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El Chichonal
 
Nota de los editores
   
   
     
                     
                   
Hace veinte años Pichucalco era un pueblito del cual muy
pocos habían oído hablar. Quizá su única notoriedad —perdida entre los datos del libro de Geografía— era poseer uno de los índices pluviales más altos del país, lo cual, aunado a su clima tropical, lo hacía parecer un lugar escapado de las novelas de García Márquez. En los largos meses de lluvia el agua desbordaba los arroyos, atravesaba calles y casas, arrastrando lo mismo zapatos que cangrejos azules, ropas y culebras multicolores. O después de un mediodía caluroso, la tarde era invadida por millones de mariposas o escarabajos negros y dorados —como diminutos rinocerontes de coraza brillante—; otras veces eran cientos de pajarillos que se metían por puertas y ventanas, como perseguidos por un terror desconocido.
 
Estaban lejos los días del volcán en que, con enorme fuerza, la tierra arrojaría miles de toneladas de cenizas al aire y el nombre de Pichucalco a los principales diarios del mundo.
 
Meses después del fenómeno no se han evaluado todas sus consecuencias, que van desde el nivel anecdótico, como que ahora en Pichucalco los taxis y camiones se llaman “el vulcanólogo”, “especialista en Chichonales”, etc., hasta cambios del clima mundial, como el que Moscú haya tenido el invierno más cálido en 150 años debido al polvo que flota en la atmósfera.
 
Uno de los elementos que se vio afectado fue el suelo, lo cual resulta de gran importancia para una región agrícola y ganadera. Al respecto platicamos con algunos miembros del Laboratorio de Edafología de la Facultad de Ciencias, que realizan en el área afectada un proyecto de investigación al que podríamos llamar: “El desarrollo de la interacción de los materiales volcánicos y el suelo”. En cuanto a éste, nos dice la investigadora Silvia Ramos: “para nosotros este es un trabajo muy importante, ya que gran parte del suelo del sureste de México y Centroamérica es de origen volcánico y se encuentra sometido a un clima tropical, que son precisamente las condiciones en que se encuentra el suelo del Chichonal, de manera que nos puede servir como modelo de estudio; y con su evolución explicarnos características de otras regiones”. En cuanto al cambio de la fertilidad del suelo, existen algunas hipótesis que se piensa comprobar; una de ellas dice que si la capa es mayor de 30 cm, resulta perjudicial.
 
El estudio se realiza tomando muestras periódicas del suelo de diferentes lugares, analizándolas y tomando datos complementarios sobre la flora. A ese respecto nos platica Salvador Pontón, tesista de Edafología: “yo trabajo cerca del volcán, tomo muestras del suelo a varias profundidades, que luego tamizo y sujeto a diferentes pruebas; densidad aparente y real —que indica el espacio poroso—; color —que indica presencia de metales y componentes orgánicos—; textura, acidez, análisis de nutrientes, capacidad de intercambio catiónico, etc. La gente es muy amable con nosotros —dice Salvador— y nos da información espontáneamente, como el que este año los frutales han producido más que otras veces, ‘pero la pastura está mala’. Esos datos son importantes”.
 
Dejamos a Salvador manipulando con dedos hábiles la ceniza, y mientras lo hace, parece que estuviéramos frente al cráter del Chichón con su lago interior de color verde, que hierve incansablemente…
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cómo citar este artículo
Nota de los editores 1983. El chichonal. Ciencias 4, abril-junio, 6-7. [En línea]
     
 
     

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