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Territorios violados | |||||||||||||
Ronald Nigh y Nemesio J. Rodríguez Colección Presencias, Instituto Nacional Indigenista/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1995. |
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A principios de este siglo era posible encontrar
en el planeta extensas superficies de tierras silvestres que, desde una perspectiva evolucionista, se consideraban fuentes inagotables de nuevas especies vegetales y animales y, al parecer, fronteras sin límites para la migración humana. Sin embargo, esa situación ha cambiado, pues casi todas las regiones del planeta resultaron de algún modo afectadas por la sociedad industrial, y con año se experimenta una acelerada pérdida neta de especies. Las exiguas zonas silvestres que todavía subsisten en el mundo, como la Amazonia, no son más que enormes islotes amenazados por los planes nacionales de "desarrollo" y por los bancos multilaterales. En la mayor parte de las regiones del mundo las tierras silvestres se encuentran alteradas, fragmentadas y desconectadas. Los ecosistemas han llegado a tal extremo de deterioro que están a punto de convertirse en una verdadera amenaza para los sistemas regionales básicos de sostenimiento y generación de la vida, tales como los ciclos del agua, la fertilidad de la tierra y el clima. Por otra parte, actualmente existen evidencias que permiten afirmar que el deterioro ecológico local, a su vez, está alterando los procesos ecológicos en todo el mundo.
En la última década, a la ecología global se le ha dado un lugar preponderante, al extremo de convertirla en la "ciencia momento". Por ello, no resulta extraño que las portadas de las revistas —por no mencionar otras imágenes que difunden medios masivos de comunicación— nos induzcan a pensar en el "uso y aprovechamiento de los recursos naturales del planeta". Sin embargo, el surgimiento de esa nueva concepción respecto a la dimensión global del problema no debe apartarnos de la tarea que tenemos enfrente, pues la pregunta que hay que responder no es cómo conservar el planeta, sino cómo conservar todos y cada uno de sus miles de hábitats humanos y culturales, todas y cada una de sus miles de pequeñas fracciones y parcelas de tierra, cada una de las cuales, por sus características, no solamente es única e inestimable sino irremplazable. La conservación de cada pedazo de tierra del mundo es una tarea que, por lo general, llevan a cabo los pueblos que los trabajan y viven en ellos. Por generaciones, ciertas comunidades han vivido en lugares que conocen profundamente y con los cuales establecen relaciones sociales y culturales muy cercanas. La mayoría de los pueblos indios de América Latina han sabido preservar esa forma de relación con su entorno. Las últimas regiones silvestres que prevalecen en América Latina son, en su mayoría, por tradición, territorios indios. De lo que se desprende que, en esas regiones, cualquier amenaza en contra de la diversidad biológica y de la integridad de los ecosistemas necesariamente se convierte en un obstáculo para la sobrevivencia física y cultural de los pueblos indios.
Debido al incremento de los contactos entre las organizaciones conservacionistas internacionales, los pueblos y las organizaciones indias, nos interesó —como antropólogos que trabajamos en México— investigar cuáles han sido y son los propósitos, perspectivas y alcances de la intervención de esos organismos en Latinoamérica. La historia de las relaciones entre los pueblos indios y los conservacionistas —como más adelante tendremos oportunidad de ver— tiene capítulos positivos y negativos. En cuanto abordamos el análisis de las propuestas para la conservación de la diversidad biológica en América Latina, presentadas por las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y otras agrupaciones conservacionistas ante bancos y gobiernos, constatamos lo que en párrafos anteriores mencionamos: la mayoría de las regiones de América Latina consideradas prioritarias para la conservación de la biodiversidad son territorios indios. De este hecho se desprenden ciertas implicaciones fundamentales. La primera de ellas, que vale la pena subrayar, es qué los esfuerzos y recursos cada vez mayores de gobiernos, bancos de desarrollo y ONG internacionales para apoyar programas de conservación de la biodiversidad, se canalizarán hacia ámbitos y recursos que tradicionalmente pertenecen a un gran número de pueblos amerindios. En consecuencia, las recomendaciones hechas por organizaciones conservacionistas internacionales a los sectores gubernamentales y a las agencias que se ocupan del desarrollo constituyen de facto una política indigenista, al menos en lo que concierne al uso de los recursos naturales.
Otra de las implicaciones, que se vincula con la simultaneidad y superposición espacial entre tierras indias y biodiversidad, surge de los patrones culturales indios ancestrales que, en promedio, han dado como resultado la preservación de dicha biodiversidad. Este libro está dedicado, en gran parte, al análisis y evaluación del comportamiento de esa generalización en ciertas zonas indias específicas. A la vez que examinamos, también, los alcances que esas formas ancestrales de preservación de los recursos pueden llegar a tener en la planificación de estrategias de conservación efectivas y de desarrollo sustentable.
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Fragmento de la introducción.
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cómo citar este artículo →
Nigh, Ronald. Rodríguez, Nemesio J. 1996. Territorios violados. Ciencias, núm. 41, enero-marzo, pp. 78-79. [En línea].
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Las sustancias de los sueños: Neuropsicofarmacología
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Simón Brailowsky Colección La ciencia desde México. Fondo de Cultura Económica, 1995 |
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Este libro trata sobre los agentes químicos, fármacos, medicamentos o drogas que tienen efectos en el cerebro, es decir, en el sistema nervioso central. Y al referirnos a ellos emplearemos estos términos indistintamente.
Existen sustancias naturales, como el café o el chocolate hasta la morfina o el peyote, y sintéticas (fabricadas por el hombre) que, a causa de sus propiedades fisicoquímicas, interactúan con porciones del cerebro que las reconocen como propias. Pero ¿cómo es esto posible?, ¿cómo ocurre este reconocimiento? ¿quiere esto decir que el cerebro normalmente contiene drogas?
En efecto. El cerebro está lleno de drogas. Y gracias a ellas el cerebro es la maravilla que todos conocemos pero que poco entendemos. Estas "drogas" hacen que el cerebro funcione; producen estimulación e inhibición nerviosas, dos de los elementos fundamentales de la comunicación celular. Con estas sustancias percibimos nuestro ambiente, queremos y odiamos, aprendemos y olvidamos, hablamos y nos movemos. Son sustancias que pueden convertirse en la solución a un problema grave, o en la llave de entrada a los infiernos. Nuestras realidades están hechas de ellas..., lo mismo que nuestros sueños. No podemos separar el sueño y la vigilia porque ambos constituyen estados propios del cerebro y son producto de la interacción de las sustancias que allí se encuentran. Es necesario pensar en nuestras facultades mentales en esos términos para entender mejor nuestro cerebro, sin olvidar, por supuesto, el medio que lo rodea.
Reconocer lo anterior representa miles de años de avance biológico: el órgano más evolucionado del universo encierra las mismas moléculas que se encuentran en plantas y organismos inferiores y esto apunta hacia un origen común de todas ellas: las fuentes de la vida.
Es decir, al estudiar el cerebro se pueden conocer también las sustancias que contiene y entender el porqué de los efectos de las. drogas capaces de afectarlo. Y cuanto mejor se conozca el cerebro, mejor combatiremos sus enfermedades.
No todo es color de rosa. El cerebro es un órgano delicado que dirige nuestros actos, nuestra voluntad y nuestros sentimientos. Esto significa que las drogas capaces de alterarlo actúan en lo más esencial de nuestra humanidad. Si pensamos en el amigo que cambia radicalmente de personalidad después de haber ingerido elevadas dosis de alcohol, o en el joven que inhala solventes aun sabiendo del daño que esto acarrea, nos daremos cuenta de que las drogas representan un cuchillo de dos filos.
Deseamos reiterar la aclaración ya hecha: cuando hablamos de drogas nos referimos a lo que en general se conoce como fármacos, definidos como todas aquellas sustancias capaces de modificar la sustancia viva. Y en este sentido, se consideran fármacos tanto el perfume (o si no ¿cómo nos podría gustar o disgustar?) como la cocaína, pasando por la aspirina o el té de tila. Así es. No hay que asustarse. Se trata, en efecto, de todas las sustancias que nos hacen "sentir algo"; las "naturales" que conseguimos con el yerbero del mercado, y las ampolletas de tranquilizantes que adquirimos en la farmacia. No pensemos, al leer esta obra, que cuando hablamos de "drogas" sólo nos referimos a las sustancias prohibidas o dañinas. En este contexto, por lo tanto, será equivalente hablar de fármaco o de droga, esta última tal y como se utiliza en francés o inglés (v. gr., en inglés drougstore —literalmente tienda de drogas— = farmacia). Es quizás la acepción científica más amplia de dicho término.
Para entender cómo funcionan los fármacos es necesario conocer su estructura química, el proceso de su preparación, los factores que determinan su potencia o la vía por la que se administran, los mecanismos de sus efectos y cómo interactúan con el tejido nervioso.
Los objetivos de esta búsqueda son múltiples: combatir las enfermedades que afectan el sistema nervioso (y cuyas desastrosas consecuencias para el paciente y su ambiente conocemos) y, en general, mejorar la calidad de vida del ser humano y los animales.
Este conocimiento no es sencillo. Algunos aspectos serán más áridos que otros, pero el-marco general no cambia, puesto que abordaremos una materia muy compleja: nuestro cuerpo y nuestra mente, nuestros dolores y nuestras pasiones. Mantengamos presente esta idea para hacer una travesía placentera. Es el mejor modo de aprender.
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Fragmento de la introducción.
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bibliofilia |
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México, diversidad
de culturas
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Jan de Vos | ||||||||||||||
México, diversidad de culturas
Víctor Manuel Toledo
CEMEX/ Agrupación Sierra Madre, 1995
Hace unos años, el gobierno de mi país, al organizar
una gran exposición cultural en torno a México, me pidió hacer un retrato hablado y escrito de sus habitantes. Intenté entonces identificar en el carácter mexicano el rasgo que, a mi modo de ver, más lo adorna: su generosidad.
El libro que tengo en las manos es un regalo en el cual tuvieron que ver varias generosidades: la de los colaboradores, quienes estuvieron dispuestos a compartir saberes y habilidades; la de los editores, quienes obviamente utilizaron todos los recursos a su alcance para obtener un producto de primera calidad; la de la naturaleza mexicana, con justo orgullo celebrada como una de las diez más diversas del mundo; y sobre todo la de los campesinos indígenas de este país, quienes son los verdaderos protagonistas de la historia aquí contada e ilustrada. El resultado es una obra de arte en la que la palabra y la imagen lograron encontrarse en un abrazo feliz y, gracias a esta simbiosis poco común, proporcionar al lector un momento de gozo estético en medio de la masificación material y espiritual que es nuestro pan de cada día.
La belleza artística no es, sin embargo, la virtud principal de este libro. Gracias a Víctor Manuel Toledo, somos testigos de la elaboración de una nueva tipología de las culturas indígenas de México, con base, ya no en las más de cincuenta lenguas aún habladas en este país, sino en las relaciones que las poblaciones autóctonas supieron crear con los seis grandes escenarios naturales que ofrece la geografía nacional: el trópico húmedo, el trópico subhúmedo, las montañas, los lagos, los pantanos y las costas, el altiplano y el desierto. Es esta tipología la que forma la columna vertebral de su inspirado texto. Como etnoecólogo que es, Víctor Manuel define las culturas indígenas de México a partir del diálogo que éstas establecieron con la madre tierra a lo largo de los últimos siete mil años. Los seis entornos físicos en los que les tocó vivir dieron lugar a otros universos culturales, ya que cada uno presentaba sus propias limitaciones, ventajas, resistencias e invitaciones a la convivencia.
Al introducir el acercamiento a la naturaleza como elemento primordial de diferenciación cultural, Víctor Manuel devuelve al indígena mexicano su característica fundamental, la de ser campesino, pobre por la marginación en la que se encuentra actualmente pero rico en costumbres y saberes milenarios. Nos ofrece a nosotros, los "urbanizadores e industrializadores", un recorrido por el mundo rural de México, no sólo por el espacio de la geografía nacional, sino también por el tiempo, es decir, un viaje ecohistórico a las raíces que son la riqueza auténtica, por que propia, de este país. "Reconocer las memorias olvidadas de esas culturas quizás es hoy una de las tareas más necesarias para una sociedad en crisis, urgida de una nueva visión", nos advierte en la conclusión de su texto. Y menciona, como ejemplo, la ceremonia del chaa-chac, el ritual que los mayas de Yucatán celebran para pedir la lluvia.
Vale recordar que el chaa-chac es sólo un momento en el ciclo complejo que constituye, aún hoy día, el sistema agrícola por el cual se rige la milpa yucateca y que dio origen al tzolkin o calendario sagrado, de acuerdo con el que se ordenan los días en que deben realizarse las labores y las distintas ceremonias relativas a ellas. Desde la selección hasta la quema del terreno transcurren para el campesino maya exactamente 260 días, y esta cantidad se repite con la misma precisión desde la siembra de la semilla hasta el desgrane del maíz. Sigue siendo el cultivo de esta planta motivo de reverencia y objeto de ofrendas entre los mayas. Continúa la actitud que hace más de trescientos años fray Pedro Sánchez de Aguilar describió con estas palabras: "Todo cuanto hacían y decían era en orden del maíz, que poco faltó por tenerlo por Dios, pues es tanto el encanto y embeleso que tienen por las milpas, que por ellas olvidan hijos y mujer y otro cualquier deleite como si fuera su último fin y bienaventuranza".
Obra de arte y ensayo académico: no hay duda de que el libro cumple generosamente con ambos requisitos. Pero posee aún una dimensión, la de un discurso apasionado en defensa del mundo rural mexicano. Sus autores abogan por un profundo cambio en la política oficial hasta ahora prevaleciente en terrenos tan importantes como el manejo del medio ambiente y la promoción la agricultura tradicional. Víctor Manuel Toledo en varias ocasiones subraya la falta de conocimiento y respeto por el mundo indígena que caracteriza a nuestra sociedad urbana, "por desgracia acostumbrada a uniformar lo mismo paisajes y maneras de producir que sensibilidades y formas de pensamiento" (p. 169). Pero también insiste en la enorme vitalidad del México profundo y su probada capacidad para resistir los embates de nuestro neoliberalismo simplón: "A pesar de este desdén y de esta intolerancia, la diversidad de culturas de México existe, resiste y persiste, y no sólo eso, también se multiplica, se expande y se introduce en ámbitos antes prohibidos, extraños o alejados" (p. 171).
Los invito a todos a dejarse prender por el bello libro que hoy se presenta, y a tomar conciencia, por medio de las palabras comprometidas de Víctor Manuel Toledo y las imágenes elocuentes de Patricio Robles Gil, Antonio Vizcaíno y otros 25 destacados fotógrafos, de la inmensa sabiduría que aún se preserva en el mundo rural mexicano, sabiduría que proviene, básicamente, del diálogo amoroso y respetuoso que los campesinos, pescadores y artesanos indígenas nunca dejaron de mantener con la madre tierra. "México sigue siendo un país donde la sociedad se arraiga con y en la naturaleza. ¿Sabrán reconocerlo y respetarlo sus clases dirigentes?", se pregunta Víctor Manuel al terminar el libro. "¿Sabremos reconocerlo y respetarlo nosotros, aquí reunidos?", me pregunto yo, al finalizar la presentación del mismo. Una buena manera de saber la respuesta es leerlo, porque sólo así comprobaremos lo cierto del encabezado de la conclusión, el de ofrecer "lecciones para el presente y acciones para el futuro". Al autor y a los editores, mi admiración más sincera por este libro, último de la colección, pero también "fuera de serie".
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Texto leído en la presentación del libro México, diversidad de culturas, de Víctor Manuel Toledo (editado por CEMEX y Agrupación Sierra Madre) el 28 de noviembre de 1995, en el auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología.
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Jan de Vos
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cómo citar este artículo →
De Vos, Jan. 1996. México, diversidad de culturas. Ciencias, núm. 41, enero-marzo, pp. 74-75. [En línea].
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de la solapa |
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Alimentos: del tianguis al supermercado
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Agustín López-Mungía ADN Editores/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1995 |
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Nos levantamos muy temprano. Me había despertado
el escándalo de los guajolotes que criaban los vecinos. También criaban perros pelones (zoloizcuintle) pero para mi sorpresa parecían no saber ladrar. Era una mañana muy fría y caía una ligera llovizna. Del interior de la cabaña de Tonahuac se admiraban los volcanes nevados y una extraña mezcla de luces y sombras daba al ambiente un aspecto que me hizo sentir nostálgico.
—Se me antoja un chocolate bien caliente y espumoso —comenté, al tiempo que me frotaba contra la manta de fibra de maguey con la que había dormido.
Tonahuac levantó las cejas asombrado. —No soy rico, Pablo, aunque en una época me aficioné al chocolate. De unos meses para acá, lo he dejado; me resultaba peligroso dada mi terrible adicción, pues me estaba bebiendo todo mi capital.
—En mi época pasa lo mismo, aunque nos hemos vuelto más refinados. Ya no se bebe el dinero directamente.
—Mejor esperemos llegar a las cocinas de Moctezuma, donde el chocolate sobra. El Tlatoani bebe todo el día. Es la fuerza de Quetzalcóatl. ¿Sabías que regaló la planta a nuestros antepasados toltecas, después de robarla a otros dioses? Esa debió ser la causa de su partida, pues los dioses enviaron a Tezcatlipoca en venganza. Dicen unos que lo obligó a mirarse al espejo, dicen otros que lo engañó y lo hizo beber pulque. No sé, pero el humillado huyó entristecido. Además vio que la planta de cacao estaba seca. Debió ser terrible. En las playas de Tabasco arrojó las últimas semillas y desapareció. La planta no creció más en el altiplano. Creció en tierras que lo vieron partir. Moctezuma se une en espíritu a Quetzalcóatl al beber chocolate. No sé. Al beber se excita. No duerme.
—Han de ser la teobromina y la cafeína —comenté, consciente de que mi conocimiento sólo explicaba parcialmente el encanto que esta bebida tenía sobre nuestro pueblo.
—¿Quiénes son esas señoras? —preguntó con sincera ingenuidad.
—Son sustancias naturales que provocan excitación, te activan, te mantienen despierto. Déjame decirte que en el futuro, este regalo que Quetzalcóatl les hizo, se extenderá por todo el mundo. Primero algunos lo consideraron como "brebaje", y la espuma les producía asco, pero después... no hay pueblo en el mundo que no lo conozca.
No pareció sorprendido, pero continué:
—Porque con el tiempo, se encontró que con la grasa del cacao se elaboran dulces que resultan irresistibles y se puede dar sabor a mil cosas, imagina una pequeña pasta suave, que al calor de la boca, se disuelve liberando un sabor equivalente a todo el chocolate que Moctezuma se bebe en una jícara, aunque con mucho menos grasa, menos espeso.
—¿Qué es la grasa?
—Bueno, la grasa es parte de muchos alimentos, nos proporciona energía, es decir fuerza, para toda actividad como correr, subir pirámides, cargar piedras; hasta para dormir y pensar necesitamos de esa fuerza que nos da la energía proveniente de la grasa. Es nuestro almacén de energía —estuve a punto de tomarlo de una lonja pero me contuve. Hay grasa en la leche de animales que amamantan a sus crías, hay grasa en la carne de los animales, grasa en verduras como el aguacate ...
—¿Aguacate?, eso suena como a "ahuacatl", árbol de los testículos: ¿su fruto tiene grasa?
Dudé una fracción de segundo; el albur era posterior a la Conquista, así que mejor no dije nada. Qué bueno que era yo el del viaje y no el "Kori", que nos habría hecho pasar vergüenzas con nuestros antepasados.
—En efecto, ahí también hay grasa, como en el coco o en granos como el maíz y el algodón. Aunque uno de los usos más importantes ustedes todavía no lo conocen: freír los alimentos. Quizás es por eso que aquí no hay gordos ni hipertensos.
—¿Hipertensos?
—Cuando se excede el consumo de ciertas grasas, se acumulan en los conductos por donde viaja la sangre, los tapan. Entonces el corazón tiene que trabajar con más fuerza, ya que sube la presión que tiene que vencer para hacer llegar la sangre a todo el cuerpo.
Conoces al cacique de Zempoala? Es gordo y seguro es hipertenso.
—He oído de él. Pero bueno, la grasa está formada por ácidos grasos y glicerina. Hay alrededor de unos 18 ácidos grasos importantes y, dependiendo de cuáles tenga la grasa, ésta es líquida o sólida a la temperatura del ambiente. De hecho, cuando es líquido se le denomina aceite y grasa cuando es sólida. Volviendo al chocolate, su grasa tiene una alta proporción de tres ácidos grasos (palmítico, oléico y esteárico). Esto hace que sea sólida en el medio ambiente de la ciudad, pero se disuelve al calor del cuerpo (en realidad a 34°C), por lo que no puede masticarse: se disuelve en la boca.
—Tu español es raro, mucho más que el de Tzopini, el sobrino de Jerónimo. Anoche me hablabas de bichos y enzimas. Yo creo, cuando dices haber visto todos esos, como los llamas ¿microorganismos?, que es bajo el poder de teihuinti, que pasa frente a los ojos toda suerte de visiones —comentó Tonahuac, refiriéndose a otro hongo alucinógeno—. El cacao sólo lo tostamos, lo molemos hasta hacerlo polvo, lo mezclamos con agua y le damos sabor con miel y vainilla. Antes de beber, lo batimos para que aparezca la espuma.
—Qué raro, yo creía que lo tomaban amargo (xócoc = amargo atl = agua)
—no agregué que el chocolate español era más bien amargo y que el suizo y francés dulce, pues en estos países le agregó azúcar, pero continué:
—Pues sé que no quieres que te hable del futuro, pero de entrada ahora se producen 2.4 millones de toneladas de granos y los principales productores son Costa de Marfil, Malasia e Indonesia. Sí, sí, ya sé.
—comenté, al ver que me iban a interrumpir—, luego te digo a cuántos costales equivale esa cantidad y dónde están esos mundos, pero todos están confinados a latitudes 20° norte o sur del Ecuador. Bueno, el caso es que antes de embarcar el grano hay que curarlo, es decir, fermentarlo. Ahí es donde entran los bichos.
—¿Podemos verlos?
—Sólo cuando se juntan muchos de ellos. El caso es que por mecanismos que aún en mi época no se conocen bien a bien, los granos frescos que están cubiertos por una pulpa blanca rica en azúcares se fermentan rápido. El azúcar y el calor penetran en la piel e inician cambios que son muy importantes para el color y el aroma. Después viene el tostado. Y luego un prensado. La calidad del cacao depende de la eficiencia con que se fermentó la cocoa.
—Muchas palabras y cosas nuevas Pablo; cuando dices cacao y dices cocoa, ¿dices lo mismo?
—Sí, se usan indistintamente. Al prensar el licor, se separa la grasa, a la que llaman mantequilla de cacao, y la otra mitad, queda como un licor de chocolate con el que se hace polvo para darles el sabor del chocolate a muchos productos, o se bebe directamente.
—Ayer hablabas de las enzimas, que permiten las reacciones, y que provocan cambios, ¿tienen que ver también con el chocolate?
—Vaya que si tienen que ver. De entrada, para que puedas usar la energía de la grasa en el cuerpo, es necesario que separes los ácidos grasos de la glicerina. Esto lo hacen las enzimas que se llaman lipasas. ¿Y sabes dónde las tienes?... en la panza (para ser más precisos en el páncreas), tanto tú como el tlatoani.
—Cada vez resultas más complicado, comprendo poco. Aunque quizá sepas por qué enfermo con ese olor raro que a veces tiene el tlalcacahuatl, "cacao de tierra".
—preguntó al tiempo que tomaba un puñado de cacahuates de un costal.
—¿Comprendes poco?, lo dudo. Los cacahuates, o como tú les llamas, también tienen mucha grasa, y cuando la grasa es "no saturada" (contiene ácidos grasos no saturados, que pueden ser oxidados), se deteriora fácilmente, se "oxida" y da lugar a un sabor a "rancio". Eso también lo hace una enzima que se llama lipoxigenasa. En mi mundo ahora está de moda consumir grasas "no saturadas". Dicen que por eso los esquimales, que viven en mares fríos, casi no mueren del corazón.
—¿Abolieron los sacrificios?
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Fragmento del capítulo 4. | ||||||||||||||
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cómo citar este artículo →
López Munguía, Agustín. 1996. Alimentos: del tianguis al supermercado. Ciencias, núm. 41, enero-marzo, pp. 76-77. [En línea].
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del bestiario |
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Una paloma llamada Martha | ||||||||||||||
Héctor T. Arita | ||||||||||||||
La tarde del primero de septiembre de 1914 todo
parecía en orden en el zoológico de Cincinnati, en Ohio, Estados Unidos. Un empleado realizaba su ruta cotidiana, cubriendo con cuidado las jaulas de los pájaros. De pronto, al acercarse al área de las palomas, notó algo inusual y se percató de que nunca en su vida iba a olvidar aquella tarde. En el fondo de su jaula yacía inerme una paloma. No se trataba de una paloma cualquiera.
"Martha ha muerto", reportó con tono sombrío el empleado a su supervisor. Se hicieron rápidamente los arreglos necesarios y en pocas horas el cuerpo de la paloma fue congelado, embebido en un bloque de hielo de más de cien kilos y enviado a la Smithsonian Institution, en Washington, D. C, para ser disecado. ¿Qué clase de paloma era ésta para merecer tan especial "servicio funerario"? Se trataba simplemente de la última sobreviviente de una especie que no muchos años atrás había asombrado a los naturalistas por su abundancia sin par. Con la muerte de Martha se cerraba uno de los capítulos más impresionantes y bochornosos de la larga y continua historia de las especies que el hombre ha hecho desaparecer del planeta.
Martha era la última paloma viajera (Ectopistes migratorius). Las palomas viajeras o pasajeras eran notablemente parecidas a las huilotas (Zenaida macroura) pero de mayor tamaño y vigor y con la cola más larga y puntiaguda. Bajo cualquier criterio, la paloma viajera era el ave más abundante que haya existido sobre el planeta. Su área de distribución incluía todas las zonas boscosas de Norteamérica, principalmente al este del Mississippi desde la bahía de Hudson hasta el norte de México.
En cuanto al tamaño de sus poblaciones, abundan los relatos de principios del siglo XIX sobre ingentes parvadas de esta paloma. Entre los naturalistas que fueron testigos del maravilloso fenómeno del paso de grupos de palomas viajeras destacan los connotados ornitólogos Alexander Wilson y John James Audubon. Un día de 1810, Wilson se sentó en el banco de un río a observar el paso de una gigantesca nube de palomas viajeras. Calculó que el grupo tenía algo así como dos kilómetros de ancho, cerca de 380 km de extensión, que se movía a unos 90 km por hora y que contenía no menos de dos mil millones de individuos. Audubon, en 1813, observó una parvada de las palomas cuando se encontraba a unos 90 km en camino a Louisville, Kentucky. Cuando finalmente llegó a la ciudad, la parvada seguía pasando sobre su cabeza en densidades tales que "oscurecían la luz del mediodía como si se tratara de un eclipse".
Aun usando cálculos más conservadores que los de Wilson, Audubon llegó a la conclusión de que la parvada que había observado tenía al menos mil millones de palomas.
Martha nunca conoció la gloria que alcanzaron las de su estirpe. La última de las palomas viajeras nació en cautiverio, vivió hasta los 29 años bajo el cuidado de los empleados del zoológico y nunca participó en las masivas migraciones que sus parientes silvestres realizaban entre los bosques que les proveían de alimento o de sitio de reproducción. En compensación, Martha tampoco tuvo que testificar el increíble colapso de la especie que se dio en la segunda mitad del siglo XIX.
La saña con la que se persiguió y exterminó a la paloma viajera rivaliza con la espectacularidad de sus parvadas. A mediados del siglo XIX, la carne más barata que se podía conseguir en Estados Unidos era la de paloma, por lo que este animal tenía una gran demanda. Un comerciante de Nueva York se ufanaba de vender más de 18 000 palomas diariamente. Grupos organizados de cazadores exterminaron grandes agrupaciones de lo que parecía ser un recurso ilimitado. En un solo día de 1878, un grupo de hombres dio le a más de mil millones de palomas en un sitio de anidación del estado de Michigan.
Para cuando Martha nació, en 1885, las poblaciones habrían sido ya fuertemente diezmadas, pero la inclemente casería continuó. Para 1896 quedaban únicamente alrededor de 250 000 individuos adultos. En ese año, un mensaje telegráfico alertó a los cazadores sobre un grupo de anidación en el estado de Ohio, probablemente el último que se formó. La eficiencia de los que llegaron al sitio fue asombrosa: se colectaron cerca de 200 000 piezas, esto sin contar los 100 000 polluelos que se dejaron abandonados en el sitio. El botín fue empacado y enviado por tren a los mercados del este de Estados Unidos. El vagón en el que viajaban, sin embargo, se descarriló dejando expuestos al sol los cuerpos de las palomas. En avanzado estado de putrefacción, las piezas fueron arrojadas a una cañada. Patético final para una especie que llegó literalmente a dominar los cielos norteamericanos.
El último registro de una paloma viajera en estado silvestre es de 1900, fue un individuo que fue cazado por un jovenzuelo del condado de Pike, en Ohio. Catorce años más tarde, con la muerte de Martha, la extinción alcanzó a una de las especies más espectaculares que hayan existido las. Lo único que queda de la paloma viajera son los relatos de los naturalistas, ejemplares científicos y algunos individuos disecados que se exhiben en los museos como testigos de una de las extinciones más increíbles de la historia. En el Museo Dugés, en Guanajuato, existe un ejemplar disecado de esta paloma. De igual manera, el cuerpo disecado de Martha se puede admirar en una vitrina de el National Museum of Natural History de la Smithsonian Institution, en Washington.
La triste historia de la paloma viajera ilustra uno de los problemas con los que se enfrentan en la actualidad los biólogos de la conservación. Normalmente se considera que las especies más raras son las más susceptibles de extinción. De hecho, en ciertas clasificaciones, como la de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) y la norma oficial mexicana sobre especies en peligro y amenazadas, se incluye la categoría de especies raras. Implícita en esta categorización está la idea de que las especies raras podrían estar en mayor riesgo de desaparecer que las más comunes. Por extensión, se podría entonces suponer que las especies más comunes son las menos vulnerables a la extinción. La historia de la paloma viajera y la de otras especies nos muestra que esta lógica simplist a puede ser un peligroso sofisma.
En realidad podemos cometer dos tipos de errores al juzgar la vulnerabilidad de una especie con base en su abundancia. El primer tipo de error sería proteger una especie rara que en realidad no esté en peligro de extinguirse. El otro tipo de error sería ignorar una especie abundante pensando que no requiere protección especial. Los dos tipos de error pueden resultar costosos.
En la norma oficial mexicana sobre especies en peligro, amenazadas y raras se incluyen 134 especies y subespecies de anfibios, 308 de reptiles, 144 de aves y 91 de mamíferos en la categoría de taxón raro. En la mayoría de los casos, este elevado número de especies y subespecies refleja nuestra ignorancia sobre el estado real de las poblaciones de vertebrados de México. Muchos de estos taxa se encuentran en la categoría de raro porque se han encontrado con poca frecuencia en las expediciones de campo, aunque no haya pruebas de que estén amenazados de alguna manera. En cierta forma, se asumen las consecuencias del error del primer tipo: tal vez estemos protegiendo algunas especies que en realidad no lo necesitan, pero el costo es probablemente muy bajo comparado con el que resultaría de no proteger alguna especie que sí lo requiera.
Efectivamente, sería mucho más costoso en términos de conservación el cometer un error del segundo tipo. Esto es justamente lo que sucedió en el caso de la paloma viajera. Siendo un animal tan abundante, la gente nunca se imaginó que las poblaciones pudieran desaparecer algún día.
Existen otros casos de especies muy abundantes que podrían ser más susceptibles de extinción que otras más raras. El caso típico es el del bisonte americano (Bison bison). Así como la paloma viajera dominó los cielos de Norteamérica, el bisonte fue amo de las praderas del norte de México, Estados Unidos y sur de Canadá hasta finales del siglo pasado. Se estima que llegó a haber unos 50 millones de individuos de esta especie, lo que equivale a unas 30 millones de toneladas de bisonte. (En comparación, los 362 millones de humanos que actualmente pueblan Norteamérica pesan algo así como 21 millones de toneladas). En una historia muy parecida a la de la paloma viajera, la salvaje cacería del bisonte hizo que para 1890 quedaran apenas unos cuantos cientos de animales. En la actualidad, gracias a los programas de conservación, subsisten unos 100 000 bisontes, apenas 0.2 % del total de animales que alguna vez hicieron retumbar el suelo de las praderas de Norteamérica.
Otros ejemplos de animales aparentemente abundantes son los de las especies que forman grandes concentraciones en sitios específicos. Tal es el caso de la mariposa monarca (Danaus plexippus) y el murciélago guanero (Tadarida brasiliensis). La mariposa monarca en unos pocos refugios del centro de México las famosas congregaciones de hasta 20 millones de insectos. El murciélago, por su parte, forma colonias de maternidad en ciertas cuevas de México y de Estados Unidos en las que se han contado hasta 40 millones de animales.
La impresión que queda luego de visitar los refugios de las monarcas o las cuevas del murciélago guanero es que estas especies son tan abundantes que no es posible que puedan estar en riesgo de extinción. La realidad es, sin embargo, que ambas especies podrían desaparecer si no se toman medidas adecuadas para su conservación. El problema principal es que un porcentaje altísimo de la población total de ambas especies se concentra en sitios particulares: la mariposa en ciertos bosques de oyamel y el murciélago en determinadas cuevas. Si algo llega a afectar estos sitios, la población entera podría sufrir las consecuencias. De hecho, sólo por medio de campañas de educación ambiental y de conservación se ha logrado preservar hasta ahora los refugios de la mariposa monarca. Se necesitarían acciones similares para garantizar la subsistencia de las colonias de los murciélagos guaneros.
Todas las especies que acostumbran formar grandes grupos tienden al efecto de Allee, llamado así en honor del científico que describió cómo en ciertos animales sociales aun una disminución pequeña en el número de individuos puede llevar a la desaparición de la población entera. Esto se debe a que por cuestiones conductuales, fisiológicas o de reproducción estos animales no pueden subsistir en grupos pequeños. Los murciélagos guaneros, por ejemplo, necesitan formar grandes colonias para mantener en sus sitios de refugio una temperatura alta que garantice el buen desarrollo de las crías. Si el tamaño del grupo disminuye por debajo de un umbral dado, aunque esté compuesto por decenas de miles de animales, la reproducción ya no es posible y la población se extingue.
Es posible que la causa final de la extinción de la paloma viajera se deba al efecto de Allee. Al final del siglo XIX, cuando aún quedaban miles de palomas, la especie ya estaba condenada a la extinción. Es probable que las últimas palomas hayan sido incapaces de encontrar sitios de alimentación y, mucho menos, de reproducción, al no poder formar ya las inmensas parvadas necesarias para la vida social normal de esta especie. Por supuesto, fue la matanza salvaje por parte de los colonizadores lo que llevó a la especie hasta el punto en que fue susceptible al efecto de Allee.
Cuando Martha aún vivía en su jaula del zoológico de Cincinnati, la especie Ectopistes migratoríus estaba en realidad ya extinta. Si bien aún quedaba un ejemplar vivo de la especie, todas las características ecológicas y conductuales de la especie se habían ya perdido para siempre. Lo que sucedió la tarde del primero de septiembre de 1914 representó sólo el punto final del epitafio de esta excepcional especie.
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Referencias Bibliografícas
Burton, J. A. y B. Pearson. 1987. The Collins guide to the rare mammals of the world. William Collins Sons & Co., Londres. [Contiene información sobre más de mil especies raras de mamíferos].
Day, D. 1989. Vanished species. Gallery Books, Nueva York. [Contiene información sobre especies que se han extinguido. Gran parte de la información que se presenta aquí sobre la paloma viajera ha sido extraída de este libro]. |
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Héctor T. Arita
Centro de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Arita, Héctor T. 1996. Una paloma llamada Martha. Ciencias, núm. 41, enero-marzo, pp. 70-72. [En línea].
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