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Nota de los editores  
                     
       
       
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Roberto A. Prado Alcalá
     
               
               
La ubicación de la memoria —ese almacén de información
derivada de la experiencia— en el cerebro, ha sido un tema muy discutido a lo largo de siglos. Sin embargo, el estudio experimental de sus bases biológicas es más reciente, y a grandes rasgos se puede dividir en tres etapas.
 
La primera, que abarca desde principios de este siglo hasta la década de los años 60, está representada por los estudios encaminados a descubrir “el centro” de la memoria. Esta época se caracterizó por experimentos en los que se producían lesiones mecánicas o electrolíticas de tejido nervioso. Probablemente esta búsqueda fue un reflejo de los hallazgos neurofisiológicos de la época, cuando se hablaba de centros nerviosos encargados de funciones más o menos específicas, como los centros del hambre y la saciedad, los cardiorrespiratorios, los termorreguladores, etcétera.
 
Igual que en el campo de la neurofisiología, también en el de la neurobiología de la memoria el concepto de centro prácticamente se ha abandonado, aunque algunas publicaciones continúan manejando este concepto, si bien restringidamente. Es decir, en lugar de postular que la memoria (como fenómeno único) está localizada en tal o cual región cerebral, se asevera que memorias particulares (visual, espacial, auditiva, etcétera) residen en regiones particulares (corteza visual, hipocampo, corteza auditiva, y otras). Esta posición localizacionista es inadecuada, pues sabemos que ninguna región cerebral puede efectuar una función aisladamente, por más simple que ésta sea; cualquier neurona está conectada, directa o indirectamente, con el resto.
 
La segunda etapa en el estudio neurobiológico de la memoria abarca desde el inicio de los años 70 hasta la fecha, y tiene que ver con la exploración de diversas estructuras cerebrales mediante técnicas más sofisticadas que la de producción de lesiones irreversibles, típicas de la primera etapa (aunque este tipo de lesión se sigue utilizando). Aquí encontramos la aplicación de técnicas que van desde registros electrofisiológicos y aplicación local de drogas —que modifican la actividad sináptica de sistemas de neurotransmisión específicos o que producen la inactivación temporal del tejido cerebral—, hasta la medición de la síntesis de receptores membranales, de la liberación de neurotransmisores, el trasplante de tejido fetal en cerebros dañados, y toda clase de metodologías de biología molecular.
 
La característica distintiva de esta etapa es que, lejos de conceptualizar a la memoria como un evento singular, se le define en términos más precisos, que indican la calidad de la memoria. Así, por ejemplo, tenemos las memorias de procedimiento y declarativa. La primera, adquirida gradualmente, se refiere al conocimiento de tareas tales como la escritura, conducir un automóvil, etcétera; mientras que la segunda tiene que ver con la descripción precisa de incidentes y sitios (lugar y fecha de nacimiento, nombres de parientes y amigos, etcétera). Algunos autores han definido estos tipos de memoria con nomenclaturas diferentes (semántica-episódica, asociativa-representacional, memoria de habilidades-memoria de hechos…).
 
Es muy interesante saber que en los casos de amnesia anterógrada en humanos (la incapacidad para consolidar la información aprendida), producida por lesiones cerebrales fundamentalmente en el hipocampo, se pierde la memoria declarativa, en tanto que la de procedimiento permanece intacta. Este hecho permitió postular que las estructuras afectadas están involucradas en la evocación de un tipo de memoria y no en la del otro.
 
En contraste con la apreciación prevaleciente en la primera etapa, la segunda se caracteriza por la proposición de que el establecimiento de cada tipo de memoria depende de la interacción de múltiples sistemas de neurotransmisión, actuando en diferentes estructuras cerebrales. Por ejemplo, el bloqueo de la actividad sináptica colinérgica, gabaérgica y serotoninérgica del estriado de ratas, produce un cuadro amnésico cuando los animales son entrenados en una tarea que nos permite medir la capacidad de almacenamiento de información. El mismo cuadro se produce ante la lesión reversible o permanente del mismo estriado, de la amígdala o la sustancia nigra. Tales resultados indican que, para que se establezca la memoria, se necesita la participación de cuando menos estas tres estructuras, así como de la interacción de los tres sistemas de neurotransmisión referidos.        
 
Un concepto que se originó en esta etapa de investigación fue el de “estructuras moduladoras” de la memoria: existen ciertas regiones cerebrales que facilitan (modulan) la actividad de otras regiones directamente involucradas en el almacenamiento de información aprendida.
 
A pesar del avance conceptual en esta etapa, todavía quedan reminiscencias de la primera. Ahora no se habla de centros de memoria, sino de conjuntos de núcleos o áreas cerebrales que se interrelacionan anatómicamente o a través de diferentes sistemas de neurotransmisores, responsables del establecimiento de memorias particulares. Así, en lugar de considerar estructuras únicas, ahora se habla de sistemas funcionales fijos, como si cada uno de ellos fuera una estructura compleja.
 
La tercera etapa en el estudio neurobiológico de la memoria se origina a finales de la década de los 70 y se extiende hasta el presente. Su proposición central es que existe un cierto número de núcleos o áreas cerebrales, con sus correspondientes sistemas neuroquímicos, indispensable para la consolidación de la memoria. Esta proposición es básicamente la misma que la descrita en el párrafo anterior. Sin embargo va más allá, pues plantea que cuando se tiene una experiencia incrementada de aprendizaje, las estructuras que eran necesarias en condiciones de aprendizaje “normal” dejan de tener importancia para que se consolide la memoria.
 
Por aprendizaje normal entendemos aquella situación en la que el sujeto experimental ha recibido un número de sesiones de entrenamiento, o una intensidad de estimulación aversiva (en el caso de condicionamientos de evitación) suficiente para que se manifieste la conducta aprendida, o para alcanzar un nivel de ejecución asintótico. Comúnmente, este es el nivel de entrenamiento al que se somete a los animales de experimentación para determinar los efectos de la administración de tratamientos experimentales, ya sea antes o después del entrenamiento. Precisamente es en estas condiciones cuando se observa que la lesión o la interferencia con la actividad de ciertas estructuras cerebrales produce incapacidad para consolidar la memoria o para evocar la información almacenada.
 
Por otra parte, la situación experimental en la que los sujetos son sometidos a un gran número de sesiones de entrenamiento o a intensidades de estimulación aversiva relativamente altas, se acerca más a la manera en que en la vida diaria adquirimos información de nuestro medio ambiente. Para almacenar datos que permanecen en nuestra memoria por mucho tiempo (fecha de nuestro nacimiento, ubicación de domicilio, el número de las placas de nuestro auto, datos geográficos…) es necesario un número de repeticiones relativamente alto. De igual manera, los recuerdos duraderos de eventos únicos generalmente tienen que ver con experiencias que, como en el caso de la estimulación aversiva, producen una gran activación del sistema nervioso simpático y liberación de hormonas adrenales.
 
Los experimentos que han llevado a proponer que las estructuras indispensables para la consolidación de la memoria en una situación de aprendizaje normal, dejan de serlo en condiciones de alto nivel de aprendizaje, básicamente consisten en lo siguiente: se entrena a un grupo de animales en una tarea determinada; una vez que han aprendido, se les aplica un tratamiento que interfiera con el funcionamiento de alguna estructura cerebral. Lo mismo se hace con grupos en los que se exploran otras estructuras. Siguiendo el mismo procedimiento, a otros animales se les entrena durante un número mayor (doble, triple o cuádruple) de sesiones, y se les aplica el tratamiento descrito. Se ha encontrado que en la situación de aprendizaje relativamente bajo, los tratamientos producen amnesia retrógrada. Ya que cada una de las estructuras afectadas es indispensable para el establecimiento de la memoria, proponemos que todas ellas están conectadas, funcionalmente, en serie. En el caso de animales con alto nivel de entrenamiento, esos mismos tratamientos son inocuos; por ello proponemos que se lleva a cabo un cambio en la conectividad entre estas estructuras. En otras palabras, en condiciones de sobrentrenamiento o de alto reforzamiento, las estructuras involucradas ahora se conectan funcionalmente en paralelo, de tal manera que cuando una de ellas se encuentra inactiva, basta con que algunas de las restantes funcione normalmente para que realice el proceso de consolidación de la memoria. Este fenómeno se ha visto al estudiar el estriado, la amígdala, la sustancia nigra, el tálamo y el globus pálidus.
 
En todos los casos estudiados se ha demostrado que los tratamientos que producen amnesia se tornan inocuos cuando se incrementa la experiencia de aprendizaje. Sin embargo, aún no se ha agotado la exploración de los sistemas neuroquímicos y de las estructuras cerebrales que participan en la formación de la memoria. Por lo tanto, también es necesario investigar el efecto de la interferencia con el funcionamiento de otros sistemas de neurotransmisión, así como de otras regiones cerebrales, en condiciones de alto y bajo nivel de entrenamiento.
 
 articulos
Referencias Bibliográficas
Prado-Alcalá, R. A., Fernández-Ruiz, J. y Quirarte, G. L. 1993. “Cholinergic neurons and memory”, en: Synaptic Transmission 2, editado por T. W. Stone, Taylor and Francis Ltd., pp. 59-71.
Prado-Alcalá, R. A. 1995. “Serial and parallel processing during memory consolidation”, en: Plasticity in the Central Nervous System. Learning and Memory, editado por J. L. McGaugh, F. Bermúdez-Rattoni, y R. A. Prado-Alcalá, Lawrence Erlbaum Publishers, pp. 57-65,
Rosenzweig, M. R. y Leiman, A. Y. 1995. Psicología fisiológica, McGraw-Hill.
Squire, L. R., 1987, Memory and Brain, Oxford University Press.
     
Nota
Trabajo apoyado por DGAPA, Proyecto JN202197.
     
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Roberto A. Prado-Alcalá
Laboratorio de Aprendizaje y Memoria,
Centro de Neurobiología, Universidad Nacional Autónoma de México,
Campus UNAM-UAQ Juriquilla.
     
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cómo citar este artículo
 
Prado Alcalá, Roberto A. 1998. ¿En dónde se encuentra la memoria?. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 26-28. [En línea].
     

 

 

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Naief Yehya
     
               
               
Dicen que lo que importa no es el tamaño. Hay quienes afirman
que el de Víctor Hugo era muy grande y el de Anatole France diminuto. No obstante hay personas que tienen dudas al respecto y es innegable que en algunos casos las evidencias contradicen esta premisa. En cualquier caso, más que estar relacionada con el tamaño del cerebro, la inteligencia parece depender de la tasa entre masa cerebral y masa de todo el cuerpo (el promedio de esta tasa en todos los miembros de una especie ofrece una indicación acerca de la inteligencia de la especie). Mientras buena parte del cerebro se consagra al control del cuerpo el resto puede ser utilizado para otras funciones, como la memoria, la planeación, el aprendizaje y la flexibilidad para responder a las condiciones cambiantes. El cerebro de los dinosaurios era muy pequeño por lo que se consagraba casi exclusivamente a mover el cuerpo, en cambio los primeros mamíferos tenían cerebros más grandes y complejos que les permitieron sobrevivir al acecho de los depredadores. Los dinosaurios eran criaturas diurnas en su mayoría que reaccionaban de inmediato a los estímulos visuales. Los mamíferos, al no poder competir contra los grandes reptiles, tuvieron que adaptarse a la oscuridad y desarrollaron el olfato y el oído, dos sentidos que proporcionan estímulos muy diferentes a los de las imágenes visuales, ya que no presentan al objeto mismo sino que tan sólo ofrecen señales de su presencia, las cuales para ser interpretadas requieren ser descifradas. Para poder sobrevivir, los mamíferos debían memorizar olores, hábitos de sus presas y depredadores, elaborar planes, así como crear mapas mentales del territorio. Debido a esto es posible decir que la memoria ha jugado en la evolución un papel comparable al del pulgar opuesto. Y precisamente si algo aumenta notablemente y con mucha regularidad es la tasa de miniaturización de componentes electrónicos y con ella la cantidad de memoria que puede ser incorporada en una computadora. Podemos imaginar que de manera semejante a cuando un pez salió del agua y recorrió la tierra firme o así como cuando un primate utilizó por primera vez una rama para defenderse, una mente electrónica algún día valorará sus memorias y por algún proceso autogenerado tendrá conciencia de su ser.
 
En 1834 el inventor británico Charles Babbage concibió la idea de una máquina de cálculo a vapor, que mediante un gigantesco y complicado sistema de engranes, poleas y manivelas podría almacenar 1000 números decimales de hasta 50 dígitos, sumar dos cantidades en menos de 10 segundos y multiplicarlas en menos de un minuto. El motor analítico de Babbage, al que dedicó los últimos 37 años de su vida, contenía todos los elementos de una computadora digital moderna, no obstante nunca pudo ser completado. A partir de 1920 comenzaron a aparecer diversos prototipos de calculadoras electromecánicas que seguían de una u otra manera el modelo de Babbage. La memoria se almacenaba en bulbos, discos magnéticos, núcleos magnéticos (donas situadas en la intersección de dos cables que almacenan un bit de información y que se magnetizan en un sentido o en el otro), transistores y circuitos de sílice. Hoy hablamos comúnmente de cerebros digitales con memorias de varios miles de millones de bites, no obstante aún estamos lejos de construir una máquina con memoria comparable a la humana. Hans Moravec escribe en su controvertido libro Mind Children. The Future of Robot and Human Intelligence, que para que una computadora tenga la suficiente potencia para alojar una mente semejante a la humana debe por lo menos realizar 10 billones de operaciones por segundo y contar con una memoria de 10 billones de palabras (cada palabra es capaz de almacenar un número o una instrucción).
 
En su libro Out of Control, Kevin Kelly cita al dr. Joachim Weyl, director de la oficina de investigación naval, quien en 1959 afirmaba que una computadora no era otra cosa que un medio para que una memoria pase de un estado a otro. En ese mismo espíritu, Moravec plantea la posibilidad de transmigrar mentes del estado biológico a la inmaterialidad del código binario: “Como programa de computadora, su mente puede viajar sobre canales de información, por ejemplo, codificada como un mensaje de láser disparado entre planetas”. Moravec asegura que pronto podremos viajar proyectando nuestra mente, tener experiencias extracorporales y por lo tanto acumular memorias para luego volver a nuestro cuerpo con un nuevo acervo. Moravec complica más su paradoja al afirmar que el cuerpo podrá, mientras la mente viaja por su parte, seguir viviendo, con lo que la personalidad se duplicaría (aunque podría dividirse muchas veces más) por un tiempo y así el individuo, como en ciertas narrativas fantásticas tendría dos memorias que eventualmente se sumarian cuando el sujeto se reunifique. Esto sería una entretenida historia de ciencia ficción, de no ser porque Moravec y muchos otros en realidad están tratando de llevar a cabo el objetivo de “cargar” seres humanos con software. Quizás por primera vez en la historia existe un bien que puede multiplicarse una infinidad de veces sin que por lo tanto el costo del mismo aumente. Un programa puede ser copiado millones de veces sin pérdidas de ningún tipo. Esta imagen hace pensar a algunos utópicos que el hombre “softwarizado” también podría multiplicarse miles de veces al estilo de los trapeadores de El Aprendiz de brujo de Disney.
 
Y siguiendo en las perspectivas fantásticas para el futuro de la mente hace falta mencionar a Hugo de Garis, quien tiene por objetivo crear superinteligencias masivas del tamaño de la luna o por lo menos de la talla de un asteroide. De Garis es uno de los pioneros en el desarrollo de la inteligencia y la vida artificial. En el terreno de las redes neurales ha aplicado la selección darwiniana para hacer evolucionar software y hardware inteligentes. Actualmente, De Garis trabaja en Kyoto, en el campo de la ingeniería evolutiva y está tratando de diseñar cerebros electrónicos hiperinteligentes o artilectos, los cuales, en teoría, para fines del próximo siglo podrían tener el tamaño de un asteroide o la talla de la luna y ser “inteligencias masivas capaces de dominar la política mundial”. De Garis cree que la aparición de los artilectos dividirá a la humanidad en dos bandos, los “terras” que se opondrán a ellos y los “cósmicos” que los querrán fabricar. El científico afirma con toda seriedad que la oposición entre estos dos bandos seguramente concluirá con una guerra nuclear y le provoca insomnio saber que en el futuro habrá un holocausto atómico por culpa de su trabajo. De Garis piensa que seguramente existen otros seres vivos en el universo y que seguramente ya han hecho la transición a la hiperinteligencia. “Nosotros estamos retrasados porque nuestro sistema solar es 1000 millones de años más joven que los otros y la transición de lo humano a lo cósmico al artilecto son apenas unos cuantos siglos. La evolución es inevitable. Después de todo, el verdadero potencial para la inteligencia no es biológico, eso es demasiado primitivo”, afirma.
 
   
articulos
Referencias bibliográficas
 
Jastrow, Roben, 1981, The Enchanted Loom: Mind in the Universe, Simon and Schuster.
Kevin, Kelly, 1994, Out of Control, Addison Wesley.
Moravec, Hans, Mind Children, 1988, The Future of Robot and Human Intelligence, Harvard University Press.
Hugo de Garis: This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.
http://www.hip.atr.co.jp/∼degaris/
http://whatis.com/artilect.htm
     
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Naief Yehya
Escritor. Colabora en La Jornada Semanal
con la columna La Jornada Virtual.
     
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cómo citar este artículo
 
Yehya, Naief. 1998. ¿Qué será la memoria en la era de las máquinas inteligentes?. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 50-52. [En línea].
     

 

 

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Archipielago Malayo
R049B04  
 
 
 
Alfred Russel Wallace
Cien del Mundo, CNCA,
México, 1997
 
                     
El Archipiélago malayo fue escrito por Wallace
después de un viaje de exploración que realizo entre 1854 y 1862. Esta obra constituye una pieza importante en la historia de la teoría de la evolución y de la biología moderna, de ahí la relevancia de la presente edición que es la primera que se hace en lengua española. Archipiélago malayo nos ofrece además un acceso privilegiado al episodio singular motivo de variadas controversias, y que se refiere a la relación entre Wallace y Darwin y la paternidad de la teoría de la selección natural y el origen de las especies, pues fue precisamente Ternate, capital de la Isla Halmahera (Gilolo) en las Malucas, el lugar desde donde Wallace envío a Darwin el 12 de marzo de 1858 un pequeño ensayo y una carta en donde resumía su interpretación de la teoría de la selección natural y la evolución de las especies casi dos años antes de que Darwin publicara El origen de las especies. El 18 de junio de 1858, cuando Darwin ha leído ya la carta y el ensayo de Wallace, el naturista del Beagle hace partícipe de su asombro y, en cierta medida, desasosiego a Charles Lyell, el autor de los Principios de geología. Lyell había recomendado a Darwin en diferentes ocasiones la pertinencia de publicar un resumen de sus teorías antes de dar a conocer la monumental obra que pensaba escribir. Esto es lo que explica el tono y ciertas frases con las que el autor de La descendencia del hombre y la selección sexual se dirige a Lyell. “Sus palabras —escribe resignadamente Darwin— se han cumplido con creces: debería haberme anticipado. Eso dijo usted cuando le expliqué aquí mi teoría de que la selección natural depende de la lucha por la existencia.” Pero Darwin había hecho de la paciencia el sustento de su método de trabajo y desde su regreso del viaje a bordo del Beagle en 1836 dedicó buena parte de su tiempo al estudio comparativo de millares de especies diferentes, así como a la realización de minuciosos estudios que si bien anundaban sus experiencias de observador y teórico de la naturaleza, no abordaban de manera directa el estudio de la evolución.
 
Darwin había publicado otros libros antes de escribir El origen de las especies en 1859. Veinte años antes las librerías de Londres exhibieron en sus escaparates la primera edición del célebre Diario de las Investigaciones sobre la geología y la historia natural de los países visitados durante el viaje H.M.S. Beagle, bajo el mando del capitán FitzRoy de 1832 y 1836. Los cinco volúmenes de su Zoología aparecieron entre 1840 y 1843 y los tres volúmenes de las Observaciones geológicas hechas sobre el Beagle salieron de la imprenta de 1842 a 1846. Tras ocho años de investigaciones, Darwin presentó la monografía sobre los Cirrípedos en cuatro volúmenes que fueron editados de 1851 a 1854. Cuando la carta de Wallace llegó en 1858 a Down, en el condado de Kent, Darwin había ocupado ya varios años en el estudio de la selección natural y la evolución de las especies. “Nunca he visto una coincidencia más sorprendente —confesará a Lyell— ¡Si Wallace tuviera la copia de mi esquema hecha en 1842 no podría haberlo resumido mejor! Sus mismos términos son ahora los títulos de mis capítulos”.
 
No exagera Darwin cuando califica de asombrosa la coincidencia de sus ideas con las de Wallace pues no sólo los razonamientos sobre los procesos de la naturaleza eran semejantes sino también las palabras con las que se referían a ellos. Wallace había publicado en Annals and Magazine of Natural History en 1855 un ensayo titulado “Sobre la ley que ha regido la introducción de nuevas especies”. Darwin leyó con interés dicho trabajo y dirigió al propio Wallace algunos comentarios en una carta fechada en Moor Park, el 1° de mayo de 1857. Darwin inicia su misiva agradeciendo a Wallace las líneas que éste le había escrito desde las Célebes el 10 de octubre del año anterior. 
 
     
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Fragmento de la introducción de Hugo Diego Blanco      
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cómo citar este artículo 
 
Russel Wallace, Alfred. 1998. Archipiélago Malayo. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 70-71. [En línea].
     

 

 

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Tomás García Salgado
     
               
               
Filippo Brunelleschi (1377-1446), florentino de nacimiento,
era de corta estatura y profunda honestidad, sin envidias, de respuestas ágiles e ingeniosas, admirador del Pantheon de Agrippa, e infatigable estudioso de la arquitectura romana.
 
Su interés por la perspectiva lo condujo al punto de fuga, y su pasión por la arquitectura lo llevó a realizar —pese a todo— la intrépida construcción de la cripta de Santa Maria del Fiore conocida en Florencia como Il Duomo. Su amistad con Donatello duró hasta su muerte. Con Lorenzo Ghiberti tuvo primero amistad y luego rivalidad. A Donatello le cedió su parte —encomendada por los gremios de los carniceros y de los ensambladores— para la ejecución de las estatuas que decorarían los nichos de Orto San Michele. En la competencia para la realización de las puertas del Baptisterio, su propuesta quedó como finalista; sin embargo, Filippo actuó en favor de Lorenzo y persuadió a los síndicos para que le asignaran el trabajo,1 aunque sobre este hecho otros autores dan la versión de que Filippo perdió el concurso y, por ello, se alejó de la escultura.
 
Sólo si comparamos el crucifijo de Donatello en la Cappella Bardi (S. Croce, 1411) y el crucifijo de Brunelleschi en la Cappella Gondi (S. María Novella, ca. 1425) —ambas obras talladas en madera—, es posible comprender por qué Brunelleschi le dijo a Donatello que su Cristo parecía un campesino y no el Mesías. El suceso va más allá de la anécdota que relata Vasari: evidencia un rasgo sobresaliente de la personalidad de Brunelleschi, en el sentido de no dejar la crítica sólo en palabras. Donatello fue quien pidió opinión a Brunelleschi; éste decidió que la mejor manera de expresarla era realizando otra escultura del mismo tamaño y en el mismo material, pero imprimiendo un realismo casi natural en el rostro y cuerpo de Cristo, ausente en el “campesino” de Donatello, que más se asemeja a la interpretación mecánica del gótico o a las tavolas de Cimabue y Giotto pintadas con el mismo tema.
 
En su juventud, Brunelleschi se interesó en la escultura; en ella encontró el medio tangible para alcanzar el realismo de la forma, hasta el punto de que sus obras llegaran a rivalizar con las de Donatello y Ghiberti. La dificultad para alcanzar la perfección de la escultura residía en la destreza del artista, pero en pintura era muy distinto: en ella era necesario reproducir la percepción visual a semejanza de la realidad. La única forma de lograrlo era mediante la aplicación rigurosa de la perspectiva, la cual no se traducía en algún tipo de destreza, sino de conocimiento científicamente elaborado.
 
A principios del Quattrocento, Brunelleschi dedicó mucho tiempo a la perspectiva para estudiar la estructura tangible de la pintura, es decir, su construcción espacial en el plano pictórico. Como veremos, la planteó mediante experimentos visuales, mostrando ese rasgo suyo de volver tangible lo intangible.
 
El padre de Filippo era un notario de la república y, dice Vasari, tenía la intención de que su hijo se dedicara a la misma actividad, pero reconoció en él una temprana inclinación por los mecanismos y el arte, y lo educó a leggiere et a scrivere et l’abaco. Sus fuentes de estudio fueron el Trattato d’aritmetica de Paolo Dagomari, y la Practica geometriae de Leonardo Fibonacci. Su padre también lo inició en el gremio de los artesanos del oro con un amigo suyo, donde llegó a dominar el arte.
 
Filippo demostró inquietud por otras disciplinas; leía a Dante y fue un devoto estudioso de las Sagradas Escrituras, tanto que Toscanelli lo llamaba el segundo San Pablo. Justamente fue Toscanelli quien lo entusiasmó para que profundizara en el estudio de la geometría. No obstante, Filippo encontró su verdadera vocación en la arquitectura, disciplina un poco más compleja que la pintura y la escultura, pues la forma diseñada debe ser edificable de acuerdo con un procedimiento constructivo específico.
 
Su amplia formación le permitió resolver situaciones y problemas de diversa índole. Citemos, por ejemplo, los andamios para la edificación de Il Duomo, cuyo diseño se basaba en el cálculo de los pesos, su balance y la forma de moverlos, algo parecido a los mecanismos de relojería con los cuales estaba familiarizado, pues en su juventud él mismo los había elaborado.
 
Otro ejemplo, pero ahora de relaciones humanas en el trabajo, fue la forma en que evidenció la incompetencia de Ghiberti para compartir con él la dirección de la construcción de Il Duomo. Ocurrió que, con el pretexto de estar enfermo, Brunelleschi decidió ausentarse de la obra; ante la demanda de instrucciones por parte de los capomaestros, Ghiberti respondió: “¡eso es cosa que Filippo tiene que resolver!”. El suceso dio pie a que los mismos alcaldes de la iglesia dudaran de su eficiencia como codirector de la obra.
 
Desde luego, Filippo supo esperar el momento preciso para ausentarse: fue cuando la construcción se acercaba al tercio de su altura, es decir, cuando los arcos comenzaron a acentuar su curvatura hacia adentro y el peso de la piedra amenazaba vencerlos, momento justo para el que había previsto continuar la edificación empleando tabique en lugar de piedra, colocándolo de una manera que aún no había revelado —proporcionaba las indicaciones técnicas a medida que la obra avanzaba—, por el temor a ser reemplazado. Una vez terminada la cúpula hubo un segundo concurso para el diseño de la linterna, que naturalmente ganó él, aunque fuese Michelozzo quien la construyera.
 
¿Por qué a Filippo no le interesó superar el claro de Il Duomo en las dos basílicas que proyectó —S. Lorenzo (1419) y el Sto. Spirito (1434)—, coincidentes una con el inicio de esta obra, y la otra con su terminación? ¿Por qué prefirió dar paso a la búsqueda del estilo más que al alarde constructivo?
 
Una razón lógica podría ser que preveía no ser él quien concluyera tales obras; de hecho así fue, pues ambas se terminaron muchos años después de su muerte. Otra razón, pero de evidencia histórica, es que le interesaba más lograr su ideal arquitectónico con base en la geometría del cuadrado, por medio del cual innovó el patrón de “planta en cruz latina” (extensamente copiado después), lo que resulta evidente al analizar el diseño de estas obras.
 
En arquitectura, Brunelleschi orientó su reforma de estilo al diseñar all’antica, retomando elementos constructivos y formales de la arquitectura antigua romana y también de la toscano-románica. Las primeras obras de Brunelleschi que anuncian la muerte del gótico y el nacimiento del nuevo estilo son la Sagrestia Vecchia (San Lorenzo, 1419-1428, donde realiza su ideal de planta cuadrada, cubierta con una cúpula y linterna), el Ospedale degli Innocenti (Piazza della SS. Annunziata, 1421-1424), la Cappella dei Pazzi (Santa Croce, 1430-1445) y, por supuesto, Il Duomo.
 
Los rasgos de su personalidad nos ayudan a comprender su versatilidad y dominio de diversas actividades. Sus dos más destacadas obras son Il Duomo y los experimentos de San Giovanni. En apariencia, lo único que tienen que ver el uno con el otro es que su hechura ocurrió por el mismo tiempo, pero son perfectamente explicables en una mente como la de Filippo, pues ambas tienen un ingrediente común: la resolución de un problema constructivo que demandaba ingenio. 
 
Por un lado, Il Duomo era todo un reto en el sentido constructivo arquitectónico, y la perspectiva también lo era, pero en cuanto a la construcción geométrica. Es difícil explicarse cómo Filippo se dio tiempo para ocuparse de ambas cosas a la vez. O aún más: por qué prefirió que sus seguidores terminaran el Ospedale degli Innocenti —importante obra patrocinada por su propio gremio, destinada a ser el primer hospicio infantil (tal vez en todo el mundo)—, para dedicarse a pintar unas pequeñas tavolas, aparentemente sin trascendencia. En realidad se trataba del primer experimento científico de perspectiva. Corría el año 1425.
 
Il Duomo
 
Al parecer, Arnolfo di Cambio (arquitecto florentino y también autor del proyecto del Palazzo della Signoria) no había dejado documentación alguna sobre su idea original para construir la cúpula de Santa Maria del Fiore. Cuando Francesco Talenti continuó la obra en 1367, preparó un modelo de la Catedral, en el cual se aprecian los arcos de la cúpula en perfil a quinto acuto (cuyo trazo se obtiene mediante un procedimiento geométrico específico), desplantados directamente sobre los muros, como se puede apreciar actualmente en el fresco que pintó por la misma época (1366-1368) Andrea di Firenza en Santa Maria Novella (Cappellone degli Spagnoli).
 
Filippo sabía que el problema estructural aún no estaba resuelto; por razones de estabilidad, no le parecía conveniente desplantar la bóveda directamente sobre las mamposterías de los muros. Dado el interés especial que tenía en la obra, entre 1402 y 1407 comenzó a trabajar secretamente en la preparación de modelos y máquinas para estudiar su diseño y construcción, aún sin haber recibido oficialmente el encargo. Sin embargo, él sabía que algunos ingenieros querían intentar la construcción, pero no se atrevían por temor al peso excesivo que estimaban de la cúpula —el claro a salvar era de 45.42 m (es decir, mayor al del Panteón de París, que es de 43.28 m, y al de San Pedro en el Vaticano, que es de 41.90 m), y alcanzaba una altura de 91 m sin la linterna.
 
Cuando Filippo fue consultado por los síndicos y alcaldes de la iglesia, percibió que no le hacían un ofrecimiento directo y les sugirió que, para decidir la mejor solución al reto estructural, invitaran a maestros expertos de Francia, Alemania, Inglaterra, España y, por supuesto, de la misma Italia, para presentar propuestas de diseño y procedimiento.
 
Fue así que en 1420, síndicos, superintendentes y algunos ciudadanos distinguidos de la ciudad se reunieron en el recinto de los alcaldes para escuchar a los maestros. Uno proponía levantar nuevas columnas para desplantar sobre ellas los arcos de soporte; otro recomendaba usar piedra ligera para reducir el peso; algunos más consideraron la idea de levantar una columna central para cargar directamente la cúpula, y aun hubo quien propuso hacer un gran montículo de tierra —para que sirviese de cimbra— con algunas monedas esparcidas, para luego pedir a la población que sacara la tierra con la recompensa de allegarse una que otra moneda. ¿Tendrían idea del volumen de tierra y ducados que esto implicaba? Al fin, se pensaba que no encontrarían vigas suficientemente resistentes para construir el andamio.
 
Cuando tocó a Filippo exponer su idea, afirmó que la cúpula podría construirse sin columnas, sin un gran andamio, sin armazón, sin columna central, sin montaña de tierra, y a un menor costo que los demás. La audiencia se echó a reír, tomándolo por tonto, pero Filippo no se arredró. Persistió en la explicación: era necesario usar arcos apuntados; la bóveda debería ser doble y con pasajes internos; los ángulos de los ocho muros tendrían que ser reforzados mediante arcos dovelados en piedra. Además —precisó—, los muros mismos deberían ceñirse alrededor por vigas de roble; también tendría que preverse la iluminación de las escaleras, el sistema de desagüe, y (lo que todos habían olvidado) el soporte de los mosaicos para el revestimiento exterior de la cúpula. Ante la insistencia de Filippo en continuar defendiendo su propuesta, tuvieron que sacarlo físicamente del recinto, circunstancia que —como relata Vasari— lo volvió tímido y temeroso de ser señalado como el Tonto de Florencia.
 
El huevo y el modelo 

Inteligentemente tenaz, Filippo habló por separado primero con un síndico, luego con un alcalde, después con un ciudadano influyente, así hasta que finalmente logró que se convocara una segunda reunión abierta en donde se rediscutieran las propuestas. En la nueva cita de especialistas, Filippo no estuvo de acuerdo con los 19 modelos presentados. Asimismo se negó a presentar el propio, pero hizo una propuesta ingeniosa: que el arquitecto o ingeniero que fuese capaz de parar verticalmente un huevo sobre la mesa resultara vencedor del certámen. Todos lo intentaron sin éxito. Al final tocó el tumo a Filippo: tomó en sus manos el huevo y, volteándolo hacia sí por su base mayor, lo golpeó levemente con el mango de un pincel, estrellándolo apenas lo suficiente para posarlo verticalmente sobre la mesa. Todos protestaron diciendo: “¡nosotros también podemos hacer eso!”, a lo que Filippo respondió sonriendo: “¡pues lo mismo van a decir si les muestro mi modelo!”. Así, con ingenio obtuvo el encargo de la obra, aunque fue requerido para ofrecer una completa y exacta información sobre el procedimiento edificatorio de la bóveda.
 
¿Cómo era el modelo de Filippo? Según André Morel, se trataba de un modelo que medía 7 m de alto, y aunque asumimos por diversas fuentes y referencias que el modelo sí existió, no hay evidencia histórica de cómo estaba elaborado. Algunos historiadores presumen que se trataba de un modelo en madera; sin embargo, por sus dimensiones es posible que estuviera fabricado en tabique y piedra, con el propósito de simular el procedimiento edificatorio. 
 
Es muy interesante la carta que Filippo envió al tribunal,2 en la que destaca su famosa frase: “me propongo construir para la eternidad”. En su texto explica que había determinado emplear arcos apuntados que partieran de los ocho ángulos de los muros, y cuando éstos fueran cargados con la linterna, cada uno ayudaría al otro a estabilizarse; que el grueso de la bóveda interior debía ser de 210 cm en su base, y disminuir gradualmente, a manera de pirámide, hasta 60 cm en la cúspide (las dimensiones reales son de 2.13 m en la base, y 1.52 m en la cúspide). También, que la segunda bóveda sería más ligera que la primera, para protegerla de la intemperie (76 cm en la base, y 38 cm en la cúspide), uniéndose ambas en la cúspide, y que además desplantaría la doble bóveda sobre un gran tambor —de planta octagonal— y no sobre los muros. En la figura 1 se ilustran los principales elementos constructivos de tal obra.
 
Al iniciarse ésta, los síndicos nombraron a Ghiberti colega de Filippo, es decir, su socio y codirector. La decisión no le agradó, por sobradas razones, entre ellas porque Ghiberti no era arquitecto. Porfiado, Filippo se las ingenió nuevamente para vencer este último obstáculo: como dividían el salario, Filippo pidió también que dividieran el trabajo.
 
En ese momento, como relata Vasari, tenían por delante dos dificultades a solucionar: el andamio —por dentro y fuera de la bóveda— que debía soportar el peso del trabajador, el material y el cran para subir la piedra, y, por otra parte, la cadena de trabajo para atar y dar seguridad a lo ya construido, a fin de distribuir el peso para que las partes se soportasen mutuamente, y la bóveda cargara con firmeza en su desplante. Ghiberti escogió la cadena de trabajo,3 pero su solución no era la correcta, como luego advirtieron los mismos alcaldes, quienes decidieron dar total confianza y libertad a Filippo para que continuara él solo con la obra, y además de por vida. Su andamio fue tan ingenioso que el albañil trabajaba sobre él como si estuviese en el suelo, y su cadena de trabajo cubría los ocho lados de la cúpula, previendo lugares para comer y beber vino, ahorrándole al trabajador el largo viaje hasta el nivel de suelo.
 
En suma, su solución constructiva fue cuidada en todos los aspectos: elevó el desplante de la cúpula sobre el tambor para evitar que cargara directamente sobre los muros, lo que evitó el riesgo de que los pudiera abrir (aunque existe la duda de si esa fue idea suya). También reforzó cada una de las ocho caras de la bóveda, agregándoles dos arcos más; empleó piedra dura en el desplante hasta alcanzar cierta altura, para después continuar con tabique hasta el nivel de la linterna. Además, previó el sistema horizontal de amarres, el alojamiento de cinco galerías para la inspección de la bóveda (de las cuales la última sirve para acceder a la linterna), su iluminación, el desagüe, las entradas y salidas del viento, las incrustaciones en mármol del tambor, y los mosaicos para revestir la bóveda, así, hasta completar detalladamente todo el procedimiento constructivo. Incluso, antes de morir dejó todo el material ya cortado y esculpido para edificar la linterna. La construcción de Il Duomo se inició el 7 de agosto de 1420 y se concluyó hasta la base de la linterna el lo. de agosto de 1436; la obra fue terminada totalmente en 1468.
 
¿Cuál fue la verdadera razón para emplear arcos apuntados y no semicirculares? Según Peter Murray,4 el tambor sobre el octágono ya existía cuando la construcción se inició. Ante la falta de contrafuertes, todo el peso que se apoyase sobre la base del tambor debería de ejercer el mínimo absoluto de empuje lateral, cuestión que en el gótico se resolvía mediante arcos botareles, pero en el caso de la Catedral ni siquiera había espacio para construirlos. Esta fue la principal razón para adoptar el sistema de arcos apuntados, cuyo empuje lateral es mucho menor al de los arcos semicirculares. Por otra parte, si Brunelleschi hubiese adoptado el sistema de bóveda sólida en concreto, como la del Panteón —cuyo empuje lateral no es excesivo por esta característica constructiva—, el peso propio sí hubiera excedido la capacidad portante del tambor, lo que pondría a la estructura en peligro de derrumbe.
 
El peso de la bóveda era otro factor a resolver. Al no poder reducirse las secciones de los arcos principales y de los meridianos, Brunelleschi planteó una solución innovadora, construyendo por primera vez en la historia de la arquitectura una bóveda de doble concha, que le permitía mantener la sección máxima posible con el peso mínimo posible.
 
Las cargas verticales en una bóveda —las de su propio peso principalmente producen dos tipos de esfuerzos: de compresión en su parte superior, y de empuje lateral (o de tensión) en su base, los cuales se reducen mediante amarres horizontales. Ahora bien, la tendencia al agrietamiento por los esfuerzos de tensión es considerablemente menor en una bóveda de arcos apuntados que en una de trazo semiesférico. Por ello, Filippo introdujo nueve amarres horizontales de piedra reforzados con barras de hierro, que en la parte interior de la bóveda unen los ocho arcos de las esquinas (o principales) con los 16 arcos intermedios por medio de “arcos” horizontales, que en su conjunto forman nueve círculos —concéntricos— horizontales. Estos, de acuerdo con Mario Salvatori,5 trabajan estructuralmente como un domo circular, característica constructiva que le permitió a Filippo mantener estable la bóveda durante el proceso, pues al ir cercando los arcos y las dos capas de la bóveda simultáneamente, cada anillo de amarre trabajaría a la compresión —como una gran clave—, evitando que los arcos meridianos cayeran hacia adentro. Como es natural, los anillos de amarre no podían edificarse instantáneamente, por lo que previó utilizar el aparejo en espina de pez en la mampostería de tabique, colocando de manera alternada los tabiques en tres hiladas horizontales por tres verticales, para que los amarres se fueran ligando (verticalmente) unos con otros, y formaran curvas en espiral a todo lo alto de la superficie de la bóveda.
 
Il Duomo es un ejemplo de la arquitectura universal, más que por sus dimensiones, por la unidad arquitectónica lograda entre su forma, estructura y edificación; tres principios que, conjugados científica y artísticamente, están presentes en el diseño de toda buena arquitectura. En mi opinión, el éxito de Filippo se debió en parte a su orgullo por demostrar que, unidos en una misma voluntad, los florentinos podían resolver un problema tan grande como su ánimo, pues en caso de no hacerlo se convertirían en la permanente burla de todos aquellos que los observaban; e indudablemente, también al modelo que empleó para racionalizar su proceso de diseño y construcción, con lo que aportó a la arquitectura el método de la ciencia experimental edificatoria.
 
Plaza San Giovanni
 
Mientras laboraba en la construcción de Il Duomo, hacia 1425, Brunelleschi llevó a cabo un singular experimento en un espacio real, al pintar el Baptisterio de la Plaza San Giovanni visto desde el portal de Il Duomo. Su objetivo era demostrar, desde este sitio donde pintó una pequeña “tabla” (tavola, o tavoletta, de 29 × 29 cm, o como sugiere Martin Kemp, de 41 × 41 cm), la gran similitud entre la escena real y su reproducción pictórica. El experimento fue un tanto complejo, pues la observación no era directa sino mediante un espejo. Un segundo experimento fue la perspectiva del Palazzo Vecchio, en el cual, a diferencia del primero, la observación de la tavola —donde pintó la perspectiva era directa, y para darle una ambientación casi real a la pintura, recortó la tavola siguiendo la silueta superior del Palazzo, de modo que al observarla desde el punto adecuado, el cielo y las nubes reales se movían sobre la silueta. Estos experimentos fueron relatados por su biógrafo, Antonio di Tuccio Manetti,6 quien aseguró haber tenido en sus manos las dos tavolas. Desafortunadamente ambas se perdieron, dejando muchas incógnitas por aclarar. Incluso cabe la posibilidad de que las tavolas que dice Manetti haber tenido en sus manos, hubieran sido las que pintó Paolo Ucello para reproducir los experimentos, pues existen datos de que éstas permanecieron en la colección de los Medici (en el Palacio de Florencia), por lo menos durante el siglo XV.
 
La conclusión importante a que llegó Brunelleschi —al igual que Alberti—, fue la postulación de lo que llamó el punto central, esto es lo que se denomina punto de fuga.
 
Antes de abordar la descripción del experimento de San Giovanni, formulemos una hipótesis sobre su origen. Al ser arquitecto, podría suponerse que la intención de Filippo era explorar una nueva forma de expresar los diseños, o de replantear los principios vitruvianos del dibujo arquitectónico (iconografía, ortografía y escenografía, es decir, planta, alzado y perspectiva). Sin embargo, el empleo de la perspectiva con este sentido se inició a mediados del Quattrocento con los dibujos de perspectiva arquitectónica de Bellini, de modo que Filippo no estaba pensando como arquitecto, sino como geómetra interesado en cuestiones de óptica. Su interés por la óptica obedecía a la influencia recibida de Toscanelli, quien había escrito para el vulgo un pequeño tratado sobre la prospettiva, que contenía los principios medievales de la óptica (en ese entonces se aplicaba el término prospettiva para referirse a la óptica). Su preocupación central era resolver la inconsistencia del espacio pictórico del Trecento —problema que desde Cimabue y Giotto parecía insoluble—, y qué mejor para demostrar los nuevos principios que los experimentos en espacios reales, donde la percepción natural (lo que la vista percibe) se pudiese comparar con la percepción artificial (lo que el dibujo representa).
 
Edgerton señala que la descripción de Manetti prácticamente nada dice sobre la manera en que arribó Brunelleschi a la noción de perspectiva lineal. No obstante, aún hoy no se ha definido claramente qué se entiende por perspectiva lineal, pues falta una teoría general de la perspectiva.
 
La confusión se desprende de que, al haber un solo punto de fuga, se piensa que se trata de un caso particular de la proyección perspectiva. Pero, como propongo en mi “teoría de la perspectiva modular”, cualquier caso de proyección requiere solamente un punto de fuga, pues cuando hay más de un punto éstos no son relativos al observador, sino que se derivan de las propiedades geométricas del cuerpo observado.
 
El tema amerita un extenso ensayo; aquí nos limitamos a un aspecto, a saber que los experimentos de Filippo están basados en el punto de fuga del observador y, por tanto, corresponden a un planteamiento general de la perspectiva y no a un tipo específico de proyección, como algunos autores lo interpretan. Por otra parte, el sentido demostrativo de los experimentos, como dice Damisch,8 no tiene nada de ideal ni de pureza geométrica, pues implica otra forma de historia empírica que abre el campo del ensayo y la interrogación, que no puede contenerse dentro de los límites de cualquier disciplina, ya sea arte, ciencia, técnicas, geometría, pintura, escenografía, u otras.
 
En efecto, los paneles se pueden considerar arte en cuanto a su realización pictórica; ciencia en cuanto a su planteamiento experimental como modelo de principios teóricos; técnica, por lo que toca a su construcción y mediciones; geometría, referida a la comprobación del trazo sobre la imagen. Es decir, desde un principio los experimentos abarcaron diversos campos del conocimiento relacionados con la perspectiva. Por lo mismo, este campo es tan amplio —como bien lo señala Veltman— que uno de los principales problemas es su clasificación: definir a qué arte o ciencia pertenece o corresponde, o bien si debería formar un campo propio.
 
El objetivo del experimento era reproducir, lo más fielmente posible, la imagen captada por el observador desde la puerta central de la Catedral, mirando hacia el Baptisterio que está en medio de la Plaza San Giovanni, de modo que al frente viera la Puerta del Paraíso (al centro en el Baptisterio), a la izquierda La Misericordia y la Volta dei Pecori, y a la derecha la Colonna de S. Zanobi y el Canto a la Paglia.
 
Aparte del relato de Manetti, las fuentes de estudio son el comentario que Filarete hace sobre los experimentos en su Trattato, y los recientes análisis de Kim Veltman, Samuel Edgerton, Martin Kemp, John White, Hubert Damisch, Decio Gioseffi, A. Parronchi, Nicholas Pastore y otros más. Se trata de estudios que abarcan distintos ángulos del suceso: su interpretación histórica, su reconstrucción in situ, su análisis geométrico, y su sentido fenomenológico. 
 
El punto de fuga
 
Alberti escribió su tratado Della Pittura diez años después que Brunelleschi sentara las bases científicas de la construcción perspectiva, y es curioso que dedicara la versión “vulgar” de su obra “A Filippo di Ser Brunellesco” (la edición latina la dedicó a Giovan Francesco di Mantova), pero sin hacer mención a sus experimentos —que fueron todo un acontecimiento— o a cualquier aspecto relacionado con la perspectiva. Centró su elogio en la obra de Il Duomo, así como a sus amigos en común: Donatello, Masaccio, Nencio y Luca.
 
Recordemos que Masaccio fue el primer artista que aplicó con todo rigor los principios de la perspectiva geométrica en su célebre obra de La Trinità (Santa Maria Novella, Florencia, 1427-28)14, y Donatello lo haría de igual forma en su escultura en bronce: El banquete de Herodes (Fuente bautismal, Catedral de Siena, 1425). Por su parte, Ghiberti, que se mantenía cerca de los acontecimientos, pondría en práctica los nuevos principios en los diez paneles de bronce de la Puerta del Paraíso (lado oriente del Baptisterio, Florencia, 1425-1452). Si comparamos estas puertas con las del lado norte —del mismo Ghiberti—, notaremos la ausencia de la construcción espacial en perspectiva, pues fueron ejecutadas en un periodo anterior (1403-1424) a los experimentos, bajo la influencia del estilo gótico.
 
Aunque no hay evidencia de que Toscanelli participara en los experimentos de Brunelleschi —por la época en que regresa a Florencia (1424)—, tampoco es improbable que hayan discutido su planteamiento y la forma de realizarlos, pues ambos estaban interesados en escudriñar y resolver el problema fundamental de la perspectiva: determinar la disminución del tamaño aparente de los objetos por el efecto del alejamiento, es decir, encontrar la regola para medir la profundidad.
 
Tiempo ha que los pintores intentaban descubrir el secreto de la regla; no lo habían logrado pues se requería algo más que la búsqueda empírica por representar el espacio. Esto es, se requería formular el problema científicamente, racionalizando en su conjunto el fenómeno de la visión, o al menos sus principales componentes: el observador, el objeto, la captación de la imagen y su interpretación geométrica. En este proceso debieron haber influido la discusión del tercer método para la proyección de mapas de Ptolomeo, y la revisión de los principios básicos de la óptica:15 “en particular, el tercer método planteaba claramente un tipo de proyección perspectiva, pues para su deducción se requiere de un punto de observación desde el cual es visto el globo terráqueo”.16
 
Por ser éste el único método no ilustrado en la Geografía de Ptolomeo, el autor recientemente realizó su interpretación proyectiva, llegando a la conclusión de que difícilmente se pudo haber logrado en el Quattrocento. Sin embargo, al ser suficientemente clara su descripción teórica, ésta sí pudo haber influido en los cuestionamientos de Brunelleschi y Toscanelli en tomo a la construcción geométrica del espacio.
 
Quizás provenga de Witelo la idea de usar un espejo en el experimento, como lo señala Veltman,17 pues en su Opticae Thesaurus describe su modo de empleo y certificación, es decir, su comprobación visual mediante instrumentos como el astrolabio o el cuadrante. Lo interesante del empleo del espejo es que se asociaba por lo menos a dos técnicas de medición descritas por Fibonacci, lo cual sugiere que Brunelleschi pudo haber echado mano de una de ellas para medir el volumen octagonal del Baptisterio, y que concuerda con la referencia que Filarete hace en su Trattato di Architettura18 sobre el experimento de Brunelleschi, al enfatizar el sentido demostrativo que tuvo en éste el uso del espejo, único medio disponible para medir y reproducir lo que se veía.19 A estas ventajas, Brunelleschi añadió una más: el movimiento. Imaginemos el Baptisterio con sus mármoles en color, pintado con gran diligencia —que ningún miniaturista pudo haber hecho mejor, según Manetti—, bajo un cielo real cuyas nubes están en movimiento. ¿Cómo pudo haber sido hecho? Muy sencillo: cubrió con plata bruñida el fondo celeste de la pequeña tavola, para así evocar no sólo la realidad dimensional, sino la realidad visual de la escena.
 
Lo trascendente de los experimentos es que no fueron sucesos aislados. Si bien estuvieron influidos por el tercer método de Ptolomeo y por los principios de la óptica hasta entonces conocidos, éstos a su vez influyeron en la solución científica al problema de la disminución proporcionada, hallando la regola de oro de la perspectiva, mediante la cual los artistas del Quattrocento alcanzaron la racionalización del espacio pictórico —convirtiéndolo en el lenguaje de comunicación más potente de su época—, gracias a la aportación de Pippo di Ser Brunelleschi a la ciencia de la perspectiva: el punto de fuga.
 
   
articulos
Notas y Referencias bibliográficas
 
1. Vasari, Giorgio, 1967, Vasari’s Lives of the Artists, Clarion Books.
2. Opus cit., [1] p. 76.
3. Wigny, Damien, 1991, Firenze Milano: Electa, p. 266.
4. Murray, Peter, 1986, The Architecture of the Italian Renaissance, New York, Schocken Books, p. 33.
5. Salvatori, Mario, 1990, Why Buildings Stand up, W. W. Norton & Co. p. 239.
6. Howard, Saalman, 1970, ed., The Life of Brunelleschi by Antonio di Tuccio Manetti, University Park, pp. 42-46.
7. Veltman, Kim H., 1986, Literature on Perspective. A Select Bibliography (1971-1984), Universität Marburg/Lahn.
8. Damisch, Hubert, 1995, The Origin or Perspective, MIT Press, p. 84.
9. Edgerton, Samuel, 1976, The Renaissance Rediscover: of Linear Perspective, London, Harper & Row pub., p. 147: “la ubicación del espejo estaba a unos cinco pies sobre el piso del Duomo y a unos nueve pies adentro del mismo portal.”
10. Opus cit. [9], p. 145: “La reflexión resultante servía entonces como modelo para esta pequeña pintura…”.
11. Opus cit. [9], p. 151: “Brunelleschi conducía entonces a sus testigos a la puerta de Il Duomo, y estando él de espaldas al Baptisterio, en el mismo lugar que había estado mientras pintaba la pintura, ponía al observador tomando el pequeño panel contra su ojo para que mirara por atrás a través del orificio. En la otra mano del observador, Brunelleschi ajustaba el espejo que tenía que reflejar la pintura e invertir los elementos de izquierda a derecha a su posición correcta. La distancia entre el panel y el espejo se fijaba justo a medio braccio.”
12. Hecht, Eugene, 1976, Óptica, McGraw-Hill, México, p. 81: “En consecuencia, para un espejo plano, Mt (el aumento transversal) es igual a + 1; la imagen es de tamaño natural, virtual y derecha (hacia arriba).”
13. García-Salgado, Tomás, 1996, “Masaccio (1401-1428)”, Ciencia y Desarrollo, No 127, pp. 80-85.
14. García Salgado, Tomas, 1996, “Orígenes de la perspectiva y su interpretación actual”, Ciencia y Desarrollo, No. 129, p. 65 (véase el dibujo 2).
15. Veltman, Kim H., The Sources of Perspective (manuscript).
16. Opus cit. [18], p. 241.
17. No hay evidencia sobre el uso de la camera obscura con propósitos experimentales o de auxilio en el trazo pictórico, sino hasta el Settecento, con Carlevarijs y Canaletto. Sin embargo, la camera obscura fue empleada en la Edad Media por Alkindi y Alhazen en la demostración de principios ópticos.
Nota
El presente ensayo forma parte del libro aún no publicado, Las principales aportaciones a la perspectiva.
     
 __________________________________      
Tomás García Salgado
Facultad de Arquitectura,
Universidad Nacional Aautónoma de México.
     
________________________________      
cómo citar este artículo
 
García Salgado, Tomás . 1998. Brunelleschi, il Duomo y el punto de fuga. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 58-66. [En línea].
     

 

 

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Feggy Ostrosky Solís
     
               
               
Existen múltiples definiciones de lo que es la memoria. Se
puede decir que es la conservación de información o la posibilidad de tenerla disponible una vez que la señal o la acción ha desaparecido. Se la puede definir como un mecanismo o proceso que permite conservar la información transmitida por una señal después de que se ha suspendido su acción. También se habla de ella como una consecuencia del aprendizaje —dado que éste es un proceso de adquisición de información—, en tanto que la memoria se refiere a la persistencia de ese aprendizaje que puede revelarse tiempo después.
 
Otros establecen que la memoria de un ser humano es la historia de su experiencia personal tal como se inscribe en su cerebro. Propuesta por Barriste en 1970, tal definición enfatiza la participación inevitable del sistema nervioso central en el proceso. De ahí se desprende que gran parte del conocimiento de la anatomía y la fisiología de la memoria proviene del estudio clínico y patológico de casos de individuos que han perdido total o parcialmente esta capacidad.
 
La memoria no es una función unitaria, sino un sistema funcional complejo en el que intervienen múltiples áreas cerebrales con aportes específicos. El cerebro es un órgano altamente diferenciado y especializado; no sólo procesa la información que obtenemos por diferentes modalidades (visual, auditiva, táctil, olfativa, etcétera), sino diversas clases de información, como el reconocimiento de caras, palabras, colores, orientaciones o de relaciones espaciales, movimientos, y otros. Así, hablamos de un complejo sistema de memorias interconectadas y organizadas de forma tal que sirven para propósitos diferentes.
 
Todos estos sistemas de memoria tienen en común la capacidad de almacenar la información adquirida a través de los sentidos. En cada una de las modalidades, la memoria permite el registro, la retención o el almacenamiento de información, así como la recuperación o evocación de la información previamente guardada.
 
La memoria es una de las funciones cognoscitivas más sensibles al daño cerebral. La amnesia se refiere a una pérdida parcial o total de la memoria; es una inhabilidad para recordar información. Los trastornos de memoria pueden ser tan severos que no sólo se pierde la información, sino toda noción y evocación de haber estado expuesto a ella. En los casos menos severos, la evocación puede mostrar únicamente pérdida de detalles, recuperables cuando se proporcionan claves.
 
Son diversos los procesos que intervienen en la memoria y es necesario que estén intactos para que ésta funcione normalmente. Por ejemplo, es indispensable tener una atención adecuada para que se puedan registrar los datos. Las alteraciones en la atención se pueden producir por un estado confusional o por modificaciones en los lóbulos frontales. Así, por lo general, la amnesia no se explica por una atención disminuida o por otras alteraciones cognoscitivas, incluyendo la disminución de la capacidad intelectual.
 
Identificar las características de los trastornos de memoria aporta información relevante sobre la naturaleza y localización del daño o disfunción cerebral. Se ha postulado un sistema de memoria en el cerebro que incluye las siguientes estructuras (ver esquema p. 23): los cuerpos mamilares del hipotálamo; el tálamo (en particular los núcleos dorso mediales); la corteza de los lóbulos frontales; el cíngulo y el hipocampo. Las lesiones en diferentes estructuras cerebrales pueden generar directa o indirectamente defectos de memoria. Por ejemplo, las lesiones en el tallo cerebral afectan de manera directa el nivel de conciencia, e indirectamente pueden afectar el proceso de memoria, pues el individuo no posee un suficiente estado de alerta para realizar el registro de la información. Las lesiones en las estructuras del sistema límbico, particularmente del hipocampo, la amígdala, los cuerpos mamilares y en algunos núcleos del tálamo, afectan el proceso de almacenamiento de información nueva, manteniendo la habilidad para recordar hechos antiguos. Las conexiones entre el sistema límbico y la corteza temporal son importantes para guardar y consolidar la información. El lóbulo frontal interviene en las estrategias de almacenamiento y la recuperación de los recuerdos, inhibiendo la información irrelevante.
 
Síndromes amnésicos
 
Clínicamente es posible distinguir cuatro tipos principales de amnesias:
 
Anterógrada. Consiste en la incapacidad para retener información luego de una perturbación cerebral.
 
Retrógrada. Es la imposibilidad de evocar una información previamente aprendida.
 
Específica. Se relaciona con la naturaleza de la información que ha de memorizarse.
 
Inespecífica. Se presenta para todo tipo de material y puede asumir cualquier modalidad. A su vez, se puede dividir en amnesia inespecífica con confabulación, y amnesias inespecíficas sin confabulación.
 
Nos referimos a la confabulación como la aparición de falsas huellas de memoria que probablemente se producen porque la persona es incapaz de hacer una evocación selectiva de sus huellas de memoria. Un ejemplo de ello lo obtenemos cuando al paciente se le pregunta qué hizo el día anterior; éste puede responder que estuvo en su casa, luego salió a pasear y se encontró con un amigo, cuando en realidad no salió del hospital. Lo que está reportando es algo que pudo haber sucedido y que eventualmente podría responder a huellas de memoria que el paciente es incapaz de seleccionar.
 
En la práctica clínica, las alteraciones de memoria pueden adoptar diversas variantes. A continuación se describen los principales síndromes amnésicos, así como sus correlatos anatómicos.
 
Amnesia del hipocampo
 
La caracterización de este síndrome comienza con las intervenciones quirúrgicas de Scoville en 1954, y las investigaciones neuropsicológicas de Milner, junto con Scoville y Penfield. A este síndrome corresponden las observaciones efectuadas en el paciente H. M., a quien Scoville destruyó bilateralmente el uncus, la amígdala, el hipocampo y el giro parahipocampal, como tratamiento de una epilepsia de difícil manejo. Este paciente sufría de epilepsia desde los 16 años, y fue a los 27 años cuando se le sometió a una lobectomía bitemporal. A partir de la cirugía, H. M. se mostró incapaz de almacenar experiencias nuevas (amnesia anterógrada). Aun cuando recordaba adecuadamente las experiencias ocurridas antes de la cirugía, cada vez que le hablaban de la muerte de su tío favorito —ocurrida años después de la intervención quirúrgica—, sentía el mismo dolor que cuando recibió la noticia por vez primera. Brenda Milner, quien lo estudió por más de 20 años, tenía que presentarse al inicio de cada sesión, pues de lo contrario no la reconocía. Era frecuente que H. M. se riera del mismo chiste en repetidas ocasiones.
 
La extracción bilateral del hipocampo y la circunvolución del hipocampo producen pérdida de la memoria reciente. En el momento en que el paciente cambia su centro de atención es incapaz de recordar qué estaba sucediendo antes, como si no hubiera hecho un registro de la experiencia presente. Así, H. M. era capaz de retener el número “584” durante 15 minutos, trabajando continuamente con elaboradas estrategias mnemotécnicas. Cuando le preguntaron cómo había sido capaz de retener el número tanto tiempo, respondió: “Es fácil, sólo recuerdo el 8. Mire: 5, 8 y 4 suman 17. Se recuerda el 8, se resta de 17 y quedan 9, se divide el 9 en 2 y se obtiene 5 y 4, y ahí se tiene el 584. Fácil”. Al cambiar su atención después de un minuto, H. M. no recordaba haber realizado esta tarea. A pesar de sus defectos de memoria, conservaba una capacidad intelectual normal, tenía conciencia de sus déficits de memoria y frecuentemente se disculpaba de los mismos, expresando: “en cada momento todo me parece claro, pero ¿qué pasó un momento antes? Es como si despertase de un sueño a cada instante”.
 
Este síndrome se manifiesta como una amnesia anterógrada masiva, que imposibilita la adquisición de toda información nueva. Se asocia con un déficit retrógrado parcial, con conservación de memorias remotas y aprendizajes previos, así como de la memoria inmediata y la atención. El paciente está consciente de sus defectos, esto es, no se acompaña de anosognosia y presenta confabulación; no hay trastornos de la personalidad ni de funciones intelectuales. El individuo, consciente de su incapacidad para registrar los sucesos, permanece integrado a la vida social e intenta compensar su deficiencia mediante la repetición verbal.
 
La lesión unilateral del hipocampo ocasiona una deficiencia variable, según la localización. La resección unilateral izquierda produce alteración de la memoria para información verbal, con sensibilidad particular a toda interferencia verbal, en tanto que la resección unilateral derecha origina trastornos de la memoria no verbal visoespacial. Las lesiones unilaterales tienen un efecto poco duradero, a diferencia de las bilaterales, probablemente como consecuencia de una recuperación a expensas del hemisferio sano.
 
Amnesia tipo Korsakoff
 
El síndrome de Korsakoff se desarrolla después de varios años de abusar del alcohol, y por deficiencias nutricionales. Los pacientes primero pasan por una etapa aguda de la enfermedad, que es la encefalopatía de Wernicke, en la que se presentan síntomas de confusión, desorientación, disfunción oculo-motora y ataxia. Cuando estos síntomas remiten, persiste la amnesia como síntoma permanente
 
A pesar de que se asocia con el abuso crónico del alcohol, el síndrome de Korsakoff puede ocurrir en pacientes no alcohólicos que sufren de avitaminosis secundaria a un síndrome de mala absorción.
 
Este tipo de trastorno se asocia con lesiones diencefálicas, de cuerpos mamilares y núcleo dorsomediano del tálamo. El cuadro clínico corresponde a una amnesia anterógrada masiva y compromiso de la memoria retrógrada. Por lo regular se acompaña de confabulación, excepto en ciertas lesiones talámicas circunscritas. En general se observa que la alteración se encuentra en el nivel de las estrategias de memorización, e incluye dificultades en la evocación selectiva. Fundamentalmente en tareas visoespaciales y visoperceptuales, se evidencia que los aprendizajes seriales son más satisfactorios que aquellos lógicos o secuenciales.
 
Asociado con este síndrome, con frecuencia se observa un comportamiento eufórico y una falta de conciencia total del déficit.
 
Amnesia frontal
 
Principalmente debido al daño de la región frontal basal, se origina un síndrome caracterizado por trastornos severos en la evocación, acompañados de intensa confabulación. Cuando la afección se localiza en la convexidad frontal, aparecen dificultades para el aprendizaje de cualquier prueba que requiera de una estrategia, un código o una clasificación secuencial de la información.
 
Amnesia global transitoria
 
La definición de esta amnesia reposa en criterios clínicos muy estrictos, establecidos a partir del interrogatorio preciso a un familiar o amigo del paciente, pues éste no tiene recuerdo alguno del suceso. El comienzo del episodio amnésico es siempre agudo. En ocasiones, ni el paciente ni quienes lo rodean advierten el trastorno, hasta que una actividad particular exige que se recurra a la memoria. Los factores desencadenantes que se mencionan con mayor frecuencia son situaciones altamente emocionales o afectivas, la actividad sexual, la ansiedad, los baños con agua fría o caliente y el traumatismo encefálico leve.
 
Generalmente no se acompaña de trastorno de conciencia, pero el paciente acusa un malestar muy particular, caracterizado por ansiedad, perplejidad y repetición reiterada de las mismas preguntas, en general relacionadas con el tiempo, el espacio y la situación actual. La conciencia de la deficiencia es variable; en ocasiones, el sujeto se inquieta debido a la modificación de su actividad mental, pero no la interpreta como un problema de la memoria. Por lo común, no se observan cambios en el carácter ni en el comportamiento.
 
Así, en la definición de ictus amnésico se conjugan varios datos negativos: conservación de la conciencia y de la actividad intelectual que no requiere de la memoria, como serían el lenguaje, la actividad práctica o profesional, etcétera, y ausencia de confusión mental.
 
La duración del trastorno es variable; en general oscila entre una y diez horas. El déficit de memoria retoma progresivamente; por lo regular, de todo el episodio ictal persiste sólo una laguna amnésica.
 
Para explicarlo, se han invocado diversos mecanismos: 1) Isquemia cerebral transitoria en la región de la arteria cerebral posterior; 2) migraña; es decir, problemas vasomotores en el área arterial del hipocampo; y 3) trastorno epiléptico, ocasionado por descargas temporales bilaterales.
 
Amnesias y dismnesias paroxísticas
 
La alteración paroxística de la memoria a causa de problemas epilépticos reviste gran importancia debido a su frecuencia, y también porque constituye un modelo de estudio de las funciones de la corteza cerebral en la memoria. En las crisis parciales complejas, en el estatus de ausencia y en el estatus parcial complejo se observan cuadros amnésicos o de deficiencia. El paciente logra realizar actividades automáticas, pero muestra un defecto evidente en el registro mnésico: cae en un cuadro confusional y al recobrar la conciencia no recuerda lo sucedido durante la crisis. La amnesia parcial relacionada con estados posictales se observa en las crisis parciales complejas y en las crisis tónicoclínicas generalizadas.
 
La descarga epiléptica de áreas de la cara externa de los lóbulos temporales no causa amnesia, sino un tipo de sintomatología relacionada con el recuerdo o temporalidad de las huellas de memoria. Los estados paroxísticos de dismnesia se presentan ante crisis parciales psíquicas, como el estado de ensoñación (reminiscencias elaboradas, a manera de ilusiones o alucinaciones amnésicas); la visión panorámica (rápida rememorización de la vida pasada), y los fenómenos de déja-vu (ya visto), déja vécu (ya vivido) o déja entendu (ya oído), o de jamais vu (nunca visto), jamais vecu (nunca vivido) o jamais entendu (nunca oído). En todos estos casos, los síntomas desaparecen después de algunos minutos, o incluso segundos.
 
Amnesia a causa de traumatismo
 
La amnesia transitoria conmocional se relaciona con trastornos leves de la memoria a consecuencia de traumatismos craneoencefálicos, sin pérdida de conciencia, o con pérdida durante algunos segundos. La clínica de esta afección es equivalente a la del ictus amnésico. El factor subyacente seguramente es más funcional que relativo a la lesión. La mayoría de los autores discuten el papel que desempeñaría una conmoción benigna de ambos hipocampos, y afirman que también podría intervenir un factor vascular.
 
La amnesia postraumática consiste en una alteración muy acentuada de la memoria durante el estado confusional; el paciente, aunque alerta, no logra retener información alguna. En general, con posterioridad a un traumatismo de este tipo se observan amnesia anterógrada severa y amnesia retrógrada, que tienen un patrón temporal en el que los acontecimientos anteriores al golpe están completamente borrados durante periodos de minutos, horas o días.
 
En este tipo de amnesia un aspecto importante es la variabilidad de la afección de la memoria, según la cercanía temporal con el momento del traumatismo. En el transcurso de los primeros días, la amnesia anterógrada es total y la amnesia retrógrada puede extenderse hasta la infancia. En una nueva evaluación practicada varios meses después del traumatismo, generalmente se encuentra una amnesia lacunar que corresponde al componente retrógrado anterior al traumatismo y al periodo de inconsciencia y confusión, aunque puede persistir cierta amnesia residual, en especial episódica.
 
Amnesia en las demencias
 
Uno de los trastornos neuropsicológicos sobresalientes de las demencias en general, son las alteraciones en los procesos de la memoria. En las llamadas demencias corticales, como la enfermedad de Alzheimer, la pérdida de la memoria para hechos recientes es el trastorno más precoz y prominente. Estas perturbaciones se acentúan progresivamente, acompañadas de desorientación espacio-temporal y desintegración general de los procesos cognoscitivos. Se ha sugerido que estos pacientes tienen una capacidad de almacenamiento disminuida y una tasa de olvido más alta que la de los ancianos normales. En pruebas de retención de palabras, la curva de memorización y la evocación diferida son muy pobres, y señalan, además de la afección de memoria de corto plazo, una grave alteración en la memoria de largo plazo, o incapacidad para almacenar información.
 
Para el caso de las llamadas demencias subcorticales se ha propuesto que existe conservación de los procesos de registro y de almacenamiento de información, y una deficiencia marcada en la capacidad para evocar información o localizar huellas de memoria correctamente almacenadas. Otras entidades neurológicas que pueden dar lugar a alteraciones temporales o permanentes de la memoria son las encefalopatías infecciosas tóxicas y metabólicas, y la anoxia, en las cuales se observa amnesia anterógrada masiva y amnesia retrógrada variable.
 
Los tumores profundos, mesodiencefálicos, los craneofaringiomas, los tumores del III ventrículo, los teratomas hipotalámicos, los tumores del septum, etcétera, que invaden y comprimen estructuras límbicas, originan trastornos amnésicos similares a los descritos, dependiendo de las estructuras afectadas.
 
Cuando se efectúa la evaluación de estos pacientes, en ocasiones es posible determinar si la deficiencia es predominantemente de retención, de codificación o de evocación.
 
Trastornos por la edad y el envejecimiento
 
El término “trastornos benignos de la memoria” se ha utilizado para describir a adultos que presentan trastornos de memoria en relación a personas de su misma edad, pero en quienes no existe evidencia de una demencia progresiva. Puede ser difícil hacer una distinción entre estos pacientes y aquellos que sufren la enfermedad de Alzheimer. La memoria disminuye durante el envejecimiento normal en sujetos sanos. Así por ejemplo, se ha encontrado que en tareas de memoria y aprendizaje, sujetos de 70 y 80 años de edad tienen un desempeño de hasta 50% por debajo del de jóvenes. El término “trastornos de memoria asociados a la edad” se refiere a personas sanas mayores de 50 años que no están deprimidas ni dementes, y que en pruebas de memoria obtienen puntajes por debajo de la media para los jóvenes. Estos adultos normales se pueden quejar de pérdida de la memoria, sobre todo si se encuentran desarrollando trabajos con altas demandas intelectuales.
 
Amnesias disociativas
 
Son aquéllas que se ven en la práctica de la psicología clínica y en la psiquiatría. No existe un compromiso cerebral, pero el paciente asegura no recordar, a pesar de que se comporta como si recordara. Es una conversión histérica en donde el paciente súbitamente olvida su identidad personal y situaciones vitales. Puede olvidar su nombre, dirección, familiares y otra información personal. En algunos casos existe una perdida selectiva de información con contenido emocional, por ejemplo si es casado o la identificación de sus padres. En otros casos se presentan problemas para recordar todo su pasado. La amnesia es de duración corta (de 24 a 48 horas) y se detiene espontáneamente o se termina con hipnosis, sugestión o tranquilizantes. Las causas son variables, pero la condición más común es la depresión, acentuada por un estrés psicológico severo. Los pacientes esquizofrénicos y maníacos ocasionalmente presentan una amnesia psicogénica. Ésta se puede confundir con la amnesia global transitoria; sin embargo, existen varias características que pueden ayudar en el diagnóstico diferencial. En la amnesia global transitoria nunca se pierde la identidad personal, mientras que en la psicógena la pérdida de la identidad personal es uno de los principales síntomas.
 
 
Vladimir Jenov, Lenin proclamando el poder soviético en el 2do. Congreso de los Soviets, 1947. Cuadro repintado en 1962 bajo el régimen de Jruschov: Stalin y sus hombres (detrás de Lenin) desaparecen.
      
 
Por definición, los pacientes con amnesia global transitoria tienen dificultad para aprender y retener información, mientras que aquellos con amnesia psicógena son capaces de aprender muchos detalles acerca de su situación actual, al tiempo que no pueden recordar información relacionada con su historia pasada. El patrón de pérdida de memoria en la primera incluye un gradiente temporal, en el cual conserva la memoria remota más allá del periodo de amnesia retrógrada. Los pacientes con amnesia psicogénica no exhiben un gradiente temporal, y la pérdida de memoria puede ser altamente específica para información personal selectiva. La depresión es frecuente en pacientes con este padecimiento, y generalmente son indiferentes a su pérdida de memoria, mientras que en la amnesia global transitoria los pacientes no muestran preponderancia de ninguna psicopatología asociada, y están angustiados por los trastornos de memoria. Los pacientes con amnesia psicógena son jóvenes (menores de 30 años), en tanto quienes sufren la otra son de 60 o 70 años y tienen trastornos vasculares.
 
Conclusiones
 
El estudio y caracterización de los síndromes amnésicos ha aportado información acerca de la organización cerebral de la memoria, generando nuevas aproximaciones para el estudio clínico y el tratamiento de los trastornos de la memoria.
 
Gracias al desarrollo de las técnicas de neuroimagen funcionales, como la Tomografía por Emisión de Trones (PET) y la Tomografía por Emisión de Fotón Único (SPECT), se está obteniendo información acerca de los sustratos anatómicos, metabólicos y conductuales de la memoria y de sus trastornos. Actualmente, los estudios funcionales con estas técnicas ofrecen la posibilidad de observar lo que sucede en el cerebro en el momento en que se realizan tareas de memoria. En un futuro cercano, mediante la combinación de técnicas conductuales y cognoscitivas, de herramientas neuropsicológicas y técnicas de neuroimagen funcional, se vislumbrarán nuevas perspectivas y desafíos para el estudio interdisciplinario de la memoria y las amnesias.
 
Principales síndromes amnésicos
Amnesia del hipocampo Amnesia anterógrada masiva sin confabulación
  Amnesia retrógrada parcial
  Memoria inmediata conservada
  Función intelectual conservada
   
Amnesia tipo Korsakoff Amnesia anterógrada con confabulación
  Amnesia retrógrada
  Confusión
  Anosognosia
   
Amnesia frontal Fallas de evocación
  Confabulación
  Problema de estrategias de memorización
   
Amnesia global transitoria Comienzo súbito
  Amnesia anterógrada total durante el ictus
  Preservación de identidad y conciencia
  Duración variable: entre 1 y 10 horas
   
Dismesias paroxísticas Preservación de conciencia
  Duración corta
  Recuerdo o temporalidad de huellas de memoria
   
Amnesia por traumatismo Amnesia retrógrada
  Amnesia anterógrada
   
Amnesia en las demencias Corticales: compromiso de memoria a corto y a largo plazo
  Defecto en la retención y almacenamiento de información
  Subcorticales: defecto en la evocación de huellas de memoria
   
Tomada de Ardila y Ostrosky Solís, 1991
 articulos
       
Referencias Bibliográficas
 
Diagnóstico del daño cerebral: Un enfoque neuropsicológico, Ardila, A. Ostrosky-Solís, F. Trillas, México, 1991.
Neuropsicología clínica, Ardila, A., Rosselli, M., Prensa Creativa, Colombia, 1995.
Memory and Brain, Squires, L., Oxford University Press, 1987.
“Amnesia Following Basal Forebrain Lesions”, Damasio, A., Graff, N., Eslinger, P., Damasio, H. Arch. Neurol., 42: 252-259, 1995.
Mishkin, M., Malmut, B. y Bachevalier, J., 1994, “Memories and Habits: Two Neural Systems”, en Neurobiology of Learning and Memory, Guilford Press.
     
 ___________________________________      
Feggy Ostrosky Solís
Laboratorio de Neuropsicología,
Departamento de Psicofisiología, División de Estudios de Posgrado,
Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México.
     
__________________________________      
cómo citar este artículo
 
Ostrosky Solís, Feggy. 1998. Cuando la memoria falla. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 30-35. [En línea].
     

 

 

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De moscas
y basiliscos
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Héctor T. Arita  
                     
El mundo de los cómics está poblado por superhéroes
fantásticos que, como Superman, son más veloces que un tren y pueden brincar el edificio más alto de un solo impulso. Las imágenes del Hombre Araña trepando con facilidad las paredes de los edificios, o de Flash moviéndose a velocidades tales que no puede ser visto por sus enemigos, son cosa de todos los días en ese ámbito. En el mundo real, las inexorables leyes de la alometría impiden que una persona normal sea capaz de semejantes proezas.
 
La alometría, según el biólogo evolucionista Stephen Jay Gould, nos explica “por qué cualquier mosca puede trepar por las paredes, pero sólo Jesucristo podía caminar sobre el agua”. En efecto, las leyes alométricas de cómo las estructuras morfológicas y las funciones fisiológicas de los organismos “se escalan” con el tamaño, pueden darnos pistas sobre muchas de las cosas que los animales pueden (y no pueden) hacer.
 
El concepto de alometría es fácilmente entendible con un ejemplo sencillo. Imaginemos un par de cubos, uno de un metro de longitud y el otro de 2 metros. Por simple geometría, el cubo más grande tiene una área externa cuatro (22) veces mayor (6 y 24 m2 en el ejemplo), y un volumen —y por lo tanto un peso— ocho (23) veces más grande (1 y 8 m3 en el ejemplo). De la misma manera, dos animales de la misma forma, pero de diferentes tamaños, difieren considerablemente en la proporción entre estructuras y funciones que suceden en dimensiones diferentes de uno, produciendo el fenómeno de la alometría.
 
Ésta ha sido usada para explicar la llamada ley de Bergman: los animales que se encuentran más cerca de los polos tienden a ser más grandes que los de zonas más cálidas. Para animales de la misma forma —reza la teoría—, los organismos más grandes tienen menor superficie externa por unidad de peso que los más pequeños; así, un tamaño grande sería beneficioso en un clima frío para disminuir la pérdida de calor. Se trata de la misma razón por la que un bloque de hielo tarda más en derretirse que muchos cubitos de hielo que, en conjunto, pesen lo mismo que el bloque.
 
Por las leyes de la alometría y de la física, algunas de las actividades típicas de los animales muy pequeños resultarían hazañas portentosas para los más grandes. Por ejemplo, muchos insectos y algunos vertebrados chicos pueden trepar por paredes verticales y casi lisas. Las moscas domésticas poseen en sus tarsos unas estructuras llamadas pulvilli; éstas secretan una sustancia que contribuye a mantener al animal adherido a superficies lisas. Aparentemente la sustancia secretada produce la suficiente tensión superficial para sostener el peso de los insectos.
 
En contra de lo que podría decirnos el Hombre Araña, un proceso similar sería completamente ineficaz en el caso de animales de mayor tamaño, quienes poseen un peso muchísimo mayor a la fuerza que puede generar la tensión superficial. Existen, sin embargo, algunos pequeños vertebrados con habilidades trepadoras asombrosas. Los geckos (pequeños reptiles tropicales de la familia Gekkonidae) tienen en sus patas pequeños cojinetes con innumerables ganchillos que les permiten aprovechar las pequeñas irregularidades de las superficies, incluso las verticales, para afianzarse y desplazarse velozmente. Este mecanismo, que funciona muy bien para un animal de pocos gramos, sería completamente inútil en un vertebrado más grande, pues la fuerza sustentadora de los ganchillos no podría compensar el peso total.
 
Aunque ningún ser terrenal del tamaño del hombre puede caminar sobre el agua a la manera en que —según afirma el Nuevo Testamento— Jesucristo lo hizo frente a sus discípulos, sí existen numerosos insectos y algunos vertebrados que se desplazan con facilidad en superficies acuosas. Uno de ellos es el basilisco (Basiliscus spp.), lagartija de tamaño más bien grande, con peso de hasta 600 gramos en los machos y 300 gramos en las hembras.
 
Existen cuatro especies de basiliscos, distribuidas desde el sur de México hasta Sudamérica. Son llamados así por el supuesto parecido que tienen con el monstruo mitológico (que en realidad era una serpiente). Estos animales, de color pardo verdusco y con una distintiva cresta en la cabeza, son conocidos como garrobos o turipaches en ciertas partes de México y Centroamérica. Pero otras denominaciones describen muy bien su peculiar característica de correr velozmente sobre la superficie del agua para huir de sus depredadores: en México se les conoce como pasarríos, mientras que en la literatura americana en ocasiones se les llama lagartijas Jesucristo. 
Es bien sabido que los individuos jóvenes de esta especie se desplazan con facilidad sobre el agua; los adultos lo hacen con más dificultad, y sólo los realmente grandes (de más de 200 gramos) no pueden hacerlo. Recientemente, dos biólogos de la Universidad de Harvard estudiaron la mecánica asociada con el peculiar modo de desplazamiento, y dieron con el límite de tamaño que los basiliscos deben tener para efectuar su prodigioso acto.
 
El animal aprovecha dos diferentes fuerzas verticales generadas por el rápido movimiento de las patas. Para un individuo de 90 gramos, una cuarta parte de la sustentación deriva del golpe de la pata sobre el agua, y el resto proviene de la diferencia en presión entre el agua y la bolsa de aire que se forma cuando la pata comienza a hundirse. El secreto para el basilisco es retirar la extremidad con rapidez, antes de que se colapse la bolsa de aire. Esto es relativamente sencillo para los individuos pequeños, no así para los grandes. Las lagartijas recién nacidas (de cerca de dos gramos) logran crear hasta 225 por ciento de la fuerza que necesitan para mantenerse sobre el agua y pueden, entonces, desplazarse sobre ella. Por el contrario, un individuo de 100 gramos apenas puede generar un poco más de la fuerza necesaria para mantenerse sobre el agua. Los basiliscos más grandes se hundirían si intentaran las proezas de su juventud: las leyes de la alometría determinan que animales tan grandes no podrían generar suficiente energía para mover sus patas con la rapidez requerida.
 
Ahora bien, conociendo el secreto de los basiliscos, ¿podría un ser humano caminar sobre el agua? Imposible. De acuerdo con cálculos de los científicos de Harvard, una persona de 80 kilos de peso tendría que correr a una velocidad de 30 metros por segundo —casi tres veces más rápido que Donovan Bailey, el campeón olímpico de los cien metros planos— para lograrlo. Además requeriría 15 veces más energía muscular de la que un humano normal puede generar. Es obvio que sólo personajes de ficción como Flash podrían desafiar de tal modo las leyes de la energética.
 
Las leyes de la física, reflejadas en los animales a través de la alometría, nos dicen que ninguna persona, ni siquiera Carl Lewis, podría saltar cientos de veces su propia longitud, práctica común entre las pulgas. De la misma manera, ni siquiera Donovan Bailey podría igualar a la cucaracha americana, que es capaz de correr a una velocidad de 50 veces su propia longitud por segundo (este récord aparece en el libro Guinness y equivaldría a que una persona corriera a más de 150 kilómetros por hora).
 
Ciertamente, la física y la alometría nos imponen restricciones, confirmando —a la vez— por qué caminar sobre las paredes y desplazarse encima del agua son cosas de moscas, basiliscos y personajes milagrosos.
     
Referencia bibliográficas
 
Glasheen, J. W., y T. A. McMahon, 1997, Running on water, Scientific American 277 (3):48-49 (septiembre de 1997). Descripción de la técnica del basilisco para correr sobre el agua.
Zimmer, C., 1994, See how they run, Discover 15(9):64-73 (septiembre de 1994). Historia sobre el laboratorio de desempeño, energética y dinámica del movimiento animal de la Universidad de Berkeley, donde se estudia la locomoción de las hormigas, cucarachas, cangrejos, milpiés y otros bichos.
     
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Héctor T. Arita
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
____________________________________________
     
cómo citar este artículo 
 
Arita, Héctor T. 1998. De moscas y basiliscos. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 36-37. [En línea].
     

 

 

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Laura Suzán de Vit
     
               
               
La memoria era lo único que lo mantenía vivo, y daba la impresión de que intentaba resistirse a la muerte durante el mayor tiempo posible sólo para poder seguir recordando.
 
Paul Auster
articulos
 
“Grande, Dios mío, es este poderío de la memoria, ¡oh si,
muy grande! Es un santuario inmenso, infinito.
 
“¡Qué fuerza en la memoria! Es algo digno de inspirar un terror sagrado, Dios mío, por su profundidad y su infinita multiplicidad. Y esto es mi espíritu, ¡y esto es yo mismo!”, escribió San Agustín en el siglo IV.
 
En el mismo sentido, Enrique III, rey de Francia, confesó una tarde frente a sus embajadores: “Temo y admiro a los italianos. Su poder está en la memoria.” Ahora sólo nos preocupamos por ella cuando la empezamos a perder, cuando nos enfrentamos a males como el temido Alzheimer. Sólo entonces.
 
Los griegos llamaron Mnemosine a la personificación de la memoria. Hija del Cielo y la Tierra. Júpiter la amó durante nueve noches. Nueve meses después parió a las nueve musas.
 
Nueve, cifra ternaria: el cielo, la tierra, los infiernos. Nueve es la totalidad de los tres mundos. Nueve días y nueve noches son la medida del tiempo que separa el cielo de la tierra y ésta, del infierno.
 
“Siempre ha sido y será la memoria el modo de transmitir y de conservar el conocimiento, las artes, la tradición —escribe Angelina Muñíz-Huberman— por eso, desde épocas antiguas su perfeccionamiento ha ocupado un lugar preferente. Se ha estudiado el método de desarrollarla y las reglas de mantenerla. A esto se le ha llamado Arte de la Memoria”.
 
Fueron los griegos, pueblo de imágenes, quienes “inventaron” el arte de la memoria. Ellos idearon el método de recordar plasmando imágenes y lugares en la mente. Desde entonces se habla de dos tipos de memoria: una natural que es con la que se nace; y otra, artificial, que se puede desarrollar y acrecentar.
 
Scopas, noble tesalio, contrata a Simónides de Ceos para que cante un poema, ensalzándolo, durante un banquete que dará en su palacio. Se llegan la fecha y el momento y Simónides halaga al noble, pero también a los dioses gemelos Cástor y Pólux. El anfitrión, molesto por no haber sido el único motivo de alabanza, anuncia al poeta que le pagará sólo la mitad de la suma acordada. La otra parte la debe cobrar a los dioses a los que dedicó su canto. Simónides, contrito, se sienta por ahí y observa el transcurso de la fiesta. Al poco rato, se acerca un sirviente a decirle que en la puerta lo buscan dos jóvenes. Simónides sale a buscarlos; los forasteros, que así los describió el sirviente, se han ido. Mientras está afuera, el techo de la sala donde se realizaba el banquete se viene abajo, sepultando a los invitados. Cástor y Pólux han pagado ya su parte al salvarlo.
 
Los sirvientes levantan escombros; los familiares, desesperados, tratan de no confundirlos, pero los restos son irreconocibles. Simónides, que recuerda el sitio donde estaba sentado cada uno de los comensales, es el único capaz de identificarlos. Tiempo después se da cuenta de que lo pudo hacer, gracias a que en su memoria cada uno ocupaba un lugar en aquel salón de arquitectura armoniosa. Así nace el arte de la memoria. 
 
Los tratados clásicos sobre retórica y memoria son tres: De oratore, escrito por Cicerón; Ad C. Herennium libri IV, anónimo, y el tratado Institutio oratoria, de Quintiliano. En estas obras se cimentará la mnemotecnia de los siguientes 16 siglos. Cicerón, en De oratore, obra en la que incluye a la memoria como una de las cinco partes de la retórica, dice que aquellas personas que deseen desarrollar esta facultad, deben seleccionar lugares y formar imágenes mentales de las cosas que se deseen recordar. Mientras más extraordinario sea el edificio, más efectiva será la evocación.
 
El pueblo judío, sin poder representar las imágenes que los griegos utilizaron tan eficazmente, se vio en la necesidad de desarrollar otro sentido: el oído. Así, la enseñanza era de boca a oído. La Shemá, oración fundamental del judaísmo, plegaria, que de ser la única “nos hubiera bastado”, como se dice en la conmemoración de la Pascua, es el mejor ejemplo de la importancia de la memoria: “Escucha Israel, el Eterno es nuestro Dios, el Eterno es Uno… Y serán estas palabras que yo te mando hoy grabadas sobre tu corazón y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas al estar en tu casa, andando por el camino, al acostarte y levantarte y las atarás por señal sobre tu mano y las llevarás como frontal entre tus ojos. Y las escribirás en los umbrales de tu casa y de tus puertas.”
 
Una vez más, no olvidar, recordar a cada momento, en todo lugar. La memoria es la supervivencia del pueblo judío.
 
Entre los siglos XII y XIII aparece en Albi, al sur de Francia, un movimiento místico que la Iglesia católica consideró herético. Domingo de Guzmán, después canonizado, durante su estancia en esta región presencia la guerra que se ha desatado en contra de los albigenses. Pensando en una solución más cristiana, crea la orden de los Predicadores con la intención de que los herejes vuelvan a la verdadera fe por medio de la palabra. Predicar exige una excelente memoria. El ars memoriae y el ars praedicandi se fusionan para persuadir. Con el tiempo los miembros de esta orden, luego llamados dominicos debido a su fundador, escriben cientos de métodos mnemotécnicos adueñándose de la palabra cristiana por varios siglos.    
 
San Alberto Magno es el primero en incorporar la memoria a la virtud teologal de la Prudencia. En De memoria et reminiscentia, la relaciona con el temperamento melancólico. Los melancólicos en ninguna época han sido bien vistos por las buenas conciencias, que se dice que no son de fiar. De acuerdo con la teoría de los humores, aquel que es seco y frío propicia la melancolía y, por lo tanto, una buena memoria. Alberto Magno, cuyos conocimientos sobre magia eran vistos con sospecha, la rodea de un halo oscuro y secreto: “Aquel que quiera una reminiscencia, debe alejarse de la luz y esconderse en la oscuridad.”
 
Unos cuantos años después, Santo Tomás, su alumno más célebre, tiene que poner mucho empeño para darle otra cara. Si Simónides de Ceas es el “inventor” del arte de la memoria, Santo Tomás es el santo patrono. Desde su niñez lo distinguió una mente prodigiosa. Al ingresar a la orden de los Predicadores, su memoria se hizo legendaria. El puntal de la escolástica es la memoria y el clero su único dueño.
 
En el siglo XIII se promulgan las leyes escolásticas. Para que el hombre común las obedezca, la Iglesia, por medio de intensas visualizaciones, las plasma y repite obsesivamente en los vitrales y la piedra de las catedrales. Cielo, infierno, el recién inventado purgatorio. Arcángeles, gárgolas, demonios, hogueras. También las cuatro virtudes con sus atributos. La imagen, entonces, se convierte en enseñanza moral. La descripción hecha tiempo después por Víctor Hugo en Nuestra Señora de París es ilustrativa: “Y abriendo la ventana de la celda, designó con el dedo la inmensa iglesia de Nuestra Señora que, destacando sobre un cielo estrellado la negra silueta de sus dos torres, de sus costillas de piedra y de su monstruosa grupa, parecía una enorme esfinge de dos cabezas sentada en medio de la ciudad. En efecto, desde el origen de las cosas hasta el siglo XV de la era cristiana, la arquitectura es el gran libro de la humanidad. El símbolo necesitaba explayarse en el edificio”.
 
Estamos a punto de presenciar uno de los grandes giros que da la memoria: la imprenta. Y es nuevamente Víctor Hugo quien así lo describirá: “La arquitectura queda destronada; a las letras de piedra de Orfeo, van a suceder las letras de plomo de Gutenberg. El libro va a matar al edificio. La invención de la imprenta es el mayor suceso de la historia; es la revolución madre… es el cambio de piel completo y definitivo de aquella serpiente simbólica que desde Adán representa la inteligencia.”
 
A partir de ese momento, la memoria encuentra habitación también en la página de un libro. Pedro de Ravena, personaje de suma importancia en esta historia, es el primero en escribir un tratado laico, logrando que la memoria traspase los muros de los conventos, y que cualquier hombre pueda desarrollarla. La teocracia es vencida por la democracia.
 
Su asombrosa memoria lo hacía capaz de repetir íntegras las prédicas que escuchaba una sola vez, y ayudó a que los italianOs se interesaran por este arte: quizá también debido a las imágenes que recomendaba: “Normalmente coloco en los lugares a jóvenes hermosísimas que excitan mi memoria …y créeme: si me sirvo de jóvenes bellísimas como imágenes me sucede que repito esas nociones que había fijado en la memoria con mayor facilidad y regularidad. Posees ahora un secreto muy útil para la memoria artificial, un secreto que por pudor callé durante mucho tiempo. Perdónenme los hombres castos y religiosos; tenía la obligación de no callar una regla que me ha procurado elogios y honores en este arte, además de que deseo con todas mis fuerzas dejar excelentes sucesores”.
 
Su obra Phoenix seu artificiosa memoriae fue publicada en Venecia en 1491. Por medio de los métodos allí descritos se podían recordar cosas prácticas, y no solamente los horrores que esperaban al hombre en el infierno. Es el Phoenix… el texto que despierta el interés en Francia, Inglaterra y Alemania por el ars memoriae.
 
Petrarca, dice Frances Yates, es el personaje que marca la transición entre la memoria de la Edad Media y la del Renacimiento. El dominico Romberch lo cita en su tratado, junto con Santo Tomás, como uno de los famosos “profesores de la memoria”. Años más tarde Cornelio Agrippa lo colocará entre las autoridades modernas sobre la memoria.
 
En el siglo XVI los dominicos siguen siendo el centro de la tradición. Sus métodos mnemotécnicos son admirados y envidiados por otras órdenes religiosas: Congestorium artificiosa memoriae, de Johannes Romberch; De memoria et reminiscentia, escrita por Santo Tomás; Oratoriae artis epitome, de Jacobus Publicius, por mencionar unos cuantos.
 
Las imágenes estáticas que tanto ayudaron a los retóricos clásicos continúan sirviendo a los escolásticos. Sin embargo los neoplatónicos del siglo XVI optan por el arte mnemónico en movimiento de Raimundo Lulio.
 
Raimundo Lulio nació en Mallorca alrededor de 1232. No es por un olvido que lo menciono hasta ahora, sino porque es en el Renacimiento cuando su “arte combinatorio” es entendido y practicado. Angelina Muñíz lo describe como un “hombre visionario, quimérico, idealista y aventurero fue una mezcla de profeta y de poeta, de cortesano y de ermitaño, de iluminado y de pecador… Si quisiéramos encontrar un solo personaje histórico que integrara en sí todas y cada una de las características vitales y espirituales de aquel periodo (siglo XIII) con sólo tratar de Ramón Llull sería suficiente. Su vida y su obra así lo atestiguan. El lulismo sobrepasó los ámbitos espaciotemporales y su influencia se sintió aún siglos después de su muerte”.
 
En su método filosófico, con tantas coincidencias con las ideas renacentistas, asegura ser capaz de enseñar cualquier tema a base de lógica, para lo cual crea un sistema de ruedas concéntricas. En una de ellas representa, usando las nueve primeras letras del alfabeto, los nueve atributos de Dios (de acuerdo con las nueve sefirot cabalísticas). En otra aparecen figuras geométricas: con el triángulo simboliza a la divinidad; con el círculo, los cielos (siete planetas y doce signos zodiacales); con el cuadrado, los cuatro elementos. Coloca las ruedas una sobre la otra y las hace girar obteniendo gran número de combinaciones que llevarán al entendimiento por medio de la persuasión.
 
El Renacimiento convierte a la memoria en un conocimiento hermético y mágico. Es durante esta época, con su compleja conjunción de conocimientos nuevos y antiguos, cuando resulta más laborioso desenmarañar la historia de este arte.
 
Alrededor de 1460, Marsilio Ficino emprende la traducción, por orden de Cosme de Medici, de un manuscrito árabe. Se trata de los escritos del gran Hermes Trismegisto, sacerdote representante de la gran sabiduría egipcia. Sabio y gran mago, es a la vez, según interpretación de los Padres de la Iglesia, profeta del advenimiento de Cristo. Frances Yates se refiere a su obra el Corpus Hermeticum, como “el libro sagrado de la sabiduría más antigua que fue casi más importante para el neoplatonismo del Renacimiento que el mismo Platón …En el momento en que Hermes Trismegisto hizo su entrada en la Iglesia, la historia de la magia pasó a formar parte de la historia religiosa del Renacimiento”.
 
Aun antes de la expulsión de los judíos de España en 1492, su mística y algunos principios teológicos y filosóficos se habían permeado ya al catolicismo. Su dispersión por Europa provoca que este conocimiento, muy en especial el cabalístico, se propague con mayor intensidad. Los más famosos hebraístas fueron altos prelados de la Iglesia: Egidio de Viterbo, Jean Thénaud, Guillaume Postel.
 
La cábala, según se decía, había sido susurrada por Dios al oído de Moisés después de la entrega del Pentateuco. El secreto, que debía ser transmitido de la misma manera a los iniciados, era el significado místico de la Torá, y los cabalistas los encargados de continuar la tradición confiada a Moisés.
 
El esoterismo judío, la tradición erudita, la gnosis y su simbolismo, parecen ser la fórmula para desvelar aquellos secretos tan buscados durante el Renacimiento.
 
Giulio Camillo fue veneciano, vivió en el siglo XVI y, a decir de Paolo Rossi, pretendió entender cuál era su lugar en el Universo: “Descifrar el alfabeto del mundo, ser capaz de leer en el gran libro de la Naturaleza los signos grabados por la mente divina”. Para lograrlo creó el “teatro de la memoria”. Construyó la maqueta repitiendo la tradición clásica. Quizá se parecería al edificio donde Simónides de Ceos cantó su poema. La descripción del lugar ahora puede sonar exagerada, incomprensible. Entonces ése era el lenguaje. Siete escalones que conducen a siete pasadizos, que llevan a siete puertas decoradas con los siete pilares que, según decía el rey Salomón, son la base de la eternidad. “El Teatro —explicaba el propio Camillo— es una visión del mundo y de la naturaleza de las cosas, vista desde las alturas, desde las mismas estrellas, desde más allá de las fuentes supracelestiales de la sabiduría.” En él se reflejaba todo aquello que se esconde en la profundidad de la mente humana. Allí estaban representadas todas las ramas del conocimiento, y su arquitectura facilitaba memorizarlas. Aquel que entrara al teatro podría, al salir, discutir cualquier tema con la capacidad de Cicerón. En los siete niveles que lo formaban se repetían las imágenes de los planetas, de las nueve sefirot, de las ideas, el hombre, los signos del zodiaco, elementos todos que representaban la expansión del universo a través de las etapas de la Creación. La innovación que Giulio Camillo hace al arte de la memoria consiste en incorporar la tradición hermética. “Vino viejo en odres nuevas”, como decía la frase tan usada por los alquimistas.
 
El máximo exponente de la memoria renacentista es Giordano Bruno. Monje dominico, filósofo, poeta, va más allá que cualquier otro personaje de su tiempo. Pretende una reforma religiosa por medio de la mente: cuando el hombre recuerde su origen divino y comprenda su relación con la Naturaleza, volverá a ser libre.
 
Bruno permaneció once años tras los muros de San Domenico Maggiore, en Nápoles. Allí aprendió la mnemotecnia de la orden, además de estudiar los tratados clásicos sobre la memoria. A los veintiocho años huyó del convento. Para mantenerse mientras recorría diversos países, fue enseñando la sfera (astronomía) y las técnicas lulianas. En 1581 llegó a Francia. Después de una demostración de sus poderes mnemónicos ante Enrique III, éste lo protegió nombrándolo lector real. Entonces se dedicó a perfeccionar su filosofía donde la memoria equivale a la piedra filosofal de los alquimistas. En sus ideas confluyen las diferentes corrientes del Renacimiento: hermetismo egipcio, cábala judía, lulismo, magia natural, neoplatonismo. La influencia de pensadores contemporáneos es grande: Cornelio Agrippa, Erasmo, Nicolás de Cusa, Paracelso. También de los clásicos: Platón, Ovidio, Plotino. La memoria mágica de Giordano Bruno es la concepción más rica y compleja de los vastos palacios de la memoria. En De umbris idearum, la primera de sus obras importantes, los intermediarios entre las ideas del mundo supracelestial y el mundo terrenal son los astros cuyas sombras son las ideas. A estas ideas, Bruno las pone a girar en ruedas combinatorias: este movimiento dotará al hombre del poder que necesita para desarrollar una memoria mágica, por medio de la cual dominará los poderes de la naturaleza.
 
A las ruedas de Lulio, Bruno agrega el resto de las letras del alfabeto, algunos caracteres hebreos y otros griegos hasta completar treinta elementos. Este número lo repetirá en muchas de sus obras posteriores. En Bruno las imágenes clásicas se convierten en imágenes mágicas que serán el vehículo para llegar al mundo celestial. Sellos, horóscopos, estatuas animadas, signos zodiacales, talismanes, emblemas para revelar sin decir.
 
Su filosofía alcanzó la unidad absoluta, la mónada. La encontró dentro del hombre, en su memoria infinita, reflejo del mismo infinito. Así Bruno, al igual que San Agustín 1200 años antes y pasando por el mismo terror sagrado, llega a los vastos palacios de la memoria. Bruno recorrió las cortes europeas hablando de su arte y tratando de convencer a los príncipes de la necesidad de esta reforma unificadora. El 17 de febrero de 1600 la Inquisición lo quemó en Campo dei fiori, en Roma
 
A pesar de esta infamia, la memoria siguió su camino. Cuando Bruno, en 1584, pasó por Inglaterra, conoció a John Dee, el gran mago isabelino. No sabernos qué fue lo que hablaron durante aquellas reuniones en Mortlake, pero después de ese encuentro la filosofía bruniana empezó a aparecer en diferentes ámbitos: en las obras de teatro de Shakespeare, en la poesía de John Donne, en el arte de Robert Fludd.
 
A pesar de que Isaac Casaubon descubrió en 1614 que los supuestos escritos de Hermes Trismegisto fueron hechos por un autor griego en el siglo III d. C., Fludd continuó en Inglaterra con la tradición hermético-cabalística. Esto le acarreó graves conflictos con los “nuevos científicos”, entre ellos Mersenne y Kepler, quienes lo veían solamente como un mago. Se puede considerar a Robert Fludd el último filósofo hermético.
 
History of the worlds es la obra donde expresa de una manera más íntegra su filosofía. En ella describe el más grande y el más pequeño de los mundos. Macrocosmos y microcosmos. La dedica, ni más ni menos que al Creador. También al rey inglés, James I.
 
Fludd usa el antiguo método de imágenes y lugares, dándoles un tinte hermético. Estas imágenes resultan difíciles de comprender actualmente, aun para el especialista. Las llama lugares ficticios y pueden ser un obelisco, la torre de Babel, un barco, hordas de condenados entrando por la boca del infierno o Tobías y el ángel.
 
Divide su arte mnemónico en arte redondo y arte cuadrado. El primero está formado por efigies de estrellas, de vicios y virtudes, por los signos del zodiaco, las esferas de los planetas, estatuas animadas por influencias celestiales. En el segundo, además de los edificios (de ahí la denominación de cuadrado), el motivo principal es el hombre realizando acciones; luego animales y objetos inanimados. Coloca el arte redondo sobre el cuadrado y a esta combinación la llama teatro de la memoria. No se refiere a la construcción que conocemos como teatro sino a un foro que es el lugar de la memoria de las palabras y lugares. Uno de estos teatros pertenece al oriente, y es luminoso, ligero, brillante. En él se desarrollan acciones diurnas. El otro, el del poniente, es oscuro y pertenece a la noche. Con estos teatros temporales y móviles, Fludd introduce los conceptos de tiempo y movimiento a la esfera celeste. La sofisticación a la que llega el arte de la memoria con este filósofo es difícil de seguir.
 
En el siglo XVII al adaptarse el arte de la memoria a la “nueva ciencia”, se aleja de la magia hermética y del carácter humanista que tuvo durante el Renacimiento. Debido a que en este arte se utilizan espacios ordenados, se convierte en la base de la clasificación de las ciencias naturales. Los enciclopedistas lo usan como método de conocimiento.
 
Tanto Francis Bacon como René Descartes menosprecian el arte combinatorio de Raimundo Lulio. Sin embargo, existe una meta común en los tres pensadores: la creación de un método o arte universal que pueda resolver cualquier problema basándose en la realidad.
 
Frances Yates hace una breve recapitulación histórica para llegar a Gottfried W. Leibniz: “Raimundo Lulio creía que su arte, con sus representaciones gráficas y sus figuras geométricas revolventes, convencería a judíos y mahometanos de las verdades del cristianismo. Giulio Camillo creó un Teatro de la Memoria en el que todo el conocimiento debía ser sintetizado a través de imágenes. Giordano Bruno añadió imágenes en movimiento a las ruedas combinatorias de Lulio y viaja por toda Europa con su fantástico arte de la memoria. Leibniz es el heredero de esta tradición en el siglo XVII.”
 
Leibniz busca, como tantos otros en aquel siglo, un lenguaje universal. No para abarcar diferentes países con la misma voz, a él lo mueve el misticismo que heredara de sus predecesores. Desde muy joven lo obsesionan las posibilidades del lenguaje. ¿Cuántos enunciados se logran combinando un alfabeto de 24 letras? Establece el número de letras por página, el tiempo que requiere un hombre para leerlas y el resultado lo lleva a vislumbrar el infinito. “Se siente fascinado por el vértigo del descubrimiento —dice Umberto Eco—, esto es, por los infinitos enunciados que un simple cálculo matemático le permite concebir”. Y así se encuentra con ese lenguaje universal tan buscado: el lenguaje matemático.
 
Ignacio Gómez de Liaño señala en El idioma de la imaginación cómo “Leibniz, con sus caminos, rutas, planos y cartografías, no hace más que una nueva versión del camino, compleja y perfectamente ordenado, intenso de conexiones y pródigo en combinaciones, que había abierto Giordano Bruno con sus sellos y sistemas de lugares, pues antes que lo aprendiésemos en Leibniz, el filósofo de Nola nos había enseñado que el espacio constituye la posibilidad de orden de las cosas.”
 
Hemos visto cómo este arte, que inicialmente era como un artificio para mejorar la memoria, se va transformando en un instrumento para conseguir, primero, el conocimiento y luego, a través de esta gnosis, para alcanzar la espiritualidad.
 
Debería aceptar lo anterior como el punto final de la historia del arte de la memoria. No me es posible. Tengo la esperanza de que ahora sea el escritor el continuador de la tradición. “Los escritores —afirma Abel Posse— son los últimos samurais: trabajan con su pluma en favor de las causas perdidas y de las razones del corazón.”
  
 
Un mnemonista contemporáneo
En su libro La mente de un mnemonista, Alexander Luria da cuenta del caso de un hombre incapaz de olvidar, a quien siguió a lo largo de 30 años. En una sesión que tuvo lugar en 1934, Luria mostró a Shereskevskii una ecuación carente de todo sentido, para que él la memorizara:
 Entra fórmula 01

Siete minutos después, Shereskevskii era perfectamente capaz de recordarla sin error alguno. Quince años más tarde, en una sesión, Luria le preguntó si recordaba esta ecuación. El procedimiento de Shereskevskii en estos casos —cuenta Luria—, era siempre igual: “Cerró los ojos, levantó el dedo y lo movió lentamente en círculos, diciendo, ‘espere… usted estaba vestido con un traje gris… yo estaba sentado en una silla frente a usted... ¡eso es!’, y entonces, con gran velocidad reproducía la información que se le había proporcionado años antes”.

 

Al preguntarle cómo procedió para recordar esta ecuación, Shereskevskii contestó a Luria: “Neiman (N) salió e hizo un hoyo en el suelo con su bastón (•). Miró hacia arriba y vio un gran árbol cuya forma se parecía al signo de la raíz cuadrada (√). Pensó, ‘no hay duda de que el árbol se marchitó y se han empezado a descubrir sus raíces; después de todo, ya estaba aquí cuando construí estas dos casas (d2)’. Hizo otra vez un hoyo con su bastón (•) y dijo, ‘las casas son viejas, tengo que deshacerme de ellas (×); su venta me traerá mucho más dinero’. Había invertido inicialmente 85000 en ellas (85). Luego veo el techo de la casa desprendido (—), mientras calle abajo veo a un hombre jugando Termenvox (vx). Está parado junto a un buzón y en la esquina hay una piedra grande (•) que fue puesta allí para evitar que los autos choquen contra las casas. Luego está la plaza y más allá el gran árbol (√) con tres cuervos sobre él (3). Simplemente pongo el número 276 aquí y en la plaza —square (2) una caja cuadrada que contiene cigarros. El número 86 está escrito sobre ella (este número está escrito también en el otro lado, pero como no podía verlo desde donde estaba parado, lo omití al recordar la ecuación). Al igual que x, éste es un extraño envuelto en una capa negra. Está caminando hacia una cerca tras la cual hay un gimnasio de mujeres. Quiere encontrar alguna manera de brincar la cerca (—). Tiene una cita con una de las estudiantes (n), una joven elegante que porta un vestido gris. Habla mientras trata de derribar con un pie las tablas de la cerca, mientras con el otro (2) —oh, pero la chica por la que va resulta ser otra. Es fea, falsa (v)… y en este punto me siento transportado a Rezhitsa, a mi salón de clases con un gran pizarrón… Veo una cuerda que se balancea y la detengo (·). En el pizarrón veo el número π264 y escribo junto a él n2b.

 

Estoy de regreso a la escuela. Mi esposa me ha dado una regla (=). Yo, Salomón Veniaminovich (sv), estoy sentado en clase. Veo que un amigo mío ha escrito debajo el número 1624/322. Trato de ver qué más ha escrito, pero detrás de mi hay dos alumnas (r2) que también están copiando y haciendo ruido cuidando que él no las vea. ‘Shh, digo. Silencio’ (s).”

Tomado de The Making of Memory, de Steven Rose. Traducción de César Carrillo Trueba

 
     
Referencias Bibliográficas
 
Eco, Umberto. 1994. La búsqueda de la lengua perfecta, Grijalbo Mondadori.
Gómez de Liaño, Ignacio. 1992. El idioma de la imaginación, Tecnos, Madrid.
Muñíz-Huberman, Angelina. 1993. Las raíces y las ramas, Fondo de Cultura Económica, México.
Rossi, Paolo. 1983.  Clavis Universalis, Fondo de Cultura Económica, México.
Secret, F. 1979. La Kabbala Cristiana del Renacimiento, Taurus, Madrid.
Yates, Frances A. 1996. El arte de la memoria, Taurus, Madrid, 1974.
     
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Laura Suzán de Vit
Escritora. Actualmente prepara una novela acerca de la vida de Giordano Bruno.
     
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cómo citar este artículo
 
Suzán de Vit, Laura. 1998. El arte de la memoria. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 38-44. [En línea].
     

 

 

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Daniel Nahmad Molinari
     
               
               
Yo nací el 11 de agosto de 1917. Después de los seis años
nuestros abuelos se encargaban de contarnos nuestras tradiciones hasta que ellos finaron (murieron). Mi abuela murió en 1930, a la edad de 130 años. Nos llevaban a las pirámides; sólo se veía un camino que pasaba alrededor de la Pirámide de los Nichos y un camino al Tajín Chico; solamente se veían las paredes de los edificios A y B (se refiere a la nomenclatura de los edificios dada por don José García Payón). De ahí se encaminaba uno al Juego de Pelota Norte; era todo una selva. Ahí se habían conservado las piedras, ahí se sentía una fuerza escalofriante, como si fuera una corriente eléctrica; ahí escuchaban las aves los ruidos de ahí.
 
De regreso descansábamos en la Pirámide de los Nichos, que era la casa de los Tdajinin, la casa de los truenos. De ahí regresábamos y cruzábamos un arroyo en donde había muchos pescados llamados en español truchas. Veníamos y los abuelos nos venían contando lo que había en esa selva enorme. Pero ¿cómo sabían los abuelos lo que había en esa selva?, no lo sé, pero ellos me contaron, mis abuelos. En 1928 el maestro de la escuela nos llevaba a ver la pirámide que no estaba trabajada.
 
A los seis años a un hermano y a mí nos llamaba mucho la atención el cielo, porque los abuelos nos hablaban mucho de él. En una noche de Luna mi hermano y yo buscábamos subimos al ciruelo y tratar de tocar la Luna con una rama; los abuelos nos decían que un humano no puede andar en la Luna porque en ella ya pasó el ambiente bueno, ya no se puede vivir, pero si uno brinca lo suficiente le puede dar la vuelta a la Luna.
 
Los abuelos dicen que en la Luna existe un conejo. De por sí una de las columnas (se refiere a las columnas arquitectónicas cubiertas de relieves que se encontraron precisamente en el llamado Edificio de las Columnas), muestra un eclipse en el que otro animal está devorando al conejo. Cuando la Luna se estaba eclipsando, ellos decían que era otro animal que se estaba comiendo a la Luna y demostraban que se lo estaba comiendo otro animal.
 
Lo mismo con las nubes: los abuelos nos enseñan que las nubes nos enseñan esto, esto y esto. Como ejemplo, una tempestad nos la dicen las nubes. Tempestad se dice tapala en totonaco y quiere decir culebra, culebra de agua, así le llamaban a la vez pahun cuando se acerca un ciclón y viene sonando el pahun que es la culebra, que se mueve con el aire; es una tromba que donde caía se formaba una laguna enorme. Por eso se dice que da vida y da muerte, porque después del destrozo va a haber vida, porque habrá agua y peces que se podrán sacar, y además humedece la tierra. Ellos leían la vegetación tanto como el cielo, y así cuando iba a haber mucho frío, sabían por ver el cielo; y así decían que deberían dar esa información a los hijos.
 
Ellos decían que un día iba a cambiar todo, porque el hombre iba creciendo e iba a transformar la vegetación, que un día este planeta se va a volver piedra porque el hombre está causando muchos problemas a la naturaleza. Y nos estamos dando cuenta de que la vegetación está decayendo y no crece por la contaminación y porque el agua y el abono natural ya no alcanzan, porque hay mucha gente que ocupa más tierras y ya no hay abono. Está sucediendo a gran prisa lo que dijeron los abuelos.
 
Ellos decían: cuando el hombre se dé cuenta ya será demasiado tarde, se están empleando matahierbas, se está contaminando la tierra y el agua y el aire, confirmando lo que los abuelos decían, y como nadie quiere creer vamos al fracaso y no vamos a lograr nada.
 
Los abuelos hablaban de cosas fuera de nuestro mundo, de otros mundos, era de lo que más hablaban. Pero ¿cómo se dieron cuenta de que existían otros mundos? Hay un fluir del que viven unos seres que no son humanos, son individuales y viven de ese fluir, cosa que los humanos con nuestro materialismo no vamos a lograr. Eso lo lograron los antiguos, buscaban ese fluir y así debería de ser.
 
En la Luna vivieron hombres que no cuidaron todas las cosas buenas que les fueron; así se va a destruir este planeta y estamos viendo que todos los datos se están comprobando.
 
Los abuelos siempre buscaban esa fuerza, sin descansar, por eso consultaban a los seres extraños, invisibles, y lograban muchas cosas nuevas, porque se recibían esa fuerza de los extraños y se dieron cuenta que existen buenas cosas que el hombre no encuentra porque existen lejos del hombre.
 
El hombre ha pensado conquistar otros mundos, para poder lograr otras cosas que ningún ser está facultado, para vivir en otros mundos a los que llegará el hombre. Pero no se puede vivir en otros mundos porque el ambiente no es favorable para vivir.
 
Si un niño a los cinco o seis años empieza a caminar y se encamina a la Luna, llegaría muy anciano y nunca podría regresar porque moriría en el camino.
 
Nosotros seguimos pensando que con todo lo que hace el hombre no ha logrado nada. Yo que trabajé 30 años en la zona arqueológica del Tajín, platiqué con mucha gente de todo el mundo, con todos los que viajaban a la zona arqueológica, y hablé con ellos preguntándoles; me gustó mucho.
 
El Tajín es un ser invisible, intocable, porque no es como nosotros, porque no se alimenta como nosotros, porque no muere como nosotros.
 
Yo quisiera preguntarles, les decía a los visitantes, qué es el trueno en sus países; se menciona que es una fuerza, un choque de aire y agua que produce ruido. Para nosotros no es igual a lo que opinan en científico: los abuelos dicen que eso tiene vida, que ningún hombre lo puede tocar ni ver. Hemos visto tanto tiempo un huracán que destruyó nuestras casas y no se oyó ningún ruido; esos truenos son servidores de uno más grande. Cuando los tajinini reciban órdenes de destruir este planeta acabarán con él en 20 minuto.
 
Con la fuerza eléctrica se destruiría lo que el hombre hizo; si lograra tocar esa energía y no se muriera la manejaría realmente; si el hombre la manejara no habría enfermedad. Si todos practicamos, si todos buscamos esa fuerza, ese fluido que los abuelos buscaron, viviríamos igual y no habría ninguna desigualdad, porque ya no estaríamos utilizando la amistad del mal.
 
Habría un fluido que a nosotros nos lleva y habríamos mantenido este planeta que era tan bueno. Pero al perder esto estamos condenados a perder la tierra, a comer animales y a destruir este planeta y a trabajar; nuestra fuerza era el fluido buscado por los abuelos, que es la vida.
 
Los investigadores de nuestro tiempo según a su manera explican el Tajín, pero los que guardamos las tradiciones, a nosotros no nos convencen los datos porque nuestros abuelos dicen otras cosas.
 
Algunos investigadores han hablado, pero no dicen todo porque tienen miedo, porque serían considerados como locos. Por ejemplo, los abuelos dicen que ellos pueden viajar a otros mundos sin la fuerza de un aparato, sino que por la preparación que tenían ellos viajaron, preparándose espiritualmente para alcanzar esa fuerza que no se ve, que es la mejor, la que debíamos haber buscado para que nuestro planeta se conservara.
 
En México existía una fuerza que se va destruyendo porque hemos copiado de otros países, porque nos han conquistado.
 
Los datos de los abuelos se están comprobando.
 
Hay tantas religiones que nos están destruyendo, porque se está viviendo del creyente, porque la religión de los abuelos era para aprender, era para ellos, no para vivir de ella. Nadie puede tener la riqueza que tú tienes. Se destruye el cuerpo, pero hay una fuerza que hay que buscar.
 
Mi abuela murió de 130 años, otro abuelo de 125, y mi mamá de 115. Todos los relieves que vemos en la zona son la tradición, antes de la llegada de los españoles; los relieves hablaban de antes de Cristo y también de después. Nos hemos progresado mucho después de Cristo, el hombre solamente iba a lograr un intercambio hombre-planta, ahí está en las piedras del Tajín.
 
Los abuelos nos dejaron datos tan importantes pero sólo dejaremos lo que vemos, cosas malas; no estamos dejando nada positivo para el planeta, se va a quedar nuestro planeta sólido (solo), sin gente, como le sucedió a la Luna.
 
Los abuelos dicen que este es el único planeta cerca del Sol que tiene vida, no es el camino reforestarlo; nosotros debíamos haber encaminado lo que es provechoso para nuestro planeta, pero ya no se va a lograr nada.
 
Los datos que te doy me gusta que se lean; nosotros conservamos la tradición de los abuelos, nuestros abuelos eran totonacas que nos dejaron tradición porque solamente querían lo que da este planeta.
 
Yo siempre he hablado, he hablado mucho; hay gentes que dicen que se aburren de mis pláticas, pero yo creo que para que los investigadores alcanzaran algo de lo que investigan, sería si aprendieran perfectamente el dialecto y a la vez la tradición del lugar. Aquel que lo lograra aquí en el Tajín sacaría mejores datos que nadie; sería criticado en un principio, pero después demostraría su razón, porque no sería su fuerza, sino que sería otra fuerza, porque los relieves no están muertos, están vivos; así se podría demostrar la fuerza de los abuelos, la tradición se escribió en las piedras.
 
Yo trabajé con García Payón en el Edificio C; yo era albañil; ahí pude ver lo que dejaron los conquistadores del Tajín cuando se fueron los toltecas. Encontramos una mujer que estaba en una estela, la mujer la habían hecho los toltecas porque los antiguos no adoraban a las personas, eso era de los toltecas porque los antiguos no adoraban a las personas, eso era de los conquistadores. Los totonacos partieron la pieza y la voltearon, usando la figura de mujer como asiento de un relámpago que es el mismo Tajín, que es la fuerza verdadera; se comprende pues que cuando se fueron los conquistadores los totonacos quisieron reconstruir el Tajín, pero ya eran pocos, ya se los habían llevado.
 
Aquí hay muchos toltecas que no saben nada de la tradición como sí lo sabemos los originales totonacos; yo estoy firme de lo que es nuestro. Por eso yo tampoco acepto lo que trajo el español, porque no hay ninguna unión buena; porque no hay unión, no hay obediencia.
 
Cuando teníamos un camino señalado para salvar este planeta, como señalaban los abuelos, se vive en otro planeta donde hay todo pero nada se consume. Hay algunos que viajan y comprueban que no hay frío, no hay Sol, no hay nada porque no se necesita, se progresó de tal forma que ya no es necesario.
 
Hay algo misterioso para nosotros, hay necesidad de la muerte. Cuando alguien muere, por su reencarnación se llega a saber. Hay una consideración de un invisible poderoso; para que un hombre progrese debe buscar ese fluido que lo volverá poderoso.
 
Cuando muere el hombre, si tuvo ese fluido reencarnará y viene progresando con los ideales y conocimientos, va sabiendo muchas cosas, va leyendo, descubre muchos planetas, muere después y ya va tan avanzado que tiene una fuerza que no tiene quien no practica esa fuerza. En la séptima reencarnación el hombre está lleno de ese fluido pero debe de dejar algo a la tierra. Dice: yo me muero pero dejo a la tierra lo que le pertenece; muere y llega a un lugar donde no se muere, no se trabaja, no hay desacuerdo, hay igualdad.
 
Esto se hubiera podido lograr si se hubiera seguido la enseñanza de los abuelos. Como ahora se menciona, hay una palabra que estaba dormida, la solidaridad; la sacó Carlos Salinas de Gortari, pero sólo para conquistar. Si él la hubiera desarrollado verdaderamente, hubiera sido ese fluido que debían adquirir todos. Esa palabra solamente se menciona pero no la estamos practicando.
 
Si se le diera a los que conocen la facultad, la posibilidad de que enseñaran lo que se conoce, podríamos salvar a algunos que llegarían con un conocimiento bueno, pero nuestro planeta está señalado. Esta cosa es la que recibí de los abuelos.
 
En el comienzo de los originales totonacos, era vivir la gente para orientar a la salvación; ellos siempre orientaron invocando al Tajín, enviados de uno grande pero que habla como nosotros, no hay problema de lengua.
 
A medida que iban demostrando su fuerza, se iban acercando otros habitantes, así construyeron los primeros edificios del Tajín. Los edificios eran chicos; hacían edificios que ellos pensaban que iba a ser un edificio vivo, por eso no maltrataban las piedras.
 
Fue creciendo el Tajín y fueron bajando gente de otros lugares como de la sierra de Puebla; los pobladores que llegaban no vinieron a la fuerza, vinieron por la fuerza no humana que había en el Tajín y que se presentaba para hacer cosas buenas. Llegó el grado de gentes que eran totonacas, que hablaban la misma lengua e hicieron sus edificios en los que grabaron lo que aprendieron en otros mundos; no lo hicieron en madera ni en pencas ni en piel, porque eso no se conserva; todas las cosas las dejaron grabadas en piedra. Los abuelos tienen un buen principio, no para trabajar por la fuerza, sino que se acercan todos los que quieran vivir y recibir conocimiento.
 
Con el paso de otras tribus se fue destruyendo el Tajín; sólo lo conservan los verdaderos totonacos, lo conservan muy en secreto, pero en nuestros días se está comprobando la tradición que nos dejaron nuestros abuelos. Algunas otras zonas no crecieron porque crecieron sin fuerza; el Tajín es el único lugar en que se mantuvo la fuerza más importante, por eso es la ciudad tan importante.
 
Algunos investigadores dicen que aquí se adoraba al Sol, pero lo dicen porque no tienen ni conocen la tradición. Hay datos importantes en los relieves; hay algunos que hablan de la fuerza y el fluido del que te he hablado, pero hay otros que solamente hablan de cosas comunes, que salen de este planeta.
 
En la religión totonaca no eran guerreros nuestros abuelos; aunque se conocieron el arco y la flecha, nunca se emplearon para pelear, no para herir a otros hombres. En uno de los relieves aparecen las flechas, pero el relieve se hizo mucho tiempo atrás, antes de Cristo; ellos nunca pensaron la conquista por la fuerza. La ambición de ellos es conquistar otros planetas para ser como los que ya están ahí. Buscaban el fluido, la espiritualidad y no las cosas materiales, las de este mundo.
 
Hoy la televisión nos da la razón de lo que nos enseñaron los abuelos. Veían a las plantas y nos decían: va a venir un ciclón. Hoy en la tele anuncian el ciclón y las plantas lo están diciendo; eso lo transmitieron a sus hijos y yo lo he hecho también con los míos. Sin embargo, lo que sucede es que la escuela está destruyendo los datos más importantes; si hubiera una escuela en la que permitiera nuestro gobierno que se enseñaran esas cosas, entonces pienso que lograríamos salvar algunos humanos, aunque el planeta ya está destinado al fracaso.        
 
Después de tantos años de trabajar con García Payón y su señora, una noche de Luna, hablando de viajes espaciales, García Payón sale y dice: está dicho que en estos días los americanos llegan a la Luna, y me pregunta su señora: ¿qué dice usted de esto? Yo no puedo decir nada porque si hablo contradigo a los científicos, si digo la tradición de mis abuelos me dirían loco. Alguien dijo que el hombre volaría y le dijeron que estaba loco, y ya ven ahora.
 
Los abuelos dicen que en la Luna nadie puede vivir, porque en la Luna se terminó el buen ambiente para que vivan los hombres; lo sé por la tradición de mis abuelos y estoy seguro de que no se puede vivir, y eso lo confirmaron los que llegaron a la Luna.
 
No, los primeros en el espacio y en otros mundos no fueron los rusos ni los americanos. Hay materialismo aquí, datos que nos confirman, que nos muestran las piedras, que los antiguos conocieron otros planetas. En los relieves se ven hombres que están en el espacio, pero no lo hicieron con las máquinas, con el materialismo, sino a través del fluido y la fuerza de la que te he venido hablando.
 
A la llegada de 1575 llegó Diego Ruiz (se refiere a la primera noticia que se conoce del Tajín) buscando planes para sembrar tabaco, y ahí han de haber llegado los antiguos por sembrar tabaco y vainilla.
 
Se pensaba que el Tajín era muy chico porque creían que era solamente una pirámide; por eso le dejaron una hectárea a la pirámide en 1896 al repartirse la tierra, las demás pirámides no se veían. En el registro de los antiguos abuelos a la pirámide solamente le dejaron una hectárea.
 
Después de Ruiz, la zona estuvo dormida hasta 1934. Por primera vez el gobierno ordenó la primera tumba de vegetación, a cargo del primer hombre que llegó aquí a trabajar la zona, Agustín García Vega. La espesa montaña se desmontó, fueron como 60 hectáreas las que se desmontaron. Yo trabajé ahí como peón, pero a Agustín García Vega le gustó mi trabajo, me llamó para que le ayudara yo, ya no en trabajos tan duros; yo era el encargado de comprar la fruta, de comprar la comida.
 
Luego me dice: tú te vas a encargar de limpiar la Pirámide de los Nichos, y búscate otro señor que ama lo que tú amas. Ahí fuimos trabajando; bajando vimos cómo eran los estucados de la Pirámide de los Nichos; eran colores muy finos, el grosor del estucado como un papel, colores verdes muy finos; todo ya está removido. Yo veía que García Vega no era un investigador, que no trabajaba bien; eso se debió guardar para mostrar después. El sólo conoció pocos edificios.
 
El Tajín se volvió a abandonar hasta 1938 en que viajó José García Payón, haciéndose cargo de la zona arqueológica como jefe de la Zona Oriental del Departamento de Monumentos; estaba nuevo México en arqueología. En 1940 vino y vio cómo se encontraba la Pirámide de los Nichos y comienza a bajar. Yo trabajé otra vez ahí. Faltaban dos hileras de nichos para destaparla y me gustó bastante trabajar ahí, para que yo viera lo que los abuelos decían. Estaba destinado.
 
Pegó un huracán que se vino del sur; si venía del sur era muy peligroso, se comprueba porque el lado sur de la pirámide de los Nichos se destruyó, no así el lado norte. Debió ser un ciclón tan fuerte que los relieves del santuario (templo superior de la pirámide) fueron tirados al lado norte y al frente. Sólo yo sabía por qué se encontraban esos relieves ahí; los abuelos me lo habían dicho.
 
García Payón empezó a restaurar las escalinatas sin maquinaria, sólo con la fuerza de los de aquí. El gran nicho central está caído; decían unos que era muy pesado. Le decíamos a García Payón: ¿cómo le vamos a hacer? El contestaba: ustedes, sus abuelos lo construyeron, ustedes deben saber cómo moverlo. Comenzamos entonces a trabajar con el palo volador (árbol que se usa para la danza de Los Voladores), nos ayudábamos con las escaleras en las que se iban a descansar los polines de madera para soportar las grandes piezas y que no se resbalaran. Las piezas a mover pesaban como cuatro toneladas; no se utilizaron barretas de fierro, se utilizó pura madera, muchas palancas de madera. Así lo hicimos, aunque lento pero se hizo. Se trabajó tan bien que entre las piezas del nicho se hizo una unión en la que no entra una navaja de rasurar. Así se trabajaron las grandes piezas de piedra del Tajín, como por ejemplo las columnas que bajamos del Edificio de las Columnas.
 
García Payón respetaba la arquitectura del Tajín; en las escalinatas de la Pirámide de los Nichos reconstruyó las grecas de las alfardas. No fue un invento de él, como se ha dicho: se encontró los datos empotrados y reconstruyó con los datos las grecas. Limpiamos varios edificios en los que se recuperaron varias piezas de las que se encuentran en la bodega, como el Tlaloc.
 
Se taparon algunas grecas con tierra porque no había dinero para otros materiales y había que seguir los trabajos. Los antiguos utilizaron en las uniones una mezcla de cal con zacate; en una de las partes se encontró un depósito de cal para enfriar la cal, ya que la cal caliente destruye, no sirve para la construcción.
 
García Payón me vio que yo era bueno como albañil, que tenía amor por lo que hacía; él me encomendó tareas delicadas. Desde la primera vez que vino me buscaba cada temporada que venía a trabajar al Tajín.
 
En 1946 trabajamos el Juego de Pelota Norte, de ahí se fue a Cempoala a trabajar; le dije que si podía ir con él y me dijo que sí. Pero ahí no es igual que en el Tajín; me aburrí mucho, aguanté como dos meses y le dije a García Payón que me regresaba. El creyó que me iba porque tendría deudas de comidas o lavadas; averiguó y comprobó que no, que me iba porque me aburría Cempoala, porque no es igual que el Tajín.
 
Me regresé al Tajín y cada vez que él regresaba me buscaba; me gustaba mucho trabajar con él.
 
Vino una temporada larga con unos norteamericanos y unos estudiantes de Jalapa; se trabajaron varios años. Se desmontaba dos veces al año para mantener limpia la zona y los edificios que se habían trabajado. Él, con el poco dinero que le daban lo empleaba en lo que estaba destinado; no le quedaba a deber a nadie, no dejaba trabajos pendientes, era muy estricto, igual que yo para el trabajo.
 
A los trabajadores en el inicio les decía: los hemos buscado porque son trabajadores; si alguno se aburre no lo vamos a correr, ustedes solos se van a ir.
 
En 1971 fue su última temporada; estaba contento porque le habían prometido dinero para trabajar el Edificio de las Columnas. Si nos dan dinero, me decía, vamos a ver cómo estaba el edificio, me decía mostrándome la reconstrucción que había dibujado.
 
Se pasó el tiempo y no le daban el dinero; se desmoralizó mucho, como que se ponía triste (en este momento don Pedro interrumpe su plática; los recuerdos lo hacen llorar).
 
Recordaba las promesas y empezó a enfermar. Era su intención dejar las Columnas como se encontraban; ya no regresó al Tajín. Lo fui a ver a Veracruz; ya no se encontraba bien, estaba grave y ahí murió. Me regaló antes uno libros de los trabajos que había hecho en Malinalco y otros sitios y que le habían criticado mucho. Pienso que los datos de él del Tajín se encuentran perdidos, que nunca se los publicaron.
 
En 1963 me hizo responsable de la zona arqueológica y la administración; me pidió que cuidara la zona de acuerdo con sus instrucciones. Yo no lo puse en vergüenza ni él me puso en vergüenza; yo cumplí con lo que él me señaló 30 años antes, hasta mi jubilación.
 
Ya tramitando mi jubilación le escribí a la directora del INAH en México, le escribí lo que había pasado. Cumplí con lo que se me había encomendado, defendí a la zona, me enfrenté a los hombres de aquí y de allá para defender lo de mis abuelos, como hombre que soy.
 
Estoy contento y me retiré. Entraron 17 nuevos trabajadores a la zona y les dije: los nuevos no tienen amor, por eso yo les pido que cuiden y conserven la zona que nos dejaron nuestros abuelos, como verdaderos totonacos.
 
Vino un administrador pensando encontrar los malos manejos de los boletos de la zona; yo le demostré cómo trabaja un totonaco. Le entregué todo, libros y piezas, pero luego me mandó llamar, me dijo que el encargado que dejé provisionalmente no informaba nada; por eso todavía después de mi salida de la zona me siguen buscando.
 
Lo importante a la llegada de Brüggemann y los arquitectos (se refiere al proyecto iniciado en la zona hacia 1988; el proyecto fue criticado por sectores de la comunidad académica. Entre los críticos más fuertes de este proyecto se encuentra don Pedro) es que todo lo hicieron sin cuidado. Movieron con barretas de fierro todo, todo lo despostillaron; yo bajé piezas hasta de 700 metros de alto, todo con madera, sin ninguna maquinaria. Ellos igualmente en el Juego de Pelota Norte movieron piezas sin cuidado, con barreras, con grúas, sin cuidado.
 
La arqueóloga Lourdes vio que había en el Juego de Pelota Norte una pieza de las estelas que habían puesto al revés y me lo señaló; yo ya lo sabía, le dije: qué bien que tú hablaste antes, para que no digan que soy polillero (político).
 
Rompieron muchas piezas por estar usando grúa. Muchas cosas pasaron con el proyecto de Brüggemann; él no tiene amor por lo que hace, él no hace bien lo que aprendió. Si yo voy a una laguna pregunto a los que han vivido ahí, antes de meterme; lo mismo para con las zonas arqueológicas, más cuando han trabajado antes otras gentes.
 
No está bien como van, les decía, pero no había comunicación; nunca más dije nada, me retiré y que suceda lo que suceda. Esto es lo que he visto yo que he trabajado y cumplí un deber que estaba a mi orden.
 
 

Nuestro entrevistado nos citó un día domingo por la mañana para conversar en la comunidad de El Tajín, distante sólo un kilómetro de la famosa zona arqueológica del mismo nombre. En su casa blanca e impecablemente limpia, don Pedro Pérez Bautista nos entregó parte de su vida y sus conocimientos.

 

Orgulloso totonaco, respetado y connotado personaje de su comunidad —de la cual es Agente Municipal—, don Pedro es también ex trabajador del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Hace dos años se jubiló, después de 30 años de servicio, y ha conocido de cerca todos los proyectos realizados en la zona arqueológica, en la que trabajó desde 1934.

 

Como compañero de trabajo, conozco a don Pedro y su filosofía sobre El Tajín desde hace muchos años; por eso decidí mostrar aquí su pensamiento, su vida y obra, conocedor de la gran facilidad de palabra de don Pedro.

 

La entrevista se realizó sin equipo de grabación. Sólo he hecho una ligera corrección de estilo; sobre todo he recortado información repetida en la entrevista o que por razones de exposición parecía estar desordenada, prefiriendo ofrecer el texto corrido de lo dicho por don Pedro. Estimo que así la lectura será mejor. Solamente en algunas partes, entre paréntesis y con cursivas, hago algunas aclaraciones que me parecen pertinentes para mayor entendimiento del texto. La versión, ya transcrita, fue revisada y autorizada por don Pedro.

 

Espero que los conocimientos y las tradiciones de El Tajín, visitadas por uno de sus más sabios habitantes, heredero del pensamiento antiguo —de la tradición, como él lo llama—, aporte al lector una parte importante de la filosofía que hay en la profundidad del pensamiento indígena. Nuestro entrevistado nos aclaró que traducía los conceptos del totonaco, buscando los términos más cercanos en español. Ello, su hospitalidad y su amistad tendrán siempre mi gratitud.

 

Don Pedro Pérez. Fotografía de Daniel Nahmad
 articulos
 
     
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Daniel Nahmad Molinari
Instituto Nacional de Antropología e Historia.
     
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cómo citar este artículo
 
Nahmad Molinari, Daniel. 1998. El Tajín: una visón propia. Entrevista a Don Pedro Pérez Bautista. Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 4-9. [En línea].
     

 

 

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Funes el memorioso
(fragmento)
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Jorge Luis Borges  
                     
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español,
los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diez y nueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
 
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como la vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pesaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
 
Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele. Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoleón, Agustín de Vedia. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marcas; las últimas eran muy complicadas… Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades; análisis que no existe en los “números” El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme.
 
Locke, en el siglo XVII, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol, de cada monte, sino de cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas, a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez. 
 
Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcaba tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuatro (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.
 
Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.
 
     
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Jorge Luis Borges
Escritor
     
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cómo citar este artículo 
 
Borges, Jorge Luis. 1998. Funes el memorioso (fragmento). Ciencias, núm. 49, enero-marzo, pp. 68- 69. [En línea].
     

 

 

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