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Las dos caras
de la ciencia
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Richard Levins
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La ciencia moderna es un episodio en la historia del
conocimiento. Todo conocimiento viene de la experiencia y reflexión sobre esta experiencia a la luz de experiencia previa. Pero la ciencia es algo más: una etapa en nuestra evolución cuando se separan recursos, personas e instituciones con el propósito explícito de averiguar. Y cada vez que la humanidad se involucra con materias o procesos nuevos, se plantea más cosas por averiguar. La selección de variedades de cultivos nos dio la genética, la navegación y la agricultura nos dieron la astronomía, el motor a vapor nos dio la termodinámica. Por eso, la ciencia representa el desarrollo de nuestro conocimiento como especie. Pero también es el producto de la industria del conocimiento y, como toda industria, está formada por sus dueños. En diferentes periodos y culturas los dueños fueron diferentes: los sacerdotes de Mesopotamia y Yucatán, los patrones nobles de los astrónomos de la corte medieval europea, las corporaciones capitalistas interesadas solamente en ciencia como mercancía, gobiernos revolucionarios que la ven para su uso productivo y como parte de la cultura. Los dueños determinan quiénes se reclutan para ser científicos, sus agendas de investigación, los medios de investigación y de enjuiciar los resultados, las teorías que se permiten y las que se prohíben, y los usos de sus resultados. Por eso, la ciencia es a la vez un acercamiento hacia la objetividad y la visión del mundo de la clase dominante. Está formado por la filosofía dominante y, a su vez, ésta la forma. Los grandes centros de educación e investigación fueron cómplices en la esclavitud, el racismo, propagaron la inferioridad de las mujeres, la eugenesia y las justificaciones para el imperialismo, y los psiquiatras fungieron de consultores en la tortura.
En el mundo actual, y especialmente en los Estados Unidos, vemos una ola de anticiencia. Una alta proporción del público rechaza la evolución biológica y duda de la realidad del cambio climático o del papel humano en este fenómeno. La derecha política ha lanzado una campaña contra la educación pública, que se había democratizado después de la segunda guerra mundial con el G. I. Bill of Rights (oficialmente llamada Servicemen’s Readjustmet Act, ley aprobada en 1944 para financiar estudios técnicos o universitarios de soldados estadounidenses) cuando millones de soldados desmovilizados acudieron a los colegios e universidades y, posteriormente, las luchas de derechos civiles los afroamericanos tumbaron las barreras formales para acceder a la educación superior.
Por otro lado, esta derecha reconoce que necesita la tecnología. Su problema es por tanto promover la ciencia aplicada a la vez que borra la Ilustración con su escepticismo hacia las autoridades y su apertura intelectual, mientras se producen innovaciones para la industria y el Pentágono. Para la mayoría del pueblo el nivel de educación ha bajado, mientras vemos la proliferación de colegios comerciales, diplomas por correo, clases con mayor número de estudiantes, profesores cada vez más proletarizados, menos seguros, con peores salarios y tareas más grandes. Separan las ciencias naturales de las sociales y toda la ciencia de las humanidades. La universidad se aproxima cada vez más a un negocio.
Al interior de las ciencias naturales promueven la fragmentación y un reduccionismo que pretende que, mientras más pequeño el objeto de estudio, más “fundamental” es.
Se pueden encontrar estudiantes de biología que nunca han pisado la hojarasca de un bosque ni han observado en su entorno natural los organismos cuyos hígados han manejado con reactivos en los homogeneizados laboratorios.
Toda esta fragmentación del conocimiento coexiste con llamados hacia la integración, programas inter-, transo no disciplinarios, revistas y simposios y hasta institutos de la complejidad.
El resultado es un conocimiento cada vez más racional y profundo en lo pequeño, a nivel del laboratorio, junto con una mayor irracionalidad y superficialidad a nivel de la empresa como un todo, y una postura al umbral de la complejidad sin cruzarlo plenamente.
La defensa de la ciencia contra el nuevo oscurantismo no puede basarse en pretensiones de la infalibilidad de la ciencia, sino en presentarla como es. Hay que reconocer que, a la larga, toda teoría es falsa. Tiene que ser así: estudiamos lo desconocido tratándolo como si fuera lo conocido. No tenemos remedio. Y lo desconocido se parece a lo conocido suficientemente como para que la ciencia sea posible, pero sigue siendo tan diferente, por lo que la ciencia es siempre necesaria. Como un isótopo, una teoría tiene una vida media antes de que sea desplazada por otra mejor. Pero las teorías buenas tienen una verdad relativa que alumbra, identifica áreas de desconocimiento, desenmascara errores. Reconocer la validez provisional de la ciencia no es solamente imprescindible, también es bello. El buen científico no tiene el orgullo de tener la razón sino el de estar abierto a la sorpresa.
Si el error es efectivamente parte del proceso científico, una tarea de la ciencia es estudiar los errores e inventar métodos para evitarlos. El llamado método científico tiene procedimientos para evitar o corregir los errores individuales, idiosincráticos: hay que tener las placas limpias para evitar la contaminación, un experimento necesita un control muy parecido a los objetos del experimento para compararlos, hace falta procedimientos, estadísticas para estrablecer diferencias verídicas y casuales. Sabemos que el experimentador influye en el experimento, pues diseñamos experimentos a ciegas (ni el paciente ni el administrador de las píldoras debe saber quién recibe el placebo). Y como un lugar particular o la coyuntura pasadera pueden influir en los resultados, se replica el experimento en diferentes laboratorios. Por fin, se somete el informe al escrutnio de colegas que pueden identificar factores que no se han tomado en cuenta o errores de procedimiento.
Eso funciona más o menos bien para identificar los errores idiosincráticos y desenmascarar los fraudes científicos, pero son inútiles frente a aquellos compartidos entre todos en la comunidad científica. Este tipo de errores surge de tres fuentes mayores: la economía política de la producción intelectual, que ha convertido la ciencia en mercancía; la fragmentación y jerarquización institucional de los conocimientos; y la filosofía reduccionista que concuerda tan cómodamente con el capitalismo.
Uno de los errores compartidos más típicos es el plantear el problema en forma muy estrecha. Las explicaciones de un fenómeno vienen desde afuera entonces y lo mejor que podemos hacer es identificar “variables independientes” y asociarlas con los fenómenos de interés mediante un análisis de regresión estadística. El problema es que no se explica a qué se deben las variables independientes, ni si en realidad las variables independientes y dependientes están ligadas en un ciclo de retroacción, lo cual se puede confundir por completo.
Veamos la relación entre la producción y los precios de los alimentos. El modelo indica que las fallas en la producción debido a sequías o inundaciones y plagas reducen la producción, resultando en un alza de precios y por lo tanto en hambre. Más aún, genera una correlación negativa entre los precios y la producción. Es útil porque revela cómo funciona la retroacción negativa y explica cómo el análisis estadístico puede engañar, pero se le puede criticar porque no incluye otros elementos, no separa, por ejemplo, los precios recibidos por el productor de los pagados por el consumidor. Y la idea de que la producción reduce precios es de sentido común solamente en una sociedad de mercado —bajo el feudalismo los precios a corto plazo fueron fijados más por costumbre y en el socialismo por política social.
Pero un alza de precios aumenta la producción, generando una correlación positiva. Cuando las condiciones de producción y los precios en la economía general varían podemos ver correlaciones positivas, negativas o ninguna correlación aun cuando interactúan fuertemente. En el mercado internacional, la correlación es positiva, indicando que la variación en los precios más que las condiciones de producción empujan el sistema.
Esto es un fenómeno de la retroacción negativa (el signo de la retroacción es el producto de los signos de los vínculos) y opera en muchos sistemas: en la relación de depredador y presa, la glucosa y la insulina, una epidemia y la intervención médica, la ansiedad y la glucosa. Entender la retroacción (tanto positiva como negativa) es un paso elemental hacia la complejidad.
Otro error común es el tratar como mutuamente excluyentes y opuestos lo biológico y lo social, fisiológico y psicológico, genético y ambiental, determinista y aleatorio, intelectual y emocional, libre y determinado, orden y caos, interno y externo (una influencia externa es comúnmente interna a un objeto más grande). Aquí lo importante no es asignar pesos relativos a las dos variables como “factores“ sino estudiar su dependencia recíproca.
En la historia de la ciencia nos ha sorprendido muchas veces descubrir que lo que vimos como constante y fijo resulta ser variable. Los huesos no son soportes pasivos del cuerpo sino muy activos en la formación de la sangre. La grasa en el cuerpo es más que el almacén de energía, es muy activa metabólicamente. Los nervios pueden regenerarse. El cerebro puede reubicar funciones. Los genes cambian su actividad según su ambiente. Los oprimidos pueden rebelarse.
El mismo Ser, el Yo de la sicología, tampoco es una constante fijo que tenemos que excavar por debajo de la basura que la sociedad le ha tirado encima, sino una obra en progreso que podemos nutrir: “al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”, dice Eduardo Galeano. Las especies cambian. Los sistemas sociales son pasaderos, etapas en la sucesión de sociedades. El cambio es tan universal que podemos decir que “las cosas” son fotos instantáneas de los procesos. Entonces, hay que entrar más en el estudio del proceso como tal, que se aplica tanto a procesos naturales como sociales. La actitud newtoniana tomaba el equilibrio como la condición natural de las cosas y el movimiento es algo que hay que explicar mediante fuerzas externas. El acercamiento dialéctico es lo opuesto: el cambio es la condición “natural” y el equilibrio tiene que explicarse.
El estudio matemático de procesos no lineales ha demostrado que, aun sin influencias externas, un proceso sencillo puede resultar en movimiento permanente o periódico, lo que se llama caos. Pero no es necesario ser matemático. La tarea de la matemática es educar la intuición para que lo arcano se haga obvio y hasta trivial. Una vez que se hace, podemos ver un sistema y decir que su inestabilidad viene de retroacciones positivas o negativas con demoras u otras combinaciones de retroacciones. Podemos preguntar por qué el mismo proceso puede resultar en consecuencias opuestas, por qué un medicamento que energiza también puede ser calmante, cómo la persistencia de la ansiedad después de un incidente de estrés puede influir el efecto de la insulina sobre la glucosa, por qué un episodio de represión policiaca puede provocar tanto la furia y el temor, la resistencia y la pasividad.
Las cosas que nos interesan tienen más conexiones de lo que imaginamos. En vez de plantear un problema en sus términos mínimos, extraído de su contexto y tratado como constante, es más útil empezar formulando el problema de manera tan amplia que, si bien fácilmente quepa una solución, al examinar sus conexiones, que de primera intención pueden aparecer absurdas, se pueda justificar después la simplificación provisional y entonces volver al todo.
Tenemos que reconocer que los fenómenos del mundo existen en diferentes niveles de organización a la vez y ningún nivel es más fundamental que los otros. Las moléculas determinan las reacciones químicas al interior de la células, pero la evolución del cuerpo determina cuales moléculas están allí y el estado de ánimo puede guiar la actividad celular. La estructura del cerebro hace posible nuestros pensamientos pero no los determina (como la línea telefónica facilita la conversación pero no determina lo que decimos). A cada nivel tenemos dinámicas propias pero ligadas a otros niveles.
Finalmente, podemos dirigir toda la perspicacia de la crítica de la ciencia hacia nosotros mismos: si entendemos el patrón de conocimiento e ignorancia en la ciencia contemporánea, cómo se formó su agenda actual, dónde es más acertada y dónde falaz, y si examinamos la procedencia de nuestros propios pensamientos y preferencias intelectuales, si reconocemos nuestra estética investigativa, estaremos entonces en mejor condición de guiar nuestro trabajo conscientemente, congruente con nuestros valores. Y así podemos a la vez defender y criticar la ciencia.
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Richard Levins
Harvard School of Public Health. |
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como citar este artículo →
Levins, Richard. (2014). Las dos caras de la ciencia. Ciencias 111-112, octubre 2013-marzo 2014, 12-15. [En línea]
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