hay un consenso claro: el judaísmo autoriza, e inclusive exige, la práctica del aborto terapéutico en aquellos casos en los cuales el embarazo entraña un peligro para la vida de la madre. Podríamos ir más lejos y afirmar que los desórdenes psíquicos ligados al embarazo, capaces de desembocar en un riesgo de muerte, deben colocarse en el mismo nivel que la amenaza física contra la vida de la madre.
Asimismo, es importante destacar que para la tradición judía, la decisión de permitir el aborto terapéutico, sólo puede adoptarse después de haber consultado con una autoridad rabínica, para que ésta dé su aprobación.
Como conclusión, podemos señalar que el judaísmo no marca prohibiciones absolutas, sino que admite excepciones. La vida es un cúmulo de circunstancias que varían en forma constante y su dinámica nos obliga a evaluar cada caso per se.
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David E. Tabachnik
Rabino de la Comunidad Israelita de México. |
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cómo citar este artículo →
Tabchnick, David E.. 1992. El aborto en la tradición judía. Ciencias, núm. 27, julio-septiembre, p. 34. [En línea].
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