revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Paloma Porto Silva      
               
               
No te aflijas por el pétalo que vuela:
también es ser, dejar de ser así.
Rosas verás, sólo de cenizas fruncidas,
muertas, intactas en tu jardín.
Yo dejo aroma incluso en mis espinas
a lo lejos, el viento va hablando de mí.
Y por perderme es que me van recordando,
por deshojarme es que no tengo fin.
 
Cecilia Meireles
 
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Flores y pétalos, esencias y aceites, sustancias y mezclas…
transcurría el siglo XVIII en Francia. Los experimentos, las fusiones y los perfumes aparecen en la narrativa, como un drama. Un italiano en París, perfumista con experiencia, filtra y destila aromas de otros como inherente a los propios deseos y a la vez inventa lugares para sí como sujeto histórico. Las palabras de Cecilia Meireles hacen válido un lugar para las prácticas del multifacético Giuseppe Baldini: “también es ser, dejar de ser así”. Dividirlo en científico y artesano, racional y oculto, “científico” y alquímico, crea al final una condición de muchas facetas de un mismo sujeto y, quizás, de un mismo conocimiento.

En 2006 Tom Tykwer dirigió la película Perfume: The Story of a Murderer (en México apareció bajo el título de El perfume: historia de un asesino), una versión de la obra del escritor alemán Patrick Süskind, publicado inicialmente en capítulos, que recuerdan la cultura de los folletines en un periódico alemán y, debido al éxito, se hizo libro en 1985. Obcecado por el rigor visual y el perfeccionamiento técnico, Tom Tykwer se encarga, meticulosamente, de la construcción psicológica del principal personaje, protagonizado por Ben Whishaw, asignando valor al hombre común y sus pequeñas e interesantes historias. En lugar de fabulosas leyendas de linaje real, de simbologías criptografiadas que hayan dejado huellas e hilos documentales, el protagonista es el intrigante joven Jean-Baptiste Grenouille —¿genio, monstruo o asesino?—, extremadamente sensible al fugaz reino de los perfumes.

Desde los primeros minutos de vida, Grenouille lucha con persistencia para mantenerse vivo, contrariando el destino certero de muerte, como fue el de los otros cinco hijos, que le depara su madre infanticida. Desde pequeño se mostraba intrigante, originando repudio por su rareza, por no tener olor y ser hambriento. Fue a parar en un orfanato, en donde los niños de allí intentaron asesinarlo pero los salvó la dueña. El pequeño Grenouille fue creciendo y descubriendo su mayor don y su mayor enemigo: su sensibilidad olfativa. Su enorme capacidad para descifrar olores le permite distinguir los mojados de los secos, los dulces de los cítricos, los de las plantas y animales e incluso los innombrables.

Durante mucho tiempo, Grenouille almacena en su memoria olfativa los olores brutos, fragmentados, y se percibe sin ningún olor. Su obsesión comienza a ser construir su propia identidad. La travesía le hace percibir que tales olores se pueden mezclar, que al cerrar los ojos e inflar las narinas una multiplicidad de sensaciones invaden su cuerpo en una sinestesia completa. Delicadeza e intensidad se pueden fusionar en esencia, en combinaciones perfectas, así como en la encantadora magia de fabricación de perfumes. Sin embargo, en su visita a París, un olor se le escapa, un olor ordenador, que traería la síntesis de la vida, arrebatador: la fragancia femenina. En el intento por capturar su aroma fugaz se inicia en el oficio de perfumista. En el humo de las infusiones y en las mezclas tramadas por Grenouille, asimilamos la mano del asesino delineando los hilos en la historia de los olores.

En la película, con la ayuda de un narrador, en un lenguaje que pincela el anacronismo, casi hace que el historiador se olvide de los asesinatos del serial killer, envolviéndonos en una sinestesia de olores. Pero, ¿por qué tomar este libro como un preámbulo para discutir temas sobre la historia de la ciencia? ¿Qué nos puede dejar la narrativa de El perfume: historia de un asesino a quienes queremos entender cómo se produjeron históricamente las ciencias y los espacios urbanos como cuerpos enfermos? Cuando nos fijamos en las (des)venturas de Grenouille, interpretamos una superposición con el quehacer histórico: la captura de los olores, el almacenamiento en su memoria, el olfato como entusiasmo, como su medio de supervivencia. Sin embargo, tal sensibilidad no “refleja” simplemente su tiempo, la sociedad de ese siglo, sino el mundo que lleva en sí misma, pues esa capacidad olfativa es una fuente inagotable de interpretaciones debido a que parte de la subjetividad humana. Ver la película es un ejercicio de historicidad, porque en la misma forma que identificamos la visión del mundo de Grenouille, por medio del olfato, el historiador necesita tener una visión específica de su objeto, asumir posturas y hacer aflorar su visión de mundo.

En pleno París del siglo XVIII, en medio de las calles que olían a excrementos, el joven Grenouille descubre el perfume. Al caminar percibe los aromas exhalados por el movimiento de los abanicos de madames y mademoiselles al pasar en sus carruajes entre la muchedumbre; en otro momento, siente el aroma de las bebidas servidas en la calle mezclándose con la percepción de que “el barro de París forma una mezcla compleja de arena, infiltrada entre los adoquines”, como lo dice Corbin. Se encanta con los olores de las telas finas e incluso imagina sus texturas y descubre los olores de las pelucas, mal lavadas, usadas por los aristócratas herederos de la costumbre ritualizada por el rey Luis XIV y que se convirtió en un modelo de consumo orientado por un proceso civilizador, al modo de Norbert Elias.

De repente un olor desvía su atención por completo, el balance de los pequeños frascos en las manos de los que poseían la sabiduría de las mezclas hace que Grenouille salga hipnotizado por los callejones de la ciudad hasta llegar a la famosa tienda de perfumes de Monsieur Péllissier. “Amor y Psique” es el nombre del perfume que estaba a la orden del día.

Sin embargo, mientras los hombres y las mujeres sólo tenían ojos y nariz para “Amor y Psique”, para los perfumes manipulados artificialmente, en el instante en que madames y mademoiselles prueban la última creación del señor Péllissier, Grenouille se siente atrapado por el aroma de la piel, del cabello, del cuerpo de la chica pelirroja que había pasado cerca; se siente dopado, sin control de sí mismo, con la sensación de estar preso y no querer huir de aquella fragancia femenina cuando, al tratar de eternizar ese olor en sus narinas, mata a la bella joven pelirroja. A partir de ese momento, una incansable lucha por aprisionar el perfume femenino se convierte en su destino. ¿Cómo capturar ese olor que le escapa a la nariz y las manos? La única manera de preservar tales aromas era aprender el oficio de perfumista.

Una noche helada, cuando el decadente perfumista italiano Giuseppe Baldini dormitaba en su tienda en el centro del Pont au Change, Grenouille llega a entregar una encomienda de cuero que el perfumista había hecho al curtidor de Grimal. Al entrar en el laboratorio de Baldini, Grenouille se siente feliz ante los aromas que cubren toda la atmósfera. Ahora ya no son abstractos, sabe lo que es un frasco de esencia de jazmín y lima, un aceite de flor de naranjo y canela, de bergamota y pachuli, de almizcle y romero, de clavo de olor y estoraque.

Grenouille le pide a Baldini, ansiosamente, que le enseñe a manipular los aromas, pues sólo un especialista podía enseñarle, develarle las artes y las técnicas del universo del perfume, mostrarle otro punto de vista de los aromas, sus matices e intensidades, ya que su mirada era otra: una esencia era medida en gotas para conseguir la fórmula exacta, como las notas y los acordes, mediciones precisas. Si bien Grenouille podía inventar, soñar y representar sus subjetividades con precisión en la materialización de perfumes, en el laboratorio de Baldini se planteó la posibilidad de compactar los más diversos olores. Realmente, lo que Grenouille quiere es unir su subjetividad, sus valores y su visión de mundo con el proceso técnico de manipulación de aromas y sustancias.

Creemos que, al igual que Grenouille, el historiador de la ciencia debe tener en cuenta la carga cultural, social y personal que está intrínsecamente unida a una determinada práctica; debe adoptar una nueva mirada, asumir una nueva postura ante el objeto que se pretende estudiar. Durante mucho tiempo, la ciencia fue abordada con cierto sentimiento de progreso, de algo positivo, evidente, lineal y natural. De acuerdo con Thomas Kuhn, la ciencia era vista sólo como una evolución de los métodos, un simple caminar del intelecto; no era vista como un espacio social y político de la acción humana. Se pensaba que poseía un apriorismo y sobrevivía a los eventos históricos —tal es el caso de George Sarton—, es decir, los elementos llamados “irracionales” eran dejados de lado. Se hacía historia de lo ocurrido en las tradicionales áreas del conocimiento como las matemáticas, la química, la física, la astronomía, entre otras, pero no se prestaba atención al proceso de invención de la propia disciplina.

El deseo permanente de Grenouille de aprender la técnica de preservación del perfume femenino, de atrapar el olor para conservarlo, proviene de la idea, “poco racional”, de que “el alma de los seres es su aroma”. La mirada de este joven nos muestra la posibilidad de trabajar con demandas urgentes, es decir, el historiador debe reeducar los sentidos para abrir así el panorama de las fuentes con que podrá trabajar, para hacerle otras preguntas a los documentos que utiliza en su trabajo de investigación histórica, para examinar y elaborar los relatos que tratan del deseo de ejercer una determinada práctica. Por ejemplo, al examinar paso a paso la producción del perfume, se debe tener en cuenta las “normas” técnicas, como el que los aceites esenciales se deben mezclar primero y sólo después se añade el alcohol, que nunca se debe sacudir fuertemente la mezcla, un proceso bastante habitual, una actividad continua que tiene por objeto la precisión del conocimiento, de la fórmula. Esto es importante, ya que actividades habituales pasan desapercibidas a los ojos de los (al)químicos, ya las consideran como normales. Por lo tanto, debemos, grosso modo, hacer el camino contrario; es necesario mirar lo que nos es ofrecido, centrarnos en lo que pasa desapercibido para los otros.

Sin embargo, además de la contribución metodológica de investigación a la que Grenouille nos incita, hay otra fuente de la narrativa de las historias del asesino que nos llama mucho la atención: las prácticas artesanales de la perfumería. Al pensarlas, no debemos imaginar los ejercicios químicos separados de sus dimensiones culturales y económicas, simbólicas e imaginarias, es decir, es imposible pensar las prácticas científicas fuera del ámbito de la sensibilidad. Las aventuras de el historiador Grenouille desentonan de aquellas que George Sarton distingue: el desarrollo científico de los aspectos “irracionales” (como las cuestiones sociales o políticas).

Grenouille soñaba con poder encontrarse con la técnica que le permitiera conservar el aroma, la cual sólo existía en el mundo de los especialistas, de los que tenían un cierto conocimiento, de los que sabían los procedimientos y poseían el material adecuado para la actividad, lo que, de alguna manera, ya era común en esa “comunidad”. Sus historias están marcadas por una mirada y un hacer atento al procedimiento, pero con intenciones, voluntad y deseos que van más allá del lugar de la inocencia. Son historias de la construcción de una ascendente práctica científica, por medio de las invenciones tecnológicas, de las interacciones mecánicas, pero cruzadas por las relaciones económicas y culturales en las que actúa el hombre. Cuanto más se desarrollan los procedimientos químicos, cuanto más las relaciones económicas y sociales hacen ebullición, más se hace importante volver a examinar, repensar y reconstruir las relaciones entre la alquimia y la química. La desventura de Grenouille hace emerger la práctica artesanal de la perfumería y su relación con la cientificidad.

En los sótanos de la química
 
¿Era Baldini un científico? En el juego de palabras de los historiadores, como Bensaud-Vincent y Stengers, la química “se ha convertido en una ciencia, librándose de los inútiles conocimientos arcaicos y de los saberes ocultos. La ruptura con el pasado oscuro de las tradiciones artesanales y de la alquimia marca el origen de su historia”. El discurso de esos historiadores aparece como lema de la construcción de una visión de la química entrelazada con las objetividades llamadas modernas, prácticas científicas dirigidas a modelar el conocimiento por medio de la creencia en la razón como entidad capaz de explicar toda la realidad. Era necesario constituir un momento fundador para revertir ese saber, mostrar grandes figuras responsables de la ruptura y situar un siglo importante para esta protrusión.

La batalla sobre el universo “antiguo” y “nuevo” ya se siente en la escritura de dichos historiadores, cuando se refieren a los periodos “precientíficos y científicos”: “andando primero por los caminos fáciles de prácticas más o menos mágicas, de culturas exóticas, alcanzó rápidamente la vía triunfal del progreso, la historia ‘seria’, centrada en las leyes y en los descubrimientos experimentales, cuya acumulación originaba naturalmente una serie de aplicaciones industriales o agrícolas, unas más benéficas que otras para el progreso de la humanidad”.

La perspectiva de esos historiadores se caracteriza por una literatura elaborada predominantemente por químicos. Sin embargo, este abordaje perdió fuerza (aunque no ha dejado de existir y resonar hasta nuestros días), mientras que los historiadores de oficio tomaron las ciencias “duras” como objeto de estudio. La más reciente narrativa histórica sobre la química nos hace comprender una singularidad en los documentos utilizados para la investigación, como la correspondencia, los manuscritos y el análisis de instrumentos de laboratorio. Nuevos planteamientos dislocaron los lugares cristalizados por parte de algunos químicos, mezclando lo que es místico con lo científico, destruyendo fronteras fijas. La mirada del historiador trabaja con los avances, retrocesos, acomodos y desplazamientos de tales fronteras.

Una vez desterritorializada la ascensión de la química como una ciencia pura, es necesario pensar en la preparación y transmisión de los saberes prácticos, lo que comúnmente se llamó alquimia “medieval”. Por supuesto que negamos la “edad de bronce”, la “edad de hierro” de tiempos remotos, las prácticas milenarias como el descubrimiento y el manejo del fuego, la técnica de la fermentación, entre otros. Pero elegimos partir de la idea de la alquimia medieval, debido a que hay una aproximación entre teoría y práctica.

El laboratorio de Baldini nos remite a un espacio totalmente renacentista, en el cual los perfumistas poseían la primacía del conocimiento de las prácticas científicas en el área en aquella época. En ese contexto, la química medicinal penetra en las universidades en donde se están formando y consolidando. Es importante destacar que la teoría de los átomos no borró del mapa las prácticas químicas y el mecanicismo no expurgó definitivamente las tradiciones alquímicas. Sin embargo, las prácticas del perfumista se enfrentan a veces con la recreación y el legado dejado por el mundo helenístico, compilador de tradiciones griegas, egipcias y orientales, caracterizándose como alquimia, pues, como dicen Bensaude-Vincent y Stengers, “su riqueza, la fuerza de sus metáforas y analogías siguen dominando, si no nuestras ideas, por lo menos nuestro lenguaje”. La transmisión de recetas artesanales origina el encuentro de técnicas que intentaban producir la apariencia de oro y plata a metales no preciosos, lo que resulta en la aparición de recetas para tintorería y la sabiduría de los elixires de los antiguos chinos, a base de azufre, arsénico y mercurio, en la búsqueda de la inmortalidad. Esto es, como mencionan los mismos historiadores, la supervivencia de dicha herencia va a: “construir el verdadero código de la historia que sigue, y contiene las referencias principales de la alquimia tradicional. […] La asociación entre esos procesos que se identifican como alquimia, simbolismo místico, doctrina cosmogónica, pero también la descripción de procesos (destilación, sublimación, filtración, disolución, calcinación, refinación) que crearon una continuidad práctica entre alquimia y química”.

Sin embargo, el mundo árabe se coloca extremadamente favorable en la transmisión de sabiduría alquímica e incluso de saber químico, ya que perfecciona las artes de extracción por grasa (esencias aromáticas) y destilación. El mundo y los valores propios de la época medieval cristiana desestabilizan la distinción entre el mundo pagano y no pagano, por lo tanto la herencia alquímica de los árabes fue traducida al latín y un fuerte apego al combate al enemigo infiel está intrínsecamente relacionado con el deseo de develar los secretos de ese saber, construyendo un lugar polémico para dicha ciencia. Caracterizar a un alquimista medieval es una tarea muy compleja, pero creemos que ese sujeto se presenta como un individuo de encrucijada, continuo y anónimo (por encrucijada denominamos los espacios y territorios construidos y transformados a partir de una transitoriedad cultural y social que los impregna; un espacio de encrucijada viste “máscaras de identidad” que, asumiendo papeles y lugares distintos, entra en constante conflicto, negociando con diferentes fuerzas con las que mantuvo contacto, oscilando entre lo público y lo privado, lo rico y lo paupérrimo, lo laico y lo religioso. Este concepto proviene de la acepción de Albuquerque Júnior y lo resignificamos ante nuestra problemática). Con el pasar del tiempo, al aproximarse a las relaciones modernas, el alquimista adquiere fama y visibilidad y atributos inherentes a las sociedades secretas, esto es, como señalan Bensaude-Vincent y Stengers: “la imagen moderna, familiar, de alquimia —ciencia oculta, opuesta a las ciencias exactas y sin alma—, es el resultado de esta diferenciación”.

Sin embargo, ¿existe realmente una ruptura entre la alquimia tradicional y la química moderna? Si hubo una separación entre esos dos saberes, ¿podemos considerarla como una revolución científica? No, todavía no. Las relaciones químicas son fuentes de problemas. El gran personaje de la química moderna, que revolucionó los moldes de Galileo Galilei e Isaac Newton, se llama Antoine Laurent Lavoisier, pero sus contribuciones son posteriores a la época que estamos analizando. Como vimos, la química moderna está llena de prácticas alquímicas, sea en los métodos y en la práctica, sea en el lenguaje, lo visible es justamente una resonancia de prácticas y procedimientos científicos en el saber moderno. No desconocemos algunos dobleces en el tejido de la química, sin embargo, afirmar categóricamente que hubo una revolución científica, un cambio de paradigma a la manera de Thomas Kuhn, quizás sea negar todo ese entrelace de alquimia y química moderna.

Entonces, ¿no estaría el señor Baldini íntimamente imbricado, entrelazado, amalgamado con la herencia alquímica y con la base que posteriormente se concretizó como química moderna? En diálogo con Grenouille, el maestro perfumista remite su pensamiento al Egipto antiguo de la creación del perfume original, un cuento que demuestra que, adicionando una nota extra, una esencia singular que dominara a las otras, produciría una sensación indescriptible. Leyenda de tumba de faraón con ánforas exhalando aromas nunca sentidos, pero que marcará implícitamente todos los pasos y asesinatos cometidos por Grenouille, quien quiere, cueste lo que cueste, capturar el aroma vital, aquel similar al de la linda chica pelirroja que lo hizo viajar en un mar de sensaciones, sumergirse en sus subjetividades más oscuras.

Al querer aprender la técnica de preservación de los aromas, Grenouille encuentra el procedimiento de la destilación en el laboratorio de Baldini. El perfumista le muestra su invención con bastante orgullo, un alambique de cobre, con temperatura medida por el mercurio y el uso de un pedal que bombea agua fría para condensar y extraer la esencia de las rosas. Baldini está orgulloso al decir que ese mecanismo de enfriamento por medio del agua es una invención suya y que en las laderas de las colinas de Grasse, la Roma de los perfumes, bastaba un fuelle para bombear aire fresco y puro.

Otra técnica señalada en la película es el llamado enfleurage, forma artesanal de extraer esencias de las flores para retener el aceite que se utiliza para crear un perfume. Es una técnica milenaria y durante el siglo XVI y XVII utilizaba la grasa animal para absorber el olor de las flores, que posteriormente era mezclado con alcohol y destilado. La gran diferencia entre los dos métodos es la forma de capturar el aroma de las flores; uno hierve las flores en el agua y el otro captura el aroma por medio de la grasa animal. Ambos procedimientos son prácticas artesanales y fueron resignificados a lo largo de los siglos y en distintos pueblos.

A pesar de que el siglo XVIII fue escenario para la representación de una química más moderna, con más autonomía con relación a los cursos de medicina, por ejemplo, aprendimos con las desventuras de Grenouille que las prácticas químicas no están tan separadas de la alquimia artesanal, así como tampoco de la química racional, pues lo que hace que Lavoisier “introduzca” la química moderna no es la creación de nomenclaturas para las sustancias químicas, ni la elaboración de lo que quedó establecido como “Ley de la conservación de la masa”, sino las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas que en ese contexto afloran. Son las redes de relaciones en todos los órdenes y los deseos lo que trabaja esa química moderna. Los hechos y las estructuras, el plural y el singular, el individuo y la comunidad, son elaboraciones de las prácticas alquímicas, y de cada una de ellas, Grenouille hace un uso propio, elabora un sentido personal y un significado. Sin embargo, su autonomía acaba por tropezar con los obstáculos sociales, culturales y políticos, es decir, con la situación que lo condiciona e impera en el momento histórico en que vive.
   
 
 
 
 
  El perfume: historia de un asesino  
 
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Título original: Das Parfum – Die Geschichte eines Mörders
Dirección: Tom Tykwer
Guión: Andrew Birkin, Bernd Eichinger, Tom Tykwer, con base en la obra del escritor alemán Patrick Süskind Reparto: Ben Whishaw, Dustin Hoffman, Alan Rickman, Rachel HurdWood, Andrés Herrera, Simon Chandler, David Calder, Richard Felix, John Hurt
Fotografía: Frank Griebe
Música: Reinhold Heil, Johnny Klimek, Tom Tykwer
Producción: Bernd Eichinger
Género: drama
País y año: Alemania, 2006
Duración: 147 minutos.
 
Sinopsis: La trama se desarrolla en el mundo sorprendente y encantador de los aromas, y no menos nauseabundo espacio de olores, vapores pestilentos y pérfidos que componen la identidad de París de mediados del siglo XVIII. Jean-Baptiste Grenouille fue creciendo y descubriendo su mayor don y su mayor enemigo: la sensibilidad olfativa. El deseo permanente de Grenouille de querer aprender la técnica de preservación del perfume femenino marca su destino.
 
 
 
 
     
Referencias bibliográficas
 
Albuquerque Júnior, Durval M. 2009. “O Espaço em Cinco Sentidos: sobre cultura, poder e representações espaciais”, en História, terra e trabalho em Mato Grosso: ensaios teóricos e resultados de pesquisa, Marluza Marques Harres e Vitale Joanoni Neto (eds.). São Leopoldo/ Cuiabá: Oikos/Unisinos/Edufmt, pp. 49-65.
 y João José Reis. 2009. “Domingos Sodré, um sacerdote africano: escravidão, liberdade e candomblé na Bahia do século xix”, en Revista Brasileira de História, núm. 57, vol. 29, São Paulo.
Bensaude-Vincent, Bernadette e Isabelle Stengers. 1996. História da química. Instituto Piaget, Portugal.
Corbin, Alain. 1987. Saberes e odores. O olfato e o imaginário social nos séculos dezoito e dezenove. Companhia das Letras, São Paulo.
Elias, Norbert. 1994. O processo civilizador. Jorge Zahar Ed., Rio de Janeiro.
Kuhn, Thomas S. 1990. A Estrutura das Revoluções Científicas. Editora Perspectiva S.A., São Paulo.
Sarton, George. 1965. História da Ciência. Ed. Universitaria, Buenos Aires.
     
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Paloma Porto Silva
Estudiante de doctorado en Historia, Universidad Federal de Minas Gerais, Brasil.

Maestra en Historia por la Universidad Federal de Paraíba y actualmente es estudiante de doctorado en Historia en la Universidad Federal de Minas Gerais y profesora de Historia de la salud pública en Brasil en la misma institución. Su trabajo se centra en la historia de Brasil, de las ciencias, la medicina y la educación.

como citar este artículo

Porto Silva, Paloma. (2012). La historia por el olfato: cultura, prácticas artesanales de alquimia y ciencia en el siglo XVIII. Ciencias 105, enero-junio, 14-22. [En línea]

     

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