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Esquemas para
pensar
César Carrillo Trueba
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Desde su aparición, la agricultura moderna ha menospreciado
las prácticas antiguas occidentales así como las de los demás pueblos del mundo. Basada en el propósito de obtener altos rendimientos empleando variedades seleccionadas por un rasgo que ha sido seleccionado para obtener un mayor provecho —las cuales son sembradas en monocultivo en grandes extensiones y con costosos insumos—, es un fiel reflejo del modo de pensar que impera en nuestra sociedad. Homogeneidad, grandes concentraciones, devastación del terreno para establecer la plantación, monoespecificidad, falta de sustentabilidad, dependencia de insumos permanentes y costosos, de semillas que han sido patentadas por compañías privadas, acaparamiento de tierras, sometimiento de otras formas de producir, control de la mano de obra, explotación de jornaleros y otros tantos rasgos más forman prácticamente una manera de ver el mundo y de relacionarse con él, tanto con la naturaleza como con la sociedad.
El uso de los bosques es ilustrativo de esta mentalidad. Los proyectos de desarrollo en este ámbito consisten en vastas plantaciones de una sola especie que posee algún rasgo interesante: el crecimiento rápido o la madera suave, fácil de trabajar, como es el caso del eucalipto. En México, este tipo de plantaciones pretendían instalarse en tierras rentadas durante algunas décadas —a una comunidad, por ejemplo—, con el fin de plantar árboles que permitieran obtener beneficios en corto tiempo —por ejemplo, para producir celulosa—, sin importar el empobrecimiento del suelo que resultaría de ello, prácticamente inservible para cultivar algo al final. El beneficio privado es lo principal.
Por el contrario, el manejo tradicional de los ambientes forestales tiene múltiples propósitos y no uno solo, por lo que en ellos crecen árboles de especies diferentes junto con otras plantas que viven bajo su sombra o sobre ellos, o incluso se cultiva café y palma, y se favorecen plantas alimenticias y medicinales. Además, de una especie de árbol se pueden obtener múltiples productos y beneficios —madera, frutos, corteza, raíces, hojas—, ya sea para hacer muebles, casas, ropa, artesanía o para alimento, forraje, medicina y la venta —lo cual permite allegarse recursos monetarios indispensables para satisfacer ciertas necesidades (zapatos, útiles escolares, etcétera) surgidas de recientes cambios sociales.
Esta forma de uso implica una red de relaciones entre plantas, entre personas, plantas y personas, plantas y diversos factores ambientales —el agua y el clima, por ejemplo—, y entre estos y los animales que los habitan, y todo lo anterior y los humanos; pero también entre cada parte del árbol en cuestión y dichos elementos. Es una manera de relacionarse que integra el corto y el largo plazo, las relaciones con el suelo, los animales, las plantas y con otras personas, pues implica tareas que requieren el trabajo de grupo y con los habitantes de las ciudades, ya que algunos de los productos obtenidos tienen ese destino y algunos han encontrado circuitos orgánicos o de comercio justo.
Posee por tanto un sentido comunitario muy amplio. Constituye una visión compleja, fina e integral, en donde humanos y naturaleza no son separados sino vistos como parte de una unidad. Es reflejo de una manera de pensar, de relacionarse con el mundo, de vivir y convivir.
Presentados a manera de diagrama en un libro escrito por Vandana Shiva —una célebre activista hindú—, estas formas de uso de los bosques sintetizan dos maneras de pensar, completamente opuestas el día de hoy, algo que se puede apreciar en los conflictos que han desatado los cultivos transgénicos en muy diferentes partes del mundo.
Como señala Brian Goodwin, especialista en sistemas complejos, el primer esquema es reflejo de una mentalidad que “surge directamente de una ciencia reduccionista de cantidades, la cual considera las especies en términos de rasgos específicos que pueden amplificarse para obtener un alto rendimiento de determinados productos”; en él, “la mayoría de las conexiones entre tales productos están rotas”. Mientras que en el segundo, “el uso tradicional de productos naturales los integra en un sistema global, equilibrado y sostenible, intrínsecamente robusto gracias a la multiplicidad de componentes interactivos”.
Vistos frente a frente, como imágenes, estos diagramas reflejan claramente dos visiones del mundo; son esquemas que orientan el pensamiento y la acción: son esquemas que dan a pensar.
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Referencias bibliográficas
Goodwin, Brian. 1994. Las manchas del leopardo. La evolución de la complejidad. Tusquets, Barcelona, 1998.
Shiva, Vandana. 1993. Monocultures of the Mind. Zed Press, New Delhi.
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Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
como citar este artículo → Carrillo Trueba, César. (2011). Esquemas para pensar. Ciencias 101, enero-marzo, 24-25. [En línea] |