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Gabinete de curiosidades
   
Susana Biro
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El coleccionismo es una manía que no se da en grandes epidemias, pero que aparece regularmente a lo largo de la historia. En la actualidad las cosas que se coleccionan son tan diversas que hay desde tarjetas telefónicas hasta máscaras rituales africanas. El objeto que se escoge es un asunto que realmente depende del gusto y presupuesto del coleccionista; por tanto, no es aventurado imaginar que tarde o temprano se habrá coleccionado de todo. En el siglo xvii se pusieron de moda los Wunderkammern o gabinetes de curiosidades, que, como su nombre lo indica, contenían objetos meramente curiosos o francamente asombrosos. En estos gabinetes se podía encontrar un ave exótica, proveniente de la recién descubierta América, así como un enorme cuerno que había crecido en la cabeza de una mujer. Estos gabinetes, que en su mayoría sirvieron sólo como tema de conversación para unos pocos nobles o comerciantes, son considerados los precursores de los museos de historia natural. Uno de los primeros que fue abierto al público, en el s. xvii, estuvo en Roma y perteneció al jesuita alemán Athanaseus Kircher. El Museo de Tecnología Jurásica, creado por David Wilson, es, en más de un sentido, descendiente de estos gabinetes del Barroco.
 
El gabinete de curiosidades del Sr. Wilson de Larry Weschler fue publicado por primera vez en 1995, algunos años después del encuentro casual que tuvo el autor con este pequeño museo en la ciudad de Los Ángeles. En él nos relata su primer acercamiento al Museo de Tecnología Jurásica, al señor Wilson, y a las subsecuentes aventuras resultantes de sus intentos de profundizar en algunos de los temas tratados en las exposiciones diseñadas y construidas por Wilson. Weschler es un periodista cultural estadounidense que trabaja para la revista The New Yorker y que ha escrito libros y artículos sobre temas muy variados. En un tono que delata su constante azoro, nos cuenta las maravillas que encuentra en este gabinete, cuyo propósito es “aportar al visitante una experiencia de primera mano de la vida en el jurásico”. Se topa, por ejemplo, con una exposición sobre un murciélago que atraviesa paredes y con otra sobre una compleja teoría del olvido. El breve libro que dedica al museo, en el cual describe las mil y una cavilaciones que éste despierta en su autor, deja al lector con ganas de mucho más.
 
Una forma de continuar la aventura jurásica es a través de la red. En la sección on-air del sitio soundportraits.org hay un breve programa de radio sobre el Museo de Tecnología Jurásica, escrito y leído por Weschler, en el cual resume su libro. El programa incluye la descripción de algunas exposiciones y las reflexiones y dudas del autor acerca de las mismas, del museo y de este tipo de instituciones en general. Por otro lado, el museo tiene su propia página, www.mjt.org, con lo cual se completa el panorama.
 
El sitio del Museo de Tecnología Jurásica es extremadamente sobrio. La página inicial tiene como fondo un papel tapiz oscuro, aterciopelado, de aire un poco polvoso y muy victoriano que inmediatamente marca el ambiente y casi nos hace bajar la voz delante del monitor. El visitante tiene la opción de conocer la fascinante historia del museo o bien la sección de “Colecciones y exposiciones”, en la cual aparecen los folletos de algunas de las colecciones narradas por Weschler y otras nuevas, como por ejemplo, una exposición llamada “Cuéntaselo a las abejas…: creencias, conocimiento y cognición hipersimbólica”, cuyo folleto aclara: “Para no quedar desesperanzadamente a la deriva en este mar aparentemente infinito de creencias complejas e interrelacionadas, la exposición ha limitado su discusión a cinco áreas de indagación: alfileres y agujas, zapatos y calcetines, partes corporales y secreciones, rayos y truenos e insectos y otras cosas vivientes”.
 
Hay también un folleto especialmente extenso sobre Kircher, el padre del primer museo. Esta publicación acompaña a una de las exposiciones más ambiciosas del museo, “El mundo está atado con nudos secretos”, que es la reconstrucción del Museum de Kircher. En el escrito se relata la vida y obra del multifacético jesuita, quien publicó más de treinta libros sobre prácticamente todos los temas de la filosofía natural de su época. Habla, además, de algunas de sus incursiones en la invención de relojes e instrumentos musicales automáticos. Es increíble el parecido entre Wilson y Kircher, separados por más de trescientos años y poseídos por el afán de coleccionar y mostrar una miríada de cosas asombrosas.
 
La entrada al Museo de Tecnología Jurásica tiene un letrero que dice “a e n”. Interrogado por Weschler, el fundador, administrador, curador, investigador y portero del museo explica que significa “no-aristotélico, no-euclidiano y no-newtoniano” y que es uno de los lemas del museo. Tras el doble paseo por este fascinante espacio de reflexión, la conclusión inevitable es que en vez de ese letrero vendría bien uno en letras muy grandes que dijera “Pise con cuidado”.Chiv68
Susana Biro
Dirección General de Divulgación de la Ciencia,
Universidad Nacional Autónoma de México
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como citar este artículo

Biro, Susana. (2002). Gabinete de curiosidades. Ciencias 68, octubre-diciembre, 28-29. [En línea]

 

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