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Melancolía y ciencia en el siglo de oro | |||
Roger Bartra
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Cuando los médicos se introducían en los aposentos del alma para escudriñar el funcionamiento del cerebro y los secretos de las enfermedades mentales, los teólogos se inquietaban y vigilaban con severidad los movimientos de los intrusos. También eran sospechosos aquellos que pretendían, en sus arranques místicos, abandonar la morada del alma, como Juan de la Cruz, que escapaba durante la noche oscura estando ya su casa sosegada. Los médicos, al contrario, solían entrar a la casa en plena zozobra anímica. El doctor Huarte de San Juan, con su Examen de ingenios para las ciencias de 1575, fue uno de esos médicos que se metió en la casa del alma en su afán por descubrir las causas materiales del comportamiento espiritual de los hombres. Su extraordinario libro no pasó inadvertido por la Inquisición, que obligó a Huarte a expurgar considerablemente el texto de la edición de 1594. La teología, sin embargo, se benefició enormemente de las aportaciones paganas que explicaban el funcionamiento del cuerpo: la medicina hipocrático-galénica estableció una explicación —un paradigma, diría T. S. Kuhn— que permaneció esencialmente inmutable durante más de dos milenios en muy diversos espacios culturales y religiosos. Ello no quiere decir que no hubiese importantes discusiones y discrepancias entre los médicos, los teólogos y los interesados en la filosofía natural. No obstante, la teoría hipocrática proporcionó una resistente red de significados e interpretaciones, con un corpus bien establecido por Galeno, que permitió la comunicación entre médicos griegos, latinos, persas, germanos, italianos, franceses, españoles e ingleses, independientemente de las enormes distancias temporales, religiosas y culturales que los separaban. Ese corpus científico, en cierta forma, operó como un sofisticado aparato de traducción que permitía la comunicación entre médicos y otros pensadores, como astrónomos o teólogos, e incluso entre cirujanos y boticarios y sus enfermos, que reconocían en las prácticas médicas una correspondencia lógica con las experiencias cotidianas.
La melancolía, dentro del humoralismo, es el mejor ejemplo del extraordinario poder metafórico del maravilloso sistema mediador hipocrático-galénico. Y este poder metafórico se expandió extraordinariamente durante el siglo xvi, como se puede comprobar en el Examen de ingenios para las ciencias de Huarte, un libro que si bien abandona algunos puntos de la ortodoxia galénica, elabora una aplicación extensa del humoralismo a las costumbres, las vocaciones, los oficios y la educación. Sin embargo, la coherencia del corpus galénico era vigilada con celo, pues de ella dependía su eficacia mediadora. Por ello, Andrés Velásquez, en su Libro de la melancolía de 1585, critica a Huarte abiertamente. Me parece interesante observar las recriminaciones de Velásquez, no sólo para iniciar a los lectores en una típica y barroca discusión de médicos en el Siglo de Oro, sino sobre todo para detectar algunos aspectos que hicieron del humoralismo un sistema mediador tan duradero e influyente.
La crítica de Velásquez a Huarte se centra en cuatro problemas: el funcionamiento fisiológico del cerebro, los instintos naturales, las causas de la risa y las capacidades extraordinarias de los melancólicos. Veamos brevemente cada aspecto.
Huarte sostiene que el cuarto ventrículo cerebral —situado en la parte posterior de la cabeza— tiene como función “cocer y alterar los espíritus vitales y convertirlos en animales”.1 En cambio, Velásquez cree que en este ventrículo, el más pequeño, hay poco cocimiento de materia espirituosa, pero es el más importante porque en él hay una mayor concentración de nervios que lo conectan con todo el cuerpo.2 En otra parte Velásquez le reprocha a Huarte que asigne instrumentos cerebrales precisos a las facultades imaginativa, racional y memorativa, crítica que no tiene fundamento, pues en el Examen de ingenios expresamente se rechaza la antigua idea según la cual la imaginación, el entendimiento y la memoria tienen como aposentos, respectivamente, el par de ventrículos frontales, el ventrículo central y el ventrículo posterior: “en cada ventrículo están todas tres potencias, pues de sola la lesión de uno se debilitan todos tres”. En este punto, Huarte y Velásquez se apegan al texto galénico. Se ha creído equivocadamente que Galeno asignó funciones específicas a cada ventrículo cerebral. Ésta es en realidad una tradición medieval que se remonta a Nemesio, obispo de Emesa, que estableció que la phantasia —sensaciones e imaginación— se hallaba en los dos ventrículos frontales del encéfalo, la razón se aposentaba en el ventrículo central y la memoria en el ventrículo posterior.3 San Agustín, por su lado, ubicó las sensaciones, la memoria y los movimientos, respectivamente, en los ventrículos anteriores, central y posterior: así la sensación no provocaba directa y necesariamente el movimiento, sino que lo hacía por mediación de la memoria (y del olvido). Esta discusión nos recuerda los problemas que hoy se investigan acerca de la localización espacial de las funciones mentales o emocionales y acerca de la plasticidad cerebral.
Me interesa destacar aquí la antigua imagen de las funciones mentales como sustancias que se cuecen en el interior de cavidades sometidas a calores internos. Al leer a Velásquez nos podemos imaginar a los ventrículos como marmitas en la cocina cerebral, donde se cocinan los espíritus gracias al calor natural que emana del corazón. Estos espíritus son, si no el alma misma, sí sus instrumentos, y operan en el cerebro, que es definido como el miembro más importante de todos los que componen el cuerpo. El cerebro que describe Velásquez es un órgano que palpita en un leve movimiento de dilatación y compresión, lleno de líquidos anímicos (los espíritus animales) en constante fluir de un ventrículo a otro, donde cocer y razonar no son acciones contrapuestas, ya que hay “un cocimiento espirituoso” muy suave, sobre todo en los ventrículos frontales, pues el medio y el postrero sirven más para “raciocinar y filosofar”. Otros médicos, además de las imágenes culinarias, se referían a procesos de fermentación y putrefacción. Sabemos que los procesos cerebrales, en la mentalidad de un hombre del Siglo de Oro, se relacionaban con los misterios del macrocosmos; pero también se conectaban con su vida cotidiana, en la que podían reconocerse actividades similares a las cocciones, flujos, impresiones y reflejos que ocurrían dentro de la cabeza.
En el cerebro no sólo hay una actividad culinaria: su materia húmeda y blanda recibe y guarda las impresiones que provienen de los sentidos exteriores. Aquí surge un problema: los nervios no son conductos huecos que permitan la circulación de los líquidos espirituosos que se cuecen en los ventrículos; en realidad, explica Velásquez interpretando a Galeno, los impulsos anímicos (virtudes animales) se comunican por “ilustración” o “irradiación”, es decir, mediante procesos de transmisión óptica o lumínica. Hay que destacar que la postura de Velásquez, al sostener que los nervios no son huecos y que, en consecuencia, por ellos no fluyen sustancias espirituosas, es muy avanzada; además de buscar apoyo en Galeno, Velásquez se basó en su propia experiencia y en las muchas anatomías que había visto, especialmente de los nervios ópticos.4 Recordemos que todavía en el siglo xviii médicos como Thomas Willis hablaban de “licores nerviosos”, aunque por influencia de Newton se comenzó a pensar que el fluido nervioso es etéreo, y transmite impulsos mediante mecanismos de naturaleza oscilatoria, vibratoria o eléctrica. Sin embargo, el gran médico inglés Richard Mead (1673-1754) todavía dudaba si los nervios eran sólidos o huecos.5
La discusión de Velásquez sobre las causas de la risa es muy graciosa, por la manera tan doctoral y solemne de abordar un problema cuya compleja dinámica psicofisiológica aún hoy carece de una explicación completa. Su argumento principal es que la risa no sólo es producida por las funciones anímicas cerebrales (especialmente la imaginación, como dice Huarte). Es necesario que intervenga, además de la anímica, una fuerza vital, pues la función imaginativa carece propiamente del poder para mover músculos. Así pues, la risa es movida por una combinación de la admiración con el gozo: la primera es una pasión característica del cerebro, del que fluye la facultad anímica, y el segundo es una pasión propia del corazón, del que emana la fuerza vital que mueve los músculos del pecho y hace vibrar el septo transverso. La imaginativa, al sorprenderse, estimula el contento o regocijo del corazón. Se trata, en suma, de la interrelación de pensamiento y emoción. Velásquez señala que Huarte se equivoca al decir que la melancolía natural hace a los hombres risueños; el humor negro no produce ese efecto, aunque reconoce que si un melancólico se vuelve fatuo, se admirará con facilidad y se reirá. De cualquier forma, para Velásquez la risa está asociada principalmente al humor sanguíneo. Las cosquillas son una prueba adicional de que la risa requiere, además de las funciones intelectuales, una fuerza vital que emana del corazón: al tocar ciertas partes del cuerpo se produce un deleite que llega al corazón, sobre todo si hay cierta sorpresa. Huarte, en cambio, considera que tiene relación exclusivamente con las funciones imaginativas del cerebro (sobre todo con la falta de imaginación) y con el humor sanguíneo. La disputa sobre la risa permite hacerse una idea de la dificultad que tenían los médicos para entender la relación entre las que Velásquez denomina la “virtud vital” y la “virtud animal”, es decir, entre las fuerzas emotivas naturales sostenidas por la alimentación (por medio del estómago, los intestinos, el hígado, el bazo y el corazón) y las fuerzas mentales que dan aliento al pensamiento y que se aposentan en los ventrículos cerebrales. El origen de la discusión se halla en la relación entre el pneuma psíquico o animal (asociado al cerebro) y el pneuma vital (ligado al corazón), espíritus que en el sistema galénico explicaban el pensamiento, las sensaciones, los impulsos y los movimientos. Se trata, como podemos ver, del espinoso problema de los vínculos entre el cuerpo y la mente. Esta discusión nos asombra por lo que podríamos llamar su modernidad, lo que en realidad es una medida de nuestro atraso.6
Es muy notable que Velásquez haya dedicado un capítulo completo de su Libro de la melancolía al tema de la risa, pues generalmente los médicos se ocupaban preferentemente de otras situaciones afectivas —como el amor, la ira y el miedo—, a las que daban mayor importancia debido a la gravedad potencial de sus consecuencias. Sin embargo, desde Aristóteles, la risa ha sido motivo de preocupación y de reflexión. Recordemos que Descartes, en su tratado de 1649, Les passions de l’âme, dedicó una parte importante a la risa y señaló su relación con la fluidez y sutileza de la sangre (pues la sangre gruesa y espesa es causa de tristeza). En este pequeño libro Descartes aborda como médico los problemas de la ética, a partir de sus reflexiones sobre la interacción del alma y el cuerpo, una relación que se articula en la glándula pineal ubicada en la base del cerebro. Quiero recalcar que el examen médico de la risa también hacía referencia a preocupaciones y curiosidades cotidianas que intrigaban a muchas personas, y establecía un vínculo comprensible entre la misteriosa actividad ventricular del cerebro y las manifestaciones abiertas del jolgorio y la alegría.
Hay que decir que Velásquez reconocía la importancia de la imaginación. En otro aspecto de su discusión con Huarte expone un ejemplo de la fuerza imaginativa en el comportamiento aparentemente instintivo y natural de un miembro del cuerpo. Ya me he referido en El siglo de oro de la melancolía a este tema, de manera que aquí haré solamente una referencia sintética. Velásquez observa que Huarte no hace justicia a Galeno en su exposición de los instintos naturales, pero se permite a su vez criticar rudamente al antiguo médico griego, quien había concluido que el comportamiento del pene era similar a las habilidades naturales de los cabritos recién nacidos, que sin haberlo aprendido son atraídos por ciertas hierbas; el pene tendría una erección, como el galgo que persigue por instinto su presa. Velásquez sostiene, en contraste, que es el poder de la imaginación el que guía y levanta al órgano sexual masculino. Se trata, por supuesto, de otro ejemplo más de la interacción de la mente y el cuerpo que podía ser comprendido y discutido por cualquier persona a partir de sus experiencias personales en el lecho conyugal y en los escarceos amorosos. Pero aquí, a diferencia de su explicación de la risa, enfatiza la importancia de las actividades mentales en el proceso de excitación sexual.
Por último, el doctor Velásquez aborda el tema más importante: la melancolía. Este aspecto de la discusión también lo he abordado antes; Velásquez se negó a aceptar que los melancólicos poseyesen cualidades extraordinarias7 —como predecir el futuro, conocer lenguas o ciencias sin haberlas aprendido—, y sostiene insistentemente que el humor negro es causa de los más terribles estragos morbosos. Sin embargo, es evidente que la melancolía presentaba un cuadro extraordinario de síntomas y condiciones, que el doctor Velásquez llama preternaturales: estados excepcionales y dislocados, no naturales, pero cuyas causas no son sobrenaturales. Los melancólicos sufren una miserable enfermedad que va mucho más allá de la tristeza y el miedo; creen —y da los ejemplos más citados— que el cielo está por caer sobre sus cabezas, sacuden sus brazos a manera de alas y cantan como si fueran gallos, se vuelven extravagantemente pródigos o avaros, huyen del agua por temor a disolverse como si fueran ladrillos. Los casos son innumerables, todos a cual más horrendo: “Cuántos leemos que se han dado desastradas muertes. Unos colgándose, otros despeñándose, y otros abrasándose en fuegos, y así han acabado miserablemente sus vidas; ¿qué cosa hay de tanto espanto, ni tan digna de llorar, como es ver las potencias todas en un hombre afligido de esta enfermedad tan estragadas, arruinadas y perdidas? ¡Qué más se puede decir bestia brava que hombre racional, tanta es la fuerza de esta estupenda enfermedad!”
En su explicación del morbo melancólico, Velásquez defiende la idea de que sus causas radican principalmente en los humores y no tanto en los temperamentos.8 La distemperie daña de diferentes formas la actividad cerebral: “el frío estropea principalmente la memoria, en tanto que el calor afecta más las funciones imaginativas y raciocinativas.” El frío tiende a disminuir las facultades, mientras el calor contribuye más a su depravación. Los daños por la distemperie producen pérdida parcial o total de memoria, confusión mental, fatuidad y debilitamiento de la razón o la imaginación.9 La relación entre las tres grandes funciones cerebrales —phantasia, ratio y memoria— y ciertas enfermedades es muy confusa e imprecisa en los textos de Galeno, como ha hecho notar Jackie Pigeaud.10 Cabe señalar que, sin que se haya ubicado ningún precedente en la tradición médica, Isidoro de Sevilla estableció una relación precisa entre las funciones cerebrales y tres enfermedades muy conocidas: vinculó la epilepsia con la fantasía, la melancolía con la razón y la manía con la memoria, pero no las ubicó en ningún ventrículo cerebral. Durante la Edad Media y el Renacimiento los médicos fueron describiendo diversas relaciones entre las partes del cerebro, las funciones y las enfermedades mentales.
Andrés Velásquez explica que si el miedo y la tristeza aparecen durante un tiempo muy prolongado, entonces estamos frente a los síntomas de una melancolía, cuya causa no es la distemperie, sino “el color tenebroso y negro del humor atrabilioso”. Este énfasis en el color oscuro fue, sin duda, un poderoso símbolo que permitía traducir el lenguaje especializado del médico a expresiones cotidianas; era importante, además, porque según Velásquez era precisamente el carácter opaco del humor negro lo que impedía el buen funcionamiento de la comunicación nerviosa y cerebral, que se basaba en la transmisión lumínica de los espíritus animales y vitales. Más que el carácter grueso, compacto o espeso de los humores quemados, lo que impide que reflejen adecuadamente la actividad espirituosa es su opacidad; como la niebla, que es tenue en contraste con el cristal que deja pasar la luz a pesar de su dureza. La lucidez mental era una expresión de la adecuada transparencia de los canales de comunicación nerviosa.
El doctor Velásquez conocía perfectamente la teoría aristotélica respecto de la relación entre ingenio y melancolía, consignada en el Problema xxx, 1, e incluso la trae como ejemplo en su discusión sobre la influencia de los temperamentos en la enfermedad. Agrega que Galeno encontró que las causas de la prudencia debían atribuirse a la sequedad, uno de los temperamentos propios de los melancólicos; cita a Galeno en esa curiosa afirmación de que las estrellas resplandecientes son prudentes debido a su sequedad: el hecho de que los viejos, que son secos, lleguen a desvariar en su senectud no se debe a la falta de humedad sino al exceso de frío en su naturaleza. Lo que más le interesa a Velásquez es subrayar el hecho de que las elevadas habilidades de algunos hombres tienen por causa principal la buena calidad de los cuatro temperamentos, y cita en su apoyo a Marsilio Ficino, a François Valleriola y a Jason Pratensis. Es probable que Juan Huarte haya conocido el libro de Velásquez, y es posible que en las enmiendas de la edición expurgada de 1594 haya añadido alguna alusión a las críticas del médico andaluz. Por ejemplo, en un largo añadido Huarte se refiere al problema de la sequedad de los viejos y las estrellas: “Algunos filósofos naturales quisieron sentir que la incorruptibilidad de los cielos, y aquello diáfano y transparente que tienen, y el gran resplandor de las estrellas, nacía de la suma sequedad que había en su composición. Los viejos, por esta mesma razón, discurren tan bien y duermen tan mal: por la mucha sequedad de su celebro todo lo tienen diáfano y transparente, y los fantasmas y figuras relumbrando como estrellas; y, porque la sequedad endurece la sustancia del celebro, toman tan mal de memoria”.
Podría pensarse que aquí Huarte contesta a Velásquez sin mencionarlo, para enfatizar el lado positivo de la sequedad y, por extensión, de la melancolía. Reafirma, además, la antigua idea de que hay una estrecha relación entre el micromundo de los temperamentos cerebrales y el macromundo estelar y celestial.
Me he detenido a exponer la crítica de Andrés Velásquez a Juan Huarte con el objeto de usar un ejemplo concreto en la interpretación de un problema propio de lo que se ha llamado “historia de las mentalidades”. Me ha parecido estimulante, además, introducirme en el extraño círculo formado por la mentalidad barroca discutiendo sobre la mente humana. Por supuesto, como ha dicho G. Jahoda, las colectividades no piensan, sólo los individuos lo hacen.11 Un aparato mediador —como el sistema humoral— tampoco piensa aunque es inteligente: pero hace pensar a los individuos de acuerdo con lineamientos predeterminados. En este sentido, un sistema mediador o traductor nos puede dar claves para comprender la mentalidad de una época. Y además, lo que es muy importante, nos ayuda a entender los procesos mediante los cuales las mentalidades —o fragmentos de ellas— continúan funcionando con eficiencia a lo largo de diferentes épocas.
La discusión Velásquez-Huarte sobre la melancolía muestra antes que nada la presencia de un sistema autorreferencial casi totalmente cerrado. La prueba suprema de la argumentación se buscaba en los textos galénicos y casi nunca en la experiencia médica directa. Un importante médico de la época, Alfonso de Santa Cruz, lo expresó claramente: se refirió a Galeno como “casi divino cultivador de nuestro arte”.12 En el pequeño libro de Velásquez sobre la melancolía Galeno es nombrado, en promedio, una vez por cada página, en más de ciento setenta ocasiones. La típica obsesión barroca que trata de entender los orígenes de la prudencia y del ingenio es introducida por los médicos al aplastante aparato galénico de interpretación de las funciones mentales, que es, en cierta forma, la imagen de una sociedad plagada de toda clase de males, locuras y enfermedades, como lo era la española del Siglo de Oro. En el interior de este aparato galénico reina la dama Melancolía con una fuerza sin igual: ella no sólo proyecta una tétrica sombra sobre la humanidad, sino que además se convierte en una esperanza, peligrosa pero atractiva, para alcanzar la prudencia y el ingenio. El doctor Velásquez, sensato y pedestre, desconfía de la melancolía, mientras que el inquieto Huarte siente la atracción de buscar una luz en la lúgubre oscuridad del humor negro.
La teoría humoral ofrece un maravilloso paisaje coherente y repleto de atractivas imágenes y metáforas. El sistema mental y cerebral en el que se aposentan los vapores de la melancolía funciona como una combinatoria de procesos mecánicos, reflejos ópticos, transmisiones neumáticas y cocciones químicas. Las imágenes y las sensaciones mueven fuerzas en la máquina mental e imprimen marcas en la sustancia cerebral similares a las que realiza un alfarero. Además de las impresiones, los mensajes cerebrales se difunden por ilustración y la luz de las ideas se expande o se bloquea en series entreveradas de transparencias y opacidades, de velos vaporosos y nervosidades cristalinas, de oscuras cenizas y destellos celestiales. El cerebro es también un aparato neumático de vejigas interconectadas, de sensuales transmisiones de fluidos vaporosos impulsados por las lentas y casi imperceptibles pulsaciones de los senecillos o ventrículos. Y, además, la casa del alma es como una serie de estancias articuladas en torno de la cocina: allí ocurren hervores y fermentaciones de sustancias húmedas y tibias. Con frecuencia la humareda se extiende por toda la casa y se queman los fluidos; quedan después secas y duras cenizas sedimentadas, muros ahumados por la combustión de humores y soplos espirituales oscurecidos y desvirtuados. El complejo universo cerebral era, no obstante, comprensible e íntimo: trágicamente cercano a las inquietudes cotidianas, pero también estaba conectado a los secretos de la astrología y a los misterios de la teología. No era fácil orientarse en ese laberinto mental y cerebral de temperamentos, fluidos, emanaciones, espíritus, luces e impresiones. La idea de un laberinto interior era importante, pues dejaba un lugar para las opciones: a pesar de la influencia de astros, humores y temperamentos, la máquina cerebral debía ser flexible, ya que el libre albedrío estaba encerrado en la caja craneana y sus movimientos ocasionaban un cierto desorden en la casa del alma.
La melancolía fue ciertamente un sistema coherente capaz de dar sentido al sufrimiento y al desorden mental; proporcionó un medio de comunicar los sentimientos de soledad y una manera de expresar la incomunicación. Los médicos renacentistas desarrollaron, a partir del galenismo, un código cerrado para interpretar los signos de la locura y de la melancolía, pero al mismo tiempo que ofrecían una explicación y un tratamiento, proporcionaron también un modelo de comunicación y de comportamiento capaz de subsumir tanto los crecientes sentimientos de soledad como los dogmas católicos del libre albedrío. En suma, el código de la melancolía fue capaz de albergar e impulsar las nuevas expresiones del individualismo moderno que acompañaban el aislamiento personal ante las condiciones aleatorias tantas veces impuestas por el desorden social. La melancolía fue un modelo general y abstracto que explicaba el sufrimiento mental; empero, paradójicamente, abrió paso a las formas personales e individuales de padecimiento. La tristeza y la desolación se sentían en forma individual e íntima, aunque eran transferencias de un sistema global de interpretación que daba sentido al sufrimiento y conectaba el mal tanto con el microcosmos como con el macrocosmos. Así, una manera antigua de insertar al individuo en la sociedad se convirtió en una forma moderna: en esa singularidad irreductible de la experiencia personal.
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Referencias bibliográficas
1. Juan Huarte de San Juan, 1575, Examen de ingenios para las ciencias, edición crítica de Guillermo Serés. Madrid, Cátedra, 1989.
2. Andrés Velásquez, 1585, Libro de la melancolía. Edición del libro publicada en Roger Bartra, 1998, El Siglo de Oro de la melancolía. Textos españoles y novohispanos sobre las enfermedades del alma. México: Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia.
3. Nemesio, De natura hominis, iv, citado por Jackie Pigeaud, “De la mélancolie et de quelques autres maladies dans les Etymologies iv d’Isidore de Seville”, en Textes médicaux latins antiques, ed. G. Sabbah, Saint-Étienne: Publications de l’Université de Saint-Étienne, 1984.
4. Velásquez no sólo sostiene que los nervios son “algo duros y sólidos”, sino que demuestra mediante una prueba experimental que los espíritus no fluyen por ellos: al obstruirse el funcionamiento del cerebro de inmediato se pierde el sentido y el movimiento, cosa que no ocurriría si fuesen fluidos los que se transmitiesen, pues animarían el cuerpo durante un tiempo, hasta que se consumiesen.
5. Véase Stanley W. Jackson, 1986, Melancholia and Depression. From Hipocratic Times to Modern Times. New Haven: Yale University Press. Isaac Newton había publicado en sus Principia (1713) sus ideas al respecto, desarrolladas originalmente en 1675: “animal bodies move at the command of the will, namely, by the vibrations of this spirit, mutually propagated along the solid filaments of the nerves”; citado por Stanley W. Jackson.
6. Una síntesis del problema en la perspectiva actual se encuentra en: Simone Clapier-Valladon, “L’homme et le rire”, en Histoire des moeurs, ed. por Jean Poirier, vol. ii, París, Gallimard, 1991, “La risa —y ello es tal vez el problema mayor— es a la vez emoción y pensamiento. Así pues, plantea desde el punto de vista filosófico y psicológico el problema de las interacciones de la afectividad y la inteligencia y, desde el punto de vista fisiológico, el problema de las relaciones entre el paleocéfalo —las partes del cerebro filogenéticamente más antiguas, que rigen las emociones— y el neocéfalo —el cerebro de las manifestaciones intelectuales”.
7. No sólo Huarte sostenía esta idea, que al parecer estaba muy extendida. Por ejemplo, Alfonso de Santa Cruz, médico de Felipe ii y catedrático en Valladolid, estaba convencido de que los melancólicos podían hablar latín sin haberlo aprendido antes, como dice en un libro que escribió en la misma época en que Velásquez publicó el suyo (Dignotio et cura afectuum melancholicorum, diálogo i, que fue publicado en Madrid por Tomás de Junta en 1622).
8. Según la tradición galénica los temperamentos eran cuatro: calor, frío, humedad y sequedad, pero aquí Velásquez hace referencia solamente a los dos primeros.
9. El doctor Francisco Vallés distinguía entre las lesiones en los sentidos internos y los síntomas de la demencia; fatuitas, amentia y oblivio son clasificadas como “sensum internorum laesiones qui non sunt insanie”; en otro rubro diferente son clasificadas como “dementia, aut insania, vel delirium” las siguientes enfermedades: phrenitis, lethargus, melancholia, mania y paraphrenitis. Véase Vicente Peset Llorca, 1961, “La psiquiatría de un médico humanista (Francisco Vallés, 1524-1592)” Archivos de neurobiología 23 (núm. 1 y 2), 24 (núm. 1).
10. Jackie Pigeaud, “De la mélancolie et de quelques autres maladies dans les Etymologies iv d’Isidore de Seville”.
11. G. Jahoda, Psychology and Anthropology. A Psychological Perspective, Londres, 1982; citado por G.E.R. Lloyd, Demystifying mentalities, Cambridge: Cambridge University Press, 1990.
12. Alfonso de Santa Cruz, Dignotio et cura afectuum melancholicorum.*
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Este ensayo es un fragmento del libro Cultura y melancolía, de próxima publicación. | |||
Roger Bartra
Instituto de Investigaciones Sociales,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo → Bartra, Roger. (1999). Melancolía y ciencia en el siglo de oro. Ciencias 55, julio-diciembre, 4-12. [En línea]
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Los difíciles caminos de la campaña antivariolosa en México | |||
Ana María Carrillo
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Uno de los éxitos más significativos de la medicina del siglo xx ha sido la erradicación de la viruela. Durante siglos, esta enfermedad fue una importante causa de muerte, y quienes sobrevivían a ella quedaban ciegos o con cicatrices en la cara. En México, el último caso se presentó en 1951, si bien en África la enfermedad persistió hasta 1977. Actualmente, el virus de la viruela sólo existe en laboratorios de investigación; en 1978 se produjeron dos casos de infección en Birmingham, Inglaterra, por la dispersión del virus en uno de estos laboratorios.
Es bien conocido que la introducción del virus variológico en lo que hoy es la República Mexicana cambió la situación de indígenas y españoles en la guerra de conquista, pues ocurrió en el momento en que el pueblo mexica había expulsado a los españoles de Tenochtitlan. La falta de inmunidad de los indígenas favoreció el paso acelerado de persona a persona del agente biológico y, con la contribución de otras enfermedades y de la guerra, el posterior despoblamiento del territorio. Desde 1545 y a lo largo de toda la época colonial las epidemias de viruela se mezclaron con otras de sarampión y varicela en todo el país, de tifo en el altiplano, y de fiebre amarilla y paludismo en las costas.
En la pasada centuria fueron conocidas cincuenta y un epidemias de viruela. El padecimiento
seguía haciendo estragos a principios del siglo xx.
Aunque para curar la viruela se intentaban un sinnúmero de tratamientos, no había un método curativo realmente efectivo; de hecho, no lo hay aún ahora. Sin embargo, existían dos métodos para prevenir el mal: la inoculación o variolación y la vacunación.
Desde tiempos remotos, médicos asiáticos y africanos habían observado que quienes se enfermaban de viruela y sobrevivían gozaban de futura inmunidad. Por ello, trataban de prevenir la enfermedad causando un ataque benigno, para lo cual inoculaban el fluido de diversas maneras: en China pulverizaban las costras y las soplaban dentro de la nariz del paciente, y en África hacían una pequeña incisión en la piel de una persona sana, en la cual aplicaban suero de la pústula de un enfermo. Este procedimiento, al que se llamó variolación, se extendió en el siglo xviii por Europa, donde encontró defensores y opositores.
Uno de los acontecimientos médicos más importantes de finales del siglo xviii fue el descubrimiento de la vacuna de la viruela por Eduard Jenner (1749-1823). Este médico inglés se enteró de una creencia popular: las personas que habían contraído “la peste de las vacas” (cowpox) no contraían la viruela (smallpox), idea que lo hizo meditar profundamente. Tiempo después, estudió en Londres al lado de William Hunter, quien lo instó a no razonar demasiado: “No piense, experimente”, le dijo.
Jenner ejercía el empleo de médico inoculador, y se percató de que en algunas personas la operación siempre se malograba; al investigar se dio cuenta de que todos los “rebeldes” estaban empleados en la ordeña de vacas. Tras dos años de investigación, Jenner descubrió en las vacas un virus que da inmunidad cruzada con el virus humano. En 1796 inyectó con dicho virus a un niño. Al cabo de tres días las punciones se cubrieron con pequeños botones; le inoculó entonces el virus de la viruela y las punciones se extinguieron sin que presentara calentura u otro síntoma de infección. Dos años más tarde hizo público su descubrimiento. A diferencia de los médicos de su tiempo, Jenner creyó en la tradición popular. La comunicación de sus investigaciones a la comunidad médica no encontró eco, pero en 1798 publicó la memoria, hoy clásica, Variolae vaccinae, de la que deriva el término de vacuna, que adquirió luego un sentido genérico.
En la Nueva España los primeros intentos de variolación datan de 1779 y fueron realizados por el médico Esteban Enrique Morel con aprobación del virrey y del Protomedicato, sin apoyo de los médicos, pero sí de religiosos y militares. La introducción formal de la vacunación en lo que hoy es México se remonta a 1804. Aquel año, Carlos iv envió una comisión formada por Francisco Xavier de Balmis, como director, Alejandro Arboloya y Anacleto Rodríguez. Dicha comisión traía niños españoles para implantar la vacuna de brazo a brazo, y aunque hubo una gran resistencia de la población poco a poco la práctica vacunal fue propagándose. Algunos facultativos la aceptaron con tal entusiasmo que llegaron a pensar que podría aplicarse para la curación de parálisis, ceguera, demencia y otras enfermedades crónicas.
A fines del siglo xix, en algunos estados, había organismos encargados exclusivamente de la vacunación: la Oficina Conservadora de la Vacuna, en la capital del país; la Oficina Central de Vacuna contra la Viruela, en Chihuahua; la Inspección General de Vacuna, en Hidalgo; las Oficinas de Vacuna, en Puebla; la Oficina Conservadora y Propagadora de la Linfa Vacunal, en Tamaulipas, y la Dirección General de Vacuna, en Yucatán. En otros lugares, la responsable de la vacunación era la burocracia sanitaria: el Consejo de Salubridad en Aguascalientes; la Oficina Inspectora de Salubridad, en la capital de Coahuila; la Junta de Sanidad, en Durango; la Dirección General de Salubridad Pública, en la ciudad de México; y el Consejo de Salubridad, en Nuevo León. A veces, el Estado encargaba la tarea a un responsable: el administrador del ramo de la vacuna en Colima; el director del Hospital Civil, primero, y el inspector sanitario después, en la capital de Tepic, y un empleado especial en Tuxtla Gutiérrez. En otros casos, la correcta conservación y aplicación de la linfa vacunal estaba en manos de las autoridades políticas: los jefes y directores políticos en Jalisco, y los ayuntamientos en Guerrero, Oaxaca, Sinaloa y Querétaro, si bien en este último estado actuaban bajo las instrucciones del Consejo de Salubridad.
Hubo casos en que los particulares se hacían cargo de la vacuna, como en Fresnillo, Zacatecas. En varios estados, como Sinaloa, el servicio de vacunación se practicaba sólo en las ciudades. En otros, como Chihuahua y Tamaulipas, la linfa se enviaba a todas las municipalidades.
En la ciudad de México, durante más de cien años, la conservación de la vacuna estuvo en manos de cinco personas: Miguel Muñoz, que la recibió de Balmis en 1804, y la mantuvo hasta 1842; Luis Muñoz, su hijo, que se encargó de ella desde entonces hasta 1872; Fernando Malanco, que la tuvo de 1872 a 1898; Joaquín Huici, que la conservó de ese año a 1903, y Francisco de P. Bernáldez fue el responsable desde 1903 hasta 1910. Hubo estados en que los conservadores de la vacuna duraron también muchos años en el puesto, como Gustavo López Hermosa, que lo ocupó de 1885 a 1910 en San Luis Potosí, y Luis Ojeda, quien se encargó de impartir la vacuna en Guanajuato de 1895 hasta finales del porfiriato.
De 1877 a 1910 en la capital fueron vacunadas 717 289 personas, y en las municipalidades, en el mismo lapso, otras 123 578. En San Luis Potosí se reportó haber vacunado en 25 años a más de setenta mil pobladores, y en Tepic, en menos de veinte años, a cerca de 50 000.
La extensión del mal en el porfiriato
De acuerdo con Orvañanos, a finales del siglo xix la viruela era endémica en todos los estados; hacía su aparición generalmente en invierno, podía durar tres o cuatro meses. La enfermedad comenzaba de manera repentina, con fiebre, malestar general, dolor de cabeza, dorsalgia intensa, postración y dolor abdominal. Después de un lapso de tres o cuatro días, la temperatura bajaba y aparecía una erupción, que pasaba por las siguientes fases: máculas, pápulas, vesículas, pústulas y costras; estas últimas se desprendían al final de la tercera o cuarta semana. Las lesiones aparecían en la cara y más tarde en extremidades y en tronco.
Había dos variedades clínico-epidemiológicas de la viruela: la variola minor (alastrim) y la variola major (viruela clásica). En los casos de variola major moría entre 15 y 40 por ciento de las personas no vacunadas. El mal se trasmitía por contacto íntimo con secreciones de las vías respiratorias y, en menor medida, por lesiones cutáneas de los pacientes.
Durante el porfiriato hubo numerosas y graves epidemias, como la de 1882 en varios estados, o la de 1889 que afectó a todo el país y se prolongó durante más de un año, causando cerca de cuarenta mil muertes.
La prensa radical utilizaba a las epidemias para censurar a los gobiernos federal o locales, y las comparaba con los males políticos. He aquí un par de ejemplos: en 1897 la viruela negra se desarrolló en Puebla con caracteres alarmantes, y atacó principalente a los extranjeros. El Hijo del Ahuizote publicó entonces: “Esto faltaba a aquel estado: la peste después de la reelección”. Dos años más tarde el mismo periódico decía: “Después de la fiebre amarilla, comienza en Xalapa la viruela. El sistema de salubridad no es de lo mejor y es fácil la propagación. Veracruz está para plagas; desde don Teodoro [se refería al gobernador Teodoro Dehesa], que es la más temible, hasta el vómito prieto, todas se recargan ahí”.
Las pérdidas económicas y en vidas humanas ocasionadas por los enfermos y muertos, y las cuarentenas que otros países imponían a México a causa de aquéllas, fueron estímulos para combatir las epidemias de viruela.
Por voluntad o por fuerza
Algunas veces el Estado mexicano trató de persuadir a los ciudadanos de acceder a la vacunación. Uno de los mecanismos que empleó fue impartir la vacuna gratuitamente a quienes no tenían medios para pagarla, e incluso gratificar a las madres de niños vacunados que los presentaban cuando tenían buenos granos vacunos; otro fue la creación de la vacuna ambulante, la cual apovechaba los días de mercado y de raya para conseguir que el mayor número de personas se vacunara; uno más, fue la propaganda activa en la prensa y otro la vacunación en parroquias, escuelas y hospitales.
Sin embargo, un siglo después de la introducción de la vacuna antivariolosa aún había oposición a ella: las autoridades de Tepic, por ejemplo, decían que la epidemia de 1893 se había cebado especialmente entre los niños de la clase más humilde del pueblo que “como en todas partes siente una extraña pero invencible repugnancia por la vacunación”; el gobierno de Tamaulipas lamentaba en 1907 las defunciones ocurridas principalmente en gentes de edad, renuentes a dejarse vacunar; por su parte, el gobernador de Guerrero se quejaba ese mismo año de la oposición de la población a la vacunación en todo tiempo: “tienen la creencia de que lejos de ser benéfica, les es nociva”.
Por eso, cuando el convencimiento no dio resultado, la burocracia sanitaria intentó forzar a los padres a vacunar o revacunar a sus hijos. Para finales del porfiriato la vacuna era obligatoria en muchas entidades de la República: la capital, los territorios de Tepic y Baja California, Chiapas, Chihuahua, Coahuila, Durango, Estado de México, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nuevo León, Puebla, Oaxaca, Querétaro, Sinaloa, Sonora, Tabasco, Tamaulipas, Tepic, Veracruz, Yucatán y Zacatecas. En otros estados, durante las epidemias se dictaban disposiciones terminantes para la propagación de la vacuna.
Para que la ley se cumpliera, se emplearon numerosas estrategias; una de ellas fue la vacunación forzosa. A finales del siglo xix había en la capital veinticinco centros de vacuna, cada uno de los cuales contaba con agentes que buscaban a niños y adultos no vacunados en calles, plazas y sitios concurridos; dichos agentes podían extender sus pesquisas al interior de las casas, y pedir, en caso necesario, el auxilio de la Policía, que estaba obligada a auxiliarlos. En Torreón, Coahuila, durante una epidemia de viruela, inspectores domiciliarios y policías recogieron a las personas para hacerlas vacunar por la fuerza. En Tepic se buscaba a los no vacunados en sus casas o en otros establecimientos donde se reunía un número más o menos considerable de personas, y se les vacunaba aun contra su voluntad, sin importar su edad, sexo o condición social. Con frecuencia cada vez mayor la población civil —con o sin su consentimiento— fue empleada en estas tareas de vigilancia sanitaria.
La ley obligaba a los padres o tutores, y los directores de los planteles de enseñanza oficiales o privados, los maestros de talleres y dueños de fábricas y casas de comercio, así como los propietarios de fincas rústicas y los jefes militares, estaban también obligados a cumplir o exigir que se cumplieran las disposiciones relativas a vacunación y revacunación, bajo la conminación de multas (de cinco a quinientos pesos) y hasta con prisión. En casi todos los estados de la República, y desde luego en la capital del país, los directores debían verificar antes de inscribir a los niños en las escuelas que éstos estuvieran vacunados a satisfacción; en caso de que no lo estuvieran, debían canalizarlos para que pudieran recibir el preservativo. Sin embargo, algunos padres preferían dejar a sus hijos sin escuela antes que vacunarlos.
También fueron comunes la denuncia de casos y el secuestro y aislamiento de los enfermos. En el Distrito Federal la viruela estaba dentro de los padecimientos que los médicos, directores de hospitales, escuelas, fábricas o industrias, dueños de hoteles, casas de huéspedes o mesones y, en última instancia, los jefes de familia, estaban obligados a reportar al Consejo Superior de Salubridad, máxima autoridad sanitaria durante la segunda mitad del siglo pasado. Al informar acerca de la enfermedad, debían indicar la casa en la que el paciente la había contraído. En varios estados también se recurrió a la declaración obligatoria de la enfermedad, como Coahuila y Yucatán. Hubo casos de agentes sanitarios que fueron despedidos por no dar cuenta de algún enfermo de viruela.
En Hidalgo no se permitía que los niños con viruela anduvieran por la calle, y los que lo hacían eran secuestrados por la policía, además de que también se imponía una multa a sus padres. Esas medidas se extendían a los administradores de haciendas de beneficio, minas, talleres y todos los lugares donde concurrían niños. En el caso de Coahuila y Tlaxcala, los enfermos eran aislados, y aunque en ocasiones dicho aislamiento tenía lugar en el domicilio de éstos, a veces era imposible hacerlo, sobre todo en el caso de los pobres, cuyas casas estaban situadas en vecindades, o de los extranjeros alojados en hoteles o casas de huéspedes. A ellos se les enviaba a lazaretos de “variolosos”, como los establecidos en 1904 en Torreón y Durango, y a los que la población les tenía terror. La prensa de la época reportaba que para evitar que sus enfermos fueran descubiertos, muchas familias los alojaban en los lugares más inadecuados, por lo que no era raro que murieran pocas horas después de ser descubiertos por quienes hacían las visitas domiciliarias.
Era común la desinfección de utensilios, ropa y habitaciones de enfermos. Dentro de las medidas tomadas ante la epidemia de 1898 en Yucatán y Campeche estaban el establecimiento de puntos de fumigación en las fronteras y la vigilancia estricta en los lugares en que se había desarrollado la epidemia. Hay, asimismo, reportes de desocupación y desinfección —con cloruro de cal entre otros medios— de las casas de los enfermos en Tabasco, Coahuila y el Distrito Federal.
Límites de la campaña
En el régimen porfiriano hubo varios factores que dificultaron el buen éxito de la cruzada nacional contra la viruela, entre ellos destaca la franca oposición de algunos a la vacuna, las deficiencias del servicio de vacunación, la división de los médicos mexicanos —entre aquellos que defendían el empleo del virus bovino y los que pugnaban por continuar con la vacunación de brazo a brazo— la falta de tubos de linfa vacunal aun durante las epidemias, la insuficiencia de administradores de la vacuna, y la inexistencia de buenas comunicaciones y de una organización nacional de salubridad.
Ya desde la época de Jenner y en la propia Inglaterra se habían formado sociedades antivacunistas. Algunos veían en la introducción obligatoria de un cuerpo extraño en las personas un atentado a la libertad individual.
Además de las críticas generales, en México había deficiencias en el servicio de vacunación. Un abuso muy común, denunciado por los mismos médicos, era que un agente subalterno del Consejo pretendiera llevar por la fuerza a la oficina de una demarcación de policía, para vacunarlos, a niños enfermos que no deberían haber salido de sus casas. Sólo se excusaba del “absurdo mandato” a la madre o la familia que exhibía un certificado médico, pero los pobres casi nunca estaban en condiciones de satisfacer tal requisito, pues no eran atendidos por facultativos.
Otro problema era la inconveniencia de los locales donde se impartía la vacunación, que en la capital eran las estaciones de Policía y las viejas oficinas del Consejo. Las estaciones de Policía, exceptuando la de la primera demarcación, carecían de piezas destinadas a la vacunación, por lo que ésta se hacía a la intemperie, donde no era posible reconocer convenientemente a los niños ni hervir el agua que debía emplearse para la asepsia de los brazos, por lo que se acababa prescindiendo de este importante cuidado. Las madres tenían que sufrir una larga espera, sin más sitio para sentarse que el pavimento siempre encharcado por el riego o la lluvia, y en contacto inmediato con gendarmes, presos y cadáveres de adultos y hasta de niños que eran conducidos a las comisarías para que se expidiera el certificado de defunción. Es fácil explicar entonces la aversión de los pobladores a llevar a sus hijos a vacunar. En 1920, el conservador de la vacuna decía que esa descripción de la vacunación en las comisarías seguía siendo válida.
Quizá la principal controversia fue la suscitada a propósito de las vacunas humanizada y animal. Ambas tenían su origen en el virus vacuno, pero esta última se tomaba directamente de las pústulas de la ternera, mientras que la anterior iba pasando de brazo a brazo. Desde 1868, el doctor Ángel Iglesias —quien había sido segundo director de la vacuna— trató de implantar la vacuna animal, pues sostenía que la humanizada podía ser causa de trasmisión de sífilis vacunal. La posibilidad de trasmisión de esta enfermedad por medio de la vacuna humanizada fue demostrada en 1883 por el doctor Corys en Londres, lo que llevó a su sustitución por la vacuna animal en varios países.
Pero otros médicos insistieron en la vacunación de brazo a brazo. Al parecer, por cada diez veces que no prendía la vacuna animal no prendía dos veces la humanizada. Además, las autoridades sanitarias mexicanas aseguraban que el virus vacuno tomado con las debidas precauciones, aun de granos de niños sifilíticos, no contenía virus gálico; a pesar de ello, no se tomaba virus ni de niños enfermos ni de niños sospechosos. Alegaban que en el país siempre se había tenido gran cuidado al elegir a los niños vacuníferos, por lo que en sus estadísticas no se había registrado ningún caso de sífilis vacunal.
Sin embargo, al reportar en sus informes internos las vacunaciones practicadas del 1 de julio de 1876 a diciembre de 1877, el Consejo de Salubridad señalaba las enfermedades que habían tenido cuarenta y seis vacunados: viruela, varioloide, varicela, escrófula, pitiriasis, psoriasis, liquen, herpes, impétigo, sarna, acnea, roséola, erupción sospechosa, ulceraciones y sífilis.
Entre los médicos militares había quienes defendían la vacuna animal, pues, para ellos, estaba plenamente comprobado que la sífilis vacunal era producida por la vacunación de brazo a brazo.
Como en tantos otros asuntos no hubo uniformidad en toda la República. En el Distrito Federal las autoridades sanitarias defendían la vacuna humanizada, pero algunos médicos ofrecían la de ternera a su clientela particular. En Colima, Estado de México, Guanajuato, Guerrero, Hidalgo, Querétaro, Sonora, Tabasco y Zacatecas la vacunación se hacía empleando sólo la linfa humanizada. La vacuna de ternera se había usado —si bien la humanizada estaba más generalizada— sin éxito en Morelos y Nuevo León, y con regular o buen éxito en Chihuahua, Coahuila, Durango, Jalisco, Puebla, San Luis Potosí, Tamaulipas y Tepic.
No todas las poblaciones de un estado ni todos los médicos de una población tenían un criterio único respecto de la vacuna humanizada o animal. En Puebla, por ejemplo, casi todos los distritos empleaban la vacuna humanizada, pero en Zacapoaxtla se empleaban las dos, y en Acatlán sólo la de ternera. En Tamaulipas se empleaba también la vacuna humanizada, pero en Matamoros se recurría a ambas.
En 1908 el Consejo Superior de Salubridad aceptó que era conveniente proceder a la experimentación para saber si la sífilis se propagaba al inocular la vacuna, aunque no aclaraba con qué sujetos se iba a hacer la investigación. En 1909 varias comisiones fueron nombradas para tratar de dirimir la disputa. Dos años después el médico José Terrés envió algunas cartas a los periódicos, en las que alertaba acerca de los peligros a que se exponía a los niños que recibían la vacuna humanizada. Esto causó alarma entre el público, por lo que tanto en el Consejo Superior de Salubridad como en la Academia Nacional de Medicina se volvió a discutir el asunto, pues había quienes pensaban que la sífilis vacunal era “una quimera” y quienes estaban convencidos de su existencia. Como la vacuna animal era producida por compañías particulares europeas o estadounidenses y nadie respondía de su pureza, se solicitó crear un Instituto de Vacuna Animal en México.
Además, los defensores de la vacuna humanizada decían que ésta no demandaba la revacunación, lo que no sucedía con la vacuna animal aplicada a la mayoría de los extranjeros. En realidad, muchas personas que habían recibido la vacuna humanizada debían ser revacunadas: en 1899, en Ciudad Porfirio Díaz, Coahuila, hubo casos de viruela en vacunados (situación que era comprobada por las cicatrices que habían dejado las vacunas). Igualmente, durante la epidemia de viruela de 1901, que afectó al estado de Querétaro, se observó que la mayoría de los afectados habían sido vacunados, lo cual, se decía, demostraba la necesidad de la revacunación periódica. En Tabasco era obligatoria la revacunación cada diez años; lo mismo sucedió en Sinaloa, donde se administraba periódicamente hasta llegar a los cincuenta años.
En ocasiones, tanto la vacuna humanizada como la animal se descomponían, lo que explica que aparecieran anuncios como el siguiente: “Con pus reciente, se administrará gratuitamente la vacuna”. En ese entonces se decía que la vacuna humanizada tenía un precio casi insignificante, mientras que la animal era muy cara.
El Consejo Superior de Salubridad de México enviaba tubos de linfa a los estados que no tenían otro medio de obtenerla o donde ésta no era suficiente. Ese organismo aseguraba públicamente que en toda la República nunca había faltado linfa para vacunar, postura que no era cierta, pues si bien en tiempos normales la cantidad de linfa alcanzaba para abastecer a todos los estados, cuando la viruela se desarrollaba epidémicamente los pedidos solían exceder la demanda. Entonces, cuando las circunstancias más imperiosamente lo exigían, el organismo sanitario se veía obligado a negar el recurso. Hubo epidemias en los estados de Tlaxcala, Oaxaca, Zacatecas, Hidalgo, Guerrero, Coahuila y Tabasco, en los cuales se reportaba que no tenían ni un solo tubo de linfa vacunal.
Con la propagación de la vacuna también había problemas que tenían con ver con la ausencia o escasez de médicos o con la dificultad para pagar sus honorarios. Otras veces el problema era la gran carga de trabajo que los propagadores tenían; ni el Distrito Federal estaba exento de estas dificultades. Y había casos en los que se llegaban a observar defectos en la manera de administrar la vacuna por la inexperiencia de los vacunadores: en Chihuahua, por ejemplo, se procuraba que “una persona medianamente inteligente” administrase con provecho la vacuna.
En ocasiones la vacunación no podía llevarse a cabo por la existencia de enfermedades epidémicas diferentes de la viruela. Una muestra de ello ocurrió en Omitlán, Hidalgo, donde en 1899 se reportaba que era casi general el desarrollo de la escarlatina, la influenza y la neumonía, entre los niños, la primera, y entre los adultos, las segundas.
Por último, la inexistencia de buenas comunicaciones y de una adecuada organización nacional de salubridad hacían lenta la divulgación de la información sobre las epidemias, ya que un médico avisaba al jefe político del distrito donde trabajaba que informara a las autoridades sanitarias de su estado —cuando las había—, para que éstas, a su vez, dieran aviso al gobernador, quien lo comunicaba a la Secretaría de Gobernación, dependencia que notificaba al Consejo Superior de Salubridad. Por todo lo anterior, a finales del periodo que aquí nos interesa, México aún estaba lejos de la erradicación de la viruela.
No comparto la opinión de Miguel E. Bustamante en el sentido de que para el Consejo de Salubridad no era grave la endemia de viruela en la República Mexicana, ni el supuesto desinterés por parte de los estados que él achaca al gobierno federal; tampoco participo con su idea de que la endemia causada por el virus variólico empezó a verse como problema de salud nacional al redactar la Constitución de 1917, cuando el médico y diputado José María Rodríguez obtuvo de Carranza el decreto para la preparación y el uso de la vacuna animal en la nación. La poca intervención de la Federación en los asuntos sanitarios de los estados se debía a la oposición de éstos, sustentada en la organización federal de la República, pues la Constitución de 1857 —vigente durante el porfiriato— dejaba a cada estado en libertad de decidir sobre sus asuntos sanitarios.
En varias ocasiones el Gobierno Federal se ocupó del problema de la viruela de manera global. En 1882 la Secretaría de Gobernación —de la cual dependían los asuntos sanitarios— mandó a todos los gobernadores una circular referida a la vacuna; en ella criticaba que en la mayoría de las entidades los servicios de vacunación estuvieran, aparte de mal organizados, encomendados a personas ajenas a la medicina. En 1898 todos los estados recibieron un cuestionario que tenía la función de reorganizar el servicio nacional de la vacuna.
Por otro lado, cuando los estados lo solicitaban, el Consejo Superior de Salubridad de la capital establecía servicios sanitarios para combatir las epidemia de viruela, como sucedió en Torreón en 1904, donde aparte de aplicar de manera eficaz la vacuna, se aisló a los enfermos, se hicieron desinfecciones y la epidemia fue dominada.
A finales del periodo aquí tratado existía la propuesta de reformar nuevamente el Código Sanitario, dando más poder al Ejecutivo en lo tocante a la viruela, haciendo obligatoria la vacunación en todo el país. Este proyecto se vio interrumpido por la Revolución.
Desde la creación del Departamento de Salubridad, en 1917, se implantó la vacuna animal y se hizo obligatoria su aplicación, pero tendrían que transcurrir treinta y cuatro años para que el padecimiento fuera erradicado totalmente, lapso durante el cual algunos sectores de la población seguirían oponiéndose a la vacunación. A veces, con violencia, las profesiones sanitarias tuvieron que ofrecer sus mártires a la campaña antivariolosa.
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Referencias bibliográficas
Para escribir este artículo consulté la sección Inspección de la Vacuna, del Fondo Salubridad Pública del Archivo Histórico de la Secretaría de Salud. Particularmente útil fue el trabajo de OROPEZA, José María. “Apuntes para la historia de la vacuna en México”, AHSSA, salubridad pública, Inspección de la Vacuna, caja 3, exp. 20, fos. 49-182, 1821-1922. Consulté asimismo los diarios oficiales federal y de los estados, así como la prensa política en general; la prensa médica, sobre todo la Gaceta Médica de México (el Apéndice del vol. v (3a serie) de 1910 está dedicado íntegramente a la vacuna); los periódicos de la burocracia sanitaria, en especial el Boletín del Consejo Superior de Salubridad (que en 1896 dedicó un número especial a la celebración del centenario del descubrimiento de Jenner); y los del Cuerpo Médico Militar, como la Gaceta Médico Militar.
Dentro de los trabajos consultados más importantes están:
• Bustamante, Miguel E. 1977, “Consecuencias médicosociales de la viruela y de su erradicación”, Gaceta Médica de México, vol. cxiii, núm. 12, diciembre, pp. 564-573.
• Fenelón, Carlos. 1899, “Algunas observaciones comparativas entre los resultados de la vacuna animal y la humanizada, hechos por el inspector sanitario del territorio de Tepic”, Boletín del Consejo Superior de Salubridad, vol. iv (3a época), num. 7, enero 31, pp. 221-228.
• González, Jesús M. 1891, “Técnica de vacunación animal de ternera”, Gaceta Médico Militar, vol. iii, pp. 300-307 y 321-327.
• Liceaga, Eduardo. 1897, “La vacuna de Jenner bien conservada y cuidadosamente propagada preserva indefinidamente de la viruela”, Boletín del Consejo Superior de Salubridad, vol. iii (3a época), núm. 1, julio 31, pp. 1-10.
• Manuell, R. E. 1910, ¿Cómo es, y por qué nuestra discusión sobre la vacuna es como es?”, Gaceta Médica de México, Apéndice al vol. v (3a serie), pp. 362-367.
• Noriega, Tomás. 1909, “La vacuna”, Gaceta Médica de México, vol. iv, (3a serie), núm. 9, abril 30, pp. 262-270.
• Orvañanos, Domingo. 1889, Ensayo de geografía médica y climatología de la república Mexicana, México, Secretaría de Fomento.
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Agradecimientos
Agradezco a Francisco de la Cruz, quien me ayudó en la búsqueda de algunos materiales que permitieron enriquecer este ensayo.
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Ana María Carrillo
Facultad de Medicina,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo → Carrillo, Ana María. (1999). Los difíciles caminos de la campaña antivariolosa en México. Ciencias 55, julio-diciembre, 18-25. [En línea]
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Trenzas | |||
Carlos López Beltrán
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La fuerza del cable o de la cuerda está en la acumulación, en la orientación coordinada de las resistencias de sus hebras. Singulares y débiles, éstas al trenzarse suman y sostienen lo que una a una no pueden tocar ni medir. Así los hombres nos enfrentamos al misterio acumulando, orientando líneas de imágenes, trenes de frases, edificios de gestos, que orientados, coordinados, sincronizados, constituyen nuestro mundo. Dos fuentes de tales hebras son la poesía y las ciencias. Quiero ocuparme un poco de sus vínculos, de sus orientaciones y desorientaciones.
La araña sobre el piso no sabe dónde apoyará su telaraña. Suelta una pequeña hebra a volar como un hilo de papalote sin papalote, como un pescador invertido que explora las profundidades del aire, y deja que el azaroso browniano fluir de sus corrientes lleven su pegajoso cáñamo a buen puerto. Cuando al jalar ligeramente el hilo, éste se resiste, es que el mundo ha picado; hay un lugar, un nodo en lo hondo que al resistirse le da el punto arquimedeano para comenzar su obra. Puede ser una rama, una pared, una liana o un cable; no importa mientras aguante su peso. Rama, pared, liana o cable no son nada para la araña sin su resistencia, esa virtud que le sostiene el anclaje. Eso es lo que le permite erigir su obra, esa extensión de su fenotipo que es una teoría de hilos, o un poema, según se le quiera ver.
Las insistencias del mundo sobre nuestros sentidos. Las resistencias a nuestros movimientos y manipulaciones. Esas son las virtudes sobre las que anclamos nuestras teorías científicas. Nos importa que se deslicen lo menos posible, y eliminamos errores midiendo y calculando, para que la estructura sirva para atrapar los insectos que deseamos, y quizá para complacer la mirada de algunos. Nunca sabremos de cierto si esa necedad que llamamos velocidad de la luz, o la que llamamos espín, son en realidad rasgos de ramas o paredes inaccesibles. Así inventemos estructuras matemáticas con referentes minúsculos y complejos como las cuerdas o las membranas, el misterio de la resistencia sobre la que colgamos nuestras telas científicas permanecerá.
Pero también al tramar poemas usamos líneas para tocar las resistencias del mundo. Quizá otro tipo de durezas son las que responden a esas exploraciones. Atrapar el instante que huye y que es tan hermoso como algunos han querido; o recomponer la emoción en un momento de calma usando palabras para incendiar el pálido recuerdo y revivir la hoguera; o atormentar la lengua para que eche chispas; o sugerir lo indecible de nuestro ser en el mundo; o tantas cosas que han podido hacer los poetas: todas requieren la fricción, el roce del lenguaje con la percepción, con las anclas de la experiencia, y de lo externo.
Como una teoría construida sin asidero, un poema sin amarras se deshace ante los ojos, se lo lleva la brisa de la insignificancia.
Y cambiamos de teorías como las arañas de telarañas, y las anclamos a distintos nodos, y como aprendemos a capturar más alimentos con ellas, afinando el diseño de la trama, las llamamos mejores, y quizá lo son. Y por cierto capricho vanidoso las llamamos verdaderas, sin saber bien lo que decimos.
Y hacemos nuevos poemas para los nuevos tiempos. Usamos nuevas formas para los mismos temas. Nuevos ropajes para las mismas metáforas. Motocicletas volando donde antes había dragones. Nuevas texturas en la lengua para las mismas emociones. Pero ¿y cómo sabemos que son las mismas?
Y sí, Ptolomeo y Descartes erraron. Pero también Newton y Heisenberg y Hawking erraron. El verbo errar describe aquí el hilo de la búsqueda, que asciende tembloroso e inseguro por las profun didades del misterio buscando un sitio donde asir las modestas preguntas cuyas respuestas son imágenes, teorías, “prodigiosos aparatos intelectuales” (Valéry).
Podemos repensar así la imagen de Wordsworth en que describe a Newton navegando por extraños mares de pensamiento, solo. Podemos también imaginar que lo que Newton hizo fue tocar un vértice insospechado y colgar desde ahí la familia de lienzos en que han estado dibujando visiones sus sucesores; un juego de muchas luces y sombras en el que algunos destacan.
Destramar el arcoiris. Esa fue una de las acusaciones más enojadas de Keats a Newton. Todos los encantos huyen al roce mínimo de la helada filosofía, afirmó en su Lamia; ésta le corta las alas a los ángeles, vacía el aire de espíritus y las grutas de gnomos. Destruye el arcoiris, escribió primero el poeta. Luego lo venció la precisión de una sencilla imagen y corrigió: Destrama el arcoiris. Y yo, leyendo desde este siglo donde podemos ver que esos hilos ópticos que delineó Newton han mutado una y otra vez hasta cargarse y recargarse de misterio y poder evocativo, no puedo sino admirar el verso, y leer como un elogio lo que quiso ser un insulto.
Veo los dedos guiados por los ojos del científico, que como afirmó Francisco Segovia aprendieron a confiar uno en el otro con el método experimental, ascender hacia la tela misteriosa donde fulguran los colores, y separar las hebras, componerlas y recomponerlas, en un juego de prismas y de espejos. Y no veo que los colores se apaguen, que se muera la poesía, que el bisturí todo lo vuelva blanco y negro. No.
Veo las partículas de Newton pasar por los poros activos de las cosas, y cambiar de rumbo y rebotar. Las veo después volverse movimientos ondulatorios y sugerir la sutil presencia de un mar que todo lo colma. Y veo ese mar desaparecer y al universo poblarse de campos y de partículas que son ondas que son partículas que son fantasmas que actúan coordinados de formas espectacularmente elegantes que llenan nuestra vida de efectos que abren elevadores.
Sí. Dejamos al andar (o al nadar) mundos donde ángeles y duendes y sirenas dominaban. Mundos buenos para unas cosas y malos para otras. Dejamos el mundo de los nahuales, o lo orillamos a un rincón. Dejamos el mundo de las esferas concéntricas recluido en las bibliotecas y en la imaginación de los astrólogos y sus huestes. Dejamos atrás también esa cadena del ser que nos ponía en la cúspide. Las afinidades mágicas que le permitían curar a Paracelso, ya nunca las comprenderemos cabalmente. Tenía razón John Keats: la vida se empobrece cuando cambiamos de canal, cuando deshacemos una nube llena de presagios y la reconstruimos con agua y electricidad. Pero si somos pacientes veremos que sólo estamos vaciando un carro cargado para hacer hueco para nuevos prodigios. Mundos nuevos, buenos para cosas diferentes, y malos para lo que son malos, y que no lo descubrimos sino hasta que estamos ahí. Y lo que descargamos no se pierde del todo: están las bodegas de los eruditos que insisten en conservar viva la memoria, y están también las de los supersticiosos que se niegan a dejar de creer lo increíble. Paracelso y los nahuales están a buen recaudo, y cuando queremos volver a ellos siempre hay manera; igual que a los gnomos, a los ángeles o al flogisto.
“Creer lo increíble” acabo de escribir. Me refiero a que hay imágenes, teorías, modelos, metáforas, cuentos cuyas ataduras se desprenden. Se dejan de sostener como imágenes vivas de algo y vuelan y se deforman y pierden su nitidez y su tono. Se vuelven aguadas e inverosímiles. Ya no nos podemos curar acudiendo a los humores hipocráticos. Es casi imposible enamorar a una dama recitándole a Manuel Acuña. Los nostálgicos seguirán transitando esos carriles. Allá ellos.
Es curioso cómo el idioma tiene restos fósiles de las imágenes sepultadas. Un poema olvidado y gastado ha llamado el filósofo al lenguaje común. Podríamos también llamarle un cementerio de teorías. Tenemos mala leche, buena estrella, pésimo humor, ángel, nos traiciona el inconsciente, comunicamos vibraciones, vemos ponerse el sol, nuestros hijos abuelean o reciben con la sangre el talento musical de la imaginación de su madre, somos biliosos o melancólicos. Todas ellas ideas literalmente válidas otrora, son hoy tímidas, amaestradas metáforas, que de pronto rugen y nos sorprenden.
El buen historiador de las ideas, de las mentalidades, de las imágenes caducas, reconstruye el ámbito donde todo lo que ahora se ha caído estaba bien trenzado. Nos enseña a ver cómo era el mundo en el que se podía creer, de veras, en la acción de los cometas sobre la mano del rey para que éste pudiera curar las escrófulas con el tacto.
No se destruye el arcoiris y a veces se le exalta y conoce destramándolo para volverlo a tramar con nuevas formas y patrones. Los hilos de la ciencia y los de la poesía pueden imbricarse y orientarse modificándose sin destruirse. No hay ya oro quizá al final del arcoiris, pero hoy nos brinda, como el verso exacto de David Huerta sobre la tarde, un “esplendor estadístico.”
“Una gota de agua -escribió Herbert Spencer- que para el ojo vulgar no es sino una gota de agua, acaso pierde algo bajo el ojo del físico que sabe que sus elementos se mantienen juntos por una fuerza que, de liberarse de pronto, produciría un fulgurante relámpago. Un guijarro con raspones paralelos, acaso le sugiere tanta poesía al ignorante como lo hace al geólogo que sabe que sobre esa roca se deslizaba un glaciar hace un millón de años. La verdad es que quienes jamás se han ocupado de menesteres científicos no tienen la más nimia noción de la poesía que los rodea.”
Tiene razón Spencer al señalar lo que el poeta se pierde en su propio detrimento al despreciar a las ciencias. Su tono guerrero, como el de Keats antes, es síntoma de esa brecha que hace unos años llamaban de “las dos culturas”. La polémica ya aburre. Agotó su utilidad.
La ciencia y la poesía seguirán, por suerte, contribuyendo con redes de nociones, trenes de imágenes, edificios de gestos, construidos bajo sus distintas normas y orientados ante sus polos y atractores disímbolos. Pero el carácter común de instrumentos de la imaginación les permite a su vez afectarse y orientarse mutuamente.
Citemos una justa exageración de Borges: “No existe una esencial desemejanza entre la metáfora y lo que los profesionales de la ciencia nombran la explicación de un fenómeno. Ambas son una vinculación tramada entre dos cosas distintas, a una de las cuales se le trasiega en la otra. Ambas son igualmente verdaderas o falsas.”
Y ahora una vez más a Wordsworth, respecto a su frecuentación de la geometría: “Poderoso es el encanto de aquellas abstracciones para una mente poblada de imágenes y embrujada de sí misma.”
En las ciencias un poeta puede encontrar un dato fascinante (“todo en mi cuerpo ha sido procesado por al menos una estrella”, Jo Shapcott), o una imagen abrumadora, o la elegancia de una demostración, el abismo de una cifra inconmensurable, o espesor y dinamismo donde se veía una superficie llana. La zoología del pulque. La lenta danza de la muerte en la sangre derramada (Derramando la vida, Miroslav Holub).
En la poesía un científico puede encontrar el amor a las sutiles variaciones en el peso de las palabras. Otras maneras de construir la precisión. Un sentido distinto de hallazgo y de cumplimiento formal. Una sensación más palpable de la dureza y opacidad que hay que combatir para alcanzar control sobre esa herramienta indócil, el lenguaje.
El poeta que escribe, como hizo Ricardo Yañez, que quiere escapar a un valle lejano “donde la luz endulza las naranjas” ha dado con un verso seductor. Pero la calidad del hallazgo se potencia si sabemos, como quizás él lo sabía, que la luz de hecho activa un proceso metabólico sutil, la fotosíntesis, que tiene como función la generación de azúcares. El verso se carga, sin necesidad de hacerlo patente, de un poder y precisión otrora ausente. No habría sido tan eficaz, a mi ver, escribir “donde la brisa endulza las naranjas.”
Otro poeta yerra al manifestar su deseo de “ensillar una galaxia”. Confunde patéticamente la idea astrológica de constelación, en la que hay alegorías zoológicas, ensillables, con la idea astronómica de galaxia. Por más que estiro la metáfora tratando de hacerla cuadrar con la imagen que nos dan los astrónomos no alcanzo a ver cómo ensillar puede significar algo interesante respecto a una galaxia. La ignorancia del poeta lo condujo no sólo a la imprecisión sino a la ridiculez y a la fealdad.
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Carlos López Beltrán
Instituto de Investigaciones Filosóficas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo → López Beltrán, Carlos. (1999). Trenzas. Ciencias 55, julio-diciembre, 30-34. [En línea]
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Humboldt y la botánica americana
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Graciela Zamudio Varela y Armando Butanda
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Sin lugar a dudas, la obra científica de Alejandro de Humboldt (1769-1859), ha sido un pilar fundamental en el conocimiento de las leyes que rigen el devenir de la naturaleza. Determinante para la construcción de sus teorías científicas, fue su interacción con la diversidad y la riqueza natural obtenida a lo largo de su viaje por tierras americanas.
Su permanencia por cinco años en el nuevo continente tuvo un impacto importante, no sólo por sus aportaciones a la ciencia, sino también por los cuestionamientos que hizo al régimen colonial.
Como prueba de lo anterior, señalamos el hecho de que a dos siglos de haber iniciado su viaje, su labor sigue siendo reconocida a través de la traducción y reedición de sus obras y de numerosos homenajes organizados por sociedades científicas, instituciones gubernamentales y educativas, en los países americanos que recorrió y donde es considerado como “el segundo descubridor de América”.
Sin embargo, las investigaciones que han analizado el impacto de la obra de Humboldt en la ciencia, poco han destacado el papel que jugaron en el desarrollo de sus teorías, tanto la diversidad de condiciones físicas y biológicas que enfrentó, como el contacto que estableció con otros naturalistas, americanos o que se encontraban en América, que ya habían explorado y formado colecciones de especímenes que representaban una muestra de las diversidades biológica y mineralógica tan desconocidas para él.
Considerando que dentro de su amplio programa de investigación, fue el estudio de la distribución geográfica de la vegetación el que en gran medida le permitió hacer contribuciones originales a la ciencia, presentamos a continuación algunos elementos que permiten destacar la influencia que tuvo el contexto americano en el desarrollo de esta línea de investigación.
La distribución de la vegetación
Según han señalado sus biógrafos, “la botánica fue para Humboldt su primer amor entre las ciencias. La conoció en 1788 a través de Karl Ludwig Willdenow, quien seguramente compartió y posiblemente inspiró en Humboldt la pasión por la geografía de las plantas”.
Ya en su primera publicación científica Florae fribergensis specimen (1793), Humboldt había formulado su punto de vista sobre la geografía de las plantas, al señalar que “Las observaciones de partes individuales de los árboles o hierbas de ninguna manera puede considerarse geografía de las plantas; más bien, la geografía de las plantas indica las conexiones y relaciones por medio de las cuales todas las plantas se relacionan entre sí ...”
A diferencia de la mayoría de los botánicos de su época, buscadores de especies nuevas o dedicados a clasificar las plantas a partir de su morfología externa, Humboldt se interesó por observar la distribución y las asociaciones entre las especies, que son los parámetros que “deciden el carácter propio de la vegetación de un país”, y del paisaje en su conjunto. Serán éstas las ideas científicas que pondrá en práctica durante su gran viaje por América.
Un pasaporte con fecha 7 de mayo de 1799 expedido en Aranjuez, autorizaba a Humboldt a colectar libremente plantas, animales y minerales en Améri ca, así como realizar las observaciones, el registro de datos y los experimentos que considerara oportunos. Además
de lo anterior, este documento real obligaba a las autoridades correspondientes a brindar todo el auxilio y protección que necesitara su equipo expedicionario. Como parte de los preparativos de su viaje a América, Humboldt recopiló y revisó una parte importante de lo que se había escrito sobre el territorio americano que recorrería. Con respecto a la botánica, consideró muy valiosos los resultados obtenidos por las expediciones botánicas establecidas por la corona española a tierras americanas a finales del siglo xviii, y que tuvieron entre sus objetivos llevar a cabo el inventario de sus recursos vegetales, particularmente los de uso medicinal.
De esta manera, conoció algunos aspectos de la diversidad florística del Nuevo Mundo a través de la revisión de los materiales enviados al Real Jardín Botánico de Madrid y que le fueron proporcionados por Casimiro Gómez Ortega y José Antonio Cavanilles. Estos materiales habían sido colectados por Ruiz y Pavón en la Expedición a Perú y Chile (1777-1788); por Sessé, Mociño y Cervantes en Nueva España (1787-1803); Née, Haenke y Pineda durante la Expedición de Alejandro Malaspina (1789-1794), y en menor medida, contenían información de los resultados de la expedición a Nueva Granada (1783-1816) ya que Mutis, su director, se rehusó a enviar sus colecciones a Madrid prefiriendo el intercambio con Carlos Linneo en Suecia.
El avance logrado en el conocimiento de la flora americana llevó a Humboldt a afirmar “Desde el reinado de Carlos iii y durante el de Carlos iv, el estudio de las ciencias naturales ha hecho grandes progresos no sólo en México, sino también en todas las colonias españolas. Ningún gobierno europeo ha sacrificado sumas más considerables que el español, para fomentar el conocimiento de los vegetales.”
Antes de partir hacia el nuevo mundo, conoció en París al médico y botánico francés Aimé Bonpland, fiel compañero en su aventura americana.
“Sabrá Vd. que al irse uno y dejar las llaves se intercambian algunas palabras amables con la mujer del portero. En esas circunstancias me encontraba a menudo con un hombre joven que llevaba una caja de herborización. Era Bonpland; así nos conocimos.”
Escenarios explorados
En julio de 1799, Humboldt y Bonpland desembarcaron en Cumaná, tierra venezolana, en donde tuvieron el primer contacto con la naturaleza americana y cuyo impacto quedó claramente expresado en la carta que Humboldt escribió a su hermano Guillermo el 16 de julio de 1799. “Estamos aquí en el país más divino y más rico. Plantas maravillosas [...] !Y que árboles! Cocoteros de 50 a 60 pies de alto [...] una masa de árboles con hojas monstruosas y flores olorosas del tamaño de una mano, de los que nada sabemos. Hasta este momento discurrimos como enloquecidos: en los tres primeros días no hemos podido determinar nada, pues desechamos siempre un objeto para apoderarnos de otro. Bonpland asegura que perderá la cabeza si no cesan pronto las maravillas.”
En Venezuela, como en los demás sitios que visitaron posteriormente, lo primero que hicieron fue presentarse ante las autoridades virreinales e iniciar sus relaciones con las elites intelectuales locales. Llevaron a cabo excursiones por las montañas y ríos, lo que les permitió hacer observaciones sobre los fenómenos astronómicos, geológicos y climáticos, entre otros, que tenían lugar por esos días o en los previos a su llegada. Asimismo, iniciaron sus colecciones de historia natural y el contacto con los distintos grupos indígenas de América.
El resultado de esta etapa es su obra Voyage aux règions èquinoxiales du Nouveau Continent publicada en París entre 1807 y 1834, y que según los estudiosos del tema debería llamarse “Viaje a Venezuela”, ya que de los 30 tomos que la forman, 24 tratan sobre la naturaleza venezolana.
Continuando el viaje, se embarcaron para la Habana el 28 de julio de 1800. Durante su estancia en la isla se relacionaron con los miembros de la expedición científica dirigida por el conde de Mompox y Jaruco. También intercambiaron experiencias con los botánicos Estévez, Boldo, La Osa y Francisco Ramírez, a quien dejó una de sus colecciones con el encargo de remitirla a su hermano Guillermo, y con los pintores Guio y Echeverría.
Durante su estancia en la Habana, Humboldt registró la información que después constituiría su obra Ensayo político sobre la isla de Cuba (1826-1827).
Al no poder realizar el viaje con la expedición del capitán Thomas Nicolas Baudin que tenía como objetivo reconocer la costa de América del Sur, Humboldt y Bonpland tomaron la decisión de continuar su exploración por tierra y llegar a Santa Fe de Bogotá para reunirse con José Celestino Mutis, director de la Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada.
Desembarcaron en Cartagena de Indias el 30 de marzo de 1801. En el trayecto hacia Santa Fe, recorrieron la Cordillera Central de los Andes Colombianos. Así, Humboldt observó la sucesión de las comunidades vegetales a través de un gradiente altitudinal que iniciaba en las regiones de clima tropical y concluía en las zonas nevadas.
Por su parte, Mutis esperaba el arribo de los naturalistas utilizando sus influencias con las autoridades locales para ofrecerles las mejores condiciones para llevar a cabo sus tareas. Por ejemplo, en Turbaco, José Ignacio de Pombo les brindó su casa de campo en medio de la exuberancia de la selva tropical. Ya en Europa, Humboldt recordaría “la permanencia que hicimos en Turbaco, fue de las más agradables y de las más útiles para nuestras colecciones botánicas.”
Mutis dio un gran recibimiento a los exploradores, brindándoles alojamiento en una casa vecina a la suya. Humboldt lo describió como “un eclesiástico anciano, venerable, de casi setenta y dos años, y también hombre rico. El Rey sitúa para la expedición botánica aquí mismo 10 000 pesos por año. Treinta pintores trabajan para Mutis desde hace quince años; él posee de 2 000 a 3 000 dibujos tamaño in folio, que son verdaderas miniaturas. Después de la de Banks en Londres, jamás había visto una biblioteca botánica tan grande como la de Mutis.”
En los días siguientes, Mutis les mostró sin ninguna reserva sus colecciones botánicas, formadas a lo largo de varias décadas de exploración y en donde estaba bien representada la riqueza florística de la región, en gran medida desconocida para la ciencia europea. Además, el sabio Mutis obsequió al barón más de un centenar de láminas botánicas realizadas magistralmente por los pintores neogranadinos. Es probable que Mutis buscara, con tantas atenciones hacia los viajeros, el reconocimiento a su labor por una autoridad científica proveniente de instituciones de reconocido prestigio académico.
Como resultado de los constantes diálogos entre estos dos hombres de ciencia, Humboldt escribió “Mutis jamás perdía de vista los grandes problemas de la física del mundo. Había recorrido las cordilleras con el barómetro en la mano; había determinado la temperatura media de estas planicies que forman como islotes en medio del océano aéreo; y admirado del aspecto de la vegetación, que varía a proporción que se desciende a los valles, o que se sube a las cimas heladas de los Andes, todas las cuestiones que se conexionan con la geografía de las plantas le interesaban vivamente.”
Humboldt agradeció los beneficios que obtuvo su empresa científica durante su estancia en Santa Fe, al reconocer en Mutis al “patriarca de los botánicos.”
En su viaje a Ecuador, a principios de 1802, conocieron en Ibarra a Francisco José de Caldas naturalista de Popayán, cuyos manuscritos científicos Humboldt ya había consultado y quedado gratamente sorprendido por la precisión de las observaciones en ellos registradas. En Quito fueron recibidos por el marqués de Selva Alegre, don Juan Pío Montúfar, y por su hijo Carlos Montúfar quien a partir de ese momento se les unió en las exploraciones por el territorio americano.
En el archivo de la Real Audiencia, Humboldt tuvo acceso a los documentos, sobre todo a mapas, del territorio amazónico elaborados por Maldonado entre 1740 y 1750, y a los de Francisco Requena realizados entre 1783 y 1790. Esta información le permitió precisar sus propios registros. Acompañados —él y Bonpland— por Caldas y Montúfar, llevaron a cabo ascensiones a los volcanes Pichincha y Cotopaxi, entre otros.
Los expedicionarios continuaron su viaje hacia el Perú; siguieron el camino del inca a través de los Andes con el objetivo de registrar los factores que determinaban la distribución de las especies de quina, para lo cual contaban con la amplia información que Mutis les había proporcionado. Durante este trayecto Humboldt, Bonpland y Montúfar llevaron a cabo la ascensión al Chimborazo, a 5 878 metros de altura, la máxima registrada hasta ese momento. Este recorrido le permitió a Humboldt elaborar el gran perfil de los Andes, que utilizó como modelo para explicar la zonación altitudinal de la vegetación, con los nombres científicos de numerosas especies típicas de las distintas regiones climáticas exploradas a lo largo de su viaje.
En el diario de viaje de Humboldt por tierras peruanas, se encuentran constantes registros de sus observaciones sobre la distribución de las especies vegetales. Se planteó preguntas como las siguientes: “¿La chinchona tiene una distribución continua en los Andes? Parece que no. Nosotros la conocemos de Santa Marta, Facativá, Villeta, Guaduas, Vega de Supía, Melgar, Ibagué, Quindío, Popayán [...] hasta Alasí, Cuenca, Loja, Huancabamba, San Felipe. ¿Por qué no hay chinchona entre Pasto, la Villa de Ibarra, Quito y Ambato donde hay numerosos lugares que tienen la altitud de Loja y su temperatura? Trazos muy altos, muy fríos, interrumpen la quina y como la planta no se propaga fácilmente del grano, estas interrupciones parecen ser la causa de la falta de quina.”
Como parte de su metodología de análisis, Humboldt compara las observaciones registradas a lo largo de sus recorridos, por ejemplo cuando dice: “¡Qué diferente ésta costa del Perú sin verdor, sin árboles, sin lluvias desde Ica a Piura con la de los Yumbos, de la Esmeralda, de Guayaquil, donde la naturaleza en un clima cálido y húmedo ha producido un mundo de plantas, donde la vegetación es la más frondosa, majestuosa como la de los ríos al oriente de los Andes!”
La flora peruana no dejó de maravillarlo, por lo que su recuerdo lo llevó a escribir en su obra publicada en 1808, Ansichten der Natur (Cuadros de la Naturaleza), “no bastaría la vida de un pintor para reproducir, aun ciñéndose a un corto espacio de tierra, las magníficas orquídeas que adornan los valles profundos de los Andes del Perú.”
A lo largo de su diario por el Perú, Humboldt no deja de señalar los peligros, las incomodidades y los riesgos que sufrían sus colecciones, manuscritos e instrumentos durante sus largos y accidentados trayectos.
De vuelta a Ecuador, arribaron en enero de 1803 a Guayaquil en donde compararon sus herbarios y realizaron herborizaciones con los botánicos españoles Juan Tafalla y Juan Agustín Manzanilla, cuyos conocimientos sobre la flora local les fueron reconocidos en las publicaciones humboldtianas. En Guayaquil, Humboldt escribió su obra Essai sur la Gèographie des Plantes, publicada en París en 1805.
Humboldt y Bonpland finalizaron su viaje de exploración de la flora americana recorriendo parte del territorio novohispano, en donde el desempeño de sus actividades contó, como en ningún otro lugar de los antes visitados, con un número importante de colaboradores pertenecientes a la elite intelectual local. Lo anterior dio como resultado el establecimiento de relaciones que permitieron el intercambio científico y que fueron muy bien aprovechadas por el viajero europeo. Su reconocimiento a la existencia de una comunidad científica local, lo llevó a aseverar que “ninguna ciudad del Nuevo Continente, sin exceptuar las de los Estados Unidos, presenta establecimientos científicos tan grandes y sólidos como la capital de México”, refiriéndose a la Escuela de Minas, el Jardín Botánico y la Academia de las Nobles Artes.
El contacto de los expedicionarios con Vicente Cervantes, catedrático y director del Real Jardín Botánico de la Ciudad de México, les permitió tener acceso a los duplicados del herbario, a los manuscritos y a las láminas producto de los trabajos de la Real Expedición Botánica comandada por Martín de Sessé, que había dado por terminados sus trabajos de exploración y regresado a España apenas unos días antes del arribo de Humboldt a la capital novohispana en marzo de 1803.
El deslumbramiento que provocan en Humboldt la diversidad y la riqueza de la flora mexicana, así como el grado de madurez que ya habían alcanzado sus postulados sobre la geografía botánica, son evidentes en la descripción que hizo del declive oriental de las montañas entre Perote y el puerto de Veracruz “En ninguna parte se deja ver mejor el admirable orden con que las diferentes asociaciones de vegetales van sucediéndose, unas arriba de las otras, que cuando uno va subiendo desde Veracruz hacia la meseta de Perote [...] de manera que en este país maravilloso, en el espacio de pocas horas, recorre el hombre de ciencia toda la escala de la vegetación.”
Sus recorridos por tierras mexicanas también le permitieron fijar los límites de la distribución de algunas especies de zonas templadas. “Al subir al Cofre de Perote, averigüé que el límite superior de las encinas se hallaba a 3 155 metros, el del Pinus montezumae a 3 943, casi a 650 sobre la cima del Etna.”
Como parte de los resultados botánicos del viaje, podemos decir que a pesar de que una parte importante de las colecciones se perdió entre los naufragios, el ambiente y los ataques de insectos y hongos, la expedición regresó con seis mil especímenes que fueron depositados en herbarios de diferentes ciudades de Europa. Esta colección incluía un importante número de géneros nuevos y, según lo estimado por Willdenow, alrededor de 1 400 o 1 500 eran especies nuevas para la ciencia.
Además de formar esta importante colección de plantas equinocciales, Humboldt resume el cúmulo de observaciones registradas durante su trabajo de campo y algunas de sus aportaciones a la geografía botánica: “hacíamos mediciones astronómicas, geodésicas y barométricas. Por los diarios de nuestra expedición podemos indicar para casi todas las plantas recogidas el grado de latitud, el máximo y el mínimo de altitud sobre el nivel del mar, la temperatura del aire y la composición del suelo y la naturaleza de las montañas de los alrededores. Con la brújula en la mano y los datos de nuestros manuscritos, he registrado en el perfil de Suramérica preferentemente aquellas plantas a las que la naturaleza parece haber asignado límites altitudinales muy determinados.”
Para concluir, sólo señalar que el gran impacto científico que han tenido los resultados de su viaje por tierras americanas se debe, por un lado, a la propia formación académica de Humboldt, la cual le permitió generar ideas originales para el estudio de la naturaleza. Por otro lado, también es importante destacar la influencia que tuvieron en estos resultados los aportes de los conocedores de la flora local con los que mantuvo un intercambio, no sólo de materiales biológicos, sino también de los conocimientos adquiridos a lo largo de su relación con la naturaleza.
Consciente de este importante apoyo, en su correspondencia con científicos europeos y en sus publicaciones, Humboldt expresa, de manera reiterada, su gratitud hacia los sabios que tanto le ayudaron a lo largo de su viaje por tierras americanas.
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Referencias bibliográficas
• Rayfred L. Stevens, 1969, El método y el estilo de Alexander von Humboldt. Viajero, científico y observador de la naturaleza, Anuario de Geografía, México.
• Alexander von Humboldt, 1999, Cuadros de la Naturaleza, Siglo xxi editores, México.
• Miguel Angel Puig-Samper, 1991, Las expediciones científicas durante el siglo xviii, Ediciones Akal.
• Charles Minguet, 1989, “Alejandro de Humboldt y los científicos españoles e hispanoamericanos”, en: Ciencia, vida y espacio en Iberoamérica, vol. iii, José Luis Peset (coordinador), España.
• Klaus Dobat, 1987, “Alexander von Humbolt como botánico”, en: Alexander von Humboldt. La vida y la obra, Wolfgang-Hagen Hein (editor), Alemania.
• Gabriel Giraldo Jaramillo, 1959, Venezuela escenario de Humboldt, Boletín de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, tomo xx, núm. 93.
• Guillermo Hernández de Alba, 1959, Humboldt y Mutis, Revista Academia Colombiana de Ciencias, vol, x, núm. 41.
• Jaime Labastida, 1999, Humboldt ciudadano universal, Siglo xxi editores, México.
• Manuel Vegas Vélez, 1991, Humboldt en el Perú. Diario de Alejandro de Humboldt en el Perú, cipca, Perú.
• Eduardo Estrella, 1991, Flora Guayaquilensis: La expedición botánica de Juan Tafalla a la Real Audiencia de Quito 1799-1808, Ecuador.
• Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, Porrúa, México.
• Roger McVaugh, 1977, Botanical results of the Sessé & Mociño expedition (1787-1803). I. Summary of excursions and travels, Contr. Univ. Michigan. Herb., vol. 11. |
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Este texto será publicado por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia.
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Graciela Zamudio Varela
Facultad de Ciencias e Instituto de Biología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Armando Butanda
Facultad de Ciencias e Instituto de Biología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo → Zamudio Valera, Graciela y Butanda, Armando. (1999). Humboldt y la botánica americana. Ciencias 55, julio-diciembre, 36-43. [En línea]
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De volantines, espirógrafos y la flotación de los cuerpos
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Déborah Oliveros y Luis Montejano
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Existe un famoso libro de problemas de matemáticas llamado El libro escocés (The Scottish Book). Su historia comienza en los años que van de la Primera a la Segunda Guerra Mundial, en una ciudad Polaca llamada Lvov. En esos años se dio en Polonia (y en particular en Lvov) una sorprendente confluencia de matemáticos que a lo largo de la historia de las matemáticas contribuyeron con aportaciones muy importantes. Nos referimos a personajes como Stefan Banach, Stanislaw Ulam, Waclaw Sierpinski, Alfred Tarski, Hugo Steinhaus, Kazimir Kuratowski, Karol Borsuk, Stanislaw Mazur y Mark Kac, entre otros.
Además de las reuniones semanales de la Sociedad Matemática Polaca y de los seminarios de la Universidad, estos matemáticos se reunían en un pequeño café cercano a la Universidad que se llamaba Café Escocés, donde discutían, hablaban de la vida o proponían nuevos problemas de matemáticas. De esta manera se creó todo un rito en torno al café y a estas largas pláticas. Un día, Banach decidió que debían anotar los pormenores de lo que ahí sucedía para que no quedara en el olvido. Entonces llevó un cuaderno grande en el cual empezaron a escribir los problemas y los resultados expuestos durante sus discusiones. El cuaderno siempre se quedaba en el café bajo la custodia de uno de los meseros que conocía este ritual.
El primero de estos problemas tiene fecha del 17 de julio de 1935, aunque Ulam afirma que los primeros problemas datan de 1928. En varios casos, los problemas fueron resueltos allí mismo, y las respuestas están incluidas en el cuaderno. La mayoría de los problemas están planteados por Banach, Ulam, Steinhaus y Mazur, que eran los que más frecuentaban el café, pero también por amigos de ellos que llegaban de visita. Existen, por ejemplo, problemas planteados por matemáticos tan famosos como Erdoz, Frechet, Infeld, Lusternik y Von Neumann, además de los que ya mencionamos. El libro fue acumulando más y más problemas. Desafortunadamente, pocos años después la ciudad de Lvov y él, tendrían una vida muy tormentosa.
Trás el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la ciudad fue ocupada primero por los rusos y después, en el verano de 1941, por las tropas alemanas. En ese momento cesaron las anotaciones quedando como última fecha el 31 de mayo de 1941.
Cuenta la historia que poco antes de que esto sucediera, ante la inminente ocupación, Ulam y Mazur consideraron que había que poner a salvo el libro; quedaron de acuerdo en que si la ciudad era bombardeada, Mazur pondría el libro en una caja y lo enterraría. Más precisamente, acordaron que lo enterraría cerca de la portería de un campo de futbol en las afueras de la ciudad. Nadie sabe si esto sucedió o no, pero el caso es que el libro sobrevivió en buen estado, pues el hijo de Banach, Stephan Banach Jr., lo encontró y lo entregó a Steinhaus después de la guerra. Éste se encargó de enviar una copia a Ulam (que en ese entonces vivía en Los Álamos, Estados Unidos), quien la tradujo al inglés y la distribuyó en varias universidades entre sus colegas, con lo cual El libro escocés se dio a conocer en todo el mundo.
Los temas que se tratan en este libro son muy variados, y en él figuran ciento noventa y tres problemas, muchos de los cuales permanecen aún sin respuesta. Algunos tienen premios asignados para aquel que los resuelva, que van desde una botella de champagne, una botella de whisky, una cerveza, una taza de café, cien gramos de caviar, tocino o un ganso vivo.
Uno de los problemas de este libro, el 19, nos a cautivado de manera especial; en él, Ulam planteó lo siguiente: “Si un sólido de densidad uniforme tiene la propiedad de flotar en equilibrio —sin voltearse— en cualquier posición en la que se deje, ¿deberá ser éste necesariamente una esfera?”
Cierre sus ojos y recuerde los momentos en que ha estado en una alberca o en el mar jugando dentro del agua; recordará que hay posiciones en las que se puede estar sin moverse, como de “muertito”, por ejemplo, y hay otras que requieren más esfuerzo de su parte para no girarse. Ahora piense en un palo; notará que es imposible lograr que éste flote verticalmente, a menos que coloque una pesa en un extremo, en cambio, horizontalmente es casi un hecho que el palo se quede quieto. En el caso de una botella es muy difícil conseguir que ésta flote vertical y horizontalmente; por eso es que las botellas siempre están ladeadas. Un coco, por ejemplo, flota sin girar de manera muy natural casi en cualquier posición en la que se deje, y más aún, una pelota no tiene problema, pues ésta se mantiene en equilibrio en cualquier posición. Resulta que en todo cuerpo hay puntos que tienen cierta facilidad al equilibrio y ciertos puntos donde no. En el cuerpo humano, por ejemplo, hay zonas que pesan más que otras, como la cabeza, de manera que para que usted encuentre equilibrio dentro del agua en esta posición, esto influirá, como en el caso de la pesa en uno de los extremos del palo. Otro factor que influye será la forma del cuerpo, como sucede con el palo sin pesa o con el coco. El problema que planteó Ulam nos pide cosas muy simples; lo único que hay que tener claro es que si lo sencillo no se entiende, lo más complicado menos. La idea de Ulam es la siguiente: considere un cuerpo o sólido hecho de un material uniforme (todo de madera o todo de plástico, por ejemplo) que evite puntos más pesados que otros. ¿Existen entonces cuerpos uniformes distintos de la esfera que floten en equilibrio sin girarse en cualquier posición? Al respecto se saben algunas cosas, pero en realidad en todos estos años no se ha podido dar respuesta a esta pregunta. Nuestro propósito es ofrecer una solución parcial a este problema.
Vamos a ubicarnos en una mesa del Café Tacuba en un día lluvioso y con un rico café a un lado. A la manera de los matemáticos polacos cafeteros, platiquemos acerca de un artefacto mecánico al que hemos llamado volantín. Aparentemente esto no tiene nada que ver con el problema de la flotación, pero en realidad este artefacto tiene una íntima relación con el problema 19 que planteó Ulam.
Los volantines
Si alguna vez ha estado usted en una feria le será muy fácil imaginar el siguiente artefacto o juego mecánico al que hemos llamado volantín. Este aparato no sólo ofrecerá, como la mayoría de los juegos mecánicos, ese vértigo o la maravillosa sensación de movimiento, sino que también exigirá habilidad mental y coordinación física para que funcione perfectamente.
El aparato está diseñado como sigue: cinco barras de metal o de madera del mismo tamaño engarzadas libremente en los extremos unas con otras (el ángulo entre las barras no tiene ninguna restricción). A la mitad de cada una de las barras se encuentra empotrada, en la misma dirección a éstas, una llanta, la cual permitirá que nuestro aparato se mueva. Un poco más arriba de la llanta, y en la misma dirección, estará acondicionada una silla, donde usted podrá sentarse al igual que las otras cuatro personas que estén esperando el turno para subirse a este juego (figura 1). En esta silla no hay volante alguno, pues usted no podrá decidir que dirección tome la barra, pero sí habrá un pedal de velocidad, un pedal de freno y una palanca de reversa o de avance. El juego consistirá en tener la habilidad de no parar en ningún momento el movimiento (claro está, mientras que su turno no termine), además, deberá coordinarse con los demás jugadores para no causar desastres, pues podría suceder algo parecido a lo que ocurre cuando uno rema en un lago y el compañero de paseo, al igual que usted, no cuenta con la coordinación física necesaria para mantener el curso de la barca, de manera que al cabo de un rato comienza uno a dar vueltas sin poderse dirigir a ningún lado.
Una utilidad distinta que también podría tener el volantín (esto no es una promoción de venta de volantines, aunque creemos que podría dar buenos resultados) es la de ser usado como andadera para niños. Basta tener la misma estructura, sólo que en vez de contar con cuatro sillas en las barras, se pondría un adita mento para que el niño estuviera cómodamente sentado en medio. Le garantizamos que su niño no corre el riesgo de ser aplastado por las barras, además de que puede tenerlo en un espacio muy reducido, pues no podrá ir muy lejos y, gracias al diseño de este artefacto, creerá que está recorriendo todo el mundo.
Para alimentar su imaginación y pensando en lo que viene en seguida, elija la presentación que más le guste y agregue a su modelo un aditamento en cada junta de las barras que permita ir dibujando de distintos colores el movimiento del artefacto. A este volantín mejorado podríamos llamarlo volantín plus (figura 2).
Ahora tiene usted toda la información para ver a los volantines (o volantines plus) de manera abstracta, es decir, como un matemático los describiría. Un volantín está formado por cinco curvas, cada una de distinto color y con las siguientes propiedades: 1) las curvas están dibujadas por los vértices de un pentágono de lados iguales, y 2) el punto medio de cada uno de los lados del pentágono tiene velocidad paralela a los lados de dicho pentágono, es decir, el punto medio sólo puede avanzar si lo hace en la misma dirección de cada uno de los lados del pentágono.
Si pudo imaginar estos volantines no tendrá problema en generalizarlos, es decir, en evocar volantines de más o de menos barras, y preguntar: ¿existirán los volantines de dos barras? ¿Y los de tres u ocho? ¿Habrá algunos más interesantes que otros? Contestemos algunas de estas preguntas.
¿Cómo puede ser un volantín de tres barras? Pues así como para los volantines matemáticos necesitábamos un pentágono de lados iguales, aquí necesitaremos un triángulo equilátero, donde los puntos medios viajen a velocidad paralela a los lados del triángulo, del mismo modo que el modelo mecánico tendrá tres barras con sus tres sillas.
Puede demostrarse de manera muy sencilla (inténtelo usted) que el único movimiento posible de un triángulo equilátero con estas restricciones es un círculo (figura 3). De manera que si usted planeaba poner en su feria un volantín plus de tres barras, no logrará el éxito esperado, o si usted deseaba hacer una andadera con este modelo, sólo logrará marear a los niños, en pocas palabras, el volantín de tres barras y tres sillas es poco atractivo.
Podríamos ilusionarnos un poco con los volantines de cuatro sillas, pues hay una gran variedad de cuadriláteros de lados iguales, así que, en principio, hay más alternativas para los volantines plus de cuatro barras. Pensemos qué cosa necesitamos para que este volantín tenga éxito. Podría suceder que al ponerlo en la feria, por más buenos y ágiles que sean los jugadores, no logren hacerlo avanzar, entonces, usted podrá reclamarnos que el volantín que le vendimos no funciona.
Comencemos con un cuadrilátero cualquiera, e intentemos darle un pequeño empujón inicial señalado con la flecha f1 en el vértice v1; ahora note que para que la llanta marcada con el número 1 que está en la barra 1 avance (de manera paralela) es indispensable que la flecha f2 sea una reflexión de la flecha f1 respecto de la primera barra, es decir, es necesario que el ángulo que forman las flechas f1 respecto de la barra 1 y f2 respecto de la barra 1 sean iguales —esta propiedad se llama reflexión, pues si pensamos a la barra como un espejo y a la primer flecha viéndose por este espejo, la flecha dos será el reflejo de la primer flecha— figura 4a).
Note que si la flecha 1 y la flecha 2 no están en esta posición la primer llanta no avanzará; de la misma manera, si queremos que la llanta dos avance necesitamos que la flecha f3 sea una reflexión de la flecha f2; si queremos que la tercer llanta avance, la flecha f4 tiene que ser una reflexión de la flecha f3, y, finalmente, para que la cuarta llanta avance la primer flecha f1 deberá ser una reflexión de la flecha f4. De manera que si todo lo anterior funciona, entonces el volantín funcionará, si no, instantáneamente éste se atasca y no habrá manera de moverlo (figura 4b).
Experimente usted tomando un cuadrilátero cualquiera y considere varias flechas iniciales; notará que hacer cumplir todas las condiciones anteriores es realmente difícil. De hecho, el único cuadrilátero que permite esta propiedad es el cuadrado, pues la geometría es clara en el sentido de que la suma de un número par de reflexiones es una rotación o, dicho de otra manera, un giro. Así, si usted arma su volantín de cuatro barras y le da empujones iniciales en todas las posibles direcciones no logrará hacer avanzar a su volantín en el primer instante, a menos que sea un cuadrado; y si queremos que se siga moviendo deberá ser un cuadrado todo el tiempo, en cuyo caso las llantas paralelas a las barras sólo se moverán en forma de un círculo y, por consiguiente, las curvas pintadas por los vértices también formarán un círculo, por lo cual este volantín no tendrá tampoco mucho éxito (figura 5).
Las mismas condiciones que analizamos hace un momento para que los volantines de cuatro barras funcionaran deben de aplicarse a cualquier volantín de n barras, y la misma propiedad geométrica respecto de que la suma de un número par de reflexiones es una rotación, nos dice que la suma de un número impar de reflexiones es una reflexión, lo que nos diría en principio que cualquier volantín de n sillas, donde n es un número impar, se va a mover, solamente habría que averiguar en qué dirección hay que darle en empujón inicial para asegurarnos que el volantín funcione.
Regresemos a los volantines originales de cinco barras. En este caso y con la idea de que cualquier volantín con un número impar de barras avanza, nos preguntaríamos: ¿cuántos posibles volantines de cinco barras existirán? Dicho de otra manera, ¿cuántos pentágonos de lados iguales existen? Resulta que hay una infinidad de ellos, más aún, si analizamos con cuidado las propiedades que necesita todo volantín para funcionar, es decir, si estudiamos las propiedades dinámicas de estos objetos, es posible, por un lado, determinar cuáles son las ecuaciones diferenciales que los rigen en todo momento y, por el otro, encontrar las condiciones iniciales necesarias para que en cada caso el volantín avance.
Veamos algunas imágenes obtenidas de los volantines (figuras 6, 7 y 8). ¿Qué sucedería si tomamos como condición inicial un pentágono regular (de ángulos iguales)? Note que en el primer instante éste arrancará como un círculo; ¿se deformará después de un tiempo? Una de las propiedades que tienen los volantines es que preservan el área del polígono inicial, es decir, si comienza con un pentágono de área A0 y lo echa a andar como volantín, al cabo de un tiempo arbitrario, si usted detiene el volantín y calcula el área del pentágono que quedó, el área de éste será A0. Por otro lado, existe un teorema en geometría que dice que de todos los polígonos de lados iguales, aquellos que tienen la mayor área son los polígonos regulares; de manera que si comenzamos con un pentágono regular y lo echamos andar como volantín, tendrá que preservar el área, que es máxima en todo momento, así el volantín estará dibujado por un pentágono regular que no puede deformarse, lo que implica que su movimiento corresponde al de un círculo.
Note que en la figura 8 cada una de las curvas pintadas por los vértices del volantín se cierra en ella misma, y que las cinco curvas son entidades distintas. Por otro lado, en los ejemplos de las figuras 6 y 7 cada una de las cinco curvas dibujadas por los vértices ni se cierran ni coinciden. Observe que para el caso de los volantines de tres y de cuatro barras (figuras 3, 4a, 4b y 5), o en el caso del volantín de cinco barras que toma como condición inicial un pentágono regular, las curvas dibujadas por los vértices forman círculos, los cuales se empalman unos sobre otros. ¿Será que existen pentágonos iniciales (distintos del pentágono regular) en donde cada una de las curvas dibujadas por estos vértices se cierre y coincidan todas con todas? Este tipo de volantines se llaman volantines de Zindler, y para nosotros, como veremos más adelante, son muy especiales; de hecho, este tipo de volantines son difíciles de encontrar pero existe toda una técnica para hallarlos. Veamos dos ejemplos que, junto con los anteriores, serían divertidos ejemplares para la feria (figuras 9 y 10).
Si usted echa a volar por un momento su imaginación notará que si el volantín de cinco barras es ya suficientemente complicado, entre más barras agregue será más complicado aún, sobre todo si tiene un número impar de lados. De hecho aunque se conocen las ecuaciones diferenciales que los rigen y se saben algunas propiedades de ellos, aún no se conocen por completo.
Ahora pensemos un poco cómo serían los volantines de dos barras. Resulta que los volantines de dos barras son muchísimos; de hecho cualquier volantín de n barras contiene varios volantines de éstos. Detengámonos un momento en la estructura mecánica del volantín de dos barras; este modelo tiene una sola silla, pues la primer barra debe estar engarzada con la segunda y la segunda con la primera, así que no permiten más que un solo jugador, lo cual no hace a este volantín menos atractivo. Note que este modelo de dos barras no sirve de andadera, ya que los niños quedarían inmediatamente apachurrados. Veamos algunos ejemplos que el jugador de un volantín plus puede pintar si sigue bien las reglas.
El ejemplo más sencillo es la línea recta, en donde cada vértice dibuja la misma línea y el punto medio se mueve también de manera paralela a las barras. Otro ejemplo sencillo es el círculo dibujado por los vértices como si fuera un compás doble. Otros ejemplos no tan sencillos son las figuras llamadas figuras de Zindler, las cuales, a pesar de que tienen propiedades muy interesantes, no describiremos aquí, pero el lector interesado puede encontrar información sobre ellas en otros de nuestros trabajos. Las figuras 11 y 12 nos muestran dos de estos ejemplos; las dos barras dibujadas en cada una de ellas nos muestran a la misma barra en dos tiempos distintos.
Estos volantines nos recuerdan a los espirógrafos que venden en la calle. Por cierto, por qué no pedimos otro café y platicamos ahora de lo prometido, es decir, de la relación de los volantines con el problema de la flotación de los cuerpos.
El problema de la flotación
Existe una versión bidimensional del problema de la flotación que se refiere a figuras planas y no a sólidos; físicamente podemos pensar en un cilindro de densidad uniforme y suponer que mientras su eje permanezca paralelo a la superficie del agua éste flote en equilibrio sin voltearse o moverse, en cualquier posición en la que se deje. O pensar en una figura plana en donde el agua es plana también; entonces la pregunta diría, en el primer caso, ¿deberá ser este cilindro necesariamente circular?, o, en el segundo caso, ¿deberá ser esta figura de manera necesaria un círculo? De aquí en adelante será precisamente en esta versión bidimensional en donde centraremos nuestra atención.
Antes de continuar pongamos en claro algunas cosas. Primero, la noción de densidad uniforme se refiere a que estamos pensando en cilindros hechos de manera homogénea del mismo material, todo de madera o todo de plástico, etcétera. Esta densidad se mide con un número, al que llamaremos ρ; entonces, si consideramos una figura Φ de área A y la ponemos a flotar en varias posiciones, el hecho que la densidad de Φ sea ρ significa simplemente que la parte que está bajo el agua tiene un área ρA; por ejemplo, si la densidad es Φ, esto significará que al ponerla a flotar en cualquier posición, el área de la parte mojada es siempre la mitad del área total.
Si pedimos además que la figura flote en equilibrio en cualquier posición Φ la Ley de Arquímedes nos dice que esto significa que la línea que pasa por el centro de masa G de la figura, y por el centro de masa de la parte de la figura que está bajo el agua es perpendicular a la línea del agua (figura 13). Quisiéramos proponerle un interesante experimento: deje usted flotar a Φ en una posición dada; pinte de rojo el punto en donde se encuentra el centro de masa de la parte que está bajo el agua; cambie de posición y marque con un segundo punto rojo el centro de masa de la parte que en esta nueva posición se encuentra bajo el agua; cambie de nuevo de posición y repita esta operación para obtener un tercer punto. Si usted se queda toda la noche marcando de esta manera puntos rojos, notará que éstos, poco a poco, irán describiendo una curva roja a la que llamaremos la curva de los centros de masa y que tiene las propiedades que dedujo Auerbach hace mucho tiempo (figura 14).
Si coloca de nuevo la figura en una posición dada y por el punto rojo correspondiente pinta una línea azul que sea paralela al nivel del agua, obtendrá los siguientes resultados. Utilizando un poderoso microscopio con mucho aumento, pero cuyo campo visual permita ver sólo una pequeña parte de la figura alrededor de este centro de masa, será prácticamente imposible distinguir la línea azul de la curva roja de los centros de masas.
En términos matemáticos esto significa que por cada punto de la curva de los centros de masa, la tangente a la curva es paralela a la correspondiente línea del agua.
Observe ahora con cuidado la curva roja de los centros de masa, note que ésta está muy curvada en algunas partes y poco curvada en otras. ¿De qué dependerá qué tan curvada sea la curva? La respuesta es verdaderamente sorprendente y como todas las cosas profundas muy simple.
Note primero que si colocamos la figura en una posición, el nivel del agua dibuja una línea sobre la figura, la cual llamaremos cuerda de flotación. Resulta que la curvatura de la curva roja en un punto depende única y exclusivamente de la longitud de la cuerda que en este momento está marcando la línea del agua, es decir, si esta cuerda es larga la curva roja será poco curvada, y si la cuerda es pequeña la curva roja en el correspondiente punto será muy curvada. Es por demás decir que si la curva tiene siempre la misma curvatura entonces la longitud de todas las cuerdas de flotación será siempre igual y viceversa.
Una vez que sabemos esto podemos deducir que el hecho de que una figura flote en equilibrio en cualquier posición es lo mismo que decir que la curva roja es un círculo. Puesto que, de acuerdo con la ley de Arquímedes, la figura está en equilibrio en cualquier posición si y sólo si la línea que pasa por el centro de masa de la figura y un punto de la línea roja es perpendicular a la línea del agua, que por lo anterior es paralela a la tangente de la curva roja de los centros de masa. Si medita usted un minuto notará que esto implica que una figura flota en equilibrio en cualquier posición si y sólo si todos los rayos que salen del centro de masa de la figura son perpendiculares a la curva de los centros de masa.
Si usted dibuja una curva con la propiedad de ser perpendicular a todos los rayos que salen de un punto fijo verá que la única posibilidad es que esta curva sea un círculo con centro en este punto. Así, pues, una figura está en equilibrio en cualquier posición si y sólo si la curva roja de los centros de masa es un círculo. En particular el círculo satisface esto.
Por otro lado, también sabemos que si la curva roja de los centros de masa es un círculo entonces tiene la misma curvatura en todo punto si y sólo si todas las cuerdas de flotación miden lo mismo. Así hemos llegado a la siguiente conclusión: da exactamente lo mismo decir que una figura flota en equilibrio en cualquier posición que decir que la longitud de todas las cuerdas de flotación miden lo mismo.
Volvamos a pensar en una figura cualquiera (no necesariamente que flote en equilibrio en cualquier posición y por lo tanto con cuerdas de flotación de distinto tamaño) y pensemos ahora el siguiente experimento. Deje de nuevo flotar a la figura en alguna posición fija y observe la cuerda de flotación. Pinte de verde el punto medio de esta cuerda de flotación; cambie de posición y vuelva a pintar de verde el punto medio de la nueva cuerda. Si usted tiene la paciencia de repetir este procedimiento para muchas posiciones irá observando que estos puntos verdes van formando una curva verde de los puntos medios (figura 15).
Tomemos de nuevo nuestro microscopio y observemos que alrededor de uno los puntos verdes resulta que es casi imposible distinguir a través del microscopio la curva verde y la línea del agua. Dicho de otra manera, la línea de agua es tangente a la curva verde de los puntos medios y esta propiedad es la que traduce el hecho de que la figura tenga densidad uniforme. Es decir, el hecho de que la línea del agua deje de un lado regiones con la misma área ρA es lo mismo que decir que la velocidad de la curva de puntos medios de las cuerdas es paralela a las cuerdas.
Ahora, la relación con los volantines de Zindler es obvia. Imagine usted que todas las curvas que dan lugar a nuestro volantín formaran una sola curva, entonces ésta tendrá la maravillosa propiedad de que todas las cuerdas de la figura que pasan por los lados del pentágono o polígono de n lados pueden ser pensados, por lo antes visto, como las cuerdas de flotación de la figura, y como éstas tienen la misma longitud, la correspondiente curva roja de los centros de masa es un círculo, y por lo tanto la figura flota en equilibrio en cualquier posición.
Con esto tenemos que las figuras de Zindler, ejemplos 11 y 12, son figuras que flotan en equilibrio para densidad Φ, distintas del círculo, lo cual nos hace probar que la conjetura de Ulam es falsa. Por otro lado, desafortunadamente los volantines de Zindler de las figuras 9 y 10 no son ejemplos de figuras que flotan en equilibrio en cualquier posición, pues en el primer caso la figura tiene como inconveniente que las barras del volantín no son interiores a la figura, lo cual no permite que las correspondientes cuerdas sean de flotación, y en el segundo caso, la figura se cruza a ella misma de manera que no es propiamente una figura.
De cualquier forma todo lo anterior se traduce entonces a que, encontrar volantines de Zindler simples (sin autointersecciones) con cuerdas interiores distintas del círculo nos dan ejemplos
de figuras que flotan en equilibrio en cualquier posición. Si usted encuentra un volantín de Zindler en donde sus n barras son interiores y no tiene autointersecciones, no sólo se hará rico con las ganancias de su juego, sino que podríamos incluir su hallazgo en nuestro libro del
Café Tacuba.
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Referencias bibliográficas
Auerbach, H., 1938, “Sur un probléme de M. Ulam concernant l’ equilibre des corps flottant”. Studia Math. 7: 121-124.
Boltyanskii,V.G. and Yaglom, I.M., 1961, Convex Figures, Holt, Rinehart and Winston, Nueva York.
Bracho J., Montejano L., Oliveros D., “Carrousels, Zindler Curves and the floating Body Problem” (artículo enviado a revisión en junio 1998).
Mauldin. R.D., 1981, The Scottish Book; Mathematics from the Scottish Café, Birkauser, Boston.
Montejano P. L., 1989, La Cara Oculta de las Esferas. Colección La Ciencia desde México, núm. 75. Fondo de Cultura Económica, México.
Oliveros B.D., 1997, Los Volantines: sistemas dinámicos asociados al problema de la flotación de los cuerpos. Tesis de doctorado, Facultad de Ciencias unam.
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Deborah Oliveros
Instituto de Matemáticas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Luis Montejano
Instituto de Matemáticas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo →
Oliveros, Déborah y Montejano, Luis. (1999). De volantines, espirógrafos y flotación de los cuerpos. Ciencias 55, julio-diciembre, 46-53. [En línea] |
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Plantas curanderos y prospección biológica | |||
Bárbara Torres Latorre
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Los hombres, las mujeres y los niños que viven en las zonas rurales de todo el planeta se están convirtiendo en estos momentos en los guardianes del conocimiento sobre la naturaleza; conviven con la flora y fauna silvestres, y se enfrentan cotidianamente a los procesos de la naturaleza en su conjunto así como a los embates de la civilización que impone formas de utilizarla. Entre ellos, los médicos tradicionales, es decir, los curanderos y las curanderas de las poblaciones rurales, son los depositarios de los secretos de las plantas, pues conocen su biología, ecología y las cualidades que les permiten curar a los seres humanos, a los animales e incluso a otras plantas.
Ambos, plantas y curanderos, se encuentran en peligro de extinción. Con ellos se extingue una visión del mundo y una forma de relacionarse con la naturaleza. Sin embargo, nos hallamos ante un nuevo paradigma, donde la investigación científica se interesa por estos sabios de la naturaleza, pero no bajo la concepción de la curación, sino de la salud como negocio, como parte de la nueva visión del mundo que se impone, aunque no por ello la más coherente con la vida y la existencia humana. ¿Es posible llegar a un punto donde ambas visiones se concilien y salgan enriquecidas en un beneficio real para la humanidad y la conservación de la naturaleza?
Se calcula que entre 70 y 90% de la población rural mundial depende de la herbolaria y la medicina tradicional para atender su salud. Los bosques, selvas, zonas áridas y todas las áreas con vegetación natural son un patrimonio invaluable por la diversidad y cantidad de recursos para la salud que éstos ofrecen, y no sólo por las plantas medicinales que ahí crecen sino también por la fauna, los recursos minerales, tipos de tierra y calidades de agua que pueden encontrarse en las áreas naturales.
A lo largo de la historia de la medicina y del tratamiento de las enfermedades el manejo de la herbolaria por parte de los médicos tradicionales o curanderos ha sido de gran importancia, una muestra de ello son las publicaciones de herbolarios que se han hecho en diferentes épocas y por diferentes culturas con bellas ilustraciones de las plantas medicinales más importantes de cada lugar. Estos manuales los en contramos en la Antigua China, India, Egipto, en Mesoamérica y en las culturas andinas; en la Europa medieval proliferaron los manuales de herbolaria y artes curativas, y todos ellos tienen aún una fuerte presencia dentro de la herbolaria actual.
En la actualidad, muchas de las plantas medicinales han pasado a formar parte de las farmacopeas médicas occidentales, y se han realizado estudios clínicos aislando sus principios activos, lo cual ha sido la base para la elaboración de productos farmacéuticos y preparados a base de plantas. En muchos casos se han llegado a sintetizar los principios activos de las plantas, como ocurrió con la diosgenina que se aisló del barbasco y posteriormente se obtuvo sintéticamente como la base de los anticonceptivos.
Hasta la fecha han coexistido los tratamientos tradicionales junto con aquellos desarrollados por la ciencia occidental y la investigación farmacéutica. En muchos casos unos y otros se contraponen y argumentan que las características propias de sus tratamientos no son útiles ni curan las enfermedades. Por así decirlo, existe una guerra sorda y una competencia por ganar adeptos; por ejemplo, la medicina occidental se ha dedicado sistemáticamente a desprestigiar todo lo que no sea la medicina oficial, perdiendo la oportunidad de enriquecerse al negar los aspectos positivos que la medicina tradicional puede aportar en la búsqueda de la salud.
Un caso distinto lo encontramos en la medicina china, donde tanto la medicina occidental como la tradicional se han enriquecido investigando e incorporando los conocimientos tradicionales a la medicina actual para el tratamiento de distintas enfermedades, basados en la acupuntura y los remedios o preparados chinos a base de plantas.
En la medicina occidental se utilizan los principios activos de las plantas a base de preparados farmacéuticos que también forman parte de un conjunto de prácticas médicas, aunque en muchos casos son la única terapia. La diferencia entre las prácticas tradicionales y las de la medicina occidental son más bien cualitativas y habría que analizar el éxito de los resultados según el o los padecimientos de que se trate. Uno de los aspectos importantes dentro de la medicina tradicional es que se trata al paciente en forma integral, en sus aspectos físicos sociales y emocionales, práctica que están adoptando en la actualidad las medicinas alternativas, que tienen un acercamiento distinto al paciente y sus padecimientos.
La tendencia actual de muchos enfermos es buscar tratamientos alternativos a los de la medicina occidental, al parecer y en parte, por lo costosos e ineficaces que resultan muchos de ellos.
En México como en otros países del tercer mundo, la medicina tradicional es una parte muy importante de los sistemas de salud. Las plantas medicinales son un componente básico y un recurso de bajo costo para la población usuaria, por lo que es importante fortalecer estos sistemas, como ha ocurrido en China e India, donde la medicina tradicional es parte de los planes de estudio en las universidades y existen programas de protección y cultivo de plantas medicinales. Sólo en India existen cuarenta y seis mil farmacias legalmente establecidas para la venta de remedios tradicionales.
La problemática contemporánea
A partir de los años setenta la necesidad de recursos medicinales por parte de la industria farmacéutica se incrementó debido a una mayor demanda mundial de los productos de origen natural, como los que se obtienen a partir de cultivos orgánicos y flora y fauna silvestres, que se emplean en la salud, alimentación y cosmética.
Estas necesidades han generado nuevas estrategias de comercialización pero casi siempre desligadas de las prácticas médicas y de la conservación de los recursos. Esto trae como consecuencia, por un lado, la sobreexplotación de dichos recursos y, por el otro, el desconocimiento de los derechos intelectuales de los países de donde surgen las prácticas médicas tradicionales.
Las nuevas tendencias están ocasionando la sobrexplotación de las poblaciones naturales de plantas, ya que de 1 560 plantas que se emplean en el comercio internacional, casi 90% se recolectan del medio silvestre y sólo alrededor de un centenar de ellas son cultivadas. En todo el mundo se utilizan alrededor de 21 000 plantas medicinales cuyo comercio se valuó en 1995 en 800 millones de dólares.
Diversos organismos internacionales, como la Unión Internacional para la Consevación de la Naturaleza (iucn) y la Fundación Mundial para la Vida Silvestre (wwf) han desarrollado numerosos programas para proteger los recursos naturales; entre ellos también se cuenta con el Programa de Conservación de Plantas que está poniendo especial énfasis en la conservación de plantas medicinales utilizadas en la atención primaria a la salud. Dichos organismos representan una prioridad en la conservación de plantas con valor económico.
Por otro lado, se ha recomendado el cultivo de plantas medicinales, sin embargo, se argumenta que ello presenta muchos problemas:
1. Algunas son difíciles de cultivar.
2. Algunas otras sólo se requieren en pequeñas cantidades, lo que hace inviable económicamente el cultivo.
3. El precio comparativamente más bajo del material recolectado.
4. La suposición de que el material o recurso de origen silvestre tiene mayor calidad.
El segundo aspecto de la problemática está relacionado con las compañías farmacéuticas, las cuales han volcado la investigación hacia los países del tercer mundo, donde aparte de que la medicina tradicional aún es vigente, se conserva el conocimiento sobre la herbolaria y las plantas medicinales. Con este objetivo, las compañías farmacéuticas han desarrollado la metodología de la bioprospección, donde los técnicos se encargan de detectar e identificar en la naturaleza, sobre todo con la ayuda de los curanderos del tercer mundo, todas aquellas plantas y animales con potencial farmacológico.
Uno de los hechos que más polémica ha causado es que las compañías bioprospectoras utilizan el sistema de patente para obtener la exclusividad de los recursos y gozar de los derechos económicos que ésta les proporciona. En esta dinámica no se da un intercambio justo donde la sabiduría pueda convertirse en calidad de vida y bienestar para aquellos que han contribuido con sus conocimientos.
Un ejemplo ilustrativo es el de la compañía farmacéutica Merck, la cual pagó dos millones de dólares por obtener plantas y recursos genéticos de Costa Rica; esto podría parecer muy generoso, sin embargo, es importante contextualizarlo: en 1991 Merck vendió ocho mil seiscientos millones de dólares, sin tomar en cuenta las licencias que da a otras compañías por sus patentes. Desde este punto de vista la bioprospección resulta poco benéfica para los países del tercer mundo, ya que pretende la extracción de recursos y conocimientos médicos tradicionales que no son reconocidos ni intelectual ni económicamente, con el argumento de que ésta favorece la conservación de la biodiversidad.
Los hechos que aquí se han mencionado afectan directamente la flora silvestre útil y el reconocimiento de los derechos intelectuales de los médicos tradicionales como portadores de conocimientos. Naturaleza y cultura están ligadas dentro de esta visión.
Lo paradójico dentro de esta problemática es que, por un lado, se combaten y desacreditan los conocimientos que no tengan una base científica, y, por otro lado, la ciencia occidental tiene una gran curiosidad sobre aquellos conocimientos considerados no científicos pero que han mostrado ser sumamente eficaces en la práctica y a lo largo del tiempo.
Los conocimientos tradicionales son criticados como dogmáticos, sin embargo, no se analiza la cosmovisión en la que éstos son concebidos y cómo la experiencia, en este caso la de los curanderos, agrega nuevos conocimientos, ¿o tal vez se trate del descubrimiento de ciertos principios que la ciencia aún no logra explicar?
El antropólogo Claude Lévi-Strauss, creador del estructuralismo, analiza en su libro El pensamiento salvaje, la precisión y la capacidad de observación que tienen los grupos sociales considerados como atrasados. En el caso de la clasificación de plantas o animales está demostrado que dichos pueblos tienen la misma precisión que la taxonomía científica y en ocasiones los niveles de precisión de los “salvajes” son mayores, dada la capacidad inherente a todos los seres humanos, sean científicos o no. Además, una ventaja es que los “salvajes” conviven con las plantas y animales, lo cual les permite conocerlos mejor.
Todo aquello que no tiene explicación científica tiene carácter de mágico, cuando lo que la magia hace es detectar elementos que forman parte de un todo, que existe, aunque no se sepa con precisión cómo funciona; conforme se van conociendo nuevos elementos —y en ello ha contribuido la ciencia occidental— se da una transformación y una evolución en la comprensión de los fenómenos. En este sentido, más bien podríamos hablar de una evolución de los conocimientos científicos que no son exclusivos de la ciencia actual. Por lo tanto, lo que se ha logrado es una mayor precisión en algunos aspectos del conocimiento, pero el pensamiento mágico no ha dejado de existir en la ciencia occidental, pues en realidad éste es una capacidad del pensamiento humano llamada intuición.
Es una verdad que hoy se está poniendo en desventaja a ciertos grupos sociales que no comparten la visión dominante (cuya tragedia es tener otras formas de enfrentarse a la naturaleza y a la salud) invalidándolos y calificándolos de charlatanes y supersticiosos. La curación forma parte de una cosmovisión que deja de tener validez ante una sociedad homogeneizante que crea marginados y no incorpora o se apropia de conocimientos útiles si éstos no están planteados en sus términos.
¿Es posible entonces pensar en un diálogo donde la medicina tradicional puede aportar mucho a la medicina occidental y viceversa?, ¿serán las apropiaciones y adaptaciones culturales las que en su propia dinámica den la respuesta?, ¿qué papel desempeñan las plantas medicinales en este proceso, ya que no podemos desligarlas de los conocimientos, las terapias y las concepciones de las que forman parte?
La flora silvestre
En México contamos con una gran diversidad de tipos de vegetación; así, encontramos la vegetación de las zonas áridas, los bosques templados, la selva alta perennifolia y la selva baja caducifolia, entre otros tantos.
La riqueza medicinal existente en cada uno de estos tipos de vegetación es invaluable, y se calcula que hay alrededor de cinco mil plantas, entre árboles, arbustos y hierbas, con potencial medicinal, pero hasta la fecha sólo se han registrado poco más de dos mil plantas que se utilizan como medicinales en distintas regiones del país. Cada región cuenta con su flora medicinal, y algunos grupos indígenas poseen ricas flórulas medicinales de las localidades donde habitan. Es importante señalar que desde tiempos prehispánicos se utilizan no solamente plantas sino también animales, aunque en menor proporción, en la elaboración de preparados y en terapias específicas.
Sin embargo, muchas especies han sido sobrexplotadas en sus lugares de origen debido a la gran demanda que existe en estos momentos. Por lo general, los colectores son personas de muy escasos recursos que encuentran en la recolección de plantas una alternativa a su deteriorada economía, pero las ganancias son para los acopiadores y distribuidores de las mismas, sin importarles la preservación de las poblaciones naturales de plantas medicinales, por lo que un programa de recuperación y de cultivo de plantas medicinales debe considerar esta problemática social.
Conscientes de esta riqueza, algunas instituciones como el Herbario del Instituto Mexicano del Seguro Social y el Instituto Nacional Indigenista se han dado a la tarea de recuperar la medicina tradicional incorporando algunos conocimientos en cursos de medicina general y han implantado programas para el adecuado aprovechamiento de la flora medicinal como parte del patrimonio cultural y natural de la herbolaria mexicana. La Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Autónoma de Chapingo y la Universidad Autónoma Metropolitana también han contribuido en la recuperación del conocimiento médico y fitoterapéutico tradicional de nuestro país; a pesar de ello, aún no se ha resuelto el problema del abasto de las plantas medicinales para todos los sectores que las solicitan.
El Convenio de Biodiversidad
Si hacemos una revisión histórica de la medicina en el mundo, casi todos los fármacos conocidos actualmente son derivados de las plantas medicinales; por ello, en el Convenio de Biodiversidad, firmado en Río de Janeiro en 1992 por 167 países, entre los que se encuentra México, se complementan las políticas internacionales de conservación y aprovechamiento de los recursos biológicos con un nuevo componente que se refiere a la biotecnología.
En México se publicó en el Diario Oficial de la Federación del 7 de mayo de 1993, el Decreto de promulgación del Convenio sobre la Diversidad Biológica, donde se reconoce el valor intrínseco de la diversidad biológica y de los valores ecológicos, genéticos, sociales, económicos, científicos, educativos, culturales, recreativos y estéticos de la diversidad biológica y sus componentes.
En este convenio se reconoce, además, la dependencia que tienen las comunidades locales y las poblaciones indígenas en el uso de los recursos biológicos, así como de la conveniencia de compartir equitativamente los beneficios que se derivan de la utilización de los conocimientos tradicionales, y de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas, los estados tienen el derecho soberano de explotar sus propios recursos bajo su propia política ambiental.
Entre algunos de los aspectos más importantes de este convenio, se estipula claramente el acceso a la tecnología y la transferencia de la misma, cuál es el papel de cada parte contratante, así como la gestión de la biotecnología y la distribución de los beneficios. Ésta es una vía por la que la problemática de utilización de plantas medicinales silvestres y su uso en biotecnología puede tener una solución.
Dentro de esta perspectiva se busca conservar y aprovechar la biodiversidad de cada país bajo la concepción de la sustentabilidad, es decir, no permitir que las poblaciones naturales de plantas se agoten al favorecer su reproducción. Esto garantiza la continuidad de los procesos biológicos en el planeta, que son vitales para la existencia del mismo y fomenta así una economía distinta.
Este convenio ha sido un logro para los países del Tercer Mundo, ya que establece un marco jurídico para el aprovechamiento de los recursos biológicos como convenio ambiental y comercial. La biotecnología aplicada a plantas medicinales debe supeditarse a los lineamientos del mismo. A pesar de ello, el marco jurídico es insuficiente aún y debe adecuarse a las necesidades actuales.
Las compañías bioprospectoras argumentan ahora que los países del tercer mundo son ricos en biodiversidad y pobres en tecnología, y que en este sentido puede darse un intercambio y transferencia de tecnología. En todo caso habría que aplicar la tecnología moderna para perfeccionar las medicinas tradicionales, realizar investigaciones clínicas de las mismas y mantener un control de calidad de los productos herbolarios a la par que se realizan investigaciones farmacológicas y clínicas que sustenten y expliquen desde la ciencia occidental la efectividad que ya se demuestra en la práctica.
La bioprospección podría cumplir con lo que plantea y con un intercambio justo siempre y cuando se establecieran convenios de colaboración, donde las compañías bioprospectoras formaran parte de los planes de desarrollo locales. Además, es necesario un marco legal, que hasta el momento no existe.
En este marco internacional se encuentra la Ley General del Equilibrio Ecológico —promulgada en 1996— que contempla los lineamientos del Convenio de Biodiversidad en los artículos 87 y 87 bis, donde estipula claramente que los recursos biológicos con fines de utilización en biotecnología requieren la autorización de la Secretaría del Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca. Para darle contenido a dichos artículos deben establecerse los mecanismos administrativos y jurídicos para que las compañías bioprospectoras no sean las únicas beneficiadas del uso de recursos a través del sistema de patentes y para que se establezca un compromiso con las comunidades y el país.
La experiencia muestra que la barrera cultural es enorme y que las compañías están interesadas en el saqueo de la información, ya que los proyectos y los modelos están planteados en sus términos y sólo les interesa que las comunidades firmen su consentimiento sin haberlas hecho partícipes de la discusión y el consenso. La Organización de Médicos Indígenas del estado de Chiapas omiech, a.c. ha recibido ofertas de numerosas compañías a través de organizaciones no gubernamentales mexicanas y extranjeras quienes sin escrúpulos los presionan para que firmen un contrato elaborado con base en las necesidades de los laboratorios que van a comercializar los productos y que no ha surgido de las propias necesidades de la organización.
Todos los convenios o contratos en los que está involucrada la biotecnología deben ser supervisados, evaluados y autorizados por la semarnap. La propia organización ha hecho la denuncia de tales irregularidades.
Se está apoyando a la omiech, a.c. para que pueda llevar adelante sus propios proyectos, entre ellos el de una farmacia, y sobre todo el de la difusión de la medicina maya; tal vez pueda interesarles que los laboratorios colaboren con ellos en el desarrollo de las estrategias que están pensadas para atender a los socios de la organización, así como a pacientes que provengan de otros estados de la República y aun de otros países interesados en ser atendidos por médicos indígenas y con medicina autóctona.
Por otro lado, la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural está desarrollando el Proyecto Nacional de Plantas y Productos Medicinales, y ya están trabajando con diversas comunidades del país. Asimismo existe una propuesta de Ley para el cuidado de la flora medicinal mexicana presentada ante la Comisión de Ecología y Medio Ambiente de la lvii Legislatura de la H. Cámara de Diputados, ya que las plantas medicinales son un recurso estratégico que requiere regulación jurídica dentro de la legislación ambiental con el fin de disminuir los efectos de la sobrexplotación de la que ya está siendo objeto y lo cual puede llevar a algunas especies a la extinción.
Algunos países sudamericanos han creado el Tratado de Cooperación Amazónica, que protege su diversidad biológica y su propiedad intelectual. El caso de India también puede considerarse como un buen ejemplo a seguir por el gobierno mexicano, ya que su gobierno ha creado bancos de material genético de tejidos, semillas y polen de especies que tienen un valor medicinal. A los investigadores nacionales y extranjeros se les facilita esta información, pero con la condición de que todas las patentes serán propiedad de ese país. Esta es una decisión sensata ante el peligro de un saqueo inminente.
Cuántas implicaciones tienen las plantas medicinales. Si supieran... No es nada más la receta de la abuelita para la diarrea, pues existe todo un mundo de consideraciones detrás de la utilización de una planta medicinal, ya no digamos en cuanto a su efectividad, sino de su existencia misma y de la existencia de los conocedores de las plantas. La bioprospección podría significar la desaparición de los curanderos, tan necesarios para resolver los problemas de atención primaria a la salud en las zonas rurales, así como para la ciencia occidental.
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Referencias bibliográficas
• Aguilar Abigail et al., 1984, “Los recursos terapéuticos de la medicina tradicional. La herbolaria como recurso básico (estadísticas nacionales)” en: Medicina tradicional y herbolaria, materiales para su estudio. Ediciones extraordinarias del imss.
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• Atlas de las Plantas de la Medicina Tradicional Mexicana, 1994, 3 vols. Instituto Nacional Indigenista, México.
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• Reid V. Walter, Sarah Laird, Carrie Meyer et al, 1993, Biodiversity Prospecting: Using genetic resources for sustainable development. World Resources Institute. Washington D.C.
• Reyes Vicky, 1996, Sangre de drago: la comercialización de una obra maestra de la naturaleza. Ecología Política 11, Icaria, Barcelona.
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Bárbara Torres Latorre
Instituto Nacional de Ecología, semarnap.
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como citar este artículo → Torres Latorre, Bárbara. (1999). Plantas, curanderos y prospección biológica. Ciencias 55, julio-diciembre, 54-60. [En línea]
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Fuerza para el imperio. La nuez de cola
en Europa
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Nina Hinke
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A mediados del siglo xix la máquina de vapor había contribuido a la transformación de las formas de producción y de la sociedad europeas. Por sus espectaculares efectos, las máquinas invadieron el imaginario de la época. No sólo se interesaron por ellas industriales y obreros, sino que también ingenieros y científicos encontraron en los motores nuevos objetos de estudio, dándose a la tarea de entender su funcionamiento y la conversión del combustible en fuerza mecánica. A partir del estudio de los motores, Helmholtz y Clausius formularon las leyes de la termodinámica. La primera ley, o ley de la conservación de la energía, establecía que las fuerzas de la naturaleza, ya fueran mecánicas, eléctricas o químicas, no eran sino distintas manifestaciones de una misma energía o fuerza universal que no se podía ni aumentar ni destruir. La energía simplemente cambiaba de una forma a otra. Para Helmholtz, esa fuerza universal actuaba por igual impulsando el movimiento de los planetas, de los motores o de los humanos. El hombre-máquina funcionaba por medio de la conversión de la energía en trabajo mecánico y calor. La energía necesaria para el funcionamiento del motor humano provenía de los alimentos que se transformaban en energía mecánica al quemarse con el oxígeno de la respiración. El cuerpo humano era una máquina que podía transformar la energía en trabajo útil para la sociedad. Sin embargo, a diferencia de las máquinas que con un suministro constante de combustible podían trabajar día y noche, el motor humano se cansaba y necesitaba reposo, lo cual representaba un serio obstáculo para la producción de trabajo.
La creciente industrialización durante el siglo xix, junto con la asociación de la producción con el progreso, hicieron que el cansancio fuera identificado como una amenaza al desarrollo. De esta manera, el cansancio se convirtió en el desorden endémico de la sociedad del siglo xix, y pensadores y científicos se procuparon por el tema con candor, pues se trataba de una enfermedad que había que combatir. Si las leyes que gobernaban a las máquinas eran las mismas que las que gobernaban al cuerpo humano, razonaban los investigadores, el fenómeno del cansancio se podía estudiar científicamente. Los médicos y fisiólogos empezaron a estudiar el problema con la esperanza de que si desmenuzaban los procesos vitales y lograban entender
los mecanismos del cansancio, éste podría ser resuelto. Sólo había que entender el funcionamiento de la máquina, analizar sus movimientos, cuantificar el rendimiento de los individuos en el trabajo, medir el gasto energético realizado en cada una de las actividades e investigar el aporte energético de cada uno de los alimentos. Algunos fisiólogos de finales del siglo xix, como el francés Etienne Jules Marey y el italiano Angelo Mosso, investigaron con minucioso cuidado los movimientos internos y externos del cuerpo. La nueva fisiología se dedicó a registrar las pulsaciones del cuerpo en el laboratorio. Para ello, inventaron una serie de instrumentos que permitían plasmar en gráficas los movimientos del cuerpo, como el pulso, el ritmo cardiaco y las contracciones musculares, como el esfigmógrafo, el pneumógrafo y el kymiográfo, entre otros, con lo cual buscaban optimizar el uso de la energía animal por medio del conocimiento profundo de la actividad de los distintos componentes del cuerpo-máquina. Ese conocimiento les permitiría descifrar los mecanismos íntimos del cansancio. Por otro lado, además de registrar cuidadosamente las pulsaciones del cuerpo humano y el vuelo de las aves, realizaron varios estudios en los que analizaron los movimientos del cuerpo al momento de realizar un trabajo, como la caminata de los soldados con o sin mochila, el trote y el galope de los caballos y el salto de garrocha, con el fin de eliminar cualquier gesto superfluo.
Otros investigadores se preocuparon por estudiar la alimentación de las clases obreras. La analogía entre los alimentos y el combustible de las máquinas se tomó en un sentido literal y el valor de la comida empezó a ser evaluado por su cantidad energética, en términos de calorías y joules. Con estas nuevas medidas los investigadores podían predecir la cantidad de fuerza libre, ya fuera en forma de calor o de trabajo, que se generaría de la combustión completa de los alimentos consumidos por los trabajadores. Se elaboraron tablas que permitían comparar la cantidad de energía necesaria para desempeñar distintos trabajos y se midió el gasto energético de todo tipo de actividades, desde sentarse a pensar hasta cargar objetos pesados. Algunos fisiólogos opinaron que la mayor productividad de los ingleses, comparada con la de los alemanes, se debía a su dieta de pan blanco y carne frente a la de papas y verduras. Esto desencadenó una sonada controversia “del pan contra la papa” en el década de 1870.
En la lucha contra el cansancio y por el aumento de la productividad del cuerpo humano también se investigaron nuevos remedios que devolvieran la energía perdida o que permitieran contrarrestar el efecto del cansancio. Los médicos empezaron a buscar nuevos tónicos y estimulantes. Entre la gran variedad de productos que estudiaron, uno en particular captó la atención de los europeos: la nuez de cola. El nuevo tónico era una semilla originaria de África occidental. En realidad, los europeos ya la conocían desde el siglo xvi, cuando empezaron a explorar las costas del continente africano, donde su uso se remonta a tiempos inmemoriales.
La nuez de cola en África
Ya desde el siglo xv la nuez de cola era en África objeto de un vasto y próspero comercio controlado por los Diolas, comerciantes musulmanes. Por mucho tiempo Cola nitida fue la principal especie de exportación, mientras que las demás variedades se consumían localmente. El transporte de Cola nitida se hacía básicamente por tierra, en caravanas, desde las regiones boscosas donde crecían espontáneamente (en los actuales países de Ghana, Sierra Leona, Costa de Marfil, Liberia y Guinea-Bissau) hasta los mercados de la sabana (hoy Senegal, Mali y el norte de Nigeria), que se encontraban a unos mil kilómetros de distancia. Ahí, la nuez de cola gozaba de tanto prestigio que podía ser intercambiada por sal o por esclavos. Las semillas eran objetos de lujo y la gente gastaba fortunas en ellas. En algunos lugares, incluso, se aceptaban como los cauries, las conchas que se empleaban como moneda.
Los reportes de los viajeros del siglo xix y los trabajos de algunos antropólogos indican que la nuez de cola tenía muchos usos entre las distintas tribus en África occidental y del norte. Por lo general, la nuez de cola se consumía en grupo y durante diversos eventos sociales, pues era fácil encontarla en casi todas las ocasiones importantes de la vida: en los nacimientos, en las bodas y en la muerte. Para consumirla, la nuez de cola fresca se fragmentaba en varios trozos y se repartía entre los presentes. En algunos lugares se tenían más de una decena de nombres para designar los distintos fragmentos de la nuez, según su tamaño. Una vez repartida, la semilla se masticaba al mismo tiempo que se iba succionando el jugo de sabor amargo. El bagazo se conservaba en la boca y después se escupía. Los consumidores, como buenos gourmets, distinguían las colas según varios criterios, como su variedad, tamaño, color, época de colecta y estado de hidratación, entre otros factores.
Por su elevado costo, la mayoría de la gente solamente podía consumirla en ocasiones especiales. En el califato de Sokoto, actual Nigeria, durante los preparativos de una boda, los pretendientes debían traer las colas en cada una de las etapas que precedían a la ceremonia; en el caso del hombre, éste debía ofrecer las colas durante la presentación de los regalos, y posteriormente, cuando el acuerdo era sellado, debía traer, según sus posibilidades, hasta cien colas más. En otro testimonio se relata que entre los bambaras y los malinkes, ambos pertenecientes al grupo Mandingue, localizado en Senegal, Mali y Guinea, el pretendiente debía enviar diez colas blancas a la familia de la mujer. Al día siguiente, por su parte, la familia contestaba enviando una nuez. Una cola roja significaba que no estaban de acuerdo, mientras que una blanca correspondía a una respuesta afirmativa. Del futuro esposo también se esperaba que llevara una provisión de colas para la ceremonia.
Durante la consumación del matrimonio la nuez de cola era utilizada para ganarse las atenciones de la nueva esposa. Además, entre los medios que había para favorecer la aceptación de la mujer cuando ésta se negaba a aceptar al nuevo marido, estaba la elaboración de un brebaje en el cual una cola era bañada durante seis días. Al séptimo día, la nuez preparada se le daba a la esposa reacia, logrando resultados infalibles. La nuez de cola también servía tanto para obtener favores sexuales fuera del matrimonio como para combatir la impotencia, incrementar el flujo del semen y hacer a los hombres más atractivos a los ojos de las mujeres.
En caso de conflicto entre dos tribus, antes del inicio de cualquier hostilidad la nuez de cola era utilizada como intermediario o mensajero para determinar las futuras intenciones de cada una de las partes. En un lugar neutral, en el centro de un montículo, se colocaban dos nueces rojas y una blanca dividida en dos. Si una de las dos nueces rojas era tomada por una de las dos tribus, la guerra estaba declarada, pero si se llevaban una mitad de la blanca era señal de paz. También servía para resolver conflictos entre dos personas, ya que cuando alguien era acusado de una falta grave, éste, para mostrar su inocencia, debía hacer un juramento y tomar una bebida a base de cola cuyos efectos podían ser letales. Según la creencia, si aquel que prestaba juramento mentía, lo que le esperaba era la muerte; en cambio, si se atrevía a ingerir el brebaje quedaba demostrado que era honesto y su nombre quedaba limpio.
De África a Europa
Para los viajeros europeos que empezaron a explorar el continente africano desde el siglo xvi, el consumo y el valor que los habitantes de África occidental le atribuían a las nueces de cola constituyó una inagotable fuente de asombro, pues en sus relatos de viaje describían tanto su encuentro como los diversos usos que se le daban a éstas. A lo largo de los siglos se familiarizaron con la valiosa nuez, en particular porque se dieron cuenta que la podían utilizar para conseguir favores y hacer su presencia agradable. Además, en el uso de la cola encontraron algunas similitudes respecto de la importancia que tenía el café entre los europeos; por ejemplo, el empleo generalizado en las reuniones sociales, consumirla después de los alimentos y tomarla para combatir el cansancio. Por estas razones, los europeos empezaron a nombrar a la nuez de cola como “café de Sudán”. A pesar de que los europeos que visitaban o vivían en África la conocían muy bien, la nuez de cola era para la mayoría de ellos un producto exótico y ajeno a su mundo hasta finales del siglo xix, cuando se introdujo en Europa.
Uno de los primeros en promover la utilización de la nuez de cola, en particular en Francia, fue un farmaceútico de la marina y posterior director del Jardín Colonial de Marsella, Edouard Heckel. Alrededor de 1880, Heckel había recibido algunas semillas a través de unos comerciantes. De inmediato se puso a investigarla no sólo con interés científico, sino también estratégico. Como casi todos los franceses de la época, y además alsaciano de origen, Heckel, aún dolido por la pérdida de la guerra contra Prusia en 1871, pensaba que Francia necesitaba una milicia fuerte, por ello organizó una serie de experimentos con el apoyo del Ministerio de Guerra y el Servicio de Salud de la Armada. El resultado fue la obtención de unas “galletas estratégicas” que distribuyó entre algunos batallones del ejército colonial. Éstas iban acompañadas de un protocolo preciso que señalaba la dosis y la forma en que debían de consumirse durante las caminatas. Con esto, Heckel quería demostrar la acción eficaz que la nuez de cola tenía contra el cansancio y el hambre durante el ejercicio prolongado. Otro experimento consistió en administrar la cola seca en froma de polvo durante la ascención de una montaña de 2 300 metros de altura. El teniente del 160 Regimiento de Perpignan, encargado del experimento, reportó que habían podido caminar sin sentir los efectos del cansancio durante doce horas, habiendo tomado únicamente veinticinco minutos de descanso en total. Durante los últimos kilómtros registraron una velocidad de seis kilómetros por hora, lo que demostraba que las fuerzas musculares seguían intactas aún después de un ejercicio considerable y prolongado. Otros soldados tuvieron que caminar setenta y dos kilómetros teniendo como único alimento algunas galletas de cola. Según el reporte habían logrado recorrer esa distancia en quince horas y media y sin mayores problemas de hambre.
Para poder llevar a cabo un seguimiento riguroso del valor de la nuez de cola en la estrategia militar, Heckel distribuyó entre los responsables de los regimientos una serie de cuestionarios en los que inquiría acerca de los efectos que la nuez producía en factores como el cansancio, el hambre e, incluso, sobre las reacciones secundarias —como afrodisiaco—, tratando de cuantificar el incremento en el rendimiento. Por medio de un análisis minucioso de las respuestas, Heckel fue organizando protocolos distintos en los que probó dosis diferentes, horarios, etcétera. Al final presentó sus conclusiones en un largo artículo en la Academia de Medicina de París.
Dados sus efectos contra el cansancio y por sus propiedades como “alimento de ahorro”, Heckel quería introducir la nuez de cola en la ración alimenticia de los soldados, pues estaba convencido que les permitiría estar más fuertes a la hora del combate. Pensaba que la nuez de cola podía transformar en trabajo la energía potencial acumulada en el cuerpo; a los ojos de Heckel ésta era un estimulante que “permitía desaparecer todo cansancio, devolviéndole a los músculos su fuerza y su flexibilidad”.
La nuez de cola se popularizó rápidamente como tónico y estimulante entre la población en general. En 1900, sólo en Francia, las farmacias ofrecían más de treinta productos distintos hechos a base de cola con nombres como comprimidos Koladona, Kola-fer Trouette, Elixir de Kola-Coca Vigier, Kolafé, Vino de Kola-Coca Chevrier, Neuro Kola y Kola-Quina Batteur.
Barreras culturales
Uno de los problemas a los que se enfrentó Heckel para poder introducir la nuez de cola como un nuevo tónico fue su presentación, pues según sus propias palabras, “no se podía pensar en imponer al soldado francés el empleo de la nuez de cola según el método del negro africano, es decir, hacerlo masticar la nuez fresca y tragar la saliva. Hay que agregar que el gusto francés, incluso el de los simples soldados, es demasiado refinado como para encontrar placer en la masticación de una semilla astringente y siempre un poco amarga”. La transformación de la nuez de cola en productos familiares para los europeos, como vinos, aguas minerales, granulados, pastillas y galletas, todos ellos medicinales, fue uno de los pasos importantes para su domesticación y aceptación fuera de África. No habría persona que la consumiera a menos de que se evitara la necesidad de escupir el bagazo después de masticarla. Además, había que deshacerse del fuerte sabor amargo, dándole un sabor dulce más acorde con el paladar europeo. La forma más popular en Europa fue, sin duda, la de los vinos fortificantes. No así en Estados Unidos, donde el movimiento de los temperados, que logró la prohibición del alcohol en varios estados, estaba en pleno apogeo. Ahí la forma más popular fue la Coca-Cola, desarrollada por un farmacéutico, de nombre Pemberton, como una bebida medicinal (ver recuadro).
La nuez de cola científica
Interesados por la nuez de cola, varios investigadores se dieron a la tarea de estudiarla. Para poder establecer científicamente su valor farmacológico como estimulante, había que establecer su origen botánico, analizar sus composición química y aislar sus principios activos, así como comprobar sus efectos fisiológicos.
Una de las principales dificultades para la identificación botánica de las nueces de cola fue que los científicos las conocían principalmente por medio del comercio, donde sólo figuraban las semillas, o por medio de los ejemplares botánicos producto de colectas de floras locales. Casi ninguno de los ejemplares de las sterculaceas, y en particular los del género Cola depositados en los herbarios de París, Berlín, Kew, Ginebra y Copenhague, iba acompañado de las semillas (nueces) de cola. Había que establecer una relación unívoca entre los distintos tipos de semillas y las especies productoras. Por ejemplo, ¿las colas rojas grandes de dos cotiledones eran de la misma especie que las colas rojas más pequeñas también de dos cotiledones?, ¿las especies de colas con cuatro cotiledones provenientes de Gabón correspondían a los frutos de los ejemplares de herbario colectados en esa región, o había otras especies?
La clasificación botánica de las colas se debe en gran medida a un bótanico del Museo de Historia Natural de París, Auguste Chevalier quien, aparte de ser considerado por algunos como el padre de la etnobotánica, desempeñó numerosas expediciones a las colonias francesas en África y Asia. En 1899, durante una misión para realizar el inventario de las riquezas naturales del Sudán francés, conoció las colas y le llamó la atención “la gran importancia que le atribuían los indígenas”. Decidió averiguar más sobre ese producto y durante 1899 y parte de 1900 estudió el comercio de las colas; para ello visitó los mercados más importantes de la región, como los de Dakar, Bamako, Djenné y Timbuctú. Entre 1902 y 1904 regresó a las colonias y durante otra misión, que duró desde 1904 hasta 1907, recorrió la regiones productoras de cola de la Guinea francesa y la Costa de Marfil (ver mapa de África occidental). Durante los distintos viajes, Chevalier se fue familiarizando con las diferentes formas y colores que presentaban las nueces y aprendió a distinguir las variedades locales propias de cada una de las distintas regiones. En los mercados preguntaba de dónde provenían las diversas especies; si éstas se cultivaban en la región o si crecían de manera espontánea; también inquiría sobre sus nombres, cuáles eran las más preciadas, etcétera. En el campo hacía observaciones de los árboles productores de nueces y comparaba su tamaño, sus hojas, los frutos, etcétera. Poco a poco estableció un mapa de la distribución geográfica de las colas; además tomó notas y colectó muestras y especímenes para el herbario. Con todo el material reunido después de haber recorrido más de quince mil kilómetros en las regiones productoras y consumidoras de colas, publicó en 1911, junto con un farmacéutico de la Escuela Superior de Farmacia de París, Emile Perrot, una extensa monografía titulada Les kolatiers et la noix de kola.
La experencia de Chevalier en el campo fue determinante para la elaboración de su clasificación botánica de las colas, pues no sólo pudo establecer la correspondencia entre los árboles productores y el tipo de semillas conocidas en el comercio, sino que además pudo observar los usos y el valor que se le atribuía a las distintas variedades. Toda esa experiencia dejó trazos visibles en el trabajo de Chevalier, ya que a diferencia de las clasificaciones anteriores, como aquella elaborada por el alemán Karl Schuman en 1900, en la suya las semillas constituyen un carácter distintivo importante, y las especies de colas comestibles forman una categoría aparte: la sección Eucola (ver recuadro).
Gracias a que Chevalier había colectado varios ejemplares de las distintas variedades de semillas y a que conocía las distinciones hechas por los africanos entre las diversas variedades, pudo incorporarlas en su clasificación como un elemento distintivo. A partir del uso de las semillas como un criterio fundamental de clasificación, resultó un nuevo orden en el grupo de las colas. Schuman, en contraste, nunca había viajado a África, por ello su clasificación de la familia Sterculiaceae está basada únicamente en los ejemplares que tenía a su disposición en el herbario. La diferencia de experiencia y de los materiales a partir de los cuales trabajaron resultó en una clasificación distinta.
Perrot y Chevalier también analizaron la nuez de cola desde el punto de vista químico-farmacológico. Con el propósito de que estableciera la composición química de las distintas variedades que iba encontrando a su paso, en varias ocasiones Chevalier le envió semillas a su amigo Emile Perrot, quien trabajaba en el laboratorio de materia médica de la Escuela Superior de Farmacia. La identidad de la o de las sustancias responsables del efecto estimulante de la nuez de cola había sido objeto de más de un debate, y aún persistían distintas opiniones. Heckel le había atribuido la acción estimulante de la nuez de cola a dos compuestos: la cafeína y otro compuesto químico menos definido, el “rojo de cola”. El rojo de cola era un compuesto que se podía aislar únicamente a partir de nueces de cola secas. Heckel pensaba que el rojo de cola era una sustancia que se producía durante la desecación de la semilla, al mismo tiempo que iba perdiendo un aceite volátil, al que le atribuía un efecto afrodisiaco.
Heckel explicaba que los africanos buscaban sobre todo el efecto genésico de la nuez de cola y por ello solamente consumían las nueces frescas, aunque para los europeos era mejor el consumo de las nueces secas que habían perdido el aceite volátil pero que tenían las virtudes estimulantes del rojo de cola. En 1892, Knebel, un investigador alemán, demostró que el rojo de cola de Heckel era un glucósido de cafeína (al que llamó kolanina) mezclado con una materia colorante. Al tratar el rojo de cola de Heckel con un ácido, Knebel había obtenido cafeína, glucosa y un residuo de color rojo. Emitió entonces la hipótesis de que la kolanina se desdoblaba en cafeína y glucosa al masticar la nuez fresca. Al no poder procurarse nueces frescas en el mercado tuvo que comprobar su argumento con referencia a la forma del uso tradicional. “Debo restringirme a retomar las observaciones hechas por los viajeros en África que podrían servir de fundamento a este punto de vista [...] todas estas descripciones indican que al momento de masticar, es decir, al momento en que la saliva entra en contacto con la kolanina, se suelta el sabor dulce derivado del desdoblamiento de la kolanina”. En 1896, Carles hizo un estudio comparativo entre las nueces secas y las nueces frescas y estableció que la kolanina no estaba presente en las nueces frescas, sino que se iba formando durante la desecación de las nueces por el efecto de una enzima, la koloxidasa. El producto análogo en las nueces frescas era la “kolanina verdadera” o “rojo kolánico soluble” (que no logró aislar). A partir de los trabajos de Carles se pudo establecer que las únicas nueces de cola que tenían un valor farmacológico eran las nueces frescas, como las consumían los africanos. Al poco tiempo los ingleses Knox y Prescott lograron aislar de las nueces frescas un compuesto al que llamaron kolatina. Finalmente, en 1906, Perrot y Goris separaron a partir de la kolatina otro compuesto distinto en estado puro, la kolateína. Una vez aisladas y caracterizadas, la kolatina y la kolanina fueron probadas experimentalmente para determinar su actividad fisiológica.
Desde los trabajos de Heckel se habían dado intensas discusiones acerca de los efectos fisiológicos de la nuez de cola. Para los nuevos fisiólogos, los experimentos sobre la resistencia al cansancio en las caminatas en campo abierto, como lo había hecho Heckel, no eran científicos ni concluyentes, ya que había que comprobar la acción fisiológica del rojo de cola en el laboratorio. También había que comprobar que la acción estimulante de la nuez de cola no se debía únicamente a la cafeína, como pensaban algunos. Para estos autores, puesto que el único principio activo era la cafeína, era mucho más sencillo seguir consumiendo café o té como hasta entonces se había hecho. No valía la pena seguir investigándola y mucho menos introducirla en la milicia. Para probar el valor de la nuez de cola, Perrot y Goris analizaron la acción de los dos compuestos que habían aislado, en perros en el laboratorio. Con ayuda del kymiógrafo desarrollaron gráficas respecto de la actividad muscular después de la aplicación de inyecciones con los dos principios activos. Los resultados mostraron que la kolateína no tenía ningún efecto en la contractibilidad de los músculos, pero que tenía un efecto calmante sobre la frecuencia de los latidos del corazón, al mismo tiempo que aumentaba la energía cardiaca. Estos resultados indicaban que la kolateína podía contrarrestar los efectos nocivos, como la taquicardia, que se presentan al tomar altas dosis de cafeína.
A través de sus trabajos, los científicos establecieron que la nuez de cola pertenecía a la familia Sterculiaceae, y que las especies más útiles eran Cola nitida y la Cola acuminata, ya que contenían un alto grado de cafeína, además de la kolatina y la kolateína, y que estos principios activos hacían de ellas “el tónico por excelencia”. Después de los trabajos científicos la nuez de cola europea tenía muy poco parecido con la nuez de cola africana. Ahora se le consideraba una planta estimulante al igual que el café, el té o el mate. Se convirtió en un producto farmacéutico que se consumía de manera individual, y la única diferencia entre las distintas variedades era su contenido en cafeína. Cambió su dimensión social; y el color, el origen e incluso el sabor que tanto significado tenían para los africanos, ya no presentaba ningún valor para la nueva nuez de cola.
Conocimiento científico y popular
Los científicos se basaron continuamente en el uso tradicional de la nuez de cola para estudiar y analizar la planta. El uso tradicional constituyó una fuente de información importante para el desarrollo del conocimiento científico acerca de la nuez de cola. Desde su identificación como una semilla comestible hasta la forma en que debía de consumirse, las observaciones sobre el uso tradicional de la nuez de cola guiaron las investigaciones científicas. Chevalier, por ejemplo, no sólo se interesó en ella al ver el valor que tenía para los habitantes locales, sino que también privilegió el estudio de aquellas especies que se consumían en los distintos lugares. El uso de las semillas frecas guió los modelos experimentales y sirvió como elemento explicativo para dar cuenta de los resultados encontrados. Mientras que se hacían los experimentos y no existía una certeza sobre los efectos de las semillas, y mientras que no había un consenso sobre cuáles eran los principios activos, los científicos recurrieron a las costumbres tradicionales para obtener más datos y argumentos. El conocimiento científico se constituyó, en buena medida, a partir del saber popular sobre las semillas y que después fue probado con los métodos propios a los fisiólogos y a los farmacéuticos. El trabajo de los científicos consistió en probar con las técnicas de rutina de sus disciplinas, el conocimiento popular. El método científico empleado por los investigadores se redujo a la aplicación de una serie de técnicas que sin embargo tuvieron profundas consecuencias. A través de los trabajos científicos se elaboró una redefinición de la nuez de cola en términos botánicos, químicos y fisiológicos.
Al mismo tiempo que los investigadores realizaban sus experimentos con base en el uso tradicional de la nuez de cola, iban juzgando por comparación con sus propios resultados el uso que le daban los africanos. Los científicos establecían a la luz de sus propias conclusiones la racionalidad del saber tradicional. Por ejemplo, al hacer un estudio comparativo del contenido en cafeína y de rojo de cola entre varios tipos de colas utilizados por los africanos, y encontrar que una de las variedades no contenía los principios activos, Heckel concluyó que “es por una ilusión aún inexplicable el hecho de que los negros la empleen y le atribuyan un valor fuera de proporción con su valor real”. Cuando los experimentos confirmaban o correspondían con el uso tradicional, se atribuía esta coherencia a la intuición y a la eficacia del conocimiento empírico. En el momento que Goris y Perrot lograron aislar la kolatina a partir de las nueces frescas concluyeron que “el uso que le dan los negros, descartando las nueces secas, es perfectamente racional desde el punto de vista científico”. Aquellos elementos del conocimiento africano que no se dejaron cuantificar o que no correspondieron a las conclusiones emitidas por los científicos no sólo se dejaron a un lado, sino que también se ignoraron o se descalificaron como supersticiones y errores. Por otra parte, una vez que la comunidad científica aceptaba ese conocimiento como verdadero —como el hecho de que las nueces de cola frescas eran las únicas útiles— entonces desaparecía la mención al uso y al conocimiento tradicional, y pasaba a ser parte del conocimiento científico. Al hablar de ello ya no era necesario hacer referencia al uso en África, y se podían citar los trabajos científicos que lo probaban. De esta manera, el conocimiento tradicional es integrado al conocimiento científico y borrado lentamente.
A través de los experimentos científicos, del uso de las cuantificaciones y del análisis como criterios de validación, se creó una distinción entre la nuez de cola africana y la europea. Aquellos parámetros que concordaban con aquellos establecidos por los investigadores constituían la realidad y eran del dominio de la ciencia, y todo aquello que no se dejara cuantificar pasaba a formar parte de las creencias y pertenecía al dominio de la cultura y de la antropología. Este ejemplo nos sirve para analizar con qué desprecio ha operado la ciencia con respecto al saber tradicional, imponiendo jerarquías y negándole validez a todo aquello que no entra dentro de sus propias definiciones, prácticas y cosmovisión.
Un vegetal útil
Los estudios científicos acerca de la nuez de cola estuvieron motivados por distintas razones. Además del establecimiento de un conocimiento científico de la planta, ya fuera botánico, químico o farmacológico, se buscaba conocer y estudiar aquellas plantas de las colonias que pudieran ser de utilidad para los europeos. La identificación de plantas útiles era parte del proyecto colonial de la época. Así lo expresó claramente un botánico de Marsella: “Toda colonia es una materia prima cuyo valor es proporcional a la manera en que se le explota. Después de haber hecho todos los sacrificios necesarios en hombres y en dinero para expander nuestros dominios coloniales, no podremos justificar la conquista, sino en la medida en que utilicemos para la industria francesa la fertilidad de los países recientemente adquiridos, utilizando los variados productos que nos ofrecen”. Chevalier, como tantos otros en su época, compartía esa visión, pues el propósito de sus misiones en las colonias era estudiar y realizar inventarios de productos que pudieran ser explotados por los franceses. Con la colaboración de Perrot escribió varias monografías en una colección de la Escuela Superior de Farmacia titulada, Los vegetales útiles del África occidental. A Chevalier no sólo le interesaban las nueces de cola como especies botánicas, sino sobre todo como producciones comerciales para la metrópoli. En una extensa monografía incluía numerosos datos sobre el cultivo, propagación y cuidados de los árboles, además de los datos necesarios para la cosecha, empaque, conservación y comercialización de las semillas.
En varias ocasiones Chevalier le envió a Perrot muestras de aquellas plantas que encontraba durante sus expediciones y que al parecer podían tener una aplicación en la industria, en la alimentación o en la terapéutica. Perrot hacía el análisis de las especies y de esa manera determinaba si poseían una actividad farmacológica o si tenían un valor nutritivo y, por otra parte, si tenían algún compuesto que pudiera servir a la industria, como fibras, saponinas u otros. Es decir, Perrot establecía si las muestras que Chevalier le enviaba podían tener una utilidad y si éstas se podían explotar.
Por otro lado, los científicos sirvieron como intermediarios entre las colonias y la metrópoli, pues el papel central que desempeñaban era traducir las muestras provenientes de las colonias a compuestos químicos, esencias o fibras, asignándoles así una utilidad. Por ejemplo, al redefinir la nuez de cola en términos de cafeína, kolateína, kolatina y como estimulante, los médicos pudieron prescribirla como un medicamento; entonces los boticarios comenzaron a prepararla en distintas presentaciones y los pacientes pudieron comsumirla para combatir la neurastenia. Redefinida en términos científicos y en propiedades que eran familiares para los europeos, la nuez de cola pudo salir del laboratorio e insertarse en el mundo de la industria y el comercio. Fue gracias a la atribución de nuevas propiedades específicas que los vegetales ajenos a la cultura occidental cobraron un sentido para los europeos y pudieron ser integrados a sus costumbres. A través de los estudios científicos y de la identificación de las propiedades útiles de las distintas plantas, éstas se convirtieron en productos potenciales para el mercado de la metrópoli. Fue así como mediante los estudios científicos las plantas de las colonias que formaban parte de la vegetación local se convirtieron en vegetales útiles.
Los científicos, conscientes de su papel como intermediarios, sirvieron además activamente como divulgadores. Perrot, por ejemplo, estableció un museo que cumplía una doble función, pues aparte de mostrar las distintas plantas o sus partes útiles, servía como lugar de consulta para comerciantes e industriales. El museo estaba organizado de la siguiente manera: primero aparecía una explicación monográfica de las plantas que contenía toda la información necesaria (el libro de las colas de Perrot y Chevalier es un ejemplo); después, el visitante encontraba, entre otras plantas análogas, la planta que le interesaba, ya fuera por su composición o por su utilidad; por ejemplo, todas la plantas productoras de gomas estaban dispuestas conjuntamente, o la nuez de cola se presentaba rodeada del café, del té y del mate, y para terminar, se pasaba a las colecciones organizadas en orden geográfico, es decir, por países productores. El museo de Perrot no era una excepción, ya que había varios en Francia e, incluso, Heckel había organizado uno en Marsella con el apoyo de la cámara de comercio local. Este último lo esta blecieron con el fin de “evaluar las riquezas naturales coloniales y así permitirles ubicarse en el comercio y la industria de la metrópolis”. Al ingresar al museo bastaba “mirar las vitrinas para ver todos aquellos productos de una colonia que tuvieran un interés científico o económico, a su vez que las diversas manipulaciones industriales o las aplicaciones de cada uno de los productos”. En una de las vitrinas se exponía, por ejemplo, una semilla, los ácidos grasos aislados por saponificación o por destilación, glicerina, y velas y jabones producidos a partir de ella. Los museos constituían lugares de exposición y de información acerca de los productos coloniales donde los comerciantes e industriales podían ver los datos sobre las características, la procedencia y la calidad de los productos de alguna planta.
A través de los museos y de la participación en diversas exposiciones universales y coloniales, Heckel, Perrot y Chevalier, entre otros, promovieron activamente las producciones coloniales entre los comerciantes y los industriales. Además, viajaron como expertos a las colonias para ayudar al establecimiento de plantaciones y así organizar y maximizar la producción de los vegetales útiles. Así fue con la nuez de cola, y así sucedió con decenas de otras plantas, entre las cuales podemos nombrar el karité, el café verde y la pseudocinchona. Los científicos constituyeron el puente de enlace entre los dos continentes, entre los usos, la producción y los mercados coloniales y sus contrapartes metropolitanas.
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Referencias bibliográficas
• Chevalier A. y E. Perrot, 1911, Les kolatiers et la noix de kola. Les végétaux utiles de l’A.O.F. A. Challamel, París.
• Heckel E., 1893, “Les végétaux utiles de l’Afrique tropicale. Les kolas africains.” Annales de l’Institut Colonial de Marselle, 1.
• Hinke N., 1996, La noix de kola comme végétal utile de l’A.O.F. (fin XIXe - début du XXe siècle). dea en Epistémologie et Histoire des Sciences, Université de Paris 7.
• Lovejoy P.E., 1995, “Kola nuts. The coffee of the central Sudan”, en: Goodman J., Lovejoy P.E. y A. Sherratt (eds.). Consuming habits. Drugs in history and anthropology. Routledge, Londres y Nueva York, pp.103-125.
• Pendergrast M., 1993, For God, country and Coca-Cola. Charles Scribner’s Sons, Nueva York.
• Rabinbach A., 1995, The human motor. Energy, fatigue and the origins of modernity. California University Press, Berkeley.
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Este trabajo es parte de la tesis de maestría que se realizó con el apoyo del Conacyt.
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Nina Hinke
Universidad de París
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como citar este artículo → Hinke, Nina. (1999). Fuerza para el imperio. La nuez de cola en Europa. Ciencias 55, julio-diciembre, 62-71. [En línea]
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¿Qué es la divulgación de la ciencia?
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Juan Tonda Mazón
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Estaba frente a mi computadora tratando de definir la divulgación de la ciencia y realmente no sabía por dónde empezar. Me imaginé cómo sería ésta si muchas personas tuvieran a su alcance un casco de realidad virtual, en el que uno se mete en un juego de computadora y experimenta estar en un mundo ficticio de tres dimensiones. Así, aprovechando los recursos que nos ofrece la divulgación de la ciencia, uno podría viajar por el Sistema Solar y acercarse a cada planeta, o recorrer el adn como quien se echa por una resbaladilla. Pero, oh desilusión, de pronto me encontré en la virtual realidad.
Si definir la ciencia es una tarea por demás compleja, a la que muchos científicos han preferido no poner atención, precisar en qué consiste su divulgación resulta igualmente difícil. Partiendo de esta premisa, una definición de divulgación de la ciencia sólo proporcionaría una imagen burda y muy general de lo que representa. Trataré por ello, de dar algunas ideas sobre esta actividad.
Si se tratara de un diccionario, la definición podría decir lo siguiente: disciplina que se encarga de llevar el conocimiento científico y técnico a un público no especializado, que va desde los niños hasta las personas de edad. Dicha labor es, sobre todo, interdisciplinaria, aunque la realizan especialmente los científicos, los técnicos, los comunicadores y, de manera más reciente, los divulgadores de la ciencia.
Como en toda definición, la primera pregunta sería: bueno, si yo tengo conocimientos de especialización en física, ¿nadie se encargará de hacer divulgación para mí?
Hacia la universalización
De la respuesta a esta pregunta parte una de las características más importantes de la divulgación de la ciencia. Si tengo conocimientos especializados de física, no quiere decir que los tenga de todas las áreas de esta disciplina. Por ejemplo, me podría haber especializado en la Teoría de la Relatividad General, sin embargo, no sabría cómo poner a funcionar un microscopio electrónico. Aun dentro de la física y a pesar de ser un investigador destacado en un área, el desconocimiento en otras resultaría bastante profundo.
La divulgación de la ciencia, por su parte, avanza en sentido opuesto: pretende hacer más universal el conocimiento, es decir, intenta que el físico relativista sea capaz de entender cómo se pone en funcionamiento un microscopio electrónico pero también que tenga conocimientos elementales de biología, química, ingeniería, electrónica, medicina, economía, historia, filosofía, etcétera, y que esté al tanto de los últimos avances de otras disciplinas. Resumiendo, un buen divulgador de la ciencia debe tener conocimientos elementales de muchas áreas de la ciencia y ser capaz de transmitirlos a públicos muy diversos. Por otro lado, quienes se acercan a la divulgación de la ciencia deben tener una necesidad de conocimiento, de entender cada vez mejor el mundo que nos rodea.
Existen muchos investigadores que además de aportar su granito de arena para que la ciencia avance, se preocupan, por una parte, de que los no especialistas conozcan lo que hacen, y, por otra, de llevar sus conocimientos a sectores más amplios de la población.
De hecho, fue así como nació la divulgación de la ciencia en México. Un grupo de investigadores se preocupó por editar una revista para que los estudiantes de las carreras científicas y del bachillerato entendieran lo que hacían sus colegas de otras áreas y estuvieran al día de los avances en todo el mundo. En el caso de los estudiantes de bachillerato, por vez primera se podían enterar de los avances científicos, de la ciencia fuera de los libros de texto, su historia y filosofía y acerca de lo que hacían los científicos mexicanos.
La labor educativa
Otro rasgo importante de la divulgación de la ciencia es que cumple con una función educativa, a pesar de que algunos divulgadores sostengan que no necesariamente tiene que ser así. Según ellos, sólo se trata de pasarse un rato agradable, divertirse con la ciencia o bien recibir alguna noticia científica; cumplir con educar, sostienen, es un proceso muy difícil y arduo que sólo puede darse en el salón de clases.
En óptimas condiciones, un mexicano está en un salón de clases ocho mil horas durante toda su vida, lo que representa el 8% del tiempo libre que tiene una persona, suponiendo que trabaja ocho horas diarias, duerme otras ocho y dedica a las comidas otras cuatro horas. El resto (92%) de ese tiempo se invierte en hablar, jugar, ver la televisión, divertirse, escuchar la radio, leer, oír música, ir al cine o al teatro, hacer algún deporte, descansar, tener relaciones sexuales, desplazarse de un lugar a otro, etcétera.
Si de ese 92% de tiempo restante no se aprovecha cuando menos una pequeña parte para la educación, entonces, hagámoslo, aunque no tengamos salón de clases ni maestros.
En este sentido, la divulgación de la ciencia ofrece la posibilidad de contar con una educación informal fuera del ámbito escolar. Esto se logra a través de los diferentes medios de comunicación, que pueden ser desde una charla informal hasta la transmisión de un programa de televisión que llega a cinco millones de personas.
La motivación
En ciencia nos han enseñado que un investigador debe aportar un granito de arena para el avance de su disciplina. Cuando esto ocurre, el científico experimenta un gran placer, y si en lugar de un solo granito aporta más de cien, estará en el limbo.
Cuando un investigador logra resolver algún problema o realiza algún descubrimiento o aportación al conocimiento, se siente realizado; ha logrado, con su esfuerzo, obtener un resultado. Éste se manifiesta con la publicación de su trabajo para que sus colegas conozcan sus aportaciones. El solo hecho de aportar algo nuevo, por pequeño que parezca, constituye una motivación fundamental para seguir investigando.
Esta característica es válida tanto para el investigador como para el divulgador de la ciencia. Cuando un divulgador logra transmitir una serie de inquietudes e ideas a su público, se siente contento y satisfecho; se siente a gusto si es capaz de motivar a su público produciendo el efecto que deseaba, del que se percatará al terminar su trabajo de divulgación.
Ese mismo placer que logra un investigador o un divulgador de la ciencia, lo experimenta un estudiante cuando entiende un argumento complejo, termina una obra de arte o resuelve un problema.
Aquí haré un paréntesis para señalar que motivar no es sinónimo de divertir, característica que algunos le adjudican a la divulgación. Si el fin último de la divulgación de la ciencia fuera divertir, un juego como el Nintendo 64, sería un gran producto de divulgación por el simple hecho de ser muy divertido. Creo, sin embargo, que la mayoría de las personas estará de acuerdo en que el ejemplo anterior no tiene nada que ver con la divulgación.
Un buen trabajo de divulgación puede motivar al público a comprender más un tema por varios caminos. Uno de ellos puede ser la diversión, la analogía, la historia o cualquier otro recurso. La falta de comprensión y la dificultad también pueden servir de motivación para adentrarse al conocimiento de la ciencia.
En mi caso, recuerdo que en la preparatoria leí un libro que explicaba la Teoría de la Relatividad Especial de Landau y me llamaron mucho la atención las propuestas de Einstein. Realmente el libro no resultaba fácil para entender la teoría de Einstein, sin embargo, conocer que la velocidad de la luz es la más alta a la que se puede aspirar, así como los efectos en la forma de las cosas y en el tiempo al acercarse a ella, son resultados que rompen con el sentido común. Resultados que no fáciles de entender, sí llamaron mi atención; que me llevaron a acercarme más a la ciencia y a tratar de conocer cómo se llegaba a conclusiones tan sorprendentes. Después de estudiar la carrera de física, tuve la oportunidad de llevar varias materias de relatividad con excelentes maestros como el doctor Carlos Graef Fernández, el doctor Michael Ryan y la doctora Deborah Dultzin. Cuando llegué a la parte del curso en la que se abordaban las ecuaciones de Einstein —dos simples ecuaciones tensoriales que engloban todas las ecuaciones de Maxwell y, por lo tanto, todas las leyes del electromagnetismo y la relatividad—, me produjo una gran satisfacción el hecho de saber cómo se podían unificar las leyes del Universo a tal grado, aunque resolver el problema más elemental con dichas ecuaciones resulte una tarea ardua. Con el ejemplo anterior, sólo he querido mostrar lo que aprendí recientemente del doctor Luis Estrada, cuando en una reunión de divulgadores de la ciencia nos llevó una película de topología llamada No anudado, simplemente para discutir si se trataba de un trabajo de divulgación de la ciencia. En esa ocasión, señalé que no creía que lo fuera, porque no se entendía nada y yo no había entendido la secuencia de los razonamientos.
La película mostraba los efectos que se producen al realizar transformaciones topológicas visualmente tal y como los vería una persona que estuviera en ese espacio matemático extraño. Debo decir que los efectos resultaban de una belleza inaudita y se habían realizado con un trabajo de computadora realmente impresionante. Hoy creo que esa película trata de mostrar que lo complejo y difícil puede servir de motivación para acercarse a la ciencia y por lo tanto, debe considerarse divulgación de la ciencia.
No obstante, en este caso influye nuestra necesidad de llegar al fondo de las cosas. Si no logramos entender algún artículo de divulgación de física y el tema nos llama la atención, es probable que tratemos de acercarnos a otros artículos sobre el asunto y de esta forma iremos aprendiendo más.
A continuación daré un ejemplo de que la divulgación no es traducción de la ciencia, sino recreación de ésta. Para entender qué es el adn puedo decir que se trata del ácido desoxirribonucleico. Esto sería una traducción literal, pero si digo que forma parte de una célula y que se encuentra en el núcleo de la misma, por lo menos puedo entender dónde está y que es de tamaño muy pequeño. Si además señalo que tiene la forma de doble hélice o de dos escaleras de caracol entrelazadas, entonces la analogía me proporcionará una imagen de la forma. Pero hasta ahora eso no me dice nada acerca del nombre. De ahí que si continúo con la analogía de las escaleras puedo decir que sus barandales están hechos de un compuesto químico llamado grupo fosfato y de un azúcar llamado ribosa a la que le falta un átomo de oxígeno, por eso lo de desoxi.
Además, los peldaños son las llamadas bases nitrogenadas: adenina, guanina, citosina y timina, y cada escalón está formado por uniones débiles de adenina y timina o de guanina y citosina. Finalmente, puedo decir que la clave de la vida se encuentra en el ADN, pues en él se encuentran los genes, que determinan la herencia y las características de un organismo.
El significado de la divulgación
Como prueba de que definir con precisión la divulgación de la ciencia no es una tarea sencilla, empezaré señalando que el primer problema al que me enfrenté fue considerar que el periodismo científico, la divulgación de la ciencia y la comunicación de la ciencia eran sinónimos.
Ahí el problema no era considerarlos sinónimos sino que existía una dependencia dedicada a la comunicación de la ciencia, una asociación dedicada al periodismo científico y una sociedad dedicada a la divulgación de la ciencia. Por razones obvias, cuando cada quien hablaba de lo que hacía, resultaba que todos estaban dedicados a lo mismo pero con tres nombres diferentes. El problema es que todavía hoy cada quien defiende sus términos.
Ahora hagamos un nudo, pero no topológico sino de estos tres términos. Los divulgadores y los comunicadores de la ciencia señalan que el término periodismo científico es en sí mismo contradictorio por reducción al absurdo: ¿cuál es el periodismo acientífico o no científico? La respuesta, simplemente, es que sólo puede existir un periodismo: que esté bien o mal hecho nada tiene que ver con el carácter científico. En otras palabras, puedo hacer una nota roja de gran calidad y estaría entonces haciendo periodismo científico. Los defensores del término periodismo científico llaman así a la parte de divulgación de la ciencia que se desarrolla en periódicos y suplementos de ciencia. Otros escritores señalan que, a diferencia de la divulgación de la ciencia, el periodismo científico no tiene sustento teórico, y que por lo tanto, es una tarea puramente informativa.
Los divulgadores y los periodistas científicos argumentan contra el término “comunicación de la ciencia” que la esencia misma de la ciencia es la comunicación. Así, la tarea más importante de los científicos es la comunicación; comunican sus resultados en revistas de prestigio internacional. Por lo tanto, un investigador y un comunicador de la ciencia serían personas que se dedican a lo mismo y no es así.
El concepto que tiene la mayoría de las personas de la comunicación es hablar por teléfono, cuestión que no refleja lo que es en realidad la comunicación de la ciencia. A favor de esta crítica puede señalarse la creación del término comunicación pública de la ciencia, que hace la diferencia de comunicar la ciencia al gran público y entre los especialistas.
Los comunicadores de la ciencia y los periodistas científicos critican el término divulgación porque, según su raíz, proviene de vulgo, vulgare, y es un término clasista que separa a los elegidos que saben de ciencia del vulgo, de la chuzma, a la que se le va a enseñar ciencia. Sin embargo, se puede contrargumentar que quienes hacen divulgación no adquieren esa filosofía, sino que la consideran una tarea social y cultural. A favor del término divulgación también puede señalarse que con una sola palabra se designa una sola actividad, sin lugar a confusiones, cosa que no ocurre con comunicación o con periodismo.
Pero aquí no acaba la historia del lenguaje, pues están también los términos difusión de la ciencia, comunicación pública de la ciencia y comunicación social de la ciencia. El término difusión de la ciencia proviene de las tareas universitarias, dado que la difusión es una de las actividades fundamentales de la universidad. En contra del término difusión de la ciencia está que se difunde dentro de todas las actividades culturales y que en las universidades se le ha relegado al último sitio. Comunicación pública de la ciencia es una designación afortunada, salvo porque requiere varias palabras para entenderla: soy un comunicador público de la ciencia. Verdad que resulta complejo referirse a esa profesión. En relación con la comunicación social de la ciencia, en México los departamentos de comunicación social de las secretarías de estado son los voceros para la prensa. Su labor es de carácter gubernamental, es decir, de proporcionar información de las actividades de las secretarías al resto de la sociedad, lo cual se funde con la política y no tiene relación con la divulgación de la ciencia. Si ése fuera el caso se podría hablar de democratización de la ciencia.
A partir de esta breve revisión de los términos que se emplean para designar la divulgación de la ciencia, habría que ponerse de acuerdo, en primer lugar, en usar el mismo término para nuestra actividad, cuando menos en todos los lugares donde se habla español.
La creatividad
Una característica importante de la divulgación es la de recrear el conocimiento científico a partir de la creatividad, conocimientos e imaginación propios del divulgador. En este sentido, la divulgación es una tarea artística en la que se combinan la sencillez, la diversión, la estructura, la riqueza y el uso del lenguaje, la motivación, el desarrollo del conocimiento científico, la capacidad para transmitir la belleza de un resultado, las características del pensamiento científico, la presentación, la capacidad para dirigirse a un público determinado, las imágenes y la síntesis visuales, la reiteración, las analogías y el contexto, todas ellas características que debe desarrollar un buen equipo de divulgación de la ciencia. Por ello, la divulgación no puede resumirse como una mera traducción o interpretación de la ciencia. Lo que tal vez puede decirse es que el concepto divulgación de la ciencia evoluciona con el tiempo, en el mismo sentido en que lo hace la ciencia, de ahí la riqueza de esta generosa disciplina que cada vez cobra mayor fuerza.
¿Quiénes hacen divulgación?
En un principio se creía que sólo los investigadores de ciencias naturales podían hacerla. Pero si bien algunos son capaces de ello, los resultados no siempre son buenos. En una segunda etapa entraron los comunicadores y los periodistas a auxiliar a los investigadores de ciencias naturales; entonces se entabló una dura batalla sobre quién llevaba la bandera: los comunicadores lanzaron la artillería pesada diciendo que los investigadores no sabían escribir, que redactaban muy mal y, lo peor, que no conocían los géneros periodísticos. El contrataque fue feroz; los investigadores señalaron que los comunicadores no tenían la más mínima idea del contenido científico de los artículos (en el caso de la divulgación escrita), que los periodistas se iban por la parte sensacionalista y desinformaban a su público con afirmaciones falsas que leían miles y miles de personas. Fueron años de una lucha encarnizada, que para algunos aún persiste. La tercera etapa, la actual, se presentó cuando algunos investigadores se dieron cuenta de que podían trabajar con los comunicadores y periodistas de la ciencia y de que el trabajo entre ambos lograba mejores resultados. Entonces empezaron a experimentar uniéndose historiadores, filósofos, pedagogos y artistas, y el resultado fue mucho mejor. Hoy puede decirse que la divulgación de la ciencia la realiza un grupo interdisciplinario. No sólo los periodistas aprenden de los investigadores, sino que éstos aprenden de aquellos y además de diseñadores, fotógrafos, educadores, historiadores, filósofos, etcétera.
Aprender a trabajar en equipo no es una tarea sencilla cuando en las universidades nos han inculcado que hay que destacar como persona, aun a costa de nuestro compañero y que los méritos no deben compartirse con nadie. Sin embargo, aprender de personas de otras disciplinas con un objetivo común resulta una tarea enriquecedora de la que se obtienen buenos resultados.
Hasta ahora, los divulgadores de la ciencia nos encontramos en esta etapa: la formación en la práctica. Pese a lo anterior, se empiezan a dar los primeros pasos para profesionalizar la divulgación de la ciencia a través de cursos y diplomados. Esperemos que en el futuro podamos tener acceso a una maestría en divulgación de la ciencia y, por qué no, a una licenciatura en la que los divulgadores formados en la práctica proporcionen su experiencia para formar a los nuevos.
A manera de conclusión
Me gustaría mencionar algunos términos que todavía hoy se prestan a confusión. En primer lugar está el término científico. Comúnmente se entiende que científicos son los investigadores en física, química, biología, medicina y matemáticas. Sin embargo, no se incluye a los profesores y a los divulgadores de la ciencia.
Por otro lado, cuando se habla de ciencia, nuevamente sólo se incluye a los físicos, químicos, biólogos, médicos y matemáticos, cuando las ciencias abarcan también a las ciencias sociales, de la conducta, las aplicadas, la historia, la filosofía, etcétera. Hoy, afortunadamente, hay consenso en que la divulgación de la ciencia debe abarcar todas las disciplinas. Si en los inicios de la divulgación sólo se incluían las llamadas ciencias duras, porque eran las que menos conocía el resto de la sociedad, hoy el concepto de ciencia se extiende al conocimiento que aportan las diferentes disciplinas, siempre y cuando dicho conocimiento tenga cierta validez que pueda cambiar con el tiempo.
Estoy convencido de que cualquier persona puede acercarse a la divulgación de la ciencia si está realmente comprometido con ella. Si la divulgación llega a penetrar los medios masivos de comunicación, tendremos verdaderos libros de texto en los cuales diariamente estaremos aprendiendo, en lugar de periódicos y noticieros en los que sólo podemos leer, ver o escuchar miles de malas noticias o declaraciones vacías que venden mucho, pero que no aportan nada para nuestro desarrollo intelectual.
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Juan Tonda Mazón
Dirección General de Divulgación de la Ciencia,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo → Tonda Mazón, Juan. (1999). ¿Qué es la divulgación de la ciencia? Ciencias 55, julio-diciembre, 76-81. [En línea]
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del bestiario |
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Unicornios al oeste de Java
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Héctor T. Arita
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El unicornio es tal vez el animal mítico por excelencia. En los bestiarios de la Edad Media se le reconoce como un animal maravilloso con la habilidad suficiente para derrotar en combate a un elefante y capaz de purificar con su único cuerno las aguas contaminadas para volverlas potables para los demás animales. La primera referencia escrita sobre el unicornio es de Ctesias, historiador griego del siglo V antes de Cristo, quien describe al “monoceros” (unicornio en griego) como un animal silvestre de la India, del tamaño de un caballo pero con el cuerpo albo, la cabeza púrpura y los ojos de color azul intenso. El cuerno de esta prodigiosa bestia, según la descripción de Ctesias, es negro con la punta roja y la base blanca y tiene propiedades medicinales inusitadas, ya que las personas que beben de él pueden encontrar cura para problemas estomacales, epilepsia y envenenamiento.
Como los relatos de otros historiadores de la antigüedad, las descripciones de Ctesias no pueden interpretarse en forma literal por ser de segunda mano. Ctesias jamás vio a uno de esos seres míticos, y aparentemente oyó sobre los unicornios a través de los relatos de otros viajeros cuando el historiador griego vivía en Persia, sirviendo en la corte de Darío II. Durante la Edad Media los nobles bebían de copas supuestamente fabricadas con cuernos de unicornio para prevenirse de posibles envenenamientos. En realidad, la materia prima para estas milagrosas copas provenía probablemente de los cuernos de algún rinoceronte o del “colmillo” del narval (Monodon monoceros), una pequeña ballena cuyos machos desarrollan tales “colmillos” a partir de uno de los dos únicos dientes que poseen.
Mucho se ha especulado sobre la identidad del animal que pudo haber dado principio a la leyenda del unicornio. La explicación más plausible para el origen del mito es que los informantes de Ctesias trataban de describir con sus fantasiosas historias al rinoceronte de la India (Rhinoceros unicornis), una bestia de hasta cuatro toneladas que efectivamente posee un único cuerno sobre su hocico. Sin embargo, el cuerno de este animal es muy pequeño y difícilmente confundible con los majestuosos apéndices que supuestamente tenían los unicornios.
Una hipótesis más aventurada involucra una especie de rinoceronte ya extinto, el elasmoterio. Además del famoso rinoceronte lanudo que aparece representado en las pinturas rupestres de la cueva de Lascaux, en el Pleistoceno existió otro tipo de rinoceronte ya extinto que poseía una fisonomía distinta a la de los rinocerontes actuales. Se conocen fósiles de elasmoterio (por su nombre científico, Elasmotherium) de entre 500,000 y tres millones de años de antigüedad. Del tamaño del rinoceronte blanco actual, el elasmoterio era considerablemente más esbelto y con las patas más alargadas y elegantes. Asimismo, su cuerno era bastante más largo que el de los rinocerontes actuales, llegando a medir hasta dos metros. Aunque los fósiles más antiguos de este animal tienen al menos medio millón de años, se ha especulado que esta bestia podría haber sobrevivido hasta tiempos históricos, hace unos cuantos de miles de años, tal como lo hicieron varios representantes de la megafauna pleistocénica. (La última población de mamuts lanudos, por ejemplo, aparentemente desapareció de la isla Wrangler al norte de Siberia hace apenas unos 4,000 años, cuando Babilonia era ya una gran ciudad.) Algunos naturalistas, pecando tal vez de un poco de romanticismo, han sugerido que es factible que alguna población humana haya convivido con el elasmoterio y que la idea de un animal como el unicornio derive en realidad de este rinoceronte pleistocénico. Evidentemente, es imposible dilucidar científicamente la validez de esta teoría.
Hoy día existen cinco especies de rinocerontes, dos en África (el blanco y el negro) y tres en el sureste de Asia, supuesta tierra natal del unicornio. Además del ya mencionado rinoceronte de la India, existen el rinoceronte de Sumatra (Didermocerus sumatrensis) y el de Java (Rhinocerus sondaicus). El primero, que con su peso de una tonelada parece una versión miniatura del rinoceronte lanudo del Pleistoceno, subsiste en poblaciones aisladas distribuidas desde Myanmar (la antigua Birmania) hasta la península Malaya, además de otras poblaciones en Sumatra y Borneo. El llamado rinoceronte de Java es una de las especies de mamíferos más amenazadas. Su distribución original abarcaba desde el noroeste de la India hasta la isla de Java, incluyendo partes de Tailandia, Camboya y Vietnam, además de las islas de Sri Lanka (la antigua Ceilán) y Sumatra. Hasta muy recientemente se creía que la única población restante de este animal habitaba en las selvas del extremo oeste de Java, en la reserva de Udjung Kulon, aunque algunos reportes recientes parecen confirmar la existencia de pequeñas poblaciones en el continente. De hecho, la revista Newsweek del 26 de julio de este año presenta una imagen lograda por un fotógrafo de la naturaleza de un rinoceronte de Java en el sur de Vietnam.
La distribución pasada y actual de los rinocerontes del sureste de Asia plantea algunas preguntas biogeográficas interesantes. En particular, ¿cómo es posible que especies como los rinocerontes de Java y Sumatra, que no son particularmente ágiles nadadores, hayan llegado a colonizar estas islas? Esta incógnita fue planteada y parcialmente despejada hace casi un siglo y medio por Alfred Russell Wallace, el codescubridor junto con Charles Darwin del proceso de evolución por selección natural. Wallace notó que en gran parte de la cadena de islas de la Sonda en el sureste de Asia (Sumatra, Java, Bali e islas menores adyacentes) la fauna de aves, si bien pobre en especies, incluye casi todas las familias presentes en la parte continental de Asia.
Sin embargo, en las islas de la Sonda más allá de Bali (Lombok, Sumbawa, Flores, Wetar, Timor, etcétera) la mayor parte de estas familias están ausentes. Aparentemente, algún mecanismo ha hecho difícil que las aves del mundo asiático crucen de Bali a Lombok. Entre los mamíferos sucede algo parecido. Por ejemplo, el tigre se encontraba originalmente en la mayoría de las islas de la cadena de la Sonda, y su límite de distribución era precisamente Bali, donde hasta hace unos pocos años existía el llamado tigre de Bali (Panthera tigris balica). La distancia entre Bali y Lombok es de unos treinta y cinco kilómetros. De hecho, en los días claros, la sombra gris de Lombok se puede divisar en el horizonte desde la costa oriental de Bali. ¿Por qué las aves y los tigres pudieron llegar hasta Bali pero no pudieron cruzar el estrecho canal hasta Lombok?
La línea que Wallace dibujó para separar la región biogeográfica oriental (correspondiente a Asia) de la región australiana pasa precisamente entre Bali y Lombok. Wallace intuyó que lo que hace infranqueable el estrecho entre estas dos islas es la profundidad del mar. Mientras que los estrechos que separan Sumatra, Java, Borneo y Bali entre sí son relativamente someros (de menos de doscientos metros de profundidad), el estrecho de Lombok es mucho más profundo. Hoy día sabemos que durante el Pleistoceno, debido a los cíclicos cambios en el clima global, el nivel medio del mar fluctuó varios cientos de metros. En repetidas ocasiones, las islas de la Sonda hasta Bali, así como Borneo, estuvieron conectadas por tierra firme. Durante esos episodios la actual isla de Bali era simplemente un promontorio en el extremo oriental de una gran península conectada con el continente. Durante estos periodos Lombok era una isla situada enfrente de esa gran península malaya extendida.
Tanto las aves como los mamíferos no tuvieron problemas para extender sus áreas de distribución desde el continente hasta el extremo de esa península pleistocénica. De hecho, hay evidencia fósil y subfósil de la presencia de leopardos, orangutanes, elefantes y, por supuesto, tigres en la mayoría de las islas de la Sonda hasta Bali. Las aves que Wallace observó, así como el tigre de Bali, representan poblaciones que quedaron atrapadas en esa isla cuando el nivel del mar se elevó por última vez hace unos 15,000 años. La fauna de Lombok, por el contrario, es mucho más pobre tanto en mamíferos como en aves, ya que esa tierra nunca estuvo conectada con el continente.
Ya con esta información no resulta difícil explicar la presencia de los rinocerontes en Sumatra y Java. Como los otros grandes mamíferos del sureste de Asia, estos poderosos unicornios simplemente respondieron a las fluctuaciones geológicas y climáticas del Pleistoceno, haciendo que sus poblaciones se extendieran a gran -parte de la península malaya pleistocénica. Al elevarse el nivel de los mares quedaron poblaciones aisladas en cada isla de lo que ahora es el archipiélago de la Sonda. Bali probablemente resultó muy pequeño para mantener poblaciones viables de rinocerontes, pero Java, Sumatra y Borneo siguieron proveyendo de hábitat adecuado para los rinocerontes hasta nuestros días.
Ya en tiempos históricos, la pérdida de hábitat por la intrusión humana y la cacería desmedida han llevado a los rinocerontes de Java y Sumatra al borde de la extinción. El rinoceronte de Java en particular ha sido llamado el mamífero más raro (en el sentido de escaso) del mundo. La extinción de los rinocerontes del sureste de Asia representaría mucho más que simplemente la pérdida de dos o tres especies de mamíferos. La existencia del tigre de Bali, del orangután en Borneo y de los rinocerontes en Java y Sumatra es algo que debería maravillarnos dada la asombrosa historia geológica que explica sus patrones de distribución. La extinción del tigre en Bali y el estado actual de las poblaciones de los rinocerontes insulares debe hacernos reflexionar sobre las consecuencias no sólo biológicas sino culturales de las extinciones. Este mundo definitivamente no sería el mismo sin los maravillosos unicornios de Java y Sumatra.
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Lectura adicional
Quammen, D. 1997. The song of the Dodo, island biogeography in an age of extinctions. Touchstone, Nueva York.
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Héctor T. Arita
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autómoma de México.
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como citar este artículo → Arita, Héctor T. (1999). Unicornios al oeste de Java. Ciencias 55, julio-diciembre, 14-16. [En línea]
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de la botica |
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Observaciones sobre las viruelas y la manera de prevenirlas. Carta I |
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Ramón Aureliano Alarcón
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Leyendo, poco ha, las Cartas edificantes y curiosas, di por acaso con la carta del padre Entrecolles, misionero de la Compañía de Jesús al padre Du Halde, del año de 1726, en la cual habla de la inserción, o inoculación de las viruelas. Me determiné a dar a la luz aunque fuera sólo en parte y para beneficio y mejor aprovechamiento de otros, y para aquellos inclinados a investigar los arcanos de la naturaleza, pues “las noticias que se dirigen para el alivio y conservación de los hombres deben exponerse, no obstante que a primera ojeada parezcan de poca consideración”, como dice el Br. D. Joseph Alzate, sujeto ciertamente digno y de ingenio laborioso. Témese con razón los acometimientos mortales de esta enfermedad pestilencial conocida entre nosotros con el nombre de viruela y la destrucción que hace, ya sobre la especie humana “cuyo número disminuye sin cesar”, ya sobre la “hermosura que altera, o más bien borra de todo punto, no pueden menos de empeñar a los médicos a aplicar a ella todo su cuidado”. Sea esta carta de algún provecho en una época en que las plagas y otras calamidades nos aquejan.
“No siendo de mi incumbencia tomar partido por los que defienden la inoculación, ó los que la impugnan, citare con indiferencia los autores chinos, que la alaban, y la vituperan. La palabra China, que se dá á este methodo, que traduciría mal, por los términos de inserción, ó inoculacion; hablando con exactitud, sería preciso darle el nombre de Semilla de Viruelas, ó modo de sembrarlas, porque se compone la palabra China de dos, y la primera parte significa sembrar, y la segunda Viruelas: y la ultima parte, que es Teou, significa, sin diferencia en el acento, Garvanzo comestible, y toda la distinción está, en que se pone al lado la señal caracteristica de enfermedad. Me inclino á que los Chinos, llamando con el nombre Teou las viruelas, atendieron á la figura de las viruelas, cuyos granos parecen como garvanzos. En la série de esta Carta se verá, que las naraices son como surcos, en que se echa la semilla de las viruelas… Me imagíno que havian observado, que una de las principales señales de las viruelas, es una fuerte picazón, que sienten los niños en las narices, y que de este principio havrán concluido, que el parage mas propio para sembrar las viruelas, es aquel en que comienza á declararse…”
El padre jesuita indica tres recetas que le fueron dadas por algunos médicos de Palacio, sobre el arte de sembrar las viruelas, que lograban aplauso, “pero que se guardaban con mucho secreto sobre el methodo”.
“Además de los regalos, que tuve que hacer, me sacaron palabra [nos dice el misionero] que no comunicaría en la China el secreto, que me participaban, solamente en favor de Europa”. La primera receta dice así: “Quando hallares un niño, desde la edad de un año, hasta siete inclusive, cuyas viruelas han brotado felizmente, sin señal alguna de malignifidad, que las ha tenido claras, y que al decimo tercio, ó dia catorceno se ha limpiado, cayendose las cascaras, ó escamas, recogedlas, estando secas, encerradas en un vaso de porcelana, y cubrid bien su abertura, ó boca con cera: por este medio conservaréis su virtud por muchos años; y si en el vaso se dexa la menor abertura, se evapora en el termino de cien dias. Se supone, que el niño á quien se quiere procurar las viruelas está bueno, y tiene por los menos un año cumplido. Si las escamas, ó pellegitos gurdado son pequeños, tomad cuatro de ellos: si son grandes, dos bastan. Se mezclará un poco mas de un grano de almizcle, y se pondrá entre dos pellegitos, y todo ello se pondrá en algodón á manera de tinta, y se entrará por la nariz izquierda si es niño, y por la derecha si es niña.”
“Observese, que si la criatura tiene la sutura del cranio, está enteramente unida con la parte mas cercana á la frente, llamada la puerta del espiritu, y de la razon: si no está consolidada, ó si el niño tiene entonces camaras, ó otra indisposición, no conviene entonces ingerirle las viruelas. Haviendose insinúado el remedio por las narices, y sobrevenido la calentura, si no parecen los granos hasta el tercer dia, podeis asseguraros, que de diez niños, sanarán ocho, ó nueve; pero si brotan en el segundo dia, la mitad de ellos correrá gran peligro. En fin, si salen los granos en el primer dia, que se manifiesta la calentura, no se puede pronosticar la salud de uno de los niños. En el uso de esta receta, debe arreglarse el Medico como en las viruelas naturales. No se han de emplear mas de una ves remedios expulsivos, y en lo demás se darán al enfermo bebidas, y cordiales que le fortifiquen.”
Hasta aquí el estracto de la Carta edificante y curiosa del jesuita Entrecolles, escrita en Pekín el 12 de mayo de 1726.
Al finalizar esta primera carta hago memoria de haber leido en el tomo I de Las memorias instructivas y curiosas lo siguiente: “Sorprende, pues, que haya recurrido (en Inglaterra) mas bien á la inoculacion, qué á un preservativo inocente de que el señor Berkeley, Obispo de Cloyne, dá la composicion en una de sus obras intitulada en ingles Siris, esto es, encadenamiento de pensamientos diferentes; y tanto mas sorprende, quanto este remedio ó preservativo es tan admirable por su simplicidad, como por lo maravilloso de sus efectos. En realidad no se reduce á otra cosa que á usar por algun tiempo del agua de pez líquida, goudron, cuyo regimen debe seguirse especialmente cuando se advierta que el ayre corre impregnado de los vapores malignos que causan las viruelas. Por lo demás, no hay inconveniente alguno en beberla aunque no parezca que hay que temer la cercania de esta enfermedad; y mayormente cuando es especial contra diversas enfermedades, á que los humanos estamos mas sujetos” (otro uso de esta resina no sólo como un preservativo contra la corrupción de la sangre, puede aconsejarse también a toda persona “sedentária por su empleo, y consiguientemente á las gentes de letras, y demás personas estudiosas, que perpetuamente están expuestas á respirar un ayre mui encerrado”.)
Las opiniones entre los sabios se dividen en qué tanto en la medicina como en la física importa mucho menos el inquerir a fuerza de gastos la explicación de los fenómenos, que el descubrir nuevas relaciones de todo lo que nos rodea con la salud del hombre. Nuestro parecer es que en este punto, como en cualquier otro en que haya competencia entre producciones, debe adoptarse como una máxima sistemática e invariable la moderación.
![]() (Se continuará si los editores de tan apreciable gaceta nos los permiten)
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Referencias Bibliográficas
Alfredo de Micheli, 1979, “La viruela en la Nueva España”, Prensa Méd. Mex. Año xliv, núms. 9-10, septiembre-octubre.
Cartas edificantes y curiosas, escritas de las missiones estrangeras, [y de Levante] por algunos missioneros de la Compañía de Jesus, 1753-1757, tr. del idioma francés por el padre Diego David. Madrid, Oficina de la Viuda de Manuel Fernández, 16 v.
Suárez, Miguel Gerónimo, 1778-1791, Memorias instructivas, y curiosas sobre agricultura, comercio, industria, economía, chymica, botanica, historia natural, etc.: sacadas de las obras que hasta hoy han publicado varios autores extrangeros, y señaladamente las Reales Academias, y Sociedades de Francia, Inglaterra, Alemania, Prusia, y Suecia, Madrid, Pedro María.
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Ramón Aureliano Alarcón
Instituto Mora
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como citar este artículo →
Aureliano Alarcón, Ramón. (1999). Observaciones sobre las viruelas y la manera de prevenirlas. Carta I. Ciencias 55, julio-diciembre, 26-28. [En línea]
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