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Fuga de cerebros
 

 

   
   
     
                     

Cógito, ergo fugome…

En un texto publicado por la UNESCO en 1979, La science et les facteurs de l’inégalité, F. Pannier enumera las condiciones bajo las cuales se lleva a cabo la actividad científica en América Latina:

• Ausencia de vinculación con las actividades productivas de las economías locales.

• Alto nivel de especialización en ciertos dominios del conocimiento sin que sean tenidas en cuenta suficientemente las necesidades sociales.

• Un rigor excesivo, frecuentemente observado en los centros de investigación y organismos de planificación en cuanto a las exigencias impuestas al investigador. Éste último, colocado en un medio hostil y poco organizado, debe poseer —en comparación con sus colegas de países desarrollados— cualidades suplementarias y superiores en lo que respecta a responsabilidad, iniciativa y energía personal.

• Falta de medios disponibles para el desarrollo de la investigación.

• Pérdida de tiempo y de energía impuesta al investigador-profesor por el crecimiento masivo de estudiantes de nivel superior.

• Pérdida de hombres de talento que abandonan su país por razones políticas o económicas, rompiendo así la continuidad de los programas de investigación.                               

Fácilmente podemos reconocer las primeras cuatro, la quinta no sucede así en todos los casos. En la UNAM esto ha cambiado desde que fueron separados los institutos de las facultades y principalmente al dejar de ser una obligación para los investigadores el impartir clases. Además, en la Facultad de Ciencias la matricula ha decrecido. La última condición mencionada por Pannier es la que nos ocupa en este momento: la llamada fuga de cerebros.                         

En realidad se trata de un viejo problema. Haciendo un poco de historia, podemos afirmar que si bien en la ciencia la movilidad de los investigadores ha sido siempre algo común, la fuga de cerebros como tal surge después de la Segunda Guerra Mundial. De hecho ésta última constituye un grand tournant en la historia de la ciencia. La incorporación directa de los científicos a la resolución de un problema específico en aras del “interés mundial” (la construcción de la bomba atómica) mostró a los gobiernos en particular al de E.U. —las múltiples posibilidades que la investigación científica encerraba.

La antigua visión de los políticos norteamericanos sobre la actividad científica se transformó, y empujados por la Guerra Fría, el intenso desarrollo industrial de la posguerra y las ansias de dominación, empezaron a establecer nuevas relaciones con la comunidad científica. Los científicos sintieron el cambio; de desgañitarse tratando de convencer a los políticos de la importancia de la ciencia pasaron a instalarse en la Big Science: enormes laboratorios, conformación de numerosos grupos de investigación, dispendio en material y equipo, altos salarios, etc. Todo ello bajo la égida del Estado.

Los proyectos de Investigación y Desarrollo ID se multiplicaron cual champiñones. La gran mayoría de los científicos que habían dejado Europa por la guerra decidió quedarse en los E.U. La Unión Soviética, que siempre había considerado a la ciencia como una prioridad (fuerza productiva y manantial que enriquece al materialismo dialéctico), sigue la misma vía. Europa queda, por diversas razones a la zagas. Años después los europeos acuñarán el término de brecha científica-tecnológica, el famoso gap.                  

Este boom científico genera una gran demanda de investigadores. Los E.U. constituyen un gran atractivo para cualquier joven recién graduado: condiciones materiales aseguradas y posibilidad de prestigio, instalaciones que se conocieron en teoría y presencia de las grandes luminarias. El gobierno norteamericano se, encarga de difundir esta idílica visión del american dream en su variante científica.

La llegada de científicos del mundo entero no se hace esperar. De los 45000 ingenieros inmigrados entre 1949 y 1961, el 60% provenía de países subdesarrollados. De los 11200 inmigrados argentinos, más del 50% eran ingenieros de alto nivel y 15% administradores de igual categoría. A principios de los 60 se reportó en Filipinas un caso de emigración de toda una generación de médicos, la cual decidió rentar un avión para poder realizar la “fuga”. Según los cálculos de estos años, E.U. se ahorraba la construcción y mantenimiento de doce escuelas de medicina gracias a la cantidad de doctores que emigraban anualmente para hacer suyo el sueño americano.                       

A tal grado era —y continúa siendo— benéfica para E.U. la inmigración de cerebros, que en 1965 apareció una nueva ley de inmigración. En ella se habla de facilitar la admisión de “personas con capacidades especiales”, principalmente en las ciencias. El secretario de Estado de esa época declaró al presentar esta ley:                      

“Nuestro país tiene la fortuna de poder atraer del extranjero inmigrantes de inteligencia y capacidad elevadas: la inmigración, si es bien administrada, puede ser uno de nuestros grandes recursos nacionales”.

El descaro del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica es ilimitado. Un asesor del presidente Johnson (¡consejero para la ayuda al Tercer Mundo!) afirmaba:                

 “La política de inmigración ha cambiado. Ya no se trata más de una llamada del tipo: denme a sus pobres, a sus masas sin esperanza. Ahora decimos: dennos a sus ciudadanas más brillantes, a los más sabios, los más talentosos; nuestras máquinas harán el trabajo manual”.

Sin embargo, no solamente los países subdesarrollados sufren la pérdida de sus mejores cerebros, las países europeos también los ven fugarse sin poder hacer algo para evitarlo. A principios de la década de los 60, Gran Bretaña pierde 12% de sus graduados (PhD). El beneficiado es nuevamente el Tío Sam. No obstante, poco se habla del problema. No es sino hasta 1963, año en que un eminente fisiólogo convoca a una conferencia de prensa para anunciar estrepitosamente su partida con gran parte de su equipo de investigación, que se empieza a comentar este fenómeno: fue la fuga que derramó el vaso.                  

Los periódicos publican cartas de diversos científicos que se quejan de las pésimas condiciones en que laboran, de la falta de facilidades, etc. Cada nueva fuga ocupa grandes espacios en los diarios. Se culpa al gobierno y a los industriales británicos de la falta de apoyo. Se llega a insultar a los norteamericanos por pillar cerebros, aunque con un dejo de orgullo por el sistema educativo inglés que tan buenos científicos forma. Finalmente, en 1965 se crea una Comisión parlamentaria encargada del asunto, y en 1966 aparece el “reporte Jones” sobre fuga de cerebros.

Francia vive el mismo infortunio. El “desafío americano” le provoca pesadillas. Las palabras de De Gaulle son ilustrativas:

“Es claro que nos hace falla producir siempre más y mejor, ahorrar e invertir constantemente y aún más, apoyar sin descanso nuestras investigaciones científicas y técnicas, de lo contrario caeremos en una amarga mediocridad y seremos colonizados por la participación, las invenciones y las capacidades extranjeras”.              

Los mismos debates, las mismas acusaciones a los industriales que prefieren comprar tecnología que producirla, la falta de apoyo del gobierno, etc. Las soluciones implementadas desde entonces han sido muchas y muy diversas. No obstante, la fuga de cerebros no se ha podido detener, sigue siendo un problema para los países de Europa. Las pérdidas por el costo de la educación son muy elevadas.    

Es difícil asimilar la situación de las naciones europeas a la de los países subdesarrollados. La competencia por las colonias, la carrera armamentista, la lucha por el espacio, la dominación económica, entre otras, son las preocupaciones de estos países, en cambio, para los países subdesarrollados la dependencia científico-tecnológica es una más entre otras tantas dependencias. Además, no hay que olvidar que si bien Europa pierde científicos, algunos de estos países absorben permanentemente cerebros de países más pobres. En base a esto, se podría establecer una clasificación del mundo en cuatro categorías:

• Países que principalmente reciben cerebros (E.U. y Australia).

• Países avanzados que principalmente reciben como pierden (Francia, Inglaterra, Canadá).

• Países avanzados que principalmente pierden (Noruega, Holanda).

• Países subdesarrollados que sólo pierden (África y quizá todos los de América Latina). Carecemos de cifras para ubicar a los países del bloque socialista, pero estos no escapan a esta clasificación.            

Con excepción de la inmigración española y la más reciente de chilenos y argentinos, México se encuentra en la última categoría. Lo que valdría la pena investigar son las razones por las cuales apenas hasta ahora existe preocupación por la fuga de cerebros. Hace más de veinte años que esto constituye un serio problema en América Latina, basta con hojear algún libro de la UNESCO o el de A. Herrera (1971).                    

Es cierto que en este momento existe una seria preocupación por la situación de la ciencia en nuestro país. Incluso algunos periódicos han creado una sección sobre ciencia, dando voz a miembros de la comunidad científica, lo que ha repercutido a su vez sobre esta situación. Hasta ahora, las diversas opiniones y comentarios han permitido conformar una pequeña idea de las causas y la magnitud del problema, aunque aún falta por elaborar nuestro “reporte Jones”.            

Producto de este movimiento son las medidas anunciadas por el presidente de la República y por el rector de la UNAM para frenar la fuga e intentar repatriar a los fugitivos.

UN REPORTE POR HACER

Como ya lo mencionamos antes, carecemos de un estudio profundo de este problema. ¿Cuántos científicos han emigrado en los últimos años? ¿En qué áreas? ¿Cuántos recién graduados no han vuelto? Algunas cifras por aquí, otras más por allá, apreciaciones personales y uno que otro intento por adentrarse un poco en la problemática son las fuentes que se pueden consultar.                 

Durante los meses de mayo y abril algunos periódicos dieron espacio en sus páginas a esta cuestión. Entre los datos proporcionados, destacan los recabados por Luis de la Peña, del Instituto de Física de la UNAM quien llevó a cabo un seguimiento parcial durante los últimos 10 años, de los físicos que han partido a realizar estudios de maestría y doctorado en otros países y que no han regresado. Las cifras son alarmantes, de 144 casos seguidos, sólo 68 han regresado.                      

Es verdad que de un sector a otro las cifras pueden variar considerablemente. Es muy probable que en ciencias biomédicas sean aún mayores, sin embargo este dato nos da cierta idea en cuanto al incremento de la fuga en los últimos años. De hecho, en este punto la mayoría de las opiniones concuerdan, la fuga de cerebros es un fenómeno que se ha acrecentado alarmantemente y que de no hacer algo, aumentará.                         

Por otro lado, Mario Ojeda, presidente del El Colegio de México, afirmó que en los últimos años, diez de los más reconocidos especialistas han abandonado esta institución, partiendo a los Estados Unidos. Esta información nos proporciona una visión principalmente cualitativa del asunto, ya que no se trata de recién graduados, sino de académicos ya experimentados, por lo que la pérdida es aún mayor. Asimismo, en 1987 tres investigadores premiados por la Academia de la Investigación Científica dejaron el país.                    

Las declaraciones del director del Instituto Politécnico Nacional van en el mismo sentido. En esta institución existe actualmente una fuerte preocupación por sus 300 egresados que se encuentran estudiando fuera y que indirectamente ya están trabajando.                   

Sobran razones para preocuparse: en México se destina únicamente el 0.35% del Producto Interno Bruto (PIB) a la ciencia y a la tecnología, mientras que otros países asignan el 2%. En nuestro país el 90% de esta inversión proviene del Estado, es decir, la Iniciativa Privada sólo contribuye con un 10%, cuando en otros países ésta llega a aportar hasta el 60%.                   

Con base en las cifras anteriores, Fernando del Río, presidente de la Academia de Investigación, mencionó ante el presidente de la República que para llegar al 1.5% del PIB prometido a la ciencia durante su campaña, es necesario sostener un crecimiento anual del 25% sobre el índice actual. Asimismo, señaló que nuestro país cuenta con siete mil investigadores en ciencias sociales, naturales, exactas e ingenieriles, cifra que no llega a ser ni la cuadragésima parte de los índices correspondientes a los países industrializados. Es decir, en México hay un investigador por cada 10000 habitantes, cuando otros países de América Latina llegan a 40.                 

Los factores de orden económico constituyen la causa más palpable de la fuga de cerebros. Si se toman en cuenta los salarios que se pagan en nuestro país y su vertiginosa disminución en los últimos años, y se comparan con otros países, resulta verdaderamente desolador. Por ejemplo, en los Estados Unidos un investigador de alto nivel de tiempo completo recibe entre 45000 y 75000 dólares anuales; en México sólo gana entre 15000 y 20000. Este abismo salarial se ha ahondado considerablemente durante esta década, ya que en 1975 los salarios eran prácticamente iguales. Actualmente no son más que un pálido 33% de lo que eran entonces.                   

Además, hay que tener en cuenta que se obtienen tales salarios gracias a lo que aporta el Sistema Nacional de Investigadores que, como lo puso de relieve Fernando del Río, representa del 30 al 50% del total de los ingresos de un investigador. Así, creado para otorgar un reconocimiento económico más que un reconocimiento moral, el SNI “pasó a ser factor de sobrevivencia para la mayoría de sus miembros”.               

Entre los elementos económicos hay que mencionar la falta y deficiencia de instalaciones, laboratorios y bibliotecas adecuadas, ya que los últimos años estos aspectos materiales se han visto seriamente perjudicados por la política presupuestal del gobierno. Sería entre inventario y lista a los reyes magos la enumeración de la cantidad de aparatos, reactivos e instrumental en general que hacen falta y sin los cuales no es posible laborar correctamente.                     

Es obvio que las características de una forma de gobernar reviste e influencia toda la vida social. En este sentido, la burocracia en la ciencia no podía faltar. El mismo del Río lo ha comentado, fustigando a las instituciones que se dedican a apoyar a la ciencia y tecnología, por las enormes cargas burocráticas que imponen, ya que “retrasan tanto los recursos en ese ir y venir de trámites, que terminan haciendo la inversión muy costosa para el país. Por otro lado, medidas que se toman para hacer más honesto el uso de los dineros, se constituyen en nuevos obstáculos. El mal empleo de recursos no se resuelve con la duplicación y multiplicación de controles”.               

Las tradiciones tienen su peso, y en ese punto parece haber consenso: existe en México una tradición de no reconocimiento o de poca valoración de la actividad científica. Como lo hace ver Guevara Niebla: “nuestra cultura ha tendido a valorar y exaltar a la literatura y las artes concediendo poca relevancia a la investigación científica”; e ilustra esta desigualdad refiriéndose al merecido homenaje que se hace a Octavio Paz y la indiferencia con la que se recibió la noticia del deceso de Carlos Graef Fernández.                  

Sin embargo, hay factores menor palpables, de índole un tanto subjetiva, propios de la conciencia. Ana María Cetto, del Instituto de Física de la UNAM, toca uno de ellos. Para ella el problema de los bajos salarios no es nuevo, y “pese a ello no nos íbamos”, más bien —afirma— hay un proceso de desnacionalización de la conciencia de los científicos. “Algo nos está faltando en la formación de los muchachos que hace que no se sientan vinculados al país”. Existe una falta de apego, de un sentido nacionalista.                      

Lo mismo piensa el coordinador de Humanidades de la UNAM, Roberto Moreno de los Arcos. Para él, en el proceso de fuga de cerebros inciden factores de desnacionalización, y lo grave es que está en juego el proyecto nacional “que se nos puede ir como agua entre las manos”, pues cuando un país empieza a perder a su inteligencia, se vuelve más vulnerable a la dependencia ideológica.                  

Causas económicas directas como los salarios; indirectas como la falta de material y la deficiencia de instalaciones; políticas, sociales, ideológicas y hasta psicológicas, bien valdría l apena que se profundizara en todas ellas, así como en las diversas modalidades que pueden revestir la fuga (hay quienes laboran medio año en el extranjero y medio aquí, por ejemplo), sin olvidar la necesidad de las cifras de rigor. Hay un reporte por hacer.   

DE UN PROBLEMA A EL PROBLEMA

…y así, las declaraciones crecieron, se intensificaron, se multiplicaron y pulularon hasta llegar a hacer de la fuga de cerebros el problema de la ciencia en México.                       

De esta forma, de pensar que éste no era un problema grave (ver Ciencias No, 14), la ANUIES pasó —en medio de la fiebre— a un programa para acabar con la fuga de cerebros, y lo que es más, para repatriar a los fugitivos.                       

Resultó que la Federación Mexicana de la Salud poseía ya un programa de repatriación de cerebros mojados y que en este año ya habían logrado el retorno de 25.            

El rector de la UNAM reaccionó, y ante el presidente de la República y con su aval, anunció un plan para acabar con la fuga.

Se aplaudió copiosamente, la prensa lo comentó elogiosamente, la opinión pública quedó satisfecha. Una victoria para la ciencia mexicana…

El 20 de abril se dio la noticia de la creación de un programa de “liderazgo académico” para la UNAM, gracias a un “esfuerzo presupuestal extraordinario” —declaró el presidente. Este programa busca “estimular a los que están afuera a que regresen a nuestro país”, y que “los que están aquí puedan permanecer… con decoro”. En principio los fondos “provendrán del esfuerzo extraordinario que llevamos a cabo para la renegociación de la deuda externa”.                            

Durante el mismo acto, el rector de la UNAM afirmó: “El programa constituye un eslabón en la cadena de acciones que habrá de emprender la Universidad en su determinación por fortalecerse y, muy particularmente, por hacer atractiva la vida académica profesional a las nuevas generaciones, y por abrir nuevas perspectivas a aquellos que ya han recorrido parte del camino. El programa se inscribe también en los esfuerzos de la UNAM para contrarrestar la pérdida de talento y de inteligencia que ha sufrido el país”.                        

Aunque en la conferencia de prensa del 2 de mayo, el rector fue más precavido: “yo no quisiera suponer que por medidas de este tipo y nada más en la UNAM, vamos a parar la fuga de talentos en todo el país, lo que sí es que pueden ayudar a que las instrumenten en otras instituciones y el efecto global aminore”. En cuanto a la UNAM en particular, señaló que “las medidas que abarca el programa de Liderazgo Académico no resuelven todas las necesidades económicas presentadas durante los últimos años en la Institución. Pero, dijo, constituye un paso para ayudar a los investigadores a no caer en la tentación de dejar la carrera académica y a frenar la fuga de personal bien preparado”.

Casi al mismo tiempo, la ANUIES anunció la aplicación de programas, similares en los implementados en la UNAM, en todas las instituciones públicas de educación superior del país. Su secretario ejecutivo, Juan Casillas dijo que en dos meses se darán a conocer, y que “para su aplicación el Estado aportará importantes recursos económicos”.

EL PROGRAMA DE LIDERAZGO ACADEMICO

Este programa consta de cuatro puntos:

1) Establecer estímulos de iniciación a la investigación para los profesores e investigadores de carrera recién graduados de un posgrado, o recién incorporados a la Universidad después de concluir estudios de posgrado. Estos estímulos consiste en becas de temporalidad fija.

2) Incrementar el número de niveles de carrera académica, a los que podrán aspirar los profesores, investigadores y técnicos académicos titulares de carrera de la UNAM. Para ello, en fecha próxima el Rector someterá al Consejo Universitario la propuesta de crear los niveles D y E en la estructura académica de la UNAM.

3) Establecer, con la autorización del mismo Consejo, el Premio Distinción Académica, que se otorgará anualmente a diez universitarios de carrera de tiempo completo que se hayan distinguido por la calidad y la trascendencia de sus trabajos.                       

4) Establecer un programa especial para fomentar y apoyar la investigación y el estudio de nuevos temas y campos, a través de proyectos en los cuales participen de manera significativa los jóvenes académicos de la UNAM. Los proyectos deberán estar orientados al establecimiento o consolidación de nuevas líneas o campos de investigación, al desarrollo de estudios interdisciplinarios que refuercen la docencia, y a la investigación y el desarrollo de nuevos enfoques, contenidos y procedimientos en la enseñanza.            

Para acceder a las becas propuestas en el primer punto, los requisitos son los siguientes:        

1) Tener plaza de profesor e investigador de carrera; 2) Menos de 3 años de haber obtenido la maestría o el doctorado; 3) Menos de 35 años; 4) No pertenecer al SIN; 5) Menos de 3 años en la plaza que ocupan.

Ahora, en la pequeña investigación realizada en la Faculta de Ciencias encontramos que no hay más de 4 o 5 personas que cumplen con los requerimientos, lo que nos parece excesivamente bajo. Intentemos encontrar las causas.                               

En la Facultad hay 270 plazas de tiempo completo, de éstas, 132 personas poseen al menos la maestría. Sin embargo, son escasos quienes tienen poca antigüedad ya que no se han creado plazas desde 1980, con excepción de 7 u 8 regularizaciones de becarios que laboraban en la institución por horas, nada nuevo. Reacomodos, división de una plaza de mayor categoría en dos de menor, decesos, renuncias, etc., constituyen las pocas posibilidades de poner una plaza a concurso. Malabarismo burocrático, en pocas palabras. Hay que señalar que los técnicos académicos, investigadores, muchas veces sin reconocimiento apropiado, no son considerados en el programa. La edad no es el problema menor. Quizá se trata de un aspecto poco cernible en cuanto a sus causas, ya que éstas son muy variadas (económicas, sociales psicológicas, etc.) Por otro lado, quien obtiene la maestría busca inmediatamente ingresar al SNI, quedando así fuera de esta franja.                         

Valdría la pena profundizar en la forma en que se elaboró este punto del proyecto, saber si se realizó una “radiografía” preliminar, o con base en qué datos se planteó, por qué estos requisitos, etc. Parece que una mejor solución sería la creación de plazas posdoctorales, como lo ha sugerido el Dr. René Drucker Colín, ya que de esta forma se podría realmente absorber a los graduados que ya han demostrado su aptitud y gusto par la investigación, impidiendo que abandonen el país.                

Los requisitos para el punto referente a las nuevas categorías no se conocen aún. La incógnita gira en torno a la creación o no de nuevas plazas.                   

La Distinción Universidad Nacional a Jóvenes Académicos puede parecer estimulante, sin embargo, como lo señaló el mismo Dr. Drucker, “es errónea, porque se están generando unos premios que finalmente no van a tener ningún significado. Tales reconocimientos se crean con el objetivo de darle mayores emolumentos a quienes destacan, por lo que esos esfuerzos deberían traducirse en mejores sueldos, y entregar premios, sí, pero pocos, muy distinguidos, para que tengan algún significado”. En cuanto al cuarto punto, poco se sabe sobre la cantidad de recursos que se otorgarán a los proyectos de investigación y superación académica. Pero en él hay una actividad siempre olvidada, nuevamente olvidada: la divulgación de la ciencia. Tal parece que se seguirá con la misma línea de siempre, es decir, se continuará considerando a la difusión como una labor de segunda, que no cuenta para el currículum, ajena al “liderazgo académico”, una actividad no indispensable para la ciencia.         

¿QUO VADIS?

Quizá parezca excesivo lo dicho anteriormente. Una desconfianza extrema revolotea sobre la situación actual. Sin embargo, cada actitud no es gratuita. Sexenio tras sexenio se hacen las mismas declaraciones, se crean nuevos proyectos que solamente sirven como muletas para impedir que la actividad científica en nuestro país se desplome por completo.

El Sistema Nacional de Investigadores fue creado el sexenio pasado para resolver los problemas que aquejaban a la ciencia. Como lo dijo el Dr. del Río “de los objetivos que perseguía a lo que es actualmente, hay una gran diferencia”. El Programa de Liderazgo Académico muestra a primera vista profundas lagunas e insuficiencias y no corresponden a la pompa con que fue presentado. Las preguntas siguen siendo las mismas: ¿Por qué no aumentar los salarios? ¿Por qué no destinar al menos el 1.5% del PIB a la ciencia y tecnología? ¿Por qué no mejorar en su conjunto el sistema educativo del país? Y podríamos seguir con otras más, como seguirá la fuga de cerebros y la frustración de todos aquellos que ni siquiera tuvieron la oportunidad de partir, talentos tirados a la basura, desperdiciados por un sistema ciego e inerte.

Aunque tal vez no todo está mal, como lo dijo el Dr. Sarukhán: “los científicos mexicanos están siendo recibidos en el extranjero; sino tuviéramos tal avance parece no existiría la fuga de personal”, lo cual nos llena de orgullo y nos hace pensar que quizá no hay porque ser tan pesimistas.

Extravío

El tres de noviembre de 1983 llegó un paquete al Departamento de Cibernética de la Universidad de Harvard. El doctor Ostrich lleva semanas esperando con ansiedad su arribo. Era una caja cuadrada de madera, de unos cuarenta centímetros de lado, cuidadosamente empacada y con la advertencia: material vivo, manéjese con cuidado extremo. Una compañía internacional de mensajería la había recogido ese mismo día en la ciudad de México, fuente habitual de este tipo de envíos.

El doctor Ostrich alertó de inmediato a sus ayudantes para que lo preparan todo. La caja fue trasladada al laboratorio, se retiraron con cierta precipitación los flejes y los clavos, se revisó el sistema portátil de oxigenación y se checó la temperatura. Pero en el momento mismo de verlo por primera vez, al doctor le sorprendió una extraña certeza de que algo andaba mal. Aquel cerebro era más pequeño y más liso de lo que cabría esperar para un cerebro científico.

Con movimientos precisos pero apresurados, el equipo de cibernéticos colocó el cerebro en la cámara de órganos aislados y se dispuso a realizar el examen de rutina a que era sujeto todo el cerebro recién llegado antes de ser instalado en alguno de sus cuerpos disponibles. Electrodos, tomografías, señales eléctricas, pruebas bioquímicas, isótopos radioactivos, todo controlado a distancia por un sofisticado sistema de computación. Ostrich no podía ocultar su nerviosismo.

Varias horas después la computadora imprimía su veredicto: en efecto, aquél no era un cerebro de científico, y menos aún aquel cerebro joven y prometedor que había sorprendido a todos en el último congreso. Seguramente, pensó con desdén y antipatía Ostrich, el cerebro que tenían en sus manos era sólo uno más de esos cerebros jornaleros que entraban al país por miles cada día, en empaques de pésima calidad y siempre maltratados por un transporte barato y descuidado, uno de esos cerebros que no saben hacer otra cosa que mover torpemente brazos, pues y manos. Aquello era un escándalo.

 

Iracundo de naturaleza, Ostrich insultó por teléfono a sus colegas mexicanos. Un proyecto de gran importancia habría de ser cancelado por su culpa, miles de dólares habían sido tirados a la basura, el prestigio de su institución quedaba a partir de ese instante en entredicho. La voz de México aseguraba no saber nada del asunto. Todas las pruebas habían sido llevadas a cabo con éxito antes del envío. Simplemente no se imaginaban qué podría haber ocurrido.

Para apaciguar a sus colegas americanos y evitar un escándalo de grandes proporciones, y por un interés personal en el destino de su amigo, antiguos camaradas del cerebro extraviado se dieron a la búsqueda. Revisaron apuntes y diarios, notas de envío, protocolos de laboratorio, informes, exámenes antiguos. Todo parecía estar en orden, un currículum vitae impecable, algún amor, un cuerpo saludable, sueños y ambiciones. Las pesquisas terminaban una a una en el mismo callejón ciego, hasta quedar todas ellas ceñidas a un archivo muerto. Sólo años después una visita inesperada les resolvería el acertijo.

Un individuo alto y de pelo largo, desaliñado, vestido con un viejo disfraz de 

mosquetero y diciendo ser un grandioso actor trashumante cruzó el umbral del instituto. Parecía conocer el edificio con toda precisión. Entró, saludó a las secretarias en tono familiar y por su nombre, pasó al baño, subió las escaleras, ignoró dos o tres miradas de estupefacción y rechazo que se cruzó en el pasillo. Entró sin tocar en el laboratorio veintidós.

A pesar de la enorme sorpresa, el doctor Fernández no tardó en reconocer a su compañero en aquel personaje extravagante. Tal vez el mirar o la forma de sonreír, o aquella manera tan suya de apoyar la mano en el puño de la espalda. El cuerpo, la cara, las manos, eran las de un total desconocido, pero el cerebro sin duda era su cerebros amigo. Se saludaron, platicaron  afablemente pero en voz baja durante unos minutos, y el visitante le entregó un fajo de papeles. Años antes, todo el mundo sabía cuántos, se había pasado un verano entero modificando el programa de computadora que supuestamente iba a mandar su cerebro al extranjero, haciendo que el cerebro de un simio pasara por ser el suyo. Simultáneamente, y esa era la clave del éxito, había arreglado todo para que su propio cerebro fuera transferido a un cuerpo distinto, ese que ahora tenía enfrente Fernández. Y sí, su nuevo corazón errante le sentaba a las mil maravillas.

En cuanto al actor trashumante, un loco declarado, no había sido difícil convencerlo de emprender la aventura y cambiar su cerebro por el de un orangután con gran porvenir en el circo. Y… bueno, en los papeles que le entregaba estaban todos los detalles, sin precisar los datos de su nueva identidad. Podría hacer con ese material lo que quisiera.

Se despidieron conmovidos. Los ojos de Fernández se llenaron de lágrimas. Al fin un cerebro se había fugado con éxito.

Mauricio Ortiz, Programa Impaciencia.

 

 

  articulos

Referencias Bibliografícas 

 

Rose, H., y Rose, S., 1969, Science and Society, Penguin, London.
Waysand, G., 1984, La contre-révolution scientifique, Anthropos, Paris.
Morazé, Ch., et al., 1979, La science et les facteurs de l’inégalité, UNESCO, Paris.
Herrera, A., 1971, Ciencia y política en América Latina, Siglo XXI, México.
Salomon, J. J., 1970, Science et politique, Seuil, Paris.
Gilpin, R., 1968, La science et l’Etat en France, Gallimard, Paris.
Papon, P., 1983, Pour une prospective de la science, Seghers, Paris.
La Jornada, varios días marzo, abril, mayo, Gaceta de la UNAM.

     
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