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Elí García Padilla      
               
               
El jaguar (Panthera onca) es una especie de la familia
de los felinos (Felidae) que vive en una variedad de ecosistemas, mayoritariamente tropicales, del continente americano, desde el sur de los Estados Unidos (Arizona y Nuevo México), México y Centroamérica (Mesoamérica) y hasta el sur, llegando al norte de Argentina. En México habita ampliamente en la vertiente del Atlántico, del sur de Nuevo León y Tamaulipas a la península de Yucatán, y en la del Pacífico, de Sonora a Chiapas. Algunos de sus refugios más importantes en México, tanto por el tamaño poblacional como por la extensión territorial y el grado de conservación del hábitat, son la región de Los Chimalapas (aproximadamente 600 000 hectáreas) en Oaxaca, Calakmul (723 000) en Campeche, Sian Ka´an (528 000) en la Península de Yucatán, y la mítica Selva Lacandona (331 000) en Chiapas, lo cual da un total de cerca de 2 182 000 hectáreas). Esto convierte a dicha región, junto con las zonas forestadas tropicales adyacentes de Belice y Guatemala (la Gran selva maya) en la segunda zona más importante del continente americano para la conservación del jaguar y de los bosques tropicales; solamente superada por la inmensa selva amazónica.

El jaguar es una especie considerada como en “Peligro de Extinción” por la normatividad mexicana (nom059 semarnat, 2010). De acuerdo con datos del cen Jaguar II, en territorio mexicano quedan alrededor de 4 800 jaguares en estado silvestre, aunque tales datos han sido cuestionados por distintos expertos. Por su parte, organismos internacionales como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, en su Lista Roja de 2017 clasifica la especie como “casi amenazada”, pues su rango de distribución es amplio en el continente americano y se estima que sus poblaciones y hábitat natural sólo han decrecido entre 20 y 25% en los últimos veinte años. Adicionalmente, en 2002 se estimó que las poblaciones de jaguar, en un 70% de su rango de distribución, tienen una alta probabilidad de supervivencia. De acuerdo con esta institución, el tamaño de población de la especie estimado a nivel global es de aproximadamente 64 000 individuos (90% en Amazonia).

El jaguar fue declarado oficialmente por el Congreso Local del estado de Oaxaca en 2017 como patrimonio tangible e intangible, cultural, natural y biológico. El objetivo es protegerlo de la extinción debida a la destrucción desenfrenada de selvas y bosques, así como de la cacería ilegal y el conflicto con la ganadería. Los organismos involucrados (sociedad civil y academia) buscarán que la unesco reconozca también a la especie como patrimonio tangible e intangible cultural, natural y biológico de la humanidad.

En las áreas naturales protegidas de México

Existen en México un total de 182 Áreas Naturales Protegidas (44 Reservas de la Biósfera, 40 Áreas de Protección de Flora y Fauna, 67 Parques Nacionales, 18 Monumentos Naturales y 8 Áreas de Protección de Recursos Naturales) de carácter federal, que representan un total de 90 839 521.55 hectáreas (cerca de 13% del territorio nacional). Sin embargo, se estima que sólo 38% del área de distribución del jaguar en México ha sido cubierta —por 43 anp federales. También existen otras figuras similares pero de orden estatal, sin embargo sobre éstas hay poca o ninguna información científica, ya que la gran mayoría carece de un plan de manejo y por lo tanto de una documentación precisa o sistemática de la biodiversidad dentro de las mismas. Por último, existen también Áreas de Conservación Comunitarias (un total de 408, equivalente a 511 338.76 hectáreas), algunas de las cuales poseen una certificación por parte de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas. Otras tantas (sin documentación precisa) están sin certificar pero bajo protección, vigilancia y tenencia de las comunidades y sus sistemas normativos internos (usos y costumbres). 

En un reciente estudio, Armendáriz Villegas y Ortiz Rubio documentaron que dichas áreas federales podrían no estar cumpliendo con el papel para el cual fueron creadas, pues se ha identificado un total de 1 609 concesiones mineras dentro de sus polígonos, lo cual representa un riesgo inminente para la biodiversidad, los procesos ecológicos y los servicios ambientales que proveen las mismas. Esto se agrava por las modificaciones a la legislación ambiental en México con la “Ley General de Biodiversidad” de 2017, sui generis a nivel mundial por permitir de manera legal actividades de exploración y explotación minera dentro de las áreas naturales protegidas decretadas. 

Finalmente, megaproyectos anunciados por el actual gobierno, tales como el Tren Maya y Tren Transístmico, ponen en evidencia que el falso modelo de progreso y desarrollo que impone el capital no se detendrá pese a todo el negativo impacto social y ambiental que conlleva su establecimiento en dos de las regiones con mayor biodiversidad del país y con los últimos grandes refugios del jaguar en el sureste mexicano (Istmo de Tehuantepec y Península de Yucatán). Todas estas evidencias indican que lo que ocurre actualmente en México en materia socioambiental es un verdadero ecocidio. Consideramos por lo tanto que la verdadera y más efectiva esperanza de la biodiversidad en México y el mundo es el modelo de conservación comunitario ejercido por los pueblos originarios y mestizos que son de hecho los dueños legítimos y ancestrales de todos estos territorios biodiversos que aún persisten y que en común comparten con el jaguar y el resto de los seres vivos.

En las Áreas de Conservación Comunitaria

Las Áreas de Conservación Comunitarias son zonas protegidas por iniciativa de comunidades, ejidos y pequeños propietarios. Esto es de particular importancia por un par de razones. Primero, a pesar del relativamente alto porcentaje que cubren las áreas federales (cerca de 13% del territorio nacional), la gran diversidad y heterogeneidad de especies en México causa que muchas de las especies no se encuentren dentro de éstas (como el jaguar). Un análisis de vacíos y omisiones en conservación de la biodiversidad terrestre de México (encabezado por Conabio) identificó que sólo 15.9% de los sitios de más alta prioridad para la conservación se encuentra en algún área protegida; segundo, entre 70 y 80% de bosques y selvas en México son de propiedad social, es decir, los dueños son ejidos y comunidades, como en Oaxaca, donde cerca de 80% del territorio es de orden social (comunal y ejidal) y se ha mantenido una resistencia al modelo formal de conservación de la biodiversidad gubernamental.

Justamente, un reciente estudio sobre la distribución del jaguar en el estado de Oaxaca (elaborado por Briones y colaboradores) muestra que, a pesar del monitoreo y trabajo de campo, no existen registros formales dentro o cerca de algún área natural protegida con decreto estatal o federal en la entidad; y que de los 31 registros del jaguar identificados en ese estudio, nueve se ubicaron dentro de áreas de conservación (sin certificación) mantenidas por comunidades originarias y siete (51.6% del total de registros) a menos de quince kilómetros de distancia de las mismas. Esto resalta el valor en materia de conservación de dicha especie de este tipo de esfuerzos locales, que si bien son poco conocidos o reconocidos, representan una efectiva y quizá verdadera esperanza a largo plazo para la preservación del jaguar, sus presas naturales, el hábitat y todas las especies que se ven beneficiadas directa o indirectamente de la conservación comunitaria de los bosques tropicales en México, incluyendo la especie humana.

El jaguar: una especie sombrilla

Las especies sombrilla son aquellas cuya conservación confiere protección a un gran número de otras especies con las que cohabitan en un lugar determinado. Debido a su ámbito hogareño extenso, a su distribución generalizada en Mesoamérica y su estatus como especie focal de numerosas iniciativas de conservación, el jaguar es una especie sombrilla. Sin embargo, existen pocos datos concretos publicados que midan o evalúen dicho precepto. En un reciente estudio, Figel y colaboradores evaluaron la efectividad del jaguar como especie sombrilla para la herpetofauna endémica en lo que se conoce como Centroamérica nuclear (alrededor de 370 000 kilómetros cuadrados), una región que contiene la mayor densidad de reptiles amenazados en el hemisferio occidental y alberga una diversidad extraordinaria de anfibios, la clase de vertebrados más amenazada en el mundo. De las 304 especies endémicas de la región, la distribución de 187 (61.5%) se sobreponen al área de distribución del jaguar, así como la de catorce reptiles, incluyendo una nauyaca arborícola (Bothriechis spp.) en “peligro crítico” y dos lagartijas abaniquillo (Norops spp.) en “peligro de extinción”.

Similarmente ocurre con diecinueve especies de anfibios, incluidas cuatro ranitas de hojarasca (Craugastor spp.) y dos ranas arborícolas de montaña (Plectrohyla spp.) en peligro crítico. Los resultados indican que el traslape de la distribución del hábitat del jaguar con la de muchas otras especies fortalece la justificación de una aplicación más amplia de la estrategia sombrilla, contribuyendo también en la selección de áreas de conservación previamente subestimadas o ignoradas. Por lo tanto, de invertirse más y mayores esfuerzos y presupuestos para la investigación, protección y conservación del jaguar, especies endémicas y vulnerables de anfibios y reptiles, que muchas veces son poco carismáticas o visibles para la ciencia, instituciones y presupuestos, se verían beneficiadas directa e indirectamente a largo plazo gracias a la conservación del carismático, icónico y emblemático “señor de los animales”.

Su importancia simbólica y cultural 

Varias son las representaciones de origen prehispánico en las cuales se rinde culto al jaguar. El también conocido como “tigre” o tecuani es considerado por muchos pueblos originarios y mestizos como un dios y a veces como un ser dual (mitad hombre y mitad animal: nahual). Este felino americano posee un valor simbólico sin igual. En la región maya es conocido como B´alam (el señor de los animales) y está asociado con la noche, el inframundo, el manto estelar, la fertilidad y el maíz (alimento sagrado de nuestros pueblos). Por su parte, la cultura olmeca (cultura madre de Mesoamérica) en su mito fundacional retoma a la figura del jaguar como padre que dio origen, al cruzarse con una mujer, a los primeros habitantes mesoamericanos de donde descienden todos nuestros pueblos originarios actuales (mixes, zoques, mixtecos, popolocas, zapotecos, ikoots y chontales, entre otros). Por lo tanto, varios investigadores han denominado a estos pueblos como “pueblos del jaguar” y a sus habitantes como verdaderos “hijos del jaguar”. Conocidas son también las representaciones en el arte rupestre de Guerrero y Oaxaca que muestran imágenes plasmadas de tiempos prehistóricos o ancestrales, donde jaguares antropomorfos copulan con mujeres. 

En el pueblo ayuujk (mixe) de Hueyapam se documentó recientemente en una cueva (la Cueva del Rey Koonk Ey) la presencia de imágenes tridimensionales talladas en la roca madre, a tamaño real, de jaguares teniendo sexo con mujeres. Dicho sea de paso, las cuevas son el hábitat idóneo del jaguar y también representan la matriz o vientre femenino y por lo tanto simbolizan la fertilidad y la vida en la madre tierra. También entre estos pueblos mixes, su máxima deidad conocida como el Rey Koonk Ey (Condoy), al cual se rinde culto en el cerro sagrado Zempoaltépetl, representa a un personaje que, aunque nació del huevo de una serpiente (según la tradición oral), se le atribuyen rasgos y relación directa con la figura del jaguar. 

Entre los nahuas el jaguar es conocido como ocelotl y es símbolo de la guerra y la realeza. Una de las figuras mas importantes de la también conocida como cultura azteca o mexica es el dios Tezcatlipoca (señor del espejo humeante) el cual tiene como animal dual o alter ego al jaguar conocido como Tepeyolotl (corazón del monte). Se dice que en tiempos en que existían los gigantes en la faz de la tierra, Tezcatlipoca se convirtió en jaguar para devorar y acabar con esta raza de antiguos seres mitológicos. Todavía hasta nuestros días se rinde culto al jaguar en el estado de Guerrero, en donde se lleva a cabo un ritual de petición de lluvia conocido como “la tigrada”, destacándose Zitlala (lugar de estrellas); allí el ritual de los tecuani (devoradores de hombres) se lleva a cabo con el objetivo de pedir por las lluvias, la fertilidad de la tierra y la obtención del sagrado maíz, alimento ancestral de los pueblos mesoamericanos, y se convierte en verdaderas batallas campales y sangrientas en las que la ofrenda a los dioses es precisamente la sangre, pues cada gota de sangre derramada se convertirá en una gota de agua de lluvia que dé fertilidad, sustento y vida a la comunidad. 

Para los mixtecos de Oaxaca, uno de los personajes más emblemáticos asociados al jaguar es el Señor 8 Venado Garra de Jaguar, de los más importantes en la memoria del llamado pueblo de las nubes (Ñuu Savi), quien adicionalmente ha sido vinculado con la figura de Quetzalcóatl por las similitudes de sus representaciones iconográficas en un par de códices. Por su parte, los antiguos pueblos zapotecos, como los asentados en Monte Albán (antes Cerro del jaguar) de igual forma veían al felino como símbolo de realeza; se sabe que cuando los mixtecos tomaron dicha ciudad destruyeron un jaguar de cerámica conocido como el jaguar de Monte Albán, símbolo de la familia real en el poder que había sido derrocada. 

El jaguar está vivo y vigente en la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos, en la tradición oral, en los mitos fundacionales; es el señor de los animales, el corazón del monte, una especie de guardián del monte y por lo tanto de la biodiversidad, del bosque, el agua, de la vida. Conscientes o no, los pueblos chimas (zoques) descendientes directos de los olmecas, “pueblos del jaguar”, son hoy día y desde hace por lo menos 2 500 años, los guardianes de la última gran selva de México: los Chimalapas, que es hábitat del jaguar y refugio más importante de una gran variedad de seres vivos, tal vez la más diversa en toda Mesoamérica. 

Finalmente, el jaguar seguramente estará también presente al final de los tiempos actuales, pues según una profecía maya-lacandona recitada por Chan K´ín Viejo, el sabio de la selva Lacandona, en el final de los tiempos, cuando la cabeza de Pájaro Jaguar (último jerarca de Yaxchillán) regrese al trono, entonces caerán los jaguares del cielo y comerán y acabarán con la extirpe humana, para que así venga el inicio de un nuevo ciclo de renacimiento de la vida en la tierra. 

Conclusiones

Vivimos tiempos críticos en materia socioambiental en México y el mundo. Enfrentamos actualmente una extinción masiva de especies y pérdida constante y acelerada de biodiversidad. El modelo político y económico que impera en nuestros tiempos, un capitalismo salvaje y suicida, atenta no sólo contra la supervivencia del jaguar y las especies asociadas, también contra la de la especie humana y de toda la vida como actualmente la conocemos sobre la faz de la Tierra. Urge fomentar y promover acciones efectivas para restablecer la relación del ser humano (sociedad) con su entorno biótico (naturaleza) y con los demás seres vivos (especies) con los que compartimos hábitat en este momento. 

Retomemos las enseñanzas ancestrales y prácticas de la sabiduría tradicional de los pueblos originarios. Todavía hoy día se escuchan y leen las sabias palabras del mencionado líder espiritual maya-lacandón (el sabio de la selva Lacandona): “todos los seres vivientes estamos relacionados, amarrados de la misma raíz. Cuando Hachakium hizo las estrellas, las hizo de arena y piedras y las sembró. Las raíces de cada estrella son las raíces de un árbol; cuando se cae un árbol, una estrella cae del cielo [. .] Cuando Hachakium terminó de modelar a los hombres de barro —menos los dientes que fueron hechos de maíz—, los colocó durante una noche sobre las ramas de un cedro (kuché-árbol dios), quien con su misma sangre (savia) ayudó al despertar de los lacandones. Después, al tallarse las manos, los rollos y fragmentos de arcilla cobraron vida al caer a la tierra, volviéndose serpientes, hormigas, alacranes, gusanos, zancudos, mosquitos y todo género de bichos”.
     
       
Referencias Bibliográficas
 Armendáriz Villegas, E. J. y A. Ortega Rubio. 2015. “Concesiones mineras en Áreas Naturales Protegidas de México”, en La Jornada Ecológica, núm. 200, agosto-septiembre (https://cutt.ly/9GFO4bH).
     Briones Salas, M., M. C. Lavariega e I. Lira Torres. 2012. “Distribución actual y potencial del jaguar (Panthera onca) en Oaxaca, México”, en Revista Mexicana de Biodiversidad, vol. 83. núm. 1, pp. 246-257.
     Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas. 2018. Aumenta la población de jaguar en México. Gobierno de México (https://cutt.ly/6GFPqfQ).
     Figel, J. J., et al. 2018. “Threatened amphibians sheltered under the big cat’s umbrella: a conservation evaluation of jaguars Panthera onca (Carnivora: Felidae) and endemic herpetofauna in Nuclear Central America”, en International Journal of Tropical Biology and Conservation, vol. 66, núm. 4, pp. 1741-1753.
     Galindo Leal, C. 2010. “Áreas Comunitarias Protegidas en Oaxaca”, en Carabias, J., et al. (coords.). Patrimonio natural de México. Cien casos de éxito. Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, México.
     Quigley, H., et al. 2017. Panthera onca. The IUCN Red List of Threatened species.
     

     
Elí García Padilla
Biólogo, fotógrafo y escritor

Ha contribuido al conocimiento de la biodiversidad mesoamericana con alrededor de cien artículos científicos y de divulgación. Sus fotografías se han publicado en diversos medios impresos, digitales y en exposiciones fotográficas colectivas de prestigio.
     

     
 
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