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Arquitectura
vernácula en el
trópico húmedo
 

María Guadalupe Cuán Aguilar

   
   
     
                     
                     
Tuxpan es un municipio que se encuentra localizado en la
región de la Huasteca en Veracruz, y se caracteriza por su belleza natural, como el río que lleva su mismo nombre, sus esteros y playas, y las montañas que lo rodean, que son parte de la Sierra Madre Oriental. Su principal característica es la gente, ya que posee raíces de los distintos pueblos que se asentaron en la zona: nahuas, huastecos, totonacos, otomíes y tepehuas.
 
Lamentablemente, la vivienda en esta zona está lejos de brindar las mismas condiciones a todos sus habitantes —por ejemplo, es conocido que la mayoría no puede climatizar sus viviendas de manera artificial debido a los bajos ingresos económicos—, y en parte se debe a que los arquitectos no tomamos en cuenta la identidad de la gente ni los beneficios que la región puede brindar. Sería deseable retomar la arquitectura de la región y la arquitectura bioclimática como una estrategia para mejorar la calidad de la vivienda de las distintas clases sociales. Por medio de la arquitectura bioclimática se podría climatizar los edificios, optimizando el uso de nuestros recursos, y así reducir el gasto energético que resulta de todas las actividades que realizamos en nuestro quehacer diario, además del consumo por el aire artificial.
 
Estos métodos fueron empleados por nuestros antepasados, ellos se basaban en un conocimiento del medio y el clima —“los constructores eran muchas veces los futuros habitantes”—, y nos dejaron infinidad de elementos que poseen grandes enseñanzas, pero que hoy día no tomamos en cuenta al momento de proyectar nuestras viviendas, ya que tenemos la idea que lo pasado está muy lejos de lo que pudiésemos considerar como algo estético y moderno. Es por eso que acudimos a la copia de soluciones de otros lugares del planeta, cuando éstas fueron diseñadas para otros climas, regiones y personas; lo que nos trae como resultado una infinidad de problemas, como la mala ventilación, ya que no cubren por completo las necesidades de los usuarios, además de no ser adecuadas a nuestra identidad; en resumen, nos brindan respuestas que están muy lejos de lo que estamos buscando y de lo que en realidad necesitamos.
 
La arquitectura forma un todo, por lo que es indispensable tomar en cuenta a los habitantes del lugar y su forma de vida. La arquitectura tradicional nos debe servir como base y podemos hacerla evolucionar por medio de los avances contemporáneos. Tomar lo pasado no significa retroceder, al contrario, es la herencia que nos dejaron y debemos mejorarla de manera coherente para encontrar la respuesta más adecuada para el lugar donde estamos ubicados.
Necesitamos mirar nuestro entorno, ver qué recursos nos brinda la región, la topografía, nuestra identidad, forma de vida y tradiciones, tomar en cuenta los elementos climá­ticos para nuestros diseños, materiales y procesos constructivos; “el clima no solamente desempeña un papel importante en la composición del subsuelo, sino que también afecta profundamente las características de plantas y animales”.
 
En esta región la vegetación siempre ha formado parte de la arquitectura, no sólo como protección o decoración, y es un importante recurso accesible a todos. Con ella se puede crear un ambiente físico inmediato, se puede usar como protección acústica, contra la lluvia, el viento, como pantalla visual, entre muchas otras formas. Ha sido utilizada tanto en la arquitectura vernácula como en la arquitectura de estilo, ya que contribuye al establecimiento de microclimas, tanto en el medio natural como en el urbano, permite manipular elementos climáticos como la cantidad de rayos solares que llega a la superficie, la velocidad y dirección del viento, la temperatura y humedad del aire, el efecto de oxigenación (el CO2 es absorbido por vegetación y después lo regresa al entorno como oxígeno), además de reducir el polvo y evitar la erosión.
 
La luz del Sol en esta región es muy intensa durante todo el año —en promedio ocho horas al día—, por lo que la sombra es bienvenida permanentemente. Muchas soluciones de climas fríos, en donde es indispensable captar este recurso, resultan contraproducentes en esta región, en donde es indispensable crear estrategias para controlarlo. Así, una gran equivocación que puede traernos graves consecuencias es colocar superficies pavimentadas en los edificios, ya que acumulan mucho más calor y se mantienen calientes más tiempo.
 
La alta humedad es otra característica de la región, y hace que gran cantidad de la radiación solar sea difusa, algo que puede llegar a ser insoportable; la sombra es por tanto una herramienta indispensable para todo proyecto arquitectónico a fin de controlar la cantidad de calor que se refleja hacia el interior de un edificio.
 
El viento es un desplazamiento de aire generado por las diferencias de presión entre las masas de aire. El aire caliente, menos denso, comienza a subir, mientras el aire frío desciende, se vuelve a calentar, y asciende. Es un elemento importante a considerar en la arquitectura, ya sea para captarlo, evitarlo o capturarlo. Para lograr una adecuada ventilación en las construcciones es necesario analizar su comportamiento y así posteriormente determinar el recorrido que deberá realizar a través de éstas.
 
En la vivienda vernácula totonaca se logra ver la importancia de este elemento, ya que su orientación no es con relación al Sol sino con el viento —se dice que una vivienda mal orientada durará poco tiempo, pues la techumbre se arruina rápidamente—, además, sus muros son elaborados con tablas o cañas rajadas, lo cual permite el libre acceso del viento a la vivienda, y en las casas con cubierta de teja de barro se deja una abertura entre el muro y el techo para que el aire caliente, que sube, pueda salir libremente de la vivienda, permitiendo el acceso del viento fresco por muros y ventanas.
 
La humedad relativa de la región va de 85 a 100%, por lo que la sensación más importante a contrarrestar es lo que se denomina bochorno. Los proyectistas debemos tomar en cuenta la humedad en el ambiente interior del espacio. La ventilación natural ayuda a climatizar los edificios mediante una apropiada circulación del viento a fin de producir una sensación de frescor por medio de la brisa del mar; además de que actualmente sabemos que el movimiento del aire desempeña tres funciones diferentes: suministro de aire fresco (beneficio para la salud), enfriamiento del interior por convección, y refrescar a los usuarios por medio de la evaporación.
 
La trayectoria interior del flujo de aire depende de la posición y diseño de los vanos, así como de los elementos de protección solar como voladizos, persianas y contraventanas. El control del movimiento del aire dentro y fuera de los edificios es una herramienta de diseño importante en la arquitectura bioclimática, pues permite manejar con bastante precisión el flujo de aire para alcanzar el confort deseado. Es posible provocar el movimiento del aire al interior de los espacios con elementos pasivos o activos (movimiento de aire por convección), lo cual acelera el paso del aire, baja la temperatura y representa un alivio para los usuarios.
 
Nuestros antepasados reconocían que la adaptación era un principio esencial de la arquitectura, y como Vitrubio dijo en De Arquitectura, “el estilo de los edificios debe ser manifestado de manera diferente en países y en regiones con características diferentes”. Es por ello que construir con el clima es indispensable. La vivienda es un elemento fundamental que refleja y caracteriza la calidad de vida, el entorno y el carácter único que describe a la comunidad donde se encuentra ubicada, por lo que posee un sentido integral para sus habitantes; en consecuencia debe ser diseñada y planeada con base en los recursos propios, conservando el entorno, estableciendo los espacios que permitan una estancia confortable.
 
Es necesario crear conciencia para proyectar nuestras viviendas; al tomar en cuenta los elementos climáticos lograremos crear una arquitectura adaptada, un modelo que genere beneficios para el entorno y sus habitantes. Esto lo podremos realizar generando un equilibrio entre la arquitectura y la naturaleza mediante un análisis de lo pasado, la tecnología actual, nuestros recursos y los elementos climáticos. Debemos crear alternativas que sean integrales, que nos beneficien, seguir creando nuestros cimientos para conservar nuestra calidad de vida y la de nuestras futuras generaciones.chivichago
  articulos

Referencias bibliográficas
 
Estrello, José. 2006. Vivienda campesina en México. Universidad Veracruzana, México.
García Chávez, José Roberto. 2005. Viento y arquitectura. Editorial Trillas, México.
Olgay, Victor. 2006. Arquitectura y clima, manual de diseño bioclimático para arquitectos y urbanistas. Editorial Gustavo Gili, Barcelona.
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María Guadalupe Cuán Aguilar
Universidad Veracruzana
 

 

como citar este artículo

Cuán Aguilar, María Guadalupe. (2010). Arquitectura vernácula en el trópico húmedo. Ciencias 98, abril-junio, 10-12. [En línea]
     




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Biomimética: de la naturaleza a la creación humana

 
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Enrique Rocha Rangel
   
               
               
 
Hace poco más de diez años la bióloga Janine Benyus escribió
un libro llamado, en su traducción al español, Biomimética: innovación inspirada por la naturaleza, en donde expone que la naturaleza es el mejor diseñador de la Tierra y cómo los seres humanos podemos aprender muchas cosas de ella si ponemos atención. Desde entonces muchos diseñadores, ingenieros, biólogos y otros científicos han seguido esta manera de pensar para crear una amplia categoría de productos, que van desde un tren japonés de alta velocidad con un frente aerodinámico semejante al de un ave (figura 1), hasta una celda solar que trabaja bajo los principios con que las hojas de los árboles captan la energía del Sol.
 
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Figura1.
Tren bala japonés, uno de los trenes más veloces del mundo, cuyo frente fue diseñado con base en la cabeza de Alcedo atthis, ave muy veloz en vuelo.
 
 
 
 
En palabras de Janine Benyus, el significado de esta palabra viene de bios, vida y mimesis, imitar, y es una nueva ciencia que estudia las mejores ideas de la naturaleza y después imita sus diseños y procesos para resolver problemas humanos. La biomimética, como se le conoce en la práctica, no representa una categoría de productos, sino que es un método por medio del cual los diseñadores e ingenieros hacen investigaciones biológicas para determinar cómo los organismos resuelven problemas complejos, en otras palabras, cómo usan la información obtenida a lo largo de millones de años de evolución para obtener un diseño. Recientemente, ese tipo de pensamiento ha sido aplicado en un contexto comercial, produciendo una gran cantidad de nuevos productos tales como pegamentos no tóxicos, medios de transporte, estructuras muy resistentes y ligeras, sensores, redes neuronales y otros más.
 
Por medio de la evolución, la naturaleza ha experimentado varias soluciones a sus desafíos y mejorado las más exitosas. Específicamente, la naturaleza experimenta con los principios de la física, química, mecánica, la ciencia de materiales, de movilidad, control, sensores y muchos otros campos que nosotros reconocemos como ciencia e ingeniería. Los procesos de la naturaleza también involucran el escalamiento de lo nano y micro a lo macro y mega. Los archivos de los sistemas vivientes envuelven y acumulan información, codificándola en los genes de las especies y pasando así la información de una generación a otra por medio de su propia réplica.
 
La idea central de este concepto es que la naturaleza, imaginativa por necesidad, ha resuelto ya muchos de los problemas que nosotros nos esforzamos en resolver actualmente. Los animales, las plantas y los microbios son organismos consumados. A lo largo de su evolución han acertado en lo que funciona, lo que es apropiado y lo que perdura en la Tierra. La emulación consciente de la genialidad de la naturaleza es una estrategia de supervivencia para la humanidad, un camino hacia el futuro sustentable. Mientras más se parezca y funcione nuestro mundo como el mundo natural, mayor es nuestra probabilidad de sobrevivir en él.
 
El ser humano ha llegado a un punto crucial en su evolución, la población y nuestros hábitos no son sustentables. Hemos llegado al límite de tolerancia de la naturaleza y finalmente nos preguntamos ¿cómo sobrevivir sin destruir el planeta? La sustentabilidad es un proceso dinámico que permite a todo individuo desarrollar su potencial y mejorar su calidad de vida con conductas que simultáneamente protegen y mejoran los sistemas que soportan la vida en la Tierra. Al entrar en la era de “un mundo mejor a través de la biología y la química” dejamos de mirar la naturaleza como si fuéramos superiores; cambiar este enfoque requiere aceptar, como lo dice Tributsch, que la naturaleza sabe mucho más que nosotros. Efectivamente, los seres vivos tienen una enorme capacidad de adaptarse al medio, perpetuarse, aprender, autoorganizarse, reconocer posibilidades o situaciones, autorrepararse, etcétera. Las aplicaciones pueden ir desde el ámbito del perfeccionamiento o la invención de mecanismos “vivos” (robótica, por ejemplo), hasta los sistemas organizados, la dinámica de las empresas o la supervivencia en el mercado.
 
¿Qué haría la naturaleza?
 
Es la pregunta clave en la biomimética, a partir de la cual se desarrolla su método, que está basado en tres principios: 1) la naturaleza como modelo. La biomimética es una ciencia que estudia los modelos de la naturaleza y luego los imita o se inspira en sus diseños y procesos para resolver los problemas humanos; 2) la naturaleza como instructor. La biomimética usa un estándar ecológico para juzgar la certeza de nuestras innovaciones. Después de 3 800 millones de años de evolución, la naturaleza ha aprendido qué es lo que funciona, lo que es apropiado, lo que perdura; 3) la naturaleza como medida. La biomimética es una nueva forma de ver y juzgar la naturaleza; por medio del conocimiento de ella, el ser humano debe iniciar una era basada no en qué podemos extraer del mundo natural, sino en qué podemos aprender de él.
 
Así, por ejemplo, el Hesbock de Namibia, una especie de gacela que vive en el desierto, siempre se pone de cara o de espaldas al Sol, incluso cuando lucha, de manera que siempre expone la mínima superficie posible de su cuerpo a las radiaciones solares; en el desierto todo cuenta. O bien, las largas patas del dromedario le sirven para tener el cuerpo más alejado de la tierra y del calor que ésta reverbera. Mientras el tiburón limón posee dos aletas adicionales antes de la cola, lo que le permite acelerar mucho más velozmente, y el tiburón azul tiene la aleta de la cola más grande que la de los otros tiburones, lo que, combinado con un cuerpo mucho más flexible que el de los demás, le permite mover más ampliamente la cola, consiguiendo un mayor impulso y una velocidad de desplazamiento sostenida más elevada.
 
Este tipo de estrategias de la naturaleza han sido estudiadas para provecho humano. Un caso ilustrativo es el traje de baño de la marca Speedo modelo fastskin fsii, que imita la piel del tiburón (figura 2). El proceso de búsqueda y desarrollo empezó con un nuevo estudio del tiburón, examinando la textura de su piel y su movimiento dentro del agua. El tiburón es una criatura muy rápida en el agua pero no hidrodinámica por naturaleza. Se atribuye su velocidad a su piel con escamas en forma de V, denominadas dentí­culos, que reducen la resistencia y las turbulencias alrededor de su cuerpo, permitiendo así que el agua deslice con mayor eficacia. El estudio que llevó a cabo la firma Speedo en conjunto con el Museo de Historia Natural de Londres muestra que la forma y el tacto de los dentículos del tiburón varían a lo largo del cuerpo para optimizar el deslizamiento del agua. Debido a la resistencia que se produce cuando un objeto viaja por el agua, el traje de baño fastskin está fabricado con aristas que emulan las escamas del tiburón, con unas partes más rugosas y otros más suaves que se van combinando.
 
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Figura 2.
Traje de baño Speedo modelo Fastskin FSII, cuyos materiales se inspiraron en la textura de la piel del tiburón, uno de los animales marinos más veloces.
 
El modelo reduce la turbulencia y ayuda al nadador a desplazarse con más soltura porque corta la resistencia del agua. El traje de baño tiene unas crestas de forma triangular alineadas en paralelo a la corriente, con lo que el agua sólo toca los vértices y el contacto del nadador con ella es menor. Este tipo de traje de baño ya fue utilizado por algunos nadadores en los juegos olímpicos que tuvieron lugar en la Ciudad de Atenas en 2004.
 
Algunas de las mayores aplicaciones de la biomimética se dan en el campo de los biomateriales, ya que se involucra la síntesis o copia de materiales biológicos y su aplicación en diseños prácticos. Hay muchos ejemplos de materiales en la naturaleza que presentan propiedades únicas de uso. Una de las mayores ventajas de los biomateriales es que son biodegradables. Asimismo, el empleo de altas temperaturas y químicos peligrosos normalmente utilizados en las construcciones hechas por el hombre son usualmente incompatibles con las alternativas naturales.
 
La tela de araña es uno de los materiales biológicos más admirables por su alta resistencia y bajo peso. Este material biológico, producido por una glándula especial que tienen las arañas en el cuerpo, si se comparara en cuanto al peso que soporta sería tres veces más resistente que el acero, uno de los materiales más resistentes hechos por el hombre, ya que se ha medido que la resistencia de los hilos de la tela de araña es de 1 154 mpa (megapascales) mientras que la del acero es de tan sólo 400. La tela de la araña está compuesta por dos tipos de seda, la seda circundante, que forma las líneas y el marco de la red, y una seda viscosa que constituye el pegamento que cubre toda la espiral, con ayuda del cual las presas de la araña quedan adheridas a la red.
 
Así, cuando un insecto volador es capturado, la tela de la araña debe frenar su marcha mediante la absorción de su energía cinética. La fuerza que se requiere para detener el movimiento del insecto es inversamente proporcional a la distancia a la cual el movimiento debe ser detenido, por lo que cuanto más larga sea la distancia para detener al insecto, menor será la fuerza necesaria para frenarlo y en consecuencia menor será el daño potencial que sufra la red; se trata de un material muy flexible pero a la vez de una extraordinaria resistencia mecánica.
 
Una firma dedicada a la biotecnología en Quebec, Canadá, llamada Nexia Biotechnologies, ha obtenido exitosamente los genes de la seda de dos diferentes tipos de araña en leche transgénica de cabra, con lo cual se espera en un futuro no lejano poder fabricar seda de araña en cantidades suficientes para poder ser empleada en el levantamiento de algunas estructuras, de manera tal que se pudiera sustituir el acero, un material que se corroe fácilmente, y el kevlar, un polimeo obtenido mediante procesos fuertemente contaminantes y cuyo reciclaje hoy día es bastante complicado.
 
Conclusión
 
La biomimética es una herramienta que ayuda en el diseño de procesos verdes y que permite a los diseñadores, presentes y futuros, un enfoque moderno basado en la antigua práctica de la imitación de la naturaleza. La biomimética sigue los principios de la vida, que nos instruyen a construir de abajo hacia arriba, optimizar en lugar de maximizar, usar la energía libre, aceptar la diversidad, adaptarse y evolucionar, usar procesos y materiales amigables para la vida, entablar relaciones simbióticas y mejorar la biosfera.chivichago
  articulos  
Referencias bibliográficas
 
Bar-Cohen, Y. 2005. Biomimetics-biologically inspired technologies, CRS Press, Boca Raton, Florida.
Bar-Cohen, Y. 2006. “Biomimetics-using nature to inspire human innovation”, en, Bioinspiration & Biomimetics, núm. 1, pp. 1-12.
Benyus M. Y. 1997. Biomimicry: innovation inspired by nature. William Morrow and Company Inc., Nueva York.
Carlson J., Ghaey S., S. Moran, C. A. Tran y D. L. Kaplan 2005. Biological materials in engineering mechanisms, CRS Press, Boca Raton, Florida.
Chiras D. 1992. Lessons from nature: learning to live sustainably on the earth. Island Press, Washington, DC.
Tributsch H. 1982. How Life Learned to Live: Adaptation in Nature. MIT Press, Cambridge, Massachussets.
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Enrique Rocha Rangel
Universidad Politécnica de Victoria, Tamaulipas
 
Doctor en ciencias con especialidad en metalurgia y materiales (ESIQIE-IPN). Su línea de investigación es en el procesamiento y caracterización de nuevos materiales. Actualmente es profesor en la Universidad Politécnica de Victoria, Tamaulipas.
 
como citar este artículo
Rocha Rangel, Enrique. (2010). Biomimética: de la naturaleza a la creación humana. Ciencias 98, abril-junio, 4-8. [En línea]
     

 

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Conservadurismo filogenético del nicho ecológico un enfoque
integral de la evolución
 
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Héctor R. Eliosa León, Adrián Nieto Montes de Oca y
Ma. del Carmen Navarro Carbajal
   
               
               
La existencia de la evolución y el mecanismo bajo el cual opera
fueron revelados por Charles Darwin, causando gran impacto y provocando de inmediato reacciones en la ciencia, la sociedad y otros ámbitos —razón por la cual algunos filósofos de la ciencia han denominado este fenómeno “la revolución darwiniana”. Darwin señalaba que para entender mejor la historia evolutiva de las especies es recomendable integrar el conocimiento de sus diferentes disciplinas —y específicamente sugiere que los aspectos ecológicos desempeñan un papel importante en el origen de las especies. Sin embargo, hasta 1950 no fue posible desarrollar una metodología que permitiera el acercamiento de las distintas disciplinas biológicas relacionadas más estrechamente con la evolución, por lo que cada una generaba sus propios conocimientos de manera independiente, sin lograr la integración de los mismos. Recientemente la sistemática filogenética o cladística ha logrado la anhelada integración.
 
El método cladístico, desarrollado por Willi Hennig en la sistemática desde un enfoque filogenético, ha tenido una profunda influencia en diversas disciplinas biológicas como la ecología, la biogeografía y la paleontología debido a que puede aplicarse al estudio de diferentes tipos de interacciones histó­ricas. Por ello, algunos investigadores, como Crisci y Morrone, han señalado que la cladística, como también se le conoce, es el lenguaje de la biología comparada. Así, asociando el conocimiento de otras disciplinas con el método cladístico es posible obtener información valiosa que permita comprender mejor algunos aspectos evolutivos de los grupos biológicos.
 
Recientemente se ha tomado interés en una línea de investigación denominada conservadurismo filogenético del nicho ecológico, en la cual se produce la interacción de la sistemática, ecología y biogeografía para explicar có­mo la tolerancia climática puede ser importante en limitar la distribución geográ­fica de las especies. De manera general este enfoque se refiere a un patrón evolutivo en el que las especies descendientes tienden a compartir una proporción sustancial de las características biológicas y fisiológicas que determinan su nicho ecológico fundamental. Esto significa que las adaptaciones de la especie ancestral a un conjunto de condiciones ambientales tenderán a ser conservadas por las especies descendientes. El conocimiento así generado puede ser importante para un mejor entendimiento de la especiación alopátrica, los patrones de riqueza de especies, la estructura de la comunidad y otros aspectos relacionados.
 
 
El nicho ecológico
 
 
Si bien el concepto de nicho ecológico surgió al final de la primera década del siglo xx, durante sus primeros cuarenta años el significado fue vago debido a las diferentes definiciones y perspectivas que sobre él se tenía. En 1910, Johnson se refería al nicho ecológico como la unidad de distribución determinada primariamente por el suministro de alimento y por factores ambientales; entre 1914 y 1920, Grinell desarrolló la idea del nicho de manera ligeramente diferente y quizá poco precisa, ya que lo definía como el concepto de la unidad de distribución última, en cuyo seno cada especie es mantenida por limitaciones estructurales e instintivas, lo que aparentemente es equivalente a microhábitat. Por su parte, en 1927 Elton se refiere al nicho ecológico como el lugar de los animales dentro de su comunidad, su relación con el alimento y sus enemigos y en cierta dimensión con otros factores.
 
La formalización del concepto de nicho ecológico, integrando las ideas precedentes y las propias, fue realizada por Hutchinson en 1957 para referirse al conjunto de condiciones bióticas y abióticas en las cuales las especies pueden mantener estables sus poblaciones, haciendo una distinción entre nicho fundamental y nicho real. El primero tiene que ver con las condiciones abióticas en las cuales las especies pueden mantener su existencia, por ejemplo, temperatura, humedad, pH y altitud, mientras que el segundo trata de las condiciones bióticas que limitan su distribución en la naturaleza, es decir, las que dependen de las interacciones bióticas como competencia, depredación parasitismo, etcétera.
 
Para clarificar esta idea, consideremos el siguiente ejemplo: las salamandras del género Plethodon ocupan microhábitats terrestres húmedos en las regiones boscosas de las montañas Apalaches de Norteamérica; algunas especies están limitadas en su distribución (nicho real) debido a que son excluidas competitivamente por otras especies, es decir, a pesar de que en ciertas áreas se presentan las condiciones climá­ticas adecuadas para su existencia no ocupan esas localidades (nicho fundamental) porque otras especies las desplazan por competencia a lugares menos favorables para su permanencia. En otras palabras, el nicho ecoló­gico se refiere al espacio físico donde una especie vive, incluyendo los gradientes ambientales, qué hace y cómo es influenciado por las otras especies. El nicho es un concepto de suma importancia para la teoría ecológica y evolutiva.
 
 
La distribución geográfica
 
 
La manera como se distribuyen las especies depende de diversos factores, los cuales corresponden, en general, a dos clases principales: los componentes históricos y los ecológicos. Los primeros ya no intervienen más en la actualidad, pero en el pasado afectaron profundamente la distribución de las especies por su gran escala, es decir, operaron durante millones de años y abarcaron áreas geográficas muy extensas, como continentes, países y regiones; los segundos actúan en el presente en función de las adaptaciones de los seres vivos al medio ambiente, es decir, la distribución de las especies depende de su tolerancia a los diferentes componentes ecológicos, se producen a escalas pequeñas de espacio y tiempo, como ecosistemas y microhábitats en cientos a miles de años, en cada caso. Básicamente, en virtud de la diferencia en las escalas, tradicionalmente los estudios sobre esta disciplina se realizan con uno u otro enfoque y no de manera integrada. Sin embargo, es necesario aclarar que, en ciertos niveles, la distinción entre ambos es difícil; se ha sugerido que esta división es coyuntural y en el futuro deberían reunirse en un mismo sistema de investigación.
 
La filogenia
 
Las relaciones evolutivas que tienen las especies entre sí se denominan comúnmente como filogenia, y se representan con figuras denominadas árboles filogenéticos. Por medio de ella podemos conocer las relaciones de parentesco de los integrantes de los grupos biológicos; nos permite por tanto entender los lazos de hermandad entre las especies. Es importante señalar que las especies evolucionan a partir de formas ancestrales, los nuevos linajes generalmente retienen las características de sus ancestros y eventualmente pueden cambiar, y el estudio de la filogenia nos ayuda a entender las similitudes y diferencias entre los linajes. Además, las clasificaciones biológicas naturales, como propuso Darwin, deben reflejar de manera fiel la historia evolutiva de los taxa, por lo que la información filogenética es de suma importancia, entre otras cosas, en la selección adecuada de los taxa cuando se desea entender aspectos evolutivos que los relacionan.
 
Filogenéticamente conservador
 
El conservadurismo filogenético del nicho es un concepto que implica la falta de expansión del nicho de las especies o su radiación adaptativa, es decir, representa la incapacidad de los organismos a adaptarse a condiciones diferentes de las que existen en su nicho ancestral y puede ser importante en la estructuración y distribución de las comunidades. Esto significa que la especie no puede tolerar nuevos regímenes climáticos, lo cual limita sus cambios, algo aparentemente opuesto a la evolución.
 
Se ha hipotetizado que si la conservación del nicho prevalece sobre la evolución en regiones altamente heterogéneas o fluctuantes, la diversificación puede ocurrir por un proceso de fragmentación en el rango de distribución, causado por la incapacidad de las especies de adaptarse a condiciones ambientales diferentes a las de su distribución ancestral. Por otra parte, la conservación del nicho puede ser importante al inicio del proceso de especiación (diversificación).
 
Según Wiens y Graham, la conservación del nicho se puede deber a cuatro causas: a) selección natural direccional, b) pleiotropía, c) flujo de genes y d) carencia de variabilidad genética. Los estudios sobre conservación del nicho se realizan usando pares de especies hermanas, para lo cual es necesario conocer la filogenia del grupo de interés.
 
De acuerdo con la distribución geográfica, la conservación filogenética del nicho ecológico se basa en la hipótesis de que en el modelo de especiación alopátrica hay una tendencia general de las especies a permanecer en áreas ecológicas similares a las que ocupaba la especie ancestral, y el aislamiento ocurre donde existan hábitats favorables alternados con hábitats desfavorables. La especiación alopátrica es considerada el modo más común de generación de nuevas especies, y es causada generalmente por barreras geográficas con condiciones ambientales subóptimas para los taxa y puede estar asociada con la conservación filogenética del nicho porque limita la adaptación a las condiciones ecológicas de la barrera geográ­fica. Estudios recientes han encontrado que la conservación del nicho es un tema dominante en vertebrados e invertebrados.
 
El vacío entre biogeografía y ecología puede resolverse, en primera instancia, por ejemplo, asociando algunos factores abióticos del nicho fundamental de las especies de interés con el hábitat y las áreas de distribución que ocupan. Además, si esta información se complementa con la filogenia de las especies respectivas, se podrá determinar si existe una correlación entre los componentes históricos y ecológicos que permita comprender de manera global los patrones de distribución de la biodiversidad.
 
En áreas ricas en biodiversidad y que enfrentan un alto riesgo de deforestación y fragmentación de hábitats, como México, es importante realizar estudios que permitan determinar los factores responsables de la presencia de las especies para poder así desarrollar estrategias adecuadas de conservación para dicha biodiversidad. Cuando se tenga identificado cómo los factores ambientales afectan a las especies, entonces será posible estimar cómo las especies responderán a los cambios climáticos.
 
Modelos de nicho ecológico
 
El desarrollo de sistemas de información geográfica y la incorporación de estas técnicas a la biología permiten obtener en la red la referencia geográfica de las localidades de muestreo, es decir, longitud y latitud, información climática como temperatura y precipitación a partir de world-clim, por ejemplo. Al asociar datos ambientales con las localidades de registro de las especies se puede generar modelos que permitan predecir la distribución potencial de las especies con base en las variables climáticas empleadas.
 
En la medida que cada especie tiene su propio perfil bioclimático, el análisis de las variables que lo determinan puede servir para cuantificar las diferencias de sus nichos climáticos. Hay diversos programas de cómputo que sirven para hacer modelos de nicho ecológico, sin embargo, se ha documentado que el mejor de ellos es maxent. El modelo asume que las localidades usadas son las del hábitat de origen de la especie, descartando aquellas con registro dudoso debido entre otras causas a la inmigración. Es así que el programa emplea la información de las variables climáticas proporcionadas por el investigador para construir el modelo de nicho de las especies de interés, por lo tanto, la información así obtenida es una aproximación al nicho real de la especie. También es posible cambiar el valor de las variables empleadas para proyectarlas al futuro y predecir el efecto que producirá en la distribución de las especies. Este enfoque general puede ser usado para despejar incógnitas existentes entre ecología y evolución, por ejemplo, para distinguir los tipos de especiación que han tenido ciertos taxa relacionándolos con los hábitats en que se distribuyen o en la comprensión de la organización de los taxa en las comunidades por medio de sus interacciones.
 
¿Es real?
 
Hay investigadores que sostienen que hay pocas bases para evaluar la hipótesis de que el nicho se mantiene sin cambio cuando ocurren cambios en la distribución de las especies en el espacio y el tiempo. También se ha señalado que el nicho no se conserva, debido a que es inestable evolutivamente, como ocurre en las lagartijas del género Anolis con relación a las preferencias de microhábitats, en ranas dendrobátidas donde ocurre divergencia climática del nicho durante la especiación de estos anfibios, como sucede en Ecuador. Por otro lado, hay trabajos que apoyan la idea de la conservación del nicho, como el de Prinzing y colaboradores, en el que comparando datos filogenéticos y ecológicos se demuestra que la conservación del nicho es un factor importante en la historia evolutiva de las plantas en Europa central. Asimismo, se ha señalado la conservación del nicho en taxa hermanos con distribución adyacente en aves, mamíferos y mariposas en México.
Dar una respuesta definitiva a este planteamiento no es fácil, se deben considerar diversos aspectos y además puede ser variable entre los taxa, por ello es necesario realizar la selección de datos y el análisis correspondiente de manera adecuada. Una primera aproximación para la mejor comprensión de la dinámica del nicho ecológico debe combinar la información filogenética con datos ambientales en el modelado del nicho, ya que como se indicó, los modelos de distribución de especies usan como justificación la conservación del nicho, ya que, en general, en los estudios de diversificación y distribución geográfica de especies estos modelos asumen un cambio lento o nulo del nicho para pronosticar extinción o pérdida de biodiversidad en respuesta a cambios climáticos.
 
Consideraciones finales
 

Sin duda, la conservación del nicho es un tema que ofrece la oportunidad de combinar la información de diversas disciplinas biológicas e integrarlas en un enfoque evolutivo. Por otra parte, permite poner a prueba los conocimientos así generados para ser o no validados en el marco de la teoría de la evolución. Cabe destacar que los resultados obtenidos en este programa de investigación pueden ser relevantes para la conservación de la biodiversidad debido a que se podría predecir las áreas de distribución geográfica de las especies y la correcta identificación de los sitios para reintroducción de especies sujetas a programas de conservación. Asimismo, comprender la dinámica del nicho es importante porque permitirá entender los patrones de la biodiversidad en respuesta a los cambios ambientales que la biota puede enfrentar en el futuro.

También se ha señalado que es posible hacer una estimación de posibles rutas invasoras que pudieran seguir plagas de cultivos o que causan enfermedades, lo cual desde el punto de vista agrícola y de salud, respectivamente, resulta importante. Este programa de investigación requiere estudios rigurosos sobre la dinámica del nicho porque a partir de sus resultados se puede contribuir al mejor entendimiento de los aspectos evolutivos y biogeográficos. Por tal razón, se espera que esta contribución estimule a los estudiantes de biología a desarrollar trabajos en este tema para incrementar el conocimiento integral de los diversos grupos biológicos.chivichago
  articulos  
Referencias bibliográficas
 
Díaz-Porras, D. F. 2006. El nicho ecológico y la abundancia de especies. Tesis de Maestría. Instituto de Biología. UNAM.
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Héctor R. Eliosa León
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
 
Obtuvo la licenciatura y la maestría en la Facultad de Ciencias de la unam. Desde 1991 es profesor de la Escuela de Biología de la buap.
 
Adrián Nieto Montes de Oca
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México
 
Es biólogo y Maestro en Ciencias por la unam, y Doctor en Ciencias (Sistemática y Ecología) por la Universidad de Kansas, eua. Actualmente es Profesor Titular en el Departamento de Biología Evolutiva de la Facultad de Ciencias de la unam.
 
Ma. del Carmen Navarro Carbajal
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
 
Es egresada de la licenciatura y maestría de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del ipn. Actualmente es profesora investigadora de la Escuela de Biología de la buap.
 
como citar este artículo
Eliosa León, Héctor R. y at.al. (2010). Conservadurismo filogenético del nicho ecológico un enfoque integral de la evolución. Ciencias 98, abril-junio, 64-69. [En línea]
     





 

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El ajolote de Xochimilco
 
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Alejandro Hunab Molina Vázquez
   
               
               
En el año de 1245, según la cronología del abate
Cla­vi­jero, llegaron (los aztecas) a Chapultepec […] se
re­fu­gia­ron los aztecas para conservar su independencia en un grupo de islotes llamados Acocolco, situado en el extremo meridional del lago de Texcoco. Allí vi­vieron por espacio de medio siglo en espantosa mise­ria, precisados a alimentarse de raíces de plantas
acuá­ti­cas, insectos y de un reptil problemático llamado axolotl que el señor Cuvier mira como el hijuelo de una salamandra desconocida.
 
Alexander Von Humboldt
 
Desde el principio, la historia de nuestra nación ha estado
vinculada a la del axolótl, ajolote en su forma castellanizada; pero en la actualidad, ¿qué tanto sabemos del ajolote de Xochimilco? Se trata de una salamandra (clase Amphibia, orden Urodela) perteneciente a la familia Ambystomatidae (del griego stoma, hocico y amblys, agudo), la cual está conformada por treinta especies, incluyendo un par que sólo se conocen por el registro fósil, y cuya distribución se circunscribe al continente americano, desde el sur de Alaska, este de Canadá, gran parte de Estados Unidos y ocho estados de la república mexicana, hasta la meseta central. Hoy día, Ambystoma mexicanum es endémico de la zona lacustre de Xochimilco y Chalco-Tláhuac, en la ciudad de México.
 
Originalmente, se distribuía en parte del remanente de un gran lago que data del Pleistoceno tardío, formado cuando la actividad tectónica bloqueó el drenaje del valle de México hacia el sur. La cuenca cerrada recibía agua principalmente de ríos y manantiales, así como agua de deshielo de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, y en ella se formaban lagos relativamente someros, bien delimitados, que tras la conquista de México, en 1521, fueron subdivididos más o menos arbitrariamente como mínimo en siete sectores, cada uno reconocido como un lago: Zumpango, Texcoco, Mé­xico, Xaltocan, Xochimilco, Chalco y Mixquic. Ambystoma mexicanum fue reportado como endémico para las tres últimas zonas, y hoy día está restringido a los pequeños canales remanentes de la zona lacustre de Xochimilco y, en menor proporción, de Chalco-Tláhuac.
El nombre vernáculo con que se conoce en nuestro país tiene un origen prehispánico. La estrecha relación que los antiguos mexicas poseían con el ajolote quedó plasmada en el códice Borgia y en el escrito de fray Bernardino de Sahagún Historia natural de las cosas de la Nueva España. Como lo explica del Campo, “en la época precortesiana, al ajolote se le consideraba como una remembranza de la deidad Xólotl de quien toma su nombre en nahuatl: Axolotl, que significa ‘monstruo del agua”. Aún hoy día se encuentra inmerso en nuestra cultura, como parte de nuestra gastronomía (preparado como tamal o metlaxpique), de la medicina tradicional (como ungüento o jarabe) y de las artes plásticas (como lo ilustra el mural-graffiti realizado por el grupo de neomuralistas urbanos Colectivo Neza Arte Nel), aunque esto pasa muchas veces desapercibido.
 
El ajolote de Xochimilco fue descrito como especie por primera vez por Shaw y Nodder en 1798, y se distingue de otros anfibios por retener caracteres larvarios en estado adulto y durante todo su ciclo de vida, rasgo que lo restringe a un estado acuático. Este fenómeno biológico es conocido como neotenia, y ha sido estudiado desde un punto de vista anatómico, fisiológico, evolutivo y ontogénico, entre otros. Dicho de otra forma, esta especie no sufre metamorfosis en estado silvestre, y llegada la madurez sexual mantiene características propias del estadio larvario, como las agallas, una cola serpenteante, la ausencia de párpados, un sistema de excreción amoniotélico y un sistema óseo constituido preponderantemente por tejido cartilaginoso.
 
A esta especie en particular sí se le puede inducir la metamorfosis en cautiverio al suministrarle hormona tiroidea (tiroxina), como lo mostró Ortega, por lo que se le clasifica como un organismo neoténico estricto-inducible, ya que si bien no sufre metamorfosis en condiciones naturales, mantiene la potencialidad latente de transformarse —a diferencia de otras especies consideradas neoténicas estrictas, como Amphiuma tridactylum, Necturus maculosus o Ambystoma dumerilii, que al intentar inducirles la metamorfosis por medio de tratamiento hormonal, invariablemente mueren en el proceso.
 
Varios autores reportan que la condición neoténica estricta-inducible de Ambystoma mexicanum se explicaría por el hecho de que en su hábitat natural no se presentan simultáneamente todos los factores externos que la desencadenan, esto es, aumento en la temperatura del agua, disminución en la disponibilidad de alimento, hábitat con una elevada altitud sobre el nivel del mar, congelamiento o desecación del cuerpo de agua, disminución drástica en la concentración de oxígeno disuelto y estrés, aunque también se debe a la ausencia de factores internos, como los endócrinos, pues su glándula pituitaria no libera hormona tiroidea activa que estimule la tiroidea para dar inicio a la metamorfosis.
 
En cuanto a su reproducción, A. mexicanum posee caracteres sexuales secundarios inconspicuos, como lo reportó Vergara, lo que significa que no existe dimorfismo sexual, es decir, que en la época reproductiva difícilmente se puede diferenciar a simple vista machos y hembras. No obstante, aparecen sutiles características anatómicas, ya que los machos adultos muestran un marcado ensanchamiento de los labios de la cloaca, mientras que las hembras adultas pueden tener el cuerpo más robusto por el incremento en el tamaño de los ovarios y los oviductos o, en su defecto, por la presencia de huevecillos.
 
Esta especie se reproduce sexualmente y posee fecundación interna, es decir, existe intercambio de material genético cuando los espermatozoides fecundan los óvulos. Sin embargo, como en la mayoría de los anfibios, estas salamandras no poseen órganos copuladores. La fecundación se lleva a cabo después de un vistoso ritual de cortejo, que sucede exclusivamente en el agua durante la época reproductiva y se le conoce como el vals, ya que el macho, al ser atraí­do por estí­mulos olfativos producidos por la hembra, la empieza a seguir, efectuando círculos consecutivos a lo largo de la columna de agua por tiempo indefinido, y una vez que lo logra, deposita en el sustrato del lecho del cuerpo de agua su espermatóforo —una pirámide de unos cuantos milímetros de altura constituida en su base por material gelatinoso y en cuya punta se ubican los espermatozoides—, sobre la cual la hembra se posiciona para recogerlo con sus cloacas e introducirlo a una espermateca, donde posteriormente los espermatozoides se liberan para fecundar a los óvulos. En promedio, una hembra grávida deposita 400 huevecillos por puesta, como lo reportó Heralecky.
 
En condiciones experimentales, las hembras alcanzan la madurez sexual entre los 12 y 18 meses de edad, como lo mostró Armstrong, algunos meses después que los machos, y su vida reproductiva óptima tiene una duración de cinco a seis años, pues al incrementarse la edad, la calidad de los gametos va disminuyendo y se reduce el número de puestas. Si a una hembra fecundada en condiciones experimentales se le suministra hormona gonadotropina coriónica, puede ovopositar hasta 1 800 huevos. Bajo condiciones óptimas en el laboratorio, la vida media de Ambystoma mexicanum en su forma neoténica es de 10 a 12 años y de 25 como máximo, sin embargo, en condiciones naturales la edad máxima alcanzada es de tres años.
 
La primera referencia sobre A. mexicanum como organismo de estudio apareció en un libro de historia natural de Ximénez en 1888, pero fue hasta la década de 1980 cuando fue muy estudiado por distintas ramas de la biología, y desde entonces se le considera como un organismo experimental modelo. No obstante, la popularidad del ajolote a nivel experimental contrasta con lo poco que se sabe de su historia de vida y ecología básica en su hábitat natural. En una revisión de la literatura realizada en 1989, Smith reportó 4 656 investigaciones en distintos rubros, pero ni un solo estudio de campo que proporcionara datos sobre parámetros demográficos de la especie —algo fundamental.
 
Su conservación
 
Esta especie se encuentra en una zona considerada entre las más densamente pobladas del mundo. Varios autores coinciden en señalar que la población de este anfibio pasa por una grave crisis desde hace décadas, y su disminución se atribuye principalmente a la contaminación de su hábitat por las aguas residuales, la destrucción de algunos canales por desecación y rellenado de los mismos para utilizarlos como tierras de cultivo, la introducción de fauna y flora exótica y, finalmente, la captura clandestina que ejerce presión sobre las poblaciones remanentes.
 
Hasta 1920 el lago de Chalco y Xochimilco eran alimentados por profundos manantiales, cerca de treinta o cuarenta, pero debido al crecimiento urbano la ciudad de México requería una mayor cantidad de agua para su manutención y Xochimilco se convirtió en uno de sus principales proveedores, entubando sus manantiales, que en 1930 fueron secados casi completamente. En 1958, para evitar la disminución del nivel de los canales, se comenzaron a vertir aguas semitratadas de la planta de Cerro de la Estrella, lo cual ha continuado con aguas negras y grises, provocando la degradación del ecosistema y su hipertroficación.
 
Debido al grave deterioro de su hábitat, desde 1994 A. mexicanum se encuentra listado en la Norma Oficial Mexicana NOM-059-ECOL-1994 bajo la categoría de “en protección especial” como medida precautoria para su conservación, y desde julio de 1975 aparece registrado en el apéndice II del cites con el fin de protegerla del comercio internacional y evitar su extinción. Además, desde 1986 A. mexicanum aparece en las listas rojas de la IUCN, y en 1996 fue catalogado bajo la categoría de vulnerable D2, al ser considerada como una especie críticamente amenazada, ya que aún es colectado y se considera que existe mayor riesgo de que se extinga debido a su distribución endémica y restringida.
 
Entre los primeros autores en reportar el deterioro de la población se encuentran Calderón y Rodríguez, quienes en 1986 reportaron que la disminución poblacional se había iniciado aproximadamente en 1976, y más recientemente, investigaciones científicas realizadas por investigadores del Instituto de Biología de la UNAM han mostrado el deterioro de su población y que, de no mejorar su situación, en los próximos cinco años podría extinguirse definitivamente.
 
Las razones para conservar ésta especie son muchas, entre ellas destacan, a) médicas: diversos estudios han determinado que esta salamandra posee la capacidad de regenerar cualquier tipo de tejido, incluyendo el cardíaco y el neuronal, característica que ya se investiga para que se implemente paulatinamente en tratamientos en el ser humano; b) biológicas: aunque poco conocido por la sociedad en general, el ajolote de Xochimilco es una de las especies más representativas de México, y ningún país debe permitirse perder parte de su biodiversidad, ya que cada una de las especies que la conforman constituye un patrimonio bioló­gico invaluable para sus ciudadanos; c) culturales: al perder esta especie también perderíamos un representante vivo de nuestras raíces prehispánicas, que son parte de nuestra identidad como mexicanos.
 
Debemos hacernos responsables de nuestra biodiversidad no sólo por los beneficios que de ella podemos obtener a corto o largo plazo, sino porque somos una especie consiente de las consecuencias negativas que nuestras acciones han tenido sobre los ecosistemas que habitan los demás.
 
 
Conclusiones
 
La actual problemática ambiental de la zona lacustre de Xochimilco es un claro ejemplo de cómo la implementación de políticas públicas con buenas intenciones pero sin tomar en cuenta criterios biológicos puede tener graves consecuencias para un ecosistema, ocasionando que su restauración ecológica requiera una gran cantidad de recursos económicos. Por citar un ejemplo, de enero de 2004 a octubre de 2008, el gobierno de la delegación Xochimilco invirtió un monto aproximado de seis mil pesos en la extracción de 14 614 toneladas de lirio acuático (Echornia krassipess), una plaga que fue introducida aproximadamente en 1870. En el mismo periodo invirtió un monto cercano a cuatro millones de pesos para la extracción de aproximadamente 400 toneladas de peces también introducidos, como la carpa Ciprinus carpio y tilapia Oreocromis niloticus.
 
Como ha sido reportado en los estudios elaborados por integrantes del Instituto de Biología de la UNAM(Luis Zambrano, Valiente-Riveros y el autor), ambos programas deben ser renovados en cada administración, por lo que los recursos parecen siempre insuficientes para mantener controladas las poblaciones de las tres especies exóticas invasoras, sin lograr detener que continúe la degradación de la zona lacustre y el desplazamiento de especies de flora y fauna nativa, en la cual se incluye el ajolote de Xochimilco y todo lo que éste significa.chivichago
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Referencias bibliográficas
 
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Alejandro Hunab Molina Vázquez
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México
 
Es biólogo por la unam, ha sido profesor en la Facultad de Ciencias de la unam y actualmente labora en la semarnat.
 
como citar este artículo
Molina Vázquez, Alejandro Hunab. (2010). El ajolote de Xochimilco. Ciencias 98, abril-junio, 54-59. [En línea]
     
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El origen de
PRInosaurio
 
Alma Soto Zárraga
   
   
     
                     
                     
En México, la política es el PRI
y lo demás es romanticismo.

Abel Quezada, Excélsior,
 
11 de enero de 1970.
 
Escarbar entre los restos de una nación hecha polvo puede
ayudar a encontrar algo que parece un fósil, pero no es sino el ser viviente más evolucionado que haya habitado sobre la faz de la tierra política. Ubicar su origen es posible haciendo algo de paleontopolítica bien documentada.
Im41 Hermández
 
Los primeros vestigios de su existencia —adherida ontológicamente al mismo sistema que le sirve de hábitat— apuntan a que el PRInosaurus (del gr. “lagarto tirano, revolucionario e institucional”) ha gobernado sobre las demás especies con diversos nombres, rostros y funge como columna vertebral del arcaico ecosistema que es el sistema político mexicano, transparente disfraz de una poderosa dictadura. Sus años de esplendor abarcan el periodo del Avilacamachistoceno hasta los albores del Salinozoico. Se caracteriza por su comportamiento de simulación: sigue con vida gracias a su habilidad para fingir estar muerto, y después atacar. Es uno de los últimos saurios no avianos —aviadores— que parecían extinguirse durante el Cretinácico-Foxiario.
Im42 Hernández
 
La existencia del gran predador está documentada en uno de los descubrimientos más fidedignos con los que cuenta la paleontología de la esfera política en México: la caricatura. No queda bien claro quién fue el primero en encontrar sus huesos —aunque sí queda claro quienes tuvieron el valor de rechazar el hueso y denunciarlo— pero seguro se inspiraron en lo que ya era un apodo nada cariñoso al aparatoso sistema empollado por el partido oficial, que había hecho de las suyas durante setenta años.
 
Los maestros de la caricatura política, Rius, Naranjo y Helioflores, fueron pioneros en encontrar el primer vestigio del Prinosaurio: un pedazo de retórica y demagogia del presidencialismo que sólo podía cambiar mediante la necesaria y abrupta renovación de las formas, de aquella acartonada y falsa solemnidad.
 
Los moneros clasificaron, descubrieron la familia, el orden y el suborden para empatar la idea del prinosaurio con la imagen del mismísimo Tyrannosaurius rex: su apariencia agresiva, sus fauces insaciables, que sirven a un apetito voraz de poder y que emiten el ensordecedor rugido típico de la mejor maquinaria propagandística, les permitieron capturar, como en pinturas rupestres, el comportamiento bestial de esos seres, en escenas donde se le ve cazando a sus presas en elecciones intermedias, dormitando en el Senado, simulando con las reformas o haciendo como que se extinguen, pero en realidad acechan para atacar.
 
Im43 Helguera
Otro resto del PRInosaurio hallado en todo el país es el fósil de una garra de uña pulcra, con frecuencia de un solo dedo, un dedazo. El primer monero en desenterrar esa extremidad pudo haber sido Abel Quezada, quien escribiera en: “Los políticos, raza en extinción”, publicado en Novedades el 5 de enero de 1982, sobre la llegada de un tecnócrata al poder: “los políticos son una especie extinta —o a punto de extinguirse— en este país. Los que piensan que la diferencia entre un político y un técnico consiste en que el político es aquel que ha ocupado puestos de elección están equivocados de origen. Aquí hace muchos años que nadie ha elegido a nadie”. En ese entonces referirse a un político era necesariamente referirse a los priístas.
 
Algunos caricaturistas asocian la apariencia de un gigantesco, hambriento y cruel dinosaurio con el comportamiento y métodos del partido más antiguo de México con el fin de burlarse de todo lo que representó el aparato de control político encarnado por el PRI, para darle la vuelta a las reglas del juego de la prensa mexicana de la época y, por ende, prensa del régimen del partido de Estado.
Im44
Jabaz
 
Para la época posterior a Salinas, y a pesar de su control y censura, el chiste gráfico del prinosaurio ya era común en la cultura popular, como se aprecia en los cartones de moneros combativos como El Fisgón, Helguera, Hernández y otros como Magú, Patricio, Rocha, Falcón, Alarcón, también han desenterrado sus huesos.
 
 
El huevo del PRInosaurio
 
 
En los procesos evolutivos que exige la política nacional, se ha formado una nueva especie de dinosaurio que no deja atrás la esencia de su antecesor, ya que incurre en los mismos vicios pero aumentados: autoritarismo, defraudación electoral, prepotencia, cuentas oscuras, amiguismo… continuismo.
Im45
Rapé
 
Luis Sánchez Aguilar lo describió desde 1994 en el libro El PRInosaurio: la bestia política mexicana de Manu Dornbierer, al decir que “el panismo logró esta simbiosis, hasta dar vida al PRI-ANosaurio, copió a tal grado sus mañas y formas de supervivencia que llegó a generar, producto de la orgía más escabrosa, un ser de genética indestructible”.
 
Estos estudios paleontopolíticos apuntan a que, en efecto, todo aquél bonito discurso de la democracia y del cambio, fue un dulce y tibio sueño con el que nos pusieron a incubar el huevo del Prinosaurio, para que cuando abramos los ojos, no sólo comprendamos que nunca se extinguió, sino que ha cobrado la fuerza de un ser que se reinventa antes que morir, y que su nueva cría puede superarle en trampas, alianzas y triquiñuelas.

Estará en nosotros verlo extinto o renaciente.chivichago
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Alma Soto Zárraga
Editora en las revistas El Chamuco y Transeúnte
 

 

como citar este artículo

Soto Zárraga, Alma. (2010). El origen del PRInosaurio. Ciencias 98, abril-junio, 52-53. [En línea]
     



       
 
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La persistencia de
la memoria VII
 
Carlos Aguilar Gutiérrez y
Aline Aurora Maya Paredes
   
   
     
                     
                     
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Carlos Aguilar Gutiérrez y Aline Aurora Maya Paredes
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México.
 

 

como citar este artículo

Aguilar Gutiérrez, Carlos,  Maya Paredes y Aline Aurora. (2010). La persistencia de la memoria VII. Ciencias 98, abril-junio, 78-79. [En línea]

     

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Las lianas y la dinámica de los bosques tropicales

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Tarin Toledo Aceves
     
               
               
 
Cuando Tarzán se encontraba
en la selva encontró un vehículo
de transportación fabuloso,
las lianas le permitían balancearse
de un árbol a otro, libremente
y sin rasguño…
 
Los bosques tropicales son una intrincada red donde un sin fin
de formas, colores, olores y texturas hacen explosión. Uno de sus elementos más llamativos son las lianas o bejucos —plantas trepadoras de tejido leñoso que comienzan su vida como plántulas terrestres—, las cuales no pasaron desapercibidas para Charles Darwin, quien en 1865 publicó un ensayo titulado Movimientos y hábitos de las plantas trepadoras, con detalladas observaciones sobre las admirables adaptaciones de este grupo.
 
Recientemente las lianas han atraí­do la atención de los ecólogos debido a que desempeñan un papel clave en la dinámica de los bosques tropicales, ya que pueden contribuir hasta con 25% de la riqueza de especies leñosas (incluyendo árboles, y arbustos), y en los bosques neotropicales las juveniles constituyen de 18 a 22% de las plantas erectas en el sotobosque. Son un grupo muy importante, además, porque pueden aumentar la mortalidad de los árboles adultos y suprimir su regeneración, y porque representan una fuente importante de alimento para la fauna y permiten el movimiento en el dosel de las especies arborícolas.
 
Para los humanos que habitan estos ecosistemas, muchas especies de lianas son de gran valor por ser ampliamente usadas, desde América hasta África y Asia, para la elaboración de trabajos artesanales (canastas, esculturas), como fuente de alimento (hojas, frutos y raíces), materiales de construcción (para sillas, redes para pescar) y para usos medicinales, ceremoniales (construcción de arcos florales), y por sus compuestos altamente apreciados por diversos grupos humanos, como la ayahuasca (Banisteriopsis caapi) que, combinada con otra planta, la chacruna (Psychotria viridiris), se emplean para componer una bebida de efectos psicotrópicos muy utilizada en Amazonía.
 
Las lianas son un grupo polifilético, es decir que evolucionaron en diferentes familias de manera independiente, ampliamente distribuidas en el planeta, por lo que sus atributos son muy variados. No obastante, a pesar de su gran importancia, debido a la dificultad para tener acceso al dosel y la habilidad de las lianas para rebrotar, lo que hace difícil diferenciar un individuo de otro, existe aún mucha información que desconocemos. Una liana puede alcanzar más de cien metros de largo, puede caer al suelo, rebrotar y trepar diferentes árboles; su crecimiento es irregular, y los cambios en los niveles de luz pueden hacer que pase de una forma erecta a una trepadora, lo que puede involucrar cambios en su morfología. Esta versatilidad ha limitado las investigaciones sobre su ecología, pero ahora, entre más conocemos sobre ellas más fascinantes se vuelven.
 
Debido a que las lianas producen más tejido foliar (hojas) que tejidos de sostén (tallo), su cobertura en términos del área total de sus hojas es superior a la de árboles y arbustos, lo que resulta en una mayor contribución en biomasa foliar (peso seco de las hojas) que la de árboles que tienen diámetros similares. Además, la gran área foliar de las lianas representa un área extensa de transpiración, lo que puede ayudar a aumentar la conducción de agua a través de los largos tallos que típicamente poseen, pero debido a que los tallos de las lianas poseen vasos más largos que los de los árboles, son por tanto más susceptibles a la sequía y al congelamiento, por lo que pueden presentar embolismo más frecuentemente que otras especies leñosas. Algunos estudios sugieren que esta vulnerabilidad puede ser la causa de que las lianas no sean tan abundantes en los bosques templados.
 
¿Cómo trepan a los árboles?
 
El grupo de las lianas está representado en diferente proporción por distintas familias en cada región geográfica. Mientras que en el neotrópico la familia Bignoniaceae tiene la mayor contribución florística, Annonaceae domina en Asia y Apocynaceae y Leguminosae en África. En una misma familia existen lianas que poseen diversos mecanismos de ascensión al dosel. Algunas rodean en espiral el árbol soporte (twiners —es considerado el grupo menos especializado)—, otras producen zarcillos (órganos vegetativos especializados para trepar, derivados de hojas, ramas, estipulas, etcétera), ganchos, espinas, raíces adventicias y hojas modificadas, como las hojas sensibles al tacto que cuando entran en contacto con otra planta la utilizan para adherirse en su ascenso hacia el dosel. Las familias formadas por un mayor nú­mero de especies generalmente poseen mecanismos más especializados para trepar, mientras que en las de menos especies predomina el que sólo rodean el árbol en espiral.
 
El mecanismo para trepar puede determinar el ambiente en que las lianas van a desarrollarse. Por ejemplo, las trepadoras con zarcillos requieren hospederos de diámetros pequeños y por lo tanto son más frecuentes en bosques en estados sucesionales tempranos o intermedios (i.e. en acahuales y bosques jóvenes), y en ambientes con alta radiación solar, donde este tipo de soportes son más frecuentes; mientras que las twinners requieren soportes de diámetros mayores y dominan en fases sucesionales más tardías (i.e. bosques maduros), y las trepadoras adhesivas, debido a su incapacidad para moverse de un soporte a otro, están más restringidas a micrositios sombreados. Así, en un bosque de Amazonia se encontró que, en parte, por la distribución de los soportes disponibles, las lianas grandes predominan en el interior de los bosques, mientras las pequeñas son más frecuentes cerca de los bordes de los fragmentos de bosque.
 
 
¿Cómo se establecen en los trópicos?
 
 
Debido a que las lianas frecuentemente se encuentran en los claros del bosque, en general se les considera sucesionales tempranas o especies pioneras dependientes de claros. Su abundancia aumenta con el tamaño del claro y disminuye con la edad del mismo, y son más abundantes en los bordes de los fragmentos de bosque que en el interior, donde la perturbación es menor. Sin embargo, algunos estudios han demostrado que pueden establecerse con facilidad en las zonas sombreadas, desplegando un amplio intervalo de tolerancia a la sombra; alagunas alcanzan altas tasas de crecimiento, una característica de especies pioneras, otras se establecen bajo el dosel cerrado, comportándose como especies no pioneras demandantes de luz, cuyas plántulas poseen la habilidad de sobrevivir y crecer bajo el dosel cerrado hasta que alcanzan un ambiente de luz más favorable, donde pueden desplegar altas tasas de crecimiento.
 
Numerosas especies de lianas tienen elevadas tasas de germinación en ambientes semicerrados y pueden también colonizar áreas abiertas por medio de reproducción vegetativa, otras lo hacen a partir de un banco de semillas (semillas en el suelo que aguardan las condiciones propicias para germinar) o de plántulas presentes en el sotobosque; hay adultos que crecen lateralmente (como son tan flexibles pueden retorcerse y crecer hacia los lados), y otros que pueden producir sistemas radiculares independientes (tallos que al caer se entierran en el suelo, se extienden subterráneamente y luego salen a la superficie como si fueran un tallo independiente).
 
Dado que las lianas pueden alcanzar altas tasas de crecimiento se ha sugerido que requieren un elevado suministro de nutrimentos, y que por tanto serían más abundantes en suelos fértiles. Sin embargo, no parece existir una clara relación entre la abundancia de lianas y la fertilidad del suelo; en contraste, recientemente se ha encontrado que la abundancia de lianas aumenta con la estacionalidad (en bosques tropicales con marcadas diferencias entre la época de lluvias y la de secas) y disminuye con la precipitación media anual (bosques más secos).
 
Al parecer, este patrón podría ser resultado del profundo sistema radicular (sus raíces se entierran hondo en el suelo) y los eficientes sistemas vasculares que poseen (conjunto de xilema y floema), lo cual les brinda una ventaja competitiva durante la época de secas. Esta propuesta es apoyada por un estudio en Panamá, donde las tasas de crecimiento (en altura) de las lianas fueron siete veces mayores que en los árboles durante la época de secas, mientras que en la época de lluvias las lianas crecieron solamente dos veces más rápido que los árboles. Esto puede representar una ventaja importante que permita a las lianas ser más abundantes en bosques estacionales.
 
 
Efectos en los árboles
 
 
Las lianas poseen cierta especifidad en términos de los soportes que utilizan, es decir, hay árboles más susceptibles de ser invadidos o cubiertos, como el caso de los árboles de lento crecimiento. Dado que las lianas pueden tener un impacto negativo en los árboles, los atributos de estos últimos que contribuyen a evitar ser colonizados por lianas representan una ventaja. Sin embargo, aún no es claro cuales son estos atributos.
 
Al mismo tiempo que las lianas utilizan los árboles como soporte para alcanzar estratos más altos en el dosel, donde pueden tener acceso a un ambiente de luz más rico, compiten con ellos por diversos recursos, por lo que los árboles pueden ser afectados negativamente por ellas. En bosques tropicales, un gran número de árboles suele estar cubierto por lianas, como por ejemplo, en la isla de Barro Colorado en Panamá, donde se reportó que 43% de los árboles estaba cubierto por lianas, o en un bosque de Malasia con 50%, otro en el Amazonas con 86%, y en México, en los Tuxtlas, Veracruz, donde 63% tienen al menos una liana. De manera que los árboles cubiertos por lianas en los bosques tropicales son más una regla que una excepción.
 
Tal proliferación en los bordes del bosque podría ser responsable de la alta mortalidad de árboles en esas zonas a causa del estrés físico y la elevada competencia. Diferentes estudios han encontrado que la competencia con lianas puede reducir significativamente el crecimiento de los árboles, además de que las lianas pueden causar deformaciones en los troncos de los árboles, lo que los puede hacer más susceptibles a enfermedades y reducir el valor comercial de la madera. Los árboles también pueden ser dañados durante la extracción de madera; al caer un árbol puede jalar a otros porque las lianas los unen, creando además claros de mayores dimensiones. Incluso se ha propuesto que las lianas pueden ser uno de los principales obstáculos para el éxito del manejo forestal en bosques tropicales debido a que reducen la producción de madera. El impacto de las lianas en bosques manejados puede tener por tanto considerables repercusiones tanto ecológicas como económicas.
 
Las lianas también pueden tener un impacto negativo importante en la regeneración de los árboles, especialmente en bosques manejados, debido a su abundancia en estos ambientes. Las lianas pueden retrasar la sucesión en los bosques tropicales al ocupar los claros y suprimir la regeneración de árboles. Se han reportado numerosos casos de este proceso en bosques tropicales húmedos de África y América. También pueden afectar negativamente a las plántulas de árboles por medio de supresión mecánica, competencia por luz, agua y nutrimientos, y dependiendo de las especies involucradas, pueden alterar la composición de la comunidad arbórea.
 
Se ha propuesto que las especies de árboles pioneros pueden escapar más fácilmente a la colonización por lianas, debido a sus altas tasas de crecimiento, mientras que las especies arbóreas más tolerantes a la sombra, de lento crecimiento, serían más susceptibles. Sin embargo, aún no es claro si existe una diferenciación entre gremios de árboles en respuesta a las lianas.
 

El manejo de lianas
 
Como parte de un sistema silvícola para reducir el impacto de las lianas se puede llevar a cabo su corta antes de la extracción de madera. Este tratamiento puede reducir el número de lianas que cubren las copas de los árboles, el tamaño de los claros resultantes de la extracción y el daño a los árboles remanentes. También se ha visto que la eliminación de lianas puede incrementar la tasa de crecimiento de plántulas de árboles. Sin embargo, la efectividad de este tratamiento puede ser muy variable, por lo que el corte de lianas debe aplicarse dependiendo de los atributos del bosque, considerando la intensidad de la extracción y efectuando un balance costo-beneficio; es importante considerar las ventajas de la reducción en el daño por extracción y las desventajas del impacto de dicho tratamiento en la comunidad de lianas y la estructura del bosque, las cuales son frecuentemente ignoradas. Los efectos del corte de lianas en la composición y abundancia de la comunidad de lianas también deben ser tomados en cuenta, ya que pueden ser substanciales.
 
Las lianas son componentes esenciales del bosque tropical, estructural y funcionalmente, por lo que el impacto que tienen los cambios en la comunidad de lianas en la dinámica del bosque necesitan ser clarificados para mejorar el manejo de estos sistemas.
 
El cambio climático
 

Recientemente, el papel de las lianas en los bosques tropicales ha recibido mayor atención debido a que en un estudio en el Amazonas se encontró que la composición del bosque ha cambiado por el incremento en el dominio de las lianas sobre los árboles —la densidad y el área basal de lianas aumentaron en los últimos veinte años en 4.03% y 4.60% por año, respectivamente, en comparación con la de los árboles. Debido a que las lianas pueden suprimir la biomasa de los árboles y tienen el potencial de alterar la comunidad arbó­rea, el aumento en la importancia relativa de las lianas podría causar cambios importantes en la composición estructural y funcional de los bosques tropicales.
 
Entre las posibles causas del aumento en la contribución de lianas al área basal puede considerarse el aumento en la concentración de CO2, ya que algunas especies tienen una fuerte respuesta a la fertilización por CO2, como es el caso de Hedera helix, la cual aumentó su biomasa en 100% al aumentar la concentración de CO2 de 366 a 660 µmol CO2 mol-1. El cambio climático podría estar provocando una retroalimentación positiva en el recambio de árboles y el crecimiento de lianas. En los claros, el aumento en la tasa de recambio favorece a lianas especialistas, las que a su vez pueden acelerar la mortalidad de los árboles. Además, si la frecuencia de incendios aumenta, la proliferación de lianas puede exacerbar el impacto negativo en la regeneración de árboles. Si como se ha propuesto, está ocurriendo un aumento en la abundancia de lianas por el cambio climático, el entendimiento de sus interacciones con los árboles cobra aún mayor relevancia.chivichago
 
 
 
articulos
Sucesión en claros en bosques tropicales húmedo
La competencia por la luz es un proceso clave en la dinámica de las selvas húmedas debido a que es el recurso que más limita el crecimiento de las plántulas de los árboles en el sotobosque. De hecho, con base en sus requerimientos de luz para la regeneración las especies de plantas han sido clasificadas básicamente en dos grupos funcionales: las especies pioneras y las especies no pioneras o tolerantes a la sombra, que representan los extremos a lo largo de un continuo. En términos generales, las especies pioneras se definen por requerir de la apertura de claros para establecerse mientras que las especies no pioneras o tolerantes a la sombra pueden establecerse bajo el dosel del bosque. Este gradiente varía desde las especies más tolerantes a la sombra, que se regeneran bajo el dosel cerrado, hasta las especies pioneras que solo se regeneran en claros grandes. Debido a que bajo altos niveles de radiación las especies pioneras de árboles pueden alcanzar tasas de crecimiento más elevadas que las no pioneras, las especies pioneras tienen mayor oportunidad de colonizar los claros. Las plántulas de árboles no pioneros también pueden regenerar en claros pero son superadas por las especies pioneras.
Durante la sucesión temprana del bosque la vegetación dominante está compuesta principalmente de especies pioneras de rápido crecimiento y el bosque está caracterizado por rápidos cambios en su composición y estructura. En el modelo típico de la sucesión, la primera etapa está dominada por especies de rápido crecimiento, incluyendo árboles pioneros, hierbas, arbustos y plantas trepadoras; cuando los árboles pioneros emergen del banco de plántulas los otros grupos tienden a volverse más escasos. Durante esta fase los árboles no-pioneros demandantes de luz pueden también tener ventaja y volverse dominantes. Subsecuentemente más especies no pioneras remplazan el dosel. En esta etapa las semillas de las especies pioneras pueden permanecer latentes en el suelo, mientras las especies tolerantes a la sombra regeneran bajo el dosel del bosque. Diferentes factores afectan este proceso, tales como el tamaño del claro, la intensidad de la perturbación como la remoción del suelo, el daño de la regeneración avanzada, las características del suelo, la composición del banco de semillas, el estado de la matriz de vegetación circundante y la presencia de rebrotes y patógenos, entre otros. Esta secuencia puede ser modificada si las lianas proliferan y permanecen instaladas en los claros, formando entramados que impiden o detienen la sucesión.
Referencias bibliográficas
 
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Phillips, O. L., R. Vasquez Martínez, L. Arroyo, T. R. Baker, T. Killeen, S. L. Lewis, Y. Malhi, A. Monteagudo Mendoza, D. Neill, P. Nunez Vargas, M. Alexiades, C. Ceron, A. Di Fiore, T. Erwin, A. Jardim, W. Palacios, M. Saldias, y B. Vinceti. 2002. “Increasing dominance of large lianas in Amazonian forests” en Nature, núm. 418, pp. 770-774.
Putz, F. E. 1984. “The natural history of lianas on Barro Colorado Island, Panama” en Ecology, núm. 65, pp. 1713-1724.
Schnitzer, S. A. y F. Bongers. 2002. “The ecology of lianas and their role in forests” en Trends in Ecology and Evolution, núm. 17, pp. 223-230.
Agradecimientos
A la Coordinación de Humanidades y al Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM su apoyo a través del programa de becas posdoctorales.
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Tarin Toledo Aceves
Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México
 
Egresada de la Facultad de Ciencias de la UNAM y es doctora en ecología forestal por la Universidad de Aberdeen en el Reino Unido. Desde 2008 realiza una estancia posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, donde desarrolla un proyecto para el manejo de bromelias epífitas del bosque de niebla en el centro de Veracruz.
 
 
como citar este artículo
Toledo Aceves, Tarin. (2010). Las lianas y la dinámica de los bosques tropicales. Ciencias 98, abril-junio, 14-20. [En línea]
     

 

 

 

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Los dinosaurios de México
 
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Héctor Rivera Sylva
   
               
               
Los dinosaurios se encuentran entre los animales más exitosos en la
historia de la vida sobre la Tierra, ya que dominaron el planeta a lo largo de 160 millones de años, durante lo que los geólogos y paleontólogos llamamos la era Mesozoica —del Triásico, que inició hace 225 millones de años, hasta el Cretácico que finalizó hace 65 millones de años con su extinción, pasando por el Jurásico. En México existen varios yacimientos donde han sido descubiertos fósiles de dinosaurios, son lugares que alguna vez fueron la costa de un mar poco profundo, cuando el clima era mucho más cálido y húmedo, lo que permitía la existencia de una vegetación tropical como la que podemos encontrar actualmente en las costas del Golfo de México.
 
Estos cambios se deben a que nuestro país nunca ha tenido la misma geografía, ya que la corteza terrestre se ha modificado con el tiempo. Durante el Triásico, los continentes se encontraban unidos formando el supercontinente llamado Pangea —Europa estaba constituida como un archipiélago, configuración que mantuvo durante la era Mesozoica—, y se cree que la porción norte de México era continental, aunque no se han encontrado yacimientos de este periodo.
 
 
En el Jurásico, el océano Atlántico estaba en su infancia, y uno de sus brazos invadía la mayor parte de México; algunas regiones, como Tamaulipas, eran continentales, y es allí donde se han encontrado fósiles terrestres de esa época. Una entrada de mar poco profunda invadió el oeste de Norteamérica, la cual iba desde lo que ahora es Alaska hasta Nevada. A principios del Cretácico, como los continentes continuaban separándose, el Océano Atlántico llegó a ser un cuerpo de agua considerable. La Antártida y la India se encontraban completamente separadas de África y todavía se encontraban unidas a Australia. La parte continental de México estaba constituida sólo por la región occidental, desde Baja California hasta lo que ahora son los estados de Guerrero y Oaxaca, ya que la mayor parte del noreste y el centro aún se encontraba bajo el agua.
 
 
Syntarsuspag Syntarsus
Este predador emparentado con Coelophysis, era un dinosaurio delgado, con brazos cortos y piernas largas, los huesos de la pata fusionados, y el cuello y la cola muy largos. Posiblemente se alimentara de prosaurópodos y mamíferos y lagartos pequeños. En Sudáfrica se encontraron alrededor de 46 individuos,in clu yendo juveniles y adultos. Debe su nombre a un esqueleto hallado en 1963 en Zimbabwe. En 1977 se encontró otra especie en Estados Unidos que poseía una cresta ósea, algo que muy probablemente también tuviera la especie mexicana, cuyos restos —procedentes del Jurásico medio del Cañón Huizachal de Tamaulipas—, son los más antiguos de México.
Edad: Jurásico temprano (200 millones
de años) Tamaño: 2 a 3 metros Peso: 40 kilos Dieta: carnívoro Distribución: Sudáfrica, Estados Unidos y México.

Gorgosaurus

Jorge A. Ortíz Mendeta
Gorgosaurus
 
En México habitaron miembros de la familia Tyrannosauridae, caracterizados por sus extremidades traseras largas y poderosas, cada dedo terminando en una gran garra, y pequeñas manos con dos dedos, a la cual pertenecía Gorgosaurus, el carnívoro de mayor tamaño encontrado en el país. Aunque muy probablemente también se alimentara de carroña, debió haber sido un cazador muy ágil, capaz de alcanzar 40 kilómetros por hora, con dientes largos y recurva dos de filo aserrado, perfectos para arrancar carne, que no masticaba, sino tragaba como hacen los reptiles actuales. Se han encontrado sus restos en Baja California, Sonora y varias localidades de Coahuila, en donde también, al igual que en Michoacán, se han encontrado huellas que se le atribuyen.
Edad: Cretácico tardío (70 millones de años) Tamaño: 8 metros Peso: 3 toneladas
 
Dieta: carnívoro Distribución: Canadá, Estados Unidos y México.

 
Para finales de la era Mesozoica, los continentes se encontraban casi en la forma que los conocemos actualmente. Hace 72 millones de años, durante el Cretácico, la región que hoy ocupa Coahuila fue una planicie de inundación, a manera de pantano cercano a la costa, con ríos y riachuelos que formaban deltas que confluían en el antiguo mar de aguas litorales poco profundas, y un clima tropical seco con alrededor de seis especies de árboles diferentes, según el registro fósil, entre los que se encuentra Striatornata sanantoniensis, el plátano más antiguo del mundo, además de flores como el ave del paraíso, lo cual sabemos por semillas fósiles que asemejan a las de las actuales.
 
Los fósiles
 
Uno de los hallazgos más antiguos de fósiles de dinosaurios en México data del Jurásico medio de Tamaulipas, y tiene una antigüedad de aproximadamente 180 millones de años. En la localidad se han encontrado restos de terópodos, dinosaurios carnívoros, que incluyen desde dientes aplanados y aserrados hasta fragmentos de pelvis y un cráneo parcial. La pelvis pertenece al género Megapnosaurus, mientras el cráneo mantiene una afinidad con el grupo de los ceratosaurios. Se cree, por los fósiles de gran tamaño que se han encontrado, que el grupo de los saurópodos vivía en este lugar, y también se hallaron dientes de un dinosaurio herbívoro del tipo de Heterodontosaurus.
 
El primer registro de fósiles de estos animales en México fue realizado por el Dr. Erich Haarmann, geólogo de la Universidad Humboldt de Berlín, quien llevó a cabo una investigación sobre la geología de Coahuila de septiembre de 1910 a junio de 1912, principalmente en gran parte del oeste del estado. Su hallazgo fue realizado en el Municipio de Sierra Mojada, al norte de la Hacienda de Movano, en los estratos de La Soledad, a los que asignó una edad aproximada de 70 millones de años. En el trabajo que publicó en 1913 para dar a conocer sus resultados, menciona que los restos de vertebrados —un fragmento derecho de la gola, dos vértebras de la cola, una larga sección del fémur y dos fragmentos no determinados— fueron identificados por Henry Schroeder como pertenecientes a un “saurio”. Estos fósiles fueron descritos por Werner von Janensch en 1926 como un ceratópsido o dinosaurio con cuernos. Igualmente se tiene un reporte que data de 1969, donde se menciona el descubrimiento, cerca de Palaú, Coahuila, de un esqueleto de ceratópsido entero en muy mal estado de preservación.
 
En años más recientes, en Coahuila y Chihuahua se han encontrado evidencias de ceratópsidos como Centrosaurus y Chasmosaurus, además del nuevo género, dado a conocer este año, llamado Coahuilaceratops magnacuerna, que fue encontrado en el Municipio de General Cepeda, cerca de la ciudad de Saltillo. El material colectado corresponde principalmente a fragmentos del cráneo, lo que permitió erigir el nuevo género, de grandes cuernos sobre su cabeza.
 
 
saurornitholestes Saurornitholestes
Aunque pequeño y de constitución ligera, este ágil dinosaurio perseguía a sus presas, a las que podía herir gravemente con sus garras de las patas traseras en forma de hoz, y después clavarles sus pequeños dientes. No se sabe mucho acerca de esta especie, ya que sólo se cuenta con fragmentos del cráneo y del esqueleto encontrados en 1978 en el Parque Provincial del Dinosaurio, en Alberta, Canadá. En 1992 se descubrió el esqueleto de un reptil volador o pterosaurio con marcas de dientes y un diente roto de Saurornitholestes, lo cual muestra cuál era su dieta y su posible estilo de vida. El pterosaurio era un individuo inmaduro de aproximadamente 6 metros de envergadura, lo que hace suponer que ya estaba muerto cuando lo mordió y se atoró uno de sus dientes en el hueso, que se rompió al tratar de sacarlo. En México se han encontrado dientes de este dinosaurio en Baja California.
Edad: Cretácico tardío (73 millones de años) Tamaño: 1.8 metros Peso: 20 a 35 kilos Dieta: carnívoro Distribución: Canadá y México.
lambeosarus Lambeosaurus
Pertenece a los hadrosaurios con cresta, y se han encontrado varios restos que permiten establecer su tamaño promedio. De los hallados en Baja California en 1967, Morris describió la especie Lambeosaurus laticaudus, un animal de alrededor de 16 metros de largo, uno de los hadrosaurios más grandes que se conocen, que se piensa frecuentaba las partes bajas de bahías, lagunas y estuarios. También en Coahuila se tiene registro de este tipo de dinosaurios.
Edad: Cretácico tardío (70 millones de años) Tamaño: 9 a 16 metros Peso: 6 a 23 toneladas Dieta: herbívoro Distribución: Canadá, Estados Unidos y México.
Aublysodon Aublysodon
Sus restos fueron descritos en 1868 por Leidy, unos dientes muy distintivos por su forma en D, que han sido encontrados en varias localidades de Estados Unidos y Baja California. En 1966 se descubrió en Montana un cráneo incompleto de un dinosaurio carnívoro en donde se puede ver un diente similar a los descritos para Aublysodon, por lo que puede ser parte de éste, que actualmente es considerado pariente de los tyranosáuridos. A lo largo del tiempo muchos restos se han atribuido a Aublysodon, sin embargo el género sigue siendo enigmático.
Edad: Cretácico tardío (80 millones de años) Tamaño: ¿? Peso: ¿? Dieta: carnívoro
Distribución: Estados Unidos y México.
 
 
Sin embargo, los dinosaurios más comúnmente hallados en México son los hadrosaurios, o dinosaurios pico de pato por la forma de su hocico, similar al pico de un pato. Desde 1942 se tiene el reporte del descubrimiento de algunos huesos de estos animales en el estado de Sonora, y se han encontrado en varias localidades del suroeste y norte de México. En la década de los setentas, investigadores de Museo de Historia Natural de Los Ángeles encontraron en Baja California los restos de un hadrosaurio de alrededor de 16 metros de largo, al que se denominó Lambeosaurus laticaudus, y es uno de los hadrosáuridos más largos encontrados hasta el momento en el mundo.
 
En 1987, un grupo de investigadores del Instituto de Geología de la UNAM inició un proyecto en el Municipio de Parras de la Fuente, Coahuila, para el rescate de un hadrosaurio del género Gryposaurus al que se puso el mote de Isauria, un especimen juvenil de 6 metros de largo, 2.2 de altura a la cintura, y un peso estimado de 3 toneladas, del cual se recuperó 65%.
En 1992 fueron encontrados restos fósiles de un hadrosaurio en la localidad de Rincón Colorado, Coahuila, por un equipo de la Secretaría de Educación y Cultura de Coahuila, y se trabajó en la localidad hasta el año de 2002, después de lo cual otra expedición encontró restos del cráneo y más huesos. Posteriormente se llevaron el cráneo a Estados Unidos para su preparación, y el resto se quedó en el Museo del Desierto, donde tras varios años de limpieza y gracias a la buena preservación del cráneo que presentaba una cresta distintiva, se supo que era de un género nuevo, el cual fue dado a conocer a finales del 2007 por un equipo de paleontólogos de la Universidad de Utah, Estados Unidos, que lo llamó Velafrons coahuilensis por su “frente con una vela”. Es el único de su especie encontrado en el mundo y se sumó a los 1 147 géneros conocidos hasta finales de 2007 y a los pocos dinosaurios exclusivamente de México que existen hasta el momento. Los restos de Velafrons pertenecieron a un ejemplar juvenil que llegó a medir alrededor de 6 metros de largo y vivió hace 72 millones de años en el delta que más tarde sería el sureste del estado.
 
También en Coahuila hemos encontrado dientes, osteodermos y vértebras de un cocodrilo gigante llamado Deinosuchus, que medía alrededor de 9 metros de largo pero que alcanzaba hasta 12 metros, un gigante si lo comparamos con los cocodrilos actuales que no pasan de 6 metros de largo. Este reptil probablemente acechaba a los hadrosaurios al igual que lo hacen actualmente los cocodrilos del Nilo con los antílopes, como lo sugieren algunas vértebras de hadrosaurios que han sido encontradas con marcas de mordidas que encajan perfectamente con los dientes de Deinosuchus.
 
Gryposaurus Gryposaurus
Su nombre significa lagarto con nariz en forma de gancho, y es un género que se basa en un cráneo y partes de esqueleto colectados en 1913 por George F. Sternberg en lo que ahora es conocida como la Formación Dinosaur Park, en Alberta, junto al río Venado Rojo, descrito y nombrado poco después por Lawrence Lambe. De este tipo de dinosaurios son los fósiles más abundantes encontrados en Coahuila en la década de los ochentas, cuando el Instituto de Geología de la UNAM descubrió y montó uno de ellos en su Museo de Geología.
Edad: Cretácico tardío (70 millones de años) Tamaño: 11 metros Peso: 5 toneladas Dieta: herbívoro Distribución: Canadá, Estados Unidos y México.
kritosaurus Kritosaurus
Pertenece al grupo de los hadrosaurios, comúnmente conocido como dinosaurios pico de pato. Fue encontrado en Nuevo México por Barnum Brown en 1910, y recientemente se encontró en Sabinas, Coahuila, un especimen casi completo, en un 80%. Dado su estilo de vida, similar al de los demás hadrosaurios, puede ser equiparado a los bisontes actuales, ya que se movía en grandes manadas y debió estar constantemente en movimiento, pasando la mayor parte del tiempo en busca de las plantas que comía.
Edad: Cretácico tardío (70 millones de años) Tamaño: 9 metros Peso: 4 toneladas Dieta: herbívoro Distribución: Canadá, Estados Unidos y México.
struthiomimus Struthiomimus
Pertenece al grupo de los llamados imitadores de aves, dinosaurios semejantes a los avestruces que presentan muchos rasgos en común con las grandes aves corredoras actuales. Su esqueleto ligero sugiere que era capaz de alcanzar grandes velocidades, era ágil y se alimentaba tanto de carne como de plantas e insectos. A diferencia del avestruz, tenía una cola de casi tres metros, que constituía más de la mitad de su longitud total, pero era mucho menos flexible que su elástico cuello —podía dispararse como un muelle para atrapar algunos de sus alimentos—, y se mantenía tiesa, en horizontal, al correr. Se ha registrado en Coahuila y Baja California.
Edad: Cretácico tardío (70 millones de años) Tamaño: 4 metros Peso: 150 kilos Dieta: omnívoro Distribución: Canadá y México.
 
 
Otros dinosaurios menos comunes son los ankylosaurios o dinosaurios armados, de extremidades cortas y cubiertos por una coraza de placas óseas, las más prominentes como quillas que sobresalen de la piel y que también le cubrían la cabeza, y que muchas veces se encontraban complementados con espinas en el cuerpo y la cola. Por la presencia o ausencia de un mazo en la cola se diferencian dos grupos: los ankylosaurios la tenían mientras los nodosaurios no.
 
En 2007 encontramos un dinosaurio llamado Edmontonia, que se caracterizaba por unos picos que salían de la región del cuello y se dirigían hacia adelante, y que podrían haber sido utilizados como armas o defensa, mientras que sus demás osteodermos varían dependiendo del lugar donde se encuentren en el lomo. Este dinosaurio se alimentaba de plantas de baja altura, que cortaba con su pico córneo y eran molidas por sus fuertes y especializados dientes. El adulto llegaba a medir alrededor de 6 metros de largo, mientras que los individuos juveniles, como el que encontramos, medían 2.5 metros.
 
Otro grupo interesante encontrado en México es el de los dinosaurios carnívoros. Los primeros fósiles fueron encontrados por un grupo del Museo del Condado de Los Ángeles en el verano de 1970 en Baja California —un maxilar, dientes aserrados entre otros fragmentos del cuerpo—, y fueron descritos por Ralph Molnar en 1974 bajo el nombre de Labocania. Se cree que estos dinosaurios estuvieron emparentados con los abelisáuridos y que llegaron a medir hasta 7 u 8 metros. Lo interesante es que los abelisáuridos son exclusivos de Sudamérica y África, continentes que se encontraban unidos en aquel tiempo, por lo que el descubrimiento de uno de ellos en Baja California sería la prueba de que hubo un contacto entre Sudamérica y Norteamérica hacia finales del Cretácico, un aspecto que requiere más estudios.
 
 
Alamosaurus Alamosaurus
Fue encontrado por John Reeside y descrito en 1922 por Charles W. Gilmore, quien lo nombró por el lugar donde fue encontrado, en la que entonces se llamaba Formación Ojo Alamo, en el Condado de San Juan, Nuevo México. Es un género de la familia de los titanosáuridos, del grupo de los saurópodos, que fueron los últimos de su clase que sobrevivieron hasta el final del periodo Cretácico. En México se han descubierto varios fósiles en Chihuahua y Coahuila, y dos localidades en Puebla con huellas de un primo de éste.
Edad: Cretácico tardío (65 millones de años) Tamaño: 21 metros Peso: 33 toneladas Dieta: herbívoro Distribución: Estados Unidos y México
Labocania Labocania
Su hallazgo fue la primera evidencia de dinosaurios carnívoros en México, y se debe a Harley J. Garbani, en el verano de 1970 en la Formación la Bocana roja del Cretácico tardío de Baja California, mientras su descripción la realizó Ralph Molnar en 1974, quien lo nombró por el lugar donde fue encontrado. Se cree que muy probablemente estuviera emparentado con Tyrannosaurus —ya que muestra varias características de este grupo—, y que su tamaño alcanzara dos terceras partes del tamaño de aquél. Se ha encontrado un maxilar, dientes aserrados y otros fragmentos del cuerpo.
Edad: Cretácico tardío (80 millones de años) Tamaño: 6 metros Peso: 1.5 toneladas ¿? Dieta: carnívoro Distribución: México.
 
 
En varios lugares de México se han encontrado dientes y huesos pertenecientes a la familia de los tyranosáuridos, que posiblemente pertenecieron a Gorgosaurus, habitante del Cretácico tardío, hace 72 millones de años, en lo que ahora es Canadá, Estados Unidos y México, y que era primo del famoso Tyrannosaurus rex, aunque más pequeño y 8 millones de años más antiguo. Es el tyranosáurido más conocido debido a la cantidad de restos encontrados —sus dientes eran largos y recurvados con un filo aserrado, perfecto para arrancar carne—, que en México provienen de Baja California, Sonora y varias localidades de Coahuila, además de las huellas de tyranosáuridos halladas en Coahuila y Michoacán.
 
Otro grupo muy famoso de dinosaurios carnívoros son los dromeosáuridos, comúnmente conocidos como raptores, de los cuales se encontraron en Aguililla, Michoacán, las primeras huellas en el mundo, inconfundibles porque sólo tienen dos dedos, debido a que el tercero estaba levantado con su famosa garra —también se han encontrado algunos dientes en Coahuila y Baja California.
 
En Michoacán fueron halladas huellas interesantes de pisadas de ornitomímidos, dinosaurios como avestruces, que dejan ver cómo se movían en grupo y cómo uno de ellos resbaló en el lodo; existen otras cerca de Sabinas, Coahuila, y en el municipio de General Cepeda, una de las más grandes localidades con huellas de dinosaurio.
 
 
Finalmente, los dinosaurios más grandes encontrados en México son los saurópodos, de cuello largo, cuya evidencia más antigua son algunas huellas en Oaxaca, en el municipio de Huajuapan de León, cerca del poblado de Santa María Xochixtlapilco, y en San Martín Atexcal, en el río Magdalena, Puebla, la única localidad con huellas de dinosaurios del Cretácico inferior de 120 millones de años de antigüedad.
 
 
Troodon Troodon
El género se nombró por la forma de un diente encontrado en Montana, Estados Unidos, que en un principio se pensó pertenecía a un lagarto monitor. Por el tamaño de la cavidad cerebral, se estima que el cerebro de Troodon era mucho más largo de lo común, y en sus finas mandíbulas tenía pequeños dientes puntiagudos. Sus patas delanteras eran largas, con dedos delgados rematados por garras. Podía cazar de día o de noche, avanzando furtivamente entre el follaje para rastrear sus presas con mucha facilidad, y se cree que merodeaba por las zonas de nidificación de otros dinosaurios con la esperanza de sorprender crías descuidadas por sus padres. Durante muchos años, todo lo que se sabía de él se basaba en el hallazgo de un diente, pero se han descubierto porciones de esqueleto de varios Troodon muy cerca de las zonas de nidificación de otros dinosaurios. En México se han encontrado dientes de este animal en Baja California y Coahuila.
Edad: Cretácico tardío (70 millones de años) Tamaño: 1.75 metros Peso: 50 kilos Dieta: carnívoro Distribución: Canadá, Estados Unidos y México.
heterodontosaurios Heterodontosaurio
Fue nombrado en 1966 por los paleontólogos Alan Charing y Alfred Crompton con base en sus tres tipos de diente diferentes. Adelante, unos incisivos afilados y puntiagudos para cortar y rebanar; detrás, dos pares de largos colmillos suficientemente fuertes para perforar tallos duros, de modo que se rompieran más fácilmente, y quizá sirvieran también como arma; al fondo, un juego de anchos dientes biselados que funcionaban como trituradores para desmenuzar vegetales. Se cree que las hembras carecían de colmillos, por lo que es posible que estos dientes tuvieran otros usos además de comer y morder a sus enemigos. En México se han descubierto dientes en el Cañón Huizachal, cerca de Ciudad Victoria, Tamaulipas.
Edad: Jurásico medio (200 millones de años) Tamaño: 1.2 metros Peso: 10 kilos Dieta: herbívoro Distribución: Sudáfrica y México.
 
 
También en Chihuahua se han encontrado huesos fósiles de estos animales, como los de Alamosaurus, último representante de los dinosaurios de cuello largo que vivió hace 65 millones de años, perteneciente a la familia de los titanosaurios, y que llegó a medir alrededor de 21 metros y poco más de 5 metros de altura, con un peso de aproximadamente 30 toneladas.

La extinción
 
A finales del periodo Cretácico, hace 65 millones de años, desapareció más de 70% de las especies de dinosaurios. Hay varias teorías al respecto, pero la que tiene mayor evidencia científica es la que sostiene que un asteroide chocó contra la Tierra, lo cual se basa en el hallazgo, en varias partes del planeta, de iridio en una capa depositada a finales de la era Mesozoica. Como este elemento existe en cantidades muy limitadas en la Tierra y es abundante en meteoritos, los científicos concluyeron que dicha anomalía tenía procedencia extraterrestre y que estaba relacionada con la extinción en masa de los dinosaurios.
 
Se piensa que el asteroide de 10 kilómetros de diámetro que impactó la Tierra hace 65 millones de años viajaba a una velocidad de aproximadamente 30 kilómetros por segundo, y su compresión al tocar la atmósfera calentó el aire casi instantáneamente, alcanzando una temperatura mayor a cuatro o cinco veces la del Sol, provocando una onda de choque (manifestación de aire comprimido por el impacto) que causó una explosión escuchada seguramente en todo el planeta.
 
El material producido por el impacto fue arrojado hasta la estratósfera, cubriendo toda la Tierra con material incandescente, causando tsunamis de más de 100 metros de altura. Una capa de polvo cubrió la Tierra, ocultando el Sol y destruyendo las cadenas alimentarias al matar las plantas, lo que causó la desaparición de los animales herbívoros y posteriormente de los carnívoros.
 
 

Centrosaurus

Jorge A. Ortíz Mendeta
Centrosaurus
Formaba parte del grupo de los ceratópsidos, conocidos como dinosaurios con cuernos por su elaborada cresta, denominada gola, y un par de protuberancias óseas que apuntaban hacia delante, como si fueran dos pequeños cuernos arriba de los ojos y uno grande en la punta de la nariz. La gola le servía para poder intimidar a rivales de su misma especie y para el cortejo, ya que se encontraba altamente vascularizada, lo que hacía que se coloreara de rojo. Como la cabeza y la placa ósea eran tan grandes en comparación con el resto del cuerpo, su cuello y sus hombros debieron ser muy robustos. Sus patas delanteras eran muy fuertes y más cortas que las traseras porque soportaban la mayor parte del peso, pero al caminar probablemente apoyaba sólo los dedos. Buscaba su alimento entre la vegetación baja, arrancando las plantas con su pico óseo, que sus dientes cortaban como una guillotina, y cuando se desgastaban las piezas de su dentadura, nacían nuevos dientes en su lugar. Se han encontrado restos de este tipo de dinosaurios en la región oeste y sureste de Coahuila.
Edad: Cretácico tardío (70 millones de años) Tamaño: 5 metros Peso: 3 toneladas Dieta: herbívoro Distribución: Canadá, Estados Unidos y México.

Chasmosaurus

Jorge A. Ortíz Mendieta
Chasmosaurus
Probablemente vivía en rebaños para protegerse al verse amenazados por un carnívoro, los adultos formaban un círculo defensivo alrededor de las crías, desplegando las placas óseas y los cuernos hacia los depredadores. Sobre los ojos y en el extremo del hocico tenía cuernos puntiagudos, y una placa ósea rectangular en el cuello, mayor que su cráneo, aligerada por dos grandes aberturas o ventanas rellenas de músculo, las cuales estaban separadas por un tabique de hueso y en los bordes laterales, por debajo, tenían algunas pequeñas hileras de protuberancias, y en cada vértice superior dos pequeños cuernecillos. Se han encontrado restos en Chihuahua y Coahuila.
Edad: Cretácico tardío (70 millones de años) Tamaño: 6 metros Peso: 3.6 toneladas Dieta: herbívoro Distribución: Estados Unidos y México.
velafrons Velafrons
A finales de 2007 se describió y se dio a conocer Velafrons coahuilensis, cuyo nombre significa frente con una vela, único de su especie y sólo presente en México. Sus restos pertenecieron a un ejemplar juvenil que llegó a medir alrededor de 7 metros de largo y vivió en un delta que más tarde sería el sureste de Coahuila.
Edad: Cretácico tardío (70 millones de años) Tamaño: 7 metros Peso: 6 toneladas Dieta: herbívoro Distribución: México.
 
 
En 1990 se redescubrió en Chicxulub, Yucatán, el cráter de 150 kiló­metros de diámetro que se formó por el impacto del asteroide, el cual se encuentra enterrado a 1 000 metros de la superficie. El lugar ya había sido encontrado por Petróleos Mexicanos a fines de la década de los cincuentas, mientras buscaban petróleo; sin embargo, creyeron que era un volcán enterrado.
 
Su actualidad y futuro
 
Uno de los grupos animales más exitosos en la Tierra ha sido el de los dinosaurios y, después de 65 millones de años de haberse extinto, siguen excitando la imaginación humana. La fascinación que producen en nosotros se debe a que su estudio ha abierto una ventana a un mundo prehistórico olvidado en el tiempo. Los medios de difusión presentan noticias sobre descubrimientos en diversas partes del mundo, enriqueciendo el conocimiento que tenemos de estas criaturas. Su utilización en nuestro entorno cotidiano es muy común, y son tema central de películas, libros y artículos, de la industria del entretenimiento.
 
 
Edmontonia Edmontonia
Este dinosaurio armado de la familia Nodosauridae se caracterizaba por presentar unas placas en el cuello y picos que salían de la región de los hombros, proyectándose hacia adelante y que pudieron ser utilizados como armas o para entrelazarse en combates rituales con otro Edmontonia, como hacen los venados con las astas. Su cabeza, en forma de pera, estaba protegida por placas óseas, en la parte de arriba del cuello eran osteodermos alargados y en el lomo redondos, todos con una línea media. Su alimentación se restringía a plantas bajas como helechos y cycadaceas. En México, en 2007 se encontraron restos de un individuo juvenil de no más de 3 metros de largo en la región noroeste de Coahuila.
Edad: Cretácico tardío (70 millones de años) Tamaño: 7 metros Peso: 4 toneladas Dieta: herbívoro
Distribución: Canadá, Estados Unidos y México.
Euoplocephalus Euoplocephalus
Fue descubierto a principios de este siglo en Alberta, Canadá, y pertenece al grupo de los ankilosáuridos o dinosaurios armados, que se caracterizan por estar cubiertos de una coraza y tener en la punta de la cola un mazo que les servía para defensa. A lo largo de su dorso y cola tenía muchas protuberancias, cuernos y espinas óseas soldadas entre sí, que se insertaban en la piel, formando una gruesa armadura con placas mucho mayores en el lomo, algunas en forma de disco y planas, otras con púas, dispuestas en hileras que iban disminuyendo de tamaño en dirección a la cola. Se han encontrado osteodermos aislados en Baja California y Coahuila.
Edad: Cretácico tardío (70 millones de años) Tamaño: 6 metros Peso: 2 toneladas Dieta: herbívoro Distribución: Canadá, Estados Unidos y México.
 
 
La historia del estudio de los dinosaurios en México tiene casi cien años, sin embargo apenas ha sido perceptible en las últimas décadas. Desde principios de los noventas se realizan varios proyectos para saber más, pero en la última década gobiernos e instituciones han contribuido a su estudio, lo que, aunado a la preocupación de varias personas por valorar la riqueza natural y científica, impulsó en Coahuila la fundación del Museo del Desierto, inaugurado el 25 de noviembre de 1999 y que ahora celebra su décimo aniversario.
 
Aun así, a pesar de que la diversidad de los dinosaurios de México está bien documentada, durante mucho tiempo fue ignorada. No obstante, es muy probable que en un futuro no muy lejano se descubra una diversidad mucho mayor de la que ahora conocemos.chivichago
 
  articulos  
Referencias bibliográficas
 
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Héctor Rivera Sylva
Museo del Desierto, Coahuila
 
Maestro en Paleobiología por la Universidad de Bristol, Inglaterra, miembro del Museo del Desierto, y líder del proyecto “Los Dinosaurios de la Región Desierto de Coahuila”.
 
como citar este artículo
Rivera Sylva, Héctor. (2010). Los dinosaurios de México. Ciencias 98, abril-junio, 40-51. [En línea]
     




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La dinosaurología es una de las disciplinas de la paleontología con mayor desarrollo en los últimos años. Desde 1970 se ha encontrado un promedio de 6.1 géneros por año, y entre 1989 y 1995 se describieron 51 nuevos géneros. A la fecha hay aproximadamente 336 géneros de dinosaurios, sin embargo se estima que la diversidad de dinosaurios es cercana a 3 400 géneros, por tanto sólo conocemos cerca de diez por ciento. Estas criaturas siempre han cautivado la atención del público en general debido a sus peculiares estructuras y tamaño. El término dinosaurio parece tan familiar que todos parecemos entender con lujo de detalle a estas criaturas, sin embargo como bien lo explicó el paleontólogo británico Alan Charig, “es común pensar que el término dinosaurio se refiere a toda criatura que vivió hace millones de años, y que actualmente se encuentra extinta”, pero también es recurrente pensar que cualquier organismo prehistórico es un “dinosaurio”, como ocurre con los dimetrodontes, plesiosaurios, ictiosaurios, pterosaurios, dientes de sables e incluso los poderosos mamuts. Para evitar estas confusiones, los paleontólogos, que estudian los restos fósiles, han enumerado una serie de características únicas de este grupo, caracteres compartidos derivados o sinapomorfias (cuadro en esta página).

Los dinosaurios son un clado monofilético de organismos diápsidos archosaurios, cuyos restos fósiles se hallan en estratos mezosoicos, de una edad entre 225 y 64 millones de años, abarcando los periodos Triásico, Jurásico y Cretácico, por lo que dominaron el planeta cerca de 160 millones de años. El registro más antiguo data del Carniano tardío (Triá­sico) de las formaciones Santa María e Ischigualasto, en Brasil y Argentina respectivamente, y la última aparición está en el límite del Cretácico y el Terciario, hace 64 millones de años, cuando se dice que la mayoría de ellos se extinguió, con excepción de las aves. Sin embargo, nuevos hallazgos pueden ampliar la permanencia geológica de los dinosaurios no avianos, ya que registros obtenidos por James E. Fassett y Robert A. Zielinski en 2002 incluyen huesos de la pata de un hadrosaurio en la formación El Ojo, Nuevo México, Estados Unidos, los cuales fueron datados en aproximadamente 64.5 millones de años, en el Paleoceno. De confirmarse lo anterior implicaría que algunos dinosaurios sobrevivieron a la gran extinción y desaparecieron en el piso daniense del Paleoceno, en el Cenozoico inferior.

Los huesos de dinosaurios han sido documentados desde la Antigüedad, cuando se decía que eran la prueba de la existencia de antiguas criaturas mitológicas de formas reptiloides, conocidos en el folclor como dragones. Posteriormente, durante la Edad Media, los hidalgos y caballeros buscaban a estas enormes criaturas para darles muerte, por tal motivo se creía que se encontraban restos de ellos enterrados en varias ciudades de Europa y Asia. Se sabe que en el año 600 a.C. los comerciantes asiáticos cuentan a los griegos historias de grifones, probablemente basados en esqueletos y cráneos de Protoceratops, mientras en el año 300 d.C, durante la Dinastía Jin occidental, los chinos hablan de “huesos de dragón”, al referirse a restos de dinosaurios.

La primera referencia formal apareció en el año de 1676 en una publicación titulada Historia natural de Oxfordshire, escrita por el reverendo Robert Plot, en donde se hace referencia al fragmento distal de un fémur que fue comparado con diversos animales y, al no poder identificarlo, se asignó por su forma a un hombre de proporciones descomunales, uno de los denominados Antediluvian Patriarchs (patriarcas antediluvianos). Un siglo después, el filósofo francés Jean-Baptiste Robinet observó que el fósil era extremadamente semejante a un escroto humano gigante, idea que fue apoyada en 1763 por el naturalista inglés Richards Brookes, quien le llamó Scrotum Humanum —siglos después se asignó este fragmento de hueso como perteneciente al gé­nero Megalosaurus. Años después, en 1787, el hallazgo en Nueva Jersey, Estados Unidos, de una posible pierna de hadrosaurio —hoy extraviada— fue catalogado simplemente como Thihbone (hueso del muslo), y posteriormente más restos fueron encontrados en Montana, Connecticut, y en otras localidades. En 1802, el granjero norteamericano Pliny Moody de Massachusetts, extrajo de sus terrenos una laja con impresiones de patas posiblemente hechas por aves, que el médico local, el Dr. Elihu Dwight, interpretó como las huellas dejadas por el cuervo del Arca de Noé. En 1835, el doctor James Deane escribió al clerigo y naturalista Edward Hitchcok, y en 1839 esta loza fue adquirida por Hitchcok y Benjamin Silliman, de la Universidad de Yale, quienes se encargaron del estudio de las mismas. Hitchcok recogió más de 20 000 huellas fósiles, pero les atribuye un origen aviano, reptilesco y mamiferoide, nunca acepta a los dinosaurios como organismos responsables de las mismas. Quizá el mundo aún no estaba listo para los dinosaurios. Años después, a pesar de la aparición de la paleontología y la aceptación de la teoría de la evolución, se seguían contando extrañas historias en el folclor del mundo. En 1871, el explorador franco-canadiense Jean-Baptiste L´Heureux menciona un lugar santo en Alberta, Canadá, adorado por las tribus indias, las cuales consideraban los fósiles de los dinosaurios como pertenecientes a los abuelos de los bisontes americanos.

Los inicios de su estudio

Se puede decir que fue el polifacético médico, naturalista y geólogo inglés Gideon Algernon Mantell, quien inicio en 1822 el estudio de los dinosaurios. Este médico victoriano era aficionado a coleccionar fósiles y, un buen día, durante una visita que realizó a un paciente, su esposa Mary Ann encontró un diente incrustado en una roca; el médico se dio a la tarea de estudiarlo, y notó que era de un herbívoro, pero para tener una mejor apreciación lo envió a Francia para que lo estudiara el eminente naturalista, promotor de la anatomía comparada e impulsor de la paleontología, el barón Georges Léopold Chrétien Frédéric Dagobert Cuvier, quien le indicó que era de un rinoceronte extinto. Sin embargo, esta explicación no complació a Mantell, quien continuó estudiando y, al comparar aquellos dientes fósiles con algunos ejemplares de iguanas americanas, se dio cuenta del parecido, por lo que llamó al fósil Iguanodon (diente de iguana). A pesar del interés de Mantell, la primera descripción formal data de 1824, elaborada por el doctor William Buckland, quien al estudiar otros restos aislados —entre ellos una mandíbula que estaba depositada desde 1818 en un museo de Oxford Inglaterra— denominó al organismo Megalosaurus (reptil gigante). En 1831, Mantell describió a Hylaeosaurus, su segundo “reptil” gigante.

El término dinosaurio fue acuñado en 1842 por el eminente especialista británico en anatomía comparada Sir Richard Owen, derivado del griego deinos, terrible o gigante, y sauria, lagarto o reptil, por el enorme tamaño de los primeros gé­neros de dinosaurios descubiertos —Megalosaurus, Iguanodon e Hylaeosaurus—, y fue dado a conocer durante la reunión anual de la asociación británica para el progreso de la ciencia celebrada en Plymouth. Debido al interés por los dinosaurios, a mediados del siglo xix, Benjamín Waterhouse Hawkins realizó la primera exposición de dinosaurios en el antiguo Sydenham Park de Londres. A pesar de los estudios realizados, los dinosaurios eran vistos como enormes “reptiles cuadrúpedos de sangre fría”. Hawkins también fabricó modelos de dinosaurios para el Central Park de Nueva York, pero nunca llegaron a exhibirse pues fueron destruidos por una banda de maleantes en 1871.

Poco después, en 1856, en Estados Unidos Joseph Leidy, de la Universidad de Pensilvania, contribuyó a la historia con los primeros fósiles estudiados y plenamente identificados como pertenecientes a dinosaurios de Norteamérica, que fueron asignado a Hadrosaurus foulki, un dinosaurio comúnmente llamado pico de pato, cuya reconstrucción —realizada en el año de 1868 por Hawkins— mostró que los dinosaurios eran bípedos y no totalmente cuadrúpedos como hasta entonces se pensaba —es considerado el primer esqueleto montado de un dinosaurio en el mundo.

En la segunda mitad del siglo xix, en los depósitos de Solhofen, Alemania, aparece la primera evidencia fósil de un ave, que Richard Owen describe como Archaeopteryx litographica; y desde entonces, hasta hoy, han sido encontrados diez esqueletos conocidos coloquialmente como los Archaeopteryx de Londres, Berlín, Eichtatt, Maxberg y Termópolis. En 1878, El paleontólogo belga Louis Dollo describió los fósiles de 31 esqueletos fósiles hallados a 321 metros de profundidad en una mina de carbón en Bernissart, Bélgica, pertenecientes a la especie Iguanodon bernissartiensis, los cuales confirmaron el bipedalismo de los dinosaurios, aunque su reconstrucción presentaba problemas, ya que, basándose en un esqueleto de canguro, la cola queda posada en el suelo y se fractura a la mitad.

En Estados Unidos, Othiniel Charles Marsh y Edward Drinker Cope protagonizaron uno de los episodios más intensos en la historia de la paleontología, la denominada “guerra de los huesos”, una competencia entre ambos científicos que dio como resultado la descripción, por parte de Marsh, de Brontosaurus (Apatosaurus), Diplodocus, Stegosaurus y Triceratops, y por parte del segundo, de Camarasaurus, Coelophysis y Monoclonius, entre otros más, así como grandes descubrimientos no dinosáuricos, como Elasmosaurus, Ictiornis, Hesperornis y Dimetrodon. Más de 130 especies fósiles, con lo cual ambos contribuyeron de manera relevante al desarrollo de la paleontología.

Harry Goovier Seeley fue el paleontólogo británico responsable de la división de los dinosaurios en saurisquios y ornistisquios con base en la estructura de los huesos de la pelvis y la forma de las articulaciones: los primeros tienen la estructura ósea de la cadera común a los reptiles, en la que cada uno de los tres huesos apunta en una dirección diferente, mientras los segundos tienen una cadera tetrarradiada semejante a la de las aves. Sus observaciones fueron plasmadas en un documento científico en 1887, que fue publicado un año después, de suma importancia en un panorama dominado por múltiples y bizarras clasificaciones propuestas por diversos paleontólogos (ver cuadro).

A principios del siglo xx, Henry Farfield Osborn, director del American Museum of Natural History, describió los fósiles hallados por Barnum Brom en 1904 en los yacimientos del Cretácico superior de Hell Creek, Montana, los cuales eran extraordinarios y de tamaño colosal; se trataba de Tyrannosaurus rex, dinosaurio carnívoro que se pensaba en ese momento era el mayor depredador del mundo —tiempo después aparecerían carnívoros más grandes.

En esta época el magnate Andrew Carnegie impulsó el desarrollo de excavaciones en Estados Unidos, de las que resultaron diversos esqueletos de una nueva especie de diplodocus, Diplodocus carnegii, de la cual mandó fabricar réplicas a fin de aumentar su ego y preservar su nombre en la historia, regaladas a importantes reyes y jefes de estado, y que se encuentran en París, Viena, Madrid, San Petersburgo, Frankfurt, Bolonia, La Plata y México —expuesta en el Museo de Historia Natural de la Ciudad de México. Cabe mencionar que es uno de los esqueletos de dinosaurio más largos encontrados hasta ahora, con una longitud de 26.70 metros y un peso aproximado de 10 toneladas —en la actualidad se ha estimado el tamaño de dinosaurios más grandes y pesados, pero con base en unos pocos fragmentos del esqueleto. Los duplicados de diplodocus causaron debate entre los paleontólogos de la época, pues mientras norteamericanos como William Jacob Holland y John Bell Hatcher montaron el esqueleto en forma de paquidermo, con las patas directamente colocadas bajo el cuerpo como lo había hecho Marsh influido por las reconstrucciones de otros dinosaurios realizadas por Richard Owen años atrás, los europeos, como el alemán Gustav Tornier, argumentaban una posición tendida como en los lagartos modernos, interpretación apoyada en Estados Unidos por Hay, quien argumentaba que los dinosaurios eran reptiles y no mamíferos, por lo que la posición de la reconstrucción era infundada. En Viena, el investigador Othenio Abel se inclinaba a favor de la posición mamiferoide, confirmada en 1938, cuando se describieron icnitas fósiles atribuibles a saurópodos, descubiertas por Roland T. Bird en el Rio Paluxy, Texas, en las que se confirmó la postura vertical de los saurópodos, echando por tierra las observaciones de los alemanes.

En África, en localidades de Tendaguru, hoy Tanzania, entre 1907 y 1912 el paleontólogo y geólogo alemán Werner Ernst M. Janensch descubre uno de los más grandes dinosaurios hasta ese momento, Brachiosaurus branchai, además de un esqueleto del estegosaurio Kentrosaurus y, posteriormente, en 1914, Dicraeosaurus, y en 1929 Elaprhosaurus. En las década de los veintes, Roy Chapman Andrews visitó los yacimientos de Mongolia, adonde regresa en varias ocasiones y descubre dinosaurios como Psittacosaurus, Velociraptor, Protoceratops y Oviraptor.

El primer informe de dinosaurios en México fue realizado por el paleontólogo alemán Werner Janensch en 1926, y trataba de los restos óseos del yacimiento La Soledad, en el municipio de Ramos Arizpe, ubicado al oeste de Coahuila, atribuidos a un ornistisquio de la familia Ceratopsidae, un dinosaurio cornudo del genero Monoclonius, propio del Cretácico superior de Norteamérica. Posteriormente, Richard Swan Lull y Nelda. E. Wright describieron en su monografía sobre los hadrosaurios de Norteamérica restos hallados en Sonora en 1942 en una localidad denominada N. 49, atribuibles a la familia Hadrosauridae, los pico de pato, material que fue enviado al paleontólogo Barnum Brown, quien determinó que los restos eran los más australes para dicha familia. En Baja California Norte, en 1954, W. Lanston Jr. y M. H. Oakes, de la Universidad de California, encontraron más restos de Hadrosauridae.

En Argentina, a finales de esa década, Oswaldo A. Reig descubrió los primeros restos del dinosaurio basal Herrerasaurus en yacimientos del Triásico superior de Ischigualasto, cuyo descubrimiento fue hecho por Victorino Herrera, miembro de la expedición realizado por la Escuela Nacional de Tucumán, a quien fue dedicada la especie.

El renacimiento

A pesar de los muchos descubrimientos, las reconstrucciones de los paleoartistas como Charles Night, Zdenek Burian y Rudollph Zallinger mostraban a los dinosaurios como organismos gigantes, lentos y estúpidos. Era común observarlos como enormes masas de carne incapaces de sostener su peso sobre la tierra. Fue hasta 1964, cuando el profesor John Harold Ostrom de la Universidad de Yale descubrió el dinosaurio terópodo dromeosaurido Deinonychus antirrhopus en los depósitos de Montana, y basándose en el esqueleto bien conservado formuló la teoría de que los dinosaurios eran organismos ágiles, rápidos e inteligentes y, por si fuera poco, hizo notar su posible endotermia, es decir, la capacidad de regular la temperatura corporal como sucede en aves y mamíferos. Esto tuvo un fuerte impacto en los círculos académicos y, posteriormente, en la imagen que popularmente se tenía de ellos, y llevó a lo que se ha denominado como “renacimiento de los dinosaurios”, cuando el abandono de los prejuicios gracias a este descubrimiento y a la avalancha de descubrimientos posteriores hicieron cambiar el método de estudio de los dinosaurios para siempre.

Así, en 1966, paleontólogos del Museo de Historia Natural de Los Ángeles lograron recuperar en la Formación del Gallo, en Baja California Norte, restos de un gran hadrosaurido, identificado como Hypacrosaurus altispinus y reasignado en 1972 a Lambeosaurus laticaudus por Morris, un organismo propio del Cretácico superior que alcanzaba 14 metros de longitud. Es el hadrosaurio más grande del mundo después de Zhuchengosaurus, propio de China. En 1970, este grupo de investigación localizó en el Rosario, Baja California, en la formación de la Bocana Roja, los restos de un terópodo grande, descrito por Ralph Molnar en 1974, quien lo bautizo como Labocania anomala, una especie que ha sido tema de discusión, ya que ha sido ubicada en grupos de terópodos como los alosauridos y en los tiranosaurios.

En el mismo año, Robert Bakker y Peter Galton publicaron en la revista Nature el artículo “Monofilia de los dinosaurios y una nueva clase de vertebrados”, en el cual proponen la creación de la clase Dinosauria, que tendría las subclases Saurisquios, Aves y Ornistisquios, clasificación que reflejaría mejor la filogenia de los grupos, ya que a los reptiles se les considera ectotérmicos, y estarían separados de los grupos endotérmicos como mamíferos, dinosaurios, y aves. En 1979, Jack Horner y Robert Makela encontraron evidencias en Montana de que los dinosaurios tenían cuidados parentales, se trataba del género Maiasaura, un dinosaurio de aproximadamente 8 metros de longitud que anidaba en grupos y al parecer construía nidos en los cuales ponían hasta 25 huevos, y los jóvenes, de 50 centímetros, alcanzaban su tamaño adulto en tan sólo 6 años —el área de estudio es conocida como egg mountain por la gran cantidad de nidos recobrados. En 1985, se descubrieron algunos de los dinosaurios más grandes, pertenecientes a los géneros Supersaurus y Ultrasaurus, sauropódos de más de 30 metros de longitud.

En el año de 1987 fue realizado el primer montaje de un dinosaurio colectado y preparado en México por tres paleontólogos del Instituto de Geología de la unam, René Hernández Rivera, Luis Espinosa-Arrubarrena y Shelton P. Applegate, al cual llamaron Isauria, un hadrosáurido del género Kritosaurus de 7 metros de longitud, que presenta una patología en la pata anterior izquierda, en donde los metatarsos están fusionados. Actualmente una réplica de este esqueleto se encuentra en exhibición en el Museo de Geología de la unam ubicado en Santa María la Rivera, en la ciudad de México.

A principios de la década de los noventas se encontraron dos terópodos de tamaño considerable, que sobrepasan al famoso Tyrannosaurus: Giganotosaurus caroliini y Carcharodontosaurus sahariscus, ambos de poco mas de 14 metros de longitud. El primero fue localizado en depósitos del Cretácico de Argentina, el segundo en el norte del continente africano, en Niger y Marruecos. Argentina acaparó nuevamente la atención de los paleontólogos en el año de 1993, cuando Ricardo Martínez localizó el cráneo de Eoraptor lunensis, el dinosaurio más antiguo conocido hasta el momento, descubrimiento que fue dado a conocer por los paleontólogos Paul Sereno y Fernando Novas.

Otro descubrimiento que asombró al mundo, ya que sustentaba la hipótesis de que los dinosaurios eran organismos endotérmicos, fue el descubrimiento de restos de estos animales en la Antártida. El primer dinosaurio localizado en 1986 por los científicos del Instituto Antártico Argentino fue descrito como perteneciente a un anquilosaurio del Cretácico superior en la formación Santa María. Poco después, paleontólogos británicos informaron de la presencia de un dinosaurio bípedo herbívoro de mediano tamaño, y en 1994, en el mismo continente, William Hammer y Hickerson dieron a conocer en la revista Science los restos de un terópodo crestado de aproximadamente 6 metros de longitud —denominado Cryolophosaurus ellioti— encontrado en el Monte Kirkpatrick, en la cordillera transantártica, propia del Jurasico inferior, y allí también Smith y Pol encontraron en 2007 un prosaurópodo denominado Glacialisaurus hammeri.

En 1996, en yacimientos del Cretácico inferior de la provincia de Liaoning, en China, se descubrió el primer dinosaurio emplumado del mundo, nombrado Sinosauropteryx prima, el cual refuerza la estrecha relación de los dinosaurios y las aves, y además de la información ósea y tegumentaria, mostró que las plumas surgieron como un medio para conservar el calor y no para el vuelo como comúnmente se pensaba.

En estos inicios del siglo xxi se siguen haciendo descubrimiento que asombran a propios y extraños. Dale Rusell dio a conocer en la revista Science la presencia de un corazón tetracavitario (dos aurículas y dos ventrículos) en un fósil de ornitópodo denominado Thescelosaurus neglectus, lo cual aporta pruebas de la compleja fisiología y endotermia de los dinosaurios. Otros descubrimientos apoyan el argumento de que los dinosaurios presentaban plumas: Caudipteryx dongi y Microraptor zhaoianus en 2000; Epidendrosaurus ningchengensis, Cryptovolans, Scansoripteryx y Sinovenator changüí en 2002; Microraptor gui en 2003, Dilong en 2004, y Jinfengopteryx en 2005; pero a pesar de la presencia de plumas, estos dinosaurios, no eran capaces de volar, ya que sus extremidades anteriores eran cortas y por lo tanto no podían sostener su cuerpo en el aire.

En 2003, la paleontóloga Marisol Montellano del Instituto de Geología de la unam escribió el primer informe de un saurópodo titanosáurido en México del Cretácico superior de Chihuahua; y en 2006, cuando se describió el terópodo crestado Guanlong wucaii, un dinosaurio del Jurá­sico superior de China, emparentado con los tiranosaurios, que mide aproximadamente 3 metros y posiblemente estaba emplumado, en el equipo de trabajo de campo se encontraba el paleontólogo mexicano René Hernández R.

Si bien el estudio de los dinosaurios en México es reciente, no deja de ser prometedor, pues el número de localidades donde se reporta la presencia de estos organismos es cuantioso y seguramente ofrece una gama de nuevos hallazgos. El registro osteológico de los dinosaurios en México incluye diversas familias como Coelusauridae, Tyrannosauridae, Ornitomimidae, Troodontidae, Dromaeosauridae, Hadrosauridae, Ankylosauridae, Ceratopsidae y Titanosauridae. Estos registros se complementan con paleoicnitas fósiles, reportadas principalmente en las localidades fosilí­feras del sur del país, encontradas en los estados de Oaxaca y Puebla, así como en Michoacán y Coahuila. En el futuro, nuevos descubrimientos seguramente nos sorprenderán y asombrarán; por ahora sabemos que los dinosaurios no se extinguieron, que nos acompañan en la actualidad y les llamamos aves.

 

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Los dinosaurios: terribles largartos
 
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 Francisco Javier Jiménez Moreno y Marco Antonio Pineda Maldonado
   
               
               
La dinosaurología es una de las disciplinas de la paleontología con mayor desarrollo en los últimos años. Desde 1970 se ha encontrado un promedio de 6.1 géneros por año, y entre 1989 y 1995 se describieron 51 nuevos géneros. A la fecha hay aproximadamente 336 géneros de dinosaurios, sin embargo se estima que la diversidad de dinosaurios es cercana a 3 400 géneros, por tanto sólo conocemos cerca de diez por ciento. Estas criaturas siempre han cautivado la atención del público en general debido a sus peculiares estructuras y tamaño. El término dinosaurio parece tan familiar que todos parecemos entender con lujo de detalle a estas criaturas, sin embargo como bien lo explicó el paleontólogo británico Alan Charig, “es común pensar que el término dinosaurio se refiere a toda criatura que vivió hace millones de años, y que actualmente se encuentra extinta”, pero también es recurrente pensar que cualquier organismo prehistórico es un “dinosaurio”, como ocurre con los dimetrodontes, plesiosaurios, ictiosaurios, pterosaurios, dientes de sables e incluso los poderosos mamuts. Para evitar estas confusiones, los paleontólogos, que estudian los restos fósiles, han enumerado una serie de características únicas de este grupo, caracteres compartidos derivados o sinapomorfias (ver cuadro 1).
 
Cuadro 1. Sinapomorfias del clado dinosaurios
La reducción del cuarto y quinto dígitos de las extremidades superiores.
• Número de dedos en las patas reducido de cuatro a tres.
• Huesos sacros fusionados desde 2 hasta 7 vértebras.
• Acetábulo perforado con un hueco en el centro.
• Miembros superiores generalmente menos desarrollados que los inferiores.
• Presencia de paladar secundario que les permitía tragar y respirar simultáneamente.
• Fémur relativamente recto con la cabeza femoral centralmente alineada.
• Los dinosaurios se caracterizan por su tipo de locomoción o posición mejorada de progresión, y sus piernas rectas se extienden directamente bajo el cuerpo, mientras las piernas de lagartos y cocodrilos se extienden hacia fuera, sobresaliendo.
• Todos los dinosaurios son animales digitígrados terrestres, con excepción de las aves del cretácico que presentaban hábitos aéreos e incluso buceadores.
 
 
Los dinosaurios son un clado monofilético de organismos diápsidos archosaurios, cuyos restos fósiles se hallan en estratos mezosoicos, de una edad entre 225 y 64 millones de años, abarcando los periodos Triásico, Jurásico y Cretácico, por lo que dominaron el planeta cerca de 160 millones de años. El registro más antiguo data del Carniano tardío (Triá­sico) de las formaciones Santa María e Ischigualasto, en Brasil y Argentina respectivamente, y la última aparición está en el límite del Cretácico y el Terciario, hace 64 millones de años, cuando se dice que la mayoría de ellos se extinguió, con excepción de las aves. Sin embargo, nuevos hallazgos pueden ampliar la permanencia geológica de los dinosaurios no avianos, ya que registros obtenidos por James E. Fassett y Robert A. Zielinski en 2002 incluyen huesos de la pata de un hadrosaurio en la formación El Ojo, Nuevo México, Estados Unidos, los cuales fueron datados en aproximadamente 64.5 millones de años, en el Paleoceno. De confirmarse lo anterior implicaría que algunos dinosaurios sobrevivieron a la gran extinción y desaparecieron en el piso daniense del Paleoceno, en el Cenozoico inferior.
 
Los huesos de dinosaurios han sido documentados desde la Antigüedad, cuando se decía que eran la prueba de la existencia de antiguas criaturas mitológicas de formas reptiloides, conocidos en el folclor como dragones. Posteriormente, durante la Edad Media, los hidalgos y caballeros buscaban a estas enormes criaturas para darles muerte, por tal motivo se creía que se encontraban restos de ellos enterrados en varias ciudades de Europa y Asia. Se sabe que en el año 600 a.C. los comerciantes asiáticos cuentan a los griegos historias de grifones, probablemente basados en esqueletos y cráneos de Protoceratops, mientras en el año 300 d.C, durante la Dinastía Jin occidental, los chinos hablan de “huesos de dragón”, al referirse a restos de dinosaurios.
 
La primera referencia formal apareció en el año de 1676 en una publicación titulada Historia natural de Oxfordshire, escrita por el reverendo Robert Plot, en donde se hace referencia al fragmento distal de un fémur que fue comparado con diversos animales y, al no poder identificarlo, se asignó por su forma a un hombre de proporciones descomunales, uno de los denominados Antediluvian Patriarchs (patriarcas antediluvianos). Un siglo después, el filósofo francés Jean-Baptiste Robinet observó que el fósil era extremadamente semejante a un escroto humano gigante, idea que fue apoyada en 1763 por el naturalista inglés Richards Brookes, quien le llamó Scrotum Humanum —siglos después se asignó este fragmento de hueso como perteneciente al gé­nero Megalosaurus. Años después, en 1787, el hallazgo en Nueva Jersey, Estados Unidos, de una posible pierna de hadrosaurio —hoy extraviada— fue catalogado simplemente como Thihbone (hueso del muslo), y posteriormente más restos fueron encontrados en Montana, Connecticut, y en otras localidades. En 1802, el granjero norteamericano Pliny Moody de Massachusetts, extrajo de sus terrenos una laja con impresiones de patas posiblemente hechas por aves, que el médico local, el Dr. Elihu Dwight, interpretó como las huellas dejadas por el cuervo del Arca de Noé. En 1835, el doctor James Deane escribió al clerigo y naturalista Edward Hitchcok, y en 1839 esta loza fue adquirida por Hitchcok y Benjamin Silliman, de la Universidad de Yale, quienes se encargaron del estudio de las mismas. Hitchcok recogió más de 20 000 huellas fósiles, pero les atribuye un origen aviano, reptilesco y mamiferoide, nunca acepta a los dinosaurios como organismos responsables de las mismas. Quizá el mundo aún no estaba listo para los dinosaurios. Años después, a pesar de la aparición de la paleontología y la aceptación de la teoría de la evolución, se seguían contando extrañas historias en el folclor del mundo. En 1871, el explorador franco-canadiense Jean-Baptiste L´Heureux menciona un lugar santo en Alberta, Canadá, adorado por las tribus indias, las cuales consideraban los fósiles de los dinosaurios como pertenecientes a los abuelos de los bisontes americanos.
 
Los inicios de su estudio
 
Se puede decir que fue el polifacético médico, naturalista y geólogo inglés Gideon Algernon Mantell, quien inicio en 1822 el estudio de los dinosaurios. Este médico victoriano era aficionado a coleccionar fósiles y, un buen día, durante una visita que realizó a un paciente, su esposa Mary Ann encontró un diente incrustado en una roca; el médico se dio a la tarea de estudiarlo, y notó que era de un herbívoro, pero para tener una mejor apreciación lo envió a Francia para que lo estudiara el eminente naturalista, promotor de la anatomía comparada e impulsor de la paleontología, el barón Georges Léopold Chrétien Frédéric Dagobert Cuvier, quien le indicó que era de un rinoceronte extinto. Sin embargo, esta explicación no complació a Mantell, quien continuó estudiando y, al comparar aquellos dientes fósiles con algunos ejemplares de iguanas americanas, se dio cuenta del parecido, por lo que llamó al fósil Iguanodon (diente de iguana). A pesar del interés de Mantell, la primera descripción formal data de 1824, elaborada por el doctor William Buckland, quien al estudiar otros restos aislados —entre ellos una mandíbula que estaba depositada desde 1818 en un museo de Oxford Inglaterra— denominó al organismo Megalosaurus (reptil gigante). En 1831, Mantell describió a Hylaeosaurus, su segundo “reptil” gigante.
 
El término dinosaurio fue acuñado en 1842 por el eminente especialista británico en anatomía comparada Sir Richard Owen, derivado del griego deinos, terrible o gigante, y sauria, lagarto o reptil, por el enorme tamaño de los primeros gé­neros de dinosaurios descubiertos —Megalosaurus, Iguanodon e Hylaeosaurus—, y fue dado a conocer durante la reunión anual de la asociación británica para el progreso de la ciencia celebrada en Plymouth. Debido al interés por los dinosaurios, a mediados del siglo XIX, Benjamín Waterhouse Hawkins realizó la primera exposición de dinosaurios en el antiguo Sydenham Park de Londres. A pesar de los estudios realizados, los dinosaurios eran vistos como enormes “reptiles cuadrúpedos de sangre fría”. Hawkins también fabricó modelos de dinosaurios para el Central Park de Nueva York, pero nunca llegaron a exhibirse pues fueron destruidos por una banda de maleantes en 1871.
 
Poco después, en 1856, en Estados Unidos Joseph Leidy, de la Universidad de Pensilvania, contribuyó a la historia con los primeros fósiles estudiados y plenamente identificados como pertenecientes a dinosaurios de Norteamérica, que fueron asignado a Hadrosaurus foulki, un dinosaurio comúnmente llamado pico de pato, cuya reconstrucción —realizada en el año de 1868 por Hawkins— mostró que los dinosaurios eran bípedos y no totalmente cuadrúpedos como hasta entonces se pensaba —es considerado el primer esqueleto montado de un dinosaurio en el mundo.
 
En la segunda mitad del siglo XIX, en los depósitos de Solhofen, Alemania, aparece la primera evidencia fósil de un ave, que Richard Owen describe como Archaeopteryx litographica; y desde entonces, hasta hoy, han sido encontrados diez esqueletos conocidos coloquialmente como los Archaeopteryx de Londres, Berlín, Eichtatt, Maxberg y Termópolis. En 1878, El paleontólogo belga Louis Dollo describió los fósiles de 31 esqueletos fósiles hallados a 321 metros de profundidad en una mina de carbón en Bernissart, Bélgica, pertenecientes a la especie Iguanodon bernissartiensis, los cuales confirmaron el bipedalismo de los dinosaurios, aunque su reconstrucción presentaba problemas, ya que, basándose en un esqueleto de canguro, la cola queda posada en el suelo y se fractura a la mitad.
 
En Estados Unidos, Othiniel Charles Marsh y Edward Drinker Cope protagonizaron uno de los episodios más intensos en la historia de la paleontología, la denominada “guerra de los huesos”, una competencia entre ambos científicos que dio como resultado la descripción, por parte de Marsh, de Brontosaurus (Apatosaurus), Diplodocus, Stegosaurus y Triceratops, y por parte del segundo, de Camarasaurus, Coelophysis y Monoclonius, entre otros más, así como grandes descubrimientos no dinosáuricos, como Elasmosaurus, Ictiornis, Hesperornis y Dimetrodon. Más de 130 especies fósiles, con lo cual ambos contribuyeron de manera relevante al desarrollo de la paleontología.
 
Harry Goovier Seeley fue el paleontólogo británico responsable de la división de los dinosaurios en saurisquios y ornistisquios con base en la estructura de los huesos de la pelvis y la forma de las articulaciones: los primeros tienen la estructura ósea de la cadera común a los reptiles, en la que cada uno de los tres huesos apunta en una dirección diferente, mientras los segundos tienen una cadera tetrarradiada semejante a la de las aves. Sus observaciones fueron plasmadas en un documento científico en 1887, que fue publicado un año después, de suma importancia en un panorama dominado por múltiples y bizarras clasificaciones propuestas por diversos paleontólogos (ver cuadro 2).
 
 
Cuadro 2. Saurisquios y ornistisquios
Los dinosaurios saurisquios son divididos en dos grupos: los terópodos y los sauropodomorfos. Los primeros son básicamente carnívoros, salvo los therizinosaurios, orden que incluye géneros como Dilophosaurus, Labocania, Allosaurus y Tirannosaurus. Los sauropodomorfos incluyen algunas de las formas terrestres más grandes que poblaron tierra firme, como Diplodocus carnegii, Argentinosaurus y Huencolensis.
 
Los Ornitischia presentan una autopomorfia: el hueso delantero se modificó de tal manera que apunta hacia atrás y adelante; otra característica importante es la presencia del predentario. Los ornistisquios forman cinco grandes grupos: ornitópodos, anquilosaurios, este gosaurios, ceratópsidos y paquicephalosaurios. Los más antiguos correspondena los ornitópodos bípedos de los géneros Pisanosaurus, Heterodonthosaurus y Lesothosaurus.
 
 
A principios del siglo XX, Henry Farfield Osborn, director del American Museum of Natural History, describió los fósiles hallados por Barnum Brom en 1904 en los yacimientos del Cretácico superior de Hell Creek, Montana, los cuales eran extraordinarios y de tamaño colosal; se trataba de Tyrannosaurus rex, dinosaurio carnívoro que se pensaba en ese momento era el mayor depredador del mundo —tiempo después aparecerían carnívoros más grandes.
 
En esta época el magnate Andrew Carnegie impulsó el desarrollo de excavaciones en Estados Unidos, de las que resultaron diversos esqueletos de una nueva especie de diplodocus, Diplodocus carnegii, de la cual mandó fabricar réplicas a fin de aumentar su ego y preservar su nombre en la historia, regaladas a importantes reyes y jefes de estado, y que se encuentran en París, Viena, Madrid, San Petersburgo, Frankfurt, Bolonia, La Plata y México —expuesta en el Museo de Historia Natural de la Ciudad de México. Cabe mencionar que es uno de los esqueletos de dinosaurio más largos encontrados hasta ahora, con una longitud de 26.70 metros y un peso aproximado de 10 toneladas —en la actualidad se ha estimado el tamaño de dinosaurios más grandes y pesados, pero con base en unos pocos fragmentos del esqueleto. Los duplicados de diplodocus causaron debate entre los paleontólogos de la época, pues mientras norteamericanos como William Jacob Holland y John Bell Hatcher montaron el esqueleto en forma de paquidermo, con las patas directamente colocadas bajo el cuerpo como lo había hecho Marsh influido por las reconstrucciones de otros dinosaurios realizadas por Richard Owen años atrás, los europeos, como el alemán Gustav Tornier, argumentaban una posición tendida como en los lagartos modernos, interpretación apoyada en Estados Unidos por Hay, quien argumentaba que los dinosaurios eran reptiles y no mamíferos, por lo que la posición de la reconstrucción era infundada. En Viena, el investigador Othenio Abel se inclinaba a favor de la posición mamiferoide, confirmada en 1938, cuando se describieron icnitas fósiles atribuibles a saurópodos, descubiertas por Roland T. Bird en el Rio Paluxy, Texas, en las que se confirmó la postura vertical de los saurópodos, echando por tierra las observaciones de los alemanes.

En África, en localidades de Tendaguru, hoy Tanzania, entre 1907 y 1912 el paleontólogo y geólogo alemán Werner Ernst M. Janensch descubre uno de los más grandes dinosaurios hasta ese momento, Brachiosaurus branchai, además de un esqueleto del estegosaurio Kentrosaurus y, posteriormente, en 1914, Dicraeosaurus, y en 1929 Elaprhosaurus. En las década de los veintes, Roy Chapman Andrews visitó los yacimientos de Mongolia, adonde regresa en varias ocasiones y descubre dinosaurios como Psittacosaurus, Velociraptor, Protoceratops y Oviraptor.
 
El primer informe de dinosaurios en México fue realizado por el paleontólogo alemán Werner Janensch en 1926, y trataba de los restos óseos del yacimiento La Soledad, en el municipio de Ramos Arizpe, ubicado al oeste de Coahuila, atribuidos a un ornistisquio de la familia Ceratopsidae, un dinosaurio cornudo del género Monoclonius, propio del Cretácico superior de Norteamérica. Posteriormente, Richard Swan Lull y Nelda. E. Wright describieron en su monografía sobre los hadrosaurios de Norteamérica restos hallados en Sonora en 1942 en una localidad denominada N. 49, atribuibles a la familia Hadrosauridae, los pico de pato, material que fue enviado al paleontólogo Barnum Brown, quien determinó que los restos eran los más australes para dicha familia. En Baja California Norte, en 1954, W. Lanston Jr. y M. H. Oakes, de la Universidad de California, encontraron más restos de Hadrosauridae.
 
En Argentina, a finales de esa década, Oswaldo A. Reig descubrió los primeros restos del dinosaurio basal Herrerasaurus en yacimientos del Triásico superior de Ischigualasto, cuyo descubrimiento fue hecho por Victorino Herrera, miembro de la expedición realizado por la Escuela Nacional de Tucumán, a quien fue dedicada la especie.
 
El renacimiento
 
A pesar de los muchos descubrimientos, las reconstrucciones de los paleoartistas como Charles Night, Zdenek Burian y Rudollph Zallinger mostraban a los dinosaurios como organismos gigantes, lentos y estúpidos. Era común observarlos como enormes masas de carne incapaces de sostener su peso sobre la tierra. Fue hasta 1964, cuando el profesor John Harold Ostrom de la Universidad de Yale descubrió el dinosaurio terópodo dromeosaurido Deinonychus antirrhopus en los depósitos de Montana, y basándose en el esqueleto bien conservado formuló la teoría de que los dinosaurios eran organismos ágiles, rápidos e inteligentes y, por si fuera poco, hizo notar su posible endotermia, es decir, la capacidad de regular la temperatura corporal como sucede en aves y mamíferos. Esto tuvo un fuerte impacto en los círculos académicos y, posteriormente, en la imagen que popularmente se tenía de ellos, y llevó a lo que se ha denominado como “renacimiento de los dinosaurios”, cuando el abandono de los prejuicios gracias a este descubrimiento y a la avalancha de descubrimientos posteriores hicieron cambiar el método de estudio de los dinosaurios para siempre.
 
Así, en 1966, paleontólogos del Museo de Historia Natural de Los Ángeles lograron recuperar en la Formación1972 a Lambeosaurus laticaudus por Morris, un organismo propio del Cretácico superior que alcanzaba 14 metros de longitud. Es el hadrosaurio más grande del mundo después de Zhuchengosaurus, propio de China. En 1970, este grupo de investigación localizó en el Rosario, Baja California, en la formación de la Bocana Roja, los restos de un terópodo grande, descrito por Ralph Molnar en 1974, quien lo bautizo como Labocania anomala, una especie que ha sido tema de discusión, ya que ha sido ubicada en grupos de terópodos como los alosauridos y en los tiranosaurios. del Gallo, en Baja California Norte, restos de un gran hadrosaurido, identificado como Hypacrosaurus altispinus y reasignado en 1972 a Lambeosaurus laticaudus por Morris, un organismo propio del Cretácico superior que alcanzaba 14 metros de longitud. Es el hadrosaurio más grande del mundo después de Zhuchengosaurus, propio de China. En 1970, este grupo de investigación localizó en el Rosario, Baja California, en la formación de la Bocana Roja, los restos de un terópodo grande, descrito por Ralph Molnar en 1974, quien lo bautizo como Labocania anomala, una especie que ha sido tema de discusión, ya que ha sido ubicada en grupos de terópodos como los alosauridos y en los tiranosaurios.
 
En el mismo año, Robert Bakker y Peter Galton publicaron en la revista Nature el artículo “Monofilia de los dinosaurios y una nueva clase de vertebrados”, en el cual proponen la creación de la clase Dinosauria, que tendría las subclases Saurisquios, Aves y Ornistisquios, clasificación que reflejaría mejor la filogenia de los grupos, ya que a los reptiles se les considera ectotérmicos, y estarían separados de los grupos endotérmicos como mamíferos, dinosaurios, y aves. En 1979, Jack Horner y Robert Makela encontraron evidencias en Montana de que los dinosaurios tenían cuidados parentales, se trataba del género Maiasaura, un dinosaurio de aproximadamente 8 metros de longitud que anidaba en grupos y al parecer construía nidos en los cuales ponían hasta 25 huevos, y los jóvenes, de 50 centímetros, alcanzaban su tamaño adulto en tan sólo 6 años —el área de estudio es conocida como egg mountain por la gran cantidad de nidos recobrados. En 1985, se descubrieron algunos de los dinosaurios más grandes, pertenecientes a los géneros Supersaurus y Ultrasaurus, sauropódos de más de 30 metros de longitud.
 
En el año de 1987 fue realizado el primer montaje de un dinosaurio colectado y preparado en México por tres paleontólogos del Instituto de Geología de la UNAM, René Hernández Rivera, Luis Espinosa-Arrubarrena y Shelton P. Applegate, al cual llamaron Isauria, un hadrosáurido del género Kritosaurus de 7 metros de longitud, que presenta una patología en la pata anterior izquierda, en donde los metatarsos están fusionados. Actualmente una réplica de este esqueleto se encuentra en exhibición en el Museo de Geología de la UNAM ubicado en Santa María la Rivera, en la ciudad de México.
A principios de la década de los noventas se encontraron dos terópodos de tamaño considerable, que sobrepasan al famoso Tyrannosaurus: Giganotosaurus caroliini y Carcharodontosaurus sahariscus, ambos de poco mas de 14 metros de longitud. El primero fue localizado en depósitos del Cretácico de Argentina, el segundo en el norte del continente africano, en Niger y Marruecos. Argentina acaparó nuevamente la atención de los paleontólogos en el año de 1993, cuando Ricardo Martínez localizó el cráneo de Eoraptor lunensis, el dinosaurio más antiguo conocido hasta el momento, descubrimiento que fue dado a conocer por los paleontólogos Paul Sereno y Fernando Novas.
 
Otro descubrimiento que asombró al mundo, ya que sustentaba la hipótesis de que los dinosaurios eran organismos endotérmicos, fue el descubrimiento de restos de estos animales en la Antártida. El primer dinosaurio localizado en 1986 por los científicos del Instituto Antártico Argentino fue descrito como perteneciente a un anquilosaurio del Cretácico superior en la formación Santa María. Poco después, paleontólogos británicos informaron de la presencia de un dinosaurio bípedo herbívoro de mediano tamaño, y en 1994, en el mismo continente, William Hammer y Hickerson dieron a conocer en la revista Science los restos de un terópodo crestado de aproximadamente 6 metros de longitud —denominado Cryolophosaurus ellioti— encontrado en el Monte Kirkpatrick, en la cordillera transantártica, propia del Jurasico inferior, y allí también Smith y Pol encontraron en 2007 un prosaurópodo denominado Glacialisaurus hammeri.
 
En 1996, en yacimientos del Cretácico inferior de la provincia de Liaoning, en China, se descubrió el primer dinosaurio emplumado del mundo, nombrado Sinosauropteryx prima, el cual refuerza la estrecha relación de los dinosaurios y las aves, y además de la información ósea y tegumentaria, mostró que las plumas surgieron como un medio para conservar el calor y no para el vuelo como comúnmente se pensaba.
 
En estos inicios del siglo XXI se siguen haciendo descubrimiento que asombran a propios y extraños. Dale Rusell dio a conocer en la revista Science la presencia de un corazón tetracavitario (dos aurículas y dos ventrículos) en un fósil de ornitópodo denominado Thescelosaurus neglectus, lo cual aporta pruebas de la compleja fisiología y endotermia de los dinosaurios. Otros descubrimientos apoyan el argumento de que los dinosaurios presentaban plumas: Caudipteryx dongi y Microraptor zhaoianus en 2000; Epidendrosaurus ningchengensis, Cryptovolans, Scansoripteryx y Sinovenator changüí en 2002; Microraptor gui en 2003, Dilong en 2004, y Jinfengopteryx en 2005; pero a pesar de la presencia de plumas, estos dinosaurios, no eran capaces de volar, ya que sus extremidades anteriores eran cortas y por lo tanto no podían sostener su cuerpo en el aire.
 
En 2003, la paleontóloga Marisol Montellano del Instituto de Geología de la unam escribió el primer informe de un saurópodo titanosáurido en México del Cretácico superior de Chihuahua; y en 2006, cuando se describió el terópodo crestado Guanlong wucaii, un dinosaurio del Jurá­sico superior de China, emparentado con los tiranosaurios, que mide aproximadamente 3 metros y posiblemente estaba emplumado, en el equipo de trabajo de campo se encontraba el paleontólogo mexicano René Hernández R.
 
Si bien el estudio de los dinosaurios en México es reciente, no deja de ser prometedor, pues el número de localidades donde se reporta la presencia de estos organismos es cuantioso y seguramente ofrece una gama de nuevos hallazgos. El registro osteológico de los dinosaurios en México incluye diversas familias como Coelusauridae, Tyrannosauridae, Ornitomimidae, Troodontidae, Dromaeosauridae, Hadrosauridae, Ankylosauridae, Ceratopsidae y Titanosauridae. Estos registros se complementan con paleoicnitas fósiles, reportadas principalmente en las localidades fosilí­feras del sur del país, encontradas en los estados de Oaxaca y Puebla, así como en Michoacán y Coahuila. En el futuro, nuevos descubrimientos seguramente nos sorprenderán y asombrarán; por ahora sabemos que los dinosaurios no se extinguieron, que nos acompañan en la actualidad y les llamamos aves.chivichago
 
 
Dos siglos de hallazgos paleontológicos
 
Tomado de Historical Atlas of the Dinosaurs, M. J. Benton, 1996, Swanston Publishing, UK;
complementado para méxico con datos de los autores y de Héctor Rivera Sylva.
De 1824 a 1850
cuadro31
De 1850 a 1900cuadro32
De 1900 a 1950cuadro33
De 1950 a 2000cuadro34
 
  articulos  
Referencias bibliográficas
 
Hernández Rivera, René. 2000. Los dinosaurios de México. Revista digital Universitaria. DGSCA, UNAM, México.
Montellano Ballesteros, Marisol. 2005. “Dinosaurios con plumas” en ¿Cómo ves?, pp. 10-15.David Norman. 1983. Enciclopedia ilustrada de los dinosaurios, Editorial Susaeta, España.
Sanz José Luis. 2007. Cazadores de dragones. Editorial Ariel. Barcelona.
Serrano Brañas Claudia, Hernández Rivera René. 2007. “México: tierra de dinosaurios”, en Nuestra tierra, pp. 3-7.
     
____________________________________________________________
     
Francisco Javier Jiménez Moreno
Benemerita Universidad Autónoma de Puebla
 
Estudiante de la Escuela de Biología de la buap, ha colaborado con artículos de divulgación científica en diferentes medios.
 
Marco Antonio Pineda Maldonado
Benemerita Universidad Autónoma de Puebla
 
Biólogo, egresado de la Escuela de Biología de la buap. Desde 1992 se ha desempeñado principalmente en el área de la ilustración biológica como profesional.
 
como citar este artículo
Jiménez Moreno, Francisco Javier, Pineda Maldonado y Marco Antonio. 2010. Los dinosaurios: terribles lagartos. Ciencias 98, abril-junio, 26-37. [En línea]
     




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La dinosaurología es una de las disciplinas de la paleontología con mayor desarrollo en los últimos años. Desde 1970 se ha encontrado un promedio de 6.1 géneros por año, y entre 1989 y 1995 se describieron 51 nuevos géneros. A la fecha hay aproximadamente 336 géneros de dinosaurios, sin embargo se estima que la diversidad de dinosaurios es cercana a 3 400 géneros, por tanto sólo conocemos cerca de diez por ciento. Estas criaturas siempre han cautivado la atención del público en general debido a sus peculiares estructuras y tamaño. El término dinosaurio parece tan familiar que todos parecemos entender con lujo de detalle a estas criaturas, sin embargo como bien lo explicó el paleontólogo británico Alan Charig, “es común pensar que el término dinosaurio se refiere a toda criatura que vivió hace millones de años, y que actualmente se encuentra extinta”, pero también es recurrente pensar que cualquier organismo prehistórico es un “dinosaurio”, como ocurre con los dimetrodontes, plesiosaurios, ictiosaurios, pterosaurios, dientes de sables e incluso los poderosos mamuts. Para evitar estas confusiones, los paleontólogos, que estudian los restos fósiles, han enumerado una serie de características únicas de este grupo, caracteres compartidos derivados o sinapomorfias (cuadro en esta página).

Los dinosaurios son un clado monofilético de organismos diápsidos archosaurios, cuyos restos fósiles se hallan en estratos mezosoicos, de una edad entre 225 y 64 millones de años, abarcando los periodos Triásico, Jurásico y Cretácico, por lo que dominaron el planeta cerca de 160 millones de años. El registro más antiguo data del Carniano tardío (Triá­sico) de las formaciones Santa María e Ischigualasto, en Brasil y Argentina respectivamente, y la última aparición está en el límite del Cretácico y el Terciario, hace 64 millones de años, cuando se dice que la mayoría de ellos se extinguió, con excepción de las aves. Sin embargo, nuevos hallazgos pueden ampliar la permanencia geológica de los dinosaurios no avianos, ya que registros obtenidos por James E. Fassett y Robert A. Zielinski en 2002 incluyen huesos de la pata de un hadrosaurio en la formación El Ojo, Nuevo México, Estados Unidos, los cuales fueron datados en aproximadamente 64.5 millones de años, en el Paleoceno. De confirmarse lo anterior implicaría que algunos dinosaurios sobrevivieron a la gran extinción y desaparecieron en el piso daniense del Paleoceno, en el Cenozoico inferior.

Los huesos de dinosaurios han sido documentados desde la Antigüedad, cuando se decía que eran la prueba de la existencia de antiguas criaturas mitológicas de formas reptiloides, conocidos en el folclor como dragones. Posteriormente, durante la Edad Media, los hidalgos y caballeros buscaban a estas enormes criaturas para darles muerte, por tal motivo se creía que se encontraban restos de ellos enterrados en varias ciudades de Europa y Asia. Se sabe que en el año 600 a.C. los comerciantes asiáticos cuentan a los griegos historias de grifones, probablemente basados en esqueletos y cráneos de Protoceratops, mientras en el año 300 d.C, durante la Dinastía Jin occidental, los chinos hablan de “huesos de dragón”, al referirse a restos de dinosaurios.

La primera referencia formal apareció en el año de 1676 en una publicación titulada Historia natural de Oxfordshire, escrita por el reverendo Robert Plot, en donde se hace referencia al fragmento distal de un fémur que fue comparado con diversos animales y, al no poder identificarlo, se asignó por su forma a un hombre de proporciones descomunales, uno de los denominados Antediluvian Patriarchs (patriarcas antediluvianos). Un siglo después, el filósofo francés Jean-Baptiste Robinet observó que el fósil era extremadamente semejante a un escroto humano gigante, idea que fue apoyada en 1763 por el naturalista inglés Richards Brookes, quien le llamó Scrotum Humanum —siglos después se asignó este fragmento de hueso como perteneciente al gé­nero Megalosaurus. Años después, en 1787, el hallazgo en Nueva Jersey, Estados Unidos, de una posible pierna de hadrosaurio —hoy extraviada— fue catalogado simplemente como Thihbone (hueso del muslo), y posteriormente más restos fueron encontrados en Montana, Connecticut, y en otras localidades. En 1802, el granjero norteamericano Pliny Moody de Massachusetts, extrajo de sus terrenos una laja con impresiones de patas posiblemente hechas por aves, que el médico local, el Dr. Elihu Dwight, interpretó como las huellas dejadas por el cuervo del Arca de Noé. En 1835, el doctor James Deane escribió al clerigo y naturalista Edward Hitchcok, y en 1839 esta loza fue adquirida por Hitchcok y Benjamin Silliman, de la Universidad de Yale, quienes se encargaron del estudio de las mismas. Hitchcok recogió más de 20 000 huellas fósiles, pero les atribuye un origen aviano, reptilesco y mamiferoide, nunca acepta a los dinosaurios como organismos responsables de las mismas. Quizá el mundo aún no estaba listo para los dinosaurios. Años después, a pesar de la aparición de la paleontología y la aceptación de la teoría de la evolución, se seguían contando extrañas historias en el folclor del mundo. En 1871, el explorador franco-canadiense Jean-Baptiste L´Heureux menciona un lugar santo en Alberta, Canadá, adorado por las tribus indias, las cuales consideraban los fósiles de los dinosaurios como pertenecientes a los abuelos de los bisontes americanos.

Los inicios de su estudio

Se puede decir que fue el polifacético médico, naturalista y geólogo inglés Gideon Algernon Mantell, quien inicio en 1822 el estudio de los dinosaurios. Este médico victoriano era aficionado a coleccionar fósiles y, un buen día, durante una visita que realizó a un paciente, su esposa Mary Ann encontró un diente incrustado en una roca; el médico se dio a la tarea de estudiarlo, y notó que era de un herbívoro, pero para tener una mejor apreciación lo envió a Francia para que lo estudiara el eminente naturalista, promotor de la anatomía comparada e impulsor de la paleontología, el barón Georges Léopold Chrétien Frédéric Dagobert Cuvier, quien le indicó que era de un rinoceronte extinto. Sin embargo, esta explicación no complació a Mantell, quien continuó estudiando y, al comparar aquellos dientes fósiles con algunos ejemplares de iguanas americanas, se dio cuenta del parecido, por lo que llamó al fósil Iguanodon (diente de iguana). A pesar del interés de Mantell, la primera descripción formal data de 1824, elaborada por el doctor William Buckland, quien al estudiar otros restos aislados —entre ellos una mandíbula que estaba depositada desde 1818 en un museo de Oxford Inglaterra— denominó al organismo Megalosaurus (reptil gigante). En 1831, Mantell describió a Hylaeosaurus, su segundo “reptil” gigante.

El término dinosaurio fue acuñado en 1842 por el eminente especialista británico en anatomía comparada Sir Richard Owen, derivado del griego deinos, terrible o gigante, y sauria, lagarto o reptil, por el enorme tamaño de los primeros gé­neros de dinosaurios descubiertos —Megalosaurus, Iguanodon e Hylaeosaurus—, y fue dado a conocer durante la reunión anual de la asociación británica para el progreso de la ciencia celebrada en Plymouth. Debido al interés por los dinosaurios, a mediados del siglo xix, Benjamín Waterhouse Hawkins realizó la primera exposición de dinosaurios en el antiguo Sydenham Park de Londres. A pesar de los estudios realizados, los dinosaurios eran vistos como enormes “reptiles cuadrúpedos de sangre fría”. Hawkins también fabricó modelos de dinosaurios para el Central Park de Nueva York, pero nunca llegaron a exhibirse pues fueron destruidos por una banda de maleantes en 1871.

Poco después, en 1856, en Estados Unidos Joseph Leidy, de la Universidad de Pensilvania, contribuyó a la historia con los primeros fósiles estudiados y plenamente identificados como pertenecientes a dinosaurios de Norteamérica, que fueron asignado a Hadrosaurus foulki, un dinosaurio comúnmente llamado pico de pato, cuya reconstrucción —realizada en el año de 1868 por Hawkins— mostró que los dinosaurios eran bípedos y no totalmente cuadrúpedos como hasta entonces se pensaba —es considerado el primer esqueleto montado de un dinosaurio en el mundo.

En la segunda mitad del siglo xix, en los depósitos de Solhofen, Alemania, aparece la primera evidencia fósil de un ave, que Richard Owen describe como Archaeopteryx litographica; y desde entonces, hasta hoy, han sido encontrados diez esqueletos conocidos coloquialmente como los Archaeopteryx de Londres, Berlín, Eichtatt, Maxberg y Termópolis. En 1878, El paleontólogo belga Louis Dollo describió los fósiles de 31 esqueletos fósiles hallados a 321 metros de profundidad en una mina de carbón en Bernissart, Bélgica, pertenecientes a la especie Iguanodon bernissartiensis, los cuales confirmaron el bipedalismo de los dinosaurios, aunque su reconstrucción presentaba problemas, ya que, basándose en un esqueleto de canguro, la cola queda posada en el suelo y se fractura a la mitad.

En Estados Unidos, Othiniel Charles Marsh y Edward Drinker Cope protagonizaron uno de los episodios más intensos en la historia de la paleontología, la denominada “guerra de los huesos”, una competencia entre ambos científicos que dio como resultado la descripción, por parte de Marsh, de Brontosaurus (Apatosaurus), Diplodocus, Stegosaurus y Triceratops, y por parte del segundo, de Camarasaurus, Coelophysis y Monoclonius, entre otros más, así como grandes descubrimientos no dinosáuricos, como Elasmosaurus, Ictiornis, Hesperornis y Dimetrodon. Más de 130 especies fósiles, con lo cual ambos contribuyeron de manera relevante al desarrollo de la paleontología.

Harry Goovier Seeley fue el paleontólogo británico responsable de la división de los dinosaurios en saurisquios y ornistisquios con base en la estructura de los huesos de la pelvis y la forma de las articulaciones: los primeros tienen la estructura ósea de la cadera común a los reptiles, en la que cada uno de los tres huesos apunta en una dirección diferente, mientras los segundos tienen una cadera tetrarradiada semejante a la de las aves. Sus observaciones fueron plasmadas en un documento científico en 1887, que fue publicado un año después, de suma importancia en un panorama dominado por múltiples y bizarras clasificaciones propuestas por diversos paleontólogos (ver cuadro).

A principios del siglo xx, Henry Farfield Osborn, director del American Museum of Natural History, describió los fósiles hallados por Barnum Brom en 1904 en los yacimientos del Cretácico superior de Hell Creek, Montana, los cuales eran extraordinarios y de tamaño colosal; se trataba de Tyrannosaurus rex, dinosaurio carnívoro que se pensaba en ese momento era el mayor depredador del mundo —tiempo después aparecerían carnívoros más grandes.

En esta época el magnate Andrew Carnegie impulsó el desarrollo de excavaciones en Estados Unidos, de las que resultaron diversos esqueletos de una nueva especie de diplodocus, Diplodocus carnegii, de la cual mandó fabricar réplicas a fin de aumentar su ego y preservar su nombre en la historia, regaladas a importantes reyes y jefes de estado, y que se encuentran en París, Viena, Madrid, San Petersburgo, Frankfurt, Bolonia, La Plata y México —expuesta en el Museo de Historia Natural de la Ciudad de México. Cabe mencionar que es uno de los esqueletos de dinosaurio más largos encontrados hasta ahora, con una longitud de 26.70 metros y un peso aproximado de 10 toneladas —en la actualidad se ha estimado el tamaño de dinosaurios más grandes y pesados, pero con base en unos pocos fragmentos del esqueleto. Los duplicados de diplodocus causaron debate entre los paleontólogos de la época, pues mientras norteamericanos como William Jacob Holland y John Bell Hatcher montaron el esqueleto en forma de paquidermo, con las patas directamente colocadas bajo el cuerpo como lo había hecho Marsh influido por las reconstrucciones de otros dinosaurios realizadas por Richard Owen años atrás, los europeos, como el alemán Gustav Tornier, argumentaban una posición tendida como en los lagartos modernos, interpretación apoyada en Estados Unidos por Hay, quien argumentaba que los dinosaurios eran reptiles y no mamíferos, por lo que la posición de la reconstrucción era infundada. En Viena, el investigador Othenio Abel se inclinaba a favor de la posición mamiferoide, confirmada en 1938, cuando se describieron icnitas fósiles atribuibles a saurópodos, descubiertas por Roland T. Bird en el Rio Paluxy, Texas, en las que se confirmó la postura vertical de los saurópodos, echando por tierra las observaciones de los alemanes.

En África, en localidades de Tendaguru, hoy Tanzania, entre 1907 y 1912 el paleontólogo y geólogo alemán Werner Ernst M. Janensch descubre uno de los más grandes dinosaurios hasta ese momento, Brachiosaurus branchai, además de un esqueleto del estegosaurio Kentrosaurus y, posteriormente, en 1914, Dicraeosaurus, y en 1929 Elaprhosaurus. En las década de los veintes, Roy Chapman Andrews visitó los yacimientos de Mongolia, adonde regresa en varias ocasiones y descubre dinosaurios como Psittacosaurus, Velociraptor, Protoceratops y Oviraptor.

El primer informe de dinosaurios en México fue realizado por el paleontólogo alemán Werner Janensch en 1926, y trataba de los restos óseos del yacimiento La Soledad, en el municipio de Ramos Arizpe, ubicado al oeste de Coahuila, atribuidos a un ornistisquio de la familia Ceratopsidae, un dinosaurio cornudo del genero Monoclonius, propio del Cretácico superior de Norteamérica. Posteriormente, Richard Swan Lull y Nelda. E. Wright describieron en su monografía sobre los hadrosaurios de Norteamérica restos hallados en Sonora en 1942 en una localidad denominada N. 49, atribuibles a la familia Hadrosauridae, los pico de pato, material que fue enviado al paleontólogo Barnum Brown, quien determinó que los restos eran los más australes para dicha familia. En Baja California Norte, en 1954, W. Lanston Jr. y M. H. Oakes, de la Universidad de California, encontraron más restos de Hadrosauridae.

En Argentina, a finales de esa década, Oswaldo A. Reig descubrió los primeros restos del dinosaurio basal Herrerasaurus en yacimientos del Triásico superior de Ischigualasto, cuyo descubrimiento fue hecho por Victorino Herrera, miembro de la expedición realizado por la Escuela Nacional de Tucumán, a quien fue dedicada la especie.

El renacimiento

A pesar de los muchos descubrimientos, las reconstrucciones de los paleoartistas como Charles Night, Zdenek Burian y Rudollph Zallinger mostraban a los dinosaurios como organismos gigantes, lentos y estúpidos. Era común observarlos como enormes masas de carne incapaces de sostener su peso sobre la tierra. Fue hasta 1964, cuando el profesor John Harold Ostrom de la Universidad de Yale descubrió el dinosaurio terópodo dromeosaurido Deinonychus antirrhopus en los depósitos de Montana, y basándose en el esqueleto bien conservado formuló la teoría de que los dinosaurios eran organismos ágiles, rápidos e inteligentes y, por si fuera poco, hizo notar su posible endotermia, es decir, la capacidad de regular la temperatura corporal como sucede en aves y mamíferos. Esto tuvo un fuerte impacto en los círculos académicos y, posteriormente, en la imagen que popularmente se tenía de ellos, y llevó a lo que se ha denominado como “renacimiento de los dinosaurios”, cuando el abandono de los prejuicios gracias a este descubrimiento y a la avalancha de descubrimientos posteriores hicieron cambiar el método de estudio de los dinosaurios para siempre.

Así, en 1966, paleontólogos del Museo de Historia Natural de Los Ángeles lograron recuperar en la Formación del Gallo, en Baja California Norte, restos de un gran hadrosaurido, identificado como Hypacrosaurus altispinus y reasignado en 1972 a Lambeosaurus laticaudus por Morris, un organismo propio del Cretácico superior que alcanzaba 14 metros de longitud. Es el hadrosaurio más grande del mundo después de Zhuchengosaurus, propio de China. En 1970, este grupo de investigación localizó en el Rosario, Baja California, en la formación de la Bocana Roja, los restos de un terópodo grande, descrito por Ralph Molnar en 1974, quien lo bautizo como Labocania anomala, una especie que ha sido tema de discusión, ya que ha sido ubicada en grupos de terópodos como los alosauridos y en los tiranosaurios.

En el mismo año, Robert Bakker y Peter Galton publicaron en la revista Nature el artículo “Monofilia de los dinosaurios y una nueva clase de vertebrados”, en el cual proponen la creación de la clase Dinosauria, que tendría las subclases Saurisquios, Aves y Ornistisquios, clasificación que reflejaría mejor la filogenia de los grupos, ya que a los reptiles se les considera ectotérmicos, y estarían separados de los grupos endotérmicos como mamíferos, dinosaurios, y aves. En 1979, Jack Horner y Robert Makela encontraron evidencias en Montana de que los dinosaurios tenían cuidados parentales, se trataba del género Maiasaura, un dinosaurio de aproximadamente 8 metros de longitud que anidaba en grupos y al parecer construía nidos en los cuales ponían hasta 25 huevos, y los jóvenes, de 50 centímetros, alcanzaban su tamaño adulto en tan sólo 6 años —el área de estudio es conocida como egg mountain por la gran cantidad de nidos recobrados. En 1985, se descubrieron algunos de los dinosaurios más grandes, pertenecientes a los géneros Supersaurus y Ultrasaurus, sauropódos de más de 30 metros de longitud.

En el año de 1987 fue realizado el primer montaje de un dinosaurio colectado y preparado en México por tres paleontólogos del Instituto de Geología de la unam, René Hernández Rivera, Luis Espinosa-Arrubarrena y Shelton P. Applegate, al cual llamaron Isauria, un hadrosáurido del género Kritosaurus de 7 metros de longitud, que presenta una patología en la pata anterior izquierda, en donde los metatarsos están fusionados. Actualmente una réplica de este esqueleto se encuentra en exhibición en el Museo de Geología de la unam ubicado en Santa María la Rivera, en la ciudad de México.

A principios de la década de los noventas se encontraron dos terópodos de tamaño considerable, que sobrepasan al famoso Tyrannosaurus: Giganotosaurus caroliini y Carcharodontosaurus sahariscus, ambos de poco mas de 14 metros de longitud. El primero fue localizado en depósitos del Cretácico de Argentina, el segundo en el norte del continente africano, en Niger y Marruecos. Argentina acaparó nuevamente la atención de los paleontólogos en el año de 1993, cuando Ricardo Martínez localizó el cráneo de Eoraptor lunensis, el dinosaurio más antiguo conocido hasta el momento, descubrimiento que fue dado a conocer por los paleontólogos Paul Sereno y Fernando Novas.

Otro descubrimiento que asombró al mundo, ya que sustentaba la hipótesis de que los dinosaurios eran organismos endotérmicos, fue el descubrimiento de restos de estos animales en la Antártida. El primer dinosaurio localizado en 1986 por los científicos del Instituto Antártico Argentino fue descrito como perteneciente a un anquilosaurio del Cretácico superior en la formación Santa María. Poco después, paleontólogos británicos informaron de la presencia de un dinosaurio bípedo herbívoro de mediano tamaño, y en 1994, en el mismo continente, William Hammer y Hickerson dieron a conocer en la revista Science los restos de un terópodo crestado de aproximadamente 6 metros de longitud —denominado Cryolophosaurus ellioti— encontrado en el Monte Kirkpatrick, en la cordillera transantártica, propia del Jurasico inferior, y allí también Smith y Pol encontraron en 2007 un prosaurópodo denominado Glacialisaurus hammeri.

En 1996, en yacimientos del Cretácico inferior de la provincia de Liaoning, en China, se descubrió el primer dinosaurio emplumado del mundo, nombrado Sinosauropteryx prima, el cual refuerza la estrecha relación de los dinosaurios y las aves, y además de la información ósea y tegumentaria, mostró que las plumas surgieron como un medio para conservar el calor y no para el vuelo como comúnmente se pensaba.

En estos inicios del siglo xxi se siguen haciendo descubrimiento que asombran a propios y extraños. Dale Rusell dio a conocer en la revista Science la presencia de un corazón tetracavitario (dos aurículas y dos ventrículos) en un fósil de ornitópodo denominado Thescelosaurus neglectus, lo cual aporta pruebas de la compleja fisiología y endotermia de los dinosaurios. Otros descubrimientos apoyan el argumento de que los dinosaurios presentaban plumas: Caudipteryx dongi y Microraptor zhaoianus en 2000; Epidendrosaurus ningchengensis, Cryptovolans, Scansoripteryx y Sinovenator changüí en 2002; Microraptor gui en 2003, Dilong en 2004, y Jinfengopteryx en 2005; pero a pesar de la presencia de plumas, estos dinosaurios, no eran capaces de volar, ya que sus extremidades anteriores eran cortas y por lo tanto no podían sostener su cuerpo en el aire.

En 2003, la paleontóloga Marisol Montellano del Instituto de Geología de la unam escribió el primer informe de un saurópodo titanosáurido en México del Cretácico superior de Chihuahua; y en 2006, cuando se describió el terópodo crestado Guanlong wucaii, un dinosaurio del Jurá­sico superior de China, emparentado con los tiranosaurios, que mide aproximadamente 3 metros y posiblemente estaba emplumado, en el equipo de trabajo de campo se encontraba el paleontólogo mexicano René Hernández R.

Si bien el estudio de los dinosaurios en México es reciente, no deja de ser prometedor, pues el número de localidades donde se reporta la presencia de estos organismos es cuantioso y seguramente ofrece una gama de nuevos hallazgos. El registro osteológico de los dinosaurios en México incluye diversas familias como Coelusauridae, Tyrannosauridae, Ornitomimidae, Troodontidae, Dromaeosauridae, Hadrosauridae, Ankylosauridae, Ceratopsidae y Titanosauridae. Estos registros se complementan con paleoicnitas fósiles, reportadas principalmente en las localidades fosilí­feras del sur del país, encontradas en los estados de Oaxaca y Puebla, así como en Michoacán y Coahuila. En el futuro, nuevos descubrimientos seguramente nos sorprenderán y asombrarán; por ahora sabemos que los dinosaurios no se extinguieron, que nos acompañan en la actualidad y les llamamos aves.

       
 
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Los leviatanes
del pasado


Héctor T. Arita

   
   
     
                     
                     
Este es el mar, grande, inmenso
allí reptiles sin número,
animales pequeños y grandes.
Allí las naves se pasean
y ese Leviathan que hiciste para ti.

Salmos 104:25-26
 
La identidad del leviatán bíblico ha sido siempre un tema muy controvertido. El Antiguo Testamento, en particular en el libro de Job, se refiere a una especie de monstruo marino, con escamas y poderosos dientes, además de órganos para escupir fuego. Por supuesto, los estudiosos de las letras antiguas otorgan al leviatán un carácter puramente simbólico, argumentando que tal vez representa una imagen del mal y de los enemigos del hombre y de dios. Por su parte, Herman Melville, en Moby Dick, identifica al leviatán simplemente como una gran ballena. En años recientes, gente mucho menos ilustrada y bastante más radical en su pensamiento religioso ha querido encontrar una interpretación literal de la descripción bíblica, proponiendo que el leviatán era en realidad un cocodrilo del Nilo e incluso alguna especie de lagarto extinto. Según las risibles páginas en internet de los grupos creacionistas, el leviatán pudo haber sido un plesiosaurio, ya que estas absurdas interpretaciones de los textos bíblicos incluyen la idea de que los grandes reptiles extintos deben haber coexistido con los seres humanos en tiempos recientes.
 
Un par de artículos publicados en la revista Science nos ilustra sobre la historia verdadera de los grandes vertebrados marinos, los auténticos leviatanes de la naturaleza. Los animales más grandes que existen o que han existido en la inmensidad de los mares son las ballenas, más específicamente los llamadas misticetos o cetáceos barbados. En particular, la ballena azul llega a medir más de treinta metros de largo y puede pesar hasta 180 toneladas. Como es bien sabido, estos leviatanes contemporá­neos se alimentan exclusivamente de crustáceos microscópicos, los cuales colectan filtrando enormes cantidades de agua a través de estructuras especializadas (las barbas o ballena) en sus gigantescos hocicos. Entre los peces, el campeón de tamaño es el tiburón ballena, del que se conocen individuos de hasta trece metros de largo y cerca de veinte toneladas de peso. Al igual que las ballenas barbadas, el tiburón ballena es un animal filtrador que se alimenta únicamente de plancton. Este tipo de forma de vida parecía no ser común en la historia geológica de la Tierra, pues aparentemente sólo existía un ejemplo de este tipo de alimentación en el registro fósil de los peces: los leviatanes parecían no haber sido muy diversos en el pasado. Los artículos en Science presentan un panorama completamente diferente sobre la diversidad y la evolución de los vertebrados marinos filtradores en los últimos 170 millones de años.
 
En el primero de los artículos, un grupo de investigación encabezado por Matt Friedman, de la Universidad de Oxford en la Gran Bretaña, presenta un análisis novedoso de material fósil correspondiente al periodo que va de la mitad del periodo Jurásico hasta el final del Cretácico (170 a 65 millones de años atrás). En particular, el equipo de Friedman examinó ejemplares de un grupo de peces poco conocidos llamados paquicorniformes. Antes de este estudio, el fósil Leedsichthys era la única especie más o menos bien descrita de este grupo, y se le había reconstruido como un gigantesco pez de unos nueve metros de largo y con una boca enorme. Se piensa que este animal puede haber utilizado estructuras especializadas en su hocico para filtrar grandes cantidades de plancton, de manera similar a como lo hacen las ballenas y los tiburones ballena actuales. Se pensaba que Leedsichtys era un ejemplo aislado de este tipo de forma de vida en los mares del Jurásico, hasta que el equipo de Friedman se dio a la tarea de reconstruir y describir una serie de ejemplares fósiles emparentados con él, encontrando una gran diversidad de especies de paquiconrniformes que habitaron los mares jurásicos y cretácicos, que desempeñaban el papel ecológico de las ballenas actuales.
 
Esta dinastía de filtradores gigantescos coexistió por casi cien millones de años con los grandes reptiles marinos extintos, como los plesiosaurios y los ictiosaurios, y fueron contemporáneos de los dinosaurios. De hecho, el final de la evolución de este grupo coincide con la extinción masiva de los dinosaurios hace 65 millones de años, un evento desencadenado por el choque de un asteroide con la Tierra. Uno de los efectos del impacto del cuerpo espacial fue la formación de una densa capa de sedimentos en la atmósfera que bloqueó casi totalmente la luz solar, provocando un drástico descenso en la tasa de fotosíntesis en la Tierra, lo que desató un efecto en cascada en las cadenas tróficas, que afectó radicalmente a las poblaciones de consumidores primarios y secundarios. En los océanos, los animales dependientes del plancton deben haber sufrido efectos inmediatos, lo que se refleja claramente en la extinción de los paquicorniformes, que coincide con el final del Cretácico y la desaparición de los dinosaurios en los continentes.

El segundo artículo en Science nos narra la historia de los herederos de la gloria de los leviatanes del Mesozoico. Felix Marx, de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda, y Mark Uhen, de la Universidad George Mason de los Estados Unidos, estudiaron la diversificación de las ballenas en los últimos treinta millones de años. Marx y Uhen examinaron los cambios en la diversidad de las diatomeas, que son organismos fotosintéticos microscópicos, y las fluctuaciones en el clima, las cuales fueron estimadas por medio del análisis de la proporción de isótopos de oxígeno. En las figuras del artículo se puede ver una relación entre las fluctuaciones climáticas, la dominancia de las diatomeas como principales organismos fotosintéticos en el mar, y el número de especies de cetáceos. Esta relación es aún más clara para los misticetos que para los odontocetos, el otro gran grupo de cetáceos actuales que incluye los delfines y las marsopas.
 
Se sabe por otros estudios paleontológicos que las primeras ballenas surgieron hace unos cuarenta milllones de años a partir de mamíferos terrestres también emparentados con los actuales hipopótamos. Desde la extinción de los paquicorniformes no había habido en los mares animales filtradores de gran talla, con la posible excepción de formas similares a los tiburones ballena. En otras palabras, durante más de veinticinco millones de años el océano no fue hogar de leviatán alguno, sino hasta el surgimiento y diversificación de las ballenas. En los últimos años se han descubierto fósiles espectaculares que representan prácticamente todos los estados intermedios entre los ancestros terrestres de las ballenas y las especies modernas. Según la evidencia presentada en el número de Science, la diversificación de las ballenas pudo producirse por la ausencia de competencia con otros megavertebrados filtradores y posiblemente también por la ausencia de depredadores gigantescos como los que habitaban también los mares jurásicos y cretácicos.
 
Hoy día las ballenas se cuentan entre los animales más carismáticos y queridos por los seres humanos. Los descubrimientos recientes sobre la evolución de este grupo y una mejor comprensión de su origen y diversificación contribuyen sin duda a esa relación de empatía con los gigantescos mamíferos marinos. Desafortunadamente, casi todas las especies de ballenas modernas se encuentran en menor o mayor grado en peligro de extinción. El artículo de Friedman y sus colaboradores nos muestra cómo una dinastía entera de enormes filtradores marinos desapareció por completo a finales del Cretácico. En el mundo actual podríamos estar enfrentando un proceso similar, esta vez causado no por un desastre de origen extraterrestre sino por una sola especie de mamí­fero particularmente agresiva. ¿Podemos imaginarnos un mundo sin ballenas? ¿Cómo sería un planeta en cuyos mares no pulularan los gigantes? ¿Qué sería de nosotros sin los leviatanes?chivichago
  articulos  
Referencias bibliográficas
 
Friedman, M. et al. 2010. “100-million year dynasty of giant planktivorous bony fishes in the Mesozoic seas”, en Science, vol. 327, pp. 990-993.
Marx, F. y M. D. Uhen. 2010. “Climate, critters, and cetaceans: Cenozoic drivers of the evolution of modern whales”, en Science, vol. 327, pp. 993-996.
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Héctor T. Arita
Centro de Investigaciones en Ecosistemas, Universidad Nacional Autónoma de México
 

como citar este artículo

Arita, Héctor T.  (2010). Los leviatanes del pasado. Ciencias 98, abril-junio, 22-24. [En línea]
     

 

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La identidad del leviatán bíblico ha sido siempre un tema muy controvertido. El Antiguo Testamento, en particular en el libro de Job, se refiere a una especie de monstruo marino, con escamas y poderosos dientes, además de órganos para escupir fuego. Por supuesto, los estudiosos de las letras antiguas otorgan al leviatán un carácter puramente simbólico, argumentando que tal vez representa una imagen del mal y de los enemigos del hombre y de dios. Por su parte, Herman Melville, en Moby Dick, identifica al leviatán simplemente como una gran ballena. En años recientes, gente mucho menos ilustrada y bastante más radical en su pensamiento religioso ha querido encontrar una interpretación literal de la descripción bíblica, proponiendo que el leviatán era en realidad un cocodrilo del Nilo e incluso alguna especie de lagarto extinto. Según las risibles páginas en internet de los grupos creacionistas, el leviatán pudo haber sido un plesiosaurio, ya que estas absurdas interpretaciones de los textos bíblicos incluyen la idea de que los grandes reptiles extintos deben haber coexistido con los seres humanos en tiempos recientes.

Un par de artículos publicados en la revista Science nos ilustra sobre la historia verdadera de los grandes vertebrados marinos, los auténticos leviatanes de la naturaleza. Los animales más grandes que existen o que han existido en la inmensidad de los mares son las ballenas, más específicamente los llamadas misticetos o cetáceos barbados. En particular, la ballena azul llega a medir más de treinta metros de largo y puede pesar hasta 180 toneladas. Como es bien sabido, estos leviatanes contemporá­neos se alimentan exclusivamente de crustáceos microscópicos, los cuales colectan filtrando enormes cantidades de agua a través de estructuras especializadas (las barbas o ballena) en sus gigantescos hocicos. Entre los peces, el campeón de tamaño es el tiburón ballena, del que se conocen individuos de hasta trece metros de largo y cerca de veinte toneladas de peso. Al igual que las ballenas barbadas, el tiburón ballena es un animal filtrador que se alimenta únicamente de plancton. Este tipo de forma de vida parecía no ser común en la historia geológica de la Tierra, pues aparentemente sólo existía un ejemplo de este tipo de alimentación en el registro fósil de los peces: los leviatanes parecían no haber sido muy diversos en el pasado. Los artículos en Science presentan un panorama completamente diferente sobre la diversidad y la evolución de los vertebrados marinos filtradores en los últimos 170 millones de años.

En el primero de los artículos, un grupo de investigación encabezado por Matt Friedman, de la Universidad de Oxford en la Gran Bretaña, presenta un análisis novedoso de material fósil correspondiente al periodo que va de la mitad del periodo Jurásico hasta el final del Cretácico (170 a 65 millones de años atrás). En particular, el equipo de Friedman examinó ejemplares de un grupo de peces poco conocidos llamados paquicorniformes. Antes de este estudio, el fósil Leedsichthys era la única especie más o menos bien descrita de este grupo, y se le había reconstruido como un gigantesco pez de unos nueve metros de largo y con una boca enorme. Se piensa que este animal puede haber utilizado estructuras especializadas en su hocico para filtrar grandes cantidades de plancton, de manera similar a como lo hacen las ballenas y los tiburones ballena actuales. Se pensaba que Leedsichtys era un ejemplo aislado de este tipo de forma de vida en los mares del Jurásico, hasta que el equipo de Friedman se dio a la tarea de reconstruir y describir una serie de ejemplares fósiles emparentados con él, encontrando una gran diversidad de especies de paquiconrniformes que habitaron los mares jurásicos y cretácicos, que desempeñaban el papel ecológico de las ballenas actuales.

Esta dinastía de filtradores gigantescos coexistió por casi cien millones de años con los grandes reptiles marinos extintos, como los plesiosaurios y los ictiosaurios, y fueron contemporáneos de los dinosaurios. De hecho, el final de la evolución de este grupo coincide con la extinción masiva de los dinosaurios hace 65 millones de años, un evento desencadenado por el choque de un asteroide con la Tierra. Uno de los efectos del impacto del cuerpo espacial fue la formación de una densa capa de sedimentos en la atmósfera que bloqueó casi totalmente la luz solar, provocando un drástico descenso en la tasa de fotosíntesis en la Tierra, lo que desató un efecto en cascada en las cadenas tróficas, que afectó radicalmente a las poblaciones de consumidores primarios y secundarios. En los océanos, los animales dependientes del plancton deben haber sufrido efectos inmediatos, lo que se refleja claramente en la extinción de los paquicorniformes, que coincide con el final del Cretácico y la desaparición de los dinosaurios en los continentes.

El segundo artículo en Science nos narra la historia de los herederos de la gloria de los leviatanes del Mesozoico. Felix Marx, de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda, y Mark Uhen, de la Universidad George Mason de los Estados Unidos, estudiaron la diversificación de las ballenas en los últimos treinta millones de años. Marx y Uhen examinaron los cambios en la diversidad de las diatomeas, que son organismos fotosintéticos microscópicos, y las fluctuaciones en el clima, las cuales fueron estimadas por medio del análisis de la proporción de isótopos de oxígeno. En las figuras del artículo se puede ver una relación entre las fluctuaciones climáticas, la dominancia de las diatomeas como principales organismos fotosintéticos en el mar, y el número de especies de cetáceos. Esta relación es aún más clara para los misticetos que para los odontocetos, el otro gran grupo de cetáceos actuales que incluye los delfines y las marsopas.

Se sabe por otros estudios paleontológicos que las primeras ballenas surgieron hace unos cuarenta milllones de años a partir de mamíferos terrestres también emparentados con los actuales hipopótamos. Desde la extinción de los paquicorniformes no había habido en los mares animales filtradores de gran talla, con la posible excepción de formas similares a los tiburones ballena. En otras palabras, durante más de veinticinco millones de años el océano no fue hogar de leviatán alguno, sino hasta el surgimiento y diversificación de las ballenas. En los últimos años se han descubierto fósiles espectaculares que representan prácticamente todos los estados intermedios entre los ancestros terrestres de las ballenas y las especies modernas. Según la evidencia presentada en el número de Science, la diversificación de las ballenas pudo producirse por la ausencia de competencia con otros megavertebrados filtradores y posiblemente también por la ausencia de depredadores gigantescos como los que habitaban también los mares jurásicos y cretácicos.

Hoy día las ballenas se cuentan entre los animales más carismáticos y queridos por los seres humanos. Los descubrimientos recientes sobre la evolución de este grupo y una mejor comprensión de su origen y diversificación contribuyen sin duda a esa relación de empatía con los gigantescos mamíferos marinos. Desafortunadamente, casi todas las especies de ballenas modernas se encuentran en menor o mayor grado en peligro de extinción. El artículo de Friedman y sus colaboradores nos muestra cómo una dinastía entera de enormes filtradores marinos desapareció por completo a finales del Cretácico. En el mundo actual podríamos estar enfrentando un proceso similar, esta vez causado no por un desastre de origen extraterrestre sino por una sola especie de mamí­fero particularmente agresiva. ¿Podemos imaginarnos un mundo sin ballenas? ¿Cómo sería un planeta en cuyos mares no pulularan los gigantes? ¿Qué sería de nosotros sin los leviatanes?

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