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| Faustino Sánchez Garduño y José Luis Gutiérrez Sánchez |
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Escribir una semblanza de una persona con intereses tan
amplios y con resultados tan significativos en todos los campos a los que dedicó su capacidad creadora, su emotividad y su inteligencia, como lo fue Germinal Cocho, es un empeño que no puede agotarse en el espacio de un artículo como éste. Con ánimo de síntesis, sería posible decir que la suya fue una obra, a la par, científica y humanista y que, por su notable compromiso, originalidad y visión del mundo, transitó de la imaginación heterodoxa a los más trascendentes temas de la ciencia de nuestros días como la física de partículas, el origen de la vida y los sistemas complejos y sus consecuencias sociales, culturales y políticas en el sentido más amplio. Sus aportaciones, avanzadas y profundas, y su asombrosa cultura concitaban siempre a comprender el mundo sin fragmentaciones artificiales, a devolver y poner al servicio de la gente el bien social que es el conocimiento y a hacer de la ciencia un instrumento de liberación y no de control y sometimiento.
La ciencia para o contra el pueblo
Entender la producción del conocimiento y el desarrollo de la ciencia como el resultado de un esfuerzo social que de ningún modo es ajeno a los intereses de quienes lo financian, es uno de los grandes aprendizajes al que tuvimos acceso quienes iniciamos nuestra formación en la unam a principios de los setentas. Sin duda, dos de los acontecimientos que más influyeron en la generación de un ambiente de atención a tales temas fueron los movimientos estudiantiles de fines de los sesentas —el mayo francés y el verano mexicano de 1968, entre otros— y la guerra imperialista que el ejército de los Estados Unidos libró con todas sus fuerzas convencionales contra el pueblo de Vietnam entre 1965 y 1975.
La primera vez que vimos y escuchamos a Germinal Cocho fue entre 1974 y 1975 en la emblemática fuente de Prometeo cuando, desde el primer piso de lo que hoy es la Torre de Humanidades II de la Ciudad Universitaria y que entonces albergaba los institutos de investigación científica, se dirigía a nosotros, un centenar de estudiantes de la Facultad de Ciencias, y refería, pausado y firme, por qué los científicos debían rehusarse a colaborar con el genocidio y el ecocidio que el gobierno de los Estados Unidos llevaba a cabo en el sudeste asiático. Haciendo eco de las manifestaciones de repudio a la colaboración de grupos de científicos de élite en el esfuerzo genocida del Pentágono que se habían generado en todo el mundo, junto con Christian Lemaitre, Profesor del Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias, Germinal Cocho nos invitaban a sumarnos al rechazo de la visita al Instituto de Física, en donde él era investigador, de Murray Gell-Mann, Premio Nobel de Física 1969. El repudio se daba a pesar del brillante perfil académico del visitante, reconocido mundialmente por sus investigaciones en partículas elementales y haber formulado la hipótesis de que son los quarks los constituyentes últimos de la materia: se le rechazaba como criminal de guerra. El ejército de los Estados Unidos había intervenido en Vietnam y cometido múltiples atrocidades contra la población civil, como la masacre de My Lai, una aldea de campesinos reducida a escombros en 1968, en la que los soldados estadounidenses habían asesinado a todos los habitantes (entre 350 y 500, aproximadamente) luego de violar a todas las mujeres y las niñas.
Entre 1961 y 1970, Gell-Mann se había integrado a la División Jason, un grupo de renombrados científicos, en el que figuraban otros premios Nobel, patrocinado por el Institute for Defense Analysis del Departamento de Defensa de los Estados Unidos y cuyo propósito era el de “fortalecer la aplicación del método científico a la solución de amplios problemas de estrategia y política militar”, para lo cual se buscaba generar un mecanismo que permitiera “acceder a la reserva de talento tecnológico en la comunidad científica de la nación”. Así, quienes formaban parte de Jason estaban perfectamente informados de cuál era su misión y totalmente dispuestos a colaborar en el esfuerzo genocida y el ecocidio de los bosques tropicales de Indochina (en el número de enero-marzo de 1983, Ciencias publicó un magnífico ensayo de Octavio Miramontes y Raquel Gutiérrez cuya lectura se recomienda ampliamente, "El proyecto Jason"). Gell-Mann había sido rechazado en junio de 1972 en el Collège de France, en París, por las mismas razones que nos planteaba Germinal en el improvisado mitin de la fuente de Prometeo; allí fue cuestionado por sus contribuciones bélicas en Vietnam, a lo que lacónicamente respondió: “no estoy autorizado para responder esas preguntas”. Actos de repudio semejantes tuvieron lugar ese año en diferentes encuentros científicos en Ginebra, Roma y Córcega; en septiembre, en Trieste, en un simposio internacional de físicos al que se habían presentado los profesores Wigner, Wheeler, Townes, Weinberg y Montroll —los cinco, miembros de Jason— trescientos participantes los acusaron de ser criminales de guerra y el único comentario que mereció la condena unánime fue el de Wigner quien dijo: “me siento halagado por sus acusaciones; para mí, son elogios”.
En 1966, el Secretario de Defensa de los Estados Unidos Robert MacNamara acude a Jason para que “estudie las posibilidades técnicas en relación con nuestras actividades militares en Vietnam”. Jason vuelca su actividad hacia el estudio de problemas bélicos que “no son enteramente del dominio de las ciencias físicas”, como la contrainsurgencia, la insurrección y la infiltración presentes en el escenario de guerra en Indochina. Ocho semanas después de iniciar sus trabajos, en el reporte presentado a MacNamara, Jason recomienda: “detener los bombardeos sobre Vietnam del Norte y reemplazarlos por una barrera electrónica antipersonal: bombas de fragmentación, detectores sísmicos y acústicos, ‘aspiradoras de hombres’ y reforzar la barrera mediante diversos perfeccionamientos tecnológicos como bombas guiadas por rayos láser, bombardeos teleguiados por computadoras, etcétera. Se recomienda también el uso de técnicas de defoliación y de sistemas de visión nocturna”.
Según Jason, era necesario pasar de la guerra convencional, notablemente inadecuada ante un enemigo de campesinos guerrilleros que se movían sigilosamente y se mimetizaban en las aldeas, a una guerra automatizada para la que se necesitaba una inversión de ochocientos millones de dólares anuales, “de los cuales la mayor parte sería gastada en gravel, una mina antipersonal. [Así], en los modelos recientes empleados en Vietnam, la granalla debe reemplazarse por fragmentos de plástico transparentes a los rayos X y, por lo tanto, más difíciles de detectar [y de extraer cuando un ser humano es herido por ellos]; mensualmente se requieren veinte millones de minas gravel y diez mil bombas blu26 b antipersonales que contienen entre setenta y trescientas municiones de acero proyectadas, cuando explota, con una velocidad de mil metros por segundo”.
En 1975, a pesar de Tlatelolco, del halconazo del 10 de junio del 71 y de la política represiva del estado mexicano instrumentalizada por la rectoría de Guillermo Soberón, los universitarios aún tenían autoridad y capacidad de movilización. Gracias al improvisado mitin en el que Cocho y Lemaitre denunciaban su presencia, Gell-Mann tuvo que salir de la UNAM. Desde entonces, nunca dejó de sorprendernos el temple y la coherencia política e ideológica de Germinal: educado y discreto, seguramente consciente del respeto que propios y extraños le tenían por sus logros académicos, nunca optó por avenirse al sistema ni renunció a manifestarse por los débiles y los oprimidos ni a servir, de todos los modos posibles, a sus causas. Era preciso, decía entonces, “sentirse vietnamita” para actuar. Poco después, en ese mismo año de 1975, los Estados Unidos se retiraron de Vietnam con una vergonzosa derrota a cuestas.
Adelantado y visionario
Del 23 al 25 de abril de 1975, en el Auditorio de la Facultad de Ciencias de la UNAM se llevó a cabo el Simposio El Origen de la Vida, para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la publicación del libro homónimo del académico soviético Alexander Ivanóvich Oparin. En él participaron, además del propio Oparin, entre otros, Antonio Lazcano, Alfredo Barrera, Juan Luis Cifuentes y Germinal Cocho.
En su ponencia “Algunos aspectos de la termodinámica de la vida”, Germinal empezó por preguntarse, ante un auditorio heterogéneo de físicos, matemáticos y sobre todo biólogos, cuáles podrían ser las facetas del problema del origen de la vida que pudiera tratar un físico. Después de rechazar la idea de que los seres vivos contradicen las leyes de la termodinámica, agregó: “la materia viva muestra y mantiene un orden espacial y funcional en tanto existe como tal. Si nos observamos, podremos ver que tenemos la cabeza en un sitio, los pies en otro y las manos en otro más, es decir, percibimos en nosotros mismos una estructura espacial; si examinamos el interior de la célula, vemos no sólo que dentro de ella hay un orden espacial (núcleo, mitocondrias, ribosomas, etcétera) sino también un orden funcional; nos encontramos, en tal caso, ante un conjunto de reacciones químicas que no se llevan a cabo simultáneamente y de un modo desordenado, sino secuencialmente, siguiendo un orden funcional, un orden temporal”.
Y enseguida estableció un puente conceptual: “la evolución de la materia de su fase prebiótica a biótica y la de la materia viva a lo largo de sus fases bióticas, muestran una gran similitud en algunos de sus aspectos con lo que en física se denomina cambios de fase por amplificación de fluctuaciones. La comprensión de estos fenómenos puede ayudar a la de la problemática del origen y evolución de la materia viva y, de hecho, existen algunas teorías a lo largo de esta línea de pensamiento”.
Después, con la visión de largo alcance que siempre lo caracterizó, dijo “la matemática no lineal es de importancia fundamental para comprender este tipo de fenómenos y [éste es] un campo difícil en que está casi todo por hacer”. Con ello, Germinal nos ponía en la ruta de las investigaciones mundiales de vanguardia a las que él mismo ya había accedido por el camino de la biología teórica: la de las estructuras disipativas de Ilya Prigogine, premio Nobel 1977, y la de los sistemas complejos del embriólogo británico Conrad Hal Waddington que, andando el tiempo, crecería con robustez en varios centros de investigación (en orden cronológico de fundación): el Departamento de Sistemas Complejos del IFUNAM, el Instituto Santa Fe de Sistemas Complejos en Nuevo México y el Centro de Ciencias de la Complejidad de nuestra universidad.
Médico, físico, maestro y humanista
Como ha escrito Ruy Pérez Tamayo, Germinal Cocho es médico cirujano por casualidad y por su mala letra; en sus tiempos los médicos se recibían defendiendo una tesis; la suya la elaboró en investigación biomédica bajo la dirección del propio Ruy y antes de terminarla se inscribió e hizo la licenciatura en física en la Facultad de Ciencias de la UNAM, para luego, en sólo tres años, doctorarse en la Universidad de Princeton. Regresó a México en 1962 y, desde entonces, fue investigador del Instituto de Física de la unam, donde fue nombrado Investigador Emérito en 2011, justo cuando cumplió cincuenta y siete años de fecunda labor académica en la misma.
Además de sus logros de investigación en física de partículas, teoría de campo, origen de la vida, dinámica no lineal y sistemas complejos —manifiestos también en las diecisiete tesis de doctorado que dirigió en física, matemáticas y biología y en otros campos o como asesor, fue un gran impulsor de proyectos académicos de largo aliento: participó en el Programa de Ciencia y Sociedad (1973-1983) de la Facultad de Ciencias; propuso e impulsó la creación de la Revista Ciencias, esta misma que tiene el lector ante sus ojos; orientó (2002-2003) al grupo interinstitucional que elaboró el Programa de la Maestría en Dinámica no Lineal y Sistemas Complejos (hoy Maestría en Ciencias de la Complejidad) de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y, sobre la base de sus iniciativas de mucho tiempo, se creó el Centro de Ciencias de la Complejidad (C3) de la UNAM.
El Programa de Ciencia y Sociedad y sus vástagos
Desde siempre, Germinal insistió en la necesidad de la identificación y el uso de vínculos intelectuales entre los distintos campos de conocimiento; más que de crear puentes entre ellos, de identificarlos como una sola cosa, separados solamente por su enorme crecimiento pero comprensibles como integrados por principios dinámicos generales, y durante décadas se esforzó por desarrollar —como querría el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos— una “hermenéutica diatópica” para comprender los procesos de la naturaleza, independientemente del nivel de organización de la materia en que se presenten.
Como se ha sugerido, la Facultad de Ciencias de la UNAM en los setentas era un espacio propicio para la construcción de dicha hermenéutica. Germinal desarrolló, en 1976, junto con un grupo de jóvenes ayudantes igualmente comprometidos, un curso de Física Moderna II en el que se discutían rigurosamente los conceptos de autoorganización hacia la zona crítica y estructuras disipativas; se estudiaba la reacción de Belousov-Zhabotinski o los movimientos convectivos que dan lugar a las celdas de Rayleigh-Bénard, a la par que se abordaban otros grandes temas. Aprovechando la flexibilidad del temario, se debatían aspectos de método científico desde la perspectiva del materialismo dialéctico, las revoluciones científicas (en el sentido de Thomas Kuhn), la relatividad general, el origen de la vida y la evolución biológica y problemas como la crisis energética de finales de los setentas. La creación del Colegio de Ciencias y Humanidades de la unam y la existencia de una Facultad de Ciencias crítica, capaz de organizar sus actividades académicas de manera que, en sus aulas y laboratorios, hubiera lugar para discutir el papel social de los científicos y temas como los crímenes de guerra de los físicos de élite integrantes de la División Jason del Pentágono, dieron lugar a que se constituyera el Programa de Ciencia y Sociedad que, durante diez años, sostuvieron Germinal y Flavio Cocho, Manuel Pérez Rocha, Rosalío Wences, Amparo Martínez, Marco Martínez Negrete y Francisco Cepeda Flores.
Tanto en aquellas clases de Física moderna como en las múltiples ocasiones en que nos fue dado asistir a sus cátedras, asesorías y conferencias, confirmamos algo que es un lugar común entre quienes lo conocieron y trabajaron con él: “a Germi no se le entiende a la primera”; a lo que agregamos nosotros: tal vez tampoco a la segunda. La originalidad de sus ideas, y el hecho patente de que pensaba más rápidamente de lo que escribía en el pizarrón o hablaba con sus interlocutores, dificultaban nuestra comprensión. Desordenado sin merma de su brillantez, metido a hacer cuentas era frecuente que se equivocara pero, invariablemente, su intuición física lo rescataba. Ni las dificultades para entenderle ni su mala letra ni su inveterada costumbre de escribir por los rincones sin borrar el pizarrón evitaron que cayéramos en la cuenca de atracción germiniana: su portentosa cultura científica y humanista permitía que cada uno saliera de sus exposiciones en estado de trance hasta que, a veces, se hacía la luz y entendíamos.
Otra muestra de la transversalidad de la formación a la que se podía acceder con Germinal, de verdadera inter y transdisciplina, es la experiencia de haber cursado con él en 1985 un seminario de análisis matemático (en el Posgrado en Matemáticas, todavía dependiente de la Facultad de Ciencias) cuyo contenido era, asómbrense, morfogénesis y evolución. De los cinco estudiantes que lo tomaron, tres acabaron doctorándose con Germi: Humberto Arce, en Física, Luis Medrano, en Biología, y Pedro Miramontes, en Matemáticas. Posiblemente en nuestros días la aprobación de que se abriera una asignatura de posgrado con las características de este seminario afrontaría distintas dificultades; quizá la primera sería “eso no son matemáticas”.
La influencia del Programa de Ciencia y Sociedad de la Facultad de Ciencias propició cambios en la forma de concebir la educación científica en instituciones fuera de la unam, como ocurrió en la Unidad de Ciencias Marinas de la Universidad Autónoma de Baja California en Ensenada. Luego de una serie de seminarios y conferencias de algunos miembros del Programa, los estudiantes y los académicos de aquella institución, empeñados en construir un cogobierno, decidieron desarrollar la docencia y la investigación vinculándola directamente con la atención de las necesidades de pescadores y cooperativistas y a los problemas medioambientales de la región. Esto implicaba comprender los problemas en toda su dimensión, superar la separación artificial disciplinaria impuesta desde el temprano siglo XIX por el positivismo europeo y atenderlos integralmente. Significaba, además, desarrollar las actividades académicas tomando como base esos problemas; así, los estudiantes de oceanología que se estaban formando lo harían en la práctica de la investigación.
Aquel experimento educativo era claramente antihegemónico y el Estado mexicano impidió que creciera y se consolidara. Un grupo de jóvenes profesores de la Facultad de Ciencias que habíamos participado en él (1978-1981) regresamos en derrota a la Ciudad de México. Eso nos acercó definitivamente a Germinal quien, a lo largo de toda su vida académica, impulsó proyectos con orientación análoga una y otra vez a semejanza, según contaba, del mítico General Castaños, el "General Derrota", a quien no le importaba haber perdido muchas batallas si, al final, acabaría por vencer al ejército de Napoleón en Bailén.
Por intermediación de Luis de la Peña, miembro del Consejo Asesor de la naciente Universidad de la Ciudad de México (UCM), antecesora de la hoy Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), a mediados de 2002 fuimos invitados por el Ingeniero Manuel Pérez Rocha, entonces rector, a formar un grupo de trabajo interinstitucional, con académicos de la UNAM y de la UCM, al que se le encargó la misión de elaborar un proyecto de creación de un área de ciencias para aquella universidad pública, la única que vio la luz en veinticinco años de gobiernos neoliberales. En sus inicios, en ese grupo de trabajo, coordinado por José Luis Gutiérrez, participaron Pedro y Octavio Miramontes, Germinal Cocho, Gustavo Martínez Mekler, Faustino Sánchez Garduño, Luis Medrano, Pablo Padilla y Juan Luis Martínez.
Después de varios encuentros y discusiones, se llegó a la conclusión de iniciar el área de ciencias de la ucm con un Programa de Maestría en Dinámica no Lineal y Sistemas Complejos (MDLYSC) que reflejara las ideas que Germinal había sembrado en los integrantes de este grupo desde el principio de los años setenta. Se trataba de ofrecer una formación científica que no repitiera lo que ya había en las grandes instituciones del país. Así, se pensó que: “en una primera etapa, este proyecto pudiera ser formador de cuadros académicos para la propia UCM y quizás para las preparatorias del recientemente creado Instituto de Enseñanza Media Superior del Gobierno del Distrito Federal; y que debería tener tres grandes ejes temáticos: Ciencia y Sociedad, Dinámica no Lineal y Sistemas Complejos. Germinal y José Luis elaboraron los contenidos de dos cursos de Ciencia y Sociedad; los hermanos Miramontes hicieron lo propio con dos de la línea de Sistemas Complejos y Faustino Sánchez se encargó de los contenidos de tres cursos del eje Dinámica no Lineal.
En torno de Ciencia y Sociedad se articularía todo el plan de estudios. En su fundamentación se ponen al día los objetivos del Programa de la Facultad de Ciencias: “en nuestros días, las diferencias entre los países ricos y pobres y entre las clases sociales dentro de cada país son cada vez más grandes, los conflictos sociales han sobrepasado los niveles en que se daban durante el S. XX y se manifiestan en el alza de la delincuencia, de la tasa de explotación capitalista y del control transnacional impuesto por la corporación política-tecnológica-financiera-militar que domina el mundo”. Y se agrega: “en esta situación importa discutir el papel de la ciencia y del quehacer de los científicos: quién les paga, a quién sirven, quién se beneficia de sus resultados y cómo y dónde se definen sus prioridades y orientaciones […] Hace falta, entonces, comprender la ciencia de nuestros días como un proceso dialéctico: por un lado, patrocinado por la corporación política-tecnológica-financiera-militar cuyas tendencias prioritarias se definen en los centros metropolitanos del gran capital y, por otro, proveedor de herramientas para pensar y transformar el mundo en un sentido diferente en el que lo importante sea la felicidad de la gente”.
Tanto la fundamentación, el diseño, la creación (se puede consultar el Documento Maestro citado en las referencias) y su puesta en marcha, corrió a cargo del grupo fundador. Fue así como surgió el Programa de la Maestría en Dinámica no Lineal y Sistemas Complejos de la Universidad de la Ciudad de México. En 2012, el programa se adecuó para recibir en él a estudiantes de áreas diferentes de la de físico matemáticas y, desde entonces, se llama Maestría en Ciencias de la Complejidad.
Atenea o Prometeo
En una visita más o menos reciente a la Facultad de Ciencias, Pablo González Casanova llamó la atención de los asistentes sobre el hecho de que nuestra Facultad tiene dos sombras tutelares del panteón griego con características en conflicto: Atenea y Prometeo. La primera, hija predilecta de Zeus, diosa de la sabiduría, la civilización, las habilidades y la ciencia, pero también de la guerra y la estrategia en combate; vanidosa y vengativa —su capacidad bélica era tal que ni siquiera Ares había podido vencerla—, se la representaba portando la victoria, armada con una lanza y protegida por una égida con la cabeza de la gorgona y un yelmo. Prometeo, a su vez, era el titán protector de los seres humanos a quienes había dado el fuego tras robárselo a los dioses exponiéndose a la ira de Zeus; a Prometeo se le representa, siempre, desnudo y con el fuego en la mano como se ve en la escultura que comparte con nuestra serpiente emplumada, el Quetzalcóatl civilizador de Mesoamérica. La observación de González Casanova, desde luego, implicaba la invitación a ser científicos al servicio de la gente; como habría dicho Germinal, a “tratar de que en el mundo del mañana no haya unos que mandan y otros que ejecutan”.
Hijo del exilio
Es ya un lugar común referirse a la multitud de beneficios que se derivaron para nuestro país cuando a partir de 1937, Lázaro Cárdenas apoyó la iniciativa de Daniel Cossío Villegas y las gestiones de Alfonso Reyes para que decenas de miles de republicanos españoles pudieran transterrarse en México durante e inmediatamente después de la Guerra Civil. En particular, la importancia del trabajo de aquellos intelectuales y artistas que vinieron a fundar la Casa de España o a incorporarse a la docencia en la Universidad Nacional o el Instituto Politécnico, la resumió Antonio Alatorre al referir que “la tarea que hicieron es de un valor absolutamente inapreciable y habría que ver renglón por renglón qué ha sido México antes y después de estos grandes hombres”. Pero, hasta donde sabemos, aún está por escribirse la influencia que han tenido los hijos de las familias de aquel exilio.
Germinal Cocho nació en Madrid en 1933 el 1 de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, y murió el 9 de mayo de 2019, en el aniversario del Día de la Victoria de 1945, cuando el Ejército Rojo culminó la derrota de los nazis y ocupó Berlín, al final de la Segunda Guerra Mundial. Esto es significativo porque bien podría haber sido suya la convicción, como la expresaba Richard Levins, de sólo saber que andando el tiempo, sería “científico y rojo”.
Hijo de un abogado republicano, en julio del 36 se había quedado en casa de su abuela a pasar las vacaciones cerca de Valladolid, mientras sus padres regresaban a Madrid con Flavio, el hermano menor casi recién nacido. El golpe de estado fallido del General Franco desató la Guerra Civil y, de inicio, partió el territorio del país en dos zonas —la sublevada y la republicana— entre las cuales el tránsito era prácticamente imposible; casi de inmediato, el ejército de los golpistas ocupó Valladolid y, en uno de tantos actos de barbarie vengativa, un piquete falangista detuvo en su casa y fusiló al abuelo de Germinal por el delito de ser padre de un republicano.
La Guerra Civil y sus secuelas mantuvieron separada a la familia Cocho Gil durante más de ocho años. Los padres cruzaron los Pirineos en 1939 y, luego de haber permanecido en un campo de concentración en el sur de Francia, llegaron a México en el 40 y fue hasta 1944 —cuando Franco empezó a tratar de congraciarse con los aliados que se alzaban ya como vencedores en la Segunda Guerra Mundial y permitió la salida de los familiares de quienes ya se habían exiliado— que Germinal y su abuela se reencontraron en la Ciudad de México con el resto de la familia.
Es un misterio hasta dónde las vicisitudes de la Guerra influyeron en el carácter de Germi. Alguna vez nos confió que, en la educación básica que recibió en la España negra que siguió a la derrota de la República, se le exigía memorizar todo —los nombres de los reyes godos, para empezar— y que, al llegar a México, las estrategias nemotécnicas que había desarrollado allá le permitieron tener notas sobresalientes en todas las asignaturas excepto en Civismo porque, en ésta, entraban en conflicto los valores del liberalismo mexicano expresado en la Constitución de nuestro país con la obediencia y la sumisión que exigían los testaferros de Franco en aquella España de cerrado y sacristía en que había vivido hasta entonces.
Quizá fueron esas experiencias las que estuvieron en el origen de su compromiso, de su inagotable generosidad y de esa conjugación excepcional de razón, emoción y compromiso que lo hacían el más prometeico de nuestros profesores e hicieron de su presencia entre nosotros un motivo mayor de alegría y satisfacción.
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Referencias Bibliográficas
Miramontes, Octavio y Raquel Gutiérrez. 1983. “El proyecto Jason”, en Ciencias núm. 3, pp. 40-45. https://www.revistacienciasunam.com/es/138-revistas/revista-ciencias-3/1078-el-proyecto-jason.html Programa de la Maestría en Dinámica no Lineal y Sistemas Complejos de la Universidad de la Ciudad de México. Documento Maestro (complejidad.uacm.edu.mx/index.php/24-documento-maestro). |
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| Nota Los textos insertos fueron seleccionados por Pedro Miramontes y forman parte del libro Ciencia, humanismo, sociedad escrito por Germinal Cocho, disponible en línea: http://scifunam.fisica.unam.mx/mir/copit/TS0014ES/TS0014ES.html |
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| Faustino Sánchez Garduño Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. Estudió las carreras de física y matemáticas en la Facultad de Ciencias de la UNAM, en donde hizo estudios de maestría en matemáticas. Su doctorado (en matemáticas) es de la Universidad de Oxford. Es profesor de tiempo completo en el Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias. Participó en la fundación del Grupo de Biología Matemática de esta institución y en el diseño del programa de la Maestría en Dinámica no Lineal y Sistemas Complejos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha sido profesor visitante de varias universidades e institutos del extranjero (Oxford, Cambridge, Leipzig, Barcelona, ictp en Trieste, La Habana, Overbolfag, Estocolmo, Minesota, Campinas, etc.) y de México. Desde 1994 es miembro del SNI. José Luis Gutiérrez Sánchez Grupo de Trabajo en Dinámica no Lineal y Sistemas Complejos, Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Es Matemático por la Facultad de Ciencias de la UNAM y Maestro en Ciencias de la Computación por la Universidad de Cantabria. Desde 1976 ha sido docente en distintas universidades públicas mexicanas. Es profesor-investigador de tiempo completo de la Maestría en Ciencias de la Complejidad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) cuyo programa contribuyó a elaborar (2002-2003). A la fecha, también es profesor de asignatura del Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias de la UNAM y es miembro del Consejo de Colaboradores de la Revista Ciencias. Ha publicado ensayos de divulgación científica y, en coautoría con Faustino Sánchez Garduño, dos libros: Matemáticas para las ciencias naturales (1998) y Matemática del crecimiento orgánico (2017). Sus líneas de investigación se ubican en los campos de la biología teórica (evolución y desarrollo), la sociocomplejidad (condicionantes sociales de la salud y prevención comunitaria) y la dinámica de las transiciones culturales. |
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