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Alfredo de la Lama García
     
               
El hombre creativo juega, ésta es al menos la idea
que la psicología tiene de la actividad humana más abstracta que la sociedad ha desarrollado para la satisfacción personal, más allá de las gratificaciones materiales, de autoestima o de cualquier otra índole que como sustitutivo se hubiera podido desarrollar. El juego del adulto, no obstante, es cualitativamente diferente al del niño, como Erikson lo señala: “el juego infantil no constituye el equivalente del juego adulto, [ya] que no se trata de una recreación. El adulto que juega pasa a otra realidad; el niño que juega avanza hacia nuevas etapas de dominio”.

Johan Huizinga, destacado historiador interesado en el papel del juego (el ludens) en la cultura humana, a su vez afirmaba: “resumiendo, podemos decir, por lo tanto, que el juego, en su aspecto formal, es una acción libremente ejecutada ‘como si’ y sentida como situada fuera de la vida corriente, pero que, a pesar de todo, puede absorber por completo al jugador, sin que haya en ella ningún interés material ni se obtenga en ella provecho alguno, que se ejecuta dentro de un determinado espacio, que se desarrolla en un orden sometido a reglas y que da origen a asociaciones que propenden a rodearse de misterio o a disfrazarse para destacarse del mundo habitual”.

Si aceptamos que el juego adulto existe, entonces tiene un orden y se somete a sus propias reglas, sin ellas el “como si” no tendría sentido y, en consecuencia, la realidad nos abrumaría y quitaría el significado de las cosas. Un jugador de ajedrez que no respetará las reglas del movimiento de las piezas arruinaría el juego. Un miembro de una familia que no respetara las reglas del juego acabaría segregándose y en última instancia desmembraría el núcleo familiar.

Dentro de la comunidad científica también hay reglas de juego. Éstas, como muchas en otros ámbitos, no siempre son claras ni explícitas. En particular, en la ciencia pocos son los que perciben con claridad tales circunstancias, pero existen porque gracias a éstas se desarrolla la capacidad humana para manejar la experiencia mediante la creación de situaciones modelo y para dominar la realidad mediante la planeación y el experimento. Al reflexionar sobre su labor, algunos científicos han señalado la existencia de ellas. Pérez Tamayo coincide con Feyerabend en que en la investigación científica no hay método, es decir, “todo se vale”, porque la heterogeneidad de las ciencias así lo demanda. Sin embargo, reconoce que lo que sí hay son reglas generales del juego y enumera seis de ellas, agregando que “las anteriores reglas del juego son las que, de hecho, seguimos la mayor parte del tiempo la mayor parte de los investigadores”. A pesar de tal afirmación tan concluyente y amplia, el autor termina su idea con una afirmación ambigua: “si se examinan las reglas del juego señaladas arriba, es obvio que no son exclusivas de la ciencia, sino que se siguen en forma más o menos rigurosa cuando en la vida cotidiana se quiere averiguar algo que se desconoce e informar sobre ello a otras personas”. El autor de estas palabras, sin embargo, no cae en cuenta que al reconocer que sus reglas de juego se aplican a muchas otras actividades se invalidan automáticamente, dado que las normas de un juego deberían ser privativas de dicha actividad para que efectivamente fueran representativas del juego que dice jugar —esto a pesar de que el científico mencionado es un eminente patólogo e inmunólogo, con muchísimas publicaciones internacionales y con más de cuarenta años de trabajo en el laboratorio.
 
Esta primera aproximación a las reglas del juego de la ciencia tiene por objeto invitar al lector a reflexionar sobre la dificultad para identificarlas, lo cual se debe a que por lo general esta clase de juegos no tienen reglas explícitas. En las comunidades científicas, como en muchas otras, se aprende por imitación y muchas veces su significado no se aclara, sólo se espera que el indiciado cumpla con ellas. Esta paradoja ha sido objeto de muchas reflexiones, por parte de numerosos científicos. El físico Spirin lo reseña así: “[en] la juventud, los estudiantes distinguen con toda nitidez quién es quién [entre sus profesores]. Más aún, creo que la personalidad, las (cualidades humanas) del dirigente influyen sobre los alumnos y colaboradores siempre más que los problemas científicos a que se dedica”.

Por nuestra parte, creemos que es necesario —como dice el sociólogo de la ciencia Gerald Holton— esforzarnos por adquirir una noción más clara de cómo [los científicos] han logrado aplicar esas facultades [ya que] podemos esperar que tal conocimiento sea de uso práctico en un tiempo en que nuestra especie parece depender de aprovechar todos los recursos de la razón para generar nuevas ideas que sean, a la vez, imaginativas y eficaces”.

El propósito del presente trabajo es la búsqueda de un enfoque que, sin renunciar al aspecto racional, muestre los procesos informales que dan sentido a la práctica de la investigación científica. Por tales motivos trataré de explicar lo que, según los propios científicos, constituyen las normas generales de su propio trabajo; dicho de una manera más lúdica, se trata de descubrir cuáles son las reglas del juego de la investigación científica.

Para poder generalizar las opiniones individuales de los científicos sobre cuáles son las reglas del juego del trabajo científico, formularemos dos ideas que consideramos facilitan el entender cómo estos hombres efectúan sus descubrimientos científicos: la primera plantea que un investigador exitoso desarrolla previamente un compromiso existencial con la materia investigada. Este pacto emocional, muchas veces lúdico, es el mecanismo psicológico que le permite involucrarse de manera auténtica y profunda en los procesos investigados, es decir, en el juego. La segunda conjetura sostiene que existe un conjunto de acuerdos sociales (los cuales tienen su origen en actitudes y conductas individuales que se generalizan en el resto de la sociedad mientras sean eficaces para resolver problemas que enfrenta la misma comunidad), es decir, de reglas de juego generadas de manera informal por la comunidad científica que, si son interiorizadas por el practicante —“como si”— le permiten acoplar el interés personal por la materia investigada a las exigencias de la investigación científica y, por tanto, aumentan las posibilidades de que su búsqueda existencial desemboque en una investigación fructífera que arranque los secretos a la naturaleza y entonces sean incorporados a una ciencia en particular.

Intrigado por los resortes creativos en la ciencia, Goldberg estimó, como nosotros, que el acto creador es imposible de reproducirse, pero que conocer los elementos personales, los procesos mentales y el ambiente social que lo rodean ayuda al intelecto a formarse una idea de cómo se genera un pensamiento creativo. Por tal motivo mostró algunas características biográficas de Albert Einstein: el hecho de que sea fútil tratar de descubrir cómo piensa un genio creador como Einstein no quiere decir que no consigamos afirmar nada en absoluto acerca del proceso creador en términos de los hábitos observables de los individuos o en términos de la relación con su credo epistemológico con lo que producen. Sin embargo, es necesario reconocer que tratar el tema desde esta inusual perspectiva no es tarea fácil, pues los científicos por lo común ofrecen reiteradas excusas para no explicar cómo hacen lo que hacen. Decía el propio Einstein: “si quieren ustedes averiguar algo de los físicos teóricos, acerca de los métodos que emplean, les recomiendo adherirse estrechamente a un principio: no creer en sus palabras sino fijar su atención en sus actos”.

El déficit de reflexión sobre los elementos lúdicos del sistema que permite validar los resultados de la ciencia quizá se deba, en parte, a los prejuicios generados por la propia ciencia. Eiduson, por ejemplo, al hacer un estudio de la literatura sobre la materia concluyó que: “los científicos como grupo parecen atrapados en los mismos estereotipos que el público sostiene acerca de ellos y, en realidad, los investigadores parecen haber sido atraídos a las ciencias por algunas de las mismas fantasías y estereotipos”. Entre dichos mitos suele minimizarse, por ejemplo, la relevancia del trabajo manual, como Rabí, premio nobel de física, advertía: “no enseñamos a nuestros alumnos lo suficiente del contenido intelectual de los experimentos, acerca de su novedad y de su posibilidad de abrir nuevos campos”.

Afortunadamente, existen científicos que se involucran con su trabajo con mayor realismo y humildad y por ello han sido capaces de difundir algunos secretos de su profesión. De ahí han surgido comentarios inesperados sobre la forma en cómo efectivamente hacen investigación científica. Un pionero de esta forma de proceder es Brezinski, ingeniero en operaciones, quien escribió el libro El oficio de investigador y señalaba lo siguiente:“[deseo ofrecer] muestras del camino que han seguido sus pensamientos hasta llegar al descubrimiento. Del mismo modo es posible describir el método científico (o su ausencia). Así podemos llegar poco a poco, si no a comprender todo, al menos a entender cómo se construye el pensamiento científico, cómo se elabora lo que François Jacob llama ciencia nocturna en contraposición de la ciencia diurna, que figura en los manuales y artículos”.

Continuando el camino trazado por Brezinski y otros, hemos recogido variados testimonios de científicos naturales con el objeto de entender su trabajo. Decidimos crear nuestros supuestos con el objeto de ordenar, clasificar, y analizar críticamente dichas experiencias y así establecer si, además de los aspectos personales irreproducibles del acto creador, hay indicios de la existencia de procesos psicosociales que hayan sido subestimados cuando se intenta explicar cómo se elaboran las investigaciones científicas. Consideramos que para los jóvenes investigadores conocer la cara oculta de la ciencia —como dice Jacob— o las reglas del juego, como aquí decimos, es importante porque permitirá difundir y quizás practicar una de las actividades más vitales para esta época, la era del conocimiento.

La relevancia del compromiso auténtico

Aunque existe una gran reticencia por parte de los científicos a manifestar lo que realmente sucede en el proceso de confeccionar las investigaciones, muchos están convencidos de que las buenas ideas no se deben al azar, ni a un chispazo irracional, ni a una necesidad histórica, ni a una mente superior. Curtis, por ejemplo, al reflexionar sobre este asunto, se preguntaba si no era necesario explorar las íntimas preferencias de los investigadores para entender el proceso de la creación científica: “¿Dónde deben iniciar el relato retrospectivo —si no introspectivo— de su labor y sus suposiciones profesionales durante los últimos años? ¿Cuánto o cuán poco debe contar?”.

Que el arranque de una vida dedicada a la investigación científica sea tan variada, original, inesperada y personal, como cualquier biografía, no parece ser específica de una disciplina en particular. En realidad, este tipo de inspiración es el motor elemental del conocimiento incluso para las ciencias más desarrolladas, como podrían ser las naturales. Así lo descubrió Bernstein, físico y divulgador de la ciencia, quien cuenta: “ingresé a Harvard en 1947, a la edad de diecisiete años, sin tener una idea clara de lo que pretendía hacer en mi vida. Sabía o creía saber que escribir era una de las cosas que hacía bien y, por tanto, pensé en periodismo. Llegar a ser científico era el último de mis pensamientos”. En cambio Rabí, destacado físico, famoso por la excelencia de sus experimentos relacionados con la estructura magnética del núcleo atómico, tuvo el convencimiento de que sería científico desde niño, cuando descubrió la astronomía, a pesar de que su familia judía era fundamentalista. Entre ambos extremos —no saber qué estudiar al ingresar a la universidad o saberlo desde que se es niño— se encuentran multitud de experiencias diferentes, producto de las vivencias, inclinaciones, gustos, preferencias e intereses personales, resumida esta convicción por Reichenbach, físico y filósofo de la ciencia, en la sencilla frase: “es que lo deseamos así”, y por Levy en un contraejemplo: “no se realiza un buen trabajo intentando forzar la mente”.

El estudio de estas particularidades nos lleva a un mismo resultado: la producción científica no nace ni mecánica ni lógicamente. Lo que debemos entender es que el arranque o el origen del deseo de hacer investigación científica y efectuar descubrimientos se encuentra dentro de las inquietudes personales de quienes lo hacen. Esta conclusión nos lleva por un camino diferente al tradicional, mucho más personal e intuitivo y por tanto nos sumerge en el universo de lo psicosocial.
El hecho es que, independientemente de las circunstancias y los incidentes específicos que rodean las buenas ideas, quizás sea la capacidad del hombre para involucrarse de manera auténtica en una problemática lo que permite vislumbrar, así sea mediante aproximaciones poco ortodoxas, las intuiciones geniales que producen los mejores resultados, como lo explica Manuhhim: “no se puede alcanzar la perfección más que si la investigación llega a ser forma de vida”; o como lo dice de manera más específica Brezinski: “sólo se hará una buena investigación en la medida que guste el tema, que debe convertirse en el objeto, la propiedad del investigador [y agrega sabiamente] es difícil que pueda imponerse un tema de investigación a alguien”. En otras palabras, el interés por trabajar intensamente una problemática específica nace del compromiso genuino, auténtico, entre el científico y el problema que desea resolver, o sea, es el deseo de una persona por jugar un juego particular, por el mero placer de hacerlo, sin esperar ninguna ganancia personal.

Mas si el compromiso individual por la materia investigada une a los científicos, ¿qué los distingue entre sí? La respuesta a esta interrogante radica en el tipo de problemas que el investigador prefiere explicar mediante los procesos de investigación. Los problemas que la ciencia aborda son totalmente variados, heterogéneos y diferentes para cada individuo. Así pues, el objeto se minimiza frente al compromiso existencial desarrollado por el individuo, como lo expresa el profesor Hadamard al estudiante que comienza a hacer su tesis: “espero hacerle comprender que existe un gusto científico, como hay un gusto literario o artístico”. Cabe añadir que los problemas científicos pueden abarcar casi cualquier cuestión que involucre procesos naturales y sociales.

Sólo si el científico se involucra de manera auténtica en el problema escogido podrá, además de incentivar poderosamente la imaginación, perseverar en uno de los procesos más complejos, tardos, inciertos y angustiosos de la actividad humana; como lo reconoce Brezinski: “en la investigación los periodos donde no se encuentra nada son mucho más numerosos que los periodos de excitación donde las ideas fluyen. El joven investigador deberá aprender a no desanimarse. La investigación es una escuela de perseverancia”. De otro modo nos lo recuerda el célebre físico Boltzmann: “la simplicidad y la evidencia de todos los resultados son increíbles una vez que se han encontrado; lo mismo son increíbles las dificultades para resolverlo”; y Bufón rememora: “la invención depende de la paciencia; es preciso ver, mirar durante un tiempo un tema: entonces se aclara y se avanza un poco”. Hasta que en un momento dado, quizás de un chispazo, se percibe con toda claridad el descubrimiento. Como lo describe con acierto el físico y premio Nobel, Louis de Broglie: “después, de repente, generalmente con una gran brusquedad, se produce una clase de cristalización: el espíritu del investigador percibe en un instante, con una gran nitidez y de una manera desde entonces perfectamente consciente, las grandes líneas de las nuevas concepciones que se habían formado oscuramente en él”.

Potencial para el descubrimiento y capacidad para la perseverancia académica son las riquezas que aguardan a aquellos que logran establecer un compromiso existencial, personal, intransferible y auténtico con la materia escogida. Este compromiso será la condición que abrirá la posibilidad de desentrañar los secretos de la naturaleza y de la sociedad. El profesor que desee que sus alumnos realicen investigación científica debe convencerlos de la importancia de este compromiso existencial.

Jugar el juego de la ciencia

Si aceptamos que la investigación suele originarse en los momentos más inesperados y bajo las inspiraciones más disímiles y originales, entonces ¿qué es lo que distingue al científico del artista genuino? Porque podrá afirmarse, y con razón, que casi todos ellos tienen ideas geniales de vez en cuando y en las situaciones más sorpresivas y singulares. Paul Valéry corrobora esta sensación de semejanza: “mi convicción, desde mi juventud, fue que en la fase más viva de la investigación intelectual no hay otra diferencia que la del nombre entre las maniobras interiores de un artista o un poeta y las de un sabio”. Igualmente lo percibe Isaac Rabí: “uno debe sentir la cosa en sí mismo, sentir que eso podría cambiar tu perspectiva y tu manera de vivir, uno debe volver a la condición humana, a la expresión humana, mucho más cercana a aquello que se supone siente el artista”. Henri Poincaré, excepcional matemático, se une a esta clase de opiniones cuando dice: “el sabio digno de ese nombre, el geómetra sobre todo, experimenta con su obra la misma impresión que el artista; su goce es tan grande y de la misma naturaleza”.

Si es cierto que no podemos distinguir el sentimiento de autenticidad, ni el compromiso que existe en el científico y el artista, debemos entonces interrogarnos: ¿cuál es la diferencia entre ellos? Para responder, debemos suponer que la diferencia entre el científico y otro individuo creativo se basa en el tipo de predisposición que se tiene para utilizar las intuiciones geniales. Por tanto, parece lícito afirmar que la diferencia entre un individuo dedicado a cualquier actividad creativa y otro que se dedica a la investigación científica es la forma como materializa su intuición.

La comunicación de la idea genial del individuo que no se dedica a la investigación puede ser extraordinariamente variada, intuitiva e individual, como ya se apuntó, y la forma de manifestarse podría adoptar cualquier medio de expresión, como un poema, una obra de teatro o una pintura; también podría mostrarse como producto de una revelación y entonces hablaríamos de misticismo, de charlatanería y hasta de dogmatismo. Todas estas interpretaciones son válidas, pero tienen algo que las hace personales y no científicas: son productos subjetivos que no necesariamente coinciden con la realidad.
Por contraparte, el científico tiene ante sí el reto o desafío de ejecutar el paso entre lo que es una valiosa captación subjetiva de algún proceso real, a su concreción objetiva, verificable y generalizable. Martín Bonfil explica esta diferencia: “el de la expresión de una idea o un sentimiento, en el caso del artista; el de la formulación o confirmación de una hipótesis que dé sentido a los datos, en el del científico”.

La investigación científica, aunque parte del mismo origen que cualquier otro acto creativo, no recorre los mismos caminos, es decir, el investigador se introduce en un juego particular y se diferencia por seguir una vía que lo posibilita para establecer un sistema, inferido en buena parte de hechos particulares, y lo faculta para poder generalizar el conocimiento de la realidad.

Descubrimos pues un acuerdo generalizado en los científicos, es la primera regla del juego de la ciencia, la cual revela la opción de dedicarse a comprender —el mundo tal como es— mediante la observación cuidadosa. Ésta es la actualidad fundamental de la ciencia hasta la actualidad, como lo expresa Pérez Tamayo: “desde luego todos [se refiere a los miembros de su laboratorio] creíamos en la existencia de un mundo real, cuyas características estábamos estudiando de la manera más objetiva posible, con el propósito de que nuestros resultados fueran el reflejo más cercano de la realidad”.

Esta creencia o actitud, creada por la escuela griega de los jonios, a veces se olvida u obvia, como advierte de manera aguda, el físico, también premio Nobel, Schrödinger: “actitud que para nosotros [los científicos] se ha convertido en actitud común, hasta el punto de olvidar que alguien tuvo que plantearla, hacer de ella un programa y embarcarse en él”. Desde el siglo XVII, las comunidades científicas críticas sostienen, creen y difunden esta actitud o creencia básica —la inteligibilidad del mundo— pero, como dice Schrödinger, les parece tan obvia que pierden de vista que se trata de un programa de trabajo, aunque éste no se enseñe de manera formal. Empero, sin ella, la ciencia no existiría como tal. Por tanto, el creer que existe un mundo tal como es y que observarlo cuidadosamente permite conocer sus regularidades puede ser considerado el primer acuerdo social o la primera regla del juego de la ciencia; y así deberíamos de enseñarlo a nuestros estudiantes.

Sin embargo, para que sea efectiva, esta primera regla de juego se enfrenta a la dificultad de llevarla a la práctica. Durante cientos de años, quizás más de un millar, sólo fue una aspiración. Únicamente cuando se desarrollaron otras tres reglas fue posible llevarla a la práctica, de adecuarla a un proceso denominado investigación científica, que es un sistema de verificación o prueba de conjeturas mediante el cual, si los resultados explican la realidad y se aceptan, tienen la posibilidad de ser incorporados al caudal de conocimientos de una disciplina en particular. Denominamos actitud crítica a la disposición personal que tiene el científico para aceptar que los descubrimientos que realizó se sometan a rigurosos ensayos y experimentos. Esta actitud es la segunda regla del juego. Su aceptación va más allá del mero asentimiento pasivo.
Medawar, premio Nobel en fisiología, explica cómo opera la relación entre el compromiso existencial —la imaginación— y la actitud crítica, y que sea así efectiva esta segunda regla del juego de la ciencia: “el razonamiento científico es un diálogo explicativo que siempre puede resolverse en dos voces o episodios de pensamiento, imaginativo y crítico, que alternan e interactúan”.

La genetista Gloria León describe con toda claridad la importancia de tener esta clase de actitud: “indudablemente la mejor forma de confirmar o refutar una teoría es la empírica [y agrega] con un profundo sentido crítico y autocrítico”. Para interiorizar esta segunda regla del juego, el científico precisa asumir una disposición similar a la de un deportista amateur, es decir, alguien que desea practicar una actividad por gusto, por placer, por voluntad propia. Una libre elección, muchas veces lúdica, que tendrá que amoldarse y respetar ésta.

No obstante, sólo un espectador reconoce la virtud de la regla sin practicarla. Mientras que un científico en activo, además de tener una actitud crítica, debe obrar, es decir, pasar a la acción, a la ejecución, ya sea en el archivo, en el trabajo de campo o en el laboratorio. En suma, debe llevar su actitud crítica a la práctica, con el objeto de probar la validez de sus conjeturas. Pérez Tamayo lo expresa con claridad: “naturalmente [aunque lo natural, en este caso, es ajeno para los que no están dentro del juego] también [hay] que dominar los aspectos técnicos del trabajo [científico], el uso correcto de los aparatos de registro, la calibración basal para cada experimento, el diseño de controles adecuados, y otros cientos de detalles más que dependían directamente de nuestras habilidades”. Todas estas habilidades se desarrollan con la única finalidad de probar las conjeturas hechas en la compleja realidad. A esta clase de habilidades y competencias la llamaremos poseer aptitud científica o metodológica, y representa la tercera regla del juego de la ciencia.

Practicar las habilidades científicas con maestría y entrega, es decir, interiorizarlas, permite la forja de un auténtico científico, dado que en este punto es donde indefectible y disciplinadamente entra la cuestión de los procedimientos, los instrumentos, las técnicas y la metodología. Como reflexiona Gloria Leónrespecto de su mentor: “para el Doctor Berka la observación y participación personal, (con nuestros propios ojos y nuestras propias manos) en forma acuciosa y analítica en cada parte del proceso de un experimento, es el material más importante e invaluable para un investigador científico”. Aquella persona que desee hacer investigación científica deberá estar bien provista y entrenada para hacer uso de los elementos técnicos e instrumentales de su propia disciplina y aun de otras; y si es necesario, ser capaz de diseñar nuevos, si el tipo de problemas que aborda tienen un carácter interdisciplinario o inédito.

Un profesor que enseñe metodología de la ciencia deberá tener presente el interactuar que se produce entre el compromiso existencial, la actitud crítica y la aptitud metodológica. El biólogo Francisco Ayala dice que: “las conjeturas imaginativas y las observaciones empíricas son procesos mutuamente interdependientes”; en el mismo sentido, Reichenbach apunta: “la explicación científica exige amplia observación y pensamiento crítico. Mientras más amplia sea la generalidad a que se aspire, mayor debe ser la cantidad de material por observar y más agudo el pensamiento crítico”. El científico habrá de tener presente la interacción que se produce entre la imaginación, la actitud crítica y la aptitud científica, porque cuando una de ellas se separa de las otras es posible esperar cualquier cosa, desde una novela de ficción hasta una charlatanería pseudocientífica.

Es necesario destacar una cuarta y última regla de juego, que la comunidad científica ha impuesto a cualquier resultado científico, que por ser menos espectacular, y a veces obviada, no es menos relevante y esencial. Se trata de la capacidad para comunicar de manera abierta los resultados encontrados. Esta regla del juego tiene la cualidad de exponer públicamente la actitud crítica y la aptitud metodológica del investigador, como Reichenbach lo recuerda: “el mismo científico que descubrió su teoría por medio de conjeturas las comunica a los demás sólo después de que ha visto que su conjetura se halla justificada por los hechos”.

Debe advertirse que algunas investigaciones científicas no necesariamente son públicas, sino que buscan el registro de una patente o mejorar un proceso tecnológico. En estos casos, aunque sea la publicación abierta, en el sentido de que puede reproducirse, se limita a una revisión crítica para determinar si el descubrimiento es válido. En caso de ser positiva la respuesta, se confiere un periodo de gracia para ser explotada exclusivamente por aquel laboratorio o persona que realizó la investigación.

El requisito esencial para cumplir el acuerdo de comunicar de manera abierta los resultados de una investigación es mostrarlos mediante un informe escrito, en el cual priva el orden, la claridad y la precisión en el uso del lenguaje. Nada delata tanto una postura pseudocientífica como el desorden, el lenguaje de imágenes, el uso de analogías y oraciones oscuras e intrincadas y la imprecisión de las observaciones, así como los desarrollos matemáticos no explicados cabalmente y el ocultamiento de datos o procedimientos, que son las formas más comunes de cometer fraude en la ciencia, aunque no las únicas. Los profesores de metodología deberán hacer hincapié en la importancia del manejo adecuado del lenguaje castellano, orientado de la manera que hemos descrito.

A lo antes dicho, cabe añadir que comunicar los resultados de forma idónea es tan importante como las otras tres reglas de la investigación científica antes mencionadas, por dos importantes consideraciones: si un científico no ha publicado o patentado su investigación, entonces esa investigación no existe para la comunidad científica; en consecuencia, este nuevo conocimiento se pierde o no se reconoce. La otra consideración es que los resultados de una investigación no formarán parte del conocimiento científico hasta que la comunidad científica quede convencida, de manera objetiva, racional y a veces verificable, es decir, críticamente, de que los resultados son confiables hasta cierto punto. Como advierte el editor de temas científicos, Carlos Vizcaíno: “investigar es crear, descubrir conocimiento nuevos (publicar correctamente) estos descubrimientos permite a los demás investigadores de un área en particular, de hoy y del mañana, entender, reproducirlos y utilizarlos para nuevos propósitos de investigación […] si esto no fuera así […] las revistas de investigación no tendrían razón de ser”.

Por la razón anterior, el astrófísico Lyttleton recomienda que al escribir el informe: “no se debe dejar bocabajo ninguna de las cartas, ofreciendo garantías (o excusas) de que tal o cual paso es (completamente correcto) y que debe aceptarse sin más [y agrega] muchos artículos, sin embargo, son deficientes en ese respecto”. Pérez Tamayo es todavía más incisivo: “cuando se oculta parte de los datos que han permitido alcanzar un resultado no se está mintiendo pero sí se está impidiendo que la ciencia ejerza sus funciones críticas sobre las nuevas proposiciones”, lo que podría invalidar los resultados encontrados por violar una de las reglas fundamentales del juego de la ciencia.

En resumen, aquél que se acerque a la indagación de cualquier problema bajo la forma a la que hacemos referencia, deberá sentir un gran gusto por dicha problemática; pero, además, estará dispuesto a sujetarla y a explicarla, interiorizando las reglas del juego desarrolladas por las comunidades científicas críticas. Tales reglas se respetan porque los que juegan han encontrado que son útiles en el desempeño del juego que consideran más vital e importante: la ciencia.

Conclusiones

Hemos señalado, al inicio de este texto, que el hombre creativo juega y al hacerlo se entrega a un proceso capaz de aislarlo y abstraerlo de la realidad cotidiana, con el mero fin de encontrar satisfacción y gusto. En el caso del investigador, cuando logra darle a la materia que desea investigar un significado tal que le permita considerarla como algo mediante lo cual se realiza como ser humano, entonces se acrecienta la probabilidad de que, gracias a la perseverancia académica y la imaginación, le sean entregados los secretos más celosamente guardados por la naturaleza. A alcanzar este logro le hemos llamado poseer un compromiso existencial.

Por otra parte, para que dichos secretos revelados puedan ser comunicados y aceptados por otros colegas es necesario que se sujeten previamente a cuatro reglas del juego, llamadas también acuerdos sociales, que son: 1) aceptar la inteligibilidad del mundo; 2) poseer actitud crítica; 3) tener aptitud metodológica; y 4) comunicar de forma abierta los resultados encontrados. Creemos que estas son las efectivas reglas del juego de la investigación científica por la sencilla razón de que no existe ninguna otra actividad humana, léase juego, que tenga dichas reglas y porque jugarlo permite arrancarle los secretos más recónditos e interesantes al mundo que nos rodea.

Las reglas del juego para hacer investigaciones científicas son complejas, creativas e interdependientes, y cada investigador las mezcla y combina en función de sus propias necesidades imaginación y habilidades, para producir los mejores resultados. Además, muchas de estas reglas no son explícitas ni se enseñan formalmente, pero están íntimamente ligadas a aspectos humanos esenciales que se mezclan e interactúan creativamente. Como Pérez Tamayo lo expresó: “otras partes, a veces tan importantes como la lógica y otras veces todavía de mayor importancia, son la imaginación, la intuición, la experiencia y el análisis crítico de los hechos”. Estas reglas del juego son la plataforma de lanzamiento que permite al científico llevar a cabo la investigación científica, es decir, resolver los complicados procesos de descubrimiento, prueba y comunicación, que son el único medio por el cual la ciencia acepta que el nuevo conocimiento se convierta en parte de ella misma.

En la actualidad, dichas reglas no se enseñan de manera formal, pero son, por así decirlo, la argamasa que da cohesión a lo enseñado formalmente; como el físico Budker lo expresa, en los establecimientos destacados académicamente, los conocimientos y las técnicas de cada disciplina científica son fundamentales, ya que: “sin poseer una buena escuela es imposible dominar los misterios del arte de la investigación. No es por casualidad que los buenos científicos nacen ahí donde existe una buena escuela, a pesar de que toda la literatura científica existente en los países civilizados está prácticamente al alcance de todos”.
Hacerlos explícitos en las prácticas de laboratorio, de metodología, de trabajo de campo, de matemáticas, o sea, a lo largo de la carrera profesional, permite al alumno entender las causas por las cuales los científicos obran de la manera en que lo hacen y tal vez reproducirlas con mayor facilidad.
       
Referencias Bibliográficas
Bernstein, Jeremy. 1982. La experiencia de la ciencia. Fondo de Cultura Económica, México.
Brezinski, Claude. 1993. El oficio del investigador. Siglo XXI, Madrid.
De la Lama García, Alfredo. 2011. “¿Existen reglas implícitas dentro de la investigación científica?”, en Revista de la educación superior, vol. XL 4, núm. 160.
Duncan, Roland y Miranda Weston-Smith (comps.). 1985. La enciclopedia de la ignorancia. Fondo de Cultura Económica, México.
Holton, Gerald. 1988. La imaginación científica. Fondo de Cultura económica, México.
Pérez Tamayo, Ruy. 2008 La estructura de la ciencia. México, Fondo de Cultura Económica.
Reichenbach, Hans. 1975. La filosofía científica. Fondo de Cultura Económica, México.
Rutherford Aris, et al (comp.). 1995. Resortes de la creatividad científica. Fondo de Cultura Económica, México.
Schrödinger, Edwin. 1977. La naturaleza y los griegos. Tusquets, Barcelona.
Vizcaíno Sahagún, Carlos. 2002. Las revistas de investigación y cómo publicar en ellas. Universidad de Colima Alianza del Texto Universitario, Colima.
 
 
 
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Alfredo de la Lama García
Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa.
 
Alfredo de la Lama García es Doctor en Sociología por la UNAM. Escribió el libro Estrategias para elaborar investigaciones científicas. Fue acreedor  del segundo  lugar del Premio Internacional de Investigación en Ciencias Sociales: Argumentos. Estudios críticos de la sociedad, convocado por la UAM. Actualmente es profesor investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, campus Iztapalapa.
     
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cómo citar este artículo

De la Lama García, Alfredo. 2014. La investigación científica y sus reglas de juego. Ciencias, núm. 113-114, abril-septiembre, pp. 118-131. [En línea].
     

 

 

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