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Laura Elena Juárez Guzmán
     
               
               
México es considerado mundialmente como un país megadiverso, de gran interés biológico y etnográfico, ya que además de la gran riqueza biológica cuenta con un diverso conocimiento tradicional en sus distintas regiones geográficas. Es por ello que, desde hace varias décadas, la etnobiología ha sido concebida como una disciplina que debiera ser materia obligatoria en todas las universidades en donde se imparten las ciencias biológicas y las humanidades.

El objetivo de varias casas de estudio al incluir la asignatura de etnobiología en su plan de estudios es lograr que los futuros profesionales desarrollen una conciencia sobre la gran importancia que tiene conocer y comprender que la riqueza biológica y cultural de países como México debe ser considerada como la base de un gran potencial económico y de bienestar social generalizado y por lo mismo requiere ser protegida y aprovechada.

En este contexto, la etnobiología es definida como el conocimiento y análisis científico para definir, investigar y valorar los saberes tradicionales existentes, en este caso de México, sobre las plantas, animales, hongos y microorganismos, así como la importancia que dicho conocimiento ha tenido y tiene en el desarrollo de la cultura y la economía de las comunidades. Sin embargo, al revisar algunos planes de estudio de universidades que en México imparten la asignatura de etnobiología, nos encontramos con particularidades que dieron inicio a la reflexión objeto del presente trabajo.

Por ejemplo, en la carrera de ingeniería en restauración forestal de la Universidad Autónoma de Chapingo, por ejemplo, encontramos en el programa de estudios la asignatura “Etnobiología y uso tradicional de los recursos forestales”, la cual contempla, entre los métodos antropológicos, la observación de esculturas, cerámica, códices, mitos, leyendas, etcétera, así como entrevistas a las personas con mayor conocimiento tradicional biológico (chamanes, parteras, boyeros, leñadores, etcétera).

Por su parte, en la Universidad Intercultural Maya de Quintana Roo se imparte la asignatura de etnobiología con el objetivo de que los alumnos conozcan y analicen sus conceptos y metodologías para que pueden definir, investigar y valorar el conocimiento tradicional de acuerdo con la composición étnica de la República Mexicana, principalmente en la zona maya, sobre las plantas y los animales. En ésta se abordan las relaciones que tiene el ser humano con los seres vivos de su ambiente y se trata especialmente la importancia que ese conocimiento tiene en el desarrollo de la sociedad, la cultura, la economía, las formas de aprovechamiento de los recursos naturales y los conceptos de ecología de las comunidades. También se comentan los conceptos de biodiversidad, bioprospección, derecho intelectual, derechos indígenas. De esta forma, se espera que la etnobiología ayude a que los futuros profesionistas desarrollen una conciencia sobre la importancia de saber y comprender que las riquezas biológicas y culturales de nuestro país, y entender cómo éstas pueden protegerse, valorarse y potenciarse.

La Universidad del Istmo cuenta con una publicación llamada Etnobiología zapoteca, mientras que en la División de Ciencias Biológicas de la Universidad Autónoma de Tabasco manifiestan en la presentación de la asignatura de etnobiología que, “el manejo de ambientes y organismos ocasionan por lo general una reducción de la diversidad biológica en el nivel de comunidades o poblaciones. Sin embargo, entre los pueblos indígenas, que son los habitantes y usuarios de las áreas con mayor diversidad biológica en el mundo, se han documentado excepciones, ya que suelen manejar los ambientes locales de manera tal que mantienen o aumentan la diversidad de formas vivientes”.

Como podemos observar en estos ejemplos, las escuelas y universidades impulsan los estudios etnobiológicos con el fin de rescatar y valorar el conocimiento tradicional de las diversas etnias del país y de esta forma elaborar propuestas de mejoramiento económico y social para las comunidades que lo poseen, por medio del reconocimiento de: a) una estructura social típica de grupos indígenas, en la que se contemplan chamanes, parteras, boyeros, leñadores; b) el estudio y análisis de elementos también comunes para las culturas indígenas: esculturas, cerámica, códices, mitos, leyendas; c) la definición, investigación y valoración del conocimiento tradicional de acuerdo con la composición étnica de la República Mexicana; d) el derecho indígena; y e) el estudio y conocimiento de los pueblos indígenas, que son los habitantes y usuarios de las áreas con mayor diversidad biológica en el mundo.

Frente a este panorama académico surgen varias preguntas: si el objetivo de las universidades citadas es impulsar los estudios etnobiológicos para rescatar y valorar el conocimiento tradicional del país y de esta forma elaborar propuestas de mejoramiento económico y social para las comunidades que lo poseen, ¿están contemplando todo el mosaico cultural que conforma México? ¿Sólo los grupos indígenas cuentan con conocimiento tradicional de plantas y animales? ¿Existen otros grupos poblacionales en México, que no sean indígenas, con conocimientos de plantas y animales de por lo menos cinco siglos?

La primera respuesta es sí; sí existe otro grupo que cuenta con conocimientos tradicionales de uso y aprovechamiento de plantas y animales, y que es parte del mosaico cultural que conforma este país. Algunos lo han bautizado como la tercera raíz, otros como afromestizos y algunos más como afrodescendientes. Sea cualquiera de los nombres, ellos son también parte del tejido sociocultural que conforma la nación.
Entonces, si México es considerado como un país megadiverso biológica y culturalmente hablando, ¿por qué no se ha incluido en este mosaico cultural a los afrodescendientes?, ¿será porque se tiene la idea de que se regresaron a África al finalizar el Virreinato?, ¿o se piensa que ocurrió como los mayas que desaparecieron?, ¿o será posible que este grupo poblacional no haya aportado nada a los saberes contenidos en el patrimonio nacional? Si se piensa que no aportaron nada durante cinco siglos, la respuesta es sencilla, pero ingenua. Entonces, ¿qué elementos de la cultura de los afrodescendientes y qué personajes de estos grupos no se están tomando en cuenta en la construcción de la etnobiología?
 
Un poco de historia
 
Para poder dar respuesta cabal y concreta es fundamental dar marcha atrás por lo menos un siglo. La ausencia del conocimiento que poseen los grupos afrodescendientes en los estudios de etnobiología está íntimamente ligada a dos asuntos fundamentales: a) el proyecto de nación que a finales del siglo xix y principios del xx se presentó como una de las necesidades primordiales ante las constantes amenazas de intervención de otros países y después de un siglo de desfile casi interminable de presidentes y dictadores; y b) en este diseño de país fue crucial la definición del patrimonio nacional, es decir, qué se entendería por México y por lo mexicano.

Bajo estas dos premisas, el Estado mexicano puso en práctica criterios diseñados por ellos mismos mediante los cuales idearon y echaron a andar programas de recuperación de la memoria histórica y el patrimonio nacional. Fue el reconocimiento del pasado prehispánico tras la revolución de 1910 el eje constructor de lo que sería México. Se fundaron las primeras instituciones dedicadas a reconstruir la identidad nacional y se elaboró, como dice Florescano: “una legislación protectora de los bienes heredados [y se crearon] instituciones dedicadas a su rescate y conservación, y a formar a los técnicos y estudiosos encargados de la valoración y engrandecimiento de ese patrimonio”.

Sin embargo, cuando el Estado, con un proyecto nacionalista, emprendió la tarea de proteger su patrimonio, la configuración de “lo nacional” poco coincidió con la verdadera nación, sino con los propios intereses de ese Estado. De esta forma, la selección y el rescate de los bienes patrimoniales, culturales y naturales, se realizó de acuerdo con los particulares valores de los grupos sociales dominantes, que resultaron restrictivos y exclusivos. Es así como el proyecto de nación se construyó con un ideario poco incluyente, donde sólo se hizo mención de la diversidad que convino incluir en el proyecto nacional, pero en el fondo sin reconocer, valorar y respetar la otredad, dando como resultado una nación con alto grado de marginación, derivada, en parte, de las diferencias de los grupos mencionados pero no reconocidos por los criterios del grupo dominante.

En resumen, como acertadamente afirma Enrique Florescano: “el patrimonio nacional no es un hecho dado, una entidad existente en sí misma, sino una construcción histórica, producto de un proceso en el que participan los intereses de las distintas clases que conforman a la nación”. Finalmente, podemos decir que, a pesar de las omisiones de tal diseño de nación, se dio vida a grandes y valiosos proyectos como el Museo Nacional de Antropología, la creación del Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Secretaría de Educación Pública y, por supuesto, el reconocimiento de la existencia, aunque sesgada, de una enorme diversidad cultural.

Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Existe un problema en la definición del patrimonio nacional y con ello en el diseño de nación? Sí, y tiene dos vertientes: a) la selección que los grupos en el poder hicieron para determinar cuál sería el patrimonio nacional; y b) las implicaciones que ha tenido la estrategia operativa para difundir dicho concepto de patrimonio nacional.

Para que en México del siglo xxi sigamos pensando que “lo mexicano” es el mariachi, el vestido de Adelita, el mole, el chile, el tequila, la pirámide de Teotihuacan y los voladores de Papantla, entre otros ejemplos, se tuvo que diseñar una estrategia más amplia que el simple hecho de definir qué entenderíamos por patrimonio nacional. Para llegar a esta idea de nación y de patrimonio fue necesario generalizar e introyectar en cada mexicano la idea de “lo mexicano” y de “un sólo patrimonio nacional”. ¿Qué estrategia se utilizó que dio tan buenos resultados? La construcción del patrimonio nacional como algo único ha sido respaldada por un enorme aparato institucional que ha tenido la tarea de diseñar y poner en marcha una estrategia de educación a partir de la cual se sentaron las bases para la conformación de lo que entenderíamos como “cultura nacional”, como “patrimonio nacional” y como “diversidad étnica”, me refiero a instituciones como la Secretaría de Educación Pública y sus libros de texto, el Instituto Nacional de Antropología e Historia [donde por cierto aún es mal visto el antropólogo o historiador que osa incursionar en temas alejados de lo que dicen es estrictamente antropológico, es decir, “lo indígena”], el Instituto Nacional Indigenista ahora Comisión de Desarrollo de Pueblos Indígenas, entre otros.

A simple vista, aún no aparece ningún problema, pero éste estriba en haber borrado de la historia de México aquellos grupos que no pertenecieron al pasado glorioso de México, como los aztecas o todos los que dejaron huella de su paso a partir de majestuosas construcciones clásicas como El Tajín, el Templo Mayor o Chichén Itzá y, más aún, se han negado las aportaciones de grupos que provenían de otro continente.
¿Acaso los afrodescendientes desaparecieron por arte de magia después de la época virreinal? ¿Se regresaron a África? ¿Fueron víctimas de una epidemia fulminante? ¿Por qué no se les encuentra en las páginas de los libros de texto de historia finalizando el siglo xviii?

De esta forma, la composición étnica de México que nos ofrece el sistema educativo mexicano olvida la existencia de aproximadamente 2 o 3% de la población mexicana, cifra registrada en el estudio No Longer invisible: AFRO-Latin Americans today, ya que no existe ningún censo o estadística oficial que refleje el número de afrodescendientes en México.
 
Posibles respuestas
 
Como vimos, el problema de fondo fueron los mecanismos mediante los cuales se construyó la idea de patrimonio nacional. Sin embargo, la historia no termina con esta explicación. En la actualidad, desde el ámbito académico se siguen reproduciendo dichos esquemas, como lo vimos en la exposición de las universidades que incluyen en sus planes de estudio la asignatura de etnobiología. Al parecer, el diseño tanto de los planes de estudio como de la visión actual de algunos etnobiólogos está sujeta a la construcción que de la nación mexicana se hizo a principios del siglo XX.

En este contexto tenemos: a) el patrimonio nacional [natural], producto de un proceso histórico, es una realidad que se va conformando a partir del rejuego de los distintos intereses sociales y políticos de la nación, por lo que su uso también está determinado por los diferentes sectores que concurren en el seno de la sociedad; b) el diseño de la política educativa ha sido uno de los mecanismos de mayor eficacia para la reproducción de dicha definición de patrimonio que, al pasar de los años, ya siglos, ha configurado la cultura nacional como un conjunto de elementos estáticos y definidos desde el grupo en el poder con el fin de perpetuar el sistema económico que venden como único y mejor; y c) finalmente, aunque no menos importante, la autodefinición del grupo en cuestión, de quienes poco sabemos, lo que no significa que poco hayan hecho para demandar reconocimiento por medio de diferentes mecanismos, tanto oficiales como independientes, pero que finalmente se autodenominan mexicanos.
Nada podría resumir mejor la situación de este grupo, como de tantos otros que luchan por el reconocimiento, primero de su existencia y, más tarde, de sus diferencias, sin olvidar sus derechos en tanto que mexicanos, como el cartel que se editó en ocasión del festival de la danza afromestiza en la Costa Chica de Oaxaca que dice: “somos iguales, pero diferentes”. Sin embargo, el proyecto de país que desde las esferas de poder se construyó no tuvo presente esta premisa y eligió, a discreción, sólo aquellos elementos que consideró valiosos y representativos de la nación mexicana.
 
Qué dice lo que no se dice
 
¿De qué nos estamos perdiendo o nos hemos perdido con este proyecto nacionalista que desconoce el total de la diversidad cultural de nuestro territorio? La respuesta a tal interrogante no cabría en este artículo e incluso aún no sabemos cuánto hemos perdido debido a la falta de estudios sobre el tema. Pero para no dejar un vacío ante tan importante cuestionamiento, presentaré un ejemplo de dicha ausencia en la historia de la etnobiología, específicamente en la etnobotánica.

Una mañana entre mayo y junio del año pasado, nos encontrábamos desayunando alrededor de la mesa de doña Esperanza en la comunidad El Ciruelo, en la costa chica de Oaxaca (figura 1), ya cerca de Pinotepa Nacional, cuando nuestra anfitriona nos pregunto si queríamos café. No hubo en la mesa quien rechazara tan deliciosa oferta. No puedo poner en palabras la sorpresa que llevé cuando al dar el primer sorbo mis papilas gustativas se deleitaron con una mezcla perfecta entre el sabor del café y del chocolate. Pero mayor fue mi asombro cuando al unísono dos personas en la mesa, una de origen puertorriqueño y otra de Trinidad y Tobago, ambas afrodescendientes, bautizaron a aquella bebida con nombre diferente y la señora Esperanza agregó otro nombre más: “es café congo”. Yo pregunté que si a ese tipo de café le echaban chocolate, y los tres me apabullaron con un “¡no!, así sabe este café”.

Café kimbombo o café hongo para los de Pinotepa Nacional, café congo o mareño le dicen en Chacahua, en Puerto Rico es quimbombó, pero para los de Trinidad y Tobago es angú. ¿Cómo es que el mismo café tiene tantos nombres?, ¿por qué sólo los afrodescendientes en torno a la mesa del desayuno lo conocían?, ¿sólo ellos lo conocen?

Empecé a preguntar por todas partes y en todos los círculos en los que me desenvuelvo, en la escuela, en el trabajo, entre la familia, le escribí a amigos en el extranjero, nada, nadie lo conocía, bueno sí, el padre Glyn de Trinidad y Tobago, mi amiga Ivette Chiclana de Puerto Rico y, claro, todos los miles de afrodescendientes de la costa oaxaqueña. Al respecto, Ivette me comentó en una conversación que tuve con ella vía internet: “yo pienso que no es muy conocido a nivel general, sino que es utilizado únicamente en poblaciones afrodescendientes. Por ejemplo, mi familia materna no sabía de la existencia del mismo, mientras que los Chiclana, negros, contaban que, de niños, sus abuelas se los daban. Yo lo encontré en Manatí, Puerto Rico, mientras estuve trabajando en la historia oral de la Hacienda La Esperanza en 2001”. Entonces, ¿por qué no está consignado en los libros de etnobotánica?, ¿por qué los etnobotánicos no lo conocen?, ¿es un café de reciente introducción al país?, ¿se introdujo específicamente en la costa de Oaxaca?

Acudí a consultar varios botánicos de la Facultad de Ciencias, por lo menos cinco, y ninguno lo conocía. Fui muy afortunada al toparme con el maestro Lucio Lozada Pérez, quien compartió mi curiosidad y después de varias búsquedas me proporcionó toda la información científica que se requiere para la identificación de la planta en cuestión, además de otros datos valiosísimos.

Al parecer podría tratarse de una planta que pertenece a la familia de las malváceas, como la planta con que se hace el agua de jamaica y la llamada tulipán de India. Su nombre científico es Abelmoschus esculentus (clasificada por Lineo en 1753 y revisada y bautizada por Moench en 1794). Originalmente fue descrita como Hibiscus esculentus L. y es originaria de África. El género Abelmoschus cuenta con seis o más especies, de las cuales tres se encuentran en México. Tiene varios nombres comunes: algalia, angú, café mareño, café gringo, chimbombó, chimbinvoy, cocoa, okra y quimbombó.

Se conoce en varios países de América. En México se ha registrado en Baja California, Michoacán, México, Guerrero, Oaxaca, Veracruz y Tabasco. Dada su amplia distribución y el manejo que de ella se ha hecho, presenta gran variación en hojas y color de flor.

En la publicación Flora de Veracruz se describe así: “hierbas anuales, erectas, esparcidamente pubescentes con pelos cortos rígidos. Hojas de 525 cm de largo, ligeramente más anchas que largas, 57 anguladas o 57lobuladas, crenadas, con numerosos pelos simples esparcidos en el haz y envés. Flores con pedicelos de 0.52 cm de largo, fuertes y acrescentes; calículo de 812 brácteas lineares, caducas; cáliz de 13 cm de largo, híspido; corola de 3.54.5 cm de largo, amarilla con un centro obscuro, en forma de embudo, el polen pálido, los estigmas púrpuras. El fruto es una cápsula fusiforme, 913 cm (o más) de largo, dehiscente, glabra o con pelos cortos glandulares simples; semillas numerosas, 46 mm de largo, escamosas o con líneas. Su distribución, cultivada como verdura, los frutos inmaduros son comestibles en todas partes del mundo, en regiones templadas así como en regiones tropicales. Probablemente sea nativa de Asia y no se ha colectado en zona silvestre. Se encuentra en altitudes desde el nivel del mar hasta probablemente 2 000 m, por lo común por debajo de 1 000. Su floración se da durante todo el año”. Y según Plantas útiles de la flora mexicana de Maximino Martínez, se cultiva en Veracruz. El fruto inmaduro es usado de diferentes formas como verdura, los tallos son una fuente de fibra, las semillas de aceite, también como substituto del café y como alimento rico en proteínas para el ganado.

Como se puede observar, existe información científica sobre la planta, tanto en compendios de botánica como en listados y sitios en la red (como el de la Universidad de Florida). Sin embargo, en lo tocante a su estudio en la etnobiología mexicana, no encontramos nada. Si bien fue descrita por primera vez en América en 1753, sería enriquecedor saber más sobre los usos tradicionales que se han hecho a lo largo de la historia y si en verdad su uso ha estado relacionado sólo con grupos afrodescendientes y, como bebida. ¿Por qué en México sólo lo beben los pobladores afrodescendientes?, ¿habrá llegado a América con los comerciantes de esclavos o fue posterior su llegada?, ¿desde cuándo consumen dicha bebida?, ¿cómo se ha perpetuado esta tradición de origen africana? y, finalmente, ¿por qué nunca adoptaron el consumo de café en lugar del uso de dicha planta?

Al preguntar entre la población de la Costa Chica de Oaxaca sobre el origen de esta planta y la costumbre de consumirla como bebida comentan que no saben de dónde viene, pero que recuerdan que sus abuelos ya la bebían. Previenen sobre el fuerte efecto estimulante y el dolor estomacal que en algunas personas provoca. Los entrevistados no la siembran pues informan que crece de manera silvestre entre el maíz, llega a medir cerca de dos metros de altura y se cosecha en diciembre y enero. Su modo de preparación es igual al del café convencional, se tuestan las semillas, se muelen y se hierven en agua. El secreto es molerlo con canela para que tome el sabor a chocolate.
 
Conclusiones
 
Éste es sólo un ejemplo sobre el conocimiento que la población afrodescendiente de la Costa Chica oaxaqueña tiene de las plantas, ¿cuántos más habrá?, ¿qué conocimiento tradicional posee esta población?, ¿por qué no se ha reconocido y estudiado? Las respuestas darían pie a un sin número de estudios, artículos y ponencias, pero lo que nos interesa en esta ocasión es hacer una reflexión sobre el tipo de etnobiología que se ha construido en México teniendo en mente sólo dos horizontes culturales: el europeo y el mesoamericano.

¿Dónde hemos colocado aquellos conocimientos sobre plantas y animales, e incluso a las plantas y a los animales mismos ligados a los pueblos afrodescendientes? ¿Dónde está el café congo en el panorama de la etnobotánica mexicana? Si efectivamente llegó a México desde el siglo xvii o hubiese llegado hasta el xix, ¿por qué no está consignado en ningún estudio o en alguna guía? Parte de las respuestas a estas interrogantes ya se han expuesto a lo largo del texto, pero no está de más recordar el origen histórico de esta ausencia ni apuntar que no se trata de la única explicación, pues también están los motivos raciales, que rebasan los objetivos de este trabajo, pero sin lugar a dudas han estado presentes en la construcción de lo que actualmente conocemos como nación y en la selección que se ha hecho para determinar el patrimonio nacional.

En este contexto, menciona nuevamente Florescano: “el nacionalismo también actuó como un operativo ideológico dedicado a borrar las diferencias internas y las contradicciones forjadas por las luchas entre sus distintos actores sociales. Este proyecto ideológico se propuso también disminuir las diferencias económicas y culturales que se manifestaban en la propia población. Se afirmó entonces un proyecto integrado, sustentado en el Estado nacional, que elaboró símbolos, imágenes y patrimonios centralistas con el fin de avasallar las tradiciones rurales, regionales, las comunidades indígenas y otros sectores no reconocidos como expresiones de lo nacional”.

Más grave aún ha sido la reproducción de estos esquemas desde la academia, donde se supondría debiéramos tener una postura mucho más crítica, reflexiva y, por supuesto, propositiva, y no simplemente avalar el diseño de una nación excluyente, tal y como sostiene Florescano “aun cuando se subraya el carácter nacional de algún tipo de patrimonio, de ciertas herencias culturales, o se habla de una identidad común a todos los mexicanos, es un hecho que estos conceptos carecen de tal dimensión y no incluyen a todos los sectores, etnias y estratos, como tampoco pueden comprender sus particulares expresiones culturales”.

Sin menospreciar la ardua labor de los etnobiólogos que han luchado por la inclusión de visiones igualmente valiosas que las académicas, este asunto se presenta como una gran oportunidad para abrir la discusión hacia la conformación de una visión etnobiológica mucho más incluyente y propositiva hacia la construcción de una nación diversa y, por lo tanto, enormemente rica.
     
Nota
Ponencia presentada en el seminario Rafael Martín del Campo, Facultad de Ciencias, UNAM.
     
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En la red

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www.uimqroo.edu.mx/programas/2010/Optativas/Etnobiologia.pdf
www.chapingo.mx/dicifo/irf/ETNOBIOLOGIA.pdf

     
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Laura Elena Juárez Guzmán
Instituto Nacional Hombre Naturaleza, A. C.


Estudió la licenciatura en historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y realizó estudios de posgrado en antropología social en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. Actualmente es directora ejecutiva del Instituto Nacional Hombre Naturaleza, A. C., del cual es socia fundadora.

     
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como citar este artículo
Laura Elena Juárez Guzmán. (2014). La etnobiología en México una disciplina incompleta. Ciencias 111-112, octubre 2013-marzo 2014, 70-78. [En línea]
     

 

 

 

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