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Oscar Gustavo Retana Guiascón
     
               
               
El nombre de murciélago evoca una antigua creencia popular
de que a los ratones viejos les salen alas y son ciegos, ya que la palabra deriva del latín mus o muris (ratón), caecus (ciego) y alatus (alado) esto es: muris-caecus-alatus o ratón-ciego-alado. Etimológicamente el nombre correcto en castellano es “murciégalo”, pero por transposición silábica se convirtió en “murciélago”.
 
Estos mamíferos alados han sido reconocidos en diversas culturas del mundo; en Grecia se les denomina atelabus o nicteridda, en Portugal morcego, en Rusia notchiitsa, en Alemania fledermaus, en Turquía yarasa, en Italia pipistrello, en Croacia slepi misi y en hebreo ataleph que significa ave de noche. En el México prehispánico, los nahuas los llamaron tzinacatl y quimichpapalotl (ratónmariposa), los mayas los conocían como zotz y los zapotecos piqueziña.
 
Los murciélagos son los únicos mamíferos capaces de volar. Se clasifican en el orden Chiroptera, del griego Keir, que significa mano, y pteron, cuya traducción es ala, es decir, manos aladas. Reciben este nombre porque las falanges alargadas de los dedos conforman la estructura principal de soporte de la membrana alar, la cual se extiende por el antebrazo hasta las extremidades posteriores.
 
Existen aproximadamente 1 150 especies de quirópteros distribuidas por todo el mundo, ya que pueden habitar desde el nivel del mar hasta altitudes mayores a dos mil metros. Los murciélagos se refugian en grutas, cuevas, fisuras de acantilados, corteza y huecos de los árboles e inclusive en los edificios, catedrales, puentes y drenajes.
 
Los quirópteros se dividen en dos grandes ramas: los subórdenes Microchiroptera (murciélagos pequeños) y Megachiroptera (murciélagos grandes); este último tiene una sola familia llamada Pteropodidae, que incluye cerca de 167 especies conocidas comúnmente como zorros voladores y se encuentran únicamente en los bosques tropicales de India, África, Asia y Australia; son de cuerpo y ojos grandes, más activos en el día y se alimentan principalmente de frutos. Entre éstos se destaca el gran zorro volador o paniki (Pteropus vampyrus), cuyo cuerpo tiene una longitud de más de 30 centímetros, un peso promedio de 1.5 kilos y sus alas llegan a alcanzar casi dos metros completamente abiertas; puede vivir más de treinta años y habita en el sureste de Tailandia, Indochina, Malasia, Borneo, Filipinas, Java e islas adyacentes.
 
Por su parte, el suborden Microchiroptera está representado por cerca de mil especies cuya mayor actividad se realiza durante la noche, generalmente de tamaño pequeño y emplean el sistema de ecolocalización para volar y alimentarse; se encuentran en todo el mundo y se alimentan mayormente de insectos y frutos. Uno de los animales más pequeños del mundo es el murciélago abejorro (Craseonycteris thonglongyai), cuyo cuerpo puede medir de 29 a 33 milímetros, lo mismo que mide un abejorro; fue descubierto en 1974 y habita únicamente en un conjunto de cuevas localizadas en el Parque Nacional Sai Yok de la provincia de Kanchanaburi, Tailandia.
 
Cabe destacar que, de las más de mil especies de quirópteros que existen en el mundo, sólo tres se califican como verdaderos murciélagos vampiros, es decir, que subsisten alimentándose exclusivamente de la sangre de otros animales: el vampiro común (Desmodus rotundus), el de patas peludas (Diphylla ecaudata) y el de alas blancas (Diaemus youngii). Estos hematófagos habitan ú nicamente en el continente americano, principalmente en las regiones templadas y cálidas de México, Centro y Sudamérica. D. youngi y D. ecaudata se alimentan principalmente de la sangre de aves silvestres y a veces de las de corral, mientras que D. rotundus suele alimentarse de la sangre de otros mamíferos, en especial de vacas, puercos, caballos, etcétera.
 
El mito del vampirismo
 
Debido a su enigmática figura, su capacidad de volar y una vida noctambula, los murciélagos han ocupado un sitio importante en las manifestaciones culturales en distintas sociedades humanas. En Europa, durante la hegemonía religiosa de la llamada Edad Media (siglos v al xv), distintos animales formaron parte de historias fantásticas como alegorías de juicios morales o de arquetipos del mal. Tal fue el caso del murciélago, que se asoció con las brujas y devino un estigma de las acciones maléficas.
 
No obstante, lo que realmente asentó el carácter maligno de los murciélagos en las creencias populares fue su asociación con el vampirismo. La palabra vampiro proviene del serbio vampir, que significa espectro o cadáver, utilizada para referirse a personas que habían muerto pero que se creía que estaban condenadas a salir en las noches de sus tumbas para alimentarse de la sangre de los vivos y así poder continuar su existencia en el mundo terrenal. Según los expertos en el tema, la idea del vampirismo ha existido desde tiempos de Aristóteles y fue llevada a Europa a través de la ruta comercial de la seda, tomando mayor fuerza entre los siglos xiv y xviii en Rumania y Hungría.
 
Tras las grandes exploraciones de América en los siglos xvi y xvii, el vampirismo encarnó en murciélago al encontrar su espécimen animal: los murciélagos hematófagos. Esto potenció en Europa el nexo entre vampiro y murciélago, motivando a filósofos como Rousseau y Voltaire a escribir artículos dedicados a los vampiros, aunque con un tinte de crítica hacia la hegemonía monárquica y religiosa de su época. A principios del siglo xix, el mito del vampirismo y la imagen del murciélago cobró auge en Europa al tener un papel recurrente en distintas obras literarias, tales como la de John Polidori El Vampiro, de 1819, Varney el vampiro de James Malcom Rymer, de 1847 y Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu, de 1871.
 
Sin embargo, el mayor impacto del vampirismo en el mundo y la inseparable figura del murciélago se produjo en 1897 con la publicación de la obra Drácula, del escritor irlandés Bram Stoker. Según distintos autores, Stoker se basó en los mitos folklóricos rumanos y en un personaje que gobernó Valaquia en el siglo v, llamado Vlad Drakul (Drakul en honor a que su padre perteneció a la Orden del Dragón), a quien también se le conoce como Vlad Tepes III El Empalador, debido a que utilizaba el método de tortura conocido como “empalamiento”; una muerte muy lenta y sangrienta. Tal fue su fama de sanguinario que al morir se creó la leyenda de que en las noches despertaba para asesinar y obtener la sangre de nuevas víctimas. En 1922, el cineasta alemán Friedrich Wilhelm Murnau realizó la primera adaptación cinematográfica de la novela Drácula; el resultado fue la película silente Nosferatu (antigua palabra checoslovaca para vampiro), cuyo personaje principal es el Conde Orlok, vampiro de aspecto siniestro con colmillos pronunciados, grandes uñas en sus manos, orejas puntiagudas y una piel pálida que le da un aspecto cadavérico.
 
Vale la pena aclarar que dichos rasgos físicos de vampiro corresponden a los estragos producidos por una enfermedad genética conocida como porfiria. Se conocen ocho tipos de porfiria, los cuales se caracterizan por la hipoactividad de alguna de las enzimas que participan en el metabolismo de las porfirinas, que son pigmentos intermediarios en la vía biosintética del grupo hem de la hemoglobina. Esta deficiencia enzimática ocasiona que se acumulen grandes cantidades de porfirinas en el organismo, produciendo anemia hemolítica, que a su vez provoca palidez en la piel e intolerancia a algunos alimentos. También se presenta crecimiento anormal de las uñas y del vello en zonas no habituales, como las palmas de las manos, mejillas y nariz, así como enrojecimiento de los ojos y retracción de las encías, lo que hace que destaquen los colmillos y la dentadura tenga un aspecto sanguinolento.
 
Los daños más graves sufridos por las personas que tienen esta enfermedad se producen cuando padecen la porfiria fotosensitiva, es decir hipersensibilidad a la luz solar. La exposición a los rayos solares puede ocasionar severas ampollas, destrucción de la piel, arrugamiento y contracción de los labios; en caso severos puede haber pérdida de una parte de los dedos, nariz u orejas. Estos síntomas se deben a que las porfirinas acumuladas en la piel absorben luz de cualquier longitud de onda y transfieren su energía al oxígeno de la sangre, el cual se transforma en oxígeno atómico, que es altamente destructivo de los tejidos cuando se expone a los rayos solares, generando en ocasiones una verdadera combustión con flamas y humo, lo cual seguramente se ha visto en alguna de las películas de El enmascarado de plata contra los vampiros.
 
Regresando a la Edad Media, los enfermos de porfiría que llegaron a ser sorprendidos en la noche alimentándose de la sangre de algún animal o persona debido a la llamada ansiedad por la sangre (obligados por la anemia ferropénica que padecía) con su tenebroso aspecto por la destrucción de tejidos, fue quizá la base para crear el mito del vampirismo. Su asociación con el murciélago se pudo haber dado porque es posible que estos vampiros porfídicos, al tratar de huir y esconderse tras ser sorprendidos, buscaran refugiarse en lugares de los que posteriormente salieran murciélagos en busca de un sitio más seguro, suceso que seguramente se interpretó como uno de los poderes sobrenaturales de los vampiros de transformarse en este animal volador para huir velozmente y con sigilo.
 
No hay que olvidar los crucifijos y en especial los racimos de ajos que se colocaban en las puertas y ventanas, ya que se ha comprobado que el ajo contiene dialkilsulfito, sustancia que aumenta la severidad de los daños si un vampiro (enfermo de porfiria) lo consume y se expone a la luz solar. Sin dudad esa reacción al ajo dio la idea de que era un arma efectiva contra vampiros.
 
Su papel en otras culturas
 
En el México precolombino, el mito de una especie de vampiro nativo ya existía, (éste era conocido entre los nahuas como tlacique, que se describe como un tipo de chamán que vive con su familia humana pero que durante la noche se transforma en una bola de fuego o en un ave semejante al guajolote o zopilote para pasar desapercibido y poder alimentarse de la sangre de los infantes. Entre los pueblos indígenas tlaxcaltecas se ha recopilado una versión similar, la Tlahuelpuchi, una mujer con la capacidad de convertirse en distintos animales y echar un vaho adormecedor para alimentarse de la sangre humana, principalmente de los niños, a quienes dejaba una marca en la mollera o nuca. Con base en esta leyenda se acuño la frase coloquial “te va a chupar la bruja”. En el sureste, en particular en la región de los Altos de Chiapas, algunos investigadores han registrado las historias que ahí se narran acerca de un ser mitad hombre y mitad murciélago cuyo nombre en Zotzil es J’ik’al (el que corta las gargantas), también conocido en español como el “negro cimarrón”; se dice que rapta a las mujeres y se las lleva a las cuevas en donde habita para devorarlas.
 
En la cultura prehispánica, el murciélago trascendió más allá de ser un símbolo del mal, pues se asoció a Tlacatzinacantli, dios de la noche y el inframundo. En los códices Vaticano, Borgia y Féjérváry-Mayer se encuentran representaciones de este dios murciélago; un ejemplo es la lámina 24 del Códice Vaticano (imagen de la derecha).
 
En el área mixteca-zapoteca de Oaxaca, el murciélago se relacionó también con PitaoCozobi, deidad del maíz y la milpa, por lo que está ampliamente representado con rasgos antropomorfos por medio de máscaras, vasos, silbatos, braseros y urnas. En la cultura maya también se asoció a Zotz o Camazotz, deidad del inframundo cuyo nombre, según varios autores, se puede traducir como “murciélago del rayo de la muerte”.
 
La percepción social de los murciélagos es diversa y se aprecia un gran valor cultural en muchas partes del mundo; en China, por ejemplo, se respeta y venera a estos mamíferos ya que la palabra empleada para decir murciélago (fu ) suena idéntica a buena fortuna (fu ). Es muy notorio el pictograma de los cinco murciélagos dispuestos de manera circular, que es el símbolo de las cinco fortunas (wufu ): longevidad (), abundancia (), salud (), virtud y sabiduría () y una muerte en paz ( ). Se trata de un símbolo que forma parte de la vida cotidiana de las familias chinas y se encuentra en llaveros, platos, jarrones (en esta página) pinturas y adornos de madera o papel en las casas.

La literatura y las artes

En la literatura griega, los quirópteros fueron incluidos en las fabulas de Esopo (siglo vi a.C.), como en “El ruiseñor y el murciélago”, “El murciélago y las comadrejas” y “El murciélago, la zarza y la gaviota”, tradición que se mantuvo largo tiempo, como se observa en el libro Esopo de Madrid de Jose Pi y Montes, publicado en 1831, en el cual se encuentra “El murciélago”:
 
“El Murciélago
Cuando las Aves tuvieron
Con los cuadrúpedos guerra,
La victoria se mantuvo
Por algún tiempo suspensa
El murciélago entre tanto
De entre los suyos deserta,
A los cuadrúpedos pasa,
Y con ellos plaza sienta
Vencieron por fin las aves,
A que el águila gobierna
Y entre varios prisioneros
Nuestro desertor se encuentra
De tan infame delito
En bien merecida pena
A que en su vida volase
El águila le condena
Por esta causa de día
El murciélago no vuela,
Y ha quedado reducido
Solo á salir en tinieblas.
El que abandona á los suyos
Cuando es la fortuna adversa,
En la prospera merece,
Le traten como de fuera”.
 
Estos animalitos también fueron inspiración para grandes filósofos como Platón, quien se refirió al murciélago en una especie de acertijo como parte de los ejercicios lógicos que ponía a sus alumnos: “un hombre que no es hombre, viendo a un pájaro que no era pájaro posado en un palo que no era palo, le tiró y no le tiró una piedra que no era piedra”. La respuesta correcta debió ser la siguiente: es un eunuco viendo un murciélago sobre una caña al que le avienta una piedra pómez.
 
Al igual que para Aristóteles, quien emuló los hábitos nocturnos de este animal en sus tesis metafísicas al sugerir que la dificultad de la filosofía no se encuentra en las cosas mismas sino está en nosotros, enunciando la siguiente frase: “lo mismo que a los ojos de los murciélagos ofusca la luz del día, lo mismo a la inteligencia de nuestra alma ofuscan las cosas que tienen en sí mismas la más brillante evidencia”.
 
En la literatura se destaca la obra latina Las metamorfosis de Publio Ovidio Naso, terminada en el año 8 d.C., en cuyo libro iv se narra la leyenda de las Miniades o Mineidas, Alcítoe, Arsipe y Leucipe, que eran las tres hijas del rey Minas, quienes fueron transformadas en murciélago en castigo por preferir quedarse en su casa hilando y contando historias en lugar de salir a celebrar y participar en los rituales en honor de Baco; aunque en otras obras se menciona que una de las hermanas fue transformada en murciélago, otra en búho y la tercera en lechuza. Un fragmento del libro de Ovidio hace mención a su transformación en murciélagos: “y ya hace tiempo se esconden por las humeantes estancias las hermanas y por diversos lugares los fuegos y las luces evitan, y mientras buscan las tinieblas, una membrana por sus pequeñas articulaciones se extiende e incluye sus brazos en una tenue ala; y, de qué en razón hayan perdido su vieja figura, saber no permiten las tinieblas. No a ellas pluma las elevaba, a sí se sostenían, aun así, con perlúcidas alas, y al intentar hablar, mínima y según su cuerpo una voz emiten, y realizan sus leves lamentos con un estridor, y los techos, no las espesuras frecuentan, y la luz odiando, de noche vuelan y de la avanzada tarde tienen el nombre”.
 
El murciélago también aparece en la Edad Media. Una leyenda sobre la conquista de Valencia por el rey de Aragón Jaime I compilada en el Libre dels feits, que en castellano se traduce como el Libro de los hechos del rey Jaime, cuenta que ésta era una ciudad estratégica y próspera, por lo que fue ocupada por los sarracenos (árabes) desde el año 711. En 1238, el rey Jaime I inició la reconquista del territorio valenciano, montando su campamento cuando sitiaba la ciudad. Una noche un murciélago se posó en la parte alta de la tienda del rey, quien lo tomó como un presagio y ordenó a sus hombres que no asustasen al animal, sino que le complacieran para que estuviese a gusto en el campamento. Después, mientras todos en el campamento dormían, Jaime I se despertó al escuchar extraños golpes contra un tambor y se sorprendió al ver que el murciélago era quien estaba golpeando con su cuerpo el tambor para alertarlo de que los sarracenos estaban cerca del campamento, por lo que el rey llamó a sus capitanes para que diesen la alarma a los soldados y rápidamente se prepararan para la batalla. Después de ganarla, en honor al murciélago, el rey ordenó representar su figura en la parte más alta del escudo real y en el de la ciudad de Valencia.
 
La poesía lo incluye también. En el siglo xviii, por ejemplo, Fray Diego Tadeo González escribió en su Memorial literario un poema titulado “El murciélago alevoso”, que en aquella época fue uno de los más conocidos entre los dedicados a una mujer:
 
“La lluvia repetida,
que viene de lo alto arrebatada,
tan solo reservada a las noches,
se oponga a tu salida;
o el relámpago pronto reluciente
te ciegue y amedrente;
o soplando del Norte recio el viento
no permita un mosquito a tu
alimento.”
 
En la iconografía abundan las representaciones de este mamífero: el demonio es presentado con alas de murciélago hasta los siglos xviii y xix, como se constata en algunos de los grabados de Francisco de Goya de la serie titulada Los Caprichos, de 1799, como “El sueño de la razón produce monstruos” (en la página anterior).
 
Otro ejemplo es el grabado titulado La caída de Lucifer de Gustave Doré (en esta página), en el que sobresalen las alas de murciélago y con el cual Doré ilustró una obra clásica de la literatura inglesa, El paraíso perdido de John Milton, en su edición de 1866. Hasta Vincent Van Gogh pintó en 1886 el cuadro Stuffed Kalong, conocido en español como El zorro volador, un quiróptero frugívoro originario de Indonesia.
 
En la música los murciélagos han sido asimismo motivo de inspiración. Johann Strauss II presentó, en 1874 en el teatro nacional de Viena, la opereta cómica considerada como su obra maestra Die Fledermaus cuya traducción es “el ratón volador”, es decir El Murciélago.
 
Las artes y las técnicas del Renacimiento también presentan influencia de estos seres alados. Entre 1488 y 1505, Leonardo da Vinci realizó distintos bocetos de máquinas voladoras basándose en la estructura y morfología alar de los quirópteros. No obstante, fue hasta 1890 que el científico francés Clement Ader logró construir la primera máquina voladora a la que nombro Éole, obra magna de ingeniería cuyo diseño se basó en la reproducción de la estructura del cuerpo y las alas de un murciélago, y consiguió despegar del suelo, cuarenta centímetros, y desplazarse más de cincuenta metros; una gran hazaña para la época (en la página siguiente).
 
Su importancia ecológica
 
Los murciélagos forman parte de las manifestaciones socioculturales desde hace aproximadamente 20 o 25 mil años —en Australia se encontró una pintura rupestre de un grupo de murciélagos, de los llamados zorros voladores, que corresponde posiblemente a una especie actualmente extinta. Sin embargo, hay prejuicios que actúan en su contra; es por tanto necesario generar una correcta apreciación sobre este fascinante grupo animal a fin de que se tome conciencia de la importancia de protegerlos, ya que desempeñan un papel trascendental en el control de insectos que son perjudiciales para la agricultura y la salud humana, pues la mayoría de los murciélagos se alimenta de insectos y frutos y no de sangre.
 
Asimismo, los quirópteros polinizan y dispersan más de cuatrocientos tipos de plantas de importancia comercial, entre las que se encuentran el plátano, el higo, el durazno, el mango, la guayaba, la guanábana y el chicozapote. En ciertos casos, son el único agente polinizador de cierta “planta”, como las especies de maguey empleadas para producir mezcal y tequila.
 
Distintos estudios han demostrado que los murciélagos frugívoros intervienen en la dispersión de semillas de más de quinientos tipos de plantas, por lo que son un factor muy importante para la recuperación de selvas y bosques. Recientemente, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (iucn por sus siglas en inglés), ha señalado que 25% de todas las especies vivientes que integran el orden Chiroptera ostentan alguna categoría de riesgo debido a la pérdida y fragmentación de su hábitat, así como por el uso indiscriminado de plaguicidas agrícolas.
 
En este sentido, la participación y compromiso de todos los sectores sociales y la difusión y divulgación de información correcta son esenciales para asegurar la conservación de los murciélagos y los múltiples servicios ecológicos y culturales que han brindado desde que se originaron, hace más de cincuenta millones de años. Pero esa es otra historia.
 
     
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Oscar Gustavo Retana Guiascón
Centro de Estudios de Desarrollo Sustentable 

y Aprovechamiento de la Vida Silvestre,
Universidad Autónoma de Campeche.

Biólogo egresado de la Facultad de Ciencias de la unam, con doctorado en Gestión de Recursos y Medio Ambiente. Su campo de investigación comprende la conservación de la Vida Silvestre. Ha participado en diversos proyectos y publicaciones en materia de manejo y uso comunitario de la Fauna Silvestre, Colecciones Biológicas y Biodiversidad. Actualmente es profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Campeche.
     

     
 
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