revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Laura Elena Sotelo Santos
     
               
               
Las abejas suben al cielo y bajan
gotas de miel para los hombres.
 
Cosmovisión maya
     
 
Después de muchos años de trabajar en los códices mayas,
comencé a interesarme por una sección del Códice Tro Cortesiano que se conoce como “La sección de las abejas”. El tema de las abejas me encanta, aunque un amigo mío me dijo que ese “es un asunto de kinder, ¿cómo se te ocurre?”.
 
Al principio, cuando veía estas páginas del códice, decía: “¿abejas?, ¡ay, pero están horrendas!, han de ser marcianas, ¿qué es esto?”. Conforme fue pasando el tiempo me fui acercando cada vez más al estudio de las abejas y ha sido un universo tan grande que me ha permitido estudiar un fenómeno de larga duración entre los mayas: el cultivo de abejas, una tradición viva y vigente que podemos documentar a lo largo de más de dos mil años. Dicha tradición se basa en un conocimiento de la biología de las abejas, de su comportamiento y del entorno natural. Es, en términos modernos, un complejo biotecnológico que incluye distintas maneras de manejarlas.
 
En el mundo hay una amplia diversidad de especies de abejas, pero nos enfocaremos en las nativas, las cuales se han cultivado en México desde tiempos prehispánicos hasta la fecha. Lo primero que hay que decir de las abejas que los mayas han cultivado de forma tradicional es que no pican porque no tienen aguijón y que son comunes en las zonas intertropicales en donde encontramos gran variedad de especies. En cambio, las que sí pican son Apis mellifera, la abeja europea, introducida en distintos momentos a lo largo del territorio nacional y a otras partes de América, al igual que en Asia y Australia.
 
Las abejas sin aguijón son insectos eusociales, esto significa que tienen un alto nivel de organización. Viven en colonias en las que hay funciones diferenciadas, pues existe una reina, todas las demás son obreras y, si es necesario y útil, a veces hay un zángano. Melipona beecheii es característica de la zona milpera de Yucatán. Los mayas más tradicionales, que hablan maaya t’aan o maya yucateco, dicen xunáan kaab y ko’olel kaab para referirse a estas abejas, nombres del siglo xvi cuya traducción quiere decir: señora abeja o dama de la miel. Kaab es una voz que se utiliza para referirse a abeja, colmena y miel. Claro que los mayas distinguen entre las tres cosas, pues el sentido depende del contexto.
 
He viajado a Yucatán, Campeche y Quintana Roo para estudiar cómo están hoy las abejas. Puedo decir que siguen siendo cultivadas por la gente, se mantienen vivas y vigentes. Para abundar más sobre esto contaré una experiencia que ocurrió en una zona cercana al pueblo Tixkacalcupul, al sur de Yucatán.
 
Abraham, un estudiante de la Universidad de Oriente en Valladolid, Yucatán, nos contactó con su papá que es un melinoponicultor tradicional. Llegar a su casa fue una aventura. De Tixkacalcupul nos metimos por una vereda de la selva baja caducifolia, y estoy segura de que si no hubiéramos llevado guía, nunca hubiéramos llegado o salido de ahí. En ese lugar hay pocas casas y la forma común de transportarse es en bicicleta. Las casas de allí nos transportan en el tiempo, la del papá de Abraham es parecida a lo que los arqueólogos dicen que encontraban en las zonas arqueológicas mayas, muy semejante a las del periodo Clásico.
 
Más allá, próximo a la casa, estaba el colmenar que es prácticamente el mismo que describen los cronistas del siglo xvi. Allí se cultivan las abejas en troncos ahuecados artificialmente; cada uno de éstos recibe el nombre en maya de jobón y se identifica de manera individual. Se colocan los jobones uno sobre otro de manera ordenada en una estantería inclinada. Los melinoponicultores hacen un pequeño orificio en el centro del jobón por el que el enjambre entra y sale; todas las abejas pasan por ahí.
 
Los jobones antiguos tienen unas marcas, una cruz y un círculo o un cuadrado. Los melinoponicultores dicen que es porque así estaban cuando los heredaron, otros dicen que es para diferenciar la parte inferior y superior de la colmena; y los menos dicen que lo que representa la colmena es el universo; que el cuadrángulo es la Tierra, así que las abejas tienen la oportunidad de transitar por los diferentes niveles del universo.
 
Cuando uno le pregunta a los sacerdotes tradicionales mayas o a los melinoponicultores de dónde sacan la miel estas abejas, ellos contestan que van a un hueco que está en el cielo en donde los dioses de la lluvia (los chaques) tienen una artesa (una especie de canoa escarbada en un gran árbol) llena de miel y lo que hacen las abejas es subir al cielo y bajar gotas de miel para los hombres. Es una miel sagrada, las abejas son sagradas.
 
En cada jobón hay una abeja guardiana que cuida la colmena; se posa sobre el orificio, única entrada del jobón, y revisa que las otras traigan material de calidad para la colmena. Ésta se convertiría en soldado si llegase un intruso y lo interceptaría en el túnel de cera por donde pasan todas las abejas. Ambos extremos del jobón están obturados con madera o piedra, esto depende de cada región. Resulta que los arqueólogos encontraban tirados en los sitios discos de piedra de 16 a 20 cm de diámetro, llamados coloquialmente panuchos o panucheras por su similitud con este platillo típico yucateco. Siempre los encontraban por pares, separados por 50 centímetros y no sabían para qué eran; hasta que un grupo de investigadores con analogía etnográfica dijo: son colmenas prehispánicas.
 
Regresemos a la historia de don Francisco. El padre de Abraham nos abrió unos jobones para verlos por dentro, pues cada uno está cerrado por fuera con lodo o tierra roja llamada kankab y por dentro las abejas los sellan con cera. Nos advirtieron que no se debe abrir una colmena porque son insectos delicados, que se pueden infestar, ocasionando que se pierda la cosecha o que emigren. Esta delicadeza de las abejas suscita una serie de augurios y creencias.
 
En el interior de la colmena se puede ver que las abejas no anidan en estructuras hexagonales. Estas abejas almacenan la miel en pequeñas anforitas de cera, parecidas a unas calabacitas redondas o a unas jícaras. La cera de estas anforitas es obscura, aunque cambia según la época del año y de las fuentes de alimentación, y se le conoce como cera de Campeche.
 
Por las historias que nos contaron, sabemos que actualmente cada jobón viejo se está vendiendo en más de tres mil pesos, pues ya no hay árboles con el diámetro adecuado que se pueda utilizar para que las abejas aniden.
 
Los mayas pueden detectar colmenas naturales, las cortan calculando no lastimar el nido, las transportan y las forman en el colmenar. Siempre la colmena madre va a abajo y la hija arriba, de manera que todas las colmenas que están unas sobre otras se hallan emparentadas. Cuando dividen las colmenas para hacer una nueva, las cambian de lugar a fin de que las abejas de la colmena madre se metan en la nueva. Ellas anidan en capas superpuestas; cuando está lista una capa, inician la siguiente. Algunos mayas dicen que hay tantas capas en el cielo como niveles en la colmena: trece. Cuando se quiere dividir una colmena se saca una de las capas y se pasa a otro tronco.
 
A la fecha, la miel se cosecha sólo con un palito o un hueso, pues no se han encontrado artefactos más elaborados; incluso, después del trabajo de campo en meliponarios de la zona de Cancún hasta Chetumal se conjeturó que es muy posible que la cosecha de la miel sea anterior a la agricultura y a la cerámica y que se ha cosechado de manera tradicional desde entonces. Si esto es así, esta tradición puede tener más de cuatro mil años inalterable. Para cosechar se pica cada una de las anforitas con el palito o el hueso, se inclina el tronco y se recibe la miel en una jícara. Actualmente, cuando a la gente se les pregunta por qué lo hacen así, sólo contestan: “porque así debe ser”, es decir, es tradicional.
 
Los códices
 
Los códices mayas son los libros sagrados que usaban los sacerdotes, a diferencia de las inscripciones que estaban en plazas públicas y que todos podían ver, aunque no leer. Los códices son libros de un formato pequeño (10 x 20 cm) de uso individual, los cuales se usaron por lo menos desde el siglo vi a. C. hasta el xvi, es la tradición ininterrumpida más larga de escritura en Mesoamérica, y la tragedia es que únicamente se conservan tres códices, los cuales están incompletos, mutilados y, además, fuera de México. Se conocen como códices en repositorios europeos y tienen el nombre de la ciudad que los alberga: Dresde, París y Madrid.
 
Hay además otro conjunto importante de códices llamados transcritos, aquellos que por distintos motivos se escribieron en caracteres latinos y ya no en glifos y que se conservan en distintos repositorios, muy pocos en México. Dos de estos textos, son ampliamente conocidos, los llamados libros de Chilam Balam y el Popol Vuh.
 
Existe otro conjunto de documentos compuestos por aquellos códices de los que sí conocemos dónde fueron hechos, a quiénes pertenecieron, dónde se usaron y cuándo. A éstos les llamo códices arqueológicos, pues proceden de excavaciones controladas. Si bien no se pueden consultar, tenemos la información de la que carecemos en los otros. Se trata tan sólo de tres ejemplares: uno procede de Altun Ha, Belice, el segundo de Uaxactún, y el tercero de San Agustín Acasaguastlán, estos dos últimos en Guatemala.
 
Uno de los códices que he trabajado de manera más intensa durante los últimos veinte años es el Códice Tro Cortesiano, más comúnmente conocido como Códice Madrid. Este documento fue a parar a Madrid por varias razones históricas y lo resguarda el Museo de América que está en la capital española. Ahí se protege en óptimas condiciones de luz, humedad y temperatura y se exhibe en la sala un facsimilar excelente. Pertenece a la zona norte de la península de Yucatán porque los cenotes están representados en este manuscrito maya y son formaciones geológicas características de esa región. Otras evidencias internas, como el sistema calendárico, en uso durante el siglo xvi, está también reportado por los cronistas franciscanos.
 
El formato de este códice es una larga tira plegada hecha de un soporte de papel nativo, es decir, papel indígena al que conocemos como amate, el cual se obtiene de un amate nativo del área maya, que las fuentes llaman kopó, tal vez Ficus cotinifolia. Para hacer las páginas del códice se sacaba la corteza interna de las ramas del ficus, se machacaba y se producían estas tiras que se remojaban con una imprimatura blanca (carbonato de calcio) y después de plegarse se pintaba.
 
El tamaño de este códice extendido es de más de seis metros de largo y de altura mide más o menos veinte centímetros, y está escrito y dibujado por las dos caras. El espacio se dividía en dos, tres o cuatro filas, y en cada una se desarrolló un texto calendárico adivinatorio completo. Cada una de estas unidades temáticas se compone generalmente de un marco temporal, es decir una serie de fechas significativas, de un texto con los augurios y de figuras que representan dioses.
 
Los códices tenían cubiertas o tapas, aunque no se conserva en ninguno de los códices mayas, pero esto lo sabemos porque se preservan las cubiertas de otros códices mesoamericanos como las del Códice Vindobonensis, que están hechas de madera y suponemos que tenían algún tipo de identificación, algo equivalente al título.
 
Particularmente, este códice se asemejaría más a una revista nuestra que a un libro, me atrevo a decir esto porque no es producto de una sola mano, es decir, en su elaboración participaron al menos nueve especialistas distintos, nueve escribas. Por ejemplo, en otros códices como en el Dresde, hay secciones para predecir eclipses y eso lo hizo un especialista que hoy desde nuestra perspectiva podríamos llamar astrónomo. Los autores que hicieron “La sección de las abejas” del Códice Madrid, para mí son los primeros especialistas en abejas que dejaron una obra escrita.
 
Entomólogos de ayer y hoy
 
A principios del siglo pasado, el mayista Alfred Tozzer y el biólogo Glover Allen hicieron un trabajo característico pionero sobre las figuras de animales de los códices mayas. Identificaron los distintos animales representados y es la primera clasificación de carácter científico, trataron de reconocerlos utilizando la nomenclatura en latín, un trabajo que sigue siendo un clásico, en mi opinión no superado.
 
En este trabajo está la identificación de las abejas. Tozzer y Allen las denominaron como Melipona fulvipes, correspondiente a la nomenclatura de principios del siglo xx. Pero hoy sabemos que la especie que está representada en los códices mayas es Melipona beecheii.
 
Los mayas reconocían una gran variedad de especies de abejas, por ejemplo, en vasijas también representaban estos insectos. Pavel Alonso, otro joven estudioso de este campo, analizó las vasijas en donde aparecían abejas; él propone que ahí se trata de Tetragonisca angústula por sus características. Otra propuesta del análisis de Pavel es que los grandes gobernantes mayas usan las abejas como emblema de poder, al igual que otros poderosos señores del mundo como Napoleón Bonaparte, Julio César o Ramses II, a los grandes gobernantes del mundo se les representa con una abeja.
 
En 2011 hice una estancia de investigación en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en El Colegio de la Frontera Sur, en el departamento de abejas. Allí empecé a trabajar con el taxónomo Jorge Mérida y usando un microscopio trabajamos sobre la morfología de las abejas.
 
Primero me enseñó un esquema de las abejas y sus partes: cabeza, tórax y abdomen. Aunque tienen dos pares de alas se ve sólo uno porque se enganchan para volar en forma sincronizada. Después de aprender mis primeras lecciones e investigar con él, entendí cómo están representadas las abejas en el códice. Le expliqué la imagen que aparece en la página 123: “la cabeza está vista de frente, luego la parte dorsal del abdomen la dibujan los mayas, luego ponen la parte apical vista desde abajo y las alas”. Después de esta descripción fue cuando empezó a creerme y lo siguiente lo obtuvimos juntos.
 
Advertimos que en el dibujo de los mayas están simbolizados diecisiete elementos taxonómicos. La representación del abdomen es fantástica, ellos dibujaron todos los terguitos con las bandas apicales y las vellosidades. Las alas, según los especialistas, distinguen una especie de otra y en todos los dibujos del códice están las abejas con las alas y sus venas representadas. De tal manera que sabemos que son Melipona beecheii. El asombro vino cuando revisamos la parte de las patas, ¡ahí estaban fémur, tibia, tarsos y hasta las vellosidades! Más aún, parecen esbozadas las uñas.
 
Otro aspecto que revisé en el códice es cómo están los jobones representados. Cuando veía las imágenes en el códice, primero pensaba que estaba representado el jobón con su abeja guardiana pero hoy sé que esa hipótesis fue errónea. Primero me fijé que los mayas dibujaban a veces el interior y a veces el exterior del jobón, y observando con detenimiento vi que la abeja representada no es la guardiana, sino la abeja reina.
 
Hay dos tipos de abejas en los dibujos, una con la parte de atrás cerrada y otra con esa misma parte abierta y con un huevo, de modo que representaron: 1) abejas reinas vírgenes pasándolas de un jobón a otro; y 2) las reinas poniendo huevos, ovopositando. Sabemos que son abejas reina porque en los dibujos se representan las alas en una postura de ángulo, con lo que se distingue que las abejas reina no pueden volar.
 
Algunos otros elementos que representaron en el códice son: las anforitas de miel, las capas superpuestas de la cámara de anidación (que al contarlas son trece), luego también dibujaron los filamentos de cera con los que se detiene para que no se mueva la estructura del interior del nido. Es decir, representan el interior de la colmena desde diferentes ángulos.
 
Cabe mencionar que para representar a las abejas en el bosque, los mayas cambiaron las proporciones y las dibujaron más grandes que los árboles. Así, podemos afirmar que en el códice están los distintos aspectos de las abejas, desde su entorno natural, con las floraciones que visitan, los aspectos de su cuidado y su cultivo, la cosecha de la miel, la “siembra” de colmenas, hasta los rituales que recibían las deidades asociadas con ellas. Por otro lado, también podemos comentar que la cera de Campeche era un elemento cultural y comercial fundamental, pues desde tiempos prehispánicos era un tributo, ya que poseía numerosos usos: era como el pegamento o el impermeabilizante prehispánico, además tenía varios usos medicinales. En Mesoamérica no se conocían las velas, la cera no se utilizaba para alumbrar, pues los mayas del siglo xvi decían que la cera de las abejas no se debe quemar porque si se quema las abejas huyen de sus colmenas.
 
El mismo destino
 
La importancia de la miel para el pueblo maya es indiscutible, en los huertos o solares desde la época prehispánica han estado presentes las abejas como parte de los recursos alimenticios, medicinales y tradicionales y todavía se sigue usando la misma forma para cosechar miel.
 
Para concluir, diré que para los mayas hay dos ámbitos en el que los animales y los hombres pueden vivir: el ba’alche’ k’aax es la zona natural del monte donde viven todos los animales; y alak’ es una voz para designar lo doméstico, ámbito que desde los tiempos primordiales, dicen los mayas, hemos compartido abejas y hombres.
 
Muchos sacerdotes tradicionales me comentaron que el destino de los hombres y el destino de las abejas es el mismo, por eso a las abejas les dicen en español: gente. Este paralelismo evidencia una condición diferente de las abejas sobre otros animales en el pensamiento maya y une nuestro destino al de ellas. Por lo que mantener esta tradición viva y vigente implica mantenernos vivos y vigentes a nosotros mismos.
 
     
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Laura Elena Sotelo Santos
Centro de Estudios Mayas,
Instituto de Investigaciones Filológicas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
 
Laura Elena Sotelo Santos es historiadora mexicana con doctorado en Estudios Mesoamericanos. Es investigadora titular del Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Sus líneas de investigación son la religión y la iconografía aplicada a códices. Es especialista en la cultura de la miel entre los mayas.
     
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cómo citar este artículo
 

Sotelo Santos, Laura Elena. 2016. Abejas sagradas entre los mayas . Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 118-125. [En línea].

     

 

 

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Alimentos sustentables a la carta. De la tierra a la mesa

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Martha Elena García y Guillermo Bermúdez
CONABIO. México, 2014.

 
                     
En sus páginas, este libro nos muestra cómo la
manera de concebir el “desarrollo” o el supuesto “progreso” ha afectado nuestra alimentación y por ende nuestra salud.
 
Y es que, como escribe el antropólogo Jesús Contreras de la Universidad de Barcelona, hoy como nunca sentimos temor ante lo que comemos; en sus propias palabras: “Del complejo sistema internacional de producción y distribución alimentaria, los consumidores sólo conocen los elementos terminales: los lugares de distribución y los productos. El resto es una verdadera caja negra, que entraña un miedo tanto más grande en la medida en que la subsistencia está asociada a la alimentación”.
 
La distancia que hay entre producir o recolectar nuestros propios alimentos, frente a encontrarlos ya transformados y empacados en una tienda de autoservicio, genera una desconfianza que desde nuestro punto de vista tiene que ver con el instinto de conservación. ¿Quién puede confiar su salud y su alimentación a empresarios que han mostrado fundamentalmente que sólo tienen interés en la ganancia? ¿Cómo creerles, si con sus productos están generando enfermedades que ya afectan a millones de personas en el mundo en general, y en México en particular, como son algunos tipos de cáncer, obesidad, ciertos tipos de diabetes, problemas cardiovasculares, hiperactividad y otras más?
 
La situación es compleja; su análisis requiere serenidad. Serenidad y sensatez para no caer en el temor constante que es otra manera de control sobre las personas y, sobre todo, para buscar opciones racionales. Martha Elena García y Guillermo Bermúdez muestran diversos aspectos negativos de la realidad y, al mismo tiempo, evidencian que aquí y allá surgen, con más fuerza, personas y agrupaciones dispuestas a cambiar las cosas y a caminar por veredas en las que seamos más dueños de los procesos y nos movamos con mayor confianza y libertad. Pues si bien es cierto que la mercadotecnia que se expresa sobre todo a través de los medios masivos de comunicación, radio y televisión especialmente, tiene un gran poder; asimismo, es verdad que las personas tenemos la posibilidad de discernir, separando lo que nos conviene de lo que nos hace mal, y también de crear formas distintas de relación con la naturaleza y entre nosotros mismos.
 
Para nuestra fortuna, en México no partimos de cero. Nos respaldan culturas milenarias que han tenido una relación profunda con el entorno. Vivimos además en un territorio privilegiado por la naturaleza. Pertenecemos al selecto grupo de doce países megadiversos en el mundo; esto significa que al encontrarse aquí los sistemas neoártico y neotropical, se genera una amplia gama de paisajes que van desde las selvas tropicales hasta las zonas desérticas, ricas en medio de su aridez. Extensos litorales, altitudes que rebasan los tres mil metros sobre el nivel del mar; suelos calizos, volcánicos y otros abundantes en materia orgánica. “Aquí están presentes todos los grandes ecosistemas que existen en el mundo”, asevera el biólogo Jerzy Rzedowsky. La gran variedad de especies vegetales nos colocan en el cuarto lugar entre todos los países del orbe con mayor diversidad.
 
Una riqueza que, gracias a su cosmovisión y sabiduría, supieron aprovechar las culturas indígenas afectando lo menos posible la naturaleza. Actualmente, de acuerdo con el mismo autor, hay siete mil especies de plantas con usos experimentados y definidos en la alimentación. Entre ellos están los condimentos, los ablandadores, así como ingredientes para preparar bebidas, conservas, alimentos deshidratados, dulces, platillos especiales y aderezos, entre otros. Eso no tiene igual en ningún país del mundo e implica “una formidable responsabilidad: la de ser cumplidos garantes y meticulosos guardianes de este extraordinario patrimonio”, afirma Rzedowsky.
 
Basta ver nuestros mercados tradicionales para entender lo que significa esta diversidad: calabazas, chilacayotes, chayotes y ejotes; quelites diversos como el quintonil, el pápalo, la malva o las verdolagas, y entre los chiles frescos: serranos, manzanos, chiltepines, chilacas y poblanos. Si nos acercamos a las semillas, habrá maíces variados (existen más de cincuenta razas y cientos de variedades), así como frijoles de diversos colores: bayo, negro, amarillo, vaquita, por citar algunos, que conviven entre montones de cacahuates y distintas formas de pepita de calabaza. En cuanto a los tubérculos destacan el camote, el chinchayote y la jícama. Mencionemos entre las frutas, zapotes como el negro, el blanco, el chico y el mamey; las guayabas, papayas, chirimoyas y guanábanas. El óleo Vendedora de frutas, de la pintora Olga Costa es el reflejo de este mosaico multicolor.
 
Las preparaciones y técnicas culinarias son de honda raíz indígena; la base son las salsas o mullis (moles) hechos con diversos chiles. El cocimiento al vapor tiene su máxima expresión en los tamales, y el cocimiento en comal, en las tortillas. Los granos reventados en seco, como el amaranto o el maíz palomero, son la base de la actual industria de los cereales en caja que tantas ganancias rinde a las empresas que los elaboran. Por no hablar del horno bajo tierra donde se preparan la barbacoa o el mucbipollo.
 
Esta cocina tradicional merece la mayor admiración y respeto. No será con soluciones con visión empresarial o turística que podrá seguirse creando y recreando en los fogones, sino preservando la biodiversidad, dejando espacio propio a las culturas que le dan vida, alentando el cultivo de milpas, terrazas y chinampas, reconociendo lo que significan, creando condiciones para que la gente no emigre y continúe la transmisión oral que por siglos ha perpetuado conocimientos y experiencias.
 
Sí, provenimos de una rica tradición agrícola y culinaria, que los autores de este libro van presentando en sus páginas. Parece que la publicidad engañosa nos ha hecho perder de vista esta herencia. Las consecuencias que han traído los cambios en la alimentación tradicional muestran que es hora de buscar en nuestros bolsillos y responder a los retos con alternativas similares o al menos cercanas a las que utilizaron nuestros abuelos. Esto no significa quedarnos en el pasado, sino valorar todo lo bueno que ellos nos legaron.
 
Aquí está la carta rica en información, entrevistas y aportaciones que han cocinado Martha Elena García y Guillermo Bermúdez; es hora de pasar a la mesa.
 
     
(Fragmentos del Prefacio)
     
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Cristina Barros y Marco Buenrostro
     
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cómo citar este artículo 
 
Barros, Cristina. Marcos Buenrostro. 2016. Alimentos sustentables a la carta. De la tierra a la mesa. Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 138-139. [En línea].
     

 

 

de la química de la vida
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Ángeles o demonios:
el ciclo del nitrógeno
en la agricultura
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Eva Segundo Pedraza, Mariela Fuentes Ponce y Luis Manuel Rodríguez Sánchez
 
                     
Las verduras y semillas, además de tener la fibra
necesaria para el buen funcionamiento de los intestinos, contienen nutrimentos que son transformados en diferentes compuestos que forman parte de los nucleótidos; unidos unos con otros, éstos crean largas cadenas llamadas ácidos nucleicos, los cuales forman parte de la vida de todos los organismos en este planeta o bien constituyen parte de los aminoácidos que, al juntarse, dan origen a moléculas más grandes y complejas llamadas proteínas. El principal elemento que tienen en común todas estas moléculas es el nitrógeno, que difícilmente se encontrará en las frituras y dulces, pero sí en las verduras, frutas, semillas y carne.
 
Las plantas, al igual que el ser humano, requieren nitrógeno para la síntesis de proteínas y moléculas orgánicas como la clorofila (que provee del color verde a las plantas y participa en la fotosíntesis). Las plantas toman el nitrógeno del suelo, pero para que sea asimilable (que lo pueda absorber por sus raíces), se necesita que esté en una forma inorgánica, como nitratos (NO3) y amonio (NH4+). Cuando las plantas no absorben suficientes iones NO3 o NH4+, disminuye su crecimiento y a lo largo de la nervadura principal y en el ápice de la hoja hay un cambio de color, pasa de verde a amarillo, esta carencia de nutrimentos es conocida como clorosis.
 
El nitrógeno asimilable no siempre se encuentra en grandes cantidades en el suelo, a veces está en su forma orgánica, es decir, en remanentes que entraron al suelo como hojas, residuos de la cosecha, animales muertos, entre otros. Pero ese nitrógeno orgánico no está todavía disponible para las plantas, por lo que entonces intervienen las bacterias y hongos.
 
El nitrógeno y su ciclo
 
El nitrógeno es un gas incoloro e inodoro que forma parte del aire que respiramos, además del oxígeno y otras partículas contaminantes. Sabemos que por lo menos 78% del nitrógeno en el mundo se encuentra en el aire y que el resto está presente en el agua de ríos, mares, aguas residuales y suelo. Si al respirar podemos absorber nitrógeno, entonces ¿por qué cultivar y consumir verduras? Resulta que, desafortunadamente, el nitrógeno que respiramos no es asimilable por nosotros; primero debe ser fijado en el suelo por diferentes procesos (electroquímico, fotoquímico, industrial o biológico), después debe ser asimilado por una planta y, hasta entonces, al consumirlas podemos asimilarlo.
 
Los únicos organismos que pueden realizar el proceso de la fijación biológica del nitrógeno son los hongos y las bacterias. Estos organismos diminutos trabajan solos aunque a veces hacen simbiosis con las plantas. Son microorganismos del suelo, simbiontes o de vida libre, que toman el nitrógeno atmosférico para utilizarlo en sus procesos metabólicos, reduciéndolo a amoniaco (NH3). Una vez que el amoniaco es liberado a la solución del suelo pueden ocurrir dos cosas: 1) que entre a un proceso conocido como amonificación, donde el amoniaco reacciona con un ion de hidrógeno y forma el amonio (NH4+); 2) que sea utilizado como fuente de energía por algunas bacterias del género Nitrosomonas para transformarlo en hidroxilamina, una sustancia que al combinarse con oxígeno permitirá la formación y liberación del ion nitrito (NO2), lo que se llama nitrosación del suelo.
 
Los iones nitrito que son liberados a la solución del suelo pueden pasar directamente a mantos acuíferos o ser utilizados por bacterias principalmente de los géneros Nitrobacter y Bactoderma. Cuando estos iones son aprovechados por dichas bacterias, lo hacen mediante una reacción química oxidativa en la que transforman los nitritos en nitratos. Este proceso, que depende de ciertas características del suelo como la alta humedad o concentraciones bajas de oxígeno, no es el único camino de transformación del nitrógeno, y cuando intervienen las bacterias también puede ocurrir que el amoniaco sea reducido y liberado en su forma inorgánica a la atmósfera como óxido nitroso (N2O) u óxido nítrico (NO), dos gases de efecto invernadero de alto impacto que coadyuvan al calentamiento del planeta y, en el mejor de los casos, en nitrógeno dimolecular (N2) mediante un proceso conocido como desnitrificación.
 
La fijación biológica que realizan algunas bacterias en simbiosis con cierto tipo de plantas leguminosas, como el frijol o las habas, es un proceso que inicia cuando la raíz exuda sustancias químicas que son reconocidas por algunas bacterias como los rizobios; una vez que el intercambio de señales entre la planta y la bacteria se realiza, la migración de la bacteria comienza y se presenta su invasión hacia la superficie de la raíz, posteriormente las bacterias la penetran y terminan colonizándola. Una vez que la bacteria se encuentra dentro, comienzan a formar estructuras esféricas llamadas nódulos, los cuales facilitan la estadía en la raíz de la planta. No existe una cantidad definida de nódulos por raíz, más bien se origina una red de nodos en la rizósfera de la planta, es decir, en la parte del suelo inmediata a las raíces. Dentro del nódulo se forma una membrana con líquido, el cual sirve como un medio de intercambio de señales y nutrimentos entre la planta y la bacteria. Esta interacción simbiótica desaparecerá cuando el medio se haga más ácido o “hasta que la muerte los separe”.
 
Lo que hemos relatado es lo que pasa en el ciclo biogeoquímico del nitrógeno, ya sea en un ecosistema natural o en un sistema agrícola (agrosistema). Pero cuando tenemos cultivos agrícolas, de una sola especie o monocultivos, con altas demandas de nitrógeno en los que se ha optado por usar fertilizantes, sintéticos en muchos casos, hay un impacto negativo directo en el ambiente debido a dicho elemento químico.
 
Los fertilizantes sintéticos
 
El proceso natural de fijación de nitrógeno realizado por las bacterias puede ser interrumpido o disminuido por el suministro de “nutrimentos chatarra”, es decir, por fertilizantes nitrogenados altamente solubles que contienen amonio o nitratos. Las bacterias, al igual que las plantas, tienen como fuente de energía NH4+ y NO3, y al suministrar en forma artificial dichos elementos por medio de fertilizantes solubles, las bacterias ya no tienen la necesidad de trabajar, de fijar nitrógeno atmosférico, lo cual se generará una competencia entre las bacterias y las plantas por la nueva fuente de energía disponible. Así que el uso irracional de fertilizantes nitrogenados puede alterar los procesos de nitrificación y desnitrificación, pues al existir una mayor cantidad de sustrato nitrogenado las bacterias pueden generar mayor cantidad de nitratos, que se lixiviarán a los mantos acuíferos; por otro lado, se pueden elevar las emisiones de gases de efecto invernadero, ya que el uso excesivo de fertilizantes sintéticos generalmente está ligado a una agricultura tecnificada que implica el uso de riego, propiciando condiciones de humedad que coadyuvan a este tipo de procesos.
 
Al suministrar grandes cantidades de nitrógeno a las plantas, éstas pueden experimentar intoxicaciones agudas o un debilitamiento frente al ataque de plagas y enfermedades, esto último debido al incremento en la producción de aminoácidos libres (constituidos en buena parte por nitrógeno) y a la mayor acumulación de agua en sus tejidos.
 
Considerando lo anterior, debe explicársele a los productores la importancia del nitrógeno y el efecto de ciertas prácticas agrícolas empleadas para maximizar su producción; pero esto se complica debido a que, la mayor parte de su vida, el campesino se ha dedicado a cultivar alimentos en un mercado globalizado que le ha impuesto una forma de producción dependiente de insumos sintéticos y monocultivos, modificando sus procedimientos tradicionales de producción en un intento por alcanzar una mayor rentabilidad.
 
Actualmente, gobiernos y científicos en todo el mundo buscan crear indicadores que permitan reflejar el estado de salud de los suelos agrícolas en los diferentes procesos del ciclo del nitrógeno con la finalidad de generar alternativas más viables desde el punto de vista ambiental, pero sin dejar de lado el aspecto productivo. Por ejemplo, en los últimos años se han desarrollado los denominados biofertilizantes, constituidos por organismos benéficos que viven asociados o en simbiosis con las plantas, contribuyendo a su nutrición y a la regeneración del suelo. También se han generado nuevas propuestas de manejo agrícola, algunas de ellas consideran el rescate de prácticas culturales de los pueblos nativos, como la milpa en México, que consiste en intercalar gramíneas (plantas demandantes de nitrógeno como el maíz) con leguminosas (plantas que tienen una relación simbionte con bacterias fijadoras de nitrógeno como haba y frijol). La rotación de cultivos, incluyendo leguminosas, y el uso de abonos verdes que implica beneficiar al suelo mediante un cultivo de plantas leguminosas, con la finalidad de incorporar el nitrógeno que fijaron durante su periodo de crecimiento, son otras opciones para reducir el uso de fertilizantes sintéticos.
 
A modo de conclusión
 
El asunto no es sencillo debido al doble carácter del nitrógeno y de los microbios que participan en este ciclo pues, por un lado, estos organismos pueden facilitar la generación de formas de nitrógeno asimilable para las plantas cultivadas en los suelos agrícolas, de suma importancia para la producción de alimentos; y por otro, estas mismas formas solubles del nitrógeno, junto con otras en estado gaseoso, se pueden convertir en contaminantes de alto impacto para la atmósfera y para el agua. El nitrógeno desempeña un papel fundamental en la vida de nuestro planeta, pero también se puede transformar en la fuente de graves problemas ambientales cuando se torna excesivamente soluble o volátil.
 
Las bacterias relacionadas con el ciclo del nitrógeno no son ángeles ni demonios, sino seres de la intrincada red de relaciones que conocemos como vida, de las cuales todavía tenemos mucho que investigar para hacer una agricultura más sustentable. Es tiempo de informar y hacer conciencia en los jóvenes profesionistas y campesinos de que todas las acciones tienen una reacción y se deberá asumir el costo que ello implica.
 
     
Referencias bibliográficas
 
Bloom, Arnold J., Scott S. Sukrapanna y Robert L. Warner. 1992. “Root Respiration Associated with Ammonium and Nitrate Absorption and Assimilation by Barley”, en Plant Physiol, núm. 99, pp. 1294–1301.
Canfield, Donald E. 2010. “The Evolution and Future of Earth’s Nitrogen Cycle”, en Science, vol. 330, núm. 6001, pp. 192196.
Kramer, Sasha, John Reganold, Jerry Glove, Brendan Bohannan y Harold Mooney. 2006. “Reduced nitrate leaching and enhanced denitrifier activity and efficiency in organically fertilized soils”, en pnas, vol. 103, núm. 12, pp. 45224527.
Lichtfouse, Eric, et al (eds.). 2009. Sustainable Agriculture. Springer, Países Bajos.
Santi, Carole, Didier Bogusz y Claudine Franche. 2013. “Biological nitrogen fixation in nonlegume plants”, en Annals of Botany. vol. 111, núm. 5, pp. 743–767.
Werner, Dietrich y William E. Newton (eds.). 2005. Nitrogen Fixation in Agriculture, Forestry, Ecology, and the Environment. Springer, Países Bajos.
     
 _______________________________________________      
Eva Segundo Pedraza
Maestría en Ciencias Agropecuarias,
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.

Mariela Fuentes Ponce
Departamento de Producción Agrícola y Animal,
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.
 
Luis Manuel Rodríguez Sánchez
Departamento de Producción Agrícola y Animal,
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.
     
_________________________________________________      
 
cómo citar este artículo 
 
Segundo Pedraza, Eva; Mariela Fuentes Ponce y Luis Manuel Rodríguez Sánchez. 2016. Ángeles o demonios: el ciclo nitrógeno en la agricultura . Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 12-15. [En línea].
     

 

 

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Alexis Daniela Rivero Romero y Ana Isabel Moreno Calles
     
               
               
En México, país con alta riqueza biocultural, el conocimiento
tradicional alrededor de las prácticas agrícolas es muy variado, va desde el saber detallado sobre flora y fauna, hasta aquel derivado de las relaciones entre los elementos vivos y no vivos en un entorno determinado; un ejemplo de estas relaciones es la que se establece entre los diversos eventos meteorológicos y la dinámica de los sistemas naturales, como el comportamiento de animales y plantas. Para sobrellevar las variaciones climáticas en torno a la agricultura, los campesinos han desarrollado todo un complejo de conocimientos, creencias y prácticas direccionadas a reducir los riesgos asociados al clima para asegurar el abasto de alimentos.
 
A partir de la predicción climática, que forma parte de lo que se conoce como meteorología tradicional, a lo largo de la historia los pueblos mexicanos han logrado hacer frente a los cambios experimentados por el clima que han afectado su actividad agrícola. Su base ha sido la observación detallada de las señales que ofrece la naturaleza para prevenirlos de diversos eventos, como lluvias, heladas, granizadas y sequías.
 
De esta manera, la meteorología tradicional expresa, a partir de los saberes ambientales climáticos, el estado de la atmósfera (lluvia, seca, helada, vientos, etcétera) en el corto y mediano plazo y su efecto sobre la flora y fauna así como su influencia en las actividades campesinas tradicionales. Este conocimiento de carácter milenario se inscribe al interior de la cosmovisión de muchos pueblos y está determinado por características de tiempo y espacio culturalmente definidas.
 
No obstante, a pesar de su importancia ambiental y cultural, en la época contemporánea los saberes tradicionales se enfrentan a fuertes presiones que emergen tanto del prevaleciente modelo de desarrollo económico como de las estructuras sociales, políticas e institucionales hegemónicas.
 
Tal situación compromete el estado actual e histórico de los saberes tradicionales y a los pueblos que los poseen y desarrollan. Particularmente, en las realidades rurales del mundo y en especial de América Latina, los procesos de deterioro cultural que están demoliendo a los pueblos originarios se encuentran relacionados directamente con la violenta dominación de la agricultura industrial sobre la agricultura de subsistencia campesina, situación que además de amenazar a los complejos de saberes agrícolas tradicionales afecta a los ecosistemas. Para hacer frente a esta crisis son necesarias muchas medidas, pero una que parece imprescindible es la reivindicación de los saberes tradicionales como paradigmas importantes en la resolución de conflictos ambientales y sociales de escala local a fin de permitir el desarrollo de alternativas a la crisis de manera conjunta, es decir, a partir del diálogo de saberes.
 
Los indicadores climáticos
 
Dentro del marco predictivo o preventivo en la agricultura surge el conocimiento de los indicadores climáticos ambientales como herramientas de gran importancia para la seguridad alimentaria y adaptación a la variación climática por parte de los pueblos campesinos que los utilizan. Dicho conocimiento, que se encuentra en constante adaptación frente a los procesos de industrialización agrícola, representa una forma de vida campesina que a lo largo del tiempo ha permitido su permanencia.
 
Los predictores o indicadores climáticos están presentes en el sistema natural y son herramientas de tipo biológico, ecológico y astronómico, tales como el comportamiento animal, la floración de especies vegetales, los ciclos lunares, entre otros, y que se utilizan para pronosticar la calidad de la temporada de lluvias. En función de estas señales o “señas” se realizan acciones como adelantar o atrasar las fechas de siembra, incrementar la cantidad de plantas por unidad de área o aplicar insumos si la temporada parece favorable.
 
El conocimiento sobre predicción climática consiste en la observación y evaluación de los indicadores climáticos desde varios meses antes de la siembra y durante el ciclo agrícola. Con base en ello, los campesinos programan estrategias de mitigación ante las posibles vicisitudes climáticas, reduciendo así el riesgo de grandes pérdidas en la cosecha.
 
Es importante pensar que los indicadores ambientales climáticos no sólo son producto de un conocimiento milenario trasmitido a través de las generaciones, sino que forman parte de una lógica ecológica y biológica que el conocimiento tradicional tiene como base natural y objetiva para su funcionamiento. Asimismo, dicho conocimiento tradicional sobre el clima no es una exclusividad mesoamericana, sino que se extiende por del mundo, pasando por la zona andina, Europa y Asia. Tan es así, que algunas formas de predicción climática en México, como las cabañuelas o el calendario de Galván, son una adopción de la tradición española.
 
Para la predicción tradicional climática se reconocen tres grandes grupos de indicadores, a saber: los indicadores vegetales, los animales y los abióticos.
 
Indicadores vegetales. Son especies que en época de floración predicen la temporada de lluvia y por lo tanto anuncian una buena o mala cosecha. Algunos autores plantean que los campesinos e indígenas de varias regiones de Mesoamérica y los Andes reconocen alrededor de treinta especies con tales características. Por ejemplo, en una región de Puebla se utiliza el capulín (Prunus serotina var. capuli) para predecir la temporada de lluvias a partir de su época de floración. Los campesinos de esta zona han observado que si dicha planta adelanta su época de floración, que es entre enero y febrero, la temporada de lluvias será de buena calidad.
 
Indicadores animales. Son definidos por los campesinos con base en los cambios en el comportamiento de diferentes especies, ya sea por contacto directo u observación (esto sucede más comúnmente con animales domésticos) o por rastros, señas y sonidos (principalmente de animales silvestres). Un ejemplo es lo que sucede en una población ribereña del Lago Titicaca, en Perú, donde el ave totorero es un indicador climático, ya que registra la distancia horizontal que hay entre la construcción de sus nidos y la superficie del lago, medida que indica la cantidad de agua que aumentará con las lluvias en los meses próximos. Esto permite que los campesinos predigan si el año va ser de sequía o lluvioso.
 
Indicadores abióticos. Son aquellos elementos como el viento, la coloración del cielo, los truenos, los rayos u otros eventos naturales que se consideran raros o atípicos bajo determinadas condiciones climáticas y que alertan a los campesinos sobre posibles cambios en el clima. En este rubro también se encuentran los astros, como la Luna o las estrellas, que según su posición o color definen un estado del tiempo determinado.
 
En los trabajos publicados hasta el momento se ha logrado registrar el uso de más de cien diferentes predictores ambientales climáticos de las tres diferentes categorías que son empleados por distintos grupos indígenas del mundo. Además de esto, cabe mencionar que en los trabajos más recientes sobre meteorología tradicional sobresale el reconocimiento de los saberes tradicionales sobre el clima como herramientas que pueden integrarse al conocimiento científico meteorológico y que pueden resultar de gran utilidad en el marco del cambio climático global.
 
Predicción tradicional en Tlaxcala
 
El Carmen Tequexquitla se encuentra ubicado al este del estado de Tlaxcala a una altitud entre 2 400 y 2 700 metros sobre el nivel del mar; el rango promedio de temperatura en el municipio es de 12 a 16 °C y la precipitación anual va de 420 a 520 milímetros, lo que lo convierte en uno de los municipios del estado que registra la menor cantidad de lluvia por temporal.
 
En esta región de México, las condiciones climáticas dominantes han influido en la ocurrencia frecuente de sequías y heladas, eventos que resultan perjudiciales para los cultivos más importantes de sitio, como el maíz, el frijol, el haba y la calabaza, situación que ha obligado a los campesinos a buscar alternativas de adaptación local para subsistir incluso algunos expertos estiman que dichos eventos climáticos adversos serán más severos para la región en los próximos años a causa de los efectos del cambio climático global.
 
Frente a este escenario, la predicción tradicional del clima en El Carmen Tequexquitla, Tlaxcala ha sido de vital importancia para el desarrollo de la comunidad. Así pues, para cada fenómeno climático los campesinos han establecido un predictor, es decir, a partir de la observación repetitiva de sucesos en el ecosistema y en el ambiente le han asociado componentes que a lo largo de los ciclos agrícolas empatan con un determinado estado del tiempo.
 
A partir de la lectura de los predictores ambientales climáticos se determina si el año será bueno o malo, según la regularidad o irregularidad de lluvias o por la presencia de sequías y heladas, así como las estrategias a seguir según dicho pronóstico. De tal manera, si la predicción apunta a un clima seco (sequía) o muy frío (helada) que pueda dañar las plantas y reducir la probabilidad de su sobrevivencia, y por tanto desfavorecer la economía campesina, los agricultores emplean estrategias como reducir el área destinada a la siembra, diversificar sus actividades económicas en sectores no agrícolas y realizan rituales propiciatorios dirigidos a diferentes divinidades. Por otro lado, si el año es lluvioso o moderadamente lluvioso se toman acciones para maximizar los rendimientos de la cosecha, es decir, aumentar la probabilidad de obtener cosechas favorables para la economía familiar y la soberanía alimentaria; por ejemplo, se amplía el área destinada a la siembra, se adelanta o atrasa la temporada de siembra y se abonan las tierras con anticipación.
 
Para ser asertivos en la toma de decisiones en torno a las fechas de siembra, los campesinos emplean dos tipos de predicciones: 1) las predicciones de largo plazo, las cuales se realizan durante los primeros cinco meses del año. Para este tipo de predicciones se emplean los indicadores naturales que prevén la tendencia general del tiempo en los meses que corresponden al ciclo agrícola; y 2) las predicciones a corto plazo (junio-agosto), aquellas que corresponden a las posibles variaciones en el clima durante uno o varios días, sin que este periodo exceda una semana.
 
En El Carmen Tequexquitla se han registrado doce diferentes especies de plantas (silvestres y cultivadas) que funcionan como predictores de clima. Entre las más destacadas se encuentran la yuca o palma (Yucca sp.) y el sotol o cucharilla (Dasylirion sp.), las cuales forman parte de la vegetación característica de la región. La floración abundante de la yuca indica buena calidad de lluvias, mientras que si la cantidad de flores del sotol es mayor a la de ésta, entonces es señal de mala calidad de lluvias.
 
Los predictores de tipo animal son los mayormente empleados para vaticinar la calidad del clima en El Carmen Tequexquitla; se han registrado dieciséis diferentes especies, entre las que se destaca un roedor conocido como tuza (Geomys mexicanus B.) y las aves llamadas pashira y saltapared, las cuales, según la hora del día en que emitan su canto indican la presencia o ausencia de lluvias. Su observación es por tanto fundamental.
 
Finalmente, se encuentran los predictores del tipo abiótico que, aunque no son tan numerosos como los anteriores, son apreciados por los campesinos gracias a su efectividad. Entre éstos se encuentra el astro lunar, que indica, según su posición (sur o norte), la calidad de las lluvias venideras; al igual que la apariencia del volcán La Malinche indica heladas si su cima aparece nevada tanto en primavera como en verano.
 
En el marco de la meteorología tradicional cabe mencionar que en las relaciones campesino-clima, además de estar conformadas por elementos tangibles o acciones directamente aplicadas a los cultivos, también intervienen recursos intangibles, es decir, aquellos que pertenecen al conjunto de creencias, ideas y concepciones sobre el mundo y los elementos que en él se encuentran. En este sentido, dichas relaciones no sólo incluyen la esfera de lo predictivo, sino también de lo propiciatorio, medio en el cual se desarrolla la ritualidad y se genera un vínculo entre las actividades productivas, la espiritualidad y las inclinaciones religiosas de cada familia campesina.
 
Saber sobre el clima
 
La importancia del clima para el desarrollo y reproducción de los pueblos se evidencia en la vasta gama de conocimientos que éstos han generado para hacer frente a las variaciones que pueden afectar o influir sobre ellos o sus actividades productivas. Debido a tal necesidad se ha detonado un proceso de enseñanza-aprendizaje que ha permitido el establecimiento de un diálogo entre los viejos, los adultos y los jóvenes campesinos interesados aún en la agricultura, creando, a la vez, estrechas relaciones familiares y de colaboración.
 
“Saber sobre el clima” es para muchos campesinos una tradición agrícola. Se mantiene el conocimiento porque forma parte de una historia que dota de identidad al colectivo (como el pueblo de El Carmen Tequexquitla) y de respeto y sabiduría al individuo (cada campesino posee un conocimiento particular sobre el clima), razón que también permite la existencia de tales saberes al interior de los sistemas de conocimiento tradicional útiles para la agricultura.
 
Por otra parte, el conocimiento sobre los predictores ambientales climáticos ha favorecido a los sistemas naturales mediante la conservación y promoción de la biodiversidad que es empleada como predictor o indicador de clima, pero también de la asociada a ésta, como son los árboles y los espacios en que ella se desarrolla y habita.
 
En este sentido, muchas de las especies que se encuentran en las zonas de trabajo agrícola, en especial las vegetales, experimentan algún tipo de manejo influido por su utilidad para la predicción climática y meteorológica, ya que su cambio o dinámica en el tiempo, y frente a diferentes eventos, incluidos los climáticos, puede ser observado cercanamente, permitiendo a los campesinos hacer inferencias y correlaciones útiles para el éxito de las cosechas.
 
Conclusiones
 
Dentro de cada pueblo, como en el caso de El Carmen Tequexquitla, existen núcleos de conocimiento “impermeables” y resistentes, los cuales se encuentran resguardados por la gente de mayor edad y menos influenciada por los procesos de modernización. Así pues, son los ancianos las personas que poseen el conocimiento más detallado del ambiente y son asimismo ellos quienes lo heredan a las demás generaciones; pero no sólo eso, sino también las razones de su utilidad y su eficacia en la práctica.
 
Promover un diálogo de saberes entre las diferentes generaciones de campesinos e indígenas con otros grupos de la sociedad puede ser de gran utilidad para la valoración y conservación de los conocimientos ambientales tradicionales; más aún cuando se están presentando cambios tan fuertes, no sólo a nivel climático, sino en todos los aspectos asociados a la modernización del mundo.
 
     
Agradecimientos
Agradecemos la hospitalidad y generosidad de los habitantes del Carmen Tequexquitla para la realización de estas investigaciones. Este trabajo se realizó gracias al programa unam-dgapa-papiit ia2032132: “Caracterización de sistemas agroforestales tradicionales de México desde un enfoque biocultural”.
     
Referencias Bibliográficas

Goloubinoff, Marina, Esther Katz y Annamaria Lammel (eds.). 1997. Antropología del clima en el mundo hispanoamericano. AbyaYala, Quito.
Miranda-Trejo, J., et al. 2009. “Conocimiento tradicional sobre predictores climáticos en la agricultura de los Llanos de Serdán, Puebla”, en Tropical and Subtropical Agroecosytems, núm. 10, pp. 151-160.
Rivero Romero, Alexis Daniela. 2015. Saberes ambientales sobre la predicción tradicional del clima en relación a la agricultura: El Carmen Tequexquitla Tlaxcala. Tesis, unam, Escuela Nacional de Estudios Superiores.
Tello García, Enriqueta, R. Acosta Naranjo y T. Martínez Saldaña. 2010. Saberes locales campesinos en la producción agrícola tlaxcalteca: tradición milenaria de la agricultura mesoaméricana. Colegio de Postgraduados, México.
Toledo, Victor M. y Narciso Barrera-Bassols. 2008. La Memoria Biocultural. La importancia ecológica de las sabidurías tradicionales. Icaria, Barcelona.
 
     
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Alexis Daniela Rivero Romero
Escuela Nacional de Estudios Superiores Morelia,
Universidad Nacional Autónoma de México.
 
Es licenciada en ciencias ambientales por la unam. Actualmente colabora como profesora en la misma licenciatura. Ha participado en varios proyectos de investigación relacionados con temas de etnoagroforestería, agricultura tradicional, etnoecología, manejo de sistemas socioecológicos y transdisciplinariedad. También ha desarrollado proyectos de agricultura periurbana y urbana.
 
Ana Isabel Moreno Calles
Escuela Nacional de Estudios Superiores Morelia,
Universidad Nacional Autónoma de México.
 
Tiene una licenciatura en ingeniería agrícola y su doctorado es en ciencias biológicas, estudios que realizó en la unam. Actualmente es profesora de tiempo completo a la Escuela Nacional de Estudios Superiores-Morelia de la unam. Sus intereses de investigación incluyen el estudio de los sistemas agrícolas y agroforestales de largo tiempo con énfasis en el manejo de diversidad biológica y biocultural, sistemas alimentarios locales, conocimiento y manejo tradicional, etnobotánica, etnoecología, manejo de sistemas socioecológicos, filosofía ambiental e investigación transdisciplinaria. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores.
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cómo citar este artículo
 
Rivero Romero, Alexis Daniela y Ana Isabel Moreno Calles. 2016. Anuncios de la naturaleza. Predicción climática tradicional y agricultura . Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 60-66. [En línea].
     

 

 

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Arte efímero
y sociedad civil
en defensa del maíz
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César Carrillo Trueba
 
                     
El Zócalo es uno de los lugares de memoria social
más relevantes del país. Así, pensando un día en alguna acción impactante para manifestar el rechazo a la liberación de variedades de maíz transgénico en México, me vino a la mente la idea de cubrir el Zócalo con granos de maíz, formando una imagen alusiva, que fuera contundente. Me imaginé contingentes procedentes de todos los rincones del territorio aportando granos de diferentes colores, efectuando algunos de los rituales que se hacen durante su ciclo de cultivo, uniendo esfuerzos con los habitantes de la ciudad en una jornada inolvidable.
 
Elena Álvarez-Buylla planteó la idea a varias organizaciones de la sociedad civil preocupadas por los efectos de los transgénicos en el maíz nativo, como una manifestación ante la Reunión del Protocolo de Cartagena que se llevaría a cabo en la Ciudad de México. Semillas de Vida la asumió y se dio a la tarea de promoverla, obteniendo el apoyo de la Campaña: “Sin maíz no hay país”.
 
Varios pensamos en Mauricio Gómez-Morín para realizar el diseño, quien con gran arte se afanó y dirigió la acción. La Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras del Campo (ANEC) proporcionó 35 toneladas de grano de maíz. Se devolvieron 34.5.
 
Comenzamos a las siete de la noche, delimitando el perímetro donde se dibujaría un mapa de México y parte de Centroamérica —área de origen y diversificación del maíz— con textura de mazorca. Sumamos alrededor de trescientas mujeres y hombres de diversas edades y ocupaciones, y sólo algunos integrantes de organizaciones, los que participamos con entusiasmo, numerando, trazando y esparciendo el maíz.
 
FiguraB05 02  
 
 
FiguraB05 03
 
 
FiguraB05 01
 
A las cuatro de la mañana, desde lo alto de un edificio admirábamos cómo la textura del grano, nuestra misma carne y piel, delineaba un magnífico mapa acompañado de las leyendas: No al maíz transgénico, Sin maíz no hay país . Una acción digna del mejor arte efímero, que enaltece como siempre a la sociedad en movimiento y nos impulsa a continuar la defensa de nuestro maíz.
 
 
 
Nota:
Texto aparecido en La Jornada del Campo, 17 de marzo de 2009.
     
 _______________________________________________      
César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias, 
Universidad Nacional Autónoma de México. 
     
_________________________________________________      
 
cómo citar este artículo 
 
Carrillo Trueba, César. 2016. Arte efímero y sociedad civil en defensa del maíz. Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 58-59. [En línea].
     

 

 

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Andrew Light
     
               
               
Mucha gente ha dicho ya esto antes y es absolutamente
verdadero: no importa cómo se mire, la cuestión de los organismos genéticamente modificados es intrínsecamente un asunto social, y pienso que es casi imposible el separar las cuestiones puramente científicas de las de la ley, de las políticas públicas y la moralidad, fundamentalmente. Si queremos llegar a algún punto en términos de sobrepasar algunas de las grandes divisiones que existen en cuanto a este problema, no creo que sea el camino correcto decir: “bueno, esta perspectiva no es científica y por tanto no debemos prestarle atención”. Este tipo de argucia no funciona para un asunto como éste, que es parte intrínseca de las políticas públicas. Si todos tuvieran una perspectiva científica el mundo sería increíblemente aburrido, es decir, sería tan tedioso como si cada persona tuviese una perspectiva filosófica de las cosas —si lo dudan, vayan a un congreso sobre filosofía y siéntense a escuchar ponencias durante dos días.
 
Voy a tratar de formular dos argumentos particulares acerca de lo que pienso que son los aspectos éticos involucrados en este caso. Esencialmente, estoy de acuerdo con mucha gente en que no estoy seguro de que la introducción de maíz transgénico en México represente un riesgo especialmente significativo para la salud humana. No obstante, pienso que hay al menos dos fuertes razones morales para minimizar el flujo génico de los transgénicos hacia las variedades nativas, incluso si éstas resultaran de hecho mínimas. Digo esto en el contexto en que contemplo los aspectos morales, que no considero como una suma igual a cero en la teoría de juegos, en la que todos resultan igualmente afectados o beneficiados, y no pienso que los asuntos morales sean blanco y negro, como lo hacen otros autores. Pienso, por el contrario, que hay razones morales que uno puede dar para un asunto en particular, las cuales son mejores o peores, especialmente en el reino de lo público.
 
Fundamentalmente, pienso que existen algunos puntos que suscita el flujo génico que, de hecho, deberían disuadirnos al tratar de minimizar este problema cuando se presenta la posibilidad. Separaré en dos argumentos particulares que serán relacionados, pero los trataré en un principio de manera aparte. El primero involucra algo que llamo desacuerdo profundo, lo cual definiré en seguida, y el segundo será un argumento de preservación de la biodiversidad cultural.
 
Es ciertamente el caso, se puede asegurar, que en el futuro habrá más gente en varias partes del mundo que va a tomar en serio este asunto y que va a conformar una visión que muchos de nosotros rechazaremos por ser fundamentalmente no científica, pero que, a pesar de ello, tendremos que tratar de acomodar de alguna manera.
 
¿Cómo conformar políticas sociales alrededor de desacuerdos profundos? ¿Qué hacer en tales casos? Generalmente, hay dos maneras de hacer esto —estoy hablando en el contexto de los Estados Unidos, y pienso que hay diferencias nacionales de orden cultural.
 
La primera, debido a la falta de certeza, apela al pluralismo y la tolerancia; es decir, vemos que tenemos conocimientos de los cuales no estamos completamente seguros, quizá no confiamos totalmente en nuestra visión de las cosas o tal vez hay otros puntos de vista que tienen sentido, y entonces entendemos y respetamos a gente que tiene una forma de ver que es fundamentalmente opuesta a la nuestra. La segunda apela a un cierto derecho que sobrepasa el asunto en torno al cual hay desacuerdo, esto es, que existe un derecho fundamental más importante para nuestra cultura que se antepone a aquel.
 
El caso del aborto, la manera como se ha negociado en los Estados Unidos, es un buen ejemplo —y no de poca monta pues es constantemente un asunto público y político del que se trata en cada elección. En Estados Unidos se ha apelado al derecho de la mujer a decidir por encima del posible estatus de persona para el feto, junto con una tolerancia hacia diferentes puntos de vista en los procesos políticos y los actos personales. Este acuerdo negociado ha funcionado más o menos. Hay ciertamente excepciones importantes, pero éstas, pienso, contribuyen más bien a confirmar la regla.
 
En el estado en que vivo, el de Nueva York, hemos tenido clínicas dedicadas a efectuar los abortos que han sido agredidas por oposicionistas al aborto —incidentes que han ocurrido también en otras partes del mundo. Claramente, la gente que los ha efectuado no se inscribe al interior del acuerdo negociado, ellos no reconocen el derecho más amplio, sólo ven sus propias convicciones. Por tanto, las personas que se encuentran en ambos polos del debate, con toda razón, van a ver a esa gente como fuera de la comunidad que convino, que llegó a un acuerdo sobre el asunto, quedando así excluidos de la comunidad. Al tomar una posición extrema, esa gente se ha colocado, por su propia voluntad, fuera del espectro de la amplia cultura democrática.
 
Hay casos extremos del mismo tipo. El más relevante en la historia de los Estados Unidos ha sido, por supuesto, el de la controversia sobre la esclavitud. Tuvimos que emprender una guerra para resolverlo. Ojalá no haya que hacer guerras para resolver todos los asuntos en los que haya desacuerdo. De hecho, la severidad de las consecuencias que puede tener este tipo de cosas nos obliga a cierta forma de reconciliación.
 
¿Hacia adónde nos lleva el caso de los transgénicos? ¿Qué estamos haciendo al respecto y cómo vamos a resolver esto? Mi premisa es que algunas personas verán esto como una diferencia de orden metafísico y no epistemológico, una diferencia que no puede ser resuelta por más evidencia que se afane alguien en aportar a quienes no concuerdan. Es evidente que esto no será cierto para todo mundo, pues personas que se adhieren a una visión del mundo científica van a estar de acuerdo en que cierto tipo de aplicaciones de los transgénicos no son dañinas o que algunas sí lo son. La conclusión es entonces que allí en donde existe una diferencia metafísica debemos adoptar un enfoque casuístico, es decir, tomar caso por caso cada una de dichas aplicaciones y someterlas a prueba.
 
De esta manera, si existiera un bien público de primer orden que resultase de una aplicación particular de tecnología transgénica —como lo sería un decremento en el uso de pesticidas o un incremento en la disponibilidad de alimentos—, en donde los beneficios pesan más que los posibles riesgos para la salud o los ambientales, entonces deberá ser promovido, siempre y cuando la gente pueda optar o no por él. Igualmente, si no existe un bien público de primer orden que resulte de una aplicación de tecnología transgénica o que los riesgos para la salud y el ambiente sean altos, entonces ésta no deberá ser permitida o, al menos, no ser financiada con dinero público. Hay muchos ejemplos de esto que son claros y constituyen modelos para nosotros. Uno de mis favoritos, que presencié durante un año y medio de estancia en el Centro de Bioética de Pensilvania, es el del uso de uvas transgénicas con las que iban a establecer en el estado de Florida una industria vitivinícola local para competir con California. No creo que haya una escasez de vino en el mundo a la cual estaría respondiendo el uso de transgénicos, se trataba solamente de proporcionar una mera ventaja en el mercado para la firma que en particular lo estaba desarrollando.
 
Hay muchos ejemplos de uso de transgénicos que implican cuestiones ambientales significativas, mucho más que las discutidas aquí, como la posibilidad de crear nuevas variedades de supersalmón que, dada la propensión que tiene el salmón a salirse de las áreas confinadas y así mezclarse con los salmones silvestres, y debido al número de especies que se hallan amenazadas de extinción, las ventajas que confieren las modificaciones genéticas a éstos para competir terminará por afectar a los silvestres. Así, debemos responder a la pregunta: ¿se va a asegurar que la necesidad a la que responde la aplicación de los transgénicos sea resuelta dado el tipo de riesgo que se corre? Yo diría que no. En general, las meras ventajas de mercado no son razón suficiente para asegurar el apoyo público para el desarrollo tecnológico en los casos en que existe desacuerdo profundo.
 
¿Qué significa “optar por no”?, y en casos particulares, como el de los transgénicos, ¿que significaría optar por no? En éste, en particular, implicaría un sistema de etiquetado que permita respetar la autonomía de aquellos quienes simplemente no quieren ingerir ese tipo de materiales, cuya decisión es no. Ahora, ¿qué sistema de etiquetado queremos? Mucha gente se inclina por adoptar algo similar al modelo europeo, en donde todo lo que contenga transgénicos debe ser etiquetado. Yo, de hecho, me opongo a este tipo de propuestas porque pienso que impone un estigma injusto para las empresas y creo que puede haber buenas aplicaciones de esta tecnología. Desearía poder resolver el problema, que radica en el respeto a la diferencia entre personas, y no congelar la creatividad que proviene de las empresas que desarrollan este tipo de cosas.
 
Lo que propongo en lugar de este sistema es un etiquetado positivo y no uno negativo, en otras palabras, los estándares para la comida orgánica deben, necesariamente, excluir ingredientes genéticamente modificados. De esta manera tendríamos un etiquetado para lo orgánico que describiría lo que debe ser esto, en lo cual se excluye lo transgénico, permitiendo al consumidor optar por no ingerir ese tipo de comida. Mi propuesta difiere significativamente de la de mi colega Klaus Amann, quien acuñó el ingenioso término de “transorgánico”, que es interesante y provocador, pero pierde la posibilidad de etiquetado para lo orgánico, con lo que también elimina la de una decisión negativa para las personas ante los hechos consumados del sistema alimentario.
 
Asimismo, hay otras cosas que se tienen que pensar: ¿cuál es el problema que los transgénicos resuelven para la agricultura orgánica? Yo no estoy muy seguro de cuál es el problema que éstos resuelven. Dado que se trata de una cuestión moral de primer orden, esto sería una condición razonable. Voy a ilustrar el mismo argumento con un caso diferente. Nos hemos estado refiriendo al desacuerdo profundo, pero podemos apelar a la perspectiva libertaria de la decisión del consumidor. No creo que el asunto de los transgénicos sea muy diferente del de mis colegas judíos ortodoxos de mi área en la Universidad de Nueva York, quienes optan por consumir comida kosher. Es una opción que deben tener, y es una opción que además genera ventaja para aquellas empresas que producen alimentos kosher. De la misma manera, la comida orgánica que no tiene transgénicos puede conseguir una ventaja en el mercado. ¿Cuáles son las derivaciones económicas de esto? Me parece que es algo que debería ser investigado para el caso mexicano.
 
El resultado para el flujo génico del maíz transgénico hacia el nativo es el siguiente: si se quiere permitir a la gente el “optar por no”, entonces se debe minimizar el flujo génico siempre que sea posible para poder permitir el derecho a escoger del consumidor. Si es el caso que los transgenes van a insertarse al interior de los cultivos no transgénicos, entonces debemos minimizar esto a fin de permitir a la gente mantener su capacidad de escoger. Es algo que va a ser imposible, obviamente, ya que hay una gran concentración de cultivos transgénicos en producción alrededor, como sucede en Estados Unidos, y esto sugiere un argumento para restringir su introducción en áreas no saturadas de cultivos transgénicos, libre de un argumento sobre el bien público, como ocurre con el maíz mexicano. Si alguien me da un argumento que diga que, dado el crecimiento poblacional, las necesidades de alimento de México en el futuro no podrán ser satisfechas a menos de introducir maíz transgénico, será entonces un argumento que voy a escuchar. Pero si no pueden darme un argumento que diga que no hay otra alternativa razonable, entonces voy a pensar que tengo una buena razón para restringir el tipo de transmigración que puede ocurrir en este caso, sin importar cuán pequeña sea, con el fin de proporcionar a la gente la posibilidad de escoger.
 
Creo que los beneficios para México que de esto derivan son enormes. La manera en que este debate se ha llevado a cabo en otros países, como Nueva Zelanda, ha sido particular; en ese país se estableció una moratoria para la introducción de cultivos transgénicos con base en el hecho de que no han tenido transgénicos en la isla, por lo que pueden comerciar sus cultivos orgánicos como “orgánico menos transgénicos”. Creo que se trata de una tremenda ventaja para ellos.
 
Un último aspecto de este argumento es, como lo notara Peter Raven, lo que ocurre cuando se rechaza la ayuda alimentaria que incluye transgénicos. Pienso que se trata de un tema increíblemente importante que necesita ser analizado también. El mismo argumento que di en cuanto a la autonomía y a la opción de escoger tiene que ser aplicado también a nivel nacional. Si un país ha tomado la decisión de no importarlos, entonces hay una contradicción interna en cuanto a la idea de proporcionarle una ayuda alimentaria, una ayuda que ellos, de hecho, no quieren.
 
La diversidad cultural
 
El segundo argumento que deseo exponer, tratando de minimizar el flujo génico hasta donde sea posible —y sé que no siempre será posible, aunque es el tipo de cosas que mucha gente inteligente puede presuponer—, es la cuestión de la diversidad cultural. Hay dos razones que podemos tener para maximizar la diversidad cultural. En primer lugar, el último argumento que expuse está basado en una reivindicación de la autonomía, el derecho a una autodeterminación de las personas que no restringe el de los demás. En él incorporé asuntos de causa y beneficios, los cuales son, por supuesto, parte de la forma en que naturalmente discutimos este tipo de temas; pero no tomamos todas las decisiones ni establecemos las políticas públicas con base en análisis de costobeneficio, algunas veces decimos que hay ciertos valores que son muy importantes para nosotros, éstos son fundamentales y deben ser respetados, como el tipo de valores que define lo que es un pueblo. La autonomía es uno de esos valores que creo que tanto México como Estados Unidos y Canadá comparten. Obviamente, en gran medida se trata de una autodeterminación cultural, en donde las culturas particulares se pueden identificar, que refuerza la autodeterminación de los individuos, en donde se pueden ver fuertes lazos entre la habilidad de los individuos a verse a sí mismos y a ver quiénes son en una manera particular, conectada a una cultura más amplia.
 
En segundo lugar, independientemente de lo anterior, casi cualquier teoría ética que uno mire garantiza algún tipo de valor intrínseco para los humanos. En otras palabras, algo como el argumento de Comte, a saber que debemos tratar siempre a la gente como un fin en sí mismo y no simplemente como un fin para lograr nuestros propios fines. Ese tipo de argumentos garantiza una forma de valores humanos intrínsecos en lugar de instrumentales. Recientemente, varios de mis colegas en el campo de la ética ambiental han extendido esto a zonas naturales protegidas y a especies no humanas, diciendo que uno de los argumentos para mantener las especies, la diversidad y no causar su extinción, es el valor intrínseco de las especies. Yo soy escéptico en cuanto a tales argumentos, pero si se está de acuerdo con éstos, si esos colectivos poseen un valor intrínseco, entonces lo tendrían especialmente los colectivos humanos indígenas, los cuales también están en riesgo de desaparecer.
 
¿Está la diversidad cultural ligada a la biodiversidad? Bueno, creo que es claro que es el caso, de hecho, tanto que no vale siquiera la pena de formular este argumento —si acaso alguna muestra de los argumentos que han sido expuestos, pero que no voy a detallar aquí. Así, tenemos el argumento de la geografía biocultural, por ejemplo, el cual ha sostenido históricamente que algunos factores ambientales crean la posibilidad de que se separen el desarrollo lingüístico y el cultural, el tipo de argumentación que Jared Diamond ha formulado, se encuentra bien establecido en la literatura. Los argumentos de coevolución, esto es, que grupos humanos particulares coevolucionan con determinados grupos de no humanos, creando comunidades de especies mixtas, se hallan también ampliamente representados en la literatura. Es decir, que con frecuencia hay una fuerte conexión entre la gente y el ambiente que le rodea, lo que genera poblaciones indígenas específicas. Y está el argumento práctico, a saber que existe una historia particular de las prácticas y manipulaciones del ambiente que ha creado nichos culturales particulares; es de hecho esto lo que ha ocurrido históricamente en los centros de origen de cultivos, de la agricultura, y que está representado en México en las pinturas prehispánicas en donde que está creciendo de las mazorcas de maíz.
 
¿Cómo se puede preservar la biodiversidad cultural? Pienso que hay muchas formas distintas en que esto se puede hacer, las cuales permiten la preservación no sólo de la gente, sino de ésta y sus prácticas tradicionales mediante las que se encuentran conectados a su entorno. Primero que nada, maximizando la autonomía cultural, lo cual permite a la gente establecer, ella misma, sus propios objetivos en cuanto a cómo preservar su cultura; esto es absolutamente fundamental. Debe ser una maximización de su autonomía cultural que no viole los derechos de otros, ya que los colectivos se encuentran en unidades estatales más amplias —esto es importante, por lo que debemos pensar detenidamente al respecto, pues hay muchos asuntos en donde se presenta un profundo desacuerdo y controversias de orden moral, como el caso de la ablación de clítoris en los hogares árabes en Francia.
 
La segunda cosa que debemos usar para maximizar la biodiversidad cultural es la aplicación de sólidos principios precautorios en la administración del bien público. Con frecuencia pensamos que tenemos una idea clara de lo que puede maximizar el bien público y de cómo debemos hacerlo, pero hemos estado errados durante gran parte de la historia, trágicamente errados. Claramente, fue el caso en Estados Unidos y en Australia, cuando los niños de familias indígenas eran tomados por la fuerza para ser llevados lejos de éstas con el fin de enviarlos a escuelas para blancos. Este tipo de ejemplos abundan en la literatura. Debemos tomar fuertes precauciones al respecto.
 
Finalmente, hacen falta programas estatales dirigidos a preservar las culturas y proteger los factores ambientales que han sido producidos por tales culturas, lo cual significa una suerte de política de restauración y preservación cultural y ambiental. Por ejemplo, muchos de mis colegas del movimiento ambiental en Estados Unidos lo olvidan y simplemente piensan que asuntos como la preservación de la selva brasileña sólo implican la conservación de la vegetación y no de los pueblos indígenas que han habitado la selva durante generaciones y han hecho de ella su hábitat, lo cual es igualmente importante.
 
Biodiversidad cultural y flujo génico
 
Estamos de acuerdo en que necesitamos maximizar y preservar la biodiversidad cultural en México, es innegable. ¿Cómo lo lograremos? Se dice que debemos evitar la falacia de un solo factor, la idea de que si sólo prevenimos que acontezca una cosa en particular, entonces podemos asegurar que una cultura en particular se preserve, y yo pienso que esto es claramente falso. Ciertamente, siglos de interacción cultural (las elegantes palabras que usamos hoy día para la globalización) hacen imposible que la remoción de un solo factor vaya a prevenir la pérdida de la diversidad cultural. Peter Raven preguntaba por qué no discutimos acerca del hecho de que Pepsi y Coca Cola se han introducido hasta en los pueblos más remotos, desplazando las bebidas tradicionales que servían para calmar la sed. ¿Por qué no hacemos ese tipo de cosas? En parte porque antes no pensábamos mucho acerca de este tipo de cuestiones como lo hacemos actualmente, no éramos tan sensibles a ellas y ahora sí lo somos.
 
Obviamente necesitamos pensar acerca de estos asuntos y ciertamente no echar toda la culpa a un tipo particular de tecnología. Pero aun si esto fuera cierto, yo objeto este tipo de argumentos que sostienen, en este caso, que no debemos enfocarnos tanto en los transgénicos sino pensar en otras cosas que están causando pérdida de diversidad genética del maíz en México o, en el de la mariposa monarca, en todos los problemas ambientales que la están afectando. Es totalmente cierto, pero que prestemos atención a esos otros problemas no quiere decir que no la pongamos en éste en particular, no importa cuán pequeño sea, especialmente cuando hay tan importante asunto moral en juego.
 
Así, en ausencia de un argumento de primer orden referente al bien público, el valor intrínseco de las culturas particulares y la autonomía exige, como lo mencioné antes, que se deba minimizar el flujo génico que no ha sido introducido por los pueblos indígenas mismos. Pienso que esto es parte del respeto a la autonomía, la cual se debe permitir a los pueblos indígenas, pero también a los pequeños campesinos y a cualquier otro grupo de otra cultura. Se tiene que permitir el máximo de autonomía a todos ellos. Seguramente habrá otros mecanismos que serán más importantes para preservar la biodiversidad cultural que el flujo génico del maíz transgénico. Hay muchos más asuntos que deben ser tomados en cuenta, como el papel del Estado mexicano en la preservación del maíz, qué tan importante le parece el problema a éste. Creo que ésta es una buena pregunta, al igual que hay otras más si se quiere abordar este asunto de manera seria.
 
Ciencia, desacuerdo y democracia
 
Para terminar, hay una preocupación de mucha gente involucrada en este debate, a saber si quienes participan saben mucho o poco de ciencia, y por qué esta controversia se desató alrededor de los transgénicos y no de otras tecnologías, etcétera. Me parece que éste es más bien un indicador fundamental de la salud de la democracia en esta sociedad, así como en la de Canadá y Estados Unidos, aunque creo menos en el caso de éste último que en otras partes del mundo. El que tales tecnologías sean cuestionadas hoy día es un indicador de la salud de una democracia, porque hace cincuenta años no existía un buen proceso de política pública como para introducir este tipo de objeciones, no había estas condiciones como para decir: esperen, no estoy seguro de que esto sea bueno.
 
Debemos ser muy cuidadosos y reconocer que las objeciones que mucha gente formula en torno a los transgénicos, incluso cuando parezcan ridículas o no científicas o lo que sea, no lo son sólo sobre los transgénicos en sí; se trata más bien de objeciones al hecho de que mucha gente ha sido excluida del proceso de decisión acerca del tipo de tecnologías que se va a adoptar, el tipo de tecnología que va a cambiar de raíz su vida cotidiana, la de una sociedad. Necesitamos respetar este aspecto. Si no se quiere escuchar la cacofonía de voces, todas las formas de descuerdo, los múltiples pronunciamientos que la gente hace sobre este asunto en particular, si no se les ve con agrado, entonces no se está aceptando un verdadero proceso democrático.
 
     
 Traducción César Carrillo Trueba
     
_____________________________
     
Andrew Light
Universidad George Mason,
Madison, Estados Unidos.
 
Andrew Light es profesor asociado de filosofía y política pública y director del Centro de ética global en la Universidad George Mason. Ha sido profesor en la Universidad de Montana, en la Universidad Estatal de Nueva York Binghamton, en la Universidad de Nueva York y en la Universidad de Washington. Ha editado diecisiete libros, entre ellos El pragmatismo del medio ambiente (1996), Ecología social después de Bookchin (1999) y Tecnología y la buena vida (2000). Es coeditor de la revista Ética, política y medio ambiente; también es experto en la relación entre la política ambiental, la ética y las dimensiones sociales de las tecnologías emergentes. Con frecuencia es asesor de agencias de política ambiental y tecnología en Estados Unidos.
     
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cómo citar este artículo
 
Light, Andrew. (Traducción César Carrillo Trueba). 2016. Aspectos éticos y sociológicos de los organismos genéticamente modificados. Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 128-137. [En línea].
     

 

 

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Atlas de maíces:
diversidad y distribución del maíz nativo y sus parientes silvestres en México
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Alejandro Ortega Corona, Manuel de Jesús Guerrero Herrera y Ricardo E. Preciado Ortiz
 
                     
En este libro se aborda el tema de la distribución
actual de los maíces nativos y sus parientes silvestres, teocintle, Tripsacum, en la República Mexicana. La exploración y la recolecta en la primera etapa (periodo 20072008) fueron realizadas en el estado de Coahuila por la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, y en los estados de Nayarit, Nuevo León, Tamaulipas, Sinaloa y Sonora por el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (inifap). En la segunda etapa (periodo 20082010), la exploración y la recolecta fueron realizadas por el inifap en veintitrés estados, y por la Universidad de Guadalajara en el estado de Jalisco; en los estados de Oaxaca y Michoacán las recolectas ya habían sido realizadas como parte de las actividades de otros proyectos. Por la naturaleza de las acciones inherentes a los proyectos fz002 y fz016, que son la fuente de información contenida en este libro, y para cumplir cabalmente con los compromisos contraídos, las actividades de ambos proyectos se extendieron hasta 2013.
 
En años recientes la producción mundial de maíz rebasó los 800 millones de toneladas, cifra superior a la obtenida en las cosechas de trigo y arroz. Por este hecho, el maíz es considerado el cereal más importante para la humanidad, a lo que hay que agregar su versatilidad para preparar tanto alimentos tradicionales como alimentos procesados por la industria para consumo humano, así como para el consumo animal en el plano internacional, además de la infinidad de productos para la industria
 
de los cosméticos y de la transformación, incluyendo los bioenergéticos, sin dejar de mencionar su extraordinario valor como modelo para diversos estudios de carácter biológico, y por supuesto, su alto potencial de rendimiento.
 
En México la primera colecta formal fue realizada hace sesenta años por E. J. Wellhausen, L. M. Roberts y E. Hernández X., en colaboración con P. C. Mangelsdorf, y los resultados de la misma fueron publicados en 1951 en la obra titulada Razas de maíz en México: su origen, características y distribución. Rendimos tributo a este grupo de científicos por su invaluable contribución que sirvió de guía para trabajos similares posteriores en América Central, Cuba y Colombia (1957), Brasil (1958), Bolivia e Indias Occidentales (1960), Perú y Chile (1961), Ecuador y Venezuela (1963). Con cuarenta y siete razas de Argentina, diez de Uruguay, ocho de Paraguay y dieciséis de Estados Unidos, suman en total 484 razas de maíz en el Continente Americano, las cuales se originaron hace 10 000 años en la región central de la cuenca del Río Balsas, en el suroeste mexicano, en la confluencia de los estados de Michoacán, México y Guerrero. En el año 2009, en la Cueva de Xihuatoxtla, cerca de Iguala, Guerrero, fueron recolectados gránulos de almidón de maíz que datan de hace 8 700 años, que es el fósil de maíz más antiguo encontrado en México.
 
La estructura actual del inifap, que abarca todo el territorio nacional y comprende ocho Centros de Investigación Regional (cir): Centro, Golfo centro, Noreste, Noroeste, Norte centro, Pacífico centro, Pacífico sur y Sureste, facilitó los trabajos de exploración y recolecta de los proyectos fz002 (primera etapa) y fz016 (segunda etapa) por la siguiente razón: a cada cir está adscrito un investigador líder conocedor del área de influencia de su centro de trabajo, con amplia experiencia en el cultivo del maíz, quien aceptó la responsabilidad de ser Coordinador Regional del proyecto y de invitar a participar en el mismo a otros investigadores también expertos en maíz, para efectuar la exploración en su estado. De hecho, por las características propias de esta institución, la Comisión Nacional para el conocimiento y Uso de la Biodiversidad (conabio) financió la operación y la compra de equipo, como cámaras fotográficas, gps y computadoras, y fue la encargada de capacitar en el sistema Biotica 4.5 y 5.0 a los investigadores participantes. El inifap contribuyó con salarios de los investigadores, vehículos e infraestructura.
 
Para recorrer las zonas maiceras en los estados y realizar las recolectas (de noviembre a febrero), los investigadores se organizaron en grupos de dos o tres. Las principales actividades fueron: obtener las muestras, registrar los datos de éstas y de los custodios en la hoja pasaporte, tomar fotografías tanto a las mazorcas como a los custodios, así como al granero rústico donde almacenan su cosecha. En este tipo de almacén el maíz está expuesto a daños por roedores, aves y plagas de granos almacenados que disminuyen la calidad del grano y son agentes que erosionan la diversidad genética. En la mayoría de los casos se obtuvieron cincuenta mazorcas, por las que se pagó dos pesos por unidad. Este procedimiento permitió hacer el muestreo con mayor eficiencia.
 
Uno de los propósitos centrales de los proyectos fue determinar los cambios ocurridos en la diversidad de los maíces nativos después de sesenta años de que Wellhausen y colaboradores realizaron la primera recolecta (finales de la década de los cuarentas). La información recabada en este trabajo es de gran valor para reforzar las teorías sobre los centros de origen y domesticación del maíz y su posterior diseminación por los antiguos pobladores de Mesoamérica. Esta información también contribuirá a normar criterios para hacer frente al probable impacto por el uso comercial de híbridos transgénicos de maíz en las zonas de riego y buen temporal de México, debido al riesgo potencial de flujo génico por semillas, y su utilización por los custodios de la diversidad del maíz nativo, quienes son los responsables de ir incorporando gradualmente a la semilla características favorables a su entorno.
 
Durante el periodo 20072010 se publicaron varias obras que tratan el tema de los maíces nativos de México, en las cuales se enfatiza su extraordinario valor, representado por 59 razas, y el de América Latina por 484 razas. Una de las tareas pendientes, con cierta urgencia, es la caracterización de esta riqueza genética, la cual permitirá su aprovechamiento integral y la de sus ancestros. Los títulos de las obras mencionadas son los siguientes: El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México: hacia la conservación in situ de la biodiversidad y agrodiversidad en los territorios indígenas (2008); “El genoma del maíz (The B37 maize genoma: complexity, diversity, and dyna
 
mics)” publicado en la revista Science núm. 326, pp. 11121115 en 2009; Diversificación del maíz, una revisión analítica, y la diversidad del maíz en el Continente Americano, publicados por la unam y la conabio en 2009; Amplitud, mejoramiento, usos y riesgos de la diversidad genética del maíz en México, publicado por la Sociedad Mexicana de Fitogenética, A. C. en 2011.
 
Este libro contiene también una reseña de las relaciones filogenéticas y geográficas analizadas por diferentes autores mediante estudios de aptitud climática y caracterización genómica. Estos estudios coinciden en conservar la clasificación racial basada en las características botánicas externas propuestas inicialmente por Wellhausen y colaboradores, lo que confirma el gran valor de su contribución.
 
Se incluyen las áreas de distribución actual y potencial de 45 razas de maíz de México, determinadas a partir de los datos registrados en la hoja pasaporte de cada recolecta. Esta información confirma la dispersión de los maíces nativos en todo el territorio nacional, excepto en los desiertos. Para propósitos de conservación, nuestra experiencia permite afirmar que existen en México localidades como Tlaltizapán, Morelos; Iguala, Guerrero; Apatzingán, Michoacán; Valle del Yaqui, Sonora, entre otras, en las que es posible producir semilla de la mayoría de las razas de maíz tanto de ciclos de primaveraverano como de otoñoinvierno, con riegos de auxilio en caso necesario.
 
El total de las recolectas realizadas como parte de los proyectos fz002 y fz016 fue de 6 339 muestras de maíz, 272 de teocintle y 224 de Tripsacum; que sumadas a las 1 232 de Oaxaca y las 925 de Michoacán, hacen un total de 8 992 nuevas accesiones que fueron almacenadas en
 
el recién inaugurado banco de germoplasma del Centro Nacional de Recursos Genéticos del inifap, ubicado en Tepatitlán, Jalisco. Las razas más frecuentes fueron tuxpeño (17%), cónico (10%), cónico norteño (8%), olotillo (6%), elotes cónicos (5%) y elotes occidentales (5%). No fueron recolectadas 8 razas, 19 están en peligro de extinción, las cuales tuvieron frecuencias de 1 a 13 muestras.
 
En relación con el teocintle, el análisis de la información indica que el acelerado crecimiento de la población y los cambios en el uso del suelo provocarán una erosión extrema en las poblaciones. El Tripsacum, que experimentalmente produce híbridos viables como el maíz, puede, como el teocintle, llegar a ser un recurso genético de gran valor, como fuente de resistencia a patógenos causantes de enfermedades e insectos plaga, a altas temperaturas y sequía, además de su valor como planta forrajera y apomíctica; esta última característica de gran trascendencia si fuera posible incorporarla al maíz. El estudio integral de ambos parientes silvestres, teocintle y Tripsacum en México, que es centro de origen y diversidad, debe guiar las acciones pertinentes para su conservación y aprovechamiento. Es indispensable que la legislación mexicana impida que la introducción voluntaria o accidental de organismos genéticamente modificados incaute la riqueza genética de los maíces nativos y sus parientes silvestres, que son considerados patrimonio de la humanidad.
 
En relación con los retos que enfrentamos para cumplir con la tarea que nos echamos a cuestas, queremos compartir con usted, estimado lector, que ésta, además de haber sido ardua, en ocasiones fue dificultada por la excesiva normatividad administrativa, lo que impidió, en cierta medida, cumplir con el tiempo y forma con los compromisos contraídos.
 
Esperamos que esta obra contribuya a catalizar acciones, por un lado para evitar la extinción de las razas de maíz, y por el otro para promover su aprovechamiento integral.
 
     
Referencias bibliográficas
 
Ortega Corona, Alejandro, Manuel de Jesús Guerrero Herrera y Ricardo Ernesto Preciado Ortiz (eds.). 2013. Diversidad y distribución del maíz nativo y sus pariente silvestres en México. Biblioteca Básica de Agricultura, México.
     
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Alejandro Ortega Corona
Manuel de Jesús Guerrero Herrera
Ricardo Ernesto Preciado Ortiz
 
Instituto Nacional de Investigaciones Forestales y Agropecuarias.
     
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cómo citar este artículo 
 
Ortega Corona, Alejandro; Manuel de Jesús Guerrero Herrera y Ricardo Ernesto Preciado Ortiz. 2016. Atlas de maíces: diversidad y distribución del maíz nativo y sus parientes silvestres en México. Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 24-27. [En línea].
     

 

 

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Noemí Gómez Bravo
     
               
               
En el noreste del estado de Oaxaca se encuentra la región
mixe. Está dividida en tres zonas y diecinueve municipios: la zona alta está integrada por Ayutla, Cacalotepec, Mixistlán, Tamazulapam, Tempantlali, Tepuxtepec, Tlahuitoltepec y Totontepec; la zona media comprende Alotepec, Atitlán, Camotlán, Cotzocón, Zacatepec, Juquila Mixes, Ocotepec, Quetzaltepec y Zacatepec; y la zona baja está conformada por Mazatlán, Ixcuintepec y Guichicovi.
 
Las comunidades en donde se realizó este trabajo están aproximadamente a 1 800 metros sobre el nivel del mar, son de clima templado, frío en los meses de diciembre, enero y febrero; entre marzo y junio permanece templado con lluvias, y de julio a noviembre predomina el frío con lluvias y vientos.
 
La vida de la gente mixe se mantiene con esencia del maíz; al nacer se le da atole de maíz a la parturienta además de xíts atiókx (comida de hoja de aguacatillo), se ponen a hervir las hojas del aguacatillo, posteriormente se le pone bolitas de masa y al final ajo y chile. Es para que a la madre le salga leche y le dé buen alimento al recién nacido, pues estimula el busto para que haya más leche y ayuda a recuperar la fuerza de la mujer —pero a quien se le antoje no tiene por qué ser parturienta necesariamente, sea hombre o mujer, se lo puede comer; se puede comer en cualquier momento de la vida, además es un rico platillo.
 
Así avanza la vida del niño; comerá savia de maíz hasta cuando tenga sus cuatro o cinco años. A sus nueve años, y en adelante, se le enseña la ciencia de la vida del maíz: los tiempos. De preparar la tierra, el saber los climas y las temporadas de cada especie del maíz. Cuando es niña, se le inculcan los valores de cuidar y amar el maíz, no tirarlos, no maltratarlos. Al moler, limpie bien su metate, cuando le dé de comer a los pollos y guajolotes les dé lo necesario en una esquina, no donde pasa la gente, porque así no lo expone a pisarlo. Cuando aprende a hacer las tortillas la madre le dice: “amasa en proporciones chicas la masa, porque el día que tengas a tus hijos tendrás placentas muy grandes y te costará más trabajo y fuerza expulsarlas. Y cuando termines de hacer las tortillas limpia bien tu metate, porque si no lo limpias bien, tus hijos nacerán con mucho sebo en la cabeza por dejar embarrado tu metate de masa, por eso limpia bien con los dedos”.
 
Así empieza su vida, a través de la leche materna toma la esencia del maíz y conforme crece y se desarrolla, en cada paso de su vida, el niño va aprendiendo.
 
Sin embargo, a veces se pierde toda noción de la coexistencia de uno, y se desconoce nuestra historia, nuestra vida, nuestros padres, nuestros abuelos, además de hacerlos a un lado tratándolos como que uno sabe más que ellos. Esto es negar nuestra propia existencia y el origen de las cosas que nos rodean y, al desconocerlo, cada día perdemos riquezas invaluables que se han transmitido de generación en generación.
 
Sin este sentido estoy segura que en nuestros días ya no hubiéramos conocido las distintas semillas de maíces criollas que hoy día sobreviven; de otra manera serían puras semillas híbridas o como las semillas de horticultura, en su mayoría transgénicas.
 
Cosmovisión
 
En este trabajo se presentan entrevistas sobre la importancia de ver el maíz, así como memoria o mitos para otros, viéndolos antropológicamente, y que en realidad es parte de la cosmovisión: la relación del hombre con la tierra y los que forman parte de este universo. La importancia del respeto que se debe de tener con el maíz es vital para que se siga practicando, pero sobre todo la concientización del cuidado y respeto a su protección. ¿Qué haremos sin maíz y con tierra muerta?
 
Nïïpïn mook, maíz de sangre. El maíz pintado con sangre o rociado de sangre: dicen las sabias palabras de la gente antigua que este maíz surgió cuando se veneraba o cuando se le ofrecía respeto al maíz blanco. A la semilla se le rociaba la sangre de los pollos y guajolotes, ofrecimiento a la Madre Tierra y símbolo de respeto al maíz. Así, surgió el maíz de sangre, maíz pintado de sangre. El pueblo Ayöuk (mixe) lo conoce por nïïpïn mook: nïïpïnsangre, mookmaíz; sangre de maíz. Anteriormente (hace como quince años) los niños le decían duulce mook, maíz dulce, porque tenía parecido a los dulces de rayas rojas y les encantaba desgranar, así fuera en elote o mazorcas, porque era de olote muy suave para desgranarlo. En algunas comunidades se sigue practicando este ritual, pero esta especie de maíz corre el riesgo de desaparecer.
 
Mok ïk nïïpïn nëë xït, maíz asado con sangre. Cada comunidad crea y recrea la esencia de su identidad, que los hace diferentes de otras comunidades aun perteneciendo al mismo pueblo o mejor dicho a la misma nacionalidad (con lengua y cultura propias). También tienen que ver las familias, hay algunas que tienen mayor vínculo con la tierra y su entorno, pero más que nada es la filosofía, ciencia y respeto que transmiten los padres a sus hijos, para que los hijos las sigan poniendo en práctica, y es eso lo que se está perdiendo por el impacto de religiones y sobre todo con la inmigración, en donde se va perdiendo la esencia de la identidad comunitaria y cultural.
 
En este caso específico podemos retomar una de las entrevistas, la que hicimos a la señora Nicolasa Ruiz Hernández, una anciana de setenta y tres años, que con el paso del tiempo ha ido transmitiendo la cosmovisión del maíz: “esto me lo contó Lía, de cómo hacía su madrastra, doña Albina. Me cuenta que ellos iban a la iglesia por cinco mañanas, después torcían la caña para preparar el tepache y, cuando estuviera fermentado, mataban los pollos. La sangre de los pollos se le rociaba a la semilla y se sembraba; por eso salía el tsapts mook: tsaptsrojo, mookmaíz; maíz rojo. El maíz rojo sale entre las mazorcas amarillas. También iban a la iglesia por tres mañanas cuando ya era temporada de elotes. Los primeros elotes que se cortaban, eran cinco. Posteriormente se mataban los pollos, y su sangre se regaba encima de los elotes. De ahí, los asaban en las brasas y los comían con todo y sangre; después de esa costumbre (rito-respeto), podían pizcar para hacer los tamales de elote, porque ya habían cumplido con todo esto, se puede comer ya con confianza”.
 
Antes, las mazorcas rojas salían bastante entre las mazorcas amarillas, por eso la señora Hipólita Bravo escogía puras rojas y las ponía a cocer aparte, porque la cáscara del maíz rojo es más gruesa que de las mazorcas amarillas, por lo que requería de más cal y se tardaba más en lavarse el nixtamal.
 
Mëtsï’ mok pá’k, grano de maíz envuelto. El trabajo de campo fue muy interesante, porque en algunos momentos uno se involucra en el trabajo de la gente, en su quehacer cotidiano y temporal, como deshojar las mazorcas. El objetivo de cosechar el maíz con el totomoxtle es guardarlo, porque servirá para la próxima temporada. Después de limpiar el terreno entrará la yunta a arar y el totomoxtle servirá como alimento de los bueyes. Así no se pierde el tiempo: en lo que el campesino come, al mismo tiempo están comiendo sus animales.
 
El trabajo del campesino y las relaciones con su entorno, sus creencias, o mitos para algunos investigadores, sobre todo, es la relación con lo que convive, de lo que vive y con lo que sobrevive y que forma parte de él mismo.
 
En un seminario de la prelatura de San Pedro y San Pablo Ayutla, decía el sacerdote Leopoldo Ballesteros: el mixe, 50% de su idioma lo relaciona con su cuerpo, por ejemplo, ëts xtun yak jöt ampïkgï’ que quiere decir “me has provocado ardor en la boca del estómago” o, en palabras floridas “me has encabronado” o “me has enojado”, para que se escuche más “suave” en castilla, ya que en el mixe se escucha más metafórico. El otro punto más relevante que él comentaba es que, durante el tiempo que vivió en Santa María Tlahuitoltepec, observó que los mixes cada vez que se enfermaban siempre encontraban un porqué o una causa: que no le dio respeto a sus antepasados o si no los trató bien en vida, etcétera. De ahí acuden con los curanderos o adivinos, quienes les explicarán el porqué.
 
Generalmente, los kuxëë o xëmaabï (los que tienen el sol en su cabeza o duermen con el sol, los sabios y curanderos o sacerdotes y sacerdotisas), ocupan el maíz para descubrir las enfermedades, con éste pronostican la situación de cada persona que acude a ellos. Sin embargo, hay muchas personas que sin ser kuxëë o xëmabï son personas sabias que, con el paso del tiempo, a simple vista reconocen qué es lo que uno tiene o le hizo daño —es donde hay mucha confusión entre los sabios y hechiceros o brujos. Pero no solamente se acude a ellos por enfermedades, también para saber sobre la vida (futuro, dinero, buena cosecha...); es a través del maíz que se va a saber lo que se tiene, qué hacer y cuánto llevarle a las montañas, peñascos, cerros y cuevas, lo cual, dependiendo lo que diga el kuxëë o xëmaabï, pueden ser guajolotes, gallos de color rojo, gallos de color negro, mezcal, aguardiente, cigarros, todo como muestra de respeto o conforme a las necesidades de la gente. Puede ser para solicitar permiso para realizar algo o pagar algo que se haya pedido con anterioridad y que se haya logrado; se le da respeto a la naturaleza.
 
El mëtsï’ mok pák, grano de maíz envuelto, dicen que es el grano mágico; éste se encuentra en la base de la mazorca, no todas las mazorcas traen; solamente algunas, por lo que se dice que aquél que se lo encuentre es de buena suerte, y es por ello, que lo debe de masticar e ingerirlo, y que cuando se hace algo indebido o cuando no se quiera ser descubierto, él nos encubrirá. Por eso sería bueno visitar a los campesinos en tiempo de cosecha, para ver si tenemos suerte.
 
Tseeb apá’ko, hocico de gallo o de gallina. Dicen algunos investigadores que los mixes a todo le encuentran justificación y a todo le echan la culpa; sin embargo, desde mi punto de vista, en el contexto de la filosofía ayöuk o ayuuk, es el cuidado y el amor lo que nos sustenta, lo que forma parte de nuestro entorno. Es por eso que la semilla la tenemos que cuidar y respetar como algo muy sagrado, pues es sustento de nuestra vida.
 
Cuando la persona descuidada deja su semilla donde sea y es comida por pollos o guajolotes, si picotean los costales de semilla o la gente la deja descubierta, sucede entonces que por ese descuido la cosecha nos acusará. En distintas comunidades se ha visto que la mazorca sale tseeb apá’k (tseebgallina o gallo, apá’khocico, hocico de gallo), que sale parecido al hocico de estos animales.
 
Xeen mook, maíz gemelo. Durante la deshojada de mazorcas se pueden encontrar maravillas dentro de ellas; mazorcas y granos mágicos: significados y demandas que la propia mazorca exige para su cuidado y respeto. Así, la persona que encuentre la mazorca gemela está de suerte porque tiene jöötkin (vida, futuro, va a tener maíz y frijol en abundancia, nunca le va hacer falta algo en la vida).
 
Maktöök mook, trece maíz. Dicen las palabras de los abuelos que cuando se encontraba el maktöök mook, trece maíz (una mazorca que tuviera trece hileras de granos) se apartaba. Completando las trece mazorcas se colgaban a la entrada del moktsë’x (casa del maíz) y estas trece mazorcas son las que van a cuidar la casa del maíz; pero si no se completan las trece mazorcas de trece hileras, son muy escasas, se cuelgan las que se encontraron. Cuentan que es de buena suerte; a mi entendimiento tiene que ver con el calendario mesoamericano, además el número trece es vital para el recién nacido; anteriormente, cuando nacía un niño o niña, a los trece días se mataba un gallo porque había cumplido sus trece días de vida, había vencido el mal o había pasado la etapa más difícil de su vida. Por eso se vincula la buena suerte y el número trece, aquél que encuentre esa mazorca con trece hileras de granos tendrá buena suerte.
 
Viints mook, maíz ciego. Dentro de las complejidades de ver y entender la relación y el sentido de los pueblos indígenas con la vida y sus cosechas, nos podemos encontrar con muchas sorpresas, tal vez sin sentido para aquellos que han emigrado de la vida comunitaria y de la naturaleza y más aún para los que no pertenecen a una cultura indígena. Incluso, la gente consciente de proteger el ambiente está lejos de entender lo que fue y significa el valor y el amor a la naturaleza dentro de la filosofía de nuestros pueblos originarios, aunque nos cueste aceptar.
 
Así lo podemos ver con el viints mook (viintsciego, mookmaíz) maíz ciego. Antes se colgaba el maíz ciego a la entrada de donde se guardaban las mazorcas para que las cuidara, para que ninguna persona viera a las demás mazorcas. El maíz ciego es cubierto como perlitas, contaba la abuela: “mi padre los ponía aparte y los guardaba y cuando terminaba de pizcar los amarraba a un lado del tapanco donde guardaba las demás mazorcas. Me contó mi padre que mis abuelos decían que era bueno hacerlo así, porque cuida a las mazorcas; es él, el viints mook, quien los va a cuidar para que el viento y la lluvia no se los lleve, por eso, en medio del tapanco se debe de amarrar”. Cuentan que aquél que encuentre el maíz ciego tiene que prenderle velas y veladoras, por lo tanto tiene que poner tres cuartos de aguardiente, preparar tepache y matar pollos. Después de esta preparación como festejo, porque se va a tener vida, se tenía que invitar a las autoridades de la comunidad, así como a los mayordomos de la iglesia. Esta invitación y la participación de las autoridades quedan como testigos.
 
La comida preparada no se debe de comer sólo entre los miembros de familia, sino que se tiene que compartir, más con los visitantes de fuera, y si se acaba luego, es mejor. Compartir significa que durará el maíz, la riqueza, en la casa se tendrá buena suerte, pero si no se comparte, alguien de la familia se enfermará. Por eso es muy importante invitar a las autoridades, para atestiguar el respeto y agradecimiento que se le da a la tierra, por ser éstas guardianes del pueblo.
 
Vïn paan mook, maíz con ojo de metate (viijnojo, paanmetate, mookmaíz). La mazorca tiene la cara de metate o, en su traducción literal, “ojo de metate”, porque la molendera, la mujer, hizo pasar mucha hambre al hombre cuando estaba sembrando el maíz; como se malpasó del estómago, es por eso que sale vin paan.
 
En busca de terreno dónde rozar
 
¿Qué se hace o se hacía para ofrecer respeto a la tierra cuando uno iba a sembrar o a preparar la siembra? Yo no sé de otros pueblos, pero sé de los de Zacatepec. Allí me tocó estar cortando café; por la pobreza, uno iba en busca de trabajo, para cortar café o de molendera, porque desde hace tiempo la gente de allá tenía más dinero y tenía cafetales en grande. Mientras nosotros estábamos cortando café, me dijo la señora, mi patrona: “por favor recoges la casa, lavas los trastes porque nosotros vamos a vinpí’tpa”.
 
Prepararon tamales, limpiaron los pollos y se llevaron todo preparado porque lo iban a cocer donde encontraran el terreno para rozar; allí comían y bebían. Cuando regresaron por la tarde, me dijo: vinpí’tpa ëëts dï ëts (fuimos a dar la vuelta); me sirvió una copa de aguardiente, diciéndome: “por favor toma, riégale a la tierra, anda señora. Es que fuimos a pedirle permiso al ojo de la tierra. Desde ayer fui a pedirle a Dios, porque hoy fuimos a buscar dónde rozar, porque si uno no lo hace así, al trabajador, en el momento de empezar a trabajar, le saldrá alguna serpiente y le morderá, por eso es que se le da su respeto a la tierra, por eso es que ayer fui a la iglesia a quemar velas y veladoras y hoy fuimos a mirar dónde va a ser nuestro rozo”.
 
Ofrenda por los primeros elotes
 
Fui a vivir a San Francisco Jayacaxtepec, a trabajar en casa de Doña Laaay (Hilaria) eso por septiembre, cuando ya estaba macizo, temporada en que se amaciza el maíz, el elote. La señora Hilaria me hizo poner a cocer frijoles y mëëx (maíz cocido sin cal), después lo molí. Era maíz bueno y se puso a hacer las cosas. —“¿Qué cosas?”, tortillas redondas, las iba girando en su mano, las cocía en el comal y luego las embarraba de frijol; uno no las comía, sino que por la noche salían, llevándoselas hacia algún lado. —“¿Y dónde se las llevaban?”, al cerro, ella y su esposo; y las tortillas las acompañan con huevos. —“¿Y qué hacían con los huevos?”, los enterraban, pero antes de salir mataban dos pollos porque iban a agarrar los primeros elotes. —“¿Y cómo llevaban los huevos, crudos o cocidos?”, crudos; ella me decía: “no vayas a contar lo que estamos haciendo, hacemos esto porque queremos tomar los primeros elotes; porque aquí es así nuestra costumbre, porque así debe de hacerse, así como a Dios, el respeto a la tierra: pí’k yaab viintsë’kin. Queremos agarrar los primeros elotes, por eso se le da su viintsë’kin (su respeto) vintsëëga (darle el respeto). Los de Totontepec no son así, nuestra costumbre es ésta, y los de Ocotepec son iguales, hacen sus costumbres; entre nosotros no hay vergüenza o preocupación de que digan algo.
 
Diosa del maíz
 
El día primero de marzo acudí a Tamazulapam del Espíritu Santo, lugar de paso, con mucho impacto urbano, la moda y con todos los servicios, como el internet. Sin embargo, lo más importante es no verlos caídos por tales impactos a la cultura, como sucede en muchas otras comunidades.
 
A las cinco de la tarde, los niños, niñas y jóvenes músicos se reunieron a la escoleta (donde estudian la música) junto con su maestro René Orozco, un profesor con raíces profundas en la música, quien desde niño salió de su pueblo natal para estudiar la música. Cuentan que su abuelo era un gran músico de música antigua, creador de sus propios instrumentos, de tambores y flautas, a tal grado que un totontepecano le quitó su tambor con engaño y que por más que lo quiso recuperar, ya no se lo regresaron. Más tarde llegaron las autoridades municipales del año anterior (que culminaron su cargo oficial el día 31 de diciembre) y los rezadores de la iglesia católica.
 
Todos juntos nos trasladamos a la casa de la señora responsable de cuidar a la Diosa del Maíz. En el patio de la casa, los niños y las niñas interpretaron sones y jarabes de la región, mientras nos hacían pasar al corazón de la casa, o sea a la entrada principal. En el centro de la casa había un baúl, del lado izquierdo había cañuelas de maíz aún con mazorcas y del lado derecho, sentada, una anciana con su ropa tradicional; además había flores de la región. La gente que iba llegando se sentaba al lado del baúl, otras señoras nos iban sirviendo la comida en un plato, unos tamalitos de frijol, tamales simples, unas tortillas en forma de serpientes y tortillas en forma de huevos hechas en varias capas con distintos colores del maíz, y tiritas de masa cocidas en comal, pegadas de trece en trece; encima, pegada, una hoja de hierba santa y otras de veintitrés. En otro plato sirvieron caldo de pollo con muchísima carne; sobre el piso de tierra se iban dejando los huesos [...] Después de las ocho de la noche iba llegando más gente: jóvenes y adultos que en sus manos llevaban flores y en una bolsa mazorcas de colores que cultivan. Iban directamente delante del baúl. Estiran sus brazos en dirección del baúl con las flores, y las regresan a su boca, dándoles un beso, posteriormente las entregan a la señora que cuida a la Diosa y ella las pone en los floreros que están enfrente del baúl; lo mismo hacen con las mazorcas y a un lado ponen las limosnas (dinero). Nada deja la gente por sí sola, es la anciana quién toma las cosas y las acomoda en su lugar. En su mayoría son mujeres que llegan con estas ofrendas y mujeres jóvenes vestidas con ropa tradicional, mientras los hombres se quedan en el patio escuchando la música. Otras señoras sirven el tepache, el atole blanco; en el atole blanco ponen el frijol cocido con sal y le agregan chile tostado.
 
Como a las diez de la noche entra el rezador del pueblo para interpretar cantos y rezos eclesiales. Al terminar, la anciana cuidadora de la Diosa le entrega a éste un canasto con tamales y aguardiente, además de las limosnas que juntó.
 
Entre más noche, iban llegando más mujeres con flores y mazorcas, mientras el conjunto típico interpretaba sones y jarabes antiguos, alternando con los niños. Los participantes toman tepache, cervezas y refrescos embotellados. La anciana abre el baúl, pone comida en unos platos chicos y los introduce al baúl. A eso de las once de la noche, las esposas de las autoridades del año anterior toman las cañuelas del maíz, la misma cantidad que habían traído, y con eso en las manos salen al patio a bailar al ritmo de la música. Generalmente son mujeres las que bailan y alrededor permanecen sentados los hombres. Conforme se acerca la media noche, la gente se va saliendo del lugar donde se encuentra la Diosa; solamente se queda la anciana que la estuvo cuidando durante el año y la persona que la cuidará durante el siguiente año. Así se van apagando las luces y las velas en donde se encuentra la Diosa del Maíz, y posteriormente apagan las luces del patio. Las dos salen y se van a oscuras, de tal manera que nadie las vea y mucho menos lo que llevan. Calculando que hayan avanzado en dirección a la nueva casa de la Diosa, la banda y el conjunto típico salen interpretando la música, acompañados por el pueblo.
 
Referente a la ciencia y la tecnología
 
Al realizar esta investigación directamente con familiares, amigos, vecinos y de otras comunidades, vemos que las realidades son muy diferentes. Nos damos cuenta del daño que se le ha hecho a la tierra al darle fertilizantes, pues la tierra se ha convertido en un objeto, porque si ya no tiene fertilizante ya no sirve, ya no da sus frutos, depende ya de los agroquímicos. Muchos terrenos se encuentran así, han perdido sus propias fuerzas, las que les ha designado la naturaleza.
 
Sin embargo, quienes hacen los programas de desarrollo no reconocen lo que se le ha hecho a la tierra, no aceptan el gran error que se institucionalizó con programas y créditos de fertilizantes y mucho menos se ha creado una campaña de concientización de que fue un error de la ciencia y la tecnología; al contrario, se están promoviendo otros químicos, como los herbicidas. Muchos de los campesinos ya no preparan la tierra de aradura, y en los que fueron terrenos de aradura hoy día solamente rocían herbicidas y al siguiente día ya siembran con barreta; a las tres semanas ya no se le arrima su primera tierra para que crezca, sólo se le pone fertilizante y, posteriormente, otra vez el herbicida.
 
Pareciera que es tan fácil diseñar proyectos de desarrollo y etnodesarrollo, tecnología para el campo, para los pueblos y comunidades indígenas de nuestro país, sin antes conocer tipos de tierra, climas y sobre todo sin conocer las demandas y necesidades de los campesinos indígenas. Pero es importante realizar un estudio cultural, geográfico, climático y económico para diseñar los programas adecuados y relacionados con la cosmovisión y la alimentación de la gente, además de la economía.
 
Partiendo de un estudio como este, los programas serían más efectivos, se tendrían en cuenta todos estos elementos. Habría esperanzas de que no desaparezca la ciencia del cultivo milenario, esto es, el maíz, la diversidad de maíces. Es necesario, primero, que los proyectos de desarrollo tomen en cuenta la ciencia de los campesinos, pues ellos mantienen lazos de unión con la tierra, como el feto y la madre, en sí la relación hombre y Madre Tierra. Es triste ver que algunos campesinos contestan: “así sale barato, es lo que nos enseñaron los técnicos y agrónomos”, sin pensar que a futuro pueda hacer daño. Pero, afortunadamente, hay ancianos campesinos sabios que siguen con el conocimiento tradicional, que pueden aportarnos mucho para crear y recrear nuevos proyectos de esperanza.
 
     
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Noemí Gómez Bravo
Poeta y ensayista,
San Marcos Móctum, Oaxaca.
 
Noemí Gómez Bravo nació en la comunidad mixe de San Marcos Móctum, Oaxaca. Tiene una larga trayectoria en la defensa de los derechos humanos, de los pueblos indígenas y de la mujer. En 1997 ganó el Premio Nacional a la Juventud Indígena y fue becaria de conaculta del programa “Proyectos y coinversiones culturales” y también ha sido becaria de la ONU en el programa “Liderazgo indígena”; además es poeta y ensayista.
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cómo citar este artículo
 
Gómez Bravo, Noemí. 2016. Cosmovisión y ciencia del maíz mixe. Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 50-57. [En línea].
     

 

 

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Deben ser cosas
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Joel Hernández Cerón
 
                     
De mi madre sólo recuerdo el olor de su piel
y de su aliento; era una mezcla de manzana ácida y heno de alfalfa. Durante mis primeros años, recordaba su mirada de ansiedad y el brillo de sus ojos; a veces he pensado que me miró de esa forma porque sabía que era la última vez que lo haría. Efectivamente así fue, porque estuve con ella sólo un momento, mientras llegaba el partero. En ese ratito, ella me limpió con su lengua áspera, con gusto y con cariño, supongo que fue cariño porque así lo he sentido yo con mis propias crías.
 
Recuerdo que me subieron a un carrito junto con otras crías recién nacidas. Me dejaron en una corraleta, mientras que a las otras crías las llevaron a un corral lejos del área de crianza. Después me enteré que eran machos, jamás los volví a ver. Estuve mes y medio en una corraleta con piso de tierra y un techito que apenas me protegía del sol y de la lluvia. Después me llevaron a otro corral, en el cual ya podía correr y jugar con amigas de mi misma edad. Puedo decirles que tuve una infancia feliz, comíamos, dormíamos y jugábamos todos los días. Me enfermé pocas veces; en una de ésas me sentí muy mal, sentí que faltaba el aire y hasta me inyectaron; no sé que me pondrían, pero apenas sentía en piquete percibía un sabor en la boca, como el sabor de las hojas de un árbol que alguna vez probé.
 
En poco tiempo dejamos de ser becerras para convertimos en vaquillas. Nos cambiaron a un corral más grande. Nuestros juegos cambiaron; fuimos más curiosas; nos gustaba asomarnos a los pasillos, seguíamos con mucha insistencia a las personas. Por una extraña razón comenzamos a oler los genitales de nuestras compañeras y, sin querer, algunas levantábamos el labio superior y hacíamos una mueca ridícula. Además, sin sentir vergüenza, comenzamos a montar a otras compañeras y también permitíamos que otras nos montaran.
 
Una mañana nos pesaron y a las más grandes y gordas nos enviaron a otro corral. Nos pintaron con un crayón rojo en la grupa. Un día amanecí muy inquieta, con poco apetito y me dedique casi toda la mañana a caminar por todo el corral, a oler los genitales de mis compañeras, tuve unas ganas incontrolables de montarlas y que ellas me montaran. Sentía mis genitales hinchados, no los podía ver, pero los imaginaba enrojecidos y húmedos. A media mañana, nos entramparon en el comedero, llegó un trabajador en un carrito, se bajó con una tabla en la mano; se metió al corral y caminó a nuestras espaldas. Finalmente se detuvo, mientras otro trabajador que se había quedado en el carrito sacaba algo de un tanque que echaba humo blanco, armaba un aparato raro y se lo acercaba.
 
Cuando fue mi turno, sentí su mano dentro de mí; fue una combinación de dolor, ardor y vergüenza. Nunca me habían tocado los genitales y menos de esa forma. Lo único agradable de esta experiencia fue cuando apretó bruscamente mi clítoris; sentí algo por dentro, se me arqueó el lomo y caí en un estado de relajación, el cual desgraciadamente duró sólo unos cuantos segundos.
 
Los trabajadores seguían viniendo todos los días y repetían la misma práctica con mis compañeras. Transcurrió alrededor de mes y medio, ya no había tenido ganas de dejarme montar, ni me interesaba mucho integrarme al grupo que se estaba montado. En otra de tantas visitas, llegó un trabajador que no había visto, después me enteré que era el doctor, se detuvo detrás de mí, introdujo bruscamente su mano por mi ano y después de una manipulación, le gritó a su compañero: “¡preñada!”, sacó su mano y continuó metiéndoselas a mis compañeras.
 
Comencé a entender lo que significaba preñada después de seis meses de haberlo escuchado. Mis primeros cambios consistieron en un aumento de peso, me creció el abdomen y me daba mucha flojera retozar con mis compañeras. Recuerdo que me pasaron a otro corral con vacas desconocidas, de mayor edad; algunas de ellas muy agresivas, en particular con nosotras, las jóvenes. La alimentación en este corral fue diferente, nos ofrecían de comer hasta cuatro veces al día; era una ración con todo revuelto, pero de muy buen sabor, a mí me agradó mucho y comía con mucha avidez.
 
Dentro de este corral ocurrían cosas que nunca me había imaginado. Una mañana noté que un grupo de vacas estaba alrededor de una vaca echada que estaba pujando, con un becerro saliéndole por la vulva; de esta manera aprendí lo que era un parto y recordé rápidamente la mirada de mi madre, casi borrada por el tiempo. Esa mañana nunca imaginé que iba a pasar seis veces por esta misma situación.
 
Llegó el día en que yo fui la vaca echada y mis compañeras alrededor me observaban. Un día antes sentí cierto dolor en la cadera, como si se me encajara algo por dentro. El día del parto comencé con contracciones abdominales, las cuales fueron aumentando en frecuencia e intensidad; después sentí que algo grande me salía por la vulva. En este momento tuve contracciones muy fuertes hasta que expulsé a mi cría, una hembra, a quien acaricié sólo por unos minutos. Posterior a la expulsión, seguí con contracciones uterinas de menor intensidad y frecuencia, las cuales facilitaron la eliminación de unos restos que me colgaban por la vulva.
 
Después de parir me llevaron a otro corral, en donde me pusieron en los pezones unas mangueras conectadas a una cubeta para sacarme la leche. La primera leche se la daban al recién nacido con una mamila y, en algunos casos, con una manguera que le metían hasta la panza. Pocas veces permitían que el becerro se alimentara directamente de la ubre; cuando esto ocurría, se debía principalmente a la ausencia del partero.
 
Al cumplir cinco días de paridas nos pasaron a un corral grande, en el cual permanecíamos durante las primeras tres semanas posparto. Las vacas de otros corrales nos llamaban “las frescas”, no he sabido por qué, pero así nos decían. En este corral, todos los días nos sacaban en la mañana y en la tarde para llevarnos a una sala en la que nos apretaban y nos lavaban las ubres; después entrabamos a una jaula circular, nos conectaban las mangueras a la ubre para sacarnos la leche y salíamos muy rápido. Esta práctica llegó a convertirse en una rutina y, antes de que abrieran las puertas del corral, ya todas estábamos esperando la hora de salir; tal vez era porque sentíamos alivio después de que nos sacaban la leche. Al regresar al corral siempre entrabamos con mucha hambre y sed. Todo el tiempo teníamos la comida recién servida, el bebedero con agua limpia y fresca, y el corral limpio; todo listo para comer y echarnos a rumiar.
 
En mi nuevo corral tuve tiempo para observar a mis compañeras, así pude ver diferencias que antes no percibía; por ejemplo, había vacas de diferentes colores y otras con modales raros, como si no hubieran nacido aquí, algunas eran coloradas o rojas, otras negras con la cabeza blanca y otras tenían pelo blanco con pintas negras y eran ojonas; pero la mayoría eran como yo, negras con manchas blancas.
 
Diez días después del parto nos entramparon en el comedero y entró un trabajador, al cual reconocí; era el mismo que había dicho “preñada”, hace no más de un año. Con los mismos modales, me introdujo la mano por el ano, me manipuló con brusquedad, revisó mis secreciones, y esta vez grito “involucionando”, lo cual, en ese momento tampoco comprendí. Otras vacas tuvieron el mismo manejo, pero el doctor gritaba “sucia” y le acercaban una jeringa conectada a un tubo largo, el cual se lo introducía por la vagina y depositaba el contenido.
 
En mi etapa de vaca fresca, recuerdo que nos revisaban todos los días. Diario, después del ordeño de la mañana, nos entrampaban y nos median la temperatura y una vez a la semana nos tomaban muestras de orina, con la cual humedecía una tira de papel. A partir de estas pruebas, algunas vacas recibían tratamiento en el mismo corral y a otras las llevaban al corral de las enfermas.
 
La estancia en el corral de frescas sólo duraba tres semanas, después de las cuales nos enviaban a otro corral, en el cual convivíamos con vacas distintas. En el nuevo corral permanecíamos en la mañana una hora entrampadas, tiempo en que los trabajadores nos inyectaban, remarcaban la grupa con crayón; el doctor metía la mano por el ano, gritaba “preñada” o “vacía”, así todos los días. Era parte de la rutina ver grupos de vacas que pasaban toda la noche y la mañana montándose. Cuando me tocaba a mí, sentía unas ganas incontrolables de montar y de dejarme montar.
 
En uno de esos días de inquietud, el trabajador me metió el aparato raro por la vagina y depositó algo. Semanas después volví a sentir la misma inquietud y me pase toda la noche con mis amigas. A la mañana siguiente llegó el trabajador y repitió el mismo procedimiento, y aquella vez sentí algo raro, pero mejor no lo cuento porque se pueden burlar de mí. Pasaron varias semanas, una vez llegó el doctor, metió su mano y gritó “preñada”.
 
¿Sexo?, de esto no puedo hablarles, aunque tengo seis partos y un aborto, no he conocido el favor del toro. Otras vacas sí, recuerdo que las llevaban a un corral pequeño donde había un toro y pasaban todo el día en ese lugar. Al regresar, no paraban de platicar su experiencia y nosotras de preguntar. Pero no creo que ir a ese corral haya sido bueno, porque la mayoría de ellas desaparecía del establo en los siguientes meses.
 
Estuve en otros dos corrales antes de llegar a uno en donde ya no nos ordeñaban. Dejaron de hacerlo de manera abrupta, los primeros días después de la suspensión del ordeño sentí mucha ansiedad, pero poco a poco fue desapareciendo. La alimentación en este corral era diferente, además de que ya no tenía tanta hambre como cuando me ordeñaban. Aquí estuve cinco semanas, después me enviaron a otro corral que llamaban de “reto”, el cual ya conocía, porque fue el corral al que llegué cuando me separaron de mis amigas de crianza.
 
Así se cumplió el primer ciclo y tuve cuatro más, hasta completar seis partos. Ahora soy una de las vacas más viejas del hato y, con orgullo, una de las más productoras. Sólo quedamos muy pocas vacas de mi generación, la mayor parte de ellas ha sido eliminada del hato y otras han muerto. Muchas compañeras me preguntan que cómo le he hecho y la verdad no sé qué contestar pero, pensándolo bien, creo que ha sido porque siempre me ha gustado comer bien. Nadie me lo dijo y de nadie lo aprendí, sólo se me ocurrió: comer bien es lo más importante. No sé por qué ahora es cuando más pienso en la mirada de mi madre y en su olor. Deben ser cosas de la edad.
 
     
 _______________________________________________      
Joel Hernández Cerón
Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
_________________________________________________      
 
cómo citar este artículo 
 
Hernández Cerón, Joel. 2016. Deben ser cosas de la edad. Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 90-93. [En línea].
     

 

 

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Desde Oaxaca:
Centro de Divulgación
de Abeja Nativas
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Mauricio Cervantes
 
                     
Asistí a un tianguis agroecológico para repartir
información sobre el Centro de Divulgación de Abejas Nativas (cediana), allí expliqué que no es una organización de productores de miel, ni de científicos, ni de comercializadores de productos de la colmena; en todo caso, aclaré que el interés del centro es vincular a todos esos grupos, para construir los puentes con públicos que quizá nunca han escuchado de las meliponas: abejas de los trópicos o abejas sin aguijón.
 
Para construir esos vínculos —le explicaba a mis interlocutores— el cediana detonará los mecanismos para elaborar de la misma forma programas educativos que objetos artísticos, desde la ilustración de un libro de cuentos para niños o el diseño de un hotel para abejas, hasta la edificación de un espacio sonoro destinado a la música para los polinizadores. Proyectos que despierten la curiosidad de aquellos que nunca han visto una colmena dentro de una olla de barro o que no sepan que todo el oro de los zapotecas, de los mexicas o de los incas se pudo fundir gracias a la cera de abejas nativas que han habitado nuestro continente desde siglos antes de la llegada de los europeos a estas tierras.
 
Para fundar el cediana bastó, en primera instancia, vincular dos iniciativas que comparten su vocación por las abejas y otros temas ambientales, “Matria: jardín arterapéutico” como un proyecto vinculador de agendas educativas, comunitarias y sobre ambiente desarrolladas a partir de estrategias artísticas; y “La calera” que se define como una fábrica de proyectos sustentables.
 
La meliponicultura, es decir, el uso y manejo de las abejas sin aguijón, ha crecido exponencialmente en la última década, con base en las redes de productores, académicos y científicos, pero sobre todo gracias a la experiencia de los que conservan los saberes milenarios que veneran y preservan la naturaleza. Así que los primeros cómplices, asesores y maestros del cediana son meliponicultores apasionados que están rescatando, preservando y propagando las tareas con estos polinizadores a través de la identificación de especies, la detección de poblaciones, el trabajo con plantas nativas y cultivadas, con los árboles, las comunidades y la multiplicación de colmenas.
 
Guiados por esa sabiduría comprendimos la necesidad de generar conciencia sobre la importancia de la meliponicultura para la restauración de paisajes y preservación de ecosistemas, ante la premisa de que bosque-milpa-meliponicultura conforman un trinomio fundamental para la reforestación, la conservación de la biodiversidad y la producción de alimentos. En términos estrictos tendría que leerse el bosque también como selva, desierto o cualquier otro paisaje.
 
La motivación principal para abrir en Oaxaca el Centro de Divulgación de Abejas Nativas es generar estrategias educativas a corto y largo plazo que puedan paliar el escaso conocimiento difundido sobre temas ambientales de capital importancia. Aquí menciono seis de ellas: 1) en México la inmensa mayoría de las escuelas primarias no velan de manera adecuada por los contenidos sobre sustentabilidad, biodiversidad, importancia de la producción y consumo local de alimentos, el valor de las semillas nativas, ni el azote ecocida que representan los transgénicos o los servicios ambientales que brindan los bosques y los polinizadores; 2) hay un gran desconocimiento de las abejas nativas. Las notas genuinas y bien intencionadas en los medios que atribuyen la polinización de un enorme porcentaje de la flora del planeta a las abejas es cierta, aunque suponen que es sólo por la Apis mellifera —especie generosa, pero apenas introducida en el siglo xvi en América— haciendo caso omiso de las otras 20 000 especies de abejas que viven en el mundo y de otros polinizadores como los murciélagos; 3) Oaxaca no figura aún en el mapa de la meliponicultura como ocurre con los estados de la península de Yucatán, con la Sierra norte de Puebla o con una zona amplia de Veracruz. Una de las razones es que los meliponicultores oaxaqueños han estado trabajando de manera aislada, pero esto podría cambiar en pocos años debido a que las condiciones comienzan a ser favorables en varias regiones del estado. Los censos oficiales indican que en Oaxaca se han detectado veintitrés de las cuarenta y seis especies de meliponas que están registradas hasta ahora en el país. Si la motivación para crear el centro obedece a una necesidad regional, las redes que podamos urdir han buscado trascender desde el principio las fronteras oaxaqueñas y las del país; 4) el monocultivo, los pesticidas y las semillas transgénicas son un atentado contra la biodiversidad, lo que se ejemplifica con las mermas insólitas en las poblaciones de casi todas las abejas y otros polinizadores. La meliponicultura permite revertir estos procesos de pérdida, a la par que se ha utilizado como una herramienta de gran ayuda para campañas de reforestación; 5) ante la deforestación y la escasez de agua, las abejas sin aguijón (que durante siglos conservaron sus poblaciones en condiciones silvestres) requieren ayuda de los humanos para su supervivencia, con prácticas como las de los pueblos mesoamericanos; y 6) los proyectos de éxito en reforestación y meliponicultura de varios países de Suramérica, Kenia, Cuba y México fincan sus estrategias en el trabajo comunitario.
 
Las dinámicas comunitarias de la meliponicultura le dan versatilidad y consistencia al tejido social y a la interacción de los grupos humanos con su entorno. Si bien el papel de la meliponicultura es medular para las estrategias educativas que se generarán desde el cediana, se hará también énfasis en la existencia de las otras especies de abejas.
 
En su primera etapa el cediana ha iniciado la conformación de un acervo con material impreso y digital, libros y revistas, archivos fotográficos, películas y videos, que facilita a los usuarios el acceso a documentos científicos y a creaciones artísticas. Los ejemplares impresos pueden consultarse en la biblioteca de “La calera”, en la capital de Oaxaca.
 
En el efecto expansivo del arte estriba la velocidad con que empiezan a identificarse los proyectos, las iniciativas individuales y las organizaciones e instituciones relacionadas con la meliponicultura y los polinizadores en general. Hemos constatado con iniciativas previas como las de “Matria” que las estrategias artísticas pueden atraer públicos muy diversos y que mediante esas tácticas se apropian de espacios para fortalecer el tejido social y los vínculos de identidad. Así como “Matria” ha sacado el arte de los formatos canonizados donde habitualmente se ofrece para llevarlo a otros espacios como huertos urbanos, cementerios abandonados, plantaciones agrícolas o centros fabriles en desuso, así el cediana transportará la colmena y el bosque, para transmitir con distintos lenguajes la importancia de los servicios ambientales que prestan los polinizadores a todo el ecosistema y el equilibrio de la biodiversidad.
 
     
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Mauricio Cervantes
Centro de Divulgación de Abejas Nativas, Oaxaca.
     
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cómo citar este artículo 
 
Mauricio Cervantes. 2016. Desde Oaxaca: Centro de Divulgación de Abejas Nativas. Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 126-127. [En línea].
     

 

 

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