revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Mariana Escobar
     
               
               
Es fácil enamorarse de la Sierra Tarahumara y su gente,
los rarámuris. Una vez que se ha estado allí, que se ha caminado con ellos, queda la sensación de haber vivido en otro mundo del que hemos logrado comprender muy poco. Queda también la impresión de que muchos proyectos y programas que se han impulsado en la región han tenido muy poco impacto, y que quizás tienen razón quienes dicen que lo mejor que podemos hacer por ellos es profundizar en nuestro conocimiento de su cultura y su forma de explicarse el mundo.
 
Ba’winokachi es una comunidad rarámuri cuyo nombre significa “lugar donde se mueve el agua”. Está ubicada en el municipio de Bocoyna, Chihuahua, en la Sierra Tarahumara, a más de 2 500 metros de altitud, en una de las zonas más frías de la sierra y del país, pues aunque el clima es templado subhúmedo con lluvias en verano y está a una temperatura me----dia anual de 10 a 15 ºC con una precipitación pluvial de 650 a 1 000 milímetros anuales, en invierno pueden caer nevadas. Pertenece a la zona ecológica templada subhúmeda y está cubierta principalmente por bosques de pino y pi----no-encino.
 
Los llamados tarahumaras —rarámuri se denominan a sí mismos— viven de manera dispersa a lo largo y ancho de la sierra en pequeñas rancherías, cada familia junto a sus tierras de cultivo, con un centro de reunión en común. Los rarámuris de Ba’winokachi conservan la mayoría de los rasgos propios de su cultura, aunque mantienen un contacto continuo con el mundo mestizo y hay un cierto grado de aculturación que se refleja, por ejemplo, en la pérdida de la lengua en algunos niños y jóvenes.
 
La economía de la comunidad es principalmente de autoconsumo. Se basa en la agricultura de maíz y la cría de algunos animales domésticos, complementada con la caza y la recolección. Los suelos son poco fértiles, al igual que en toda la sierra, por lo que las cosechas suelen ser insuficientes para todo el año y muchos rarámuris salen a trabajar fuera en forma temporal.
 
La Sierra Tarahumara, al igual que la mayoría de las regiones indígenas de México, es rica en biodiversidad. Está considerada, debido a su alta diversidad ecosistémica, su función de corredor biológico y su integridad ecológica funcional, como una de las Regiones Terrestres Prioritarias por la conabio. Destaca también la presencia de endemismos y la riqueza de especies de Pinus. Parte de esa riqueza está asociada de manera intrínseca al manejo que los rarámuris hacen de los ecosistemas, manteniendo una gran diversidad de especies útiles, muchas de ellas utilizadas como alimento. En ese sentido cabe preguntarnos, ¿qué pueden aportar los conocimientos indígenas a la biología de la conservación y a los retos que ésta enfrenta actualmente?
 
Si la crisis ambiental es en realidad una crisis del paradigma civilizatorio occidental, con la ciencia como única forma de conocimiento válida, es imprescindible acercarnos a otras culturas, otros paradigmas, para intentar un diálogo de saberes que enriquezca nuestro propio paradigma y aporte otra visión para la comprensión de la crisis. Sabemos que la relación entre el conocimiento occidental y los conocimientos indígenas ha sido casi siempre asimétrica, cayendo en el mejor de los casos en una relación de validación. Quienes nos formamos en el paradigma científico no recibimos en nuestra formación elementos para significar los saberes de otra cultura, excepto integrándolos en nuestro propio paradigma. Creemos, sin embargo, que es posible ir encontrando elementos para un diálogo con los saberes indígenas que nos permita reconstruir nuestro propio paradigma a partir de una práctica compartida con otra cultura y de conceptos como el de “saber ambiental” que emergen de un nuevo paradigma de complejidad en construcción.
 
El concepto de saber ambiental nos refiere a los saberes que una cultura desarrolla a partir de su relación con el ecosistema que habita. Con base en el modelo de interpretación ambiental de la cultura propuesto por Augusto Ángel Maya (figura 1), entendemos el ecosistema y la cultura como dos sistemas distintos dentro de un sistema más grande que es la naturaleza. Estos sistemas tienen una estructura y dinámica propias, pero están íntimamente relacionados. El ecosistema tiene una influencia innegable sobre la cultura; ésta, a su vez, modifica el ecosistema para adaptarse (o no) a él y finalmente viene la reacción del ecosistema ante tales modificaciones.
 
 A05Figura1
 Figura 1. Modelo de interpretación ambiental de la cultura de Agusto Ángel Maya
 
 
Para poder comprender las raíces del problema ambiental es necesario entender la forma en que funcionan tanto los ecosistemas como los sistemas culturales y, sobre todo, los puntos donde se articulan y las formas en que se relacionan. Es en esta relación donde la cultura desarrolla los saberes que le permiten adaptarse (o no) al ecosistema y sobrevivir en él. Dichos saberes son indisociables de otros elementos que forman parte de la cultura, como las herramientas y técnicas, la organización social y el mundo simbólico. Por eso es necesario estudiar el ambiente desde una perspectiva territorial y cultural, tomando en cuenta tanto el ecosistema particular como la cultura que lo habita, siempre en relación.
 
Uno de los aspectos del estudio de la cultura donde mejor se reflejan sus relaciones con los ecosistemas es la alimentación. La cultura alimentaria nos permite dialogar con el saber ambiental al ofrecernos un espacio donde se refuerzan los lazos con el territorio y el resto de la comunidad, y donde la cultura quizás pueda resistirse a la homogeneización. Utilizamos como eje de este estudio las plantas de recolección con el fin de encontrar algunos de estos saberes ambientales, lo cual describiremos a continuación.
 
Los saberes ambientales de los rarámuris
 
Los resultados muestran que los saberes adaptativos de los rarámuris de Ba’winokachi al ecosistema que habitan les han permitido sobrevivir en él sin depender mayormente de los alimentos que provienen de fuera, incluso a pesar de las amenazas y presiones a las que se ha visto sujeta esta adaptación desde hace 400 años, cuando llegaron los primeros chabochi o blancos y los rarámuris fueron desplazados de los valles más fértiles que se encuentran al pie de la sierra.
 
Desde el punto de vista biológico, los rarámuris tienen en su acervo, a partir de la recolección de plantas y hongos, el manejo y permanencia de más de cuarenta especies que ayudan sin duda al binomio de conservación sociedad-naturaleza. En dicha relación los ba’winokaii han desarrollado un conocimiento biológico muy detallado de las especies de consumo alimentario que incluye aspectos estudiados por las ciencias biológicas como la anatomía vegetal, la fenología, la distribución (biogeografía) y la abundancia, los nichos ecológicos y el hábitat y las asociaciones con otras especies (ecología).
 
Plantas silvestres y adaptación al territorio
 
Los rarámuris de Ba’winokachi tienen una lectura propia del territorio que les permite conocerlo, caminarlo y utilizarlo de forma diversa, lo cual les ha permitido sobrevivir en el mismo. Su sistema alimentario está basado principalmente en productos locales, incorporando alimentos silvestres en su dieta de forma cotidiana y a lo largo de todo el año. Recolectan y comen plantas y hongos silvestres de forma cotidiana, los cuales son valorados como una comida en sí mismos y son necesarios para la supervivencia por su papel destacado en épocas de escasez de maíz, base de la alimentación de esta cultura. Su recolección y consumo son aprendizajes de supervivencia, transmitidos desde hace largo tiempo.
 
La base de la alimentación es la autoproducción y la recolección, es decir, las plantas que cultivan (maíz, frijol, papa), las que recolectan, y la carne proveniente de sus animales domésticos y los que cazan, de manera que por medio de la comida están profundamente unidos al territorio que habitan. Consumen pocos alimentos que vienen de fuera y hasta ahora no dependen de ellos para sobrevivir.
 
La mayoría de las plantas que recolectan se asocian a la época de lluvias, cuando hay más probabilidades de que las reservas de la cosecha anterior estén por agotarse y todavía faltan alrededor de dos meses para la próxima cosecha. La mayoría de los quelites y hongos se dan en esta temporada, pero se pueden secar y almacenar para comer en la época de secas. Los quelites de agua se ponen en una canasta o wari y se sacan al Sol durante cuatro o cinco días, se meten a la casa durante la noche y también cuando llueve. Otros quelites deben cocerse ligeramente antes de secarse. Los hongos se rebanan y se ensartan en un alambre para luego ser secados al Sol. Si el proceso se hace bien, los quelites y hongos pueden almacenarse durante muchos meses sin que se echen a perder. Hay algunas plantas, como el maguey, que se asocian con la época de calor. De esa manera logran obtener nutrientes de estas plantas a lo largo de todo el año (cuadro 1).
 
A05Cuadro1
 Cuadro 1. Listado de plantas y hongos silvestres comestibles utilizados en Ba'winokachi
 
La construcción social del territorio
 
La alimentación de los rarámuris está basada en los recursos presentes en su territorio, sin embargo éste se extiende más allá de la localidad donde viven, pues conocen y recolectan plantas en otras localidades. También realizan intercambios con los habitantes de otras regiones, de forma que disponen de una mayor diversidad de especies para sobrevivir. La construcción social del territorio se manifiesta en su conocimiento detallado del mismo, en la forma en que lo nombran y en la ética de reciprocidad que mantienen con él.
 
Su lengua refleja la lectura propia que los rarámuris de Ba’winokachi tienen del territorio y que no siempre puede traducirse al castellano. La nomenclatura rarámuri de las plantas y los lugares es un ejemplo de la riqueza de la interpretación que realizan del medio, aunque ésta tiende a perderse al emigrar a la ciudad.
 
La lectura propia de su territorio y la forma en que se apropian de él les ha permitido realizar numerosas observaciones sobre estas plantas, su fenología, en nichos ecológicos, la morfología y la ecología. Con base en tales saberes ellos pueden reconocer las temporadas y los lugares para la recolección, así como desarrollar herramientas y técnicas adecuadas para recolectar cada especie.
 
Hay una interpretación del territorio que tiene que ver con su abundancia y la diversidad de los alimentos que ésta les ofrece y con su generosidad. Por medio de los saberes sobre los alimentos silvestres y el ecosistema, los rarámuris logran percibir el territorio como un ente generoso. Además, tienen una relación de reciprocidad con él, la cual les invita a cuidarlo.
 
Conocimiento y manejo del ecosistema
 
Los rarámuris de Ba’winokachi siguen una estrategia de uso diversificado del ecosistema. Su sistema alimentario está basado en los cultivos, principalmente el maíz, pero incorpora una gran cantidad de especies de plantas, hongos y animales, tanto domésticos como silvestres. Además, muchas especies tienen más de un uso, incluyendo las maderables, de manera que el bosque no es sólo fuente de madera sino de diversos recursos.
 
Esta evidencia para nuestro saber biológico se refleja en sus conocimientos detallados sobre las especies, los ecosistemas y los sucesos ecológicos, y les ha permitido sobrevivir con base en la producción local, aun cuando en ocasiones se ven obligados a complementar su alimentación comprando maíz u otros alimentos que vienen de fuera.
 
Han desarrollado saberes para favorecer la propagación de algunas especies de plantas silvestres o incluso sembrarlas y así tener una mayor disponibilidad de ellas; por ejemplo, algunos recolectan las semillas del quelite de agua y luego las esparcen en los corrales o en los huertos, ampliando así su disponibilidad. Tienen también técnicas de manejo de los cultivos que permite su coexistencia con quelites, de manera que obtienen diversos alimentos en un mismo espacio productivo. La práctica de recolección de quelites está asociada a una técnica de control de “plagas” o hierbas que se realiza de forma manual, mecánica y no química.
 
Saben leer el tiempo de acuerdo con los ciclos naturales y agrícolas, especialmente el cultivo de maíz. Por ejemplo, “el sepeke se da en tiempo de lluvia, cuando el maicito está bien grande”. Es evidente que aun entre quienes hablan bien español, los meses del año no son referencias precisas. Aprovechan la abundancia de plantas que se da en el tiempo de “aguas”, en que suelen quedar pocas reservas de maíz. Saben también almacenarlas para comer en época de secas y aprovechar algunas plantas durante el calor. Asumen también la incertidumbre que generan las condiciones variables del ambiente (cuadro 2), por ejemplo al preguntarle a una señora sobre el rochíwari nos dijo: “quién sabe si habrá aquí arribita, ¡el año pasado había mucho! Hay años que se da y años que no”. En su discurso siempre hay lugar para la duda: “habiendo agua sí se dan (los quelites), depende del dios si nos da agua”.
 
A05Cuadro2
 Cuadro 2. Calendario de ciclos naturales y agrícolas
 
Saben que la estabilidad del ecosistema (o del mundo) depende en parte de sus acciones. Son capaces de ver las relaciones entre la estabilidad ecosistémica y la dimensión ética de su comportamiento. Por ejemplo, la falta de lluvia puede deberse a que no han cumplido con la fiesta. También relacionan el deterioro ambiental con el uso comercial de los recursos naturales, no así con el uso para autoconsumo; por ejemplo, consideran que si recolectan plantas para vender, se pueden acabar, pero si son para ellos, aunque recolecten muchas, no se acaban. Por otro lado, han perdido control sobre su territorio debido a conflictos de poder con los mestizos, quienes influyen en las decisiones que se toman en el ejido.
 
Se muestran especialmente preocupados por las alteraciones que perciben en el ciclo hidrológico, tanto en las sequías como en los ríos y arroyos que se están secando, así como por las implicaciones que esto tiene para su supervivencia. Los ancianos dicen que desde hace muchos años no llueve ni nieva como antes: “antes sí sabíamos lo que eran las aguas, ¡llovía mucho! Ahora no, ya tenemos quién sabe cuántos años que no llueve. Será porque ya se murieron muchos pinos… digo yo. Ya tenemos muchos años que no vemos los arroyos crecidos. ¡Hasta los arroyos grandes están secándose! Si sigue sin llover, entonces nos vamos a acabar todos comadre, porque sin el agua no podemos vivir”. Respecto de los aserraderos, factor principal de degradación ambiental en la zona, los rarámuris reconocen que facilitaron la apertura de nuevas tierras de cultivo y con ello el uso agrícola de un territorio que era primordialmente forestal, pero perciben con tristeza el grave impacto que causaron en el ecosistema y saben que difícilmente se recuperará.
 
Plantas silvestres e identidad cultural
 
Los saberes sobre las plantas silvestres son un elemento que construye la identidad, tanto individual como colectiva. Son co--mida de los rarámuris, y quienes no saben comerlas, o no les gustan, pueden ser comparados con los ichábochi (blancos); por lo tanto son constructoras de la cultura rarámuri. Por otro lado, hay un discurso que viene de la cultura dominante que juzga a quienes comen estos alimentos, debido a lo cual algunas personas no expresan fácilmente su gusto por estas plantas. Este discurso es asumido por algunos niños y jóvenes que ya no las quieren comer.
 
Los rarámuris de Ba’winokachi consideran que el uso de estas plantas es tan antiguo como sus propios orígenes. Les fueron entregadas por Onorúame (el que es padre) a los primeros rarámuris y se asocian con “lo que comían los antiguos”. Al estar asociadas con los orígenes de la cultura misma, podemos suponer que mientras la cultura sobreviva, seguirán comiendo estas plantas.
 
Hay una percepción de “la tierra” como una persona que también se cansa, envejece y requiere cuidados. Esta visión se basa en la reciprocidad que los rarámuris mantienen entre ellos mismos y que se extiende a la tierra: ella les da y, si quieren sobrevivir, ellos tienen que darle también.
 
Tradición culinaria y adaptación
 
La relación entre el calendario festivo y el estacional tiene un sentido adaptativo. Los platillos que se comen en las fiestas ayudan a equilibrar la dieta a lo largo del año y los alimentos necesarios en ciertas temporadas. Por ejemplo, algunos quelites y hongos se almacenan para cuaresma y semana santa (época de secas). Esto es posible gracias a las eficaces técnicas de secado que han desarrollado y que les permiten almacenarlos durante largas temporadas. De hecho, la adaptación de esta cultura a su territorio está basada más en los saberes y técnicas que en las herramientas. Sin embargo se percibe una cierta desvaloración de dichos saberes y técnicas frente a la tecnología occidental.
 
Aunque recolectan muchas plantas como alimento, han aprendido que algunas son “mejores para comer” que otras, especialmente por su sabor y consistencia; por ejemplo, el quelite de aguas es mejor que el quelite cenizo, y las bellotas del encino chaparro son mejores que las bellotas de otros encinos, pues son menos amargas. Asimismo, han desarrollado técnicas de preparación que les permiten consumir algunas plantas que de otra manera resultarían incomibles, por ejemplo, el orégano (Hedeoma sp.) contiene aceites esenciales que lo hacen ideal como condimento, pero los rarámuris lo utilizan también como quelite. Para reducir las concentraciones de aceites esenciales y que el sabor del orégano no resulte tan amargo y “chiloso” (kóame), los rarámuris de Ba’winokachi acostumbran sancocharlo, luego cambiarle el agua y sancocharlo nuevamente y así varias veces. Lo mismo hacen con el que--lite cenizo, que a decir de algunas personas tiene un sabor muy “agarroso” (astringente) que incluso se siente como que “aprieta” la lengua.
 
Su tradición culinaria es distinta a la de las comunidades mestizas cercanas, pero está más adaptada al territorio en tanto que incluye muchas más especies locales y requiere menos insumos externos para cocinarlas. Las técnicas para cocinar estas plantas son: cocido, tatemado, machucado o molido en el metate, cocido en horno de tierra, chamuscado o tostado y guisado. Las flores y frutos suelen comerse crudos. Todas estas formas de preparación son prehispánicas, con excepción del guisado, que es más utilizado por los mestizos.
 
Roles sociales
 
La recolección y preparación de las plantas y hongos comestibles tiene una lectura de género, que es muy notable en el caso de algunas de ellas. Generalmente es la mamá quien las recolecta, ayudada por los niños cuando son cantidades mayores para almacenarlas. Sin embargo, los roles entre los rarámuris no son rígidos y todos recolectan y cocinan las plantas cuando quieren comerlas, incluso los niños. De esa manera, todos conocen y valoran tales plantas, aunque los papás, especialmente la mamá, tienen un papel muy importante en la transmisión de estos saberes y del gusto por las plantas.
 
Hay una relación de reciprocidad entre las personas que les han ayudado a sobrevivir, lo cual permite que a los ancianos, aunque vivan solos, no les falte alimento. Además, éstos desempeñan un papel muy importante en la familia y en la comunidad, pues son quienes transmiten los aprendizajes de sobrevivencia que esta cultura ha desarrollado a lo largo de los años y su palabra es escuchada con atención y respeto.
 
Los niños aprenden desde muy chicos los saberes necesarios para sobrevivir en su territorio y también participan en la producción de alimentos. Ellos conocen, recolectan y comen muchas de estas plantas, de forma que conservan y reproducen los saberes adaptativos de su cultura. Sin embargo algunos de estos saberes se han ido perdiendo, lo cual se refleja en la presencia de plantas que ya no comen porque no les gustan o no las conocen. El consumo de plantas silvestres fue una estrategia de supervivencia indispensable en el pasado, sin embargo parece ir perdiendo sentido para las nuevas generaciones.
 
Presiones y amenazas
 
Los saberes ambientales son parte de esencial la cultura de los rarámuris y son indisociables de la relación entre esta cultura y los ecosistemas; por lo tanto, se ven amenazados a causa de la de----gradación de los ecosistemas y la homogeneización cultural. En este sentido, es importante profundizar en nuestra comprensión de las presiones y amenazas que están causando la pérdida de algunos saberes ambientales, una tendencia que puede ser mayor en un futuro si se incrementan dichas presiones. Esto implica también que la permanencia de los saberes como estrategia de adaptación al ecosistema requiere un mayor control de los rarámuris sobre su territorio y sus recursos y un mayor empoderamiento frente a los procesos que empujan a la homogeneización cultural.
 
Como ya mencionamos, los ba’winokaii compran pocos alimentos en la tienda. Esto se debe en parte a que no los necesitan para sobrevivir, además de que a algunos no les gustan. Pero también ha sido obligado por una pobreza monetaria que al resolverse podría incrementar el consumo de tales productos. En ese sentido, los programas de gobierno que dan dinero en efectivo pueden tener como efecto secundario el debilitamiento de los sistemas productivos tradicionales y de la economía local, basada en el uso diversificado de los ecosistemas.
 
Los habitantes de Ba’winokachi han presenciado un deterioro muy severo del territorio que habitan a partir de la llegada de los aserraderos. Sin embargo, como ellos mismos reconocen, cuando llegaron los aserraderos, carecían de elementos para prever las implicaciones de este deterioro. Por otro lado, al ser el maíz el eje de su alimentación, son muy vulnerables a las sequías y la erosión del suelo, los cuales podrían agravarse con el cambio climático. Si no hay suficiente maíz, que es el centro de su sistema alimentario, las demás especies que integran el sistema pierden valor.
 
Conclusiones
 
El puente epistemológico entre el saber ambiental de los rarámuris de Ba’winokachi y las ciencias biológicas no sólo tiene que ver con la conservación y presencia de especies en un territorio, sino con la posibilidad de enriquecer los conceptos de las ciencias biológicas tomando en cuenta la construcción detallada de los referentes de las especies. Estos referentes tienen que ver con la forma en que las plantas son identificadas y nombradas por los ba’winokaii, las explicaciones que dan a los fenómenos ecosistémicos y la ética implícita en dichos saberes.
 
Es necesario romper la hegemonía de la ciencia como única forma de conocimiento calificado para poder acercarnos a otros saberes con la intención de conocerlos y no validarlos desde nuestro propio paradigma. La biología sí cuenta con algunos elementos para articular nuestros conocimientos con los saberes de otras culturas, sin embargo es necesario identificarlos con más claridad y reflexionar sobre la forma en que pueden relacionarse con otros saberes. El enfoque utilizado en este trabajo sobre la adaptación de la cultura al ecosistema permite a quienes nos formamos en las ciencias biológicas comprender la adaptación como un conocimiento que se construye socialmente, vinculado al conocimiento del ecosistema y la supervivencia, y que ha permitido la persistencia de las culturas indígenas en diversos ecosistemas, aun bajo condiciones de desplazamiento, reducción de su territorio y explotación de sus recursos por la cultura occidental.
 
Quedan abiertas muchas líneas de investigación a futuro. Éstas pueden ir en el sentido de alguna de las áreas del conocimiento utilizadas en este trabajo como, por ejemplo, detallar más los conocimientos biológicos determinando las especies, su categoría de conservación, su distribución, etcétera, para poder encontrar más elementos que muestren la adaptación de esta cultura a su ecosistema. También se podría articular más este trabajo con otros sobre el mundo simbólico de los rarámuris, por ejemplo, con estudios sobre la lengua, que permiten un conocimiento más claro de la relación sociedad-naturaleza. Los resultados presentados arriba también aportan elementos para enriquecer la reflexión sobre la alimentación en la Sierra Tarahumara y los problemas de desnutrición presentes en muchas comunidades. Es necesario acercarnos a los sistemas alimentarios tradicionales de la región, revalorarlos y trabajar en los problemas de fondo que los están erosionando, antes que seguir llevando alimentos o soluciones que vienen de fuera.
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Agradecimientos

A Elba Castro, por su sabia y paciente orientación y guía a lo largo de esta investigación. A los habitantes de Ba’wi-nokachi que nos compartieron sus saberes y sabores, especialmente a Compari Lupe y Chole, Crucito e Irene, Socorro, Teresa y Vero, Gumercinda, María de los Ángeles, Cristina, Hermila, Amadita, Martha, Gerardo y Eliseo.

Nota

Este trabajo es parte de uno más amplio titulado “Saberes ambientales de los rarámuri de Ba’winokachi a partir de la recolección de plantas silvestres comestibles”, disponible en:

recoleccion_de_plantas_silvestres_comestibles
 
 
 
Referencias bibliográficas
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Mariana Escobar
Consultora para la Fundación Christensen, proyectos de conservación
biocultural de la Sierra Tarahumara.
 
Es bióloga por la Universidad de Guadalajara. Desde hace trece años ha colaborado en distintos proyectos con comunidades rarámuris. Actualmente es consultora para la Fundación Christensen en proyectos de conservación biocultural en la Sierra Tarahumara.
     
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como citar este artículo
Escobar, Mariana. (2014). Saberes ambientales 
de los rarámuris de Ba’winokachi. Ciencias 111-112, octubre 2013-marzo 2014, 54-65. [En línea]
     

 

 

 

de las artes        
 
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Una mirada
al arte indígena contemporáneo
 Esther Hernández Torres
   
   
     
                     
La Primera Bienal Continental de Artes Indígenas
Contemporáneas fue una iniciativa de la Dirección General de Culturas Populares del conaculta que en 2011 lanzó una convocatoria pública con el objetivo de reconocer, fomentar y difundir las artes contemporáneas de los pueblos indígenas del continente americano. Las obras seleccionadas, entre un total de 149 postulaciones provenientes de 13 países y 16 estados de
la República Mexicana, fueron expuestas en el Museo Nacional de Culturas Populares a partir del 10 de agosto de 2012. La diversidad de lecturas del jurado se expresó en las obras de los artistas expuestos. Creaciones netamente tradicionales que al mantener su vigencia a través de los años, marcan una tendencia innovadora que incorpora elementos actuales al renovar lo hecho durante generaciones; obras realizadas sobre soportes netamente contemporáneos que expresaron el ser indígena en la cultura de sus creadores.

El jurado estuvo conformado por la experta en arte contemporáneo Dore Ashton; Ticio Escobar, especialista en arte y cultura popular e indígena latinoamericana; la artista yup’ik de Alaska, Susie Silook, experta en arte indígena contemporáneo de Norteamérica; Cándida Fernández, especialista en arte popular mexicano y latinoamericano, y el artista y curador, Juan Rafael Coronel Rivera.

Cada obra de la exposición materializaba significados ancestrales revestidos de contemporaneidad, tradición e innovación en un diálogo incesante. Artistas zapotecos, wixárikas, triquis, kumiais, purépechas, nahuas, amuzgos, otomíes, mixes, mixtecos, mayas yucatecos, tsotsiles y tzeltales. Así como del resto del continente, las creaciones de yanomamis, wayúus, awajún/aguarunas, apaches, navajos, mayas tz`utujil, kaingángs, chitimachas, inupiaqs, gunas, pataxós, kichwas, tiguas, uitoto-aymenus, quichuas, cochas y aleuts.

La Bienal abrió una brecha en la percepción que se tiene sobre las creaciones artísticas de los pueblos originarios, no sólo en la esfera social sino en el ámbito cultural de los distintos países de América. La creación indígena está viva y constantemente innovando. Sin renunciar a su identidad, los artistas reelaboran diseños, mitos y símbolos, generando un estilo inspirado en sus tradiciones, pero en referencia al contexto actual. La exposición fue acompañada de mesas de diálogo en las que artistas y especialistas charlaron sobre sus perspectivas en torno a la creación indígena del presente.

La fascinación que causa la estética indígena nos remite a un pasado que reconocemos como origen, a la par es un espejo de la problemática cotidiana que vivimos actualmente. Frente a un mundo que discrimina y margina, la calidez e imaginación incesantes de las poblaciones indígenas, mostradas cruentamente en algunas obras, nos provee de experiencias estéticas que replantean nuestro ser en el mundo y la forma en la que nos relacionamos con los otros.

El contenido comunitario de las artes indígenas es uno de sus elementos constitutivos, 
sus creaciones están claramente conectadas con la tradición y con un imperativo cultural que logra que el artista exprese no sólo una voz personal, sino un estallido de identidades colectivas que forjan un arte que vuelve a sus orígenes para reencontrarse con identidades perdidas y que simultáneamente genera nuevos contenidos de su herencia cultural.

Desde mediados del siglo pasado se desató en el continente, con los matices y fuerzas particulares de cada país, una tendencia a volver la mirada hacia los pueblos originarios como búsqueda de alternativas frente a la homogenización cultural del capitalismo tardío. Las culturas originarias, las tradiciones indígenas de los pueblos dejaron de ser signos del atraso en América, renunciaron a ser considerados una traba para el desarrollo y comenzaron a pensarse como el referente para la vigorización geopolítica y cultural de los países. Mientras los pueblos viven y aceptan los estilos artísticos dominantes en sus contextos específicos, continúan manteniendo su cultura, sus costumbres, sus ritos, sus manifestaciones artísticas propias, generando una influencia mutua con la cotidianeidad y las producciones artísticas actuales.

Las concepciones sobre el arte indígena están fuertemente relacionadas con lo prehispánico, como si su producción se hubiera detenido en el tiempo, limitando sus potencialidades creativas hoy día. Al circunscribir lo indígena, su cultura y producción artística a ese momento histórico, se perpetúa un imaginario sobre el arte de los pueblos que limita sus creaciones actuales como una reproducción de sus artes tradicionales. Cuando hablamos de arte indígena contemporáneo en el continente americano, el único criterio parece ser cronológico: todo lo que hoy hacen los indígenas en cualquier lugar de América.

Las formas del arte indígena se han transformado a lo largo de más de cinco siglos de historia; si bien es cierto que su creación artística actual está fuertemente arraigada en la tradición de sus pueblos, es evidente una transmutación. Los diseños antiguos no son reproducidos simplemente, sino que son reelaborados generando un estilo actual inspirado en sus tradiciones, provocando una diferenciación frente a la existencia del arte contemporáneo. La cotidianeidad ha influido en su creatividad y en su particular sentido estético. Las artes que producen son, a la vez, un medio de comunicación y reconciliación con la sociedad que los ha delegado y una forma de supervivencia.

Citando al Maestro Juan Gregorio Regino, esta bienal constituye un llamado a la necesidad de redimensionar el aporte indígena en el arte y la cultura global, como un movimiento artístico incluyente y contemporáneo que intenta romper las ideas predominantes, encontrar nuevos significados a la vida, trascender las fronteras, desatar la imaginación y liberar esos mundos intangibles, volátiles e inaprensibles que han permanecido en resistencia.
 
 
articulos
 

Para conocer la convocatoria de la Segunda Bienal Continental de Artes Indígenas Contemporáneas 2014, los invitamos a revisar en la red: culturaspopulareseindigenas.gob.mx

     
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Esther Hernández Torres
Coordinadora de Arte Popular,
Dirección General de Culturas Populares, CONACULTA.
     
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como citar este artículo
Hernández Torres, Esther (2014).Una mirada al arte indígena contemporáneo. Ciencias 111-112, octubre 2013-marzo 2014,106-107. [En línea]
     

 

 

de la solapa        
 
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Solapa11102 
Xopamiyolcamolli:
gastronomía de bichos
con muchas patas
 
Germán López Riquelme
(edición del autor).
México, 2013.
   
   
     
                     
Este manuscrito versa sobre los insectos como alimento.
Sin embargo, no pretendo que todos los lectores se conviertan a la entomofagia (término que significa alimentarse de insectos), aunque estaría complacido si aquellos lectores que tienen aversión a los insectos, cambiaran de opinión después de leer este trabajo. No pretendo que los lectores decidan de pronto ir por el mundo comiendo cuanto bicho rastrero cruce por su camino. Tampoco quiero dar la impresión de que soy un entomófago excepcional. He probado muchos insectos, de entre los cuales hay algunos que no han complacido mi gusto y probablemente no los vuelva a comer, pero muchos otros han cautivado mi paladar. Otros tantos no los he comido aún, y quizá haya muchos otros que no tenga la oportunidad de probar. Esta aclaración es importante, ya que debemos saber que, en la práctica culinaria, los insectos, como todos los ingredientes que usamos, cumplen una función en un platillo, ya sea añadir sabores o texturas o colores o todo junto, de manera que la experiencia del comer pueda, además de nutrir nuestro cuerpo, satisfacer nuestros sentidos y nuestro espíritu. Combinamos ingredientes para preparar un platillo, colocamos hierbas, aceites, polvos. Tostamos semillas, salteamos o hervimos vegetales para cambiar o conferir sabores particulares. A veces agregamos ingredientes que difícilmente comeríamos solos, como aquellos con sabores astringentes como el clavo, o ácidos como el vinagre. En otras ocasiones, ciertos ingredientes son la base para preparar un platillo. Sin embargo, generalmente, la práctica culinaria crea sabores, colores y olores a partir de la mezcla de diversos ingredientes y procedimientos. Así es todo arte, así la música crea sinfonías a partir de la integración de diversos sonidos; así la pintura crea lagos, montañas, bosques, cuerpos, etcétera, a partir de líneas y manchas de pintura de diferentes colores colocadas con maestría aquí y allá.
 
Así pues, si el objetivo de este trabajo es tratar de cambiar la perspectiva de los lectores y que consideren a los insectos como una fuente de alimento, esto no significa que deban convertirse en insectívoros ni que necesariamente disfruten toda la comida preparada con insectos o todos los insectos comestibles. Mi interés es más modesto: que el lector pueda considerar a los insectos como ingredientes en nuestra cocina, tanto por su sabor como por su valor nutricional. Cierto es que al paladar se le educa para disfrutar determinados sabores, principalmente aquellos que no conocemos, o aquellos a los que naturalmente respondemos con rechazo, pero también es cierto que habrá sabores o ingredientes que no logremos disfrutar o que incluso causen aversión. De esta manera, el hecho de ampliar nuestro menú no significa que debamos de disfrutar toda experiencia gastronómica. Es posible que algún lector se declare completamente carnívoro, fanático de los cortes finos, pero que no disfrute algunos tipos de carne; también es posible que alguien decidido a ser vegetariano estricto deteste ciertos vegetales o semillas, o alguna forma en la que se preparan dichos ingredientes. Asimismo, tampoco pretendo dar la impresión de que los insectos son mucho mejor alimento que cualquiera otro. Mi intención primordial es que los lectores consideren a los insectos, primero como parte indispensable de nuestro mundo, y segundo, como una opción culinaria, fuente importante de nutrientes (principalmente en los lugares donde hacen falta) y de experiencias gustativas, y que se atrevan a probarlos y degustarlos. Quizá descubran una delicia donde antes sólo miraban algo repugnante.
 
Es mi interés recalcar el hecho de que nos conducimos por el mundo bajo las directrices de muchos prejuicios generados por ignorancia, que nos limitan en vez de liberarnos, por lo que en ocasiones nos hacen daño a nosotros mismos y también a nuestro hermoso planeta. El rechazo a los insectos como alimento es tan sólo una forma de la actitud generalizada de rechazo a la naturaleza, una forma en que nuestra perspectiva fragmentaria del mundo nos hace estar en conflicto con ella. Espero lograr, al menos, que aquellos lectores que sienten una profunda aversión a todo tipo de bicho rastrero reconsideren su postura y contemplen la posibilidad de que pueden estar equivocados.
 
A pesar de que somos un país altamente entomófago, las personas de las ciudades ignoramos la amplia diversidad de insectos comestibles y que son empleados por muchas comunidades y grupos étnicos como ingredientes de exquisitos platillos. Aquellos que saben que existen insectos comestibles en México, podrían considerar el consumo de insectos como una curiosidad de algunos pueblos, pero, por el contrario, la entomofagia es mucho más importante de lo que se supone e incluso podría llegar a ser más importante de lo que se imagina.
 
Muchos investigadores en el mundo se han dedicado a la ardua tarea de buscar, clasificar, analizar los contenidos nutricionales de las especies comestibles, así como entrevistar a las personas de las localidades y a compilar las diversas maneras en que son cocinados estos insectos. Es una labor compleja en la que interaccionan diversas áreas del conocimiento como la entomología, la antropología, la arqueología, la etnobiología, etcétera. Este libro ha surgido de la necesidad de responder mis propias preguntas sobre los insectos comestibles, las cuales creo que muchas personas también podrían tener[…]
 
Este libro es el resultado final, pero no pretende ser un compendio sobre los insectos comestibles de México, mucho menos del mundo, sino llenar un vacío de información sobre el tema y aproximar al lector a una realidad que se encuentra ante nosotros y que, tan obvia como los mismos insectos, puede ser ignorada. Este trabajo se ha nutrido y ha sido desarrollado a partir de numerosas fuentes, de las cuales las más importantes son especificadas en la bibliografía, por lo que no pretende competir con ninguna de ellas, pues han sido elaboradas por verdaderas autoridades en el tema. Considéreme el lector como un turista de la entomofagia contándole sobre mi entusiasmo por haber explorado dicho campo de estudio y menú.
 
En México, la investigación sobre insectos comestibles fue iniciada por la Dra. Julieta Ramos Elorduy aproximadamente en 1970 a contracorriente y con arduos esfuerzos, tal y como ocurre con toda labor pionera. Si ahora contamos con un catálogo sobre las especies de insectos comestibles de México, su distribución y su valor nutricional, ha sido gracias a su ardua e interesante labor. La mayor parte de la información vertida en este trabajo sobre los insectos comestibles de México (contenidos nutricionales, y muchas recetas), ha sido desarrollada por ella y sus colaboradores[…]
 
El título de este escrito, “Xopamiyolcamolli”, es un neologismo náhuatl que he acuñado y significa: “guisado de animales con muchas patas”, y está compuesto por las siguientes palabras de acuerdo a las reglas del náhuatl: xopalixtli: patas; miec: muchas; yolcatl: bicho, animalillo; molli: guisado o platillo. La palabra molli, traducida generalmente como guisado, la he empleado tomando en cuenta su significado más amplio, es decir, más como un preparado o platillo que como un guisado como lo conocemos actualmente. Es más, he estirado su significado para alcanzar el concepto de gastronomía: el arte de preparar manjares exquisitos. De esta manera, esta palabra nueva no la he creado pensando en algún insecto comestible particular, ni en los platillos preparados con ellos, sino para referirme en general a la tradición de las culturas mexicanas, pasadas y presentes, de conocer y aprovechar estos recursos y generar con ellos toda una gastronomía repleta de exquisiteces y delicadezas que no sólo nutren al organismo, sino que también llenan de ricas experiencias al paladar y al espíritu.
 
 
 
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Fragmentos del prefacio
     
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como citar este artículo
López Riquelme, Germán. (2014). Xopamiyolcamolli: gastronomía de bichos
con muchas patas. Ciencias 111-112, octubre 2013-marzo 2014, 154-155. [En línea]
     

 

 

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