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Sida: aproximaciones
éticas
R048B06  
 
 
 
Mark Platts (compilador)
Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM y Fondo
de Cultura Económica, 1996
 
                     
Las cifras varían. Pero el fenómeno preocupa. De
acuerdo con algunos datos generales, en la actualidad existen 20 millones de portadores de VIH, diez de los cuales son mujeres; 80% de ellas se encuentran en los países subdesarrollados. Según la Organización Mundial de la Salud, diariamente seis mil personas se infectan de sida.        
 
En México, hasta mediados de los 90 se reportaba que 14% de los casos de sida lo padecían mujeres adultas. De éstas, 40.5% se infectó por relacionarse con su pareja.        
 
A pesar de este paisaje, al que se le agregan andanadas de odio e irracionalidad que hacen de esta enfermedad el peor delito, los Pilares de la Sociedad —como les llama Carlos Monsiváis— insisten en hacer del sida un asunto de moralización y no de salud pública. El problema más agudo de la lucha contra el sida es de carácter informativo y cultural, porque la mayoría poco o nada sabe del sida y se deja persuadir por alarmas y fobias, rumores y descuidos, actitudes intimidatorias del clero y una publicidad “condoniana” escasa, producto de campañas a media voz, pudorosas y reticentes.
 
“En lo tocante al sida, los recelos se multiplican y el desdén criminal se institucionaliza”, reitera Monsiváis en su ensayo “El sida y el sentido de urgencia”, el cual forma parte del libro compilado por Mark Platts, Sida: aproximaciones éticas.
 
En el libro, coeditado por el Fondo de Cultura Económica y la Universidad Nacional Autónoma de México, Platts sostiene que fenómenos como el sida representan retos vitales —en lo intelectual y en lo práctico—, que han servido para poner de manifiesto los valores culturales, sociales y morales más profundos de una sociedad; han servido también para poner a prueba esos mismos valores. Así, considera, “un problema tan serio como el sida puede hacer que aflore lo mejor y lo peor de una sociedad”.
 
Los temas tratados en Sida: aproximaciones éticas abordan aspectos generales sobre libertad, moralismo, racismo y sexismo, hasta problemas específicos en el terreno de la ética médica, pasando por varios asuntos de la política pública. Una pregunta es el hilo conductor de todos los ensayos: ¿qué debemos hacer acerca del sida?
 
En su conjunto, estos ensayos compilados por Platts constituyen un intento por promover una discusión pública informada sobre el significado del sida para la moralidad social. “Un discusión necesaria y urgente —considera el compilador— si no queremos repetir la historia de equivocaciones inhumanas e ineficaces frente a fenómenos semejantes”.        
 
Con la lectura de los ensayos afloran varias conclusiones: la castidad no es solución universal; no hay grupos sino conductas de alto riesgo; el alcance de la moralidad va mucho más allá de los problemas específicos que plantea el VIH y el sida; persiste la paranoia cultural de buscar a los “pecadores sexuales” como puentes de transmisión; la necesidad de luchar solidariamente contra la práctica del inhumanismo que rodea al sida en este fin de siglo; las medidas sanitarias obligatorias no controlarán la epidemia, y que cualquier enfoque de la epidemia exitoso requerirá un reconocimiento total de los aspectos sociales, culturales y biológicos del sida.
 
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Mark Platts
     
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Luis de la Rosa
Oteiza Periodismo
y obra literaria
R048B05  
 
 
 
Laura Beatriz Suáres de la Torre  
                     
(Recopilación, prólogo, introducción y notas)
Vol. I, Instituto Mora, México, 1996
 
 
Educar se convirtió tras la Independencia en una
empresa nacional. De hecho, los hombres de esa época comprendieron que el México en ciernes requería hombres preparados para dirigir los destinos patrios pues, a decir del doctor Mora, “la ignorancia jamás extiende la vista a lo futuro; no calcula sobre las diferentes edades del hombre; cree que es eterna la juventud, o al menos los placeres de esta época de la vida. El amor a las ciencias es casi en nosotros la sola pasión duradera…” que proporciona la posibilidad de un futuro mejorado.
 
Si la educación se constituyó en el objetivo primordial, de manera más modesta el periodismo fue un instrumento idóneo que contribuyó a ella. Las gacetas reflejan la clara intención de instruir: ofrecen la amenidad propia de las diferentes expresiones de la literatura, ponen al alcance la modernidad al informar de los últimos descubrimientos científicos y tecnológicos, brindan al “bello sexo” un material apropiado para él y, en fin, se preocupan por moralizar mediante pasajes bíblicos recreados en sus páginas. Para sintetizar, puede afirmarse que estos impresos respondieron propiamente al interés científico-literario, como ellos mismos lo llamaban, de un público que reclamó para sí el acceso al conocimiento y de unos autores que hallaron en tales espacios la posibilidad de echar a volar su imaginación, compartir su amplia cultura y ofrecer, por decirlo así, una variada gama de artículos de difusión. Los editores desempeñaron una función importantísima al definir poco a poco el carácter de las publicaciones, determinar su contenido e imprimir su tendencia específica a cada una de ellas: política, literaria o científica. Para tal fin cantaron con colaboradores distinguidos: los hombres de letras más destacados de ese entonces.
 
No es de extrañar entonces que, consideradas las preocupaciones de la generación rectora de los destinos nacionales en las primeras décadas del México independiente, los nombres de los más conspicuos políticos se identificaran también con los de letrados y, por tanto, confluyeran en los mismos foros figuras de edades dispares: a veteranos escritores como Andrés Quintana Roo, Lucas Alamán, Francisco Manuel Sánchez de Tagle o Manuel Eduardo de Gorostiza, se vinculan noveles literatos tales como Guillermo Prieto, José Fernando Ramírez, Ignacio Sierra y Rosso, Luis de la Rosa, entre otros, unidos todos por un mismo ideal: conferir a México el grado de nación progresista. Sus posturas políticas fueron quizá antagónicas, mas no su sentir en torno a la literatura, pues le atribuían un valor inestimable en la tarea de mejorar al país. Comulgaban con la idea de que “los hombres grandes se conocen por sus escritos o por sus acciones, la imprenta es el canal por donde se transmiten sus nombres…”  y con ellos toda su luz y su sapiencia.
 
Las diversas publicaciones de ese género, por tanto, informaron, solazaron e ilustraron a sus lectores. Conforme a este concepto surgieron diversos títulos que periódicamente aparecían en el ámbito cultural del México decimonónico. Nada sorprende pues que los miembros de alguna agrupación se consagraran a la tarea de combinar sus actividades públicas con empresas editoriales. En las grandes ciudades y hasta en las remotas y pequeñas localidades se encontraban lectores sedientos de saber, ansiosos de conocer lo que Occidente ofrecía como ejemplo de lo más civilizado, lo más bello, lo más adelantado, lo último en la corriente del pensamiento. Entonces se reprodujeron textos publicados en revistas francesas, españolas e inglesas, y los títulos rememoraron, precisamente, las experiencias atrapadas en las lecturas foráneas, aunque respondían también a la necesidad de asignar un espacio a la cultura nacional, El Mosaico Mexicano, El Museo Mexicano, y La Revista Científica y Literaria constituyen los ejemplos más acabados de ello. En un primer momento, no hacían más que repetir lo hecho en el extranjero; empero, en su afán de ofrecer oportunidades a los talentos del país, abrieron sus páginas a las plumas mexicanas para dar a conocer los frutos de su inspiración. Con el tiempo, esas publicaciones se mexicanizaron, por decirlo así.
 
Ilustradas profusamente, con artículos breves, notas históricas, poesías amorosas, descripciones fantásticas, bellos paisajes, recuerdos maravillosos, llenaban las aspiraciones de lectores ávidos de contacto con lo nuevo; satisfacían su curiosidad asomándose al desconocido mundo de la ciencia, se acercaban al arte milenario o encontraban consuelo en la religión. En pocas palabras, hallaban en estas páginas un mundo fascinante.        
 
Con el paso del tiempo, las firmas de Carlos María de Bustamante, Manuel Orozco y Berra, Joaquín Pesado, Juan N. Bolaños, El conde de la Cortina, Ignacio Rodríguez Galván, Manuel Carpio, José Bernardo Couto, José María Lacunza, Guillermo Prieto, José María Lafragua, Casimiro Collado, Manuel Payno, José María Heredia, Fernando Calderón, José María Tornel, Juan B. Morales, Mariano Otero, Luis de la Rosa, Joaquín Cardoso, por mencionar las más representativas, se alternaron con los nombres extranjeros y comenzaron a robar espacios; allí ensayaron la poesía y la historia, en ellas volcaron sus conocimientos y mostraron sus inclinaciones literarias, allí se engolosinaron al describir el paisaje de México. En suma, esta primera experiencia de literatos mexicanos viene a ser el antecedente a la flamante generación a la que pertenecieron Francisco Zarco, Ignacio Manuel Altamirano e Ignacio Ramírez, quienes habrían de convertirse en los más afamados escritores de su tiempo y, de hecho, terminarían por confinar en el olvido a sus predecesores.
 
Rescatar la obra de aquellos pioneros de la literatura nacional reviste enorme importancia. Llenar el vacío actual al respecto, conduce a descubrir los intentos por crear una literatura mexicana y conocer los escritos de la primera camada de autores empeñados en comunicar lo que a su juicio evocaba, entre otros muchos conceptos, a México. Entres esos creadores se encuentra Luis de la Rosa Oteiza, quien desde temprana época produjo textos de corte literario para contribuir a las empresas editoriales surgidas en distintos puntos de la nación, una vez independizada ésta. Trabajos de muy diversa índole, dispersos en distintas publicaciones, son prueba fiel de su labor en pro de una cultura nacional.
 
La variedad temática de los textos reunidos en el presente volumen nos ofrece la posibilidad de reconocer la amplia gama de intereses albergados por De la Rosa en distintos momentos de su vida, ya que se trata de un fiel representante del ilustrado, capaz de hallar en cada una de las expresiones humanas un motivo de asombro, estudio o reflexión. No vacila, penetra en su mundo Interior, se detiene frente a la naturaleza en busca de un tema por desarrollar, asimila la sabiduría de otros, contempla las bellezas del paisaje mexicano y en todo ello encuentra un objeto digno de atención. Representa, cabalmente, “al hombre que ha cultivado su talento y no se precipita a los vergonzosos extravíos en que cae de ordinario el ignorante”.
 
Los trabajos aquí reunidos resultan en extremo misceláneos, por corresponder —como ya se dijo— a innumerables temas y motivos capaces de cautivar la atención de una personalidad ilustrada, por ello se decidió presentarlos simplemente en orden cronológico, en los que podrá advertirse un cierto predominio de tres esferas: ciencia, religión e historia.
 
Respecto a la primera, puede afirmarse que De la Rosa exploró los reinos animal, mineral y vegetal, y se esmeró en describir con detalle cada aspecto que seleccionaba de ellos. Sus conocimientos científicos partían de su propia experiencia, aunque en ocasiones se basaba en autores extranjeros para avalar o refutar afirmaciones. En sus artículos se advierte la acuciosidad de quien desea penetrar los misterios de la naturaleza, de quien siente una especial atracción por ilustrar y compartir sus experiencias con los demás. Entre los trabajos de esta índole más representativos, podemos citar “La utilidad de las plantas”, “Ornitología, Los nidos de las aves”, “La planta pichel”, “Historia natural”, “Investigación sobre el origen de las plantas de cultivo en México” y “El cenzontle”. No obstante, su texto más acabado, donde su vocación de educador alcanza la mayor plenitud, es sin duda la Memoria sobre el cultivo del maíz en México, reflejo de todas sus experiencias campiranas, sus lecturas científicas y su acendrada pasión por el tema. Y no podía ser otro el asunto que lo llevara a redactar tan largo texto, puesto que el maíz constituye el cultivo por excelencia de México, la base de la alimentación y, por ello, De la Rosa se afana en exponer los mejores procedimientos para producir aquel cereal. Los escritos dedicados a la ciencia muestran al autor preocupado por divulgar el conocimiento, por hacerlo llegar a los rincones más apartados del país mediante las publicaciones, por compartir sus experiencias con quienes, como él, sienten inclinación hacia el estudio y aspiran a desentrañar los misterios de la madre naturaleza.
 
Fragmento de la introducción       
 
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Laura Beatriz Suáres de la Torre
     
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Para la catedra de
historia del Arte
R048B03  
 
 
 
Eduardo Galeano  
                     
En las profundidades de una
cueva del río Pinturas, un
cazador estampó en la piedra        
su mano roja de sangre. Él dejó        
su mano allí, en alguna tregua            
entre la urgencia de matar y el            
pánico de morir. Y algún tiempo      
después, otro cazador imprimió,          
junto a esa mano, su propia          
mano negra de tizne. Y luego        
otros cazadores fueron dejando          
en la piedra huellas de sus                  
manos empapadas          
en colores que venían de    
la sangre y de las cenizas, de la                 
tierra y de las flores.
 
Trece mil años después,                            
cerquita del río Pinturas, en                    
la ciudad de Perito                                                                           
Moreno, alguien escribe en la                      
pared: Yo estuve aquí.
 
Tomado de La Jornada            
10 de agosto de 1997
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Eduardo Galeano
     
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Canto de amor
y de esperanza
al río Papaloapan
R048B04  
 
 
 
Samuel Aguilera  
                     
 I        
 Este coloso doliente que con asombro contemplo
 era no hace mucho tiempo de agua clara y transparente
 y era común y corriente que hasta el pescador más malo,
 dormido arriba de un palo con un anzuelo de a veinte        
 almorzara diariamente su buen caldo de robalo.        
 
 II        
 Yo vi pasar por las tardes miles de garzas montunas,
 miré posarse en las dunas pichichis y patos buzos,
 vi pasearse a los guaruzos contoneándose en la orilla,
 vi la serpiente amarilla y vi la culebra de agua
 y vi pasar la piragua con una flor en la quilla.
 
 III        
 Vi pasear a las iguanas como pasean las muchachas
 y escuché las chachalacas temprano a las carcajadas,
 vi las bocas enrejadas del somnoliento lagarto,
 miré cantar en el porto a una sirena encantada
 y vi la luna guardada en las bodegas de un barco.
 
 IV        
 Bogando en el horizonte vi el vuelo del zopilote
 y miré el chichicuilote en las laderas del monte,
 oí cantar al cenzontle parado en un roble viejo,
 vi mirarse en el espejo del agua a un viejo venado
 y vi el saltito asustado del perseguido conejo.
 
 V        
 Vi el flamazo anaranjado del vuelo del colibrí
 y lo vi por Dios lo vi y vi a Dios enamorado,
 yo vi a Dios enamorado de esta tierra prodigiosa,
 lo vi en una yegua briosa galopando en la arboleda,
 lo vi besar las veredas del río de las mariposas.
 
 A        
 Hoy carroñas descompuestas enturbian su claridad,
 albañales de ciudad vomitan sus aguas muertas
 los drenes y las compuertas de esas grandes factorías
 arrojan mil porquerías a tu vena agonizante
 y tu torrente vibrante se seca al pasar los días.
 
 B        
 La mirada indiferente de quien te debe la vida
 es como sal en herida en tu pecho de gigante,
 ni una voz que se levante ninguna mano extendida,
 sólo pus infectada sólo mugre y albañal,
 sólo el tirano puñal de la ambición desmedida.
 
 C        
 Y esas aves de rapiña que han saqueado tus entrañas
 con gigantescas arañas que emponzoñan tus orillas,
 tus barcas verde amarillas ya no las miro bogar
 ni escucho el atarrayar de tus bravos pescadores
 ¿y los pájaros cantores? tampoco quieren cantar.
 
 D        
 Mis redes tengo colgadas como gorrión disecado,
 mis chuzos se han oxidado mis nazas están guardadas,
 en las noches estrelladas miro en silencio pal’río
 donde el viejo caserío tenía una torre en su iglesia
 que se murió de tristeza.
 
 E        
 Por eso es que lloro al verte queriendo agrandar tu cauce
 lloro a tu palma a tu sauce a tu corazón inerte
 a la rabia de tenerte muriéndote en mis brazos,
 lloro a los tres machetazos del puente que te ha partido
 y al sábalo malherido que muere dando aletazos.
 
Como ven hay dos cantos pero falta un canto,
 claro que falta un canto ¡el canto de la esperanza!
 pero no lo tengo, si quieren,
 si quieren lo escribimos entre todos.
 
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Samuel Aguilera
Grupo “Cal y Canto” Tuxtepec, Oaxaca, 1997
     
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del herbario         menu2
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El barbasco
R048B02  
 
 
 
Nina Hinke  
                     
Es posible que una de las plantas mexicanas más
importantes para la industria farmacéutica de este siglo, y paradójicamente muy poco conocida, sea el barbasco. Esta planta ha sido utilizada para la producción industrial de las hormonas esteroides, en particular de la progesterona y sus derivados, que se utilizan como anticonceptivos, y de la cortisona, un potente antiinflamatorio.
 
En México se designan con el nombre de barbasco varias especies vegetales pertenecientes a distintas familias botánicas, como la de las leguminosas y la de las sapindáceas. También reciben el nombre de barbasco muchas de las especies del género Dioscorea.1 Según Applezweiq, tradicionalmente se da el nombre de barbasco a las plantas utilizadas en Latinoamérica en la preparación de venenos de pesca. Sin embargo, los dos barbascos a los que nos referiremos en esta ocasión son Dioscorea composita y D. bartletii, o “cabeza de negro” que han constituido la materia prima en la industria de las hormonas esteroides sintéticas.
 
D. composita se distribuye desde Oaxaca y Veracruz hasta El Salvador y D. bartletii desde Veracruz y Oaxaca hasta Honduras, y ambas crecen de manera espontánea en los estados de Puebla, Veracruz, Oaxaca, Chiapas y Tabasco.
 
La historia de la explotación de estas dos especies está íntimamente ligada a la historia de la utilización de las hormonas esteroides sexuales en la terapéutica desde los años treinta, por ejemplo, de la progesterona para ayudar a mantener el embarazo (y sólo posteriormente como anticonceptivo), y al descubrimiento en los años cincuenta de que la cortisona, que tenía una gran demanda como remedio contra la artritis, se podía sintetizar a partir de la progesterona.
 
Hasta entonces, las hormonas disponibles en el comercio se obtenían de los órganos y de productos animales, pero la extracción no era una empresa fácil. Para la producción de progesterona, de testosterona o de estrona se necesitaban toneladas de ovarios de puerco, de testículos de toro y cientos de litros de orina de caballo, respectivamente. No es una coincidencia que Organon, una compañía holandesa que aún figura entre las más importantes en esta área, haya sido fundada por un profesor en farmacología, Ernst Laqueur, y el dueño de un rastro, el señor S. van Zwanenberg.
 
La dificultad para obtener las hormonas y el alto costo de producción impulsaron a las distintas compañías farmacéuticas a la búsqueda de fuentes de esteroides más propicias para la producción industrial y al desarrollo de la síntesis química a partir de precursores. El primer precursor utilizado para estos fines fue el colesterol. Sin embargo, la oxidación del colesterol no era un procedimiento sencillo y el costo de un gramo de hormona sintetizada era elevadísimo. La producción barata de hormonas sexuales solamente se hizo posible después de que se descubriera en el barbasco un compuesto parecido a los esteroides, llamado diosgenina, y se lograra utilizarlo como precursor para la síntesis de la progesterona, gracias a un investigador americano, Russell Marker.
 
En la carrera internacional entre los productores de hormonas sexuales, la compañía farmacéutica americana Parke-Davies patrocinó —siguiendo el ejemplo de Organon, Ciba y Schering, que establecieron desde un principio colaboraciones con académicos universitarios— las investigaciones de Russell Marker, profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania, sobre unas moléculas vegetales cercanas a los esteroides, las sapogeninas. Éstas son esteroides glicosilados, solubles en agua, y generalmente se encuentran asociados a las raíces. Gracias a su solubilidad se pueden obtener fácilmente por medio de una extracción alcohólica o en agua. Entre 1939 y 1943, Marker y su grupo realizaron varios estudios y demostraron que las sapogeninas podían ser utilizadas como precursores en la síntesis de hormonas esteroides. Entonces, se dieron a la búsqueda de plantas que tuvieran un alto contenido de sapogeninas.
 
Russell Marker cuenta que en 1941 se encontraba de viaje en Nuevo México colectando nuevas plantas para sus investigaciones, cuando vio, en la casa donde se estaba albergando, un libro de botánica con la foto de una planta con una raíz enorme de la familia de los ñames o camotes alimenticios, colectada en el estado de Veracruz. Al percatarse de que aquella raíz era una posible nueva fuente de sapogeninas, viajó a ese estado.
 
La planta que había visto era una “cabeza de negro”. Efectivamente encontró que producía grandes cantidades de un compuesto esteroide, la diosgenina, y logró transformarla en progesterona. Marker había encontrado una fuente abundante y fácil de extraer que permitía la producción barata y en masa de progesterona. Sin embargo, Marker no logró persuadir a los directivos de Parke-Davies de que se estableciera una planta de producción en México para explotar el barbasco. Quizás convencido de que el mercado de la progesterona tenía un gran futuro, Marker se fue a México en 1943 y estableció una nueva compañía en asociación con Emeric Slomo y Federico Lehmann, de los Laboratorios Hormona, S.A., a la que llamaron Syntex. Para 1956, Syntex era el proveedor de esteroides más importante de todo el mundo.
 
La “cabeza de negro” o D. bartletii fue posteriormente remplazada por otra planta mexicana, la Dioscorea composita, que es una planta seminvasora que crece abundantemente y que contiene concentraciones de diosgenina hasta diez veces mayores que la “cabeza de negro”. Además, su ciclo biológico es de sólo tres años comparado con el de D. bartletii, que dura veinte. Todas estas características hacen a D. composita mucho más redituable que D. bartletii.
 
A partir de los años cincuenta, la demanda de barbasco creció de tal manera que se convirtió en una fuente importante de ingresos para el país. Incluso se creó un organismo gubernamental encargado de la regulación del mercado de barbasco, que además contaba con su propia planta de procesamiento, Proquivemex. Se prohibió la exportación de barbasco y de diosgenina, de manera que las compañías extranjeras que querían producir anticonceptivos, cortisona u otros productos hormonales, tenían que comprarle directamente a los productores mexicanos la progesterona, con lo que se garantizaban las ganancias de las compañías nacionales. Además del provecho para las compañías farmacéuticas, en los estados como Veracruz y Oaxaca la recolección del barbasco se convirtió en la fuente principal de ingresos de comunidades enteras. Se crearon hasta mil centros de acopio, donde los campesinos entregaban las raíces, y en las localidades aisladas llegaban las avionetas a recoger la mercancía
 
En los setenta, cansadas y temerosas del monopolio mexicano del barbasco, las industrias farmacéuticas empezaron a buscar otras fuentes de precursores. Se organizaron expediciones botánicas en diversas partes del mundo para encontrar nuevas especies productoras de sapogeninas. Otras compañías perfeccionaron la síntesis de progesterona a partir del colesterol y Organon logró la síntesis química total, lo que les permitió prescindir del barbasco para producir la progesterona. Para fines de los ochenta, el mercado del barbasco había decaído drásticamente, y con él el sustento de los campesinos que lo colectaban. Además, desde entonces también se ha ido borrando el barbasco de nuestra memoria, en particular de nosotros los citadinos que vivimos tan alejados de las historias de nuestros recursos naturales.
 
El barbasco es sólo uno de los tantos ejemplos de los recursos vegetales con los que cuenta México. De alguna manera, estas plantas y su explotación están inscritos en la historia de nuestra gente y de nuestro país.
 
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Notas
1. Entre las leguminosas encontramos a Dalbergia brownei (Jacq.). Entada phaseoloides (L.), Lonchocarpus logipedicellatus (Pitt.) llamado también Chaperla y Nayapupo en Chiapas, Piscidia piscipula (L.), Tephrosia heydiana = T. sinapou (St.) y la planta del mismo género T. nicaraguensis.
De la familia de las sapindáceas se pueden listar Paullinia pinnata L., P. tomentosa (Jacq.) o barbasquillo y Serjania mexicana (L.) Willd.
Del género Dioscorea, D. floribunda Mart. Gal., el barbasco de camote o D. composita Hemsl., D. spiculiflora Hemsl, y D. bartletii, C. Mort.
     
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Nina Hinke
Universidad de París.
     
__________________________________________________
     
cómo citar este artículo 
 
Hinke, Nina. 1997. El barbasco. Ciencias, núm. 48, octubre-diciembre, pp. 28-31. [En línea].
     

 

 

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