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La vida en los desiertos mexicanos
 
 
Patricia Magaña
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Esparcidas en todas las regio­nes del mundo, las tierras áridas ocupan alrededor de 12% de la superficie continental y, a pesar del enorme esfuerzo y las grandes carencias que significa vivir en un desierto, casi 500 millones de personas habitan estas áreas del mun­do. Por ello, la Organización de las Naciones Unidas y el Pro­grama de Naciones Uni­das para el Medio Ambien­te realizan esfuerzos para el es­tudio de estos ecosistemas, enfocado en su conservación y en la creación de alternativas productivas para los habi­tan­tes de estas zonas.

En general, los desiertos es­tán marcados por una aridez crónica; es decir, una per­sistente falta de humedad en la atmósfera y en el suelo. La escasa precipitación, menor que la pérdida potencial de agua mediante la evaporación y la transpiración de las plantas, genera la aridez. Además, en muchos casos las tempera­turas son muy altas durante el día y caen rápidamente en la noche. Para afrontar estas condiciones, los organismos del desierto han desarrollado, por medio de procesos evolu­tivos, adaptaciones notables que les permiten sobrevivir.

La palabra desierto, según la Real Academia de la Lengua, significa un sitio despo­bla­­do, solo e inhabitado. En con­traste, el libro La vida en los desiertos mexicanos del Dr. Héctor Hernández, define los desiertos, particularmen­te los de climas cálidos, como “sistemas ecológicos comple­jos, ricos en organismos que interaccionan entre sí y con su medio físico”. El autor se­ña­la que “hablar de los desier­tos es hablar de un fascinante repertorio de plantas y ani­ma­les con adaptaciones inusua­les, en donde la evolución biológi­ca ha sido creativa; es hablar de especies geográficamente restringidas al extremo, de for­mas de vida extraordinarias y de interacciones ecológicas únicas”. Además, añade que en el caso de México, la rica biodiversidad de los desiertos contradice el viejo estereotipo que percibe estos ecosistemas como tierras desoladas, estériles y desprovistas de ma­nifestaciones de vida.

En el área de Norteamé­­ri­ca existen cuatro enormes regiones desérticas: los desiertos de la Gran Cuenca, el de Mojave, el Sonorense y el Chi­huahuense. En México, casi 50% del territorio es árido o se­miárido, la mayor parte en los desiertos Chihuahuense y Sonorense, y una región ­semiárida relativamente pe­que­ña: el complejo del Valle de Te­huacán-Cuicatlán, ubicado en­tre los estados de Puebla y Oaxaca.

La primera parte del libro del Dr. Hernández, el cual con­tribuye a que los estudiantes y el público en general aprecien y conserven estas regiones, trata el tema de la adaptación. Comienza por las plan­tas, que son capaces de sobrevivir los periodos secos en un estado latente o tienen algún me­ca­nis­mo para enfrentar las bajas con­diciones de humedad. Así, las plantas desérticas han ­de­sarrollado suculencia, raíces verticales profundas, es­pinas, modificaciones fisiológicas, par­ticularmente los dis­tintos tipos de metabolismo fotosintético, o ciclos de vida cortos. Muchos animales, al igual que las plantas, también poseen adaptaciones tan­to físicas co­mo conductuales, que les per­miten enfrentar las variaciones de temperatura y la baja dispo­nibilidad de agua.

Más adelante, el libro nos introduce en la historia natural de los desiertos, incluyendo su historia climática, sus carac­terísticas ecológicas contemporáneas y la descripción de sus subregiones, de los tipos de vegetación y de la biodiver­sidad.

Particularmente interesan­te, y era de esperarse ya que es una de las áreas de espe­cia­lización del autor, resulta la descripción de la diversidad de cactáceas. La familia Cactaceae es americana, con alre­dedor de 1 500 especies. Mé­xico se distingue por ser el mayor centro de riqueza de es­pecies en el mundo, con 50 géneros y más de 550 especies, la mayoría endémicas. Desgraciadamente muchas de ellas están en riesgo por el intenso saqueo al que se les somete. El autor hace un deta­llado análisis del fenómeno de las colecciones de cactáceas en el mundo y de sus efectos sobre las poblaciones naturales.

En las zonas áridas, también los suelos son muy he­tero­géneos. Recientemente, cre­ció el interés por su estudio dada la importancia de las costras biológicas, sea por su funcionamiento, por la interac­ción de distintos tipos de organismos, su influencia en la infiltración del agua o su apor­tación de nutrimentos al suelo. Aunado a ello, pueden con­vertirse en sitios seguros para la germinación de semillas. Sin embargo, la gran sensibilidad al disturbio de las costras del suelo y su lenta re­cu­pe­ra­ción hacen necesario profundizar en el conocimiento de su desarrollo y de sus in­terac­cio­nes, así como de las condicio­nes que las mo­difican.

La segunda mitad del libro la dedica a la presencia hu­ma­na en las zonas desérticas, des­de su historia hasta los dis­tintos usos que hacen de las plantas. Casi al término de la sección, el autor se pregunta ¿es sustentable la utilización de los recursos del desierto? Responde positivamente, siem­pre y cuando se modifiquen las prácticas tradicionales de extracción y se incrementen las actividades de investigación interdisciplinaria sobre los recursos potenciales, in­clu­yendo estudios agronómicos que conduzcan a la domesticación de muchas de las especies. Además, será fun­da­mental involucrar a los pro­duc­tores en proyectos de industrialización que vayan más allá de la extracción de los re­cursos.

En un pequeño apartado fi­nal, el autor se aboca al con­trovertido y no resuelto tema de la conservación. Afirma que, aunque la declaración de áreas naturales protegidas es la forma más directa y efec­tiva de conservar la riqueza bio­ló­gica, hace falta ampliar el estu­dio desde diversas dis­ciplinas para definir con criterios científicos las áreas y los mecanis­mos de protección que requie­ren los ecosistemas y algunos organismos en específico.

Por otra parte, aunque el autor no toca los procesos de desertificación, es bueno se­ña­lar que representan la de­gra­dación de las tierras áridas, se­miáridas y zonas subhúmedas secas, causada, principal­men­te, por las actividades ­hu­ma­nas y las variaciones cli­máticas. La desertificación no es la expansión de los desiertos existentes, se presenta por­que los ecosistemas de las tierras áridas son extremadamente vulnerables frente a la sobreexplotación y el uso inapropiado de la tierra. Tal co­mo lo definió la Convención de las Naciones Unidas de Lu­cha contra la Desertificación, “combatir la desertificación es esencial para asegurar la productividad a largo plazo de las zonas no pobladas de las tierras áridas […] con una acción efectiva a través de programas locales innovadores y cooperación internacional de apoyo […] la batalla para proteger las tierras áridas se­rá muy larga —no habrá una so­lución inmediata. Ello se de­be a que las causas de la desertificación son muchas y complejas, y habrá que trabajar para lograr cambios”.

El 5 de junio se celebró el  Día Mundial del Medio Am­bien­te. El lema de este año, de­­nominado Año Internacional de los Desiertos y la De­ser­ti­ficación, es “¡No abandones los de­siertos!”, lo que en pa­labras de Kofi Annan se refiere a la im­portancia de cuidar las vastas extensiones de tierras áridas y semiáridas del mundo.
La vida en los desiertos mexicanos. Hernández M. H.
La ciencia para todos. Fondo de Cultura Económica.
México, 2006. 188 p.

Patricia Magaña Rueda
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.

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como citar este artículo

 

Magaña Rueda, Patricia. (2006). La vida en los desiertos mexicanos. Ciencias 84, octubre-diciembre, 76-78. [En línea]

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