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Ramón Peralta y Fabi |
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Las creencias y la fe asociada a ellas, si bien resultan de
una actividad social, fruto de la cultura de una colectividad, son en el fondo una experiencia personal, cambiante, e íntima. El conocimiento del mundo y su comprensión se adquieren socialmente y van cambiando en función de la experiencia y la cultura, pero —en contraste— sus elementos son sujetos de crítica y confrontación con la evidencia; no obstante, las respuestas —siempre temporales o tentativas— tienen un carácter universal. ¿Cómo es esto? Cada uno tiene sus creencias y el derecho inalienable de que se le respete por ellas. Eso no significa que todas las creencias sean respetables o que se permita poner cualquier creencia en práctica. Pensar que los que profesan otra fe o ninguna deben ser eliminados es evidentemente inaceptable. Debe contrarrestarse, en primera instancia, con la tolerancia y la educación, promoviendo la reflexión en cada uno.
La historia humana es, en parte, una descripción de la intolerancia, particularmente la religiosa, y su consecuente violencia. No es solamente con la fuerza que se detendrá la guerra entre sunitas y shiítas, que cada facción percibe como santa desde su limitada perspectiva. Tampoco es claro que la barbarie del Estado Islámico, como se hace llamar ese grupo de fanáticos, se acabe con mayor violencia y armamento.
Contra lo que suponemos, la violencia ha ido disminuyendo con el tiempo. El porcentaje de seres humanos que han sido víctimas de la violencia se ha ido reduciendo a lo largo de los siglos; nuevas formas de organización social, a nivel local y global, han contribuido a este resultado. La violencia en los últimos cincuenta años fue menor que la de los cincuenta previos, y ésta que la del siglo xix. Cabe agregar que el análisis de los datos indica esta tendencia de manera clara y sistemática, aunque las tragedias locales en tiempo y espacio no dejan de ser atroces, cada uno conoce algún caso más preocupante que el otro y no hay continente ajeno a esta tragedia.
Qué es la religión
Se entiende por religión al conjunto de creencias, ritos, símbolos y preceptos que de manera organizada socialmente, a decir del sociólogo Émile Durkheim, buscan explicar y vincular una concepción del mundo y el ser humano con una autoridad superior, como una deidad o conjunto de éstas. Si bien es cierto que el carácter social de las religiones necesariamente conlleva el acuerdo entre personas, dando pie a las religiones formalmente organizadas, el resultado en la práctica es que hay un aspecto esencialmente personal y único en lo que cada uno cree; posiblemente se debe a que la cultura religiosa de cierto porcentaje de los creyentes sea sorprendentemente pobre.
Esta falta de conocimiento detallado de lo que la religión de cada uno trae consigo da pie a que sea relativamente fácil el tránsito entre una secta o denominación y otra, particularmente notorio en el caso de los cristianos, pero no exclusivo. No en balde, en los censos oficiales las iglesias prefieren ser agrupadas, más que desagregadas, y así no aparecer con números muy bajos o en claro descenso en sus adeptos, como les ocurre hoy día en la práctica.
¿Cuántos católicos, por ejemplo, conocen todos los dogmas que están obligados a aceptar sin matiz alguno? Bastaría revisar con cuidado cuáles acepta cada uno, una vez que se es consciente de ellos, para ubicarlo en alguna denominación; hay más de 36 000 denominaciones cristianas registradas en el mundo. Un aspecto nada trivial es en qué términos se entiende cada uno de los dogmas, cuando son comprensibles del todo. La Trinidad, en la que un Padre, su Hijo, y el Espíritu Santo forman uno solo, pero esencialmente diferentes, nada tiene de simple y mucho de interpretación y confusión. El mismo Isaac Newton, célebre científico y creyente, toda su vida, estudió este dogma y dejó escritos nada confusos sobre el origen y falta de sustento de la revelación.
Cómo ve cada católico la consagración en la misa, la transubstanciación, es algo tan variado como lo escrito al respecto. La “transformación del pan en el cuerpo y el vino en la sangre de Cristo” es vista por algunos como real y literal, aceptando esto como un milagro cotidiano a pesar de que es evidente que no es el caso. Otros pueden interpretar la consagración como un misterio inalcanzable a la mente humana, como se estableció en el Concilio de Trento en el siglo xvi, determinando que se modifican la esencia y la sustancia, pero sin que pueda el creyente común saber si es una metáfora, el símbolo de la tradición cristiana o el venerado recuerdo de una cena premonitoria y el final de una persona especial.
El sentido de la Inmaculada Concepción, la madre que conserva la virginidad, el sentido de la resurrección de Cristo y su ascensión, así como la asunción de su madre, las apariciones de ésta en muchísimos lugares del mundo o la infalibilidad del papa, varía de un católico al otro; en todos estos casos, y otros más elaborados, se demanda del creyente la aceptación textual del dogma, invocando lo misterioso del designio divino.
Sin que compartan con la religión católica la aceptación de un líder central que dirige y rige, para el judaísmo y el islamismo las cosas son semejantes por compartir con los cristianos una buena parte de lo que se llama el antiguo testamento. El Paraíso tiene innumerables variaciones en su interpretación, como las tienen las plegarias y el desempeño masculino al hacerlas, la percepción ante el infiel o el gentil, o ante los profetas como Abraham, Moisés, Jesús o Mahoma. Cómo se dirige cada uno a dios, cuándo y para qué, o el papel de los ángeles en la vida cotidiana de los fieles, el Génesis y el final... Para unos, la creencia de los otros se percibe como la falta de claridad, de sentido o de fe, cuando no la inaceptable confusión y justificación de su exterminio; cada una de las principales religiones monoteístas ha practicado el genocidio en aras de la pureza de su fe.
Una tarea del creyente es tratar de comprender qué creen quienes tienen otra religión y por qué ellos la consideran la correcta. Un interesante trabajo reciente reflexiona sobre las religiones en los Estados Unidos de América, revisando cierto número de religiones en ese país, no del todo ajenas al hispanohablante. Revisar otra fe, entender qué profesan los otros, es una forma de hacer una revisión de lo propio, de valorarlo y darle su justa dimensión, y generar dudas, por supuesto.
Religión individual
Una reflexión sencilla y unas cuantas conversaciones con los que profesan la “misma fe”, indican que lo que uno cree tiene poco en común con la creencia de los demás. Con unas cuantas preguntas es posible apreciar lo individual que son las creencias religiosas y cada uno va diferenciándose del otro en la interpretación y significado de los dogmas o principios esenciales.
Las creencias, sobre todo las que suponemos que compartimos con otros, con muchos otros, como las religiosas, paradójicamente resultan ser únicas, como cada uno de nosotros. Para convencerse basta con dedicar un poco de tiempo, relativamente poco, si se toma en cuenta que el asunto es (o debiera ser) una parte esencial de la persona creyente. Cada uno se debe a sí mismo la tarea de hacer un resumen de lo que cree que es dios y la relación que tiene con él. ¿Quién es dios, qué atributos tiene? y ¿cómo se deben entender su existencia ante la evidencia de la vida diaria, llena de confusión, maldad, injusticia, hambre, entre otras cosas? Una respuesta es que es misterioso, por decirlo de alguna manera o por citar la forma usual de enfrentar (eludir) estos temas.
Lo contrario, la claridad, la bondad, la justicia, la abundancia, la belleza resultan no tener misterio alguno —dicen— y cuando se poseen, en un gozo o se aceptan agradecidamente sin darse cuenta de que quienes no las poseen tienen los mismos merecimientos o mayores, insinuándose una injustica. Una vida errada, lejos de dios o renunciando a él, o un “final equivocado”, conlleva un castigo eterno, y esto se acepta como justo; lo que evidentemente es otro “misterio de dios”.
¿De qué es responsable dios y de qué no?, ¿acaso la pregunta es inadecuada o inaceptable?, ¿cuáles preguntas lo son?, ¿cómo sabemos qué nos pide, nos exige, y qué deja de dar, a quiénes y por qué? Cuando se miran estas dudas de frente parecen ser más complicadas que las preguntas que se supone se contestan con la existencia de dios (de dónde venimos, a dónde vamos, por qué estamos aquí, etcétera). Muchas de estas preguntas tienen respuestas fuera de la religión, desde luego; otras no, y es usualmente porque sólo quien cree en un ser superior se las hace.
Con toda seguridad, un buen número de quienes creen en dios aceptarían los dogmas que desconoce para seguir perteneciendo a su religión; otros simplemente dejarían de lado algunos porque consideran que no son esenciales y, sin mayor apuro, se identifican con la comunidad dominante o más cercana por razones familiares o sociales. Los menos reafirmarán su fe en un creador o autoridad suprema, más abstracta, y vivirán de acuerdo con las normas morales que les fueron inculcadas o que aprendieron a lo largo de su vida y, suponen, vienen de la religión que profesan. Sin embargo, los principios morales no provienen de las religiones, se generaron con la formación misma de la organización social, más evidente en las comunidades sedentarias, elaborando códigos de conducta que se aceptaban o imponían para hacer más llevadera la vida en común.
Parte de lo que JeanJacques Rousseau llamó el contrato social es esta gama de normas que difícilmente pueden verse como universales. No lo son, y es el sentido de la vida el que guía cómo sustentar la actuación cotidiana, la moralidad de nuestros actos. En este sentido es que algunas religiones recogen diversos principios, los hacen propios y los comparten entre sus seguidores con —acaso— alguna adaptación o matiz afines con su contenido.
Es algo muy antiguo. Para Aristóteles, por ejemplo, los principios morales son los que llevan al ser humano a florecer, a lograr la eudaimonia. Por su parte, Jeremy Bentham y John Stuart Mill consideraron que los principios morales son los que llevan a traer la felicidad a un mayor número de personas. Por supuesto, el origen, el sentido y la especificidad de las normas morales han sido siempre objeto de debate. Platón e Immanuel Kant, entre otros, imaginaron que estos principios son sólo el fruto de la razón, en contraste con David Hume, quien les concede una base más sustentada en las emociones; siempre, eso sí, de origen humano.
La religión y su contraste con el mundo
¿Con qué frecuencia reflexionamos sobre nuestras creencias personales y sobre su coherencia interna o con lo demás que constituye nuestra concepción del mundo? A lo largo de la vida se va recibiendo instrucción religiosa y secular sin que se analice la relación entre ellas y sus posibles contradicciones. La reflexión debiera ser continua, en tanto que vamos aprendiendo cosas todos los días o esperaríamos hacerlo. Es cierto que la adquisición de conocimiento significativo, el que lleva a la revisión de otras partes de nuestra visión global, es poco frecuente.
En ocasiones, un saber importante es el resultado de la acumulación y comprensión de muchas ideas, que a su vez configuran un cuerpo coherente de conocimientos. En contraste con la epifanía —casi momentánea— que representa una noticia o la cabal comprensión de una idea central en una lectura o una conferencia, lo usual es que las ideas se vayan asimilando paulatinamente hasta que, al pasar el tiempo, se hace conciencia de que se han trastocado seriamente las creencias personales que se sostenían anteriormente.
Lo que debiera ser inaceptable para cada persona es aceptar y sostener visiones contradictorias. Pero el desconocimiento de la propia religión hace más fácil sobrellevar la inconsistencia entre lo que se cree y lo que se percibe en la vida cotidiana o con la información irrefutable que se recibe. Cómo se entienden el mal, el hambre, la injusticia, cómo hacer aceptable que las vidas esencialmente ajenas de quien nace entre seda y cultura y quien nace en medio de una guerra, sin alimento, educación y futuro —muchos niños—, nunca habrán tenido la opción de algo al morir entre escombros y sed. Pensar que cada quien labra su propio destino es imaginar que el pobre está ahí porque no ha trabajado suficiente, mientras el joven graduado recibe la dirección de empresa del padre.
En México, la capilaridad social es un mito, menos de 20% accede a la universidad y sólo 32% se inscribe en alguna escuela de educación superior o estudió en alguna modalidad no escolarizada o mixta. Se estima, en consecuencia, que ganarán 70% más que quienes se quedaron sólo con el bachillerato.
Cómo pensar que un creador mantiene la atención sobre sus criaturas, que sabe todo, incluido el futuro; parece más bien un contrasentido que creara el mal, lo dejara actuar y, con frecuencia, que permita que lo poco que algunos han logrado se destruya, incluidos sus hijos. Éstas son parte de las confrontaciones entre lo que se cree y lo que se ve y se entiende de nuestro entorno, de la evidencia. Una tarea del creyente es buscar franquear la brecha entre lo que se cree y lo que se sabe.
El mundo y la ciencia
El avance de la ciencia ha ido reduciendo el ámbito religioso que, en una época o en un medio de cultura escasa, pretende responder a las preguntas que todos nos hacemos, especialmente en la infancia. La contradicción entre la noción de una creación divina del mundo que nos rodea y la propuesta por la ciencia es tan flagrante, que lo más sencillo para algunos es ignorar el tema por completo.
Alternativamente, se puede uno enfrascar en la labor interpretativa, compleja y difícil, de las fuentes de la revelación, los libros sagrados, para hacerlos compatibles con lo que hoy se sabe, es decir, hacer la tarea de exégeta. Los resultados son una mezcla de conceptos, términos y reinterpretaciones de lo escrito que atentan contra el sentido común.
Lo que hemos aprendido de nuestro entorno y la enormidad de la evidencia para soportar el conocimiento científico son abrumadoras. La evolución de la vida a lo largo de 3 500 millones años, descubierta en el siglo xix y hoy elemento esencial de las ciencias biológicas, la dinámica del planeta y su evolución constante desde su formación hace 4 500 millones de años, el corazón de las ciencias de la Tierra, teoría fundamentada en el siglo xx, y el origen del Universo hace cerca de 13 800 millones de años, médula de la cosmología, son algo mucho más que teorías alternativas a los actos de creación. Se amalgaman con lo que sabemos sobre los átomos y las moléculas, columna vertebral de la física, lo que entendemos del cuerpo humano y de otras especies y de la genética de la vida, del sorprendente vínculo entre todos los seres vivos, pasados y presentes, de sus deficiencias y virtudes.
Todavía existen muchísimas preguntas sin respuesta, áreas de conocimiento que apenas inician, hay cambios y ajustes en todas nuestras explicaciones actuales, y difícilmente habrá palabras finales. Si bien hay aspectos que no cambiarán nunca una vez establecidos como, por ejemplo, que nuestro planeta es (casi) redondo, gira sobre sí mismo y se mueve alrededor de una estrella, misma que se mueve en un conglomerado que llamamos la Vía Láctea. Que los seres vivos nacen y mueren, tienen las mismas bases genéticas, sin excepción y vinculándolos a todos, presentes y pasados (y futuros, si lo permitimos). Que los átomos de carbono (y los otros) son idénticos entre sí y algunas cosas más, muchas, y otras cambiarán con nuestra comprensión cada vez más fina y amplia. La naturaleza de la tarea sugiere que no se puede acabar.
¿Cómo respondería un súbdito de Ramsés III si le presentáramos evidencia de que Ra, su deidad principal, el Sol, es en realidad una inmensa bola incandescente de hidrógeno, generadora de reacciones nucleares que ocurren en su interior, forzadas por la gravedad? Si se ignora la evidencia, se puede seguir adorando el Sol, por supuesto, y alguien de esa época no tendría la capacidad de entenderla; habría que informarle, explicarle del sistema solar, de los viajes espaciales, y de los elementos, de la atracción de los cuerpos, etcétera. Hoy, nadie con una mínima cultura y sentido común considera nuestra estrella más cercana como un ser divino, salvo de manera metafórica.
En la ciencia, cada vez que algo deja de ser congruente con lo ya aceptado, se da un proceso de revisión, a veces difícil y largo, para reconsiderar las cosas; por ejemplo, la fuerza de gravedad nos permite entender por qué dos planetas se atraen o por qué caen los cuerpos sobre la superficie de la Tierra. Al descubrirse que los objetos en el firmamento, como las galaxias, se alejan unas de otras cada vez más rápido, se hace evidente que la ley de la gravitación debe ser modificada, aunque nos explique otras cosas muy bien. El reto es, sin dejar de explicar lo anterior, dar sentido a lo nuevo. Actualmente no hay una explicación satisfactoria a la acelerada expansión del Universo y a la forma en que las estrellas de cada galaxia giran en torno a su centro; predecimos entonces la existencia de materia y energía que no hemos detectado, y la llamamos oscura.
Ahora, si el paradigma debe ser cambiado de manera radical o sutilmente, será el resultado de más información, del trabajo creativo de algunos, de la revisión profunda de lo que parecemos entender. En este sentido, el quehacer científico difiere del fenómeno religioso de manera radical, pues este último no considera posible la reformulación de sus bases conceptuales y ninguna evidencia en contrario es suficiente para replantearlas.
Adicionalmente, en contraste con la fe, cada científico o persona que estudia lo que vamos aprendiendo del mundo en nuestro entorno comparte la misma visión. Esto merece ser calificado. Lo mismo entiende un investigador en Londres que en Bangkok o en Wonthaggi sobre la radiación de microondas, los ácidos ribonucleicos o el fulereno C60. Ninguno ha visto un átomo (ni lo verá) y lo que de éstos sabemos da pie a que cada uno se imagine algo diferente, personal, el meollo es que esta parte individual es irrelevante.
La variabilidad de perspectivas en la observación de los fenómenos no impide la comunicación entre físicos, químicos, ingenieros y biólogos ni afecta los datos que se extraen al hacer experimentos con ellos o manipularlos para su comprensión o nuestro beneficio. No hay una ciencia alemana, ni burundesa o paraguaya; lo que hay son desarrollos, políticas y condiciones diferentes.
En ciencia, la hermenéutica o exégesis pertinente, esto es la interpretación de las publicaciones científicas, es universal; usualmente (o preferentemente) expresada en lenguaje matemático. No significa que sea de fácil comprensión, como todos lo sabemos. La interpretación en palabras llanas se hace para fines didácticos o para frasear las cosas en el lenguaje cotidiano que ha sido creado para compartir alimentos o demandar derechos, pero difícilmente para expresar lo que no percibimos directamente a través de los sentidos. Una galaxia con miles de millones de estrellas que giran en torno a un agujero negro, los fotones que inciden sobre las moléculas de rodopsina en el interior de nuestros ojos y nos permite la visión o los neutrinos que produce el Sol en la fusión nuclear y nos atraviesan todo el tiempo son objeto de estudios cuantitativos diarios en los centros de investigación alrededor del mundo, pero son difíciles de explicar en términos simples.
Conclusiones
Ser parte de una iglesia o formar parte de la comunidad de una religión específica, que en la mayoría de los casos es la misma que fue transmitida por los padres y reforzada por el entorno, implica aceptar que se comparte con otros un conjunto de creencias. Éstas son recibidas de manera irracional, cimentadas en la fe, en tanto que son resultado de la ”revelación” por parte de un dios y no como fruto de una argumentación que inexorablemente lleva a ellas. No hay tales pruebas de la existencia de dios, entendidas como irrefutables. La fe de cada uno se constituye con la percepción personal y la interpretación de lo que le fue enseñado, con mayor o menor análisis de su parte.
Lo que un creyente escuchó en el púlpito o en boca de su madre, en lo que el padre le explicó o los maestros dijeron, así como las conversaciones con compañeros y amigos, van sumando a la visión que se tiene de todo ello a lo largo de la vida. La individualidad esencial de las creencias es parte de la razón por la que las religiones se sostienen; ante un sistema rígido, explícito e inmutable, las personas acaban fastidiándose y oponiéndose. Cuando cada uno tiene la posibilidad, tácitamente permitida, de elaborar su propia conclusión de lo que es o debe ser su fe, entonces aparece esa necesaria flexibilidad que nadie más reclama, salvo su dios, quien por otro lado nunca lo hace.
Se dice, a veces, que los magisterios de la religión y de la ciencia son diferentes y que cada uno toca distintas facetas de la realidad, una la espiritual y la otra la material, pero resulta que ambas abordan el mismo mundo en el que estamos embebidos. Llamarle espiritual a la parte abstracta, sensible y sutil de nuestros pensamientos, y material a las formas tangibles que nos atraviesan los sentidos es una metáfora afortunada para simplificar nuestra comunicación ya que, en realidad, se trata de facetas de una misma cosa.
Cuando la cultura helénica inventó el concepto del psyche fue precisamente para ello. No se puede negar la realidad de la belleza, la tristeza o el odio, como tampoco la objetividad de la enfermedad, el dolor y el frío. Es más sencillo hablar de las nubes y los mares que de los sentimientos o la atrocidad humana. Somos uno, con una dualidad que sólo es aparente. A tal ente integral y complejo, y a su entorno, es a lo que la ciencia se dedica.
Al abordar temas como el origen y el final, sea de una persona o del mundo, la religión está tratando de explicar algo que le es ajeno o procede recurriendo a lo contrario de lo que la ciencia hace, que es tornar nuestro entorno comprensible, inteligible, pero con base en la evidencia; para la ciencia no hay revelación ni dogma alguno, y su tarea sólo la puede llevar a cabo con un lenguaje universal, accesible a todos, y sin necesidad de la autoridad; la jerarquía es sólo organizativa y no dictamina en nada.
El edificio de la ciencia, por definición, es siempre temporal, se encuentra en construcción permanente, y la respuesta final posiblemente no existe. La “teoría de todo”, el reduccionismo, son sólo quimeras.
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Referencias Bibliográficas
Dry, Sarah. 2014. The Newton Papers. Oxford University Press, Nueva York. Nagel, Ernest y James R. Newman. 2008. El teorema de Gödel. Tecnos, Madrid.Pinker, Steven. 2011. The Better Angels of Our Nature. Why violence has declined. Viking Books, Nueva York.Stollznow, Karen. 2013. God Bless America: Strange and Unusual Religious Beliefs and Practices in the United States. Pitchstone, Durham. |
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Ramón Peralta y Fabi Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México.Ramón Físico y doctor en Ciencias con especialidad en dinámica de fluidos y física estadística. Ha sido director de la Facultad de Ciencias y de la Sedes UNAM- (Escuela de Extensión Universitaria) de Canadá y París. Se ha desempeñado como secretario general, vicepresidente y presidente de la Sociedad Mexicana de Física. |
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