![]() |
![]() |
|
|||||||||
Bernardo Martínez Ortega |
|||||||||||
En nuestros días, el estudio de las enfermedades transmisibles
ha permitido a la medicina encontrar la cura para tales epidemias o controlarlas en la población. Sin embargo, algunas de éstas han perdurado hasta nuestra época. Uno de estos casos es la enfermedad conocida como cólera que se ha presentado en nuestros días como brote epidémico en los países de Sudamérica, y que ha causado ya varias muertes. Hasta hace un siglo la enfermedad había cobrado miles de víctimas, por el desconocimiento que se tenía de la higiene, la que era el principal factor de transmisión de las enfermedades en el siglo XIX. El cólera es una enfermedad muy antigua. En la medicina hipocrática la palabra cólera servía para designar a la bilis.1
Para el médico Galeno el cólera era: “una enfermedad muy aguda y grave, la cual, rápidamente vacía al paciente en vómitos violentos, diarrea y abundante secreción. Los eólicos sobrevienen y poco después la fiebre, semejante a la fiebre de la disentería, con cambios peligrosos en las vísceras”.2 Los navegantes árabes y europeos sabían de la existencia de esta enfermedad en los grandes deltas del Asia meridional y la designaban con la palabra griega choléra, es decir flujo de bilis. El cólera asiático se trasladó a Europa, y más tarde hacia América, debido a la rapidez y a la intensificación de los intercambios comerciales que dieron inicio durante el siglo XIX, comenzando su largo viaje desde Calcuta, en 1817. En 1820, se presentó en Java y Borneo. Llegó a China en 1821, luego se expandió hacia el oeste de Ceylán y más tarde arribó a Persia, Arabia, Siria y Cochinchina en ese mismo año.3 Los vastos territorios iraníes del Imperio ruso fueron contaminados por el ejército enfermo y decenas de miles de hombres fallecieron. En 1823 emigró la enfermedad de Asia hacia Europa, encontrándose en las costas occidentales del Mar Caspio y en las orillas del Volga. En 1826, el cólera nuevamente estuvo presente en China y Rusia. En 1830, otra epidemia tuvo lugar en Moscú y de ahí se propagó a Polonia y Alemania, llegando incluso a Hamburgo. En 1832 penetró a territorio inglés y en el primer tercio de ese año, el 25 de marzo, llegó a París; la miseria y la podredumbre de las calles hicieron posible la presencia del fantasma del cólera morbus, así lo señala la Gazette Médicale del 26 de marzo.4 Para 1833, la enfermedad había alcanzado a Suiza, Holanda y Portugal. Entonces ya estaban dadas las condiciones para emigrar a América. Durante la primavera de 1832 el cólera infectó a grupos de irlandeses que vivían cerca de los puertos, muchos de ellos, llenos del espíritu aventurero, deseosos de fama y fortuna, se embarcaron con sus fantasías y se dirigieron hacia América inducidos, especialmente, por las ofertas para emigrar hechas por el Gobierno de Canadá. La gente fue puesta en embarcaciones que llevaban de 100 a 200 pasajeros y cruzaban el Atlántico en pésimas condiciones. El cólera empezó a cobrar víctimas en las primeras cuatro naves, y de los 700 pasajeros que conducían, sólo quedó un ciento. Se produjo una cuarentena en Quebec para evitar el contagio, pero la llegada de miles de emigrantes hacia esa zona rompió el cordón sanitario establecido; la Constantia arribó a Gross Isle —cerca de Quebec— el 28 de abril con 170 pasajeros a bordo, e informó que habían ocurrido 29 decesos durante el viaje, producidos por el cólera. Otras tres naves habían llegado en condiciones similares La Robert, Elizabeth y Carricks;5 América se veía sometida a la primera invasión de la enfermedad. El mal se extendió hasta la ciudad de Nueva York. Las rutas de navegación contribuyeron al desarrollo de los contagios; de Nagodoches pasó a Brazos y de ahí a Tampico. De España la enfermedad había sido llevada a La Habana, más tarde a Campeche y poco después a Yucatán; hacia el norte y sur de la República, el mal se propagaba. De Tampico llegó posteriormente a San Luis Potosí y luego alcanzó Guanajuato. En el mes de julio de 1833, Querétaro había sido infestado a causa de la llegada de algunos sobrevivientes de la Hacienda del Jaral. En la ciudad de México, el 6 de agosto de 1833, había sucumbido una mujer a causa del cólera. A la semana siguiente tuvieron lugar las fiestas de Santa María La Redonda, donde la comida, la bebida y la falta de higiene, fueron el principal foco de contaminación. Dos días después se sepultaron en 24 horas 1200 cadáveres. Al mismo tiempo Guadalajara y Monterrey estaban bajo la influencia del cólera.”6 Guillermo Prieto describe la situación amarga por la que pasaba el México de aquellos tiempos: “Lo que dejó imborrable impresión en mi espíritu, fue la terrible invasión del cólera en aquel año. las calles silenciosas y desiertas en que resonaban a distancia los pasos precipitados de alguno que corría en pos de auxilios; las banderolas amarillas, negras y blancas que servían de aviso de la enfermedad, de médicos, sacerdotes y casas de caridad; las boticas apretadas de gente; los templos con las puertas abiertas de par en par con mil luces en los altares, la gente arrodillada con los brazos y derramando lágrimas… A gran distancia el chirrido lúgubre de carros que atravesaban llenos de cadáveres… todo eso se reproduce hoy en mi memoria con colores vivísimos y me hace estremecer.” “¡De cuantas escenas desgarradoras fui testigo! Aún recuerdo haber penetrado en una casa, por el entonces barrio de la Lagunilla, que tendría como treinta cuartos, todos vacíos, con las puertas que cerraba y abría el viento, abandonados muebles y trastos… espantosa soledad y silencio como si hubiese encomendado su custodia al terror de la muerte.”7 Las medidas que tomaron las autoridades sanitarias fueron acertadas en ese momento, pero la atención del Gobierno se dirigía más a los asuntos políticos. Así nos lo señala Guillermo Prieto en sus memorias: “oía los nombres de Santa Anna y de Farías que ocupaban alternativamente el poder como dos empresarios de compañías teatrales, el uno con su comitiva de soldados balandrones e ignorantes, tahúres y agiotistas desaliñados, y el otro con algunos eminentes liberales, pero con su cauda de masones, de patrioteros anárquicos y de gente de acción que era un hormiguero de los demonios.”8 Muchos confiaban en que la desaparición del mal Gobierno sería el remedio de todos los males de aquella sociedad. Tuvieron lugar varios movimientos militares y los trastornos políticos se convirtieron en inquietudes sociales que fraguaron en la figura del momento: Antonio López de Santa Anna. El año del cólera fue como se denominó a 1833, año en que ocurrió la espantosa pandemia; vino acompañada de una serie de avisos, como por ejemplo: “tal la aurora boreal que en 1833 enrojeció el cielo e hizo a los ingenuos temer el castigo de Dios por las reformas de Don Valentín Gómez Farías, como parecía confirmarlo la epidemia de cólera que las acompañó.”9 El Estado no respondió a las necesidades de las clases pobres. Los enfermos se multiplicaban y ello dio lugar a que el gobierno imprimiese instrucciones para evitar y controlar la epidemia, se establecieron juntas de vigilancia y socorros, al mismo tiempo que la medicina tradicional se difundía con remedios caseros que trataban de evitar la muerte. El terror hizo emigrar a numerosas familias y la enfermedad se propagó hacia todo el país. El cólera produjo numerosas bajas entre el ejército del general Santa Anna, quien, al dirigirse a Querétaro, sólo contribuyó a la extensión de la enfermedad. También ocurrió que “el gobernador Romero, fiel partidario del federalismo y amigo de Gómez Farías, recibía una carta del vicepresidente, pidiéndole que enviara a Querétaro, donde estaba Santa Anna esperando refuerzos, un contingente de mil hombres de las milicias cívicas. La ayuda probablemente no llegó ni tampoco una remesa de 1200 rifles que Romero debería recibir de Tampico, pues todos los arrieros que deberían conducir la remesa, habían muerto de cólera”.10 En su parte oficial Santa Anna refiere que murieron, a causa del cólera, dos mil de sus hombres en tan sólo unos días. La epidemia fue desapareciendo hacia finales de octubre y para noviembre de 1833 no se registró caso alguno. El mal dejó un saldo de cerca de catorce mil muertos. Pero el cólera no desapareció del todo puesto que otros brotes se repitieron en México durante los años de 1850, 1854, 1866 y 1883. Aunque no existen estudios concisos al respecto, se ha encontrado en los últimos meses en el Archivo Histórico de Medicina un manuscrito inédito sobre el tema. El contenido muestra un interesante relato médico, al parecer realizado por el Dr. Felipe Castillo acerca de la epidemia de 1850.11 Sin duda es una de las muestras más palpables de la historia de las epidemias en espera de un análisis histórico médico. A fines del año de 1853 se inició una nueva epidemia que continuó hasta 1854, con un saldo de cuatro mil muertes; en esta ocasión, el origen fueron las exhumaciones de cadáveres que se hicieron en el panteón de San Dieguito. En 1865 la enfermedad apareció de nueva cuenta, ahora en Suez, Alejandría, Constantinopla, Marsella, Francia, España, La Habana, Estados Unidos y una vez más entró a México por el norte del país, a Tampico. En 1882 y 1883 el cólera produjo grandes estragos en Egipto y se presentó otra vez en Europa. En México, durante ese año, sólo hubo unos pocos casos de enfermos en los estados de Chiapas, Oaxaca y Tabasco. Entre los años de 1884 a 1887 volvió a aparecer en Europa, especialmente en Francia, Italia y España.12 En 1851, en uno de sus escritos, el Dr. I. Olvera, manifestaba lo siguiente: “En México, en cuantas epidemias ha habido cólera siempre han reinado primero las bronquitis, las peritonitis puerperales y los reumatismos. En cambio, algunos días antes de presentarse, desaparecían las enfermedades agudas, al grado de que los médicos llegaban a no tener ningún enfermo.” El cólera en México, comenzaba siempre de manera esporádica, lo que hacía dudar por muchos días a los facultativos de que la ciudad pudiera ser invadida. En algunos casos aparecía en la forma intermitente; así el Dr. Olvera cita el caso de un paciente que sucumbió después de dos meses y medio de estar enfermo, tiempo durante el cual tuvo más de diez accesos de cólera esporádicos. Cuando comenzaban a aparecer las enfermedades que de ordinario proceden de una “constitución atmosférica”, era signo seguro de que empezaba a disminuir el cólera y de que se iba a acabar la epidemia. El Dr. Olvera decía que “…recibimos placer la vez primera que observamos un tifo, porque lo tuvimos como un agüero seguro de la desaparición del cólera, en lo cual no nos equivocamos”.13 Durante el siglo XIX, a la velocidad con que se crearon los conocimientos, muchos científicos no se detuvieron a reflexionar ni dudar acerca de la ciencia, porque su propósito fundamental era ir en busca de la verdad. Así surgió una teoría interesante, muestra de la ciencia astronómica médica del momento, que indicaba que la periodicidad de la epidemia estaba relacionada con la ocurrencia de los ciclos de máxima y mínima actividad solar, siguiendo la hipótesis de Jenkins, muy difundida por el astrónomo mexicano, el ing. Francisco Díaz Covarrubias, quien la publicó en los Anales de la Sociedad Humboldt en 1874.14 Allí se señala lo siguiente: las manchas solares están sujetas a dos periodos, uno de máxima y otro de mínima intensidad, que comprenden 11.11 años de mínimum, otro de 4.77 después del mínimum, que corresponde al máximum. Jenkins hizo notar que la máxima y la mínima corresponden a las máximas y las mínimas del cólera.15 Covarrubias realizó con esta idea la predicción de una epidemia que ocurriría diez años después de la publicación de su escrito, me refiero a la que dio inicio en 1883 y finalizó en 1884. La relación encontrada señalaba los años de 1800, 1816, 1833, 1849, 1866, 1883 y 1900, coincidiendo en 1816 con la terrible epidemia de la India, con la pandemia de 1833, la epidemia de 1850,16 las ocurridas en 1866 y la de 1883. En México tuvo lugar en 1854 otra epidemia que aparentemente está fuera del patrón estadístico, pero si tenemos en cuenta que el periodo de mínimum es de 4,77, al sumarlo a la cifra de 1849.99, obtenemos 1854.76 y precisamente en ese año aconteció. Lo que llevó a conjeturar a Covarrubias que podría presentarse esta epidemia extraordinaria cada siglo. Para el siglo XX las predicciones fueron para los años de 1916, 1933, 1950, 1966, 1983 y 2000. Sin olvidar que en 1955 tendría lugar una epidemia extraordinaria.17 Tratar de buscar las relaciones de causalidad en nuestros días es difícil, pero es interesante señalar que en pleno siglo pasado estas teorías eran la solución a las enfermedades de la época. Actualmente la única forma de remediarlo es mediante la higiene y salubridad de las ciudades, de sus habitantes y de los pueblos. El gran legado de las generaciones anteriores ha sido el conocimiento de las enfermedades, así como la búsqueda de la cura y su tratamiento. Tarea que cada día necesita de los estudios de las enfermedades en el pasado y de la necesidad de una historia de las epidemias, que cada vez es más completa en el mundo contemporáneo. Nota El presente trabajo ha sido el fruto de las reflexiones que sobre el tema se han realizado en 1991. Espero que no sea un ensayo más en la vasta bibliografía que existe, sino una puerta abierta hacia nuevas investigaciones. |
|
![]() |
|
||||||||
Referencias Bibliográficas
1. Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina 1979, Antología de escritos histórico médicos del Dr. Francisco Fernández del Castilla, Facultad de Medicina, UNAM, México, p. 562. |
|||||||||||
____________________________________________________________ | |||||||||||
Bernardo Martínez Ortega
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México.
|
|||||||||||
____________________________________________________________ | |||||||||||
cómo citar este artículo →
Martínez Ortega, Bernardo. 1992. El cólera en México durante el siglo XIX. Ciencias núm. 25, enero-marzo, pp. 37-40. [En línea].
|
![]() |
![]() |
|
|||||||||
Francisco J. Estrada |
|||||||||||
Uno de esos días, me mandó llamar uno de los criados
de Santa Ana, para que le curara; más como yo era el Jefe de la Brigada, mande a uno de mis compañeros que era facultativo. El criado se disgusto porque no había ido yo mismo, y se quejó con su amo que me mandó llamar y me recibió con expresiones muy fuertes, reprochándome mi falta de puntualidad al llamado de su criado y terminando con una amenaza de un severo castigo, me dijo, porque sabía que yo iba en su ejército de espía del enemigo a quien yo dizque daba parte de sus movimientos, y de otras muchas cosas. Yo le contesté haciéndole presente que a la fecha no había recibido un peso de paga; que había salido de México por una orden terminante, y con amenaza si no la cumplía; que había perdido mi equipaje que se robó el arriero, que el que había mandado a ver a su criado, era tan facultativo como yo, y en fin le alegué cuanto me ocurrió en mi defensa, y concluí diciéndole que supuesto que le era sospechoso, que me mandara dar mi pasaporte, y me volvería a México aunque fuera de paisano, sin el empleo que ya no me convenía. A todo me contestó con nuevas amenazas y malos tratamientos que me habrían precipitado a desertarme, a no ser por el temor de las consecuencias.
Luego que Arista y Durán avanzaron hacia Querétaro, salimos de Arroyo Zarco para San Juan del Río. Aquellos siguieron su camino para Guanajuato y nosotros entramos a Querétaro, cuya población estaba ya muy consternada, porque se esperaba ya la invasión del cólera morbo que en México estaba ya haciendo estragos horrorosos.
Allí permanecimos muchos días, más cuando ya se notaron los efectos de aquella epidemia en la población y en la tropa, se dio la orden de marcha, que emprendimos para Celaya.
Salimos, pues, llevando entre nosotros el principio o germen del contagio, y el mal comenzó a presentarse desde el momento de nuestra salida, pues desde la garita comenzaron a caer atacados del cólera, muchos individuos que se iban quedando tirados en el camino, sufriendo los tormentos propios de tan cruel enfermedad.
El deber y la compasión, me obligaban a ir procurando a cada enfermo los auxilios que era posible prestarles en aquellas circunstancias; caminando no era fácil para mi atenderlos como ellos necesitaban; pero iba haciendo lo que podía, y como a cada paso ocurrían más y más enfermos no era posible atenderlos a todos, y esa situación me desesperaba, y mi aflicción se aumentaba al considerar que de un momento a otro debía sucederme a mí lo mismo que a los demás, quedándome tirado en el camino, sin esperanza de ningún auxilio.
Los que no se enfermaron ese día, llegaron a Apaseo; pero yo, que me fui deteniendo en la jornada, apenas pude llegar a un punto en donde encontré una casa destechada, y allí me quede en compañía de Ontiveros, único compañero que me ayudaba en mis trabajos; pero gracias a Dios, todavía buenos y sanos a pesar del mal día y peor noche que habíamos pasado.
Salió el sol del siguiente día, y nosotros de nuestro mal abrigado alojamiento, para llegar a Apaseo a las diez de la mañana, en solicitud de algún alimento, que en el día y noche anterior, sólo habíamos tomado el desayuno, y unas piezas de pan con unos tragos de leche.
Desde las primeras casas de Apaseo, uno por un lado y otro por otro, íbamos llamando a las puertas. A nadie encontramos en todo aquel desgraciado pueblo es donde el cólera había hecho tantos estragos, que los pocos habitantes que habían quedado vivos, se habían salido, dejando sus casas enteramente abandonadas. Al entrar a la plaza principal, vimos unas mulas que pastaban llevando cada una por carga un cadáver, y esto nos afectó demasiado.
Sobrecogidos de terror con aquel espectáculo, distinguimos por una calle a un arriero que se dirigía hacia nosotros, y nos dijo que había andado en busca del Cura o del Sacristán, o del Sepulturero del pueblo para que enterraran aquellos cadáveres que había traído de un rancho inmediato, y que no había encontrado ni quien le diera razón. Le aconsejamos que hiciera una fosa en el cementerio y que sepultando los cadáveres se volviera a su casa. Así lo haría sin duda, porque Ontiveros y yo seguimos nuestro camino saliendo a toda prisa de aquel pueblo desolado.
A distancia de dos o tres leguas encontramos en unos jacalitos quienes nos dieran por desayuno un par de huevos con chile y frijoles con queso. El desayuno no era muy saludable en aquellas circunstancias, pero el hambre no era menos exigente y no había otra cosa. Era preciso desentenderse del riesgo que se corría cuando todo alimento era dañoso.
Ello es que el estómago quedó satisfecho, y que seguimos bien por todo el camino hasta Celaya.
Ya me esperaba allí otro mal rato con mi General que luego que llegué mandó llamarme para hacerme cargos de lo que no era culpa mía.
Me dijo que yo había difundido el terror entre la tropa, haciéndole creer que aquella enfermedad era el cólera y que no era sino un vómito blanco, que podía curarse con atole frío y gotas de zumo de limón; porque todo era efecto del desarreglo de los soldados que comían fruta verde. Por ese estilo, me dijo otras necedades que ahora no recuerdo; pero afortunadamente estaba allí el Mayor General Arago que tomó a su cargo mi defensa y todo concluyó con dar orden para que se me dieran por la Comisaría cincuenta pesos a más de otros cincuenta que había recibido en Querétaro para mí y para un reparto entre los demás practicantes. Uno de éstos me condujo al convento del Carmen en donde se habían alojado todos mis compañeros. Yo me apoderé de una celda, en la que me quede instalado. La División permaneció en Celaya seis días disminuyéndose diariamente por los muchos soldados que morían o se desertaban, y como no se les señaló a los enfermos un local para que estuvieran reunidos, yo tenía necesidad de visitar unos cuarteles, mientras Ontiveros, por otro lado visitaba otros; pero ni uno ni otro pudimos contener los estragos que iban en aumento todos los días, así en la población como entre la tropa.
No obstante las muchas bajas que la epidemia había causado en el ejercito, Santa Anna dio la orden de continuar la marcha, y este salió para Salamanca disminuido en más de quinientos hombres. Iba yo a retaguardia de la División, y ya en los suburbios de la ciudad, cuando fui detenido por unos soldados que habían metido en una casita a otro que había sido atacado del cólera. Entré a la casita a ver al enfermo, y mientras le estaba aplicando algunas medicinas, pasó Santa Anna, que al ver mi caballo en la puerta y a un soldado que lo tenía, preguntó lo que sucedía e informado, me mandó llamar y me ordenó que me quedara en Celaya, que recogiera a todos los soldados enfermos que allí se habían quedado en un local, y que ocurriera al Jefe político para que me proporcionara los auxilios que fueran necesarios, bajo el concepto de que el daría orden para que todo se pagara.
Mucho me alegre de la contingencia, porque al menos quedaba al abrigo de una población y ya no me exponía a quedar como otros muchos, tirado en el camino si el cólera me atacaba por desgracia.
Volví en efecto a entrar a la ciudad, y por fortuna encontré al paso a uno de los practicantes que iba saliendo en pos de la División. Lo hice volver también y ambos nos fuimos al convento del Carmen, alojándonos en una celda sin que nadie nos dijera nada; porque el convento estaba solo.
De allí fui a buscar al Jefe político, y no encontré ni quien me diera razón pero di con un individuo que me dijo era el Procurador del Ayuntamiento y que él se encargaba, en obsequio de la humanidad, de buscar el local y de auxiliarme en cuanto pudiera. En efecto: me proporcionó una casa amplia y sola; mandó recoger a cuantos soldados habían quedado enfermos en los cuarteles, y algunas casas particulares; me puso dos mozos para que sirvieran, y me dijo que podía ocurrir a la botica por lo que necesitara de medicinas, y por último, se encargó de que en su casa se harían los alimentos, como yo lo dispusiera.
Con tan buenos auxilios de aquel hombre humano y caritativa, algo, aunque poco, se consiguió para el alivio de los infelices enfermos, y como el mal era pronto en su desenlace, funesto o favorable, en cinco o seis días que transcurrieron ya me habían quedado pocos convalecientes a quienes atender.
Mientras tanto, el practicante y yo conservábamos nuestra salud en buen estado, no obstante que para evitamos de salir por la noche, nos quedábamos a dormir en la misma sala en que estaban los coléricos, lo cual reunido al trato tan inmediato que teníamos con ellos me sirvió para persuadirme de que el cólera no es contagioso de un individuo a otro, y en esa confianza, nada temía yo, respecto de mí; pero no por eso deje de padecerlo, aunque sólo en su primer periodo, y no sin alguna causa.
Cuando ya el número de enfermos era corto, y estos en estado de convalecencia, determine volver a dormir en el convento. Cenamos Malpica y yo (este era el apellido de mi practicante) en una fondita, antes de llegar a nuestra celda y tuvimos la imprudencia de tomar por dulce un durazno en conserva. Esto bastó para que inmediatamente nos atacara el mal, pues apenas llegamos a nuestro solitario alojamiento, cuando nos comenzaron las deposiciones abundantes y líquidas, y la vasca incesante.
No era pequeña mi apuración al verme en aquel convento enteramente aislado y desprovisto de cama, y de todo recurso, así para el abrigo tan necesario, como para alimentos; pues aunque en el Hospitalito provisional había algunos recursos de medicinas, no tenía ni quien los llevara, ni menos quien las aplicara.
Lo único que tenía para abrigo era el jorongo, y por medicina unos polvos que llevaba en la bolsa, y que era la medicina que aplicaba a mis enfermos, pero no tenía ni un vaso de agua para tomarlos. En fin, estuve haciendo mis esfuerzos por pasarlos como pude, y lo mismo Malpica, con lo que ambos sentirnos algún alivio, quedando en aptitud de poder salir por la mañana al Hospital a desayunamos con el mismo té que dábamos a nuestros enfermos.
Todavía en la mañana de ese día tuvimos otras deposiciones y vasca Malpica y yo; pero constituyéndonos enfermos del Hospital nos curamos y nos alimentamos con las mismas medicinas y alimentos que se administraban a los demás.
En la tarde ya me sentí aliviado; pero Malpica seguía enfermo, y quiso aplicarse un remedio que se le ocurrió y fue el de un vaso de sangría que tomó a las cuatro. A la media hora cayó privado en la calle y conducido por unos cargadores al convento, a donde fui a acompañarlo. Toda la noche sufrió aquel infeliz los calambres que causaba esa enfermedad en su último período.
Salí por los claustros en busca de alguna persona que me auxiliara en algo, y encontré al fin un pobre lego que fue a darle unas friegas al enfermo; más viendo que se agravaba llevó un Padre para que lo auxiliara. El enfermo renegando y blasfemando de Dios y de sus Santos, sin querer confesarse, expiró a las tres de la mañana, hora en que los Padres se retiraron a sus celdas, dejándome solo para acompañar el cadáver de aquel desventurado, y sumergido en la más profunda tristeza.
Consternado mi espíritu y abatido al verme en tal situación, considerándome más aislado que antes, habiendo perdido al único compañero que había tenido en aquella tierra enteramente extraña para mí: en un estado de debilidad por los padecimientos físicos y morales de los días anteriores, y por último: destituido de recursos, sin más ropa que la que llevaba puesta, creo que llegue a envidiar la suerte de Malpica, si no en su impenitencia final, sí en cuanto a dejar de sufrir. Pero me asistieron algunas reflexiones cristianas, y sacando de debajo del cadáver de Malpica, mi jorongo que le había puesto al verlo tan grave, me postre ante una imagen de María Santísima del Carmen que estaba pintada en la pared de la celda, le dirigí una tierna y sumisa depreciación por el alma de aquel desgraciado; le pedí su amparo y protección, y entre otras promesas le hice la de que si me concedía volver al seno de mi familia, y en mi matrimonio tenia otra hija, llevaría el nombre de Carmen, en recuerdo de la imagen que tenía a la vista.
A las siete de la mañana fue el Procurador con cuatro cargadores que se llevaron al difunto; a mí me mandó un desayuno que tome con bastante apetito, y luego volvió a decirme que un señor vecino de la ciudad deseaba que fuera a verle, porque estaba enfermo. Fuimos en el acto a casa de ese señor que era uno de los más acomodados de Celaya y se apellidaba Herrera. Su casa manifestaba su posición social, como hombre de proporciones: sus hijos, ya hombres, me recibieron con agrado, porque tuvieron el consuelo de que su padre sería asistido por un facultativo, como que no había otro en la ciudad.
Luego que al enfermo se aplicaron mis medicinas me retiraba ya, pero los jóvenes Herrera que sabían por el Procurador, y por lo que yo les había referido respecto de mi permanencia en Celaya, que no tenía ni casa ni familia, ni recursos, me invitaron con mucha instancia para que me quedara en su casa.
Dormí en la noche entre sábanas de Holanda y cubierto con un pabellón de gasa de seda, después de haber sido servido en la comida y cena como debe suponerse, de una casa opulenta.
Diez días hacía ya que me había quedado en Celaya desde la salida de Santa Anna, cuando este volvió con su tropa, en corto número, porque en su caminata hasta Irapuato, la había reducido el cólera y la deserción a menos de la mitad de su fuerza, y por supuesto, cuando volvió a Celaya traía más enfermos que reunidos a los que ocurrieron el día de su llegada, fueron recogidos en mi Hospital provisional.
Santa Anna y su tropa, continuaron su marcha de retirada hasta Querétaro, y yo recibí orden de permanecer en Celaya hasta que ya no hubiera enfermos militares a quienes atender; pero deje en mi compañía a dos de los practicantes que habían vuelto con la tropa.
En ocho días más ya no había ninguno. Muertos unos, y otros restablecidos, concluyó mi misión y me volví a Querétaro, llevando ya algún surtido de ropa, un bonito caballo y sesenta pesos. Todo esto por obsequio de despedida que me hicieron los jóvenes Herrera.
Permanecimos en Querétaro mientras cesaron los efectos del cólera, y la División se reponía de tantas bajas que había tenido en la expedición de Irapuato, y en uno de esos días de nuestra permanencia en aquella ciudad, tuvo Santa Anna un ataque ligero de colerina. Mandó llamarme y aunque me puso condiciones en cuanto a las medicinas, tomó, sin embargo, las que le recete, y no se limitó al atole frío con gotas de limón, como me había dicho en Celaya. Tomó mis polvos, se aplicó mis friegas, se sujetó a la dieta que le ordené y sanó en un día. Mandó darme media onza por tres visitas y no volví a verlo.
|
|
![]() |
|
||||||||
____________________________________________________________ | |||||||||||
Francisco J. Estrada | |||||||||||
____________________________________________________________ | |||||||||||
como citar este artículo → Estrada, Francisco J. 1992. Guerra y cólera: la campaña de Santa Anna. Ciencias núm. 25, enero-marzo, pp. 41-45. [En línea]. |
![]() |
![]() |
|
|||||||||
Rocio Chicarro, Ramón Peralta y Fabi,
Armando Peralta H. y Jorge Prado
|
|||||||||||
En la mañana del primer día de primavera, soleada y tranquila,
en la que el cálido Sol y una taza de café invitaban a trabajar, recibimos una comunicación de un amigo de Estados Unidos (fuimos unilateralmente “faxeados”). En esta, pedía una serie de datos acerca del eclipse total de Sol que tendría lugar el 11 de julio; entre otros preguntaba por lugares de máxima duración de la totalidad, probabilidad de cielos despejados y el acceso a los lugares propicios para la observación. En una críptica frase indicaba que tomaría película con una cámara especial.
Ese día, lleno de actividades, la predicha ausencia del Sol trajo un cambio en nuestra vida profesional cotidiana. Buscando la información pedida, misma que enviamos en un FAX (insinuando desarrollo, modernidad y… dependencia tecnológica), apareció una inquietud.
¿Qué era lo impactante de un eclipse que lograba inquietar a tanta gente? ¿Era ese extraño encanto que tienen el Sol y la Luna que, aún estando tan lejos, son tan nuestros?, ¿era acaso el sentir a la Naturaleza, como solamente durante un eclipse se percibe?, ¿era el negocio de algún grupo?, ¿había algo que aprender de un evento tan precisamente anticipado? ¿Por qué el interés? Pues… de todo un poco, y más. Así, nació en nosotros el interés (¿la necesidad?) de observar el eclipse.
Empezamos a documentarnos. El placer de leer, que siempre provoca la curiosidad y el deseo de aprender un poco más, fue suficiente para hacer volar la mente e imaginar una serie de experimentos asociados a un eclipse.
Se antojaba observar todo lo que de una u otra forma asimilábamos. Aprendimos que durante la totalidad del eclipse, pueden determinarse múltiples características de la Corona Solar y del espacio interplanetario; comprobamos que medir la desviación Einstein (la flexión de la trayectoria de la luz por la presencia de masas), como lo intentara Edington en 1917, no era un capítulo cerrado. Además, se nos presentaba la ocasión de observar los cambios repentinos en el comportamiento de los animales, causados por el inesperado ocaso y la fugaz aurora (muy a nuestro pesar los mosquitos, no fueron la excepción). También, aprendimos que entre el primero y el segundo contactos, cuando los discos se tocan en uno y dos puntos respectivamente, se pueden ver claramente las manchas solares, que al terminar la fase de totalidad, la luz del Sol pasa de manera que los cráteres de la Luna presentan las perlas de Baily y el anillo de diamantes, que al acercarse la totalidad, el temor hace presa de los animales (Homo sapiens incluido), que da frío, que el panorama visual es increíble, que es inolvidable… En fin, queríamos ser testigos de uno de los fenómenos más bellos y espectaculares de la naturaleza. Pero dentro de todo lo que esperábamos que se presentara durante este evento, había algo que llamaba más nuestra atención: la existencia de fenómenos, asociados a procesos dinámicos en la atmósfera, que no parecían estar muy bien entendidos ni adecuadamente registrados: las “sombras viajeras”. Ahí se podía hacer un trabajo novedoso y abordarlo con nuestro equipo.
Las ideas fueron ordenándose y el objetivo definiéndose. Empezamos a diseñar el experimento y exploramos la posibilidad de hacerlo en el mismo sitio que ocuparían nuestros colegas “de fuera” ¡que casi habían olvidado el asunto! Lo que nuestra comunicación produjo fue una entusiasta reacción. Nuestra propuesta, que resultó ser sobre el mismo fenómeno que les interesaba, complementaba sus planes originales. En una semana habían reconsiderado su experimento y una semana más tarde habían conseguido fondos para asegurar su participación y apoyar la nuestra.
Aquí, nuestras reuniones se volvieron más frecuentes, enriqueciéndonos día a día con nuevas inquietudes, sugerencias y los comentarios de cada uno. En forma natural, se conformó un motivado y agradable grupo de trabajo. En conjunto se contaba con la preparación necesaria en las áreas requeridas: óptica, fluidos, electrónica, fotografía y video. En cuanto al equipo, se reunió todo el material con el que se contaba y el resto se adaptó, adquirió o diseñó y construyó.
Al mismo tiempo, el grupo de Estados Unidos se preparaba para la expedición. La comunicación continua entre los dos grupos y los avances que se iban logrando, fueron un constante motivo de entusiasmo. La expectación creció tan rápido que el tiempo no era suficiente para los preparativos; cada día queríamos introducir elementos nuevos en el experimento. La cuenta regresiva de los días agregaba una emoción adicional al esperado evento y una neurosis extra a la creciente actividad.
¿Cuál era el lugar propicio? La selección se basó en las condiciones meteorológicas y geográficas; baja probabilidad de cielo cubierto, masas de agua vecinas, tierras bajas, aislamiento y la infraestructura mínima de hospedaje, higiene, electricidad y seguridad. El lugar ideal era La Paz, Baja California. Sin embargo, la premura del tiempo, que limitó las opciones de transporte, y las restricciones presupuestales, nos llevaron a Nayarit. Como resultado de las gestiones ante las autoridades de la “Comisión Nayarita Eclipse 91”, se nos asignó el Jardín de Niños Pestalozzi, en la ciudad costera de San Blas, a 60 km de Tepic, la capital del estado. Este sitio contaba con todo lo que se requería para funcionar de manera adecuada.
Faltando cinco días partimos, con todo tipo de emociones (alegría, nervios, expectación…) y equipo. Gozamos el camino y sufrimos el hacinamiento que los gitanos conocen bien; el buen humor no dejó de sentirse. Nos encontramos con el grupo de Estados Unidos en Guadalajara, en donde se intercambiaron ideas y planes. El grupo, ahora duplicado (ocho participantes), se integró fácilmente y prevaleció la buena disposición en el trato; todo anticipaba el éxito. Habíamos hecho cuanto estaba a nuestro alcance, lo demás dependía de Tláloc.
Dado lo amplio del grupo y la gran cantidad de equipo que llevamos, salimos de Guadalajara en tres grupos. En formas distintas llegaríamos a San Blas a las 14:00 hrs, aproximadamente. Ahí empezó lo que en ese momento nos pareció hasta divertido y que en otras circunstancias hubiera sido caótico. La llegada de dos grupos fue sin contratiempos. La presentación con las autoridades es lo que podríamos llamar pintoresco: se nos ratificó la asignación del Jardín de Niños, pero el Presidente Municipal, que había ido a Tepic a una “importante reunión del partido”, traía las llaves; se le había olvidado dejarlas (¡), aunque volvería “al ratito”. Con el optimismo que teníamos entonces, aguardamos la llegada del tercer grupo y del Presidente para poder instalarnos.
Las horas pasaron y el cielo se cubrió de nubes y de moscos; hacía mucho que no tenían una plaga de mosquitos como esa, decían, mientras los espantaban o se rascaban. La lluvia, como los piquetes, no se dejaron esperar. Las calles se enlodaron y los brazos y piernas se irritaron, el buen humor no cedía. Pasado un ratito, como de seis horas, apareció la incertidumbre: en el Palacio Municipal por el “Número uno” (como lo apelaban por la onda corta) y en el quiosco de la Plaza por nuestro tercer grupo. Comenzó la movilización, las llamadas a las líneas de autobuses, a la policía municipal, estatal, de caminos y, por fin, pasadas las diez de la noche aparecieron contentos y cansados. El autobús en el que debían salir a las 9:30 hrs “tuvo un problema” y tuvieron que esperar en Guadalajara, paseando y comiendo placenteramente.
Ahora sí, el grupo estaba completo, era el momento de instalarse, pero el No. 1 nunca llegó; afortunadamente, nos hospedaron en un hotel por esa noche y al día siguiente nos instalamos. Se nos había dicho en Tepic que nuestra ubicación se había mantenido en secreto para evitar las molestias de la prensa y los curiosos. Al llegar al lugar nos topamos con la falta de agua y con algunos detalles menores; eso sí, había unos carteles gigantescos, que daban hacia la calle, en los que se leía: “Expedición Internacional del Eclipse” y los nombres correctos de las instituciones extranjeras (Departamentos de Física de la Universidad de California, Berkeley, de la Universidad de California, Santa Cruz y de la Universidad de Houston) y los incorrectos de las instituciones nacionales (UNAM era la única parte correctamente citada!!!). Tras de la divertida bienvenida, cada integrante del grupo empezó a desarrollar su trabajo, con orden, disciplina y respeto. Sólo habíamos perdido un día (!)…, lo que para los fuereños era algo inherente al trabajo en el trópico.
Objetivo
Las sombras viajeras…, patrones de luz y sombra en movimiento.
Las primeras observaciones reportadas sobre las sombras viajeras, se remontan al eclipse total de Sol el 22 de Diciembre de 1870 en Sicilia, Italia. Varios observadores vieron sombras moviéndose rápidamente en la fachada de una casa. A partir de ese eclipse casi siempre ha habido observadores que reportan la presencia de tales bandas. Sin embargo estos reportes son escasos, incompletos o poco sistemáticos (Young, 70a, 70b; Hultz, 1971; Marshall, 1984a, 1984b; Zirker, 1984; Codona, 1991).
¿Por qué se producen las sombras viajeras? La única teoría cuantitativa que se conoce, fue formulada por Jóhanan L. Codona (Codona, 1986). En ella se ofrece una explicación basada en la propagación de la luz a través de la atmósfera (turbulenta) de la Tierra. El ingrediente principal es la teoría de la cintilación.
¿Por qué titilan las estrellas y los planetas no? La respuesta a esta pregunta apunta a la explicación de las sombras viajeras. Trataremos de dar una idea cualitativa del fenómeno, y de su papel antes y después de la totalidad en un eclipse solar (Codona, 1991).
La diferencia entre el que titilen o no, estrellas u objetos extendidos, como el Sol, la Luna y los planetas, se debe al efecto de la turbulencia atmosférica, conocido como fuente promedio. La turbulencia es el nombre genérico para un estado de movimiento, de gases o líquidos, en el que se presentan vórtices (remolinos) de distintos tamaños, distribuidos en el espacio y el tiempo en forma irregular. Este complicado movimiento, en la atmósfera, produce fluctuaciones en la temperatura y en la densidad del aire y, como consecuencia, en el índice de refracción. De esta manera, una ráfaga de viento da lugar a una pequeña desviación de la luz que pasa a través de ella. Cada zona turbulenta puede imaginarse como una lente voladora. Sí, cierto, ¡suena muy raro!
Por otra parte, la luz de las estrellas, que por encontrarse tan lejos son prácticamente fuentes puntuales, llega a la Tierra en paquetes compactos de rayos. Estos rayos sufrirán los efectos de la turbulencia, variando su luminosidad, titilando. La luz del Sol, la Luna y los planetas, que por su cercanía son fuentes extendidas, llega en un cono más ancho. Por esta razón pueden imaginarse a cada uno como un conjunto de fuentes puntuales. Veamos que sucede en este caso.
Tomemos, por ejemplo, un par de estrellas, relativamente cercanas entre sí, lo suficiente como para no diferenciarlas a simple vista (figura 1). Si la única turbulencia está cerca del observador, la luz de las estrellas pasará por los mismos “paquetes” de turbulencia, titilando en forma sincrónica. Si la turbulencia se extiende muy lejos (más “cerca” de las fuentes), las zonas turbulentas que atraviesa cada haz de luz serán distintas, rompiéndose la sincronía del titilar de cada una. A simple vista, por falta de resolución para distinguirlas, percibimos el efecto combinado (superpuesto) de ellas. En este imaginado caso de estrellas vecinas, con turbulencia lejana al observador, la titilación independiente de cada una se cancela, en promedio (digamos que mientras una se apaga la otra se prende…). Este es el efecto de fuente promedio.
Regresemos al caso de una fuente extendida, como nuestro planeta preferido, al que podemos suponer formado de fuentes puntuales contiguas. Cada par de puntos vecinos titilará en forma sincrónica; cualquier otro par de puntos, menos cercanos, promediará a cero su titilación. El resultado es que el objeto parece no parpadear.
Estrictamente, todos los objetos celestes titilan, ya que la atmosfera siempre está en estado turbulento. A menos que la turbulencia atmosférica sea muy intensa, el efecto es casi imperceptible en objetos extendidos. En días muy calientes puede apreciarse el titilar del Sol (no se recomienda hacerlo directamente pues se corre el riesgo de no apreciar el fenómeno… y ningún otro posterior). Así, en el piso pueden verse sombras irregulares que ondulan como la sombra del humo; se les suele llamar “ondas de calor”. La turbulencia en estos casos está muy cerca de la superficie, en las primeras decenas de metros.
Pasemos ahora a los eclipses totales de Sol. Durante los minutos previos a la fase de totalidad, el Sol se aprecia como una rebanada semicircular, delgada y larga, el creciente solar (que en realidad va menguando…). En esta etapa es la turbulencia baja (decenas de metros) la que juega un papel en la formación de sombras. Los puntos luminosos, a lo ancho, están suficientemente juntos como para titilar sincronizadamente, iniciándose la formación de sombras, tenues e irregulares. Los extremos del creciente solar están todavía muy separados y sobre ellos se produce el efecto de fuente promedio. En los últimos 30 segundos antes de la totalidad, la turbulencia importante es la alta (cientos y miles de metros). Aunque la distribución espacial de la turbulencia es prácticamente constante, el creciente solar disminuye mucho más rápido a lo largo que a lo ancho (figura 2), lo que hace que se acerquen los extremos y empezando a titilar en forma sincrónica. Así, las zonas turbulentas altas empiezan a jugar un papel más importante y las sombras van organizándose cada vez más hasta que desaparecen. El proceso se repite a la inversa al concluir la fase de totalidad; aparecen las sombras, tenues y bien organizadas, llegan a un máximo y empiezan a decaer y a desorganizarse, hasta desaparecer, como la disciplina en las escuelas primarias a lo largo del día…
Ciertamente hay muchos aspectos de las sombras viajeras que se entienden mejor ahora, a los que no hemos hecho referencia. Por ejemplo, cómo se mueven, hacia dónde, que si se notan mejor en el azul que en el rojo, que si son más anchas primero y se van haciendo delgadas, etc. También, vale la pena enfatizarlo, el desconocimiento del estado de turbulencia de la atmósfera, es una de las razones principales por las cuales no es posible predecir detalladamente las sombras. Sigue habiendo preguntas abiertas y, después de todo, la teoría tiene sus partes “delgadas”. Lo que sí teníamos claro, sobre todo después de comunicarnos con Codona unas semanas antes del eclipse, era que requeríamos de datos confiables y sistemáticos del fenómeno.
Con el objetivo bien definido, nos concentramos en diseñar un experimento que nos permitiera hacer un registro cuantitativo de las sombras viajeras y poner a prueba, por primera vez, diversas predicciones de la teoría. Se podía pensar en muchos experimentos para poder explorar hasta los aspectos más sutiles. El tiempo restante y nuestras posibilidades determinaron cuáles hacer.
Diseño del experimento
Con las restricciones externas, las limitaciones de equipo y sobre todo de tiempo, se decidió hacer un registro de imágenes de las sombras viajeras, en video y en fotografía. Para tal efecto se diseñó un experimento que involucrara a todos los participantes y equipo disponibles: principalmente, nueve cámaras de video y diez cámaras fotográficas, con diferentes características.
Con la poca y confusa información que se tenía, había que cubrir el mayor número de posibilidades para el registro gráfico. Es decir, distintas pantallas, orientaciones, lentes, filtros, películas y velocidades de obturación. Además, se debía contar con información precisa de nuestra ubicación, orientación, condiciones meteorológicas, hora universal, etc. Con la lista detallada de necesidades a cubrir, se distribuyeron las responsabilidades y los tiempos requeridos para alcanzar cada etapa.
Una parte consistiría en montar una serie de pantallas, de 2.4 metros por lado y con marcas de escala y orientación, de colores rojo, amarillo, verde, azul y blanco; unas en posición horizontal y otras en posición vertical. Esto debido a que no sabíamos exactamente cuál posición nos daría más contraste en el momento de observar las sombras viajeras. El hacer uso de varias pantallas de colores sería con el objeto de determinar en qué longitud de onda se tendría el mayor contraste; obteniéndose al mismo tiempo un registro del “color” de las sombras. Esto quiere decir que si las sombras se pudieran ver con mayor contraste en alguna de las pantallas, entonces existiría una longitud de onda predominante, asociada a las sombras viajeras. La pantalla blanca (de cine) sería la que tendría mayores probabilidades de registrar las sombras, puesto que el blanco refleja todas las longitudes de onda visibles (todos los colores); las otras pantallas harían lo suyo con un solo color: el propio. Prever cada cosa, como la forma de marcar orientaciones, de colocar las pantallas o determinar escalas, fue parte del puntillismo a cuidar; herramientas, brújulas, clavos, pitos y flautas se convirtieron en parte del equipo.
Nuestra preocupación principal se centró en los reportes de las sombras, que se tenían de eclipses anteriores. En ellos, se hacía mención de un contraste muy bajo; la diferencia entre la luz y la sombra era muy tenue. Por esta razón se utilizarían, en algunas cámaras fotográficas, distintas películas de alta sensibilidad. Cada cámara estaría montada en un trípode para evitar movimientos.
En las cámaras de video se usaría la velocidad de obturación más baja posible (1/60 de segundo).
Se planteó la necesidad de contar con una pista de audio para las cámaras de video, con el fin de registrar continuamente, durante todo el experimento, la señal horaria internacional, que proporciona el National Bureau of Standards de EUA en la frecuencia de onda corta localizada a 2.5, 5, 10, 15 y 20 MHz. Esto permitiría tener la información exacta de cuándo se iniciarían y terminarían las sombras, antes y después de la totalidad. Así, un radio de onda corta y una antena, pasaron a formar parte de la parafernalia.
Para poder disponer de la información sobre las condiciones meteorológicas locales se consiguió una estación automática de monitoreo que funcionara de manera ininterrumpida, así como la computadora correspondiente. Esta última tenía la posibilidad de mostrar en pantalla la temperatura, la velocidad del viento, la humedad y la precipitación pluvial, y también podía generar archivos diarios. Así la evolución de cualquiera de los parámetros, en cualquier intervalo de tiempo, podría ser graficada en el momento que se deseara. Afortunadamente este equipo no ocupaba ni la tercera parte del transporte (!).
Adicionalmente, se consideró que sería muy útil contar con un radiómetro para registrar la intensidad de la luz solar a lo largo de la mañana del experimento. El instrumento, un osciloscopio, algunas refacciones y los cables se agregaron al equipaje.
Todo lo que planeamos quedó resumido en dos listas; a una deberíamos apegamos para la preparación e instalación del equipo, la otra sería la guía durante el eclipse. Una de ellas contenía la relación de las cámaras y el lente, trípode, película y batería que le correspondía. La otra era la secuencia de eventos durante el eclipse, a modo de una partitura con la cual proceder ordenada y coordinadamente. Arreglamos las actividades de manera que cualquiera cumpliera con su función y, además, tuviera unos 30 segundos libres para disfrutar del fenómeno y tomar fotos. Quedaron libres tres cámaras que podrían usarse sin trípode y a discreción, para contar con imágenes del ambiente, y para cualquier otro imprevisto (como para ilustrar a la tía que no pudo verlo.)
Desarrollo del experimento
El día de la llegada esperábamos poder organizar la parte “pedestre” de hospedaje y alimentación, desempacar el equipo y montar la estación meteorológica. El pintoresco viaje, que debió tomar cuatro horas, consumió todo un día, por lo que el martes 9 se nos fue en instalamos, desempacar y arreglar el horario de los alimentos en un restaurante local, lo que resultó ser la mejor parte de la estancia. A cada integrante del equipo se le dotó, desde luego, de repelente en aerosol; a cambio de la nube de moscos, todos pululábamos con una nube de gas tóxico para los insectos y, muy probablemente, para los mamíferos. A pesar del ajetreo, esa noche pudieron realizarse algunas pruebas, pues se había planeado llevar a cabo un “ensayo general” al día siguiente, el anterior al eclipse, pero el miércoles llovió durante la primera parte del día, por lo que no fue posible instalar el equipo ni hacer simulacro alguno; como es de imaginarse, esto nos animó sobremanera.
El propósito del ensayo era el de entrenarnos in situ y detectar cualquier inconsistencia o problema técnico. Forzados por las circunstancias, estuvimos probando las cámaras por separado, localizando las estaciones que transmiten la señal horaria y confeccionando adaptadores para filtros. Este día se descompuso una de nuestras cámaras de video y, como la falla era intermitente e impredecible, la dejamos fuera del experimento. Por cierto, otra cámara del mismo tipo falló durante un vuelo de prueba que realizamos dos de nosotros, como parte de un experimento posterior, y reafirmamos el valor que tiene el probar intensivamente el equipo, antes de asignarle una función importante.
La información sobre el estado del tiempo, disponible 36 horas antes del eclipse, indicaba condiciones difíciles para la observación y ya a estas alturas del proceso no había forma de cambiar de lugar para poder hacer los experimentos adecuadamente, así que no nos quedó mas remedio que encomendarnos a la esperanza (que es lo último que muere).
El día del eclipse seguimos la lista de preparativos con meticulosidad, incorporando las modificaciones necesarias. Comenzamos la instalación de las cámaras en el techo (inclinado) del jardín de niños, y colocamos las cinco pantallas. comprobamos que las cámaras funcionaban y dispusimos la exposición y el enfoque adecuados, según lo planeado. La noche anterior habíamos puesto en cada cámara una cinta de video y una batería recién cargada. A las cámaras fotográficas les cargamos el rollo y les revisamos nuevamente las baterías. En fin, todo fue ejecutado según los planes; aun cuando no se presentaron problemas serios, sabemos que el realizar el simulacro el día anterior nos hubiera evitado algunas preocupaciones innecesarias, dando más seguridad a la posibilidad de obtener buenos resultados.
Media hora antes de la totalidad, tuvimos la primera consecuencia del exceso de confianza (¿ignorancia?): una cámara fotográfica, equipada con motor, comenzó a disparar continuamente sin que nadie la tocara. La revisamos y, tras varias hipótesis y pruebas, descubrimos que el papel aluminio con el que la protegimos del calor solar (estuvo al rayo del Sol toda la mañana), tocaba la cámara en varios puntos y cerraba el circuito entre el disparador y la tierra eléctrica. Se dispararon 25 fotos. A pesar de que el lente tenía la tapa puesta, la prudencia nos indicó utilizar un rollo nuevo y guardar el del accidente para una ocasión menos crítica.
Otro aspecto que se vio afectado por la falta de ensayo “con vestuario”, fue el no preparar una montura adecuada para la cámara que apuntaba hacia el sol. Se tenía a un lente de 2400mm, equivalente a un pequeño telescopio, montado a una cámara de video con el mejor tripié. La cámara, a su vez, se hallaba conectada a una videograbadora y a un monitor de televisión, que se encontraban sobre una mesa junto con la herramienta de emergencia, una lámpara y varios juegos de filtros. La ubicación del sistema (el centro del techo de dos aguas) y las restricciones propias de giro y orientación del tripié, dieron lugar a que en el proceso de seguir al Sol se generara una película que podría titularse “eclipse en crisis”. Algunas de las imágenes que obtuvimos son buenas, desde el punto de vista del experimento, ya que nuestra atención estaba en las pantallas y el eclipse mismo era filmado como referencia; sin embargo, difícilmente aceptaríamos mostrar la película en público.
En la pista de audio de cada cámara de video, se iban registrando la señal horaria universal, para lo cual se guardó un riguroso silencio de parte de todos; se utilizaron campanas (aprovechando la “infraestructura” del jardín de niños), que se hicieron sonar a los 15, 10, 5 y 1 minutos antes de la totalidad. También quedaron grabados los detalles circunstanciales de cada cámara.
Por fin llegó el momento esperado: el 11 de julio, día que ninguno de nosotros olvidará. Amaneció con un cielo cubierto en un 20%, lo que parecía ofrecer una excelente posibilidad para el experimento; era el mejor desde nuestra llegada. La realidad es que la mayoría de nosotros no durmió, en parte porque la noche anterior estuvimos repasando paso por paso todos los movimientos, cubriendo hasta el último detalle, y, por otra, porque la emoción y los nervios nos consumían. El desayuno (extremadamente temprano) fue reconfortante; el cielo empezó a despejarse rápidamente y ese silencio que mostraba la incertidumbre desapareció gradualmente. Desde muy temprano se procedió a montar el equipo en un ambiente tenso, motivado por algunos bancos de nubes que se veían cerca del horizonte. El impacto que causaba en esos momentos el radio, con la señal horaria internacional, segundo a segundo, aumentaba la aprehensión que nos provocaban los movimientos de las nubes.
Desde que se inició el primer contacto, se empezó a registrar la imagen con la cámara de video de 2400mm. A partir de las 10 am un fuerte viento arrastró un grueso banco de nubes bajas y medias de Tepic hacia la costa. Una hora antes de la totalidad, empezamos a ver que las posibilidades de que se mantuviera el cielo descubierto iban a ser apretadas. Parecía cosa de un volado. Va a estar cerca, nos empezamos a repetir unos a otros. ¡Diez minutos antes de la totalidad! (12:03:04 hora local) el Sol se cubrió con una nube media y delgada. Ahí se iniciaba el trabajo de cada uno… Cinco minutos después, la única nube que había en la vecindad del cenit, cubrió al Sol, o lo que de él había dejado la Luna. Resultado… se cancelaron todas las posibilidades de ver el eclipse y peor aún, de registrar las sombras. Pese a todo, los ánimos (bastante decaídos) fueron suficientes como para continuar con el experimento tan meticulosamente planeado.
El experimento no produjo resultados por causas que nada tuvieron que ver con los preparativos. Sin embargo, no deben perderse de vista las fallas que tuvimos, porque son lecciones que tenemos que asimilar, porque, sumadas a otras, constituyen nuestra experiencia, base indispensable para el trabajo futuro.
Las diferencias de actitud, los altibajos en las relaciones y los defectos personales, que tantas actividades echan a perder, quedaron de lado durante la realización del trabajo en sí, y su lugar fue cedido al espíritu de equipo, a la autocrítica y a la objetividad. La individualidad apareció sólo cuando sirvió al interés común, en forma de creatividad, de apoyo. Este fue uno de los aspectos más útiles y bellos del trabajo entre personal de diferentes laboratorios, con diferente formación, nivel y hasta nacionalidad.
No pudo evitarse el desencanto y pasaron muchas horas para digerir el resultado, o mejor dicho, la ausencia de este. Hablábamos entre nosotros para convencernos de que no podíamos haber hecho más de lo que hicimos; de que todo lo realizamos por el placer mismo de hacer ciencia; que debíamos analizar los videos y las películas fotográficas para confirmar que no se habían registrado las sombras; que habría otros eclipses… Cada uno debía buscar la manera de aprovechar esa experiencia y, aceptados los hechos, así lo hizo.
Reflexiones
Cuando decidimos intentar el registro de las sombras viajeras, había varios elementos que hacían atractivo el esfuerzo. Estaba, desde luego, la oportunidad de ser testigos de uno de los fenómenos más espectaculares que ofrece la Naturaleza. Había la posibilidad de llevar a cabo el experimento con el equipo disponible y contábamos con la gente adecuada. También, en competencia con otros grupos, podíamos obtener datos novedosos que permitirían poner a prueba a la primera teoría que se formulaba sobre las sombras. Los resultados nos convencerían de la teoría, sobre la cual aún hay varias dudas, o nos pondrían a trabajar sobre los aspectos teóricos del problema. Después de todo, ¡ése es nuestro negocio!
Una cosa era clara desde el principio. Existía la probabilidad de que las condiciones meteorológicas no fueran las adecuadas para observar las sombras, aun con cielos despejados.
¿Se justificarían el esfuerzo y los gastos institucionales y personales, aunque no se pudieran registrar las sombras durante el eclipse? O, la otra duda, de haberse registrado, ¿no habría otro grupo que pudiera publicar los resultados antes que nosotros?
Estas preguntas son parte de la preocupación, casi cotidiana, de quienes nos dedicamos a la investigación. Las respuestas a estas y a otras de carácter más general dependen, unas, de las circunstancias específicas de un proyecto, otras de la responsabilidad de los investigadores.
Las dudas siempre están presentes y juegan el papel de la conciencia.
Un punto que vale la pena resaltar, por su papel en la investigación, es el que concierne a las posibilidades y a las probabilidades; el quehacer de la ciencia tiene que ver, fundamentalmente, con lo probable, no con lo posible. Por ejemplo, ¿para que viajar a otro lado, cuando era posible observar el fenómeno en la ciudad de México, como pueden atestiguarlo ahora varios millones de capitalinos? El hecho es que era muy poco probable que se viera en el DF, ¡también hay millones de defeños que no lo vieron! ¿Por qué muchos grupos fueron a La Paz, Baja California, y no a otros sitios, a pesar de saber que el 11 de julio del año anterior el cielo había estado totalmente cubierto? Nuevamente, las estadísticas de muchas décadas mostraban que era una de las mejores ubicaciones; las condiciones para la observación durante ese día lo confirmaron. Aunque no hay garantías, como nos lo repetimos muchas veces antes y después de que no las tuvimos (!) Sin negar el papel que juega y ha jugado la casualidad en el avance de la ciencia, no tiene sentido alguno trabajar bajo su amparo. Así, sólo se logran resultados (y apoyos) casualmente (!) Como quienes juegan a la lotería, que ignoran las probabilidades y sueñan con las posibilidades. Ahora que, para que negarlo, de vez en vez compramos un boleto de lotería... a pesar de que no nos sorprendería que si compráramos todos los números el resultado sería en letras!
Las reflexiones con las que concluimos este escrito están directamente conectadas con la motivación para escribirlo. Compartir la deliciosa experiencia del quehacer científico y repasar una de sus lecciones; no siempre el sacrificio y el trabajo se ven coronados con un resultado. Que esta sencilla moraleja sea comprendida por quienes dirigen la política científica en el país, y en particular en la UNAM, sería un paso importante hacia adelante, en el desarrollo de nuestra actividad. Los mecanismos de estímulos o el Sistema Nacional de Investigadores ignoran por completo esta parte cotidiana del trabajo de investigación. Aunque, claro está, si sólo se obtienen resultados negativos quiere decir que la cosa va mal y no es muy sensato esperar un premio.
La primera reflexión que quisiéramos hacer es la de compartir el gusto por hacer, o intentar hacer, ciencia, no la de hacer una apología del trabajo científico. Este placer abarca muchas cosas. Incluye nuestras esperanzas e idiosincrasias, nuestras mejores virtudes y muchas de nuestras limitaciones. Durante la génesis del experimento y el diseño de su protocolo, recordamos las horas de discusión en soliloquio, los periodos de meditación en voz alta con los demás participantes, los momentos de satisfacción personal y colectiva al aclarar algún punto difícil en las pláticas o al resolver los problemas que se iban presentando. Después, vinieron etapas de concentración individual para cuidar los detalles que debían ser afinados y, al final ¡cómo olvidarlo!, la creciente expectación para realizar el rito tantas veces repetido en la cabeza de cada uno de nosotros, con tantas esperanzas.
El llevar a cabo un experimento en torno a un eclipse, introduce un elemento adicional bien conocido por los astrónomos, y que consiste en el sencillo hecho de que se tiene una fecha y una hora perfectamente determinados; no es posible trabajar de otra manera que con antelación. No se lleva a cabo cuando los preparativos están a punto; no puede posponerse, como sucede con la gran mayoría de los experimentos científicos. Los preparativos adquieren la excitación que sólo tienen los hechos que poseen una “primera vez”, que, además, puede ser la última.
El conjunto de memorables momentos que se van acumulando y de personajes especiales que se van conociendo a lo largo de una carrera científica, es parte de lo que induce a la pasión con la que se persigue la investigación. Para algunos desde fuera, parece una labor pintoresca y enajenante o curiosamente descabellada.
Nuestra segunda reflexión tiene que ver con el contrapunto al romanticismo que poseen los científicos; el trabajo cotidiano y la práctica de la investigación, que son arduos, no tienen garantías. A veces no depende del investigador o del esfuerzo invertido el alcanzar los resultados buscados o esperados. En diversas ocasiones la respuesta encontrada o su defecto, da al problema un interés adicional, en otras es sólo descorazonadora. Es parte del trabajo. Quien se frustra, está en la actividad equivocada. Llevar a cabo un experimento glamoroso o uno como los que hacemos casi siempre, encierra un secreto múltiple: muchas horas de pruebas rutinarias, de lecturas pesadas, de ensayos fallidos, de gestiones administrativas, de consultas aburridas, de fatiga, de aprehensiones y desvelos, de presiones económicas, de incomprensiones institucionales y personales, cuando no de ambiciones ajenas y de envidias gratuitas. La ventaja está en que no es todo eso todo el tiempo! Y, otra cosa: hay que hacerlo, entenderlo y reportarlo antes que nadie. Sí, no es fácil. Tampoco lo es subir un pico nevado y escarpado.
La Naturaleza tiene sus secretos y parte de nuestro quehacer es encontrar caminos que eventualmente permitan descubrirlos. Los “genios” descubren los secretos, otros, los científicos que brillan en la historia, son los que abren los caminos; la mayoría de los científicos, los de “a pie”, recorremos los caminos para señalar las piedras y los obstáculos y para registrar (y gozar) la belleza virgen que ofrece el panorama; también, hay que decirlo, soñamos con las posibilidades. Igual que en la lotería, hay mortales que ganan.
Llegar hasta donde se ha explorado toma tiempo y dedicación; avanzar requiere un poco más. Los problemas, una vez resueltos, casi siempre se ven fáciles, aunque nunca faltan los que parecen haber sido resueltos por la inspiración que —dicen— sólo poseen los místicos. La inspiración, que nunca sobra una poca, únicamente viene después de la perspiración que resulta del trabajo de todos los días, de muchos meses, de años…
El método científico dista mucho de ser una serie de pasos a seguir para obtener resultados, para hacer ciencia. Parte del proceso se entiende y parte se intuye, siendo motivo de la especulación de quienes han hecho ciencia o de quienes la estudian a distancia, con la perspectiva y prejuicios de su propia actividad. Lo que no es eludible es el esfuerzo y el trabajo tenaces, apoyados en la mejor formación profesional posible.
Es necesario conocer las exigencias y responsabilidades de la actividad científica. La pasión, el gusto y las satisfacciones que da el trabajo creativo que conlleva el dedicarse a la investigación, lo pueden entender quienes han estado enamorados. Después de todo, la Ciencia es un amor correspondido.
|
|
![]() |
|
||||||||
Referencias Bibliográficas
Codona, J. L., 1986, Astron. Astrophys. 164: 415. |
|||||||||||
____________________________________________________________
|
|||||||||||
Rocío Chicharro y Ramón Peralta y Fabi
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Armando Peralta H. y Jorge Prado
Ingeniería Aeroespacial, Instituto de Ingeniería,
Universidad Nacional Autónoma de México.
|
|||||||||||
____________________________________________________________
|
|||||||||||
como citar este artículo → Chicharro, Rocío; Peralta y Fabi Ramón; Peralta H. Armando y Jorge Prado. 1992. Fantasmas de la ciencia y los eclipses. Ciencias núm. 25, enero-marzo, pp. 50-59. [En línea]. |
![]() |
![]() |
||||||
Silvia Bravo |
|||||||
Para los habitantes de otros sistemas planetarios, el Sol
no es más que un punto de luz en el cielo. Para los terrícolas es una enorme esfera brillante, fuente de luz y calor, y que resulta indispensable para la vida. Para los físicos espaciales, es un enorme problema de física de plasmas y de mecánica cuántica; un problema del tamaño de una estrella.
De todas las ciencias naturales, la física es la que estudia los sistemas más simples, aquellos que tienen niveles de organización más sencillos. Hablamos de masas puntuales, de cuerpos rígidos y nos complicamos un poco más al tratar la estructura de los átomos, el comportamiento de los fluídos o las interacciones entre varios cuerpos. Estos dos últimos tipos de problemas se pudieron empezar a trabajar realmente, sólo cuando aparecieron computadoras capaces de realizar un gran número de operaciones por segundo. Esta posibilidad dio un gran impulso a ciencias tan complejas como la geofísica, la astrofísica y la física espacial, entre otras, que tratan con sistemas de estructura más complicada, pero todavía susceptibles de ser tratados por la física. Una estrella, por enorme que sea, no es un sistema demasiado complejo, y se ha empezado a intentar el estudio y modelado de su comportamiento. El Sol es la estrella que tenemos más cerca y ya sabemos de el muchas cosas, tantas como para intentar usar toda nuestra física en un intento por entender su comportamiento. Así, en las últimas décadas, ha surgido un área de estudio bien diferenciada llamada Física solar, cuyo único propósito es el modelado de los procesos físicos que ocurren en el Sol. Esta nueva disciplina ha resultado un desafío muy interesante, pues no solo conjunta casi toda la física que se ha desarrollado hasta ahora, sino que ha sido impulsora del desarrollo de áreas básicas muy nuevas, como lo es, en particular, la física de plasmas. El Sol, como todas las estrellas, es casi en su totalidad plasma. Con esto queremos decir que su material (principalmente hidrógeno) está tan caliente, que sus átomos se encuentran ionizados, por lo que el material solar es muy buen conductor de la electricidad y está magnetizado. El estudio del comportamiento de los plasmas magnetizados ha resultado ser de una riqueza inesperada, aunque también representa una gran complejidad y nos ha dado un buen número de sorpresas. En la física de plasmas están involucrados conceptos gravitacionales, electromagnéticos, atómicos, termodinámicos, cuánticos, en fin, es toda la física aplicada al estudio del comportamiento de la materia con estas características. Dicho sea de paso, aunque el estado de plasma fue el último en descubrirse, y por eso se le llama el cuarto estado de la materia, y aunque sea poco frecuente en nuestro entorno cotidiano, es el más común de la materia en el Universo, ya que el 99% de ella está en estado de plasma, en las estrellas, en los medios interplanetario, interestelar e intergaláctico y aun en las partes altas de las atmósferas de los planetas: las ionósferas. El Sol, como la enorme esfera de plasma magnetizado que es, muestra una gran diversidad de fenómenos, que, aunque a nosotros nos parecen extraordinarios, deben de estarse llevando a cabo en forma similar y cotidiana en todas las demás estrellas. Sus características superficiales muestran una evolución cíclica, con un periodo promedio de 11.2 años. En estos ciclos aparecen y desaparecen manchas oscuras en el Sol, ocurren periodos de frecuentes y violentas explosiones, seguidos de periodos de gran calma. Aparecen enormes protuberancias que salen de su superficie y se extienden muy lejos sobre ella, antes de doblarse y volver a caer; hay regiones brillantes llamadas fáculas que surgen, duran un cierto tiempo y finalmente se apagan; en las imágenes de rayos X o en ultravioleta extremo, destacan regiones oscuras, llamadas hoyos coronales, las cuales se asientan en los polos del Sol durante los años correspondientes a sus periodos de calma y se encogen, y hasta llegan a desaparecer, cuando el Sol se encuentra muy activo. Está también el viento solar, que es la extensión de la corona por todo el medio interplanetario, lo cual se realiza en forma continua a velocidades superiores al millón de kilómetros por hora. El plasma supersónico del viento solar, genera una gran diversidad de fenómenos y estructuras, tanto en el espacio mismo, como alrededor de los planetas y los demás cuerpos materiales que constituyen nuestro sistema solar: ondas de choque —viajeras y estacionarias—, cápsulas magnetosféricas, corrientes eléctricas de muy diversas estructuras y una gran variedad de cosas por el estilo. Además, las perturbaciones de este viento solar, asociadas a la actividad del Sol, producen en la Tierra fenómenos como las tormentas geomagnéticas, las alteraciones en las comunicaciones por radio, las autoras polares, etcétera. y, muy posiblemente, tienen que ver con el clima y algunas alteraciones en la biósfera. Se tienen también en el Sol una enorme gama de oscilaciones (más de cien modos descubiertos hasta ahora) observadas en su superficie, pero muchas de las cuales involucran capas más profundas. Este descubrimiento reciente, de la gran variedad de oscilaciones periódicas que muestra el material solar, ha dado lugar al nacimiento de una nueva rama de la física solar llamada Heliosismología, a la que se están incorporando con mucho interés diversos grupos de astrónomos y físicos espaciales. Y se tiene, finalmente, toda esa enorme energía que se genera en el Sol y mantiene todos estos procesos. Pero el Sol es un gran problema. Conocemos ya muchas de sus características, aunque difícilmente podríamos decir que entendemos verdaderamente alguna de ellas. Nadie sabe a ciencia cierta a qué se debe el ciclo de actividad solar, y los modelos fisicomatemáticos que lo describen son aún muy simplificados. No existe un modelo satisfactorio para las explosiones (ráfagas) solares; no se entiende bien la evolución de los hoyos coronales; no se ha logrado un modelo que explique las características generales del viento solar; la heliosismología está en pañales y, para colmo, ya no estamos seguros de lo que está pasando en el interior del Sol para generar su energía. Los modelos de fusión de hidrógeno para producir helio, liberando con ello una gran cantidad de energía, fueron recibidos con gran entusiasmo como explicación de la enorme y duradera fuente de energía del Sol. Pero en los últimos años, estos modelos de fusión nuclear se han visto en serios problemas, ya que no se observa la cantidad de neutrinos que se deberían producir. En fin, que del Sol sabemos ya muchas cosas, pero no entendemos la gran mayoría de ellas; no tenemos mucha costumbre de tratar con estrellas, y no ha resultado fácil descifrar su comportamiento. Actualmente se ocupan del Sol un buen número de observatorios terrestres y de observatorios en órbita; estos últimos se han puesto ahí para evitar la absorción y el filtraje que ejerce nuestra atmósfera sobre algunas longitudes de onda particularmente importantes, como las ultravioleta y los rayos X y γ. Hay también vehículos en el medio interplanetario, algunos de ellos en órbita alrededor del Sol mismo, y que están registrando continuamente sus peculiaridades. Y hay también un buen número de experimentos en proyecto, como misiones en tierra y espaciales para el futuro cercano. Estamos empeñados en conocer bien a nuestra estrella, para poder extrapolar este conocimiento, con las características peculiares de cada caso, a los miles de millones de otras estrellas que nos acompañan. Estamos empeñados, también, en entender mejor el comportamiento de los plasmas, en particular de esos plasmas sin colisiones, que han mostrado ser capaces de comportarse como fluidos. Y, por último, estamos empeñados en generar modelos matemáticos que describan estos comportamientos. Como puede apreciarse, hay entretenimiento para rato. |
|
![]() |
|
||||
____________________________________________________________
|
|||||||
Silvia Bravo
Instituto de Geofísica,
Universidad Nacional Autónoma de México.
|
|||||||
____________________________________________________________ | |||||||
como citar este artículo → Bravo, Silvia 1992. Un problema del tamaño de una estrella. Ciencias núm. 25, enero-marzo, pp. 35-36. [En línea]. |
![]() |
![]() |
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Carlos Bosch Giral |
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
En cualquier sociedad es una práctica muy normal el tener
que compartir ciertas cosas. Es muy deseable que la forma en que se reparten las cosas sea considerada justa para las personas involucradas.
Una forma de hacer repartos es de manera autoritaria, en la cual un individuo imparcial o un equipo o una agencia asigna la parte que corresponde a cada individuo. Por ejemplo una Comisión de la Federación Internacional de Futbol Asociación, decide cuántos equipos representarán a cada zona en el campeonato mundial de futbol (CONCACAF está representada por dos, África, dos, América del Sur, 3, etcétera). Otro ejemplo sería el hecho de que para efecto de satélites el cielo se reparte entre los países de la siguiente manera: la porción de cielo le pertenece al país que puso en órbita primero a un satélite en esa posición.
Otra forma de hacer un reparto, es hacer que intervengan las partes afectadas de manera activa, decidiendo cómo hacer el reparto. Se trata de encontrar un método que haga que cada una de las personas esté de acuerdo en que es justo lo que obtuvo en el reparto. Es este tipo de enfoque el que nos va a interesar aquí. Empezaremos con el típico problema de repartir un pastel.
Este problema interesó a los matemáticos a principios de este siglo. En 1948, el matemático polaco Hugo Steinhaus escribió en uno de sus apuntes: “Al haber encontrado una solución para el problema del reparto del pastel entre tres personas, les propuse la generalización a mis compañeros B. Knaster y S. Banach.” Los tres fueron matemáticos de excelente reputación internacional.
Poco después, Steinhaus escribió la solución que Knaster y Banach encontraron para el reparto entre n personas y en el mismo artículo escribió un método de la distribución de herencias del que también hablaremos posteriormente.
El problema de los repartos tiene distintos aspectos y formas. El matemático inglés D.R. Woodall y el americano W. Stromquist, han probado que el pastel puede ser repartido entre personas, de tal forma que cada persona prefiere su propio trozo sobre cualquier otro. Es decir que cada persona cree tener la mejor parte; cree que no hay otra persona que tenga más que él. Desafortunadamente esta prueba no incluye un algoritmo que indique cómo obtener los pedazos, sólo es una prueba de existencia.
El matemático americano T. Mill ha probado que si n países tienen frontera con un pedazo de territorio en disputa, se puede dividir éste en n pedazos, de tal manera que a cada país se le puede dar una parte que tiene frontera con su país y que considera al menos 1/n del territorio en disputa. Aún quedan muchos problemas de repartos por ser resueltos.
Algunos repartos
Dos personas
Supongamos que dos personas tienen que compartir un pastel. Todos conocemos un método con el cuál ambos quedarán satisfechos. Es el de que una de ellas corte el pastel de manera que crea que lo ha dividido en dos partes iguales y que sea la otra persona la que elija el pedazo que quiere.
La persona que elije está contenta, pues de los dos pedazos ha optado por el mayor, así que tiene al menos la mitad del pastel y la otra persona al haber cortado el pastel lo ha hecho de la manera más exacta posible ya que sabe que él no elije primero así que el pedazo restante es exactamente un medio respecto a su criterio.
Antes de continuar hagamos claras algunas de las premisas que estamos suponiendo para resolver este problema.
a) Para poder pensar en un reparto que a todas las personas involucradas les parezca justo, debe considerarse la opinión de cada persona, que por cierto puede diferir de una a otra. Para repartir algo de manera “justa” cada persona debe obtener una parte que ella considere justa.
b) Cada persona tiene la capacidad de dividir un objeto en n partes que ella considera iguales.
c) Si un objeto es dividido en partes, cada persona puede dar un valor fraccional (real) a esos pedazos, de manera que al sumar todas esas fracciones (reales) se obtiene uno.
d) El valor que una persona le da a un pedazo, puede involucrar algo más que el simple tamaño del pedazo.
Estas son algunas suposiciones que nos permitirán atacar mejor nuestro problema. Ellas juegan el mismo papel que los axiomas en geometría.
Tres personas
Método 1. El cuchillo movedizo
El siguiente método produce un reparto justo de un (pedazo de) pastel entre tres personas.
Supongamos que un cuchillo se mueve continua y lentamente sobre el pastel. Cualquiera de las tres personas involucradas puede decir “corta” y en ese instante el cuchillo cortará el pastel, adjudicándose la parte cortada a la persona que dijo “corta”. Este método garantiza que cada persona recibirá la parte del pastel que considera justa a su juicio.
Esta es tal vez la solución más sencilla del problema. Sin embargo hay otras soluciones que también nos dan un algoritmo. Veamos otra manera justa de repartir un pastel entre tres personas.
Método 2
Por facilidad llamaremos a las tres personas Sofía, Pablo y Claudia. El algoritmo es el siguiente:
1. Sofía corta el pastel en dos partes que piensa son mitades.
2. Pablo elije y Sofía se queda con la otra mitad.
3. Ambos, Pablo y Sofía dividen sus pedazos respectivos en tres partes que consideran iguales.
4. Claudia elije una tercera parte de cada uno.
5. Pablo y Sofía se quedan con lo restante.
Este es un algoritmo muy elegante para repartir el pastel entre tres personas de manera que todas queden satisfechas pensando que obtuvieron al menos una tercera parte del pastel.
Veamos que eso es en efecto cierto, que tanto Pablo, Sofía como Claudia están contentos con su parte.
Sofía obtiene exactamente 2/3 de 1/2 según su criterio que es 1/3.
Pablo obtiene 2/3 de al menos 1/2 a su juicio, así que se queda con al menos 1/3.
Ahora viene el caso de Claudia de quien no sabemos qué piense del primer corte que hizo Sofía. Si piensa que el corte no da mitades sino que un pedazo es a y el otro 1–a entonces obtiene al menos
1/3a + 1/3 (1–a) = 1/3 –1/3a = 1/3
según su criterio. Si cree que el corte dio mitades tiene al menos 1/3 del pastel.
Método 3
Veamos una posibilidad más:
1. Sofía corta el pastel en tres pedazos que son exactamente tercios según su criterio.
2. Pablo y Claudia deciden si esa división es justa o no y tabulan los pedazos que aceptarían o no. Por ejemplo:
Tenemos ahora dos casos; una “matriz” como la anterior hace que los tres pedazos se puedan asignar a cada persona, en cuyo caso Sofía toma el pedazo 3, Pablo el 1 y Claudia el 2.
La otra posibilidad es tener una matriz en la que Pablo y Claudia sólo aceptan tomar un pedazo y éste sea el mismo, por ejemplo:
En este caso asignemos a Sofía el pedazo 1. Pablo y Claudia piensan que el pedazo 2 y el 3 son más de 2/3 del pastel, ya que ninguno quiere tomar el pedazo 1. Ahora nos queda por repartir los pedazos 2 y 3 entre Pablo y Claudia, para lo cual le pediremos a uno de ellos que corte los pedazos en mitades y al otro que escoja.
Es claro que con este método todos creerán que han obtenido al menos 1/3 del pastel.
Observe que al usar este método no hay más de cinco cortes y sin embargo en el método anterior se usaron exactamente cinco cortes.
Por supuesto que existen otros métodos, pero estos tres son suficientes para nuestro propósitos.
Extensión a n personas
El método 1 se puede extender fácilmente a cuatro personas pidiendo que la persona que se quiere adjudicar una parte avise cuando considere que tiene una n-ésima parte del pastel.
El método 2 también se puede extender. Veamos cómo se extiende a 4 personas. A corta en mitades, B elije un pedazo. A y B parten sus pedazos en 3 partes y C toma un pedazo de A y otro de B. Así que A, B y C tienen según su criterio al menos 1/3 del pastel.
Ahora cada quien corta sus dos pedazos en 4 partes cada uno, es decir que se obtiene 6 x 4 = 24 pedazos. D elije dos pedazos de cada una de las partes de A, B y C, así que cada quien tiene 6 partes. A, B y C tienen ahora 6/8 de al menos 1/3, es decir 6/8 x 1/3 = 2/8 = 1/4, A, B y C tienen según su criterio al menos 1/4 del pastel. No es difícil argumentar que D también tiene al menos 1/4 del pastel.
El método 3 también se puede extender y para esto exhibiremos únicamente un ejemplo:
Demos la parte 4 (o la 3) a A y que B, C y D procedan como en el método 3 para tres personas con las partes sobrantes. O bien demos la parte 4 a A y la 2 a B y que C y D se repartan las partes 1 y 3.
Estos tipos de repartos también se aplican a otro tipo de objetos, además de los pasteles. Sin embargo los coches y las casas son considerados indivisibles. Los métodos usados para dividir el pastel, usualmente no se pueden usar para objetos indivisibles. ¡Necesitamos nuevas ideas!
Reparto de herencias
Lo más usual en este tipo de situaciones es que la gente se pelee. Otra posibilidad es que nombren a un asesor externo que valúe y venda los bienes y luego reparta el dinero entre los herederos. Sin embargo hay otras posibilidades y en algunos casos cada heredero pensará que obtuvo según su criterio más de una n-ésima parte si el reparto se hace entre n personas.
Un método para hacer repartos de bienes lo ilustraremos en el ejemplo siguiente. En este método cada persona indica el valor que cree que tiene cada cosa en un papel sin que los demás sepan. La persona que evalúe más alto un bien se quedará con él. Así que el valor total de la herencia estará determinado por la suma de las evaluaciones de cada persona y podrá ser diferente, dependiendo de cada una. Un reparto justo deberá de hacerse con el avalúo total de cada persona.
Ejemplo. Supongamos que Alfredo, Bárbara y Carmelo se están repartiendo un piano, un coche, un barco, un terreno y una suma de 60 millones de pesos. Recordemos que la persona que valúe más alto alguna de las cosas se quedará con ella. Luego se harán ajustes con el dinero líquido para que cada persona obtenga a su juicio una parte justa de la herencia.
Supongamos que las evaluaciones las hicieron de acuerdo con la tabla 1.
Observamos que cada persona recibe un poco más de 5 1/3 millones de lo que ella considera ser 1/3 del total. Así que cada uno recibe más de lo que esperaba desde su punto de vista.
Si entre los bienes no se encuentra una suma grande de dinero, entonces se puede proceder básicamente de manera similar y las personas a las que se les asignen objetos por más de su parte, deberán pagar en efectivo la parte excedente.
Por supuesto que este método también funciona para el caso en que los herederos no tienen todos el mismo porcentaje de la herencia.
Es evidente que este método se puede falsear y uno de los problemas que tiene es el de que alguna de las personas vea las evaluaciones de otra, o bien que dos de ellas se pongan de acuerdo, de modo que la suma de sus evaluaciones sea muy grande comparado con la de las otras personas involucradas, con lo cual ellas recibirán más y las otras personas menos.
Un poco más sobre repartos desde el punto de vista matemático
Hagamos aquí un poco de abstracción y denotemos por X a lo que se va a repartir, por ejemplo el pastel, y por P1, …, Pn, a las n personas que participan en el reparto. El problema consiste en encontrar una partición X tal que X = X1 U X2 U ... U Xn de tal forma que la persona Pi recibe la porción Xi y que Pi piense que recibió una parte justa para i = 1, …, n.
Como siempre la pregunta de qué es justo es importante de resolver; sin embargo, esto es muy preciso al hacerlo desde el punto de vista matemático.
Supongamos que cada persona Pi determina una función fi, de tal manera que fi (Y) indica la fracción (real) del pastel que se asigna a Y, según el criterio de la persona Pi. Así que 0 ≤ fi(Y) ≤ 1 y si Y1 U … U Yh, es una partición de X, se tiene
f(Y1) + … + f(Yh) = 1
Justo puede querer decir lo siguiente:
a) fi(Xi) ≥ 1/n para toda i. Es decir que cada persona va a tener al menos un eneavo del pastel, según su propio criterio.
b) fi(Xi) ≥ 1/n para toda i; cada persona piensa que obtendrá un pedazo mayor de un eneavo del pastel
c) fi(Xi) ≥ fi(Xi) para toda i, j. Cada persona piensa que obtendrá una porción al menos tan grande como cualquier otra persona.
d) fi(Xj) = 1/n para toda i, Cada persona piensa que todas las porciones son exactamente iguales.
Para resolver el problema a existen varios algoritmos. Para b, si todas las funciones fi son iguales es imposible. Si al menos dos funciones son diferentes hay pruebas de existencia para toda n.
Para el caso c hay pruebas de existencia y sólo para n ≤ 3 se conocen algoritmos.
Para d hay pruebas de existencia para toda n.
Para el caso a tenemos un método que incluso se extiende para n personas, el método 2 de la sección de algunos repartos. Si el algoritmo se extiende para n personas se obtienen n! (n factorial) pedazos, lo cual es muchísimo.
En 1948, Hugo Steinhaus, después de que S. Banach y B. Knaster plantearon una solución general les indicó: “Hay problemas matemáticos interesantes si uno desea determinar el mínimo número de cortes para esta situación.”
A ese respecto el menor número de pedazos que se conocen para resolver el problema a, es
n([log2n] + 1) - 2 log2n + 2.
Para terminar veamos un algoritmo para el caso c, con tres personas. Este algoritmo se debe a Selfridge.
Primero, pidamos a P1 que corte X en tercios, es decir
X = X1 U X2 U X3
y f1(X1) = f1(X2) = f1(X3) = 1/3
Segundo, supongamos que P2 considera que
f2(X1) ≥ f2(X2) ≥ f2(X3)
Así que le pediremos a P2 que corte el exceso E de X1 de tal manera que
f2(X2) = f2(X'1) y X1 = E U (X'1)
separemos el pedazo E por el momento (figura 1).
Tercero, pidamos a P3 que elija un pedazo X'1, X2 o X3
Si P3 elije X'1 entonces demos X2 a P2 y X3 a P1
Si P3 elije X2 entonces demos X'1 a P2 y X3 a P1
Si P3 elije X3 entonces demos X'1 a P2 y X2 a P1
Observemos que con los pedazos X'1 X2 y X3 todas las personas piensan que no hay alguna que tenga un pedazo más grande que el suyo.
Cuarto, numeremos ahora a las personas de la siguiente forma. El que tenga X'1 será A, P1 será B y la otra persona será C. Esto es para repartir el pedazo E.
Quinto, pidamos a C que corte E en tercio E = E1 U E2 U E3, de modo que fc (E1) = fc (E2) = fc (E3). Pidamos a A que escoja primero, luego a B y finalmente C se quedará con el último pedazo.
Analicemos ahora la situación:
A piensa que todos tienen menos que él ya que elije primero.
B está en una situación similar, ya que B hubiera dado incluso todo el pedazo E a A sin sentir que A tuviese más que él. Respecto a C, como B elije su pedazo antes que C, también tendrá al menos tanto como C.
C también está contento ya que él fue quien cortó el pedazo E.
Desde el punto de vista matemático queda mucho por investigar y cualquier avance será bienvenido, sobre todo si este es en el sentido de encontrar algoritmos.
Conclusiones
Comienzan a hacerse modelos matemáticos en las ciencias sociales con grandes resultados. No solamente se están dando nuevos puntos de vista de los problemas sociales, sino que las mismas matemáticas se están agrandando con ello. La aplicación de las matemáticas a las ciencias sociales tardó, debido a que tradicionalmente se las consideraba de difícil cuantificación. Sin embargo, las matemáticas se aplican, cada vez más, a distintas áreas, lo que las hace más atractivas, ya que se está obteniendo mucha información que es accesible a muchas más personas, que lo que eran las matemáticas más tradicionales o las áreas más “puras”.
Éstas eran entendidas y apreciadas después de varios años de entrenamiento en matemáticas avanzadas. Sin embargo para estar seguro de que todo funciona bien, siguen siendo necesarias las pruebas más técnicas y conforme se desarrollen las nuevas áreas, éstas serán cada vez más inevitables.
Por otra parte, esto abre un gran panorama para todas las carreras relacionadas con las matemáticas. Ya que son carreras nuevas que requieren de una preparación distinta a las tradicionales; por ejemplo: ya en varias universidades no es el cálculo diferencial e integral el tema central de los cursos de matemáticas. Es un momento importante para recibir y ofrecer orientaciones diferentes en matemáticas. Se está trabajando en diferentes áreas donde se han encontrado muchos puntos en común. A veces el éxito se debe al uso de la computadora, la cual hay que saber usar y conocer sus posibilidades y limitaciones. En conclusión, se abre un gran porvenir para los jóvenes que quieren estudiar algo relacionado con matemáticas.
Agradecimientos
Quiero agradecer a Magali Folch Gabayet y a Claudia Gómez Wulschner las correcciones que me indicaron al leer el manuscrito final. También a Silvia Torres por descifrar mi manuscrito y ponerlo en forma legible, así como a todas las personas que laboran para esta revista por la ayuda que me brindaron.
|
|
![]() |
|
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Referencias Bibliográficas
1. Dubins L. E. and E. M. Spanier, 1961, “How to cut a cake fairly”, Amer. Math. Monthly 68: 1-17.
2. Nennett, S., D. DeTemple, M. Dirbs, B. Newell, J. Robertson, B. T. and Fair Division preprint. 3. Robertson, J. and Webb W. B. Tyns, Minimal number of cuts for fair Division, por aparecer. 4. Stromquist, W., 1990, “How to cut a cake fairly”, Amer. Math Monthly 87: 640-644. 5. Woodall, D. R., 1980: “Dividing a cake fairly”. J. of Math. Anal. and App. 78: 233-247. 6. Woodall, D. R., 1986, “A note on the cake division problem”, J. of Comb. Theory Series A 43: 300-301. |
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
____________________________________________________________
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Carlos Bosch Giral
Instituto Tecnológico Autónomo de México.
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
____________________________________________________________ | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
cómo citar este artículo →
Bosch Giral, Carlos. 1992. El que parte y reparte se queda con la mejor parte.... Ciencias núm. 25, enero-marzo, pp. 28-33. [En línea].
|
![]() |
![]() |
|
|||||||||
Exequiel Ezcurra |
|||||||||||
El crecimiento de la ciudad de México es una de las grandes preocupaciones nacionales, no solo por las consecuencias sociales de esta inmensa concentración económica y la asimetría que representa con respecto al resto del país, sino también por las consecuencias ecológicas que la concentración de 17 a 19 millones de personas parece ominosamente presagiar. Para algunos, esta concentración humana no puede sino significar el preludio de una gran catástrofe ecológica que llevará en un futuro a descentralizar la cuenca de México de manera forzosa. Para otros, en cambio, la concentración urbana es el resultado lógico del desarrollo industrial y del avance tecnológico del siglo XX, y no se le debe conferir demasiada importancia como un problema en sí mismo. Según este segundo planteamiento, el desarrollo tecnológico proporcionará los medios para superar los problemas ambientales que presenta el crecimiento de la gran ciudad. Sin asumir una postura a favor o en contra de ninguna de las dos posiciones, el objeto de este trabajo es analizar el problema desde una perspectiva histórica. Hablar de una crisis ecológica implica referirse a problemas de agotamiento de recursos naturales, o del deterioro de los mismos, hasta niveles que hagan difícil la supervivencia de grandes sectores de la población. En una ciudad moderna, una crisis ambiental implica una crisis en recursos tales como el aire, el agua o el suelo. Una crisis ecológica en el medio urbano será necesariamente generada por problemas tales como el agotamiento del agua del subsuelo, el deterioro de la calidad del aire más allá de los niveles aceptables para la salud humana, el azolvamiento y la inundación de la ciudad por la deforestación en su periferia, o algún otro problema similar. La tesis central de este trabajo es que el agotamiento de los recursos naturales ya ha sido un problema importante en otros momentos históricos de la cuenca de México, que ha llevado a sus pobladores a procesos masivos de emigración y extinción cultural. En la defensa de esa tesis, ubicaremos cuatro momentos en la historia de la cuenca de México en los que el manejo inadecuado de los recursos naturales provocó la desintegración cultural y demográfica de las sociedades que habitaban el área en ese momento. Siguiendo la propuesta de Whitmore y Turner (1986, ver también Whitmore et al. 1991), llamaremos a esos procesos de crecimiento y extinción “ciclos demográficos de población y colapso”, y discutiremos en este trabajo cómo se dio cada uno de ellos. Primer ciclo: la dolorosa transición a la agricultura Comparados con el largo tiempo de ocupación humana que tienen África, Europa y Asia, el hombre llegó al continente americano en tiempos geológicos recientes. Durante el Pleistoceno, es decir, durante los últimos dos millones de años, la Tierra pasó por una serie de eventos de enfriamiento en los polos, con acumulación de grandes masas de hielo en las regiones boreales. La última de estas glaciaciones, conocida como estadio glacial Wisconsin, comenzó hace unos 70,000 años y acabó hace unos 10,000 a 12,000 años. Durante el Wisconsin, grandes cantidades del agua del planeta se acumularon en los polos y los mares bajaron de nivel hasta en decenas de metros. Estos cambios permitieron el paso de grupos humanos a través del estrecho de Bering, los que se expandieron luego a lo largo de todo el continente, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. La fecha exacta de la llegada del hombre al continente americano aún es motivo de polémicas. Algunos autores, basados sobre todo en evidencias estratigráficas y apoyados en fechas obtenidas por análisis de Carbono-14, sostienen que la llegada del hombre fue hace unos 12,000 años, a finales del Wisconsin (Marcus y Berger, 1984; Martin, 1984). Otros investigadores, sin embargo, presentan evidencias de ocupaciones muy anteriores, de hasta 25,000 años antes del presente (Lorenzo, 1981; MacNeish, 1976). En la cuenca de México en particular, se han encontrado restos arqueológicos en Tlapacoya que han sido fechados como de hace unos 22,000 años (Lorenzo, 1981). A pesar de la polémica, que aún subsiste, sobre la fecha exacta de la llegada del hombre a América, sabemos con certeza que el hombre llegó al nuevo mundo hacia finales del Wisconsin, cuando llevaba ya decenas de miles de años de expansión demográfica y cultural en el viejo mundo. La expansión del hombre en el Norte y Mesoamérica coincidió con la retirada de los hielos de la última glaciación y, al mismo tiempo, con la extinción de muchas especies de grandes mamíferos como venados, gliptodontes, antílopes, equinos, capibaras, llamas y otros camélidos, bueyes almizcleros, mastodontes, gomfoteros y mamuts (Halffter y Reyes-Castillo, 1975; Martin, 1984). Las razones de estas desapariciones masivas son todavía sujetos de encendidos debates (véase, por ejemplo, Diamond, 1984, y Martin, 1984). Una teoría reciente, conocida como la “hipótesis de la sobre caza”, sostiene que las extinciones del Pleistoceno tardío fueron inducidas por la llegada del hombre, un depredador nuevo, organizado en pequeños grupos sociales, culturalmente evolucionado, capaz de fabricar herramientas y artes de caza y, sobre todo, poseedor de una mortífera eficiencia en sus métodos de captura. La teoría de la sobre caza sostiene que, a medida que el hombre fue avanzando sobre el nuevo continente como una verdadera onda epidémica, fue dejando tras sí una estela de extinciones de grandes herbívoros que, no acostumbrados a este nuevo depredador, sucumbieron fácilmente a la captura. Lo que es claro, en todo caso, es que los primeros hombres en América no fueron capaces de domesticar animales como lo hicieron los hombres asiáticos y europeos (la excepción, por supuesto, es la domesticación de las llamas y las vicuñas por los incas y, aunque menos importante, la de los patos y los guajolotes en la cuenca de México). La presión de la caza sobre las poblaciones de grandes herbívoros extinguió un gran número de especies, y, con el paso del tiempo, forzó a los hombres americanos a enfrentar su supervivencia, colectando plantas, pequeños animales e incluso insectos. Curiosamente, su incapacidad para domesticar especies animales aceleró más tarde la domesticación de plantas de cultivo. El caso del maíz, es uno de los procesos más rápidos que se conocen de cambio genético de una población silvestre. En unos pocos miles de años, un tiempo relativamente corto para los ritmos de los procesos culturales en la prehistoria, aquellos primeros cazadores que llegaron a América se habían transformado en eficientes agricultores sedentarios. El proceso de extinción de grandes animales proveedores de carne, aceleró el proceso de desarrollo de la agricultura y de la domesticación de plantas silvestres en todo Mesoamérica. En la cuenca de México, en particular, las excavaciones arqueológicas muestran que la proporción de huesos en los restos de comida, fue disminuyendo con el tiempo hasta formar menos del 1% de la dieta en los poblados agrícolas sedentarios, durante el periodo clásico y los posteriores (Sanders, 1976; Sanders et al., 1979). Todavía en el Formativo (1500-800 a. C.), aunque ya se habían extinguido muchas especies de grandes herbívoros, la carne del venado de cola blanca (Odocoileus virginianus, una especie que aún abunda en muchas partes de México) formaba una proporción importante de la dieta de los pobladores de la cuenca de México (Serra Puche, 1988; Serra Puche y Valadez Azúa, 1989). Sin embargo, la transformación de cazadores a agricultores, no fue un proceso fácil. Es claro que esta transición debe haber implicado problemas severos en el abasto de alimentos, y un deterioro grande en la calidad de las proteínas ingeridas por los primeros pobladores. Así, podemos visualizar el establecimiento de los primeros grupos humanos en el continente americano, como un largo ciclo de lenta expansión poblacional, seguido por otro de estabilización y, en algunos casos, de reducción de las poblaciones humanas, provocado por la extinción del recurso animal. El valle de Tehuacán, unos 200 km al sureste de la cuenca de México, es la región del continente americano donde se han encontrado los restos más antiguos de agricultura (Mangelsdorf et al., 1967). Excavaciones realizadas en las cuevas de Coxcatlán han mostrado que miles de años antes de la era cristiana, el área del fondo del valle, ya se encontraba bajo formas incipientes de cultivo. Los restos más antiguos de maíz cultivado que se conocen, fueron hallados en las cuevas de Coxcatlán. Junto con ellos se hallaron restos de plantas silvestres recolectadas para consumo, como lo son: frutos de cactos, vainas de mezquite, restos de magueyes, e inflorescencias de varias plantas. La dinámica de los procesos prehistóricos, sin embargo, era muchísimo más lenta que la de los tiempos históricos recientes. El ciclo de expansión humana en el continente americano, y la transición posterior a la agricultura, ocuparon un periodo de 10 a 20 mil años, de los cuales los últimos 3 mil fueron de transición rápida hacia la agricultura. Sin embargo, comparados con los 60 u 80 mil años que llevó la domesticación animal y el desarrollo de la agricultura en el viejo mundo, podemos concebir el proceso de transición de cazadores-recolectores a agricultores en el nuevo mundo como parte de un ciclo de transformación acelerado, inducido por el agotamiento de los recursos faunísticos. Segundo ciclo: el poder de los volcanes Geológicamente, la cuenca de México se encuentra dentro del Eje Volcánico Transversal, una formación del Terciario tardío, de 20 a 70 km de ancho, que atraviesa la República Mexicana desde el Pacífico hasta el Atlántico, aproximadamente en una dirección este-oeste (Mosser, 1987). Tanto por la cercanía y conexión directa de la cuenca con la fosa del Pacífico, como por la existencia de numerosas fallas a lo largo del Eje Volcánico Transversal, los procesos volcánicos, y la inestabilidad tectónica en general, han sido elementos sobresalientes a lo largo de la historia de la cuenca, como también lo han sido los temblores de tierra que, desafortunadamente, continuarán siéndolo en el futuro. Cuando la agricultura comenzó a desarrollarse en la cuenca, los grupos humanos en el área se hicieron sedentarios y empezaron a organizarse en pequeños poblados, ocupando las partes bajas del valle (Lorenzo, 1981; Niederberger, 1979). Los primeros grupos sedentarios se establecieron en áreas planas que poseían un buen potencial productivo y adecuada humedad, pero que, al mismo tiempo, se encontraban cerca de áreas mas elevadas, lo que les permitía evitar las inundaciones durante la temporada de lluvias (Niederberger, 1979). Entre los años 1700 y 1100 a. C., los primeros poblados grandes empezaron a formarse al noreste de la cuenca, y para el año 100 a. C. la población era de aproximadamente 15,000 habitantes, con varios pueblos de más de 1000 personas distribuidos en diferentes partes del valle. Hacia los comienzos de la era cristiana la población de Texcoco, al este de la cuenca, era ya de unos 3500 habitantes. En esa misma época comenzó el desarrollo del centro urbano y religioso de Teotihuacán, al noreste del lago de Texcoco, suficientemente alejado de las áreas del fondo de la cuenca, mas proclives a las inundaciones. El otro gran centro urbano y ceremonial de la época era Cuicuilco, al sur de la cuenca, sobre las faldas de la sierra del Ajusco. Cuicuilco se encontraba en un área también alejada de las inundaciones, pero mucho más húmeda y de mejor calidad agrícola. En el sur de la cuenca es donde más llueve, y era donde bajaban los cauces de agua provenientes de los bosques del Ajusco. Así, a principios de la era cristiana, Cuicuilco era una cultura muy desarrollada, tan importante o más que la floreciente Teotihuacán. Sin embargo, la erupción del volcán Xitle a principios de nuestra era (entre los siglos I y II), generó un inmenso mar de lava que cubrió totalmente el centro urbano de Cuicuilco y sepultó bajo el basalto los mejores suelos agrícolas de la región, formando lo que es actualmente el Pedregal de San Ángel. Lo único que quedó de esta importante cultura, es parte de la pirámide principal, que por su tamaño y altura alcanzó a emerger fuera del manto de basalto. En Cuicuilco, los límites que impone la geología volcánica de la cuenca de México cobraron sus primeras víctimas. Fue allí donde por primera vez se registra, de manera certera, el hecho de que el desarrollo urbano de la cuenca se vio restringido por la naturaleza tectónica del Eje Volcánico Transversal, provocando un verdadero desmoronamiento poblacional y emigración masiva. Las consecuencias ambientales que impuso la erupción del Xitle hicieron que durante el siglo II d. C., la población sobreviviente de la cuenca se concentrara en el norte, agrícolamente menos apto, pero más seguro desde el punto de vista geológico. Así, la formación del Pedregal de San Ángel consolidó definitivamente la preeminencia política de Teotihuacán. Tercer ciclo: templos y desertificación Hacia el año 100 d. C., Teotihuacán tenía ya unos 30,000 habitantes, y cinco siglos más tarde, en el año 650, la población de este gran centro ceremonial alcanzó a superar los 150,000 habitantes (Parsons, 1976; Millon, 1970). Un siglo más tarde, la población de Teotihuacán había descendido nuevamente a menos de 10,000 habitantes. No se sabe con certeza cual fue la causa del colapso de esta cultura. Algunos investigadores lo atribuyen al alzamiento de grupos sometidos; otros, al agotamiento de los recursos naturales explotados por los teotihuacanos. Aun si la primera hipótesis fuera cierta, el significado ecológico del tributo que se exigía a los grupos sometidos era el de importar recursos naturales con los que se subsidiaba la economía local. En cualquiera de las dos hipótesis, por lo tanto, el agotamiento de los recursos naturales y el conflicto sobre su apropiación, aparecen como las causas principales. Según Sanders (1976; véase también Sanders et al., 1979) la sobre explotación de los recursos naturales semiáridos que rodean a Teotihuacán, junto con la falta de una tecnología apropiada para explotar los terrenos fértiles pero inundables del fondo de la cuenca, fueron elementos determinantes decisivos en el colapso de esta civilización. Existen sólidas evidencias de que el área de Teotihuacán se encontraba fuertemente alterada en el momento de la decadencia de esta cultura. No es coincidencia que estas magníficas ruinas se encuentren aún hoy en día en un área desertificada, seca y sin mayor vegetación arbórea. Por lo que sabemos, la región ya se encontraba en ese estado a la llegada de los españoles. Es difícil creer que los fundadores de esta gran cultura eligieron un sitio relativamente inhóspito cuando existían áreas mas fértiles a corta distancia. Parece más lógico suponer que el área, inicialmente fértil, fue deteriorada por el mismo desarrollo cultural del centro urbano, hasta provocar su decadencia debido al agotamiento de los recursos naturales. Es posible calcular, por ejemplo, que la madera necesaria para calcinar la roca calcárea, usada en el mortero y el estuco de las pirámides, fue del orden de decenas de miles de toneladas (Cook, 1947). Si a eso se le suma la madera necesaria para mantener las necesidades domésticas y las cocinas de 150,000 habitantes (una estimación conservadora de medio kilo de leña por persona por día), implica que la ciudad consumía unas 30 mil toneladas anuales solamente para combustible doméstico, resulta claro que el desarrollo de Teotihuacán trajo aparejado una inmensa deforestación en el norte de la cuenca, con la consecuente erosión y pérdida de buenos suelos agrícolas (la suma completa de la leña utilizada por Teotihuacán para su desarrollo, implicaría la tala de unas 30 a 60 mil hectáreas de bosque). Todo parece indicar que fue, finalmente, este mismo desarrollo el que generó el colapso de la civilización teotihuacana. La formación de la cultura lacustre Varias culturas existieron en los márgenes de los lagos, antes y durante la llegada y establecimiento de los aztecas. Además de los asentamientos originales en Teotihuacán, Texcoco y en varios pueblos menores más, inmigrantes de distintos grupos étnicos se fueron asentando en la cuenca. Los chichimecas, provenientes del norte, se asentaron en Xoloc; mientras que acolhuas, tepanecas y otomíes, ocupaban las márgenes occidentales del lago (Azcapotzalco, Tlacopan y Coyohuacan) y algunos grupos de influencia tolteca se establecían al oriente (Culhuacán, Chimalpa y Chimalhuacán). El sistema lacustre en el fondo de la cuenca se fue rodeando lentamente de un cúmulo de pequeños poblados. El desarrollo de nuevas técnicas agrícolas —las chinampas—, basadas en el riego por inundación del subsuelo y en la construcción de canales, permitieron un impresionante aumento en las densidades poblacionales. En los campos chinamperos los canales servían a la vez como vías de comunicación y de drenaje, mientras que la agricultura en campos, rellenados con el sedimento extraído de los canales, permitió un mejor control de las inundaciones. Al mismo tiempo, los grupos residentes, fueron aprendiendo a reemplazar la falta de grandes herbívoros con la caza y la recolección de productos de los lagos y de los canales, entre ellos varias especies de peces y de aves acuáticas, ranas, ajolotes, insectos y acociles, así como con la recolección de quelites y hierbas verdes. Desde los primeros tiempos del desarrollo de asentamientos humanos en la cuenca, el abasto de proteína animal fue un problema severo para sus habitantes. En el fondo de la cuenca, cerca o dentro de los grandes cuerpos de agua, se encontraba una rica fauna de aves, reptiles, anfibios, peces e invertebrados acuáticos. Estos grupos de animales fueron mucho más difíciles de extinguir por la sobre caza, y representaron durante mucho tiempo el recurso de proteínas animales más abundantes para los pobladores. Halffter y Reyes-Castillo (1975), Rojas Rabiela (1985) y Niederberger (1987), han descrito la rica fauna acuática que existía en la cuenca de México, y los métodos de captura que utilizaban las poblaciones tradicionales. Las aves acuáticas que se encontraban en la cuenca, y las que se encuentran todavía en el vaso de Texcoco y otros espejos de agua, son mayoritariamente migratorias; utilizan los grandes lagos del altiplano mexicano como sitio de refugio invernal (de noviembre a marzo). Este diverso grupo de animales incluía 22 especies de patos, gansos y cisnes, 3 especies de pelicanos y cormoranes, 10 especies de garzas y cigüeñas, 4 especies de macaes, 19 especies de chorlos y chichicuilotes y 9 especies de grullas, gallaretas y gallinetas de agua. Los patos silvestres o canauhtli y los gansos o concanauhtli, eran los animales más buscados por los cazadores prehispánicos. Dentro de los reptiles y anfibios del lago de México, Niederberger cita cinco especies de ranas y sapos, cuatro de axolotes, siete de serpientes de agua y tres de tortugas. Los axolotes eran especialmente buscados por los aztecas por su delicado sabor, parecido al de las anguilas europeas. Aún hoy es posible adquirirlos en el mercado de Xochimilco, recolectados por los campesinos chinamperos en los canales que rodean sus parcelas. El lago era también rico en peces de agua dulce, que los pobladores de la cuenca pescaban con redes. El grupo más abundante era el de los Aterínidos o peces blancos, llamados iztacmichin en náhuatl. Este grupo presentaba tres especies claramente identificables según su tamaño. Los otros grupos de peces que eran utilizados por los mexicas, pertenecen a los órdenes de los Ciprínidos y de los Goodeidos. Los primeros, conocidos como juíles (en náhuatl xuilin), son peces que viven en los fondos barrosos y comprenden cuatro especies. Del orden de los Goodeidos, los mexicas utilizaban sólo una especie, conocida como cuitlapétotl o “pescado de vientre grande”. Los antiguos pobladores de la cuenca consumían también un gran número de pequeños organismos acuáticos, como artrópodos, algas y huevos de pescado. Los acociles, pequeños crustáceos de unos 2 cm de largo, eran muy utilizados en el México antiguo y son todavía objeto de consumo común en Xochimilco. Los axayácatl, conocidos actualmente como “mosco para pájaros” en los mercados de la ciudad, son todavía importantes elementos comerciales. Los antiguos mexicas consumían los ejemplares adultos de estos insectos (que son realmente chinches de agua) y recolectaban también sus huevecillos de las aguas del lago. Los huevecillos (llamados ahuautli), eran recolectados sumergiendo hojas de zacate en el agua, las que eran utilizadas por los insectos como sitios de ovoposición. En unos pocos días, las hojas eran retiradas cubiertas de huevos que se utilizaban como alimentación humana. Actualmente los ahuautli son producidos comercialmente en las aguas del lago de Texcoco, para fabricar alimento para peces y pájaros. También se recolectaban y consumían varias larvas de insectos; larvas de libélulas (aneneztli), larvas de coleópteros acuáticos (ocuiliztac), y larvas de moscas (izcauitli). Alrededor del año 1325, los aztecas —o mexicas— llegaron del norte y fundaron su ciudad en una isla baja e inundable, la isla de Tenochtitlán, que en pocos siglos se convirtió en la capital del poderoso imperio azteca y en el centro político, religioso y económico de todo Mesoamérica. Aún no se sabe con certeza la razón por la cual los aztecas eligieron este sitio para fundar su ciudad, pero la elección se convirtió con el tiempo en una leyenda de gran importancia cultural y en un elemento de tradición e identidad étnica. Según la leyenda azteca, el lugar de asentamiento de su ciudad fue revelado por los dioses bajo la forma de un águila devorando una serpiente sobre un nopal. Esta manifestación fue tomada como señal del fin de su larga peregrinación desde Aztlán. Se puede argumentar que, para la civilización lacustre de la cuenca en ese momento, los asentamientos en tierras más altas no representaban ninguna ventaja, porque éstas no eran cultivables bajo el sistema de chinampas, que era la base económica de todos los grupos humanos en la región. Es también probable que durante las primeras etapas de su asentamiento, los aztecas no dispusieran del poder militar necesario para desplazar a otros grupos de los mejores sitios agrícolas. Aunque menos valiosa, desde el punto de vista agrícola, que las vecinas localidades de Texcoco, Azcapotzalco, o Xochimilco, la pequeña e inundable isla de Tenochtitlan se encontraba físicamente en el centro de la cuenca. Esta característica fue un elemento de gran importancia en la cosmovisión azteca, que se basó en la creencia de que la isla era el eje cosmológico de la región, el verdadero centro de toda la Tierra. Reforzada por la necesidad de obtener alimentos de fuentes externas, esta creencia probablemente determinó en gran medida la estructura social de la metrópoli azteca, organizada alrededor de guerreros despiadados y de una poderosa casta sacerdotal. Estas dos clases mantuvieron un inmenso imperio basado en la guerra ritual y en la dominación de los grupos vecinos (García Quintana y Romero Galván, 1978). Cuarto ciclo: agricultura y tributo guerrero Entre los años de 1200 y de 1400 d. C., antes, durante y después de la llegada de los aztecas, una impresionante sucesión de cambios culturales y tecnológicos tuvo lugar en la cuenca, tanto antes como después de la fundación de Tenochtitlan. Se estima que hacia finales del siglo XV la población de la cuenca era algo inferior al millón y medio de habitantes, distribuidos en más de cien poblados. En ese tiempo, la cuenca de México era, con toda seguridad, el área urbana más grande y más densamente poblada de todo el planeta. Tlatelolco, originalmente una ciudad separada de Tenochtitlan, había sido anexada por los aztecas en 1473 y formaba parte de la gran ciudad. En Tenochtitlan se estima que vivían unas 200,000 personas, con una densidad poblacional de 12 a 13 mil habitantes por km2, muy cercana a la densidad actual (Whitmore y Turner 1986, Whitmore et al., 1991). La ciudad presentaba una traza cuadrangular de algo más de tres kilómetros por lado, con una superficie total de cerca de 1000 hectáreas. Estaba dividida en barrios o calpulli relativamente autónomos, en los que se elegían los jefes locales. Los espacios verdes eran amplios: las casas de los señores tenían grandes patios interiores y las chozas de los plebeyos se encontraban al lado de su chinampa, en la que se mezclaban plantas comestibles, medicinales y de ornato (Calneck, 1973). La mitad de cada calle era de tierra dura y la otra estaba ocupada por un canal. Dado que los aztecas no usaban animales de carga, ni vehículos terrestres, el transporte de carga por medio de chalupas y trajineras era el medio más eficiente. Las dos islas mayores del lago, Tenochtitlan y Tlatelolco, habían sido unidas a un grupo de islas menores, mediante calles elevadas, formando un gran conglomerado urbano rodeado por las aguas del lago y vinculado con sus márgenes a través de tres calzadas elevadas hechas de madera, piedra y barro apisonado. Dos acueductos, construidos con tubos de barro estucado, traían agua potable al centro de Tenochtitlan: uno bajaba de Chapultepec por la calzada a Tlacopan y el otro venía de Churubusco por la calzada a Iztapalapa. Para controlar las inundaciones, un largo albardón —la presa de Nezahualcóyotl— había sido construida en la margen este de la ciudad, para separar las aguas de Tenochtitlan de las del gran cuerpo de agua que formaba en esa época el lago de Texcoco. De las descripciones antiguas parece desprenderse la idea de que la cuenca de México era un área inmensamente diversa en paisajes y recursos naturales. Tenía bosques, pastizales y lagos; vivía en ella un gran número de especies animales comestibles; llegaban anualmente millones de aves migratorias. Era un lugar en el que se daba bien el maíz, el chile y el frijol, y donde crecían casi silvestres el nopal y el maguey. ¿Significa esto que las poblaciones prehispánicas no tenían carencias, y que vivían en un estado de perfecta satisfacción de sus necesidades básicas? Desde el punto de vista ecológico, debemos distinguir el concepto de diversidad de recursos naturales del de productividad de los mismos. El concepto de diversidad, o riqueza biológica, implica la existencia de muchos recursos distintos, con posibilidades de usos alternativos entre ellos. La cuenca de México era, efectivamente, un sistema altamente diverso con una gran heterogeneidad de paisajes, de hábitats y de especies vegetales y animales. Su productividad, es decir, la cantidad de recursos que se obtenían por unidad de superficie y por año, era al parecer muy variable, y demandaba grandes esfuerzos por parte de sus pobladores. Las sequías y las heladas de invierno afectaban a buena parte de la cuenca. Para evitar estos problemas, los aztecas pescaban y cazaban en las aguas de los lagos, pero este tipo de recolección representaba un esfuerzo mucho mayor que el de la recolección en tierra firme. La agricultura chinampera, aunque mucho más eficiente y segura que la de temporal, representaba también un inmenso esfuerzo de movimiento de tierra, relleno de parcelas y excavación de canales (Armillas, 1971). Así, a pesar de que la cuenca de México era un sistema de altísima diversidad, el crecimiento de la población en tiempos prehispánicos llegó a rebasar su productividad y, por lo tanto, su capacidad de sustento. Por razones expuestas al discutir la transición a la agricultura en Mesoamérica, existe evidencia de que el abasto de carne animal, sobre todo la de los grandes herbívoros, fue un problema para los habitantes de la cuenca de México desde tiempos muy remotos. La falta de carne llevó al consumo de aves y organismos acuáticos que los pobladores prehispánicos recolectaban del lago. También llevó al desarrollo de un ingenioso sistema de utilización de la vegetación adventicia: los pobladores de la cuenca comenzaron a utilizar las malezas de los campos de maíz, para su consumo como verdura fresca, malezas llamadas en náhuatl quilitl y conocidas actualmente como quelites. Los quelites no eran otra cosa que las plántulas tiernas de las malezas que invadían las chinampas. Estas plántulas se obtenían en grandes cantidades antes de los deshierbes de la milpa, y durante las primeras semanas de su crecimiento presentaban un alto valor nutritivo y un buen contenido proteico. La agricultura mexica obtenía como quelites varias especies de distintas familias. Cada una de ellas tenia un nombre que la distinguía, y sus propiedades, usos y sabores eran reconocidos por la población. Algunas de estas especies, como el epazote, el pápalo, la verdolaga y los romeritos, son consumidas actualmente en la ciudad de México, y forman parte importante de la dieta del mexicano moderno. Niederberger (1987), cita el uso de dieciséis especies de quelites, pertenecientes a distintas familias botánicas. Otros quelites eran usados también como medicinales: el epazote era consumido como antihelmíntico, y el cempasúchil se usaba como catártico y febrífugo (Ortiz de Montellano, 1975). Esta mezcla de agricultura de plantas cultivadas, con recolección de plantas y animales silvestres, fue quizás el sello más distintivo del modo de producción prehispánico de la cuenca. Sin embargo, a medida que fue creciendo la población, los habitantes de la cuenca se vieron obligados a importar grandes cantidades de materias primas y productos de otras regiones. En el auge del imperio azteca, México-Tenochtitlan importaba a la cuenca 7000 toneladas de maíz al año, 5000 de frijol, 4000 de chía, 4000 de huautli (amaranto o alegría), 40 toneladas de chile seco y 20 toneladas de semilla de cacao (López Rosado, 1988). Importaban también grandes cantidades de pescado seco, miel de abeja, aguamiel de maguey, algodón, henequén, vainilla, frutas tropicales, pieles, plumas, maderas, leña, hule, papel amate, tecomates, cal, copal, sal, grana y añil, entre muchas otras cosas. Vale la pena discutir en este punto, el fenómeno del canibalismo ritual de los aztecas, como un problema relacionado con el uso ambiental de la cuenca. Existen dos grandes corrientes antropológicas que tratan de explicar este fenómeno (Anawalt, 1986). La primera, una corriente humanista, explica el canibalismo ritual como el resultado de la concepción azteca del Cosmos. Según estos pensadores, la ideología particular y las creencias religiosas de los aztecas, fueron el motor principal de estos ritos sangrientos. Otros investigadores, que llamaremos la corriente materialista, no otorgan a la ideología un lugar tan importante y piensan que las presiones materiales, generadas por el mismo crecimiento de la población, fueron la causa principal del canibalismo (Harner, 1977). Para algunos, este ritual servía como un cruento mecanismo de control demográfico; para otros, proporcionaba a los sacerdotes y a los guerreros un suplemento alimenticio altamente proteico, en una sociedad donde la obtención de proteínas representaba un problema social. Como en todas las polémicas de este tipo, es probable que las distintas interpretaciones tengan algo de razón. La respuesta a este enigma puede encontrarse, en parte, en los recientes hallazgos de Eduardo Matos Moctezuma (1987) en las excavaciones del Templo Mayor de Tenochtitlan. Estos estudios han resaltado la importancia del culto religioso al Sol, la guerra y los sacrificios como el basamento fundamental del imperio azteca. Según Matos, las dos divinidades que compartían el santuario en la cúspide del Templo Mayor, Tláloc, el dios de la lluvia y el agua, y Huitzilopochtli, el dios del sol y la guerra, representaban las bases del poder azteca: la agricultura y el tributo guerrero. El Templo Mayor constituía el centro del imperio azteca y era también su mayor símbolo, la representación material de su cosmovisión. Funcionaba como observatorio astronómico y permitía regular y administrar la eficiente agricultura mexica, uno de los principales pilares del imperio. Pero también funcionaba como lugar ceremonial en el centro físico de la cuenca, el eje cósmico al cual llegaban tributos de la periferia sojuzgada. Entonces, el Templo era también una especie de metáfora del segundo soporte del imperio, la apropiación de recursos exógenos a la cuenca. El desarrollo agrícola, y la apropiación de tributos mediante la guerra, formaban parte fundamental del universo ideológico y de las necesidades materiales de lo que ya en el siglo XIV era la región más densamente poblada del planeta. De esta manera, la explicación ideológica del canibalismo azteca quedaría enmarcada en una lógica económica: el macabro ritual servía para legitimar el poder de los dirigentes, para mantener el espíritu militarista y, en última instancia, para preservar el sistema de conquista y tributo guerrero, que permitía a los aztecas apropiarse de los productos generados por otros grupos (Duverger, 1983). Fin del cuarto ciclo: el colapso de Tenochtitlan Cuando los españoles llegaron, en 1519, la cuenca se encontraba ocupada por una civilización bien desarrollada, cuya economía giraba fundamentalmente alrededor del cultivo de las chinampas que rodeaban al lago. La magnificencia de sus áreas verdes impresionó profundamente a Hernán Cortés, quien incluyó largas descripciones de los jardines de Tenochtitlan en sus Cartas de Relación al Emperador Carlos V. Desafortunadamente, la admiración de los españoles hacia la cultura azteca fue efímera. Después de un sitio de noventa días, los soldados de Cortés, apoyados por un gran ejército de aliados locales que querían liberarse del dominio mexica, tomaron Tenochtitlan y, en un tiempo muy breve, desmantelaron totalmente la estructura social de la metrópoli azteca. La ciudad misma, símbolo de la cosmología y del modo de vida de los mexicas, sufrió de manera especial esta profunda transformación (DDF, 1983). Con el apoyo del trabajo barato que proveía la población conquistada, los españoles rediseñaron la ciudad completamente, construyendo nuevos edificios de estilo español, en lugar de los templos y palacios aztecas. Con la conquista española, los caballos y el ganado fueron introducidos a la cuenca de México y, tanto los métodos de transporte, como la agricultura, sufrieron una transformación radical. Muchos de los antiguos canales aztecas se rellenaron para construir sobre ellos calles elevadas, adecuadas para los carros y los caballos. De esta manera, las chinampas comenzaron a ser desplazadas del centro de la ciudad. Se construyó un nuevo acueducto desde Chapultepec hasta el zócalo de la nueva ciudad colonial. El ganado doméstico europeo (vacas, borregos, cabras, cerdos y pollos ), trajo a la cuenca una nueva fuente de proteína. Con el ganado no solo cambiaron los hábitos alimenticios de las clases dominantes (los campesinos mantuvieron su dieta básica de maíz, frijol y chile), sino que cambió también el uso del suelo, por el pastoreo y la utilización de los productos agrícolas, por el uso de granos como el maíz, que antes de la conquista estaban reservados exclusivamente para el consumo humano y que los españoles comenzaron a usar para alimentar a sus animales. Así, la fisonomía general de la cuenca comenzó a cambiar profundamente. Los densos bosques que rodeaban al lago, empezaron a ser talados para proveer de madera a la ciudad colonial y abrir campos de pastoreo para el ganado doméstico. La llegada de los españoles también trajo una gran disminución en la población de la cuenca, en parte por las matanzas asociadas a la guerra de dominación, en parte por emigración de los grupos indígenas residentes, pero, sobre todo, por la llegada de las nuevas enfermedades infecciosas que trajeron los españoles, contra las cuales los pobladores indígenas no tenían resistencia inmunológica (León Portilla, Garibay y Beltrán, 1972). Un siglo después de la conquista, la población total de la cuenca había disminuido a menos de 80,000 personas (Zambardino, 1980). La guerra y las enfermedades traídas por los españoles habían realizado su macabra tarea. Es necesario, en este punto, hacer una asociación que puede resultar obvia para muchos, pero que es indispensable resaltar explícitamente. La caída de Tenochtitlan se debió, en buena medida, a su mismo sistema de apropiación de recursos naturales. Para mantenerse, los aztecas necesitaban del tributo de los grupos sometidos, lo que fue creándoles la enemistad creciente de sus vecinos. Así, la caída de Tenochtitlan se encontraba contenida en el mismo sistema que le permitió afirmarse como centro de un inmenso imperio. Inteligentemente, los españoles supieron aprovechar esta enorme debilidad en su favor, y con un puñado de aventureros pudieron conquistar lo que era ya en ese momento, con toda seguridad, la metrópoli más grande del mundo. Es importante concluir aquí, que la demanda de recursos naturales por parte de los aztecas, superior a su capacidad de autoabastecimiento, precipitó su caída. Las restricciones que impone el medio ambiente fueron más fuertes que el poderío del imperio azteca. El último ciclo: ¿el colapso de la modernidad? Los españoles, a su vez, fueron también transformados por la cultura indígena, de una manera quizás más sutil pero igualmente irreversible. El México colonial se convirtió en una síntesis de la cultura azteca y de la cultura española, la cual a su vez se encontraba fuertemente influida por siglos de ocupación árabe en la Península Ibérica. La avanzada agricultura indígena desarrollada en la cuenca, y el uso tradicional de la rica flora mexicana, armonizaron bien con la tradición árabe-española de los patios y jardines interiores. Otro elemento urbanístico de gran importancia social, compartido por las culturas azteca y española, era la existencia de grandes espacios abiertos en el corazón de las ciudades, rodeados de los principales centros ceremoniales, religiosos y de gobierno, y generalmente cerca también del mercado de la ciudad (Anónimo, 1788). Así, las plazas y los mercados en general, y el zócalo de la ciudad en particular, se convirtieron en los ejes de la vida colonial, la arena pública donde las clases sociales se daban la cara, el lugar de encuentro donde los elementos aztecas y españoles se fueron mezclando paulatinamente en una nueva cultura. Algunas diferencias culturales persisten, sin embargo, siguieron provocando lentamente la transformación del paisaje de la cuenca. Desde el principio de la Colonia fue claro que la nueva traza que querían imponer los españoles a la ciudad era incompatible con la naturaleza lacustre del valle (Sala Catalá, 1986). El relleno de los canales aztecas para construir calzadas elevadas, empezó a obstruir el drenaje superficial de la cuenca y comenzaron a formarse grandes superficies de agua estancada (Anónimo, 1788), mientras que el pastoreo y la tala de las laderas boscosas que rodeaban a la cuenca, aumentó la escorrentía superficial durante las intensas lluvias del verano. La primer inundación severa ocurrió en 1553, seguida de otras en 1580, 1604, 1629 y, posteriormente fueron espaciándose a intervalos cada vez más cortos (Sala Catalá, 1986). Durante las temporadas de secas, por otro lado, los lagos se veían cada vez más bajos. La poca altura de las montañas al norte de la cuenca y la existencia de pasos, casi a nivel, entre algunas de ellas, llevaron al gobierno colonial a planear el drenaje de la cuenca hacia el norte, desde los alrededores del lago de Zumpango hacia el área de Huehuetoca. El primer canal de drenaje tenía 15 km de longitud, de los cuales 6 km formaban una galería subterránea en Nochistongo. En el año de 1608 este canal abrió por primera vez la cuenca de México hacia el Océano Atlántico, a través de la cuenca del río Tula, en el actual Estado de Hidalgo (Lara, 1988). El continuo azolvamiento de la galería obligó al Virreinato a abrir, dos siglos más tarde, un canal profundo a cielo abierto conocido como el “Tajo de Nochistongo”. Las obras del drenaje de Huehuetoca continuaron hasta principios del siglo XX. Inicialmente el canal funcionaba sólo como un vertedero del exceso de agua en la cuenca, pero con la construcción del canal de Guadalupe en 1796, el sistema de eliminación de aguas hacia el río Tula se conectó con el lago de Texcoco y las áreas lacustres de la cuenca comenzaron a achicarse rápidamente. En 1769 se dio por primera vez una discusión en el seno del gobierno colonial, sobre la conveniencia de secar los lagos. José Antonio Alzate, un pionero de las ciencias naturales en México, fue el único en alzar su voz contra el proyecto para sugerir que mejor se emprendiera la construcción de un canal regulador que controlara los niveles del lago de Texcoco y mantuviera al mismo tiempo las superficies lacustres de la cuenca (Trabulse, 1983). Las obras de drenaje del canal de Huehuetoca se ampliaron considerablemente durante el siglo XIX y, por primera vez, muchos citadinos comunes comenzaron a preocuparse por las consecuencias de secar los lagos. Una de estas consecuencias empezó a hacerse evidente para muchos amantes de la jardinería: una costra de sales, conocida como “salitre”, comenzó a notarse en la superficie del suelo en muchas partes de la cuenca durante el tiempo de secas. A pesar de las obras de drenaje, la navegación por canales fue un medio de transporte sumamente popular durante la Colonia y la Independencia, hasta finales del siglo pasado. Desde un muelle cercano al antiguo mercado de la Merced, al este del zócalo capitalino, salían regularmente pequeños barcos de vapor hacia Xochimilco y Chalco (Sierra, 1984). El canal de La Viga, entre otros, permaneció activo durante buena parte del siglo y todavía era, como en los tiempos prehispánicos, una importante vía de transporte de productos agrícolas entre las chinampas de Xochimilco y el centro de la ciudad, el símbolo de la agricultura mexica que continuaba contribuyendo con su cuota de autosubsistencia al desarrollo de la ciudad. Durante la prolongada dictadura de Porfirio Díaz, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la Revolución Industrial se instaló en México. Se construyeron fábricas y ferrocarriles; y la ciudad se modernizó para beneficio de una burguesía centralista y sumamente poderosa. Durante el porfiriato, por primera vez, la cuenca de México dejó de ser considerada como una serie de ciudades distintas, vinculadas más por el comercio que por una administración central, y empezó a ser considerada como una sola unidad vinculada por un gobierno central y una industria de importancia creciente. Los ferrocarriles recién instalados, comenzaron a traer campesinos a la cuenca en busca de empleo en las nuevas fábricas, y varios pueblos cercanos al centro de la ciudad, como Tacuba, Tacubaya y Azcapotzalco, fueron devorados por el creciente perímetro urbano. Al finalizar la Revolución Mexicana el proceso de industrialización acelerado volvió a la ciudad, trayendo consigo, entre otras cosas, una marcada mejoría en el transporte público, la cual permitió la expansión del área urbana y, en consecuencia, la ocupación de buenos suelos agrícolas, que quedaron sepultados bajo calles y edificios. Se estableció la Reforma Agraria como Secretaría de Gobierno y entre 1934 y 1940 miles de nuevos ejidos fueron creados sobre las tierras repartidas. Como parte de sus preocupaciones por el uso de la tierra, el gobierno posrevolucionario de Lázaro Cárdenas, confirió una gran importancia a la creación de parques nacionales. Cárdenas se preocupó, especialmente, por instituir parques en las montañas que rodean a la cuenca de México y por la creación de áreas verdes dentro del perímetro urbano. Como resultado de esta política, fueron creados los parques nacionales Desierto de los Leones y Cumbres del Ajusco, al oeste y al sur de la ciudad. Con estos parques se buscaba, entre otras cosas, proteger las laderas de la cuenca de la deforestación. Desafortunadamente, durante la presidencia de Miguel Alemán (1946-1952), una buena parte del Parque Nacional Cumbres del Ajusco fue cedido a las industrias papeleras Loreto y Peña Pobre, las que comenzaron un ambicioso programa de tala forestal (DDF, 1986). Aunque estas compañías se comprometieron a plantar algunos árboles como compensación, la eliminación del Parque Nacional y la deforestación de zonas boscosas cercanas a la ciudad, abrieron el camino para la expansión de la traza urbana sobre importantes tierras forestales. Durante el periodo posterior a la Revolución, y sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento industrial pregonado por el gobierno porfirista se hizo realidad. La ciudad de México se convirtió en una metrópolis industrial y comenzó un proceso de migración masiva desde el campo a la ciudad (Kemper y Royce, 1979). En aproximadamente setenta años, la población del conglomerado urbano pasó de 700000 (en el año de 1920) a 18000000 (en 1988). Ciudades periféricas como Coyoacán, Tlalpan y Xochimilco fueron incorporadas a la megalópolis. Se construyó un sistema de drenaje profundo para eliminar la torrencial escorrentía que generan miles de kilómetros de asfalto y concreto y con este sistema de drenaje se acabaron de secar casi todos los antiguos lechos del lago. La disminución del agua del subsuelo en el fondo de la cuenca, producida por el bombeo de agua y el drenaje, provocó la contracción de las arcillas que antes formaban el lecho del lago y el centro de la ciudad se hundió unos nueve metros entre 1910 y 1988. Las velocidades del viento, extremadamente bajas en la altiplanicie de la cuenca, junto con la intensa actividad industrial y las emisiones provocadas por unos 4000,000 de vehículos, han degradado la calidad de la atmósfera en la cuenca a niveles riesgosos para la salud humana. Todos los citadinos son mas o menos conscientes del grave problema de contaminación ambiental que genera la ciudad por su propio tamaño. Sin embargo, a nivel ecológico, una de las características más notables de la ciudad actualmente es el alto grado de dependencia que tiene de otros ecosistemas. Ni la ciudad, ni la cuenca de México entera, son autosuficientes. Dependen cada vez más de la importación de bienes provenientes de distintas regiones del país y, de esta manera, el crecimiento de la ciudad representa un grave costo ambiental para el resto del país. Todos sabemos, por ejemplo, que las selvas del sureste de México están desapareciendo rápidamente. Pero pocos citadinos saben que una de las principales causas de este verdadero desastre ecológico es la creciente demanda de carne por parte de la clase media urbana de la ciudad, la cual, literalmente, se está comiendo la selva en forma de filetes. El viejo problema del agotamiento de sus propios recursos naturales, y la dependencia de la cuenca de México de “subsidios ecológicos”, en forma de materiales provenientes de otras regiones, sigue tan vigente en la actualidad como lo estuvo durante el auge del imperio azteca. ¿Debemos entonces esperar un nuevo ciclo de colapso demográfico en la cuenca de México, como resultado de este último ciclo de expansión poblacional? Es difícil hacer predicciones en este sentido, y es necesario tener cuidado de no hacer una interpretación demasiado pendular de los fenómenos históricos. Aunque en los ciclos pasados de crecimiento y colapso hay elementos claramente comunes, también es cierto que cada ciclo tuvo su propia dinámica y su propio contexto cultural. Por un lado, es claro que el crecimiento demográfico y la concentración de recursos en la cuenca de México tienen un límite físico, aunque no sepamos exactamente cuál es. Depende, entre otras cosas, de la tecnología, de los recursos económicos y de la organización política que se dé a la metrópolis en el futuro.
Efectivamente, es difícil predecir qué le espera en el futuro a la Ciudad de México, pero podemos, sin embargo, calcular qué pasaría si el sentido de cambio (es decir las tasas) de las variables actuales se mantienen más o menos constantes. Este tipo de simulaciones son comunes en demografía y deben interpretarse como una evaluación grosera de lo que pasaría si las tendencias actuales se mantuvieran constantes. Para el año 2000, la mancha urbana de la Ciudad de México ocupará entre 2000 y 2700 km2. La mayor parte (92%) de esa inmensa área urbana estará ocupada por edificios y calles, mientras que sólo el 6% de la misma será de parques y áreas verdes. Cerca de treinta millones de personas vivirán en la cuenca de México, con una media de algo menos de 5 m2 de áreas verdes per cápita, incluyendo los jardines particulares. En las partes más pobres de la ciudad, la situación será considerablemente más grave: los vecinos de condominios verticales y de colonias populares, gozarán de menos de 1 m2 de espacios verdes para uso recreacional, como ya sucede ahora en algunos sitios. La Ciudad de México habrá cambiado de la mezcla amanchonada de ambientes urbanos y rurales, que era su característica más típica durante la primera mitad de este siglo, a un ambiente urbano sobrepoblado, sin áreas verdes ni espacios públicos abiertos. A fin del milenio, tendrán que bombearse aproximadamente 100 m3 de agua, cada segundo, de fuera de la cuenca, si no se construyen pronto nuevos sistemas de tratamiento de aguas residuales. La fuente de donde se obtendrá este inmenso caudal de agua no está definida actualmente. Lo que sí es claro, es que la extensión de la mancha urbana a más de 2000 km2, necesariamente significará la deforestación de muchas áreas boscosas periféricas, que actualmente funcionan como reguladores del ya fuertemente perturbado ciclo hidrológico de la cuenca. No podemos mostrarnos optimistas acerca de estas perspectivas. Debemos asumirlas como un problema científico y también como un problema político, asociado al modelo de desarrollo del país. Es obvio que deben tomarse acciones decididas antes de que el problema nos supere por sus dimensiones. Sin apelar a predicciones apocalípticas, es claro que la expansión demográfica del siglo XX plantea, en sí misma, la necesidad de definir límites al deterioro ambiental, a través de políticas de ordenamiento ecológico. Pero desde los inicios de la ocupación humana, la historia de la cuenca de México es una historia de crecimiento, colapso y renacimiento cultural. Quizás más agudos que nunca, muchos de los problemas actuales de la Ciudad de México son casi una tradición. Está en nuestras manos encontrar respuestas innovadoras a los viejos y a los nuevos problemas que plantea el desarrollo industrial de la antigua capital del Anáhuac.
|
|
![]() |
|
||||||||
Referencias Bibliográficas
Anawalt, P. R., 1986, “Los sacrificios humanos entre los Aztecas”, Mundo Científico (La Recherche) 58:564-573.
Anónimo, 1788, Reflexiones y apuntes sobre la ciudad de México, (texto anónimo, compilado y editado por Ignacio González Polo y publicado en 1984 por el Departamento del Distrito Federal), Colección Distrito Federal, núm. 4, México, 155 pp. Armillas, P., 1971, “Gardens in swamps”, Science 174:653-661. Calneck, E. E., 1972, “Settlement pattern and chinampa agriculture at Tenochtitlan”, American Antiquity, 36:104-115. Cook, 1947, “The interrelation of population, food supply, and building in pre-Conquest Central Mexico”, American Antiquity, 8(1):45-52. DDF, 1983, La ciudad de México antes y después de la conquista, (compilación de textos del principio de la colonia), Colección Distrito Federal, núm. 2, México, D. F., 163 pp. DDF, 1986, Manual de planeación, diseño y manejo de las áreas verdes urbanas del Distrito Federal, Departamento del Distrito Federal, México, 681 pp. Diamond, J. M., 1984, “Historic extinctions: a Rosetta stone for understanding prehistoric extinctions”, P. S. Martin y R. Klein (comps.), Quaternary extinctions: a prehistoric revolution, pp. 824-862, The University of Arizona Press, Tucson, Arizona. Duverger, C., 1983, La flor letal. Economía del sacrificio azteca, Fondo de Cultura Económica, México, 233 pp. García Quintana, J. y J. R. Romero Galván, 1978, México Tenochtitlan y su problemática lacustre, UNAM, México, 132 pp. González Angulo, J. e Y. Terán Trillo, 1976, Planos de la ciudad de México 1785, 1853 y 1896, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Colección Científica, núm. 50, México, 96 pp. Halffter, G. y P. Reyes-Castillo, 1975, “Fauna de la cuenca del valle de México”, en: Memoria de las obras del sistema del drenaje profundo del Distrito Federal, vol. 1, pp. 135-180, Talleres Gráficos de la Nación, México. Harner, M., 1977, “The ecological basis for Aztec Sacrifice”, American Ethnologist 4:117-135. Kemper, R. V. y A. P. Royce, 1979, “Mexican urbanization since 1821: A macro historical approach”, Urban Anthropology 8(3-4):267-289. Lara, O., 1988, “El agua en la ciudad de México”, Gaceta UNAM 45(15):20-22, México. León-Portilla, M., A. M. Garibay y A. Beltrán, 1972, Visión de los vencidos: Relaciones indígenas de la conquista, UNAM, México, 220 pp. López Rosado, D., 1988, El abasto de productos alimenticios en la ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, México, 582 pp. Lorenzo, J. L., 1981, “Los orígenes mexicanos”, D. Cosío Villegas (coord.) Historia general de México (3a. edición), El Colegio de México, México, Tomo I, pp. 83123. MacNeish, R., 1976, “Early Man in the New World”, American Scientist 64:316-327. Mangelsdorf, P. C., R. S. MacNeish y W. C. Galiant, 1967, “Prehistoric wild and cultivated maize”, D. S. Bytes (ed.), The prehistory of the Tehuacan Valley. Volume one. Environment and subsistence, R. S. Peabody Foundation-University of Texas Press, Austin, pp. 178-200. Matos Moctezuma, E., 1987, “The Templo Mayor of Tenochtitlan: History and interpretation”, J. Broda, D. Carrasco y E. Matos Moctezuma (comps.), The Great Temple of Tenochtitlan. Center and periphery in the Aztec world, Univ. of California Press, Berkeley, pp. 15-60. Marcus, L. F. y R. Berger, 1984, “The significance of radiocarbon dates for Rancho La Brea”, P. S. Martin y R. G. Klein (comps.), Quaternary Extinctions. A prehistoric revolution, Univ. of Arizona Press, Tucson, Arizona, pp. 159-183. Martin, P. S., 1984, “Prehistoric overkill: the global model”, P. S. Martin y R. G. Klein (comps.), Quaternary Extinctions. A prehistoric revolution, Univ. of Arizona Press, Tucson, Arizona, pp. 354-403. Millon, R., 1970, “Teotihuacan: Completion of a map of the giant ancient city in the valley of Mexico”, Science 170:1077-1082. Mosser, F., 1987, “Geología”, G. Garza (comp.) Atlas de la ciudad de México, Departamento del Distrito Federal y El Colegio de México, México, pp. 23-29. Niederberger, C., 1979, “Early sedentary economy in the Basin of Mexico”, Science 203: 131-142. Niederberger, C., 1987, Paléo paysages et archéologie préurbaine du Bassin de Mexico, Centre d’Etudes Mexicaines et Centraméricaines, Colección: Etudes Mésoaméricaines, México, tomos I y II, 855 pp. Ortiz de Montellano, B., 1975, “Empirical Aztec Medicine”, Science 188:215-220. Parsons, J. R., 1976, “Settlement and population history of the Basin of Mexico”, E. R. Wolf (comp.), The Valley of Mexico: Studies in Prehispanic Ecology and Society, University of New Mexico Press, Albuquerque, pp. 69-100. Rojas Rabiela, T., 1985, “La cosecha del agua. Pesca, caza de aves y recolección de otros productos biológicos acuáticos de la cuenca de México”, Cuadernos de la Casa Chata, núm. 116, CIESAS-SEP, Museo Nacional de Culturas Populares, México, pp. 1-112. Sala Catalá, J., 1986, “La localización de la capital de Nueva España, como problema científico y tecnológico”, Quipu 3:279-298. Sanders, W. T. 1976, “The agricultural history of the Basin of Mexico”, E. R. Wolf (comp.), The Valley of Mexico: Studies in Prehispanic Ecology and Society, University of New Mexico Press, Albuquerque, pp. 101-159. Sanders, W. T., J. R. Parsons y R. S. Santley, 1979, The Basin of Mexico: Ecological processes in the Evolution of a Civilization, Academic Press, New York, 561 pp. Serra Puche, M. C. y R. Valadez Azúa, 1989, “Importancia de los Venados en Terremote-Tlaltenco”, Ciencia y desarrollo 15(85):63-72, México. Serra Puche, M. C., 1988, Los recursos lacustres en la cuenca de México durante el Formativo, Universidad Nacional Autónoma de México, Colección Posgrado, México, D. F., 272 pp. Sierra, C. J., 1984, Historia de la navegación en la ciudad de México, Departamento del Distrito Federal, Colección Distrito Federal, núm. 7, México, 97 pp. Trabulse, E., 1983, Cartografía mexicana: Tesoros de la nación, siglos XVI a XIX, Archivo General de la Nación, México, 193 pp. Whitmore, T. M. y B. L. Turner II, 1986, “Population reconstruction of the Basin of Mexico: 1150 B. C. to present”, Technical Paper No. 1, Millenial Log waves of Human Occupancy Project, Clark University, Worcester, Massachusetts. Whitmore, T. M., B. L. Turner II, D. L Johnson, R. W. Kates y T. R. Gottschang, 1991, “Long-term population change”, B. L. Turner II (comp.), The Earth as Transformed by Human Action, pp. 25-39, Cambridge University Press, Cambridge, Massachusetts. Zambardino, R. A., 1980, “Mexico’s population in the Sixteenth Century: Demographic anomaly or mathematical illusion” Journal of interdisciplinary History 11(1):1-27. |
|||||||||||
____________________________________________________________ | |||||||||||
Exequiel Ezcurra
Centro de Ecología, Universidad Nacional Autónoma de México.
|
|||||||||||
____________________________________________________________ | |||||||||||
cómo citar este artículo →
Ezcurra, Exequiel. 1992. Crecimiento y colapso en la cuenca del Valle de México. Ciencias núm. 25, enero-marzo, pp. 12-27. [En línea].
|
![]() |
![]() |
|
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Carmen Huxley y Jorge Servín |
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Con frecuencia los citadinos al usar la palabra “coyote”,
nos referimos a ese sector de la sociedad que al tener la necesidad de realizar transacciones de compra-venta encuentran en nuestras pertenencias todos los defectos posibles y… en el momento en que corresponde al “coyote” ser el vendedor, el artículo recupera sus cualidades, apareciéndole otras nuevas que, por supuesto, elevan su costo, como sucede en los tianguis de automóviles o afuera del Nacional Monte de Piedad. En el norte de nuestro país se les llama “coyotes”, a aquellos que introducen de manera ilegal a individuos a Estados Unidos. En Nuevo México, coyote es una persona cuyas raíces ancestrales son diversas.
Los mitos
Al parecer, la actitud ventajosa con la que funcionan esos coyotes se heredó de los silvestres cánidos de los que tomaron su nombre. Esa es una cara de la moneda, la otra se remonta a varios siglos atrás, cuando los españoles llegaron a Mesoamérica en el siglo XVI y encontraron que el coyote formaba parte del arte religioso azteca. También era usual que el nombre de algunos emperadores y gobernantes se formara con el vocablo coyotl, de la misma manera que aparece en los de algunos dioses; así Coyotlinautl era una deidad benevolente con el hombre; Huehuecóyotl, un dios conflictivo y Coyolxauhqui, era la deidad lunar hermana del dios Huitzilopochtli. Coyotl fue traducido a coyote por los conquistadores españoles. Los coyotes contaban también con cierta mala reputación, ya que Fray Bernardino de Sahagún, en 1560, reporta: “un animal de este país llamado coyotl, es muy sagaz; cuando desea atacar, lanza primero bao sobre sus víctimas para paralizarlas… diabólica sin duda esta criatura”.
Numerosas tribus del Oeste americano colocaron al coyote en un lugar especial dentro de sus mitos y religiones. Los navajo lo llamaron “Perro de Dios” y sus leyendas cuentan cómo el coyote creó el Río Columbia, entregó el fuego al hombre y le enseñó a sembrar. Los indios cuervo lo llamaron el “Primer Trabajador” y le atribuían ser el creador de la Tierra y la vida, incluyendo a los seres humanos. Por otro lado, los comanche creían saber el lenguaje del coyote, aprendido a través de un niño criado por estos animales. La tribu seri considera al coyote como un amigo y ayudante sabio, poderoso, aunque a veces orgulloso y en ocasiones hasta ingenuo; uno de sus mitos sostiene que fue el coyote el que le enseñó a la tribu cómo quitar las espinas del fruto del cacto para poder comerlo. En regiones áridas del norte de México el coyote consume importantes cantidades de tunas, durante los periodos en que éstas se encuentran disponibles. De acuerdo con los indios zuni, el coyote enseñó al hombre a cazar. Los sioux conocieron el uso de las plantas medicinales gracias a las bondades del coyote. Una versión oral de los indios kutenay dice que el coyote dividió el día en periodos de luz y oscuridad. Los indios del Pacífico norte aseguran que el coyote colocó al salmón en sus ríos e inventó las trampas para peces. Los cantos de las tribus indias al rodear sus tiendas o tipis, con frecuencia iban acompañados de coros de “ai-ai”, sonido tomado de los aullidos de los coyotes.
Una leyenda india cuenta cómo el coyote sacaba sus ojos de las órbitas, los enviaba a los alrededores y por todo el mundo, para poder tomar ventaja. Un día, los ojos fueron atrapados y quedó ciego, por lo que tomó resina sólida de un árbol y llenó sus cuencas, de ahí el color amarillo de éstos. Otra leyenda sioux le atribuye al coyote la acción de proveer alimento al hombre: “En un principio, el bisonte tenía una vista aguda, de modo que era imposible acercarse a él con arco y flecha para cazarlo, la gente moría de hambre y llegó el coyote al rescate, lanzó arena a los ojos del bisonte, desde entonces quedó corto de vista, siendo esta una gran ventaja para que el hombre lo pudiera atrapar”.
Posiblemente el regalo mayor que le dio el coyote a la humanidad, según las creencias indias, fue la capacidad de pensar, a lo que posteriormente agregó la ayuda para establecer costumbres y religiones; gracias a todo ello el género humano prosperó y fue entonces cuando el coyote se dio cuenta de que, en poco tiempo, no habría suficiente comida para alimentar a toda la gente, por esta razón tuvo que introducir la muerte en el mundo.
Los mitos, leyendas y relatos sobre estos cánidos son numerosos, en ellos el coyote aparece como benefactor, en ocasiones como aprovechado y hasta como inocente.
Distribución
A partir del Pleistoceno, los coyotes se distribuyeron básicamente en las planicies y pastizales del oeste de Norteamérica, al norte desde el Valle de Mississippi, desde el este de Wisconsin hasta California, teniendo como punto más sureño de distribución a México. Sin embargo, en la actualidad se encuentran desde el norte de Alaska hasta Costa Rica en Centroamérica y de la costa Atlántica a la del Pacífico. Aunque el coyote es un mamífero estrictamente americano y que originalmente era exclusivo de Norteamérica (Olsen, 1985; Young y Jackson, 1951), se dispersó con relativa sencillez, debido a que por naturaleza son animales curiosos que además viajan varios kilómetros en una sola noche, principalmente si andan en busca de alimento. El hombre contribuyó también a tal dispersión, cuando al recorrer las distintas rutas utilizadas por los pioneros hacia el Oeste, lo hacían con ganado que moría o era sacrificado por distintas circunstancias. Por ello era frecuente ver coyotes viajando detrás de las caravanas, a sabiendas de que en algún momento obtendrían carroña. Durante la fiebre del oro en 1898, los gambusinos sobrecargaban de material a sus mulas y caballos de tal manera, que con frecuencia éstos morían en los trayectos; los coyotes, al seguirlos, se fueron introduciendo cada vez más hacia la zona norte, donde se extendieron y dispersaron para ocupar el espacio que iba dejando un depredador más grande, el lobo (Canis lupus) quien ha sido severamente castigado por el hombre hasta llegar casi a extinguirse.
Clasificación
En 1819, el gobierno de Estados Unidos organizó un viaje de exploración al Oeste, en el que participó Thomas Say, uno de los científicos que observó más detenidamente la vida de los coyotes, (entonces llamados “lobos de las praderas”), en esas hostiles tierras. A su regreso los describió detalladamente y les dio el nombre científico de Canis latrans (Say, 1823), que significa perro ladrador.
Estos animales pertenecen al Orden Carnívora, cuyos representantes básicamente son depredadores terrestres que sustituyeron a los Creodontos (carnívoros primitivos del Paleoceno), a comienzos del Terciario. A partir de entonces, los carnívoros se desarrollaron como un grupo muy numeroso y diversificado.
Los coyotes (Canis latrans) pertenecen a la familia Canidae al igual que los chacales, zorros, lobos y perros domésticos. Los zoólogos han podido clasificar 19 subespecies de coyotes, algunas de las cuales ocupan rangos muy amplios como Canis latrans incolatus, que se encuentra distribuido en casi todo el territorio de Alaska y el noroeste de Canadá; aunque también hay otros, como C. latrans jamesi, que sólo se localiza en la Isla Tiburón, sobre la costa noroeste de México. El tipo de hábitat que ocupan los coyotes da origen a ciertas variaciones físicas entre las subespecies; así, los coyotes nativos de regiones boscosas y frías tienden a tener piel más oscura y pelo más largo y grueso. En cambio, los coyotes del desierto se confunden con el color de la arena y poseen un pelo corto y menos denso. Los coyotes pueden tener parches negros en las patas delanteras, así como en el dorso y base y punta de la cola. El color del vientre y la garganta son más pálidos que el resto del cuerpo y, por lo general, mudan de pelo una vez al año.
Sus rostros son alargados y angostos alojando una amplia cámara basal. Tienen 42 piezas dentales, cuya fórmula dentaria es: 3/3, 1/1, 4/4, 2/3; los caninos son generalmente muy largos y macizos; los últimos premolares superiores y el primer molar inferior, son especialmente fuertes, rematados con bordes cortantes, y se denominan carnasiales; los dientes postcarnasiales tienen superficies machacantes, lo que indica el consumo de una dieta más flexible. El coyote es considerado un depredador oportunista, lo que evidencia en buena medida la prosperidad de este grupo, mientras que para otros autores es un forrajeador óptimo. El coyote tiene una dieta muy variada, ya que explota los recursos disponibles en su hábitat, aunque generalmente su principal alimento son los roedores y los lagomorfos (conejos y liebres). Por los estudios que se han realizado al respecto, se sabe que el coyote pocas veces se alimenta de ganado, animales de caza o aves de corral, a no ser que se encuentren en forma de carroña, o sean ya animales enfermos, débiles o viejos. Mantienen además reguladas las poblaciones de aquellos roedores que se podrían convertir en plagas.
Desarrollo
Los coyotes son de mediano tamaño, ya que en los machos, el peso va de 7 a 20 kg y la longitud del cuerpo varía entre 1 y 1.35 m. Las hembras son más pequeñas.
La hembra presenta un periodo estral al año, entre enero y marzo, con una duración de dos a cinco días. La cópula dura entre cinco y 25 minutos, y por lo general son monógamos, la misma pareja puede aparearse en la misma región durante largos periodos de tiempo. El número de hembras que se reproducen por año varía de 33% a 90% dependiendo de las condiciones locales y la gestación dura aproximadamente 63 días. La proporción de sexos es 1:1 y la camada promedio es de cinco cachorros, que nacen con los ojos cerrados y pesando 250 g en promedio, la cría se realiza en las madrigueras excavadas en laderas, troncos huecos, despeñaderos o salientes, algunas veces comparten éstas con otras hembras y en ocasiones las utilizan año con año. Los cachorros necesitan ser alimentados, estimulados para orinar y defecar, ser mantenidos calientes y cambiados de madriguera cuando ésta ha sido visitada o infestada por ectoparásitos, y ser protegidos de depredadores. La madre los amamanta hasta la quinta o séptima semana, pero ya en la tercera comen alimentos semisólidos regurgitados por el padre, quien contribuye de esta manera al desarrollo de los cachorros. Las crías emergen de la madriguera a la tercera semana; se vuelven independientes aproximadamente a los cuatro meses de edad. Son muy activos e incrementan sus viajes entre las ocho y diez semanas de edad y pueden o no dispersarse desde los 6 meses.
Son capaces de subsistir y reproducirse en hábitats diversos y extremos, desde el nivel del mar hasta los 3000 msnm (metros sobre el nivel del mar), incluyendo desiertos, praderas, bosques talados o densos y ciudades pobladas como Los Ángeles, California.
Los coyotes en México
En México, se encuentran en todo el territorio excepto en la península de Yucatán y parte del estado de Tabasco. De las 19 subespecies determinadas para Norteamérica, 10 habitan en nuestro país, sin embargo, la investigación dedicada para conocer la biología y ecología de este depredador en México ha sido escasa, y sólo recientemente en el Norte de México se han iniciado estudios para recopilar información básica de este cánido. Tal labor se desarrolla en la Universidad de Chihuahua, en la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro de Coahuila, en las reservas de la biósfera de Manatlán en Jalisco y en la Michilía, Durango, esta última, perteneciente al Instituto de Ecología A. C., a partir de 1985. Recientemente hemos contado con el apoyo del Conacyt para continuar este proyecto de investigación en los bosques de la Sierra Madre Occidental.
En Estados Unidos el coyote ha sido objeto de campañas de exterminio muy intensas, sin éxito. Un ejemplo de esto se ha observado en áreas controladas, donde al aplicarse las campañas para desaparecerlos se tiene como respuesta la gestación de camadas numerosas en comparación a las zonas donde el hombre no interviene directamente, como son las áreas protegidas, los parques nacionales y las reservas ecológicas (Andelt, 1985; Bekof y Wells, 1980; Bowen, 1982).
En México se considera al coyote como un depredador fuerte en regiones donde se crían ovejas, aves de corral y ganado vacuno, pero no se tienen estadísticas reales que cuantifiquen y verifiquen las pérdidas que el coyote causa a la ganadería, sólo se cuenta con información cualitativa de las “grandes pérdidas” ocasionadas en los ranchos. En cambio, en Estados Unidos hay datos y existe una identificación de las áreas conflictivas por la presencia de coyotes y ganado ovino. El manejo y explotación de ganado difiere en ambos países, así como las relaciones de los depredadores y sus presas.
El proyecto de La Michilía
En La Michilía desde hace algunos años hemos estudiado la ecología y comportamiento del coyote en un área de uso ganadero. Para ello los capturamos con cepos de acero forrados con hule, a fin de evitar dañarles las patas. A los animales se les anestesia, mide, pesa y coloca un collar con un radio transmisor que emite una señal intermitente en cierta longitud de onda. Un receptor capta esta señal para conocer los lugares donde realizan sus actividades cotidianas y así conocer el área donde habitan durante el año; sus movimientos, actividad diaria, estacional y anual; sitios donde se resguardan o descansan; las horas en las que se desplazan; quiénes andan juntos o quiénes forman un grupo familiar, y cuáles individuos se reproducen. Cada radio identifica a un solo individuo y no existen posibilidades de confundirlos.
De esta manera sabemos que el área promedio necesaria para que viva un coyote, en los bosques de Durango, es de 10 km2. Las hembras requieren 7 km2 mientras que los machos necesitan 11.4 km2; estas estimaciones son promedios obtenidos de los coyotes adultos residentes. Hay variaciones estacionales, más acentuadas en las hembras que en los machos (Cuadro 1), ya que los machos comparten con sus vecinos, aproximadamente el 35% de sus áreas, mientras que las hembras en edad reproductiva no lo hacen y mantienen espacios exclusivos.
Diariamente los coyotes recorren en promedio 14.8 km, durante periodos de 24 h, los machos recorren distancias mayores (15.6 km) que las hembras, las cuales recorren 12.3 km. Al igual que el ámbito hogareño, las distancias recorridas varían estacionalmente más en las hembras que en los machos. Esto se debe a que en el periodo de gestación y nacimiento de las crías, las hembras restringen sus desplazamientos a los alrededores de la madriguera, siendo los machos los responsables de aportar la mayor parte del alimento a las crías y a la madre; de ahí que sus movimientos sean mayores (Cuadro 2).
Al amanecer y al anochecer les gusta desplazarse de su lugar de descanso al lugar elegido para capturar a sus presas; por ello se les conoce como depredadores de “actividad crepuscular” (figura 1). Presentan actividad en la noche cuando forrajean intensivamente en sitios abiertos y en pequeñas áreas donde las presas se concentran. Durante el día, usualmente tienen actividad de tipo social con sus compañeros de grupo o familia.
En ocasiones salen de sus áreas y se dedican a explorar las de sus vecinos, así como hay coyotes que deciden dejar el lugar donde nacieron y buscar nuevos sitios para establecerse. Se tienen registros, gracias a los radiotransmisores, de coyotes que han llegado a viajar hasta 544 km, una verdadera migración (Carbyn y Paquet, 1986).
La dieta anual básica de este carnívoro en el área de estudio, consta de pequeños roedores y frutos; rara vez ganado en forma de carroña, y aves, reptiles e insectos, en bajísimos porcentajes (figura 2). Hemos encontrado que consumen en proporciones importantes a la rata del maíz (Sigmodon sp.) y a la rata algodonera (Neotoma sp.), estas dos son las causantes de grandes pérdidas en los sembradíos de maíz y frijol, así que el papel del coyote, de ser un depredador conflictivo, se convierte en un beneficio para los agricultores de la región, al controlar las poblaciones de roedores que afectan la producción de granos. En el invierno y la primavera se incrementa el consumo de estas y otras presas, debido al alto aporte proteínico necesario para los eventos reproductivos; tal incremento es más notorio en las hembras por sus requerimientos para la gestación y lactancia de los cachorros en las primeras semanas de vida.
En la época húmeda (verano), los coyotes visitan los bosques de cedro (Juniperus deppeana), donde forrajean intensivamente los frutos maduros que han caído de estos árboles, los que se convierten en hasta el 90% de su alimentación durante este periodo. Encontramos que además de frugívoro, funciona como dispersor de las semillas del cedro, que luego de pasar por su tracto digestivo, salen escarificadas y, si son depositadas en un lugar apropiado, germinan; es decir, contribuye a reforestar el bosque, lo que es muy benéfico para los habitantes de la zona, ya que el cedro es utilizado para la postería que limita los potreros y agostaderos.
Durante el día prefieren los bosques de pino-encino densos, que les brindan cobijo y protección, pero en la noche salen a los pastizales para procurarse su alimento, que consiste básicamente de los roedores que habitan en dicho lugar. En el periodo de gestación y lactancia las hembras buscan refugio en lugares aislados como cañadas y paredes rocosas para hacer allí su madriguera.
La edad, sexo, condición reproductiva, necesidades metabólicas y la disponibilidad de alimento, son factores muy importantes para determinar el tamaño del área en la que viven los coyotes, así como para establecer sus patrones de actividad o desplazamiento durante el día y la noche, y la utilización del hábitat y su alimentación.
Los coyotes viven en una estructura social flexible, por demás interesante, que también determina su distribución espacial como grupo, unido a una serie de factores y características de la población.
El Canis latrans no solo es parte del arte, la religión, las leyendas y los mitos o del desagrado del ranchero, es un carnívoro que ha tenido tal eficiencia para vivir y reproducirse, lo mismo que para extenderse en hábitats muy diversos, lo que convierte al coyote en una especie que ha ganado su lugar en donde quiera que se le encuentre.
|
|
![]() |
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Referencias Bibliográficas
Andelt, W. F., 1985, “Behavioral ecology of coyotes in South Texas”, Wildl. Monogr. 94:1-45.
Bekoff, M., 1977, “The coyote Canis latrans”, Say. Mammal. Spec., 79:1-9. Bekoff, M. y M. C. Wells, 1980, “The social ecology of coyotes”, Sci. Amer. 242:130148. Bowen, W. D., 1982, “Home range and spatial organization of coyotes in Jasper national Park, Alberta”, J. Wildl. Manage. 46:201-216. Carbyn, L. y P. Paquet, 1986, “Long distance movement of a coyote from Riding Mountain National Park”, J. Wildl. Manage., 50:89. Graham, A., 1978. The coyote song, DeLacorte Press, New York. Green, J. S. y J. T. Flinders, 1981, “Diets of sympatric red foxes and coyotes in Southeastern Idaho”, Grat Basin Nat. 41:251-254. Laundré, J. M. y B. L. Keller, 1984, “Home range size of coyotes: a critical review”, J. Wildl. Manage. 48:127-139. MacCracken, J. H. y R. M. Hansen, 1987, “Coyote feeding strategies in Southwestern Idaho: Optimal foraging by an opportunistic predator?”, J. Wildl. Manage., 51:278-285. Mech, L. D., 1983, Handbook of animal Radio-tracking, University of Minnesota Press, USA, pp. 1-107. Mohr, C. O. y W. A. Stumpf, 1966, “Comparison of methods for calculating areas of animal activity”, J. Wildl. Manage., 30:293-303. Murie, J. O., 1954, A field guide to animal tracks, USA, Hougton Mifflin Co., pp. 1374. Olsen, S. J., 1985, Origins of the domestic dog: The fossil record, University of Arizona Press Arizona. Ozoga, I. J. y E. M. Harger, 1966, “Winter activities and feeding habits of Northern Michigan coyotes”, J. Wildl. Manage., 30:809-818. Servín, J. y C. Huxley, 1991, “La dieta del coyote en la reserva de la biosfera La Michilía”, Durango, México, Act. Zool. Mex., 44. Vaughan, C. y M. Rodríguez, 1986, Comparación de los hábitos alimentarios del coyote (Canis latrans) en dos localidades en Costa Rica, Vida Silvestre Neotropical, 1:6-11. Windberg, L. A. y F. F. Knowlton, 1988, “Management implication of coyote spacing patterns in southern Texas”, J. Wildl. Manage., 52:632-640. Young, S. P. y H. H. Jackson, 1951, The clever coyote, University of Nebraska Press, Nebraska, USA. |
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
_____________________________________________________
|
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Carmen Huxley y Jorge Servín |
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
______________________________________________________ | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
cómo citar este artículo →
Huxley, Carmen y Jorge Servín. 1992. ¡De coyotes... a coyotes!. Ciencias núm. 25, enero-marzo, pp. 37-40. [En línea].
|
noticiencia | ![]() |
|
|||||||||||
![]() |
|||||||||||||
¿Tratado del diablo? |
|||||||||||||
César Carrillo Trueba | |||||||||||||
La firma por la vía rápida del Tratado de Libre Comercio
con Canadá y los Estados Unidos ha desatado numerosas polémicas. Entre los puntos mas sobresalientes se encuentra el de sus posibles implicaciones a nivel ecológico. Esto es, la agravación de la ya catastrófica situación existente en la frontera norte, a causa de la implantación, desde hace algunos años, de numerosas industrias contaminantes. El manejo de productos tóxicos, como el asbesto, prohibidos en los Estados Unidos; el uso irracional de los recursos naturales, como los proyectos forestales diseñados por compañías multinacionales; desechos altamente peligrosos que son traídos para su tratamiento, como los askareles, figuran en la larga lista de las preocupaciones de quienes impugnan esta vía.
Incluso del otro lado de la frontera hay quienes se oponen. El mismo New York Times publicó la opinión de algunos grupos ecologistas, que señalan que “de más de mil empresas estadunidenses con potencial para contaminar el área, sólo el 30 por ciento cumple con el requisito de informar a las autoridades mexicanas del destino de sus desperdicios tóxicos; de éstos, sólo el 19 por ciento ha comprobado que puede deshacerse “de manera adecuada de los desperdicios”, augurando un futuro similar a otros regiones fronterizas. “Desechos industriales tóxicos y aguas residuales no tratadas que amenazan la salud de los habitantes de la región, pueden ser vistos a lo largo de la franja fronteriza, que en años recientes ha sufrido una explosión económica con la construcción de empresas estadunidenses muy redituables”. Asimismo, The New York Times precisó que “estas compañías operan bajo reglas comerciales especiales, mediante las cuales no están obligadas a utilizar equipo anticontaminante muy costoso y pagan salarios muy bajos a casi medio millón de mexicanos”. Apunta “que en los últimos meses —en el lado norte de lo frontera se ha mantenido un programa de salud emergente, pues la incidencia de hepatitis es 20 por ciento superior a la del promedio nacional estadunidense”. Esto se explica, según el diario, porque, por ejemplo, “en Laredo, Texas, se descargan 25 mil galones de aguas residuales al día, mientras que fabricas estadunidenses de muebles descargan en Tijuana desperdicios derivados del uso de solventes.” Los mismos grupos declararon que “aunque los reglas de anticontaminación industrial adoptadas por México en 1988 son tan estrictas, en su mayor parte, como las vigentes en Estados Unidos, todavía están por definirse los mecanismos para hacerlas cumplir y los estándares sobre sustancias específicas” (La Jornada, 1° de abril de 1991). Es decir, todo. De no ser especificados claramente los lineamientos, se corre el riesgo de que suceda lo mismo que en Canadá, en donde al firmar el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos no se tomó en cuenta el factor ecológico, y toda crítica e intento por detener algún proyecto que esté afectando los recursos naturales del país, es visto por los empresarios estadunidenses como una violación al Tratado. Iván Restrepo da varios ejemplos de ello: “ocurre que, siguiendo en parte el programa estadunidense para reducir las peligrosas emisiones contaminantes que dejan las fabricas elaboradoras de metales no ferrosos, Canadá busca extender dichos dispositivos de seguridad en sus fundidoras de plomo, zinc y cobre. Más los empresarios de su vecino consideran que se trato de practicas comerciales injustas, discriminatorias, que atentan contra el libre comercio. Nada sorprenderá entonces si Canadá se desiste de aplicar leyes anticontaminantes en la rama de los metales no ferrosos para evitar así una represalia de su socio”. “Otro caso mas es el de los programas de reforestación, puestos en marcha en la provincia de British Columbia y que estuvieron financiados con altos impuestos a la exportación de sus productos maderables. Los programas quedaron sin efecto porque los estadunidenses consideraron que son subsidios disfrazados. Así, los impuestos fijados en dicha provincia para obligar a un uso mas racional de los bosques se convirtieron en obstáculo al libre comercio entre ambos países y deben desaparecer”. Asimismo, “los plaguicidas figuran en el debate sobre qué hacer en torno a sustancias que resultan peligrosas. Antes del Tratado, Canadá consumía 20 por ciento menos ingredientes con plaguicidas activos y en sus registros figuraban siete veces menos fórmulas de dichos productos que en Estados Unidos. Pero ahora se pretende que desaparezcan las regulaciones que protegen a los campos canadienses de ciertas fórmulas agroquímicos, sobre las cuales existen muchas reservas y temores, por los impactos que ocasionan a la salud de la población y al medio en general”. (La Jornada, 8 de abril). Aunque el trasfondo de la actividad desplegado por muchos grupos y sindicatos norteamericanos y canadienses, es el temor de ver trasladadas numerosas empresas o México, por los bajos costos de mano de obra y de instalación —entre lo que figura el equipo anticontaminante y demás medidas de orden ecológico— despojándolos de estas fuentes de trabajo, con las consabidas consecuencias, el asunto es verdaderamente alarmante para México, en donde la preservación y el uso racional de nuestros recursos naturales, constituye un serio problema que, de llevarse a cabo la firma del tratado por la vía rápida, se agudizará a la misma velocidad. |
![]() |
||||||||||||
_____________________________________________________________ | |||||||||||||
César Carrillo Trueba Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
|
|||||||||||||
_____________________________________________________________ | |||||||||||||
como citar este artículo →
Carrillo Trueba, César. 1992. ¿Tratado del diablo? Ciencias núm. 25, enero-marzo, pp. 60-61. [En línea]. |
|||||||||||||
del herbario | ![]() |
|
||||||||||||
![]() |
||||||||||||||
Aguas residuales
y plantas vasculares acuáticas
|
||||||||||||||
Agustín Quiroz Flores y María Guadalupe Miranda Arce
|
||||||||||||||
Hasta antes de la década de los setenta, las alternativas
que se ofrecían para el tratamiento de aguas residuales de origen doméstico y/o industrial, eran de tres tipos: a. Procesos físicos, tales como cribado, sedimentación y filtrado. b. Procesos químicos, como coagulación, precipitación e intercambio iónico. c. Procesos biológicos, llamados así debido a que gracias a la acción metabólica de microorganismos aerobios y anaerobios, se eliminan del agua impurezas de naturaleza orgánico y además se estabilizan los llamados lodos y desechos orgánicos de alta concentración.
Dependiendo de la composición del agua residual, la cual puede ser altamente compleja, se diseñan los tipos de tratamientos para ajustar el agua tratada a un uso en particular, como por ejemplo, agua potabilizada, agua exclusivamente para riego, etc. Una planta convencional de tratamiento para aguas residuales presenta básicamente el diseño que se muestra en la figura 1. Con el incremento de la industrialización en los llamados países en vías de desarrollo, la contaminación de los cuerpos de agua, por parte de los denominados metales pesados (plomo, mercurio, cromo, cadmio, cobre, hierro, etc.), se ha visto notablemente aumentada, ya que por lo general, en los países “tercermundistas”, las industrias no han implementado un diseño adecuado para el tratamiento de sus aguas residuales, ya sea por ignorancia o por los elevados costos, siendo este último el elemento que, en la mayoría de los casos, sirve como factor determinante para tomar la decisión final. Debido a lo anterior, a finales de los años sesenta, diversos investigadores interesados en buscar una opción que sirviera como complemento no costosa al tratamiento de aguas residuales de origen doméstico o industrial, dirigieron sus investigaciones hacia las plantas vasculares acuáticas, también reconocidas genéricamente como hidrófitas. Lo que destacó de manera general en la innumerable serie de experimentos realizados, fue el hecho de que las hidrófitas demostraron ser verdaderos filtros biológicos, no solo para metales pesados, sino también para elementos esenciales, tales como nitrógeno y el fósforo, los cuales propician el fenómeno de eutroficación en los cuerpos de agua que reciben descargas de aquellas zonas agrícolas donde se ha hecho un uso indiscriminado de fertilizantes químicos, o bien de mantos acuíferos que reciben fuertes descargas de aguas residuales domésticas con un alto contenido de detergentes. De entre las plantas hidrófitas que han destacado por su alto potencial como filtros biológicos están: el lirio acuático (Eichhornia crassipes), de entre las especies libre flotadoras, y las especies de Thypa angustifolia y Thypa latifolia, de entre las especies emergentes. Sin embargo, en la actualidad los especialistas cuentan con un listado de especies que les permite seleccionar a las hidrófitas tanto por su capacidad de “filtración”, como por su tolerancia a condiciones físico-químicas y climáticas del medio en que se encuentran. El significado de esto, lo podemos ejemplificar de la siguiente manera: el lirio acuático destaca por su capacidad para absorber metales pesados, sin embargo en climas relativamente fríos (como un invierno típico de la Ciudad de México), su población disminuye notablemente, por lo que bajo estas condiciones climáticas la introducción de la comunidad de Lemnáceas (Lemna gibba, L. minor, Spirodela polyrhyza, Wolffia columbiana), constituye un buen sustituto. Lo expuesto anteriormente nos induce a proponer que, a manera de primera etapa en el tratamiento de aguas residuales generadas por poblaciones con un bajo índice de industrialización, tan comunes en nuestro país, utilizar plantas vasculares acuáticas para la extracción de metales pesados en lugar de los tratamientos altamente costosos, como lo son las resinas de intercambio iónico o las técnicas convencionales de neutralización y oxidación químicas, es una alternativa nada riesgoso y de bajo costo. Así lo han demostrado las experiencias obtenidas en diversas localidades piloto de los Estados de Tennessee y Kentucky en los EUA, en donde se han construido sistemas artificiales que tratan de simular una zona inundable. En éstos han sido plantados especies enraizadas emergentes (Thypa angustifolia, T. latifolia), las cuales, además de servir como filtros biológicos, son el sustrato en el que proliferan microorganismos encargados de llevar a cabo oxidaciones biológicas de vital importancia en el tratamiento de las aguas residuales. |
![]() |
|||||||||||||
_______________________________________________________
|
||||||||||||||
Agustín Quiroz Flores
Centro de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
María Guadalupe Miranda Arce
Departamento de Hidrobiología,
UAM-Iztapalapa.
|
||||||||||||||
________________________________________________________ | ||||||||||||||
como citar este artículo →
Quiroz Flores, Agustín y Miranda Arce, María Guadalupa. 1992. Aguas residuales y plantas vasculares acuáticas. Ciencias núm. 25, enero-marzo, pp. 46-47. [En línea].
|
||||||||||||||
bibliofilia | ![]() |
|
||||||||||||
![]() |
||||||||||||||
Confrontación
sobre la inteligencia:
¿herencia-ambiente?
|
||||||||||||||
César Carrillo Trueba | ||||||||||||||
Según Eysenck “El Dios que os ha creado ha puesto metales
diferentes en vuestra composición: oro en aquellos capacitados para ser gobernantes, plata en aquellos otros que actuarán como sus ejecutores, y una mezcla de hierro y latón en aquellos cuya tarea será la de cultivar la tierra o ser buenos artesanos”, como dice Platón en su fábula sobre los metales, que muestra su clara inclinación por lo que ahora llamamos causas genéticas para explicar las diferencias individuales en inteligencia y personalidad. Mas ¿qué es la inteligencia? Es el coeficiente intelectual (CI) que miden los test. Esto parece ser una tautología, pero se trata de una definición operativa —para muchos científicos, las únicas válidas en la ciencia. ¿Qué prueba su validez? Su predictibilidad, es decir, observar que una persona con un alto CI ocupará un puesto alto o cursará estudios superiores, y que aquella con un bajo CI desempeñará un trabajo no calificado. Los resultados son contundentes. El hecho de que las mujeres resulten ser menos aptas para razonar o que los negros estén quince puntos por debajo de los blancos en su CI no debe perturbarnos. Son diferencias producto de la herencia y sus factores (al menos en un ochenta por ciento). Esto explica, además, la inevitabilidad de la división de la sociedad en clases. Son los hechos de la ciencia.
Kamin consideró que los hechos de los que habla Eysenck son falsos y sus conclusiones no hacen más que reflejar sus preferencias sociales y su ideología. Se ha visto que los científicos que se inclinan por la explicación genética son conservadores y quienes lo hacen por los aspectos sociales suelen ser liberales. El caso del venerado profesor de Eysenck, Cyril Burt, eugenista declarado, famoso por sus trabajos, donde demostró que el CI es heredable, es ilustrativo. Tan convencido estaba de ello que falsificó los datos. Además las correlaciones establecidas no demuestran nada, ya que pueden ser también interpretadas desde un punto de vista “ambientalista”, como la mayor correlación de CI entre familiares, que se explica por el mayor número de genes compartidos, pero que es posible entender por el ambiente compartido; o la diferencia entre los CI de blancos y negros norteamericanos, cuyo origen radica en la discriminación racial que los segrega. Sin mencionar la enorme ignorancia de muchos de estos científicos en cuestiones biológicas o la insuficiencia de los modelos usados. Aunque para Eysenck, los estudios realizados en Varsovia demuestran que aun en condiciones de igualdad total, las diferencias persisten. Esto sólo demuestra que, o no conoce Varsovia o durante su estancia cerró los ojos a todo lo que no confirmara su idea. Habría que construir una sociedad igualitaria, sin discriminación alguna, para obtener una respuesta definitiva, pero para entonces ya no habrá quien se interese en esta cuestión. Finalmente, Eysenck olvidó que la fábula de los metales fue creada por Sócrates, quien la describió como una tesis muy conveniente para mantener las clases sociales en su lugar. ¿No será también ésta la intención de los defensores del CI? ¿Usted qué opina? |
![]() |
|||||||||||||
Referencias Bibliográficas
Confrontación sobre la inteligencia: ¿herencia-ambiente? H.J. Eysenck contra Leon Kamin. Ediciones Pirámide, Madrid, 1990, 263 pp. |
||||||||||||||
_____________________________________________________________ | ||||||||||||||
César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
|
||||||||||||||
_____________________________________________________________ | ||||||||||||||
cómo citar este artículo →
Carrillo Trueba, César. 1992. Confrontación sobre la inteligencia: ¿herencia-ambiente? Ciencias núm. 25, enero-marzo, p. 34. [En línea]
|