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Gonzalo Halffter
(1932–2022)
la ciencia
como práctica
de la libertad
137B08   
 
 
 
Exequiel Ezcurra  
                     
Conocí a Gonzalo Halffter la mañana del 5 de enero
de 1979, cuando llegué de la Universidad de Gales, en Bangor, al Museo de Historia Natural de la Ciudad de México. Accedí por el pasillo de los arcos del Museo a unas escaleras de hierro negro que subían a la oficina del Director. Desde el rellano, Violeta Halffter —su compañera y esposa— me estaba esperando con una encantadora sonrisa y me acompañó a la oficina donde el doctor Halffter me esperaba. Es necesario agregar un cierto contexto personal a ese momento: yo había salido expulsado de Argentina, un país bajo una feroz dictadura militar al cual no podía regresar. En ese tiempo no tenía realmente adónde ir. Gonzalo Halffter lo sabía y, por eso, después de una conversación con mi primer maestro y mentor, el gran biogeógrafo Eduardo Rapoport, me había buscado en Gales y me había invitado a México. 

Yo estaba sumido en un profundo sentimiento de orfandad de un terruño, hundido en la angustiosa sensación de no tener un país o una casa adónde llegar, como lo describiera magistralmente León Felipe, ese otro gran desterrado: “¡Qué lástima / que yo no tenga comarca, / patria chica, tierra provinciana!”. En su oficina de Chapultepec, Gonzalo Halffter me miró a la cara, me dio la mano, y me dijo: “Exequiel, bienvenido a México. Ésta es su casa, y tenemos grandes proyectos por hacer”. Creo que no hubo momento más fundamental en toda mi trayectoria profesional que ese instante. Mi vida cambió radicalmente a partir de ese momento, y un ancho horizonte de esperanza se abrió frente a mí. Viendo hacia atrás, todo lo que soy hoy es resultado directo de ese apretón de manos. Así de grande era la estatura humana de Gonzalo Halffter.

Recordar a Gonzalo Halffter y celebrar su memoria es también rendir tributo a la profundidad y riqueza de la escuela intelectual de los científicos españoles de la primera mitad del siglo xx, una escuela que en México encontró una expresión especialmente significativa y particularmente comprometida con la sociedad y con la complejidad natural de este país. Después de la caída de la República Española en manos del fascismo franquista, México abrió generosamente sus puertas al exilio español, y grandes pensadores llegaron a poblar con sus ideas escuelas y universidades, como Ignacio Bolívar y Urrutia, quien llegó a México con 89 años de edad, pero todavía lleno de ideas, de vida y de entusiasmo para continuar aquí sus fecundas enseñanzas de la biología. Llegó junto con otros grandes intelectuales españoles, como Faustino Miranda, uno de mis grandes héroes científicos, y Rodolfo Halffter, un músico excepcional. Sus descendientes directos son parte de ese linaje: Cándido Bolívar, entomólogo notable y fundador de la espeleología científica en México, fue maestro de Gonzalo Halffter en el Instituto Politécnico Nacional.

Esa extraordinaria mezcla de racionalismo, rigor intelectual, pasión por la verdad, compromiso social, independencia en las ideas y rechazo al autoritarismo fascista, encontró en Gonzalo Halffter uno de sus mejores exponentes: un científico riguroso, capaz de desentrañar la influencia de los cambios climáticos del Cenozoico en su teoría biogeográfica del patrón mesoamericano de montaña y la zona de transición mexicana, un taxónomo de primer nivel mundial, un estudioso del comportamiento animal innovador y original, pero al mismo tiempo un pensador comprometido y compasivo, preocupado por el bienestar de los sectores sociales más desprotegidos, por las complejas formas de interacción de los humanos y la biodiversidad, y por el compromiso de las poblaciones campesinas en su conservación.

Los científicos con verdadera sensibilidad social son por naturaleza racionalistas y amantes de llamar a las cosas por su verdadero nombre. Comprometidos con su realidad, pueden ser personas incómodas para los poderosos, y a lo largo de la historia muchos se han visto forzados a cambiar de país por haber defendido sus ideas y sus conceptos rigurosos sobre interpretaciones supersticiosas o fanáticas. Las evidencias científicas —la demostración, la prueba pitagórica— son más poderosas que las creencias, y pocas personas he conocido más racionalistas, más críticos en su pensamiento, más independientes en sus ideas, más opuestos a los fundamentalismos, que Gonzalo Halffter. Producto él mismo de un exilio, nunca lo vi dudar al plantear los problemas de México y los dilemas de la ciencia con toda claridad; ya sea debatiendo ferozmente con nuestras autoridades agrícolas, junto con el gran Arturo Gómez Pompa, para detener los programas de deforestación de las selvas; ya sea confrontando a las autoridades forestales acerca de la ineficacia del sistema mexicano de parques nacionales y planteando la necesidad de un nuevo modelo de conservación; ya sea debatiendo con la escuela de sociobiología que imperaba en la década de los setentas sobre conceptos y dilemas fundamentales de la evolución del comportamiento social, ya sea, en fin, debatiendo con el establishment científico la necesidad de repensar las teorías biogeográficas acerca de las montañas templadas en Mesoamérica, el punto crítico donde dos grandes reinos biogeográficos se encuentran en una verdadera explosión de biodiversidad. Siempre fue el debate apasionado y la confrontación fructífera de ideas su sello más distintivo.

Gonzalo Halffter vivió la ciencia como un intenso acto de compromiso, y supo tomar partido sin dudarlo cuando la causa era justa. La ciencia para él fue un acto fundamental de libertad; las ideas eran para él lo que nos nutre a todos, día a día, como el aire que respiramos. Apasionado por la historia del conocimiento, impulsaba a sus colaboradores a leer y entender la evolución del pensamiento científico. Gracias a él pude estudiar la historia de los grandes pensadores mexicanos, como Antonio de Alzate y Mariano Mociño, esos dos grandes y apasionados científicos de la Ilustración que nunca dejaron que sus ideas fueran embargadas por otros intereses; o pude apreciar el fecundo legado de la diáspora española, de la cual provenía el propio Halffter. En el Instituto de Ecología pasaban científicos de todas partes del mundo, convocados por la apertura y la riqueza intelectual de Gonzalo Halffter. Muchos de ellos se habían visto forzados a abandonar su país, su comarca, su terruño, defendiendo su derecho a pensar de manera independiente. La ciencia siempre ha sido un refugio generoso para las ideas, pero bajo el liderazgo de Gonzalo Halffter sus colaboradores pudimos entender que la comunidad científica es también un refugio generoso de personas en libertad.

De allí viene la profunda humanidad de Gonzalo Halffter, de sus actos de ciencia rigurosa y de su generosidad extraordinaria. Fue un gran científico, pero por encima de ello fue también un gran hombre. 

Parafraseando al poeta Antonio Machado, Gonzalo Halffter fue un hombre que supo su doctrina, pero fue también, en el mejor sentido de la palabra, bueno.
     
     

     
Exequiel Ezcurra
Profesor de Ecología,
Universidad de California Riverside.
     

     
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