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número 133
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Clara Luz Villanueva
     
               
               
Actualmente, abordar el estudio de las emociones desde
las ciencias sociales no es propiamente un dilema ni es un asunto menor; sin embargo, esta nueva mirada es relativamente reciente. Durante el siglo xix y hasta mediados del xx, el estudio de las emociones había estado ceñido a la biología y la psiquiatría, abordadas generalmente a un nivel individual y entendidas como aspectos humanos de corte universal, reacciones o pasiones que se manifiestan en términos de las situaciones que los individuos experimentan a lo largo de la vida. En los últimos cuarenta años, las ciencias sociales han mostrado un particular interés por estudiar las emociones. La sociología y la antropología han dado cuenta de que las emociones están imbricadas en realidades sociales y culturales específicas.
 
Insospechadamente, incluso se han convertido en el objeto mismo de las investigaciones. Esto se lo debemos al denominado “giro afectivo”, lo que Poncela delimita como: “mantener una mirada transversal e interdisciplinar a los fenómenos afectivos para centrarlos en la problemática y el objeto de investigación, así como la incorporación de los afectos en el corpus del conocimiento de las ciencias sociales”.
 
Al respecto, hubo algunos autores pioneros en antropología, quienes daban cuenta no sólo de la validez de entender la dimensión emocional en los estudios, sino de la necesidad implícita de adentrarse en este ámbito, como señala Calderón: “Turner (1969) por ejemplo, abre la posibilidad de transitar entre lo individual y lo colectivo, dándole legitimidad desde el punto de vista antropológico a lo emotivo en su obra El proceso ritual. Geertz (1992), explicita la realización de una vida emocional claramente articulada, haciendo hincapié en los desplazamientos de la sensibilidad desde aquello que pensamos y sentimos. Para Krotz, la cultura está formada por conocimientos, sentimientos y evaluaciones que son constitutivos de los universos simbólicos, en tanto que para Renato Rosaldo (1986) es imposible entender las emociones de los otros mientras no se experimenten las mismas experiencias”. Por su parte, Le Breton explica cómo la antropología ha mostrado que las emociones y los sentimientos siempre han estado presentes en todo estudio cultural, aunque no se les haya tomado en cuenta como el objeto de estudio.
 
Actualmente se explica que existen dos paradigmas teóricos para acercarnos al estudio de las emociones desde las ciencias sociales: por un lado, el cultural, es decir, el análisis de los signos y significados culturales que aprendemos a lo largo de la vida en una sociedad específica y vamos moldeando en su transcurso; por otro lado, el estructural, que tiene que ver con que las emociones están reguladas, controladas y dirigidas por dos dimensiones fundamentales: el Estado y el poder. De esta forma es posible pensar que “los análisis sociológicos presuponen que el comportamiento y la interacción humana están limitados por la ubicación de los individuos en las estructuras sociales e influenciadas por la cultura”, como lo menciona Lively.
 
Arlie Hochschild introdujo por primera vez, en 1975, la idea de que las emociones se modelan socialmente en gran medida por reglas de sentimientos, es decir, las normas culturales e históricamente variables que definen lo que se debe sentir y expresar en diversas situaciones. Hoy está bien establecido que las culturas difieren en qué experiencias emocionales son alentadas o desalentadas.
 
Asimismo, se considera fundamental el estudio de las emociones en teorías como la del cambio social (una teoría sociológica, antropológica y política que se refiere al cambio tangible de las estructuras sociales ligado directamente al desarrollo y el crecimiento económico), ya que también se empieza a entender el papel central que las emociones tienen en la creación y desarrollo de los movimientos sociales. El interaccionismo simbólico es otra teoría muy útil para el estudio de las emociones, pues su propuesta central es la observación de la puesta en escena del actor en la realidad social, donde la estructura sociocultural es entendida, no desde un análisis macro, sino desde las interacciones; como explica Le Breton, se “estudia la influencia de los significados y los símbolos en las construcciones sociales de los sujetos que tienen que ver con hacer frente a las diferentes realidades a partir de dos dimensiones: las representaciones y las construcciones de esas representaciones”.
 
Emociones y espacios de expresión
 
Con base en la teoría del interaccionismo simbólico, se planteó una investigación sobre las emociones recurrentes en un grupo de mujeres adscritas a una organización del estado de Chiapas, la Coordinación Diocesana de Mujeres (Codimuj), cuyo interés radica en que es la organización femenina más grande del estado y su trabajo en términos de equidad de género y empoderamiento femenino podrían dar cuenta de la apropiación de las mujeres de nuevas estrategias en función de la expresión emocional. Con este fin se propuso la categoría de “espacios de expresión”, intentando discutir la dicotomía público-privado y proponiendo otro tipo de interacciones e intersecciones, como son la íntima, la compartida, la pública y la política, donde lo privado se comparte, lo público se convierte en político y lo político se integra como una certeza personal que atraviesa el espacio íntimo. De esta forma, se observaron cuatro espacios de expresión: el público-político, en donde las mujeres se presentan como coordinadoras o participantes de la Codimuj, juegan roles de poder frente a la comunidad o en espacios religiosos, todo ello desde un posicionamiento político de género (como en los eventos parroquiales, los aniversarios de la Codimuj o cuando un grupo de ellas se constituye frente a otros grupos de la Codimuj); el público-compartido, cuando las mujeres se reúnen con otros grupos, no tienen roles de poder tan marcados y pueden ser portavoces de la Codimuj, pero también ironizar, hacer bromas e incluso hacer críticas sobre sus roles de poder (como el grupo de zumba en el fútbol); el íntimo-compartido, cuando se encuentran en un grupo pequeño, ellas solas hablando de las situaciones difíciles de su vida (especialmente el espacio de las reuniones de mujeres de los martes); y el íntimo-privado, generalmente el espacio de la espiritualidad, cuando se reúnen para hacer ceremonias, para hablar entre ellas y en los espacios psicoterapéuticos que organizan y facilitan —suele ser un espacio individual, de comunicación con dios y los abuelos, aunque hay excepciones, como el taller “fortalecimiento del corazón” que realizan dos veces al año, el cual es un espacio íntimo-privado a pesar de ser grupal.
 
Al situar la mirada en la expresión emocional, hubo cuatro emociones principales que fueron más expresadas por las mujeres, que son también aquellas que aparecen con mayor frecuencia en las conversaciones informales y se manifestaron constantemente en todos los espacios. Por otro lado, existen emociones que no están presentes en prácticamente ningún espacio, como la ira y el enojo, pues por ser emociones primarias se expresan únicamente en el ámbito íntimo, lo cual tiene que ver directamente con introyecciones culturales relacionadas con el ser mujer. En los otros espacios, el enojo parece una emoción más masculinizada, es decir, los hombres pueden expresar con mayor soltura la ira, mientras que la tristeza es una emoción expresada más abiertamente por las mujeres.
 
Como expone Besserer, “los sentimientos de una persona o una población pueden entrar en contradicción con las formas dominantes de un momento determinado”. Desde este enfoque se habla de sentimientos hegemónicos, aquellos permitidos por el orden social establecido, y sentimientos subalternos, los que devienen del sujeto y entran en contradicción con los primeros. Besserer explica que “estas formas sentimentales, al mismo tiempo que articulan y dan sustancia a la sociedad, forman parte del aparato de poder que la gobierna”. En este sentido, considero que las emociones no expresadas en ciertos espacios pueden dar cuenta de los regímenes de sentimientos que se cristalizan al interior del grupo, especialmente en los sentimientos (in)apropiados y en cómo se generalizan.
 
Algunas emociones motivan la acción, mientras otras inmovilizan. La alegría es fuertemente promovida por la Codimuj, es una emoción de acción, al igual que el enojo moviliza la búsqueda de la igualdad de género, es decir, el cual se promueve canalizado para la lucha política, un enojo que lleva detrás un discurso político y alimenta ciertas formas de ser mujer. Aquí se presenta otro tipo de emoción, la producida para un momento determinado, y una vez terminado el momento político, el enojo es abandonado. Asimismo, al ser canalizado como lucha política, éste continúa siendo una emoción reprimida en el espacio público-compartido y el íntimo-compartido. Podría decirse que la tristeza y la alegría son las emociones que representan en sus discursos como positivas, mientras que el enojo, el miedo, la culpa y la vergüenza son apreciadas como negativas.
 
La construcción social de las emociones
 
La tristeza. Es una emoción ligada a la precariedad económica, al sufrimiento que ocasionan las enfermedades, a la falta de oportunidades laborales o profesionales pero, sobre todo, al papel de ser madre y ser mujer. Una expresión muy clara en este sentido es la idea de que “ser mujer es sufrir, llorar”, en la cual se observa claramente cómo en el imaginario cultural el sufrimiento está ligado a la condición de ser mujer.
 
Desde la perspectiva masculina, la tristeza puede estar relacionada con el trabajo; cuando le pregunté a un hombre qué era para él la tristeza, me dijo: “cuando ya no hay ganas de trabajar”. Es interesante esta aseveración, porque además de la conexión entre emoción y trabajo, también puede apreciarse su relación con el cuerpo, pues la emoción se siente en la falta de ganas de mover el cuerpo, como una pérdida de motivación hacia la acción. En este sentido, podría decirse que para las mujeres la tristeza se expresa a través del llanto y el sufrimiento, mientras que para los hombres es una emoción que paraliza el cuerpo.
 
Lo que me pareció muy revelador es que en el espacio público-político las mujeres contienen claramente sus emociones y que las expresan más abiertamente en el espacio íntimo-compartido, mientras los hombres manifiestan sus emociones en espacios más politizados. Un ejemplo de ello se observa en las reuniones de la Iglesia, en donde incluso en charlas familiares varios hombres se conmovieron al narrar alguna historia dolorosa: un hombre recordó a su papá y se conmovió, le tembló la voz y limpió sus lágrimas, otro recordó cuando su hija se enfermó y también se conmovió, uno más me contó la historia de su enfermedad llorando frente a su familia; mientras que las mujeres solamente se han conmovido frente a mí cuando estamos a solas.
 
En este sentido, me percato de que hombres y mujeres viven y expresan las emociones de maneras distintas; parece que no está mal visto que un hombre exprese públicamente la tristeza, pero sí una mujer. Hay mucha presión social entre las mismas mujeres para expresar la tristeza, pues temen que las demás piensen que es infeliz o que tiene problemas domésticos complejos, por ejemplo, que sea víctima de violencia intrafamiliar o que tenga una enfermedad grave. En este sentido, para las mujeres la tristeza no es una emoción pública sino una emoción que puede expresarse sólo en ciertos círculos, especialmente en el espacio íntimo-compartido y el íntimo-privado.
 
Vergüenza y culpa. Es una emoción que aparece constantemente en el espacio público-político y a veces en el público-compartido, mientras que en el espacio íntimo-privado se transforma rápidamente en culpa. Es una emoción que se expresa con facilidad, las mujeres se sonrojan con frecuencia y expresan una risa nerviosa cuando algún comentario les parece incómodo. La expresión “me da pena” aparece con frecuencia.
 
Considero que la vergüenza es la emoción que más control ejerce en la vida pública de las mujeres. El miedo a ser avergonzada frente a otras personas hace que muchas veces no emitan algún comentario o resuelvan alguna necesidad; un ejemplo es, cuando hay reuniones en otros lugares, las mujeres piden usar el baño sólo si es una necesidad extrema, de otra manera prefieren aguantarse hasta llegar a su casa —lo que también podría explicarse como un sentimiento de recato en torno al cuerpo.
 
Cuando rompen con la vergüenza y se atreven a decir su opinión, muchas veces comienzan enunciando la frase: “con la pena…”. Esta emoción aparece con frecuencia en los discursos y puede verse tangiblemente en el cuerpo en forma de rubor, lo cual es un ejemplo de emociones morales, ya que están imbricadas con las normas y los valores sociales. Estas emociones se quedan en el cuerpo, de tal modo que una persona puede seguir experimentando culpa o vergüenza aun estando a solas, aunque tales emociones hayan sido propiciadas por situaciones en que se estaba acompañada.
 
La culpa es la emoción que se expresa con más claridad en el espacio íntimo-privado, está relacionada con la no realización del deber ser femenino —un aborto, una infidelidad, el accidente de un hijo o la violencia intrafamiliar. Aparece cuando siente que ha fallado en el ideal dictado culturalmente de cómo ser mujer, carga con una culpa que no es expresada ni en los espacios más privados. El abuso sexual es uno de los motivos más fuertes del sentimiento de culpa, y no está ligado al deber ser sino a toda una representación social sobre la sexualidad y la transformación del cuerpo. “Una nunca vuelve a ser la misma”, es una expresión que escuché en un espacio terapéutico.
 
La vergüenza y la culpa son dos caras de una misma moneda, la primera se expresa en el espacio público y la segunda en el más íntimo pero conforman una misma situación: culpa y vergüenza por haber hecho algo indebido o no cumplir con una idealización cultural apropiada. Ambas emociones son creadas y propiciadas por un espacio social y cultural definido.
 
Alegría. Es otra emoción que aparece con frecuencia en el grupo, las mujeres constantemente están ironizando, haciendo bromas y riéndose de situaciones graciosas. La risa es un acto que aparece en los cuatro espacios pero de forma distinta, es por tanto un indicador interesante para ir delimitando los espacios de expresión.
 
En el espacio público-político la risa aparece más bien como sonrisa, es un gesto que acompaña constantemente a las mujeres. Ahí el cuerpo en general es más rígido y no hay espacio para hablar de situaciones amenas. En algunos casos, cuando sucede o se dice algo gracioso, puede haber una risa, pero es breve y limitada. Mientras en el público-compartido la sonrisa se convierte en una risa más abierta, a veces nerviosa, pero en otros momentos es espontánea; sin embargo, hay bromas o situaciones que no se comentan, mientras que en el espacio íntimo-compartido sí. En el espacio público-compartido es donde las mujeres se ríen más abiertamente, parecen realmente alegres, están risueñas y optimistas, claro, a menos que se esté hablando de una situación difícil o compleja; pero, en general, cuando se comparten experiencias o situaciones graciosas expresan su risa con todo el cuerpo, con las manos agarrándose el estómago o dando palmadas sobre sus piernas. En todos los casos puede apreciarse cómo los regímenes de sentimiento están presentes; aquí, la alegría es una emoción restringida en el espacio público/político, pero puede entenderse como una "agencia" femenina —este término, del inglés agency, es de difícil traducción; desde la perspectiva de Giddens, está ligado al principio de negociación, es decir, a la capacidad que tenemos de negociar nuestra posición y nuestra trayectoria social, de incorporar ciertas prácticas y desechar otras, de modificar y dar un giro personal o grupal a las propiedades estructurales del sistema; dicho autor propone que la estructura social es a la vez el medio y el resultado de la acción social, es decir, que los agentes y la estructura social son entidades que se constituyen mutuamente— a la vez que es también una estrategia de expresión y acción en el espacio público-compartido.
 
Consideraciones finales
 
Con base en el análisis de las emociones de este grupo de mujeres puede observarse cómo la culpa y la vergüenza son dos emociones que van unidas, aluden a las normas y exigencias que se despliegan a partir del discurso religioso y que las mujeres incorporan en sus propias expectativas; únicamente cambia el espacio de expresión donde se manifiestan, permaneciendo la culpa en un ámbito íntimo-privado y la vergüenza en el público-político.
 
Asimismo, la alegría y la tristeza son emociones moldeables y moldeadas por el espacio público-compartido y manifiestan en el caso de las mujeres, ciertas estrategias de agenciamiento, de negociación en términos de Giddens. De esta forma es posible comprender que las emociones están situadas y son moldeadas dependiendo de las estrategias y negociaciones de los actores, los signos y significados culturales y la estructura de poder que los enmarca.
 
Finalmente, considero que este estudio me permitió reflexionar en torno a la necesidad de transitar a enfoques interdisciplinarios sobre las emociones, ya que permiten una comprensión más matizada de cada emoción, tal y como ocurre dentro, entre y fuera de los individuos que las experimentan.
 
     
Referencias Bibliográficas
 
Poncela, A. M. F. 2011. “Antropología de las emociones y teoría de los sentimientos”, en Revista Versión Nueva Época, núm. 26, p. 24.  
   Calderón Rivera, Edith. 2012. La afectividad en la antropología. una estructura ausente. ciesas-uam, México.
   Le Breton, David. 2012. “Antropología de las emociones en Las pasiones ordinarias”, en Antropología de las emociones. Nueva Visión saic, Buenos Aires.
   Lively, Kathryn J. y Emi A. Weed. 2016. “The sociology of emotion”, en Handbook of emotions, Feldman L., M. Lewis y J. Haviland-Jones (eds.). The Guilford Press, Nueva York-Londres.
   Le Breton, D. 2010. “Derroteros singulares: reflexiones sociológicas en torno al individuo contemporáneo en la era de la globalización”, en Estudios Sociológicos, vol. xxviii, núm. 82, p.211-230.
   Besserer Alatorre, Federico. 2014. “Regímenes de sentimientos y la subversión del orden sentimental. Hacia una economía política de los afectos”, en Nueva Antropología, vol. xxvii, núm. 81, julio-diciembre, pp. 55-76.
   Giddens, Anthony. 1984. “Bases para la teoría de la estructuración”, en La constitución de la sociedad, Amorrortu Editores.
     

     
Clara Luz Villanueva
Doctorado en Antropología,
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.

Maestra en Antropología Social en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, unidad Sureste. Actualmente es candidata a doctora en Antropología por el CIESAS-CDMX. Ha sido coordinadora del libro “Mujeres ante la crisis global: empoderamiento y precariedad” publicado por Editorial Porrúa. Ha escrito 3 capítulos en libros arbitrados, 1 artículo arbitrado en una revista internacional y 8 artículos de divulgación en la revista Ichan Tecolotl, del ciesas. Ha participado como ponente en congresos nacionales e internacionales. Sus temas de interés son: género, cuerpo, poder, emociones y terapias alternativas.
     

     
 
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