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Exequiel Ezcurra |
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El índice de calidad del aire es la medida que se usa en la ciudad de México para informar a la población acerca de los niveles de contaminación atmosférica; conocido como IMEQA (Índice Metropolitano de Calidad del Aire; SEDUE, 1985), está basado en una metodología sencilla de cálculo, a partir de dos “puntos de quiebre”. Los puntos de quiebre son valores estadísticamente conocidos, por encima de los cuales ocurren alteraciones significativas en la fisiología de las poblaciones humanas. Las rectas que unen los puntos de quiebre sirven para convertir valores de concentración de contaminantes en el aire en valores de una escala arbitraria que va de 0 a 500 puntos IMECA, la cual da una idea subjetiva del grado de peligrosidad asociado a los niveles de contaminación del aire. Los índices obtenidos de estas rectas (conocidas por SEDUE como “funciones linealmente segmentadas”) son seis en total, y miden la calidad del aire respecto de: 1. Partículas sólidas en suspensión. La escala del IMECA está basada fundamentalmente en la definición de dos puntos de quiebre: el umbral crítico que define el valor IMECA 100 y el que define el valor IMECA 500. Como puede verse en los cuadros 1 y 2, los puntos de quiebre de la escala del IMECA corresponden de manera muy cercana (en algunos casos exacta) con los niveles “primario” y de “daño significativo” de la norma federal de calidad del aire de los Estados Unidos de América (NAAQS National Ambient Air Quality Standards; Thom y Ott, 1975). De hecho, el IMECA reconoce haber sido adaptado del índice de Ott y Thom (1975) para los Estados Unidos, que esta a su vez basado en las normas federales. Sin embargo, los umbrales del IMECA 100 son algo más permisivas que los aceptados en otros países, como Japón, o en algunas regiones particulares de los Estados Unidos. Este problema es particularmente notable en el caso del ozono: mientras que la norma mexicana reconoce valores inferiores a 0.11 ppm como tolerables, la norma NAAQS para California establece que valores superiores a 0.08 ppm no deberían presentarse más que en una sola vez al año y con duración menor a una hora. La diferencia es crítica: si el IMECA adoptara la norma californiana, la mayor parte del tiempo la atmósfera de la ciudad de México debería considerarse como dentro del nivel de alerta poblacional.
Sin embargo la diferencia más notable entre el IMECA y la escala de Ott y Thom, radica en la definición de los niveles de peligrosidad de los índices. En el cuadro 3 se resumen las descripciones del IMECA, de Ott y Thom, y de la norma NAAQS para niveles similares de contaminación. Por ejemplo para el nivel 101-200, el IMECA describe “Aumento de molestias en personas sensibles”, mientras que, el índice de Ott y Thom lo define como definitivamente “malo para la salud”. Los niveles siguientes, descritos por el IMECA como de incidencia fundamentalmente sobre la población sensible, son descritos por Ott y Thom como “peligrosos” para la salud humana, y son definidos por la norma NAAQS como niveles de “alerta”, de “aviso”, y de “emergencia”. En el último nivel la diferencia de definiciones es aún más marcada: mientras que el IMECA describe este nivel como de “aparición de diversos síntomas e intolerancia al ejercicio en la población sana”, el índice de Ott y Thom lo describe como “peligroso” y la norma NAAQS como de “emergencia” poblacional. La segunda característica importante del IMECA es la combinación de los distintos indicadores de la calidad del aire en un índice global, a través del procedimiento denominado “función de operador máximo”. Este procedimiento consiste en informar sólo acerca del índice que tuvo mayor puntaje en la escala del IMECA, haciendo caso omiso de los demás valores. El operador máximo tiene, por un lado, la virtud de no promediar los valores de los índices, dándonos así una medida exacta del nivel de la peligrosidad que encierra el contaminante principal. La idea detrás de este procedimiento es informar acerca del “peor de los casos”, es decir, el cálculo del IMECA asume que si se presenta al público la información acerca del contaminante con niveles más elevados, se le informa de maneta insesgada acerca de los niveles más críticos para la salud humana en el total de los contaminantes atmosféricos. El procedimiento, sin embargo, tiene un inconveniente. Al informar acerca solamente del contaminante principal, el operador máximo oculta si los demás contaminantes presentan también valores potencialmente dañinos para la salud humana, o si, por el contrario, se encuentran dentro de umbrales aceptables. Una buena información acerca de la calidad del aire debería describir los niveles de contaminación de todos aquellos contaminantes que se encuentren por encima del umbral del IMECA 100. El indudable deterioro de la calidad del aire en la ciudad de México ha motivado que la población esté atenta y preocupada. Muchos citadinos quieren y desean ser informados acerca de los niveles reales de peligrosidad a los que se enfrentan, sobre todo durante el invierno cuando la atmósfera sobre la ciudad se estabiliza. Los niveles de tolerancia y los umbrales establecidos en el IMECA para el nivel 100, son en general más elevados que los aceptados internacionalmente, sobre todo en los casos del ozono y del monóxido de carbono. Sería conveniente revisar estos puntos de quiebre de manera periódica, según las nuevas evidencias que se van acumulando en diferentes laboratorios y organismos internacionales.
La descripción de los niveles de daño a la salud humana, asociados a los diferentes puntajes del IMECA, es por un lado demasiado larga y compleja, y por el otro parece restarle importancia a los verdaderos riesgos asociados con situaciones prolongadas de acumulación de contaminantes sobre la atmósfera de la ciudad. En distintos organismos internacionales existe el consenso de que cualquier nivel por encima del IMECA 100 es muy dañino para la salud humana en general, sobre todo si se prolonga por varias horas o días, y que a largo plazo ocasiona algo más que simples “molestias menores en personas sensibles”. El IMECA, tal como se informa actualmente a la población, no marca diferencia alguna entre un nivel 100 que se prolonga sólo una hora, y niveles similares que se prolonguen por varias horas o aun días. En el futuro, será necesario informar a la población de los niveles reales de contaminación atmosférica que se detectan sobre la ciudad Para ello, se debería informar de todos los contaminantes que superen el nivel 100 del IMECA, y no solo del “operador máximo”. Por otro lado, sería conveniente anexar a la información que se distribuye a los medios de difusión, las concentraciones equivalentes en partes por millón (ppm) o en µg/m3, de los niveles indicados para cada contaminante. Muchos habitantes de la ciudad, con educación técnica o con formación en ciencia ambientales desean conocer, además del índice, los valores reales de contaminación que se registran.
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Referencias Bibliográficas Ott, G. C., and W. R. Thom, 1975, Air Pollution Indices, U.S. Environmental Protection Agency, Washington, 164 pp. |
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Exequiel Ezcurra
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Jorge Legorreta |
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La ciudad de México concentra las más importantes actividades económicas, políticas y culturales del país, pero por ser el producto de una expansión urbana sin planeación, alberga la quinta parte de la población total de la República. La política de acelerado crecimiento industrial, fomentada a partir de la década de los cuarenta, no consideró los costos sociales que implicaría su ejecución. El crecimiento demográfico y físico, la concentración industrial y el incremento de vehículos, provocaron varios desequilibrios; entre otros, un deterioro ambiental de considerable magnitud. La ciudad reúne la mayor cantidad de fuentes naturales y artificiales de contaminación: áreas erosionadas, basura y defecación a cielo abierto, filtraciones al subsuelo de aguas no tratadas, fábricas, talleres, termoeléctricas, refinerías, industrias químicas, del cemento y de fertilizantes, fundidoras, baños públicos, incineradores industriales y domésticos, millones de vehículos automotores de combustión interna y aviones, para mencionar algunas. En 1989 se emitieron a la atmósfera alrededor de 14000 toneladas de contaminantes al día, mundialmente la mayor cantidad de emisiones en una ciudad. La industria contribuye con el 12.6% anual de los contaminantes atmosféricos. Las cuatro principales fuentes son: a. Las plantas de cemento Tolteca y Anáhuac. Cabe destacar que 600 de las industrias asentadas en la ciudad son altamente contaminantes, de las cuales sólo una cuarta parte cuenta con equipo anticontaminante, que en muchos casos es insuficiente o imperante. Otra fuente de deterioro ecológico son los vehículos de combustión interna, principalmente los automóviles, que en menos de dos décadas se convirtieron en el principal contaminante. En los años setenta se consideraba que no emitían más del 50%, pero a partir de los ochenta pasaron a ocupar el primer lugar. Diagnósticos de diversas dependencias públicas realizados entre 1982 y 1988 les asignan del 75 al 85% del total de emisiones contaminantes. La contaminación por vehículos automotores actualmente se ha convertido en un problema crítico, debido a que su origen es particularmente complejo, pues no es sólo producto de las técnicas de fabricación, sino que también debe considerarse su proliferación, la cantidad de combustible utilizado, la lentitud de la circulación vial, el tipo y antigüedad de los autos y las condiciones geográficas de la ciudad de México. Entre 1950 y 1988 el número de vehículos en el DF aumentó más de 24 veces, mientras que la población apenas 3.4; si en 1940 existía un vehículo por cada 36 habitantes, en 1989 la proporción era de 1 a 6. En ese año circulaban en toda la ciudad alrededor de 3 millones de vehículos; de ellos casi la totalidad carecían de los aditamentos anticontaminantes más eficaces: el convertidor catalítico y el turbocargador. El uso creciente del automóvil tiene su efecto correlativo en la contaminación atmosférica: el 95% se emplea para usos privados o individuales, transporta el 19% de los viajes-persona-día (VPD), ocupa el 70% de la vialidad y consume 15 veces más combustible por persona que el sistema colectivo. La cantidad de combustible que utilizan es muy elevada: entre 1970 y 1988 su consumo en la ciudad se incrementó a más del doble y representó un tercio del total nacional. En 1980 los automóviles particulares y taxis consumieron 4903 millones de litros de gasolina (alrededor de 13.4 millones diarios) y los autobuses y camiones 1102 millones de diesel (aproximadamente 3 millones diarios). Para 1988 se demandaron 16.2 millones de litros de gasolina al día: casi un litro por habitante; y más de 5 millones de diesel. Una estimación comparativa entre 1970 y 1988 sobre el número de vehículos y combustible consumido, indica un crecimiento directamente proporcional de éstos con el de los contaminantes emitidos, a pesar de que el uso del combustible mejorado data de 1984. También está comprobada la relación directa entre la emisión de contaminantes, la velocidad, el flujo y la concentración de vehículos. Otro agravante de la creciente contaminación del aire son las condiciones geográficas de la ciudad. Por estar situada en un valle, cuando se reduce la intensidad de los vientos, la difusión de los contaminantes en la atmósfera es mínima. Durante casi 7 meses al año, la zona mantiene en promedio vientos de baja velocidad (menos de 1.5 m/seg.), que generalmente circulan de norte a sur y actúan como una verdadera escoba que dispersa los contaminantes hacia el centro, el sureste y el suroeste de la ciudad. También influye la altitud, pues el bajo contenido de oxígeno provoca deficiencias en los procesos de combustión interna de los motores; aquí, un metro cúbico de aire contiene 212 gramos de oxígeno, mientras que al nivel del mar, 275. La eficiencia de combustión de un automóvil bien afinado es de 92%, y en el DF de 69%. Debido a la altura, 3 millones de vehículos producen una emisión equivalente a 6.3. El ruido es otra forma importante de contaminación del aire. En los últimos 15 años, la tecnología y las grandes aglomeraciones, han propiciado su notable incremento en las ciudades. La OMS considera que el límite recomendable para no afectar el oído, es de 85 decibeles (dB). Sin embargo, desde los años setenta, en el primer cuadro de la ciudad y en algunas de sus arterias principales, existían niveles superiores a los 95 dB. Las zonas de mayor contaminación sónica son la cabecera de aterrizaje del aeropuerto, la colonia Industrial Vallejo y las delegaciones Azcapotzalco, Cuauhtémoc y Gustavo A. Madero. En la década de los ochenta, la ciudad de México se volvió altamente vulnerable a las catástrofes; esta situación se debe, en gran medida, a la flexibilidad y falta de rigor con que se cumplen y aplican las normas públicas, situación de la que no se excluye la creciente contaminación atmosférica, sobre la que se dice y escribe mucho, pero poco se hace. El problema es complejo si tomamos en cuenta la dimensión de la urbe y su proceso concentrador, sin embargo la falta de una política previsora para evitar su acelerada expansión y la proliferación de las patrones modernistas de consumo, han incrementado notoriamente la generación de residuos tóxicos, principalmente aquellos que emite el transporte automotor. La capacidad política y financiera del Estado y la sociedad, es todavía insuficiente para evitar dicha contaminación. A pesar de todo lo anunciado, el discurso prevalece sobre las acciones para controlar las fuentes emisoras. Desde hace casi dos décadas existen abundantes planteamientos oficiales para enfrentar el asunto; ello indica que el gobierno sabe qué hacer, pero ha faltado el cómo. La voluntad política para ejercer las medidas, limitada e interrumpida por los cambios sexenales, es todavía muy débil frente a los intereses de las fuentes contaminantes. Cada administración parece tener una visión muy propia del problema y no siempre hay coincidencias y continuidad en los proyectos. Los planes y programas al respecto, presentan sólidos y abundantes lineamientos y políticas a seguir. Pero no se han cumplido en su totalidad por su discontinuidad, complejidad técnica, elevado costo financiero y un entramado de relaciones burocráticas y de corrupción, que es urgente erradicar. No es tarea fácil conocer con certeza los niveles de la contaminación en los últimos 20 años, particularmente la que provocan los automotores. Esta dificultad se debe no solo a la dispersión de datos básicos y a la diversidad de fuentes, sino principalmente a la publicación incompleta de cifras oficiales sobre las emisiones. Por otra parte los límites tolerables de algunos contaminantes son demasiado débiles, comparados a los de otros países, a pesar de que incluso, deberían ser más estrictos, debido a la mayor altitud de la ciudad, y a que esta ubicada en una cuenca cerrada. Dentro de esta debilidad destacan los casos de: el bióxido de azufre, que aquí es 1.3 veces más tolerable que en Checoslovaquia e Italia; las partículas sostenidas totales (PST), 1.8 veces más que en Italia y 0.8 más que en Checoslovaquia; y el monóxido de carbono, 0.5 veces más tolerable que en Estados Unidos. Además, hay aspectos criticables en la forma en que SEDUE realiza las mediciones, como por ejemplo, las cantidades precisas (como microgramos por metro cúbico y partes por millón) son traducidas a IMECA, indicador incomprensible para la mayoría de la población. Otro caso criticable, es el relativo a los valores promedio de concentraciones, que pueden disminuir cuando se integran con cifras de monitores ubicados lejos de las áreas industriales o en las periferias urbanas. Pero el problema más significativo lo constituyen la incongruencia y la insuficiencia de algunos datos. Conocer con precisión, y en forma global, la tendencia de la contaminación en los últimos años para toda la ciudad, así como el grado que alcanza respecto a los límites permisibles, no es del todo posible, debido básicamente a dos razones: una, el que la SEDUE no proporciona promedios para toda la ciudad, sino por zonas y por estación de monitoreo; y dos, en México no se han establecido ni reglamentado las normas límite anuales (media aritmética y/o geométrica). De ahí que, para tener una idea aproximada de la contaminación que caracteriza a la ciudad, la información disponible se agrupó en promedios aritméticos anuales, comparándose con las normas de otros países. La información proporcionada por la SEDUE indica, desde 1978, tendencias crecientes de bióxido de azufre, plomo y PST. Durante 1983 y 1985, los promedios anuales de bióxido de azufre registraron disminuciones relativas, seguramente debido a que el gobierno federal y el DDF realizaron acciones más enérgicas. Baste citar por ejemplo, la sustitución de combustóleo por gas natural, en una de las dos termoeléctricas y el cierre de algunas industrias. Sin embargo, en 1987 se incrementó casi al doble con respecto al año anterior. Dicha concentración de 121 microgramos/m3, rebasó ampliamente el límite permisible de 80, adoptado en Estados Unidos. No hay que olvidar que el bióxido de azufre es uno de los más peligrosos contaminantes de la atmósfera. En la misma situación se encontraban las concentraciones del bióxido de nitrógeno durante 1986 y 1987: rebasaban los límites establecidos en Estados Unidos y Japón. En el caso del plomo, los años más críticos fueron 1980 y 1982, luego disminuyeron temporalmente sus concentraciones. En 1986 se registró su nivel más bajo (0.8 microgramos/m3), probablemente debido al cambio en la composición química de la gasolina, que tuvo lugar a mediados de ese año; pero sin embargo, en 1987 registró un aumento a 1.3 microgramos/m3, cifra superior a los límites impuestos en Checoslovaquia, de 0.7. La tendencia de concentraciones de PST disminuyó en 1985 y 1986; pero a partir de entonces, al igual que los otros contaminantes, volvió a incrementarse. No existe información disponible sobre normas promedio anual de PST por lo tanto no es posible su comparación. Sólo indicaremos que, en 1987, su nivel alcanzó los 299.2 microgramos/m3 en promedio anual, cifra superior a la norma límite mexicana, que es de 275, a la de Estados Unidos de 260 e, incluso, a las de Checoslovaquia y Japón; pero todas ellas son en 24 horas. En la misma situación se encuentra el ozono, contaminante que predomina en la atmosfera de la ciudad desde hace años. Como ha sido reconocido recientemente por la SEDUE, los niveles de contaminación rebasan las normas límite la mayor parte del año, lo que ha generado ya una situación preocupante por los daños provocados en la salud de la población. De continuar con la tendencia ascendente de las emisiones contaminantes registradas en los últimos años, y que está asociada al incumplimiento de las medidas, se prevé que, a más tardar, en 15 años tendremos una catástrofe similar a las de otras ciudades. Sin embargo para ello se necesita que aparezcan tres condiciones simultaneas, a saber, que se eleven las concentraciones de contaminantes, a cifras superiores a los 300 IMECAS (650 microgramos/m3 de PST, o 1500 de bióxido de azufre en 24 horas); que se estanquen estos contaminantes a poca altura, debido a la escasez de vientos; y, por último, que se produzca un periodo prolongado de inversión térmica de entre 3 o 4 días consecutivos. Es necesario insistir en la importancia que tiene el hecho de que los criterios con los que se han fijado las normas y los límites permisibles, tienen márgenes de tolerancia mayores que los de otros países. Además, debemos subrayar que los peligros inminentes para la salud no solo dependen de la concentración de un contaminante, sino de su combinación con otros, del tiempo de exposición y de unas condiciones geográficas particulares. Ante esta situación, tan diversa y sujeta a cambios, es indispensable hacer entonces mayores esfuerzos para impulsar políticas y acciones más estrictas y preventivas. EL PROGRAMA GUBERNAMENTAL CONTRA LA CONTAMINACIÓN ATMOSFÉRICA Este programa contra la contaminación atmosférica, presentado por la actual administración, viene a sumarse a otros muchos presentados anteriormente. En 1978 durante la administración del Lic. López Portillo, se propuso quizá el más ambicioso y completo programa denominado “Para mejorar la calidad del aire del Valle de México”; y en la del Lic. De la Madrid, dos más en 1986 “Las Medidas Contra la Contaminación en la ZMCM” y en 1987 “las 100 Acciones Necesarias”. Los tres fueron, en general, programas completos, con certeros diagnósticos y atinadas propuestas, pero desafortunadamente no del todo cumplidas. Por lo tanto, no sería recomendable adoptar ahora el tono, en cierto sentido triunfalista y de excesiva confianza en las propuestas, que se desprende de la lectura del programa, hasta no ver resultados concretos y metas cumplidas, algunas de las más importantes con plazos hasta de 5 años. Veamos los aspectos centrales del nuevo programa. Según los datos presentados, la contaminación disminuyó en los últimos tres años, remitiéndonos, claro esta, al inicio de la administración sexenal. En 1987 se emitían en la ciudad alrededor de 13470 toneladas al día; según el programa para 1990 disminuyeron a 11935. Sin embargo, la comparación de concentraciones entre los dos últimos periodos invernales, pone en duda tal aseveración. A partir de finales de 1989 los niveles de contaminación detuvieron el ritmo ascendente que traían desde 1984, pero no redujeron su cuantía, excepto en el caso del monóxido de carbono, que se mantuvo estable en 1990 con respecto a 1989, seguramente debido al impacto del programa “Un día sin auto”. Por lo demás, el ozono, el bióxido de azufre, el bióxido de nitrógeno, los hidrocarburos y el plomo, siguen elevando su presencia cuantitativa, aunque, como dijimos anteriormente, a ritmo menor.1 Un aspecto central a destacar del programa, es la disminución relativa de la contaminación industrial con respecto a las otras fuentes. Prácticamente todos los estudios de centros de investigación y diagnósticos oficiales, asignan a la industria de un 20 a 25% de la contaminación, pero según el programa, actualmente se ha reducido a sólo el 8.4%, aumentando la de fuentes naturales (tolvaneras, áreas erosionadas y fecalismo al aire libre), del tradicional 5 al 15%. El cuestionamiento principal sobre la supuesta disminución, surge al comprobar que la presencia del principal contaminante emitido por las fuentes industriales (bióxido de azufre), no ha disminuido significativamente y las emisiones de fuentes naturales (partículas totales suspendidas), se han mantenido casi estables en los últimos años. Reducir la responsabilidad de las industrias en las emisiones contaminantes, podría explicarse en el marco de la actual política económica de fortalecer el sector privado; pero, sobre todo, justificaría el poder seguir asignando la mayor responsabilidad a los ciudadanos, sus autos y la desforestada naturaleza. Hay que recordar que las estrategias contra la contaminación emprendidas por esta administración, se han centrado básicamente en los ambiciosos y vistosos programas de reforestación y los obligatorios controles del ciudadano con respecto a su automóvil; sólo recientemente, se han tomado medidas en lo tocante al mejoramiento de la gasolina y la obligatoriedad del uso del convertidor catalítico en los autos nuevos. Esta última obligatoriedad de la industria automotriz contenida en el programa, es uno de los avances más significativos del gobierno; los ciudadanos tuvimos que esperar 15 años de infructuosos acuerdos y concertaciones entre esa industria punta de nuestro país y las autoridades, pero al fin coincide el uso de ese aditamento con la producción de gasolina sin plomo, con la que ahora contamos, gracia a los japoneses. Bienvenido sea este endeudamiento externo si con él se logra consolidar una tecnología nacional que nos permita, a futuro, no tener que importar gasolina sin plomo, como se hace actualmente al comprar 5 mil barriles de gasolina normal a los Estados Unidos. Otro importante esfuerzo que se emprendió desde pasadas administraciones, es la complicada y costosa sustitución del combustóleo (principal emisor del bióxido de azufre) por gas en las termoeléctricas y en miles de negocios que lo usan, como son los baños públicos, panaderías, restaurantes, etc., incluyendo parte del autotransporte. Los propósitos y metas fijadas no son nuevas, se han planteado en otros programas anteriores y los limitados resultados muestran, en general, poca disposición de los propietarios a cumplirlas, pues no están dispuestos a cubrir los costos que les provoca tal medida; aseguran que es más viable mejorar aún los combustibles utilizados, pensando incluso en la posibilidad de mayores riesgos con el uso del gas. Respecto al transporte automotor, principal emisor de contaminación atmosférica, los resultados que se obtendrán, según el programa, al hacer obligatorio en autos nuevos el uso del convertidor catalítico y de la gasolina sin plomo, sólo podrán evaluarse a mediano plazo, quizá en 4 o 5 años más; esto se logrará, en gran medida, si también se produce un mejoramiento económico de los sectores medios, principales compradores de autos. Su efectividad dependerá de que para 1995, por lo menos el 60% de los autos que circulen por la ciudad, sean modelos posteriores a 1991, lo cual será difícil de lograr si no se cuenta también con un mayor y más fuerte subsidio a la fabricación y comercialización de los automóviles. La política de fomentar el uso del transporte colectivo sobre el particular y la de lograr significativos avances en cuanto a contar con un transporte público no contaminante, es otra de las debilidades del programa. Con tal política se fortalece aún más el crecimiento y predominio de los microbuses, las combis, los autobuses de Ruta-100 y hasta nuevas rutas de autobuses particulares de lujo; todos ellos automotores, que, a pesar de la obligación del uso de aditamentos anticontaminantes, serán en pocos años fuentes de contaminación. Mientras los planes de crecimiento del METRO, los trolebuses y el tren ligero, son notoriamente reducidos. La cantidad de trolebuses ha disminuido en los últimos 10 años; los nuevos tramos del tren ligero están suspendidos; se han reducido también los planes de expansión de las líneas del METRO anunciadas a finales de sexenio anterior. Los tranvías de plano fueron retirados definitivamente de la circulación y el proyecto del tren suburbano, anunciado en el pasado, no está considerado ya en los planes de la actual administración. Por último, con respecto a los acuerdos a tomar con los industriales sobre el control de emisiones, las clausuras y las reubicaciones obligatorias de sus instalaciones, principalmente con 125 fundidoras y acereras, las autoridades del DF muestran, en general, una mejor disposición y una actitud más enérgica, pero no sucede lo mismo con las de SEDUE y las del estado de México, en donde las grandes industrias continúan instalándose o ampliándose con tecnología obsoleta, sin controles efectivos de parte del gobierno. Por lo demás, los acuerdos son producto de un nuevo trato político, pero que requiere todavía de una legislación más estricta y de un personal suficiente, eficiente y honesto, que suprima los intrincados marcos de corrupción con que opera la industria contaminante. Las otras decenas de acciones contenidas en el programa son de menor significación por sus alcances y no aportan ninguna novedad al respecto, ya que se centran en acciones como la instalación de equipos en la Refinería 18 de Marzo, tanques de almacenamiento de combustibles y lugares de descarga; adecuaciones del sistema de medición de la contaminación, programas de reforestación, planes educativos, capacitación técnica de personal, estudios técnicos y vinculaciones con centros de enseñanza superior. El programa contra la contaminación representa un nuevo esfuerzo de concertación del gobierno con los intereses de las fuentes contaminantes y con el principal reto a vencer: transformar la tecnología que sustenta la producción y la vida cotidiana de la ciudad. La lucha que emprende hoy el ejecutivo es todavía débil respecto a las poderosas fuerzas privadas de la contaminación. Para que todas estas propuestas puedan llevarse a la práctica efectivamente, hace falta quizá, explorar nuevos caminos. Ya son casi 30 años de esfuerzo que lo reclaman. Entre tales caminos destacar una participación más decidida de las cámaras legislativas, incluyendo la Asamblea de Representantes del DF, que son representaciones populares, hasta ahora, limitadas por un poder ejecutivo que no ha tenido la fuerza suficiente de resolver a fondo el problema; así como una actitud más enérgica que obligue al gran sector industrial a asumir la responsabilidad que le corresponde en el problema; pero, sobre todo, ensanchar los canales democráticos en las relaciones del gobierno con los ciudadanos, de tal manera que se incentive y fortalezca su mayor participación organizada en los quehaceres políticos, únicos que pueden resolver la grave contaminación que padecemos.
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Referencias Bibliográficas 1. Véase “Emisiones comparativas de contaminación atmosféricas entre los dos últimos inviernos”, Jorge Legorreta y Ángeles Flores, con la colaboración de Nicolás Flores, Centro de Ecodesarrollo, octubre 1990, (mimeo). |
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Jorge Legorreta
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Efraím Hernández Xolocotzi |
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Manuel Parra | ||||||||||
El Doctor Hernández Xolocotzi nació en San Bernabé Amaxac de Guerrero, Tlaxcala, el 23 de enero de 1913. Estudió en la Stuyvesant High School, New York (1928-1932) en el State College of Applied Agriculture, Farmingdale, Long Island, New York (1932-1934). En 1934 ingresó al College of Agriculture, Cornell University, Ithaca, New York, en donde se graduó como Bachelor of Science in Agriculture (1938). Realizó sus estudios de posgrado de 1947 a 1948 en Harvard University, Cambridge, Mass. Obtuvo el grado de Master of Arts in Biology en 1949. Ingeniero Agrónomo especialista en Parasitología (revalidación SEP México). El Colegio de Posgraduados, Chapingo, México, le confirió el grado de Doctor Honoris Causa en 1981. Recibió de la Universidad Autónoma de Chapingo el grado de Doctor Honoris Causa en 1984. Sus actividades profesionales las inició como Ayudante de Jefe de Zona del Banco Nacional de Crédito Ejidal, S. A. en Tabasco, México (1939-1942). Asesor Técnico para el fomento de la producción de materia prima de aceites vegetales y fomento de la mecanización agrícola, Foreign Economic Administration, Embajada Americana en México (1942-1960). Explorador Botánico para la recolección de Plasma Germinal de las cultivos autóctonos de México de la Oficina de Estudios Especiales, Secretaría de Agricultura (1945-1959). Botánico del Laboratorio Entomológico —ecología de las hospederas silvestres de la mosca prieta de los cítricos en el noreste de México— Departamento de Agricultura de los Estados Unidos de Norteamérica en México (1949-1950). Asesor Técnico de la Comisión Forestal del estado de Michoacán (1956-1960). Consejero de la Comisión sobre el Estudio Ecológico de las Dioscóreas —estudios sinecológicos de la vegetación de las zonas cálido-húmedas del Golfo de México— INIF (1858-1976). Asesor Técnico del Departamento de Forrajes del INIA (1960-1967) —experimentación e investigación sobre plantas forrajeras en el país. Explorador botánico de plasma germinal de maíz y frijol, en Colombia, Ecuador y Perú. Centro Internacional del Mejoramiento de Maíz y Trigo (1968-1972). Su participación en docencia e investigación se inició como encargado del departamento de Botánico de la Escuela de Agricultura del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores Monterrey, Monterrey, N.L. impartió las cátedras de Botánica General, Botánica Sistemática, Histología Vegetal, Cultivos industriales, Cultivos Tropicales y Fisiología Vegetal. Además realizó trabajos de experimentación en plantas forrajeras del noreste de México (1950-1952). En 1953 inició sus actividades en la Escuela Nacional de Agricultura, Chapingo, México. En esta institución impartió las cátedras de Botánica Sistemática, Agrostología, Manejo de Pastizales, Botánica Forestal y Geobotánica. Fue nombrado encargado del Departamento de Bosques, ENA (1959). Jefe del Departamento de Zootecnia, ENA (1963-1965). Jefe del Departamento de Preparatoria Agrícola, ENA (1973-1975). Miembro del Consejo Directivo de lo Escuela Nacional de Agricultura (1960-1967). En el Colegio de Posgraduados ocupó el cargo de Presidente de la Rama de Botánica (1963-1967). Fue Profesor Investigador en Geobotánica avanzada, Etnobotánica, y Botánica Sistemática Avanzada. Su labor editorial incluyó unos 150 títulos publicados. Entre éstos se encuentran los siguientes: Maize granaires in Mexico (1949); El género Tripsacum en México (1950); Razas de maíz en México (en colaboración con E. J. Wellhausen, L. M. Roberts y P. C. Mangelsdorf, (1951); Plantas de cultivo con que México ha contribuido al mundo (1953); Las zonas agrícolas de México (1954); Apuntes para una clase de botánica económica (1956); Zacates indígenas (1965); Un método para la investigación botánica ecológica de las regiones tropicales (en colaboración con Faustino Miranda y Arturo Gómez-Pampa, 1967); Estudios interdisciplinarios de los fenómenos de producción de los cultivares (en colaboración con María Luisa Ortega, Josué Kohashi S. y E. Mark Engleman, 1972); Agroecosistema, tecnología agrícola tradicional y fitomejoramiento de maíz en México (1971). Entre sus actividades profesionales se incluyen la primera reunión de fitomejoradores latinoamericanos, México, D.F. (1947); Reunión anual del American Institute of Biological Sciences, Chicago, Ill. (1947). Tercera Reunión de Fitomejoradores, Edafólogos y Parasitólogos Latinoamericanos, Bogotá, Colombia (1953). IX Congreso Internacional de Botánica, Montreal, Canadá, (1960). Reunión organizadora de la Asociación para los Estudios Biológicos Tropicales, Trinidad, Indias Occidentales (1962). Primera Reunión de la UNESCO para el estudio de los problemas de las Zonas Áridas de América Latina, Buenos Aires, Argentina (1963). Reunión organizadora de la Comisión Pro Flora Neotrópica, Sao Paulo, Brasil (1964). V Congreso Pacific Sciences Association, Canberra, Australia (1972).
EL MAESTRO XOLO A todos nos medía con la misma vara. Ya fueras estudiante, director o gobernador, con su interrogatorio ponía en evidencia tu insuficiente conocimiento del problema discutido, descubrió tus enormes lagunas conceptuales y te hacía dudar de la lógica de tus argumentos. Luego te miraba inquisitivamente por encima de sus anteojos para decir: “Bien… ¿cuál es tu tesis?”. ¿Qué respondes cuando la confianza en tu propuesta se tambalea casi hasta desmoronarse? Impotencia, frustración o indignación, eran las reacciones a la crítica dura y agresiva del maestro Xolo. Pasado el enojo podías reunir nuevos argumentos teóricos y sólidas evidencias empíricas, para enfrentar una nueva escaramuza en defensa de tu propuesta, o bien podías abandonar el campo de batalla. La mortalidad era alta pero quienes reincidían siempre encontraban su puerta abierta, una taza de café y su ánimo dispuesto para una nueva confrontación amistosa. Como maestro, la enseñanza constituía uno de sus ejes vitales. En su curso de etnobotónica te hacía revisar el origen del hombre y el desarrollo de la civilización. Examinabas con él la relación hombre-planta, desde la época de los recolectores hasta la era de la producción biotecnológica (eje tiempo), del río Bravo a la Patagonia (eje espacio) y desde los Pápago hasta los Incas (eje cultural). Te convencía de que estas profundas raíces históricas están vivas. En sus viajes de prácticas se colectaba apasionadamente y, a partir de algún detalle de los ejemplares recolectados, reflexionaba sobre la teoría de la evolución. En los mercados te hacía saborear frutas y chiles “raros” y te inquiría acerca del efecto de la dulzura o la pungencia sobre el proceso de evolución bajo domesticación. O bien con el mismo pretexto ponía en entredicho las distintas concepciones de la cultura. En las noches, paseando por el jardín de cualquier pueblo, retomaba los costos de producción, conseguidos en entrevistas a campesinos para incursionar en los terrenos de la economía política. Sus preguntas de examen te sacaban de onda: Suponga la existencia de una isla cuadrada de 1999 km por lado, atravesada por una sierra de 2000 m de altitud y ubicada entre Australia y América del Sur ¿cuál sería su suelo, clima y vegetación?, ¿por qué lo cree así? Con estas “chupadas” te mostraba el papel de la especulación en el razonamiento científico. No buscaba entrenar técnicos que sólo supieran hacer bien las cosas. Se esforzaba en formar profesionales independientes, capaces de implementar nuevas alternativas, y conscientes del por qué, el para qué y el para quién de su trabajo. Como científico, otro de sus ejes vitales era la investigación. Te seducía con la idea de que nuestra cultura está viva y debemos desarrollarla. Si aceptabas el reto, debías leer a Aristóteles, Bacon, Darwin, Marx, Malinowski y muchos más y te empujaba a indagar sobre la esencia del quehacer científico, creando una tensión entre esos modelos y tu propia investigación. Siempre abierto a tus inquietudes, propiciaba la gestación de tu tesis, mediante un exigente e interminable cuestionamiento socrático, que te obligaba a romper esquemas y buscar nuevos horizontes. El trabajo institucional era su tercer eje vital. Sensible a las carencias de los campesinos, y consciente de su explotación, luchó por el establecimiento de instituciones nacionales dedicadas a la solución de sus problemas, desde una perspectiva nacionalista: “Nuestra agricultura todavía presenta muchos aspectos diferenciales con respecto a otros países cercanos, de tal manera que necesitamos revisar nuestra filosofía agrícola con cuidado, para que, tomando los principios que caracterizan nuestra cultura ancestral —tanto en lo que concierne a la investigación, la enseñanza y la investigación—, lleguemos nosotros a formular programas que sean congruentes con nuestra idiosincrasia.” Sus ideas lo llevaron a apoyar y sostener virilmente diversos enfrentamientos políticos. Si por estas u otras circunstancias te veías en problemas, siempre encontrabas en él el apoyo de un compañero solidario. Descansa en paz, amigo, compañero y maestro. |
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Referencias Bibliográficas Biografía tomada del libro Colegio de Posgraduados, las Ciencias agrícolas y sus protagonistas, Vol. 1, Chapingo México, 1984. |
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Manuel Parra Centro de Investigaciones Ecológicas del Sureste (CIES), San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
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Carlos Gay, Leticia Menchaca y Cecilia Conde |
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“La actividad atmosférica tan destructiva de los últimos meses está relacionada con el efecto invernadero”. Ésta es una afirmación que frecuentemente se escucha en los medios de difusión como la televisión o la radio. Otros comentarios parecidos se refieren al hecho aparente de que este año ha hecho más calor que el pasado, o que está lloviendo menos y que por lo tanto estamos siendo victimas de un inusitado calentamiento de la atmósfera. Tales afirmaciones, como otras tantas, en realidad contienen solamente una parte de la verdad, la que corresponde a la experiencia personal de quien las emite, pero no pueden ser consideradas como resultado de la detección de un fenómeno de características globales como lo es el llamado efecto invernadero. El exceso del calentamiento de la atmósfera y de la superficie de la Tierra, como consecuencia de un aumento en la cantidad de gases capaces de absorber radiación infrarroja es el resultado de la exacerbación del efecto invernadero, proceso atmosférico que ha sido explicado y pronosticado por numerosos científicos en el mundo y que finalmente se ha convertido en noticia debido a las posibles influencias nefastas que podría tener en la sociedad a nivel mundial. Primero mencionaremos algunas razones por las que los científicos se empezaron a preocupar por este problema: Cuando las zondas espaciales soviéticas y americanas enviaron datos acerca de la constitución y características físicas de Venus, como por ejemplo, que la presión de su superficie es 90 veces la presión de la Tierra, o que la composición de su atmósfera es más del 90% bióxido de carbono y que la temperatura en su superficie es del orden de 700°K (unos 900°C) —evidentemente condiciones bajo las cuales la vida como la conocemos no podría sostenerse—, surgieron las preguntas como la de por qué se dan dichas condiciones en un planeta que es hermano de la Tierra; hermano de la Tierra en el sentido de que ambos se formaron en la misma región de la nebulosa planetaria que dio origen al Sistema Solar y que posiblemente nacieron al mismo tiempo. La explicación de las condiciones en Venus (al menos en parte) nos la da el efecto invernadero. Algunas de ellas ya eran conocidas por los astrónomos aún antes de la llegada al planeta de las sondas espaciales. Estas características se deducen gracias a la información proveniente de los análisis que se realizaban a partir de la radiación que, a través de los telescopios, llegaba a los detectores utilizados por aquéllos. A partir de estas observaciones se sabía que la temperatura de las capas altas de la atmósfera de Venus era de unos 450°K y que la temperatura de su superficie era mucho mayor (unos 600°K); además se sabía que un componente muy importante de su atmósfera lo consumía el bióxido de carbono (CO2). Todos estos ingredientes marcaban la presencia de un fenómeno que causaba este contraste de temperaturas: el fenómeno conocido como el efecto invernadero. Podemos afirmar que cuando en un planeta como Venus, o la Tierra o Marte existe un contraste de temperaturas entre la superficie y el tope de la atmósfera, ahí se esta manifestando este efecto. Se puede entender este fenómeno en términos relativamente sencillos. Por una parte sabemos que tanto Venus como la Tierra o Marte giran alrededor del Sol y por lo tanto la luz que éste emite los ilumina. Por otro lado sabemos que gran parte de la radiación que emite el Sol es luz visible y en el caso de la Tierra sabemos que esta radiación llega a la superficie (puesto que, debido a la reflexión y dispersión que ésta sufre cuando incide en los objetos nosotros podemos verlos). También sabemos que esta radiación es capaz de calentar y de ello nos damos cuenta sencillamente cuando nos asoleamos un fin de semana, o cuando nos achicharramos las manos al tocar el volante del coche después de dejarlo toda la mañana estacionado al rayo del Sol. La radiación visible penetra hasta la superficie y la calienta. A su vez la superficie emite una cierta radiación por estar caliente que, aunque no la vemos, sí la sentimos. Esta radiación se conoce como radiación infrarroja. Todos o casi todos hemos notado que en algún día de invierno, al caer la tarde, si pasamos cerca de alguna pared de piedra esta emite calor suficiente como para sentirlo aún sin tocarla, esta emisión de calor se debe a la radiación infrarroja proveniente de la pared caliente. Resulta que la atmósfera, transparente a la radiación visible es casi completamente opaca a la radiación infrarroja En otras palabras, la atmósfera, o más propiamente dicho el bióxido de carbono, el vapor de agua y el ozono presentes en el aire absorben muy eficientemente la radiación infrarroja calentando el aire y no dejando que ésta escape al espacio. Este proceso es precisamente el que se produce en un invernadero: la radiación solar penetra en él y la estructura de vidrio no deja que la radiación infrarroja escape, elevando así la temperatura del interior. Si un astrónomo extraterrestre observara la Tierra y analizara la radiación que ésta emite (radiación infrarroja), llegaría a la conclusión de que la temperatura de la Tierra es de alrededor de 254°K (–19°C); sabemos que tal temperatura se encuentra en las capas altas en la atmósfera y que la temperatura de la superficie es de unos 288°K (15°C). Los números anteriores nos muestran cómo también en la Tierra se da un contraste importante entre las temperaturas de la superficie y la de la alta atmósfera. Por lo tanto, sabemos que aquí también está funcionando el efecto invernadero. Cuando comparamos los datos que tenemos para Venus con los justamente mencionados de la Tierra, nos percatamos de que el contraste en Venus (250°K – 700°K) es mucho mayor que el contraste en la Tierra (254°K – 288°K). Esta diferencia se debe a que la atmósfera de Venus es mucho más gruesa (90 veces) que la atmósfera de la Tierra y a que, además el bióxido de carbono —que representa más del 90% de la atmósfera venusina— es muchísimo más abundante que el bióxido de carbono contenido en nuestra atmósfera (unas 330 partes por millón). Todo ello indica que los procesos de absorción de la radiación infrarroja son mucho más importantes en Venus que en la Tierra. Ahora bien, ¿por qué la comparación entre Venus y la Tierra? La respuesta a esta pregunta tiene mucho que ver con la preocupación que mencionamos al principio del artículo, preocupación relacionada con el efecto invernadero. Como mencionamos al referimos a Venus, este planeta y la Tierra se formaron en regiones muy cercanas de la nebulosa planetaria. Ambos se formaron aproximadamente al mismo tiempo y a partir de los mismos materiales. Entonces ¿cómo es que actualmente son tan diferentes? Una de las posibles explicaciones supone que, en efecto, en un principio Venus se parecía bastante a la Tierra, es decir, se trataba de un planeta en el que había agua (observaciones modernas indican que ésta está ausente en Venus) tanto líquida (formando océanos) como en forma de vapor en su atmósfera, la que también contendría ciertas cantidades de bióxido de carbono liberado a la atmósfera a partir de la actividad volcánica que, suponemos estaría presente en las primeras etapas de la vida del planeta. Sin embargo, aunque ambos planetas se parecieron físicamente, había, y aún persiste, una diferencia que causó su distinta evolución: la mayor cercanía de Venus al Sol, lo que implicó que Venus recibiera una mayor cantidad de energía solar que la Tierra. La historia que puede reconstruirse es como sigue: al encontrarse Venus más cerca del Sol recibía una mayor cantidad de energía, parte de la cual era absorbida en su superficie, calentándola; la superficie caliente a su vez emitía radiación infrarroja que era absorbida por los gases en la atmósfera (efecto invernadero), produciendo un calentamiento ésta, que a su vez contribuye al calentamiento de la superficie. Al estar más caliente la superficie ocurrían dos cosas: por un lado, un incremento en la evaporación del agua superficial y por lo tanto un aumento del vapor de agua en la atmósfera, y por el otro, un aumento en la emisión de radiación infrarroja por parte de la superficie. Ahora bien, al haber más vapor de agua en la atmósfera (el agua absorbe eficientemente en el infrarrojo), la absorción de la radiación infrarroja producida por la superficie también aumenta y, por lo tanto, la temperatura de la atmósfera tiende a aumentar. Este aumento de la temperatura (aumento del efecto invernadero) implica que la radiación infrarroja también aumenta lo que, a su vez, causa que la temperatura de la superficie se eleve. Cuantas veces suceda esto, se repetirá el incremento de la evaporación del agua superficial, lo que incrementará la cantidad de vapor de agua en la atmósfera que, a su vez, producirá un aumento de la temperatura de la atmósfera causando el consecuente aumento de la temperatura de la superficie… y ahí va otra vez el ciclo de calentamiento atmosférico y de la superficie. A este proceso le podemos llamar un efecto invernadero desbocado. En Venus este proceso se vio acelerado, además, por el hecho de que cuando las temperaturas de la superficie alcanzaron ciertos valores, se liberó el bióxido de carbono atrapado en las rocas, y esta liberación causó un mayor aumento de las temperaturas, tanto las superficiales como las de la atmósfera y, por lo tanto, el efecto invernadero se vio seriamente incrementado. El conocerse esta posibilidad de lo ocurrido en Venus, provocó que inmediatamente se planteara la pregunta de que si esto podría ocurrir en la Tierra con sus consecuencias destructivas, pues ello implicaría la desaparición de la vida en el planeta. Si bien lo último que hemos planteado se puede situar, hasta ahora en el terreno de lo especulativo, sin embargo sirvió para abrir los ojos de los científicos en cuanto a las repercusiones que tendría sobre la Tierra un calentamiento global de magnitudes no tan catastróficas (como hacer desaparecer cualquier rastro de vida sobre el planeta). Hablemos ahora de algunas razones por las que el problema del efecto invernadero se ha vuelto a poner de moda. Veamos por ejemplo parte de las evidencias que se han observado y que podrían indicar que algo anormal está pasando. Pero primero, mencionaremos lo que los investigadores teóricos (aquéllos que trabajan con modelos físicos) están haciendo en relación con el MODELOS TEÓRICOS DEL EFECTO INVERNADERO Hasta donde es posible saberse, esto es, a partir de trabajos que se pueden encontrar en la literatura, el problema del efecto invernadero se está estudiando a partir de tres tipos de modelos: los de Circulación General o GCM (General Circulation Models), los Radiativo-Convectivos (RCM) y los Termodinámicos (TM). Los modelos GCM están basados en las ecuaciones de la dinámica de fluidos y pueden considerarse los más complejos. Con ellos se obtienen soluciones sobre muchísimos puntos del globo terrestre y para diferentes niveles atmosféricos, pero la obtención de resultados, por medio de estos modelos representa un esfuerzo computacional muy considerable, incluso es necesario utilizar recursos de supercomputación; en suma, son modelos muy caros que se están desarrollando en diferentes instituciones de investigación de los países del Primer Mundo, en particular en los Estados Unidos y en Europa. Quizá deberíamos mencionar que debido a la complejidad de los modelos, que en general tratan de incluir todos los procesos conocidos que podrían afectar el clima, algunos de éstos sólo pueden ser tomados en cuenta de manera aproximada. Esto significa que no todos los procesos incluidos tienen el mismo grado de precisión en su adaptación al modelo general. Así por ejemplo, el énfasis en los GCM está en la descripción de la dinámica atmosférica, mientras que, en comparación los fenómenos radiativos se encuentran más aproximados. Los modelos Radiativo-Convectivos por su parte, hacen mayor énfasis en los aspectos de radiación y la parte dinámica se encuentra contenida en el fenómeno de convección, el que, a su vez, está esquemáticamente considerado. Estos modelos también presentan una gran complejidad en cuanto a la inclusión del transporte radiativo (transporte de energía por radiación), sobre todo cuando se trata de incluir procesos en los que intervienen diferentes gasa y cuando se estudia el efecto que sobre la radiación tiene la cubierta nubosa de la Tierra. Podemos considerar este último punto como toral en el desarrollo de los modelos Radiativos-Convectivos y también como sumamente importante en los modelos de Circulación General. Los lugares donde estos modelos se están desarrollando de manera más importante, se encuentran en el Primer Mundo. Sin embargo, también en México desde hace unos años, se están utilizando en el Centro de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Nacional Autónoma de México. El estudio del clima en términos de pronóstico y simulación (acerca de lo cual hemos estado hablando) se puede enfocar desde un tercer punto de vista y este lo provee el Modelo Termodinámico. Este modelo gravita alrededor de la Primera Ley de la Termodinámica (conservación de la energía) aplicada a una capa atmosférica que interactúa con una capa oceánica, con una capa continental e incluye una capa de nubes en la atmósfera. Este modelo en principio abarca, o puede abarcar, todos los fenómenos que intervienen en el clima, pero presenta mucha menos dificultades computacionales que los modelos de Circulación General. Por otra parte, procesos como los de interacción océano-continente-atmósfera, se pueden incluir a un costo mucho menor que bajo otros esquema. En suma, el modelo Termodinámico del clima aparece como conceptualmente más directo, con exigencia computacionales mucho más discretas y con capacidad para competir (yo creo que con ventaja) con modelos más complicados, como los de Circulación General. Así pues el modelo Termodinámica del clima se esta desarrollando en México, en el Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM y, debido a su aparente simplicidad ya ha sido adoptado en otros países, incluso en aquéllos en los que se desarrollan los más complejos. ¿CATÁSTROFE O EXAGERACIÓN? En términos de simulación del clima, todos los modelos necesitan utilizar como ingredientes, las concentraciones atmosféricas de los gases capaces de absorber radiación, tanto solar como infrarroja. Estos gases son los que determinan la energía disponible, necesaria ya sea para calentar la superficie y la atmósfera como para impulsar la máquina atmosférica. Como ya mencionamos, estos gases son los causantes del efecto invernadero. En la Tierra el bióxido de carbono, el vapor de agua y el ozono, son los gases más importantes. También existen otros que participan en el fenómeno, como lo son el metano y los clorofluorocarbonos. El primero se produce de manera natural en los pantanos y de forma provocada en plantíos de arroz y en los procesos digestivos del ganado. Los segundos los produce el hombre, gracias a sus aplicaciones comerciales (“sprays”, desodorantes) e industriales (solventes en la producción de componentes electrónicos). Como ya hemos indicado, un aumento de estos gases en la atmósfera, produciría un incremento del efecto invernadero, de ahí nuestro interés y el origen de la preocupación acerca del futuro del planeta. A partir de la revolución industrial, a mitad del siglo XIX, el consumo de hidrocarburos como combustible ha ido en aumento. Consecuentemente también ha aumentado la concentración de bióxido de carbono en la atmósfera, pasando de unas 280 ppm (partes por millón) a una 330 ppm actualmente. Para el mismo periodo se ha determinado, a partir del análisis de datos de temperatura provenientes de un sinnúmero de estaciones climatológicas y meteorológica, de buques de todos tipos que atraviesan los océanos y más recientemente de datos de satélite, que la temperatura del planeta se ha incrementado en medio grado centígrado. Estos dos datos puestos lado a lado (el aumento del CO2 y el aumento de la temperatura) ha causado una terrible tentación para los investigadores: el interpretarlos como causa y efecto y verlos como una manifestación del incremento del efecto invernadero. Aquí deberíamos mencionar que la evidencia observacional del aumento de medio grado en la temperatura del planeta, fue el resultado de un esfuerzo sumamente cuidadoso al analizar los datos. Las dificultades para hacer este análisis recaen en diferentes fuentes, entre ellas está lo que se conoce como la homogeneidad de los datos. Solamente pensemos que para llegar al resultado mencionado, se tuvieron que comparar temperaturas tomadas hace unos cien años —con instrumentos que ahora serían de museo—, con temperaturas medidas actualmente. Así mismo hay que considerar la cantidad enorme de observadores que han intervenido, y, ¿quién nos asegura que algunos o muchos de ellos no padecían miopía, astigmatismo o vista cansada? Es evidente, se tuvo que hacer una cuidadosa depuración de los datos. Por otro lado, tenemos que considerar que el medio grado de aumento en cien años estaba entenado en data cuya variación, en pequeños lapsos, es mucho mayor que éste. Por ejemplo, la variación diurna o la variación entre estaciones pueden llegar a varias decenas de grados. Esta variación de medio grado en cien años, parecería entonces no ser de gran importancia al compararse con, digamos, las variaciones estacionales. Sin embargo, la diferencia entre una época glacial y una interglacial, representa muy pocos grados y en este contexto medio grado no es nada despreciable. Ante la evidencia observacional, los investigadores se lanzaron a tratar de explicarla y para ello alimentaron sus modelos con datos que simularían las condiciones atmosférica esperadas para el primer tercio o la primera mitad del siglo XXI, tiempos en los que se supone que la cantidad de bióxido de carbono atmosférico alcanzará niveles correspondientes al doble de los existentes hoy en día. Los resultados obtenidos a partir de los distintos modelos varían en sus predicciones, las que van de unos dos a unos siete grados centígrados de aumento en la temperatura. Estas predicciones, sobre todo aquellas que dan valores más altos, son las que causan alarma, pues las consecuencias, a nivel mundial, del impacto que tendría el aumento de la temperatura, serían catastróficas. Se han simulado escenarios en los que las aguas de los océanos elevarían su nivel, en promedio, de uno a dos metros, con la correspondiente inundación de tierras bajas y por lo tanto, con la destrucción de propiedades y economía regionales enteras. La emigración de las regiones mundiales de cultivo, el aumento de las áreas desérticas; en suma, el cambio del clima a nivel mundial no traería consigo más que caos y destrucción. Debido a tan negro panorama, numerosas organizaciones mundiales se han movilizado con el objeto de prevenir sobre la posibilidad de que esta situación se presente. Entre las múltiples propuestas que se han hecho, podemos mencionar la referentes al control de la emisiones de los gases invernadero, siendo el más importante el bióxido de carbono. Como este gas es un subproducto de la actividad industrial, es fácil comprender que el control de su emisión representaría la modificación de dicha actividad, lo que significa que tendría que invertirse mucho, pero mucho dinero para encontrar los procesos que sustituyeran los que actualmente utiliza la industria. Como ya lo mencionamos, otra gases que contribuyen al efecto invernadero, y que por lo tanto son capaces de modificar el clima, son el metano y los clorofluorocarbonos. Estos gases también provienen de la actividad económica del hombre. El primero se relaciona con la agricultura (arroz), y la ganadería (bovino), y el segundo con otras actividades (refrigeración, cosméticos, electrónica). Como estos gases también deberían ser controlados, hay que pensar en una mayor transformación de la actividad productiva del hombre. Está claro que existe gran resistencia a implementar los cambios que se requieren, pues sólo podrían hacerse a través de inversiones que seguramente no producirían ganancia en el corto y, quizá ni siquiera en el mediano plazo. Esta resistencia basa sus argumentos en la deficiencia propias que poseen los modelos teóricos. Hemos visto que la predicciones de éstos varían en rangos relativamente grandes (de 2 a 7 grados centígrados) Ello quiere decir que los diferentes escenarios futuros también varían en gravedad, desde aquéllos que indican (como el modelo termodinámico del clima del CCA) un aumento moderado de la temperatura, con implicaciones también moderadas, hasta aquellos que presentan situaciones catastróficas. Nosotros pensamos que lo razonable se encuentra entre ambas posturas, y que sería saludable adoptar una posición preventiva —a través de media de control y de uso eficiente de la energía—, ante la posibilidad de que se diera una situación más grave. Como se trata de un problema de orden global, lógicamente la solución involucra a todos, lo que implica que tendrían que tomarse en cuenta múltiples consideraciones de tipo socio-económico-político. De esto se tratará en el siguiente apartado. Aquí hemos revisado aquellos modelos que pronostican problemas de calentamiento y que por lo tanto dan pie a la preocupaciones ya mencionadas. Sin embargo también hay autores que afirman que no va a pasar nada, los que a su vez son utilizados por aquellos intereses que prefieren la inmovilidad. Creemos que aunque estos autores estuvieran en lo cierto, lo que sí hemos aprendido de la discusión y el estudio del efecto invernadero, es sumamente valioso. Me refiero al hecho de admitir que hay, o pudiera haber, problemas que nos atañen a todos, es decir, problemas globales cuya solución también nos involucra. Pensemos en la contaminación, en la supuesta sobrepoblación, en el agua, en la extinción de especies. EL EFECTO INVERNADERO EN LA REPÚBLICA MEXICANA Como se señaló en los apartados anteriores, algunos pronósticos indican que, a menos que se tomen medidas drásticas para reducir las emisiones a la atmósfera de “gases invernadero” (tales como el bióxido de carbono, metano, óxido nitroso, ozono y compuestos clorofluorocarbonos), la Tierra experimentará una tasa de cambio climático y un calentamiento atmosférico global sin precedente. Se espera que para el año 2030 la concentración de CO2 en la atmósfera se duplique, alcance de 600 a 700 ppm (partes por millón) y la temperatura de la Tierra aumente entre 2 y 7 grados centígrados. Los científicos se refieren comúnmente a este pronóstico como “calentamiento global”. Al aumentar por causas atropogénicas la concentración de los gases mencionados, éstos pueden causar un calentamiento excesivo, o sea el tan controvertido fenómeno de “calentamiento global”. Los países desarrollados son los principales productores de gases invernadero1 (figura 1).
De una manera muy general y breve, podemos repetir que son fuentes importantes de contribución al aumento atropogénico de CO2 atmosférico, la combustión de hidrocarburos, los incendios forestales, la prácticas agrícolas como la de roza, tumba y quema, la tala de bosques y la desertificación. Como fuentes de metano tenemos la ganadería, la cultivos de inundación, como el del arroz y las termitas —cuya importancia está restringida a ciertos ambientes tropicales. Como fuentes de N2O están la agricultura, a través del uso de fertilizantes, y como fuentes de clorofluorocarbones (CFC) los compuestos utilizados como propelentes en aerosoles y refrigerantes. Existe una gran inquietud a nivel mundial acerca de las posibles consecuencias del calentamiento global. Mientras que los países desarrollados llevan un par de décadas estudiando el problema y elaborando planes y estrategias para el cao de un cambio climático de esta naturaleza, los países en desarrollo sólo recientemente comenzaron a preocuparse por el tema y, prácticamente no cuentan con estudios ni estrategia a seguir. Es posible, sin embargo, que estos países (México entre ellos), sufran las consecuencias ecológicas, económicas y sociales del calentamiento global con tanta o mayor intensidad que los países desarrollados. Muchos de los países en desarrollo se encuentran geográficamente localizados en la franja tropical y entre los ecosistema que los caracterizan se encuentran aquéllos que cuentan con una gran diversidad de especies y un alto grado de complejidad. Es de esperarse que entre más complejo y diverso sea un ecosistema, mayor será la probabilidad de que este se vea afectado por los cambios en el clima. Por ejemplo, algunos experimentos con atmósferas controlada, han mostrado que las interacciones insecto-planta, se ven gravemente alteradas al aumentar la concentración del CO2 atmosférico.2 En comparación con otros países, la diversidad y endemismo, tanto de insectos como de planta, en los bosques y selva de México son sorprendentemente altos (aproximadamente 30000 especies de planta vasculares, y casi 2 millones de especies de insectos)3 (figura 2). En estos ecosistemas, la relaciones que guardan insectos y plantas son muy compleja, frágiles y seguramente sensibles al aumento de CO2.
Por otra parte, en el caso de un calentamiento global, se pronostica que el nivel del mar se elevaría entre uno y dos metros (como se mencionó anteriormente). No es difícil imaginar los efectos que este cambio tendría en las planicies costeras del Golfo de México, Yucatán e islas como la Del Carmen, con elevaciones cercana a los cien metros sobre el nivel del mar, y una plataforma marina extensa de poca profundidad. Es de esperarse que, como consecuencia de una elevación en el nivel del mar, haya pérdidas de recursos y productos pesqueros, provenientes de lagunas costeras y otros ecosistemas, también costeros, sensibles a cambios en los niveles de salinidad. La humedad de los suelos es otro de los factores que también cambiarían radicalmente. Algunos pronósticos que utilizan paleoanalogías, como la reconstrucción de los paleoclimas del Periodo Altitérmico, de 8000 a 4500 años antes del presente, indican que los suelos en México serán más húmedos que en la actualidad4 (figura 3). En ese caso, quizá habrían cambios positivos en cuanto a la reducción de pérdida en las cosechas, provocadas por la sequías, especialmente en regiones semiáridas o con cultivos de temporal. Sin embargo, también puede esperarse que la tasa de erosión se eleven por el aumento en la precipitación, tales tasas en la actualidad son alarmantes, debido a la deforestación. Hay otros pronósticos aún más pesimistas en cuanto al caso de México; nos referimos a los que han utilizado Modelos de Circulación General, que indican que una duplicación del CO2 en la atmósfera, causaría un aumento en la temperatura de 2 a 5 grados centígrados, lo cual traería consigo impactos locales importantes. En particular, se prevé que el estado de Puebla y la región de Ciudad Obregón, sufrirían marcados déficits de humedad, lo que se traduciría en graves pérdidas en la producción de maíz5 (figura 4). Las autoras de este pronóstico señalan desacuerdos entre la predicciones de los modelos. Sin embargo, aseguran que, independientemente del modelo que se utilice, se espera que México sea más cálido y seco y que cuente con muchos menos recursos acuíferos.
En general, si se dieran cambios significativos en los patrones de precipitación y temperatura, se alterarían o incluso desaparecerían ecosistemas que actualmente ya tienen en México una distribución restringida. Ejemplos de éstos son los que se localizan en los picos de la montañas, sin posibilidad de “emigrar” latitudinalmente para compensar el cambio de temperatura; aquellos que tienen requerimientos muy específicos de humedad, tipo de suelo y temperatura de verano e invierno, o bien, que están muy reducida y localizados, como lo son la selvas alta y medianas del trópico húmedo, los bosques de neblina y los bosques mesófilos de montaña.5 Cabría reflexionar también sobre el futuro de los animales que asociamos a estos ecosistema, a algunos de ellos ya se les identifica como seres en peligro de extinción. Por ejemplo: los ratones del eje neovolcánico (Habromis spp.), la tuza de Michoacán (Zygogeomys sp.), la ardilla voladora (Glaucomys volans), el zorrillo enano de la costa del Pacífico (Spilogale pygmea), el mono araña de la costa del Golfo (Ateles geoffrolly), el conejo de los volcanes (Romerolagus diazi) y por supuesto el quetzal (Pharomachrus nocinno) entre muchos otros. ¿Cómo y cuánto contribuye México al efecto invernadero? Prácticamente no existen estudios que cuantifiquen o analicen la variación en tiempo y espacio, de la producción de gases invernadero en México. Las pocas excepciones son estudios muy localizados, con relativamente pocos datos, o extrapolaciones e interpolaciones a partir de muestreos y cálculos realizada en otros países; sin embargo, hay algunos datos que podemos mencionar: Con respecto a la agricultura en México, las tierra cultivadas ocupan actualmente entre 15 y 25 millones de hectárea, aunque se estima que 30 millones son potencialmente cultivables (15% del área del país).6 El resto del territorio es muy accidentado o muy árido para permitir la agricultura. Cabe mencionar, que las tierras agrícola del norte y noroeste forman el 25% del total de las tierra cultivadas y la mayoría de éstas son de riego, lo cual implica que consumen CO2 en lugar de emitirlo (a nivel global). Sin embargo, el trópico de México comprende 18 millones de hectáreas (aproximadamente 9% del territorio) y la agricultura que utiliza el sistema de roza, tumba y quema tradicional (generadora de CO2), se ubica en esta región en donde, además, la ganadería de pastoreo (generadora de metano) recientemente ha tomado considerable importancia. Con respecto a la deforestación, según reporte de la FAO (1981),7 la tasa de deforestación en el trópico entre 1976 y 1980, fue de 160000 hectáreas (el 1% del total del bosque tropical) por año, aunque el bosque se regenera en un 10% del área previamente talada. Detwiler y Hall,8 tabularon la emisiones de carbón a partir de la tala de bosques y midieron las variaciones entre un 0.4 x 1015 y un 1.6 x 1015 gramos de carbón por año, para los trópicos en general. Relacionando los cálculos de estos autores con los de la FAO, tenemos que México puede emitir entre 0.2 x 1014 y 0.8 x 1014 gramos de carbón por año. Esto equivale al 0.1% de la emisiones mundiales estimadas a partir de la combustión de hidrocarburos. La emisiones de metano provocada por el cultivo de arroz no se conocen, sin embargo, es posible afirmar que este cultivo es relativamente poco extenso en nuestro país. Toledo9 reporta que en 1980 se cultivaron 132000 hectárea de arroz en comparación con 199000 que se cultivaron en 1977, lo que indica una marcada reducción de la áreas de cultivo. Un caso muy distinto es el de la ganadería, que también constituye una fuente importante de emisión de metano y que, en la actual década, se ha expandido. Enhhalt10 calculó que los rumiantes domésticos produjeron, en 1970, del 20 al 35% de las emisiones totales del metano existente en la atmósfera. La población mundial de cabezas de ganado, en 1983, era de 1.2 x 109, de las cuales el 53% se encontraba en el Tercer Mundo, según la FAO.11 En el mismo año, la emisiones totales de metano, con origen en el ganado fueron de 54 x 1012 gramos y 40% de ella provinieron del Tercer Mundo. Según Fernández Ortiz y Tarrio García,12 en 1984 la población de cabeza de ganado en el trópico de México era de 6.5 millones, esto es, el 1% del total de cabeza de ganado en el Tercer Mundo. Al relacionar estas cifra, tenemos que, en 1984, en el trópico de México, se emitieron aproximadamente 0.22 x 1012 gramos de metano, lo cual representa el 0.3% del total de metano emitido.
A nivel internacional existe una gran preocupación por regular y controlar la fuentes de emisión de gases invernadero. Organismos internacionales como la ONU, sostienen programas de investigación sobre “Cambio Climático” los cuales analizan a fondo la situación actual del problema de calentamiento global, sus impactos, medidas de prevención y estrategia a seguir. Con estos programa se intenta que se establezcan acuerdos internacionales que permitan reducir la emisiones de gases invernadero en todos los países, tanto del Primero como del Tercer Mundo. Desgraciadamente, el problema que representa el regular estas emisiones, mediante tratados internacionales, es muy complejo, no sólo por las desigualdades económicas, sociales y políticas entre los países, sino también por el hecho de que “regular” las emisiones implica una “regulación” de la producción, en particular en los campos de la agricultura, la ganadería y el uso de la tierra. Entre los aspectos más delicados a enfrentar, se encuentran los peligros de violación a la soberanía de los distintos países, que serían casi inevitables. Por ejemplo, un tratado de este tipo, podría contemplar la posibilidad de “regular” la cantidad y calidad de fertilizantes que pueden utilizar los países en desarrollo, el tipo de cultivos, el tipo de ganado y de forraje, la utilización de la tierra, la técnica agrícolas y la tala y quema de los bosques. Hay que tomar en cuenta que la validez de las predicciones sobre calentamiento global es debatible, como lo indicamos anteriormente, ya que algunos científicos han publicado argumentos muy convincentes que, no sólo ponen en entredicho estas predicciones, sino que incluso favorecen predicciones totalmente contrarias (como la de un “Enfriamiento Global”). Sin embargo, en los países desarrollados se invierten, justificadamente, miles de millones de dólares en la investigación sobre el calentamiento global y cambio climático. Queda claro que, para ellos, en caso de que las predicciones sean acertadas, los conflictos, las fricciones y la competencia por recursos entre países desarrollados y en desarrollo se agudizarán. Es importante pues prevenir, ante posibles cambios en las áreas del planeta adecuadas para las plantaciones del futuro, los mercados, los centros de producción, los centros de pobreza, los núcleos de fricción, etc. Así, también queda claro que la relaciones internacionales, la economía mundial, la política y la seguridad están en juego. |
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Referencias Bibliográficas 1. Gleick, P. H., 1989, Global climatic changes and geopolitics: pressures on developed and developing countries, in A. Berger et al., (eds.), Climate and Geo-Sciences, 603-621, Kluwer Academic Publishers. |
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Carlos Gay, Leticia Menchaca y Cecilia Conde
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Espeleofilatelia |
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José G. Palacios Vargas |
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Para algunos autores (Pas, 1989) la Espeleofilatelia consiste no solamente en la acumulación de timbres postales, con diversos temas referentes a la Espeleología, puestos en un álbum. Para ellos, el simple hecho de coleccionar timbres, convierte a las personas en coleccionistas y no en de especialistas. La Espeleofilatelia considera además la obtención de timbres, tarjetas postales y sobres con motivos espeleológicos, así como el arreglo y el estudio de los mismos. Hasta la fecha, se han realizado mas de 400000 distintos tipos de estampillas postales en todo el mundo. Dentro de esa enorme cantidad, tan solo 771 tienen motivos espeleológicos. Es decir, que solamente el 0.2% de los timbres existentes contienen algún tema de alguna manera relacionado con cuevas. México no ha sobresalido en el ámbito internacional, en el desarrollo de la filatelia con temas espeleológicos ya que únicamente se han impreso dos timbres postales con aspectos claramente espeleológicos, a pesar de la enorme riqueza que tiene el país en cuanto a sus cuevas, grutas, cavernas y su interesante fauna. Nuestro país es uno de los más famosos por sus cuevas; existen mas de 1200 en distintas partes de su territorio y en ellas se han encontrado más de 2100 especies de fauna. Curiosamente existe una mayor cantidad de tarjetas postales con temas espeleológicos, donde se presentan las bellas formaciones de grutas famosas, como las de Cacahuamilpa en Gro., o las Grutas de García en el Estado de Nuevo León. Desafortunadamente estas postales por lo general sólo pueden conseguirse en las grandes ciudades cercanas a aquellas cuevas que tengan importancia turística. Estoy convencido de que la Espeleología es uno de los temas que se podrían desarrollar en la Filatelia mexicana, ya que los tópicos particulares son múltiples: diversas formaciones estalagmíticas, grandes abismos, pinturas rupestres, restos arqueológicos, diversidad de fauna cavernícola (murciélagos, arañas, ácaros, insectos, ciempiés, milpiés, crustáceos), espeleólogos famosos, grandes exploradores de cuevas e, incluso, cuadros de pintores famosos que tengan que ver con este asunto. La clasificación de los temas que se han plasmado en timbres postales en todo el mundo, hasta la fecha, según Lénárt (1989), es la siguiente: 1. Cuevas con elementos ornamentales. A pesar de que México cuenta con varias grutas famosas por sus pinturas rupestres (v. gr. Las Grutas de Juxtlahuaca), no conozco ningún timbre postal mexicano (ni de ningún otro país) que haga referencia a ellas. Ni siquiera existe alguno de los tan conocidos cenotes de Yucatán. Los únicos timbres postales mexicanos que conozco sobre el tema son tres: Monumento Humboldt, las Grutas de García, de la serie “México Turístico” y la Máscara del Dios Murciélago, de la serie “Herencia Recuperada”. Los temas en los que se pueden incluir están marcados con un asterisco. Con referencia al tema 5, cabe destacar la emisión de un timbre que se hizo en marzo de 1960 con motivo de la conmemoración que se llevó a cabo en 1959, del aniversario del fallecimiento del Barón Alexander Von Humboldt. Respecto al timbre de Las Grutas de García, cabe señalar que se imprimió el 19 de octubre de 1987 y que se le puede considerar dentro del tema 1.1, según la clasificación de Lénárt (1989). La máscara del Dios Murciélago, es un tema que fue utilizado en la campaña contra la tuberculosis 1971-1972 con un valor facial de 10 centésimas y en 1979-1980 (las mismas estampillas fueron reutilizadas en la campaña de 1982-1983), con un valor facial de 20 centésimas. Recientemente (28 de noviembre de 1989) el tema fue retomado, con motivo de la recuperación de la joya original robada poco tiempo atrás. Estas estampillas quedan dentro del tema 10, de acuerdo con Lénárt (op cit.). Cabe señalar que el reciente timbre “Máscara del Dios Murciélago”, tiene las siguientes características: los diseñadores fueron M. Meurerhg y R. Mercado, el motivo es la composición fotográfica de dicha máscara; las tintas utilizadas: verde, rojo y negro. Tipo de impresión; huecograbado rotativo. Tamaño 40 3 48 mm. Formato vertical. El tiraje fue de un millón, para servicio aéreo y superficie. Valor facial 450 pesos. La mascara que da pie a este timbre, representa la deidad del inframundo y de las cuevas; es una pieza arqueológica compuesta por 32 segmentos de mosaicos de jade, con incrustaciones de concha en los ojos y los colmillos; proviene de la cultura zapoteca, época Protoclásica (200-300 a.C.) y mide 28 cms. de alto por 17.2 de ancho. Fue localizada en las excavaciones arqueológicas de Monte Albán, Oaxaca, en un altar de la plaza central, denominado Adoratorio del Montículo H.
“Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad” Las ciudades siempre han despertado más encontrados sentimientos. En la edad media, las ciudades burguesas fueron uno de los blancos predilectos del clero que habitaba los monasterios. Condenaban y desaprobaban el tipo de vida que se llevaba en ellas y prevenían a sus fieles del peligro de la posible perdición de sus almas si sucumbían a la muy frecuente tentación de abandonar su terruño. Desde entonces las ciudades han sido los “lugares de perdición” por excelencia, para las sanas y saludables almas del campo. La ciudad de México es más que representativa en cuanto a la ambivalencia que provoca. Asfixiante, cruel, inabarcable, violenta, deshuesadero de ilusiones que nos arranca una declaración de odio en cada resoplo, en cada esfuerzo que nos impone, en cada descarga de adrenalina. Pero, así y todo, con la misma facilidad que la detestamos, le declaramos nuestro profundo amor: ciudad intensa, lúdica e impredecible. No importa que cambiemos de parecer en la siguiente cuadra o al tomar el metro. Producto de un mal desarrollo del campo, de la inexistencia de cualquier planeación urbana, de un excesivo centralismo y demás taras políticas, económicas e históricas, la ciudad de México sigue atrayendo a miles de personas de todo el país, que llegan en busca de algo, y, lo encuentren o no, casi siempre terminan por quedarse. La maraña de intereses que se ha formado a lo largo de su historia está asfixiando a la ciudad. Industriales que no quieren mejorar sus instalaciones y menos aún trasladadas, mafias en el transporte público, corrupción de funcionarios y policías, gobiernos cuya demagogia se desparrama sobre un par de acciones ineficientes, etc. Esta maraña pues, de no ser cortada de tajo, terminará por convertir a la ciudad de México en un lugar inhabitable. La catástrofe ecológica no es una invención apocalíptica. Para quienes deseamos seguir viviendo aquí, el deterioro ambiental constituye uno de los problemas fundamentales a resolver. Para ello es necesario que se nos proporcione información veraz de la magnitud que ha alcanzado la contaminación del aire que respiramos, de la misma forma que urge exigir al gobierno planee y lleve a cabo las acciones eficaces que realmente solucionen este problema. Ítalo Calvino dice que las ciudades se pueden dividir en dos especies: “las que a través de las años y las mutaciones siguen dando forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar a la ciudad o son borrados por ella”. ¿Hacia donde irá nuestra querida y odiado ciudad de México? EFRAÍN HUERTA |
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Referencias Bibliográficas Lénárt, L., 1989. Types of Postage-Stamps and Picture-Postcards containing cave motives. Proceedings of the International Congress of Speleology, 10, Tomo I:312-315. |
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José G. Palacios-Vargas Departamento de Biología, Facultad de Ciencias, UNAM.
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Vicente Fuentes Gea |
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Debido al rápido crecimiento de la Ciudad de México durante los últimos 20 años y al rezago en la implantación de medidas técnicas para controlar la contaminación del aire, se han incrementado notablemente las concentraciones de varios contaminantes en la zona y, consecuentemente, diferentes sectores de la población han tomado conciencia de la magnitud del problema, de manera que actualmente es factible contar con su participación entusiasta en acciones especificas tendientes a su solución. La gravedad de la situación que padece el Valle de México y la necesidad de implantar a corto y mediano plazo soluciones viables —tanto desde el punto de vista técnico como del económico—, que reduzcan los actuales niveles de contaminación, hacen necesario un conocimiento cuantitativo e integral del problema, de forma tal que permita a las autoridades competentes plantear y aplicar las medidas de control más adecuadas y, al público en general, responder eficientemente a dichas medidas. Por otra parte, la escasa información actualmente disponible y su ineficiente difusión, hacen más difícil la participación de otros sectores de la población, que, como por ejemplo, el sector industrial, podrían contribuir de una manera más significativa a reducir los niveles de contaminación que prevalecen en el valle. Uno de los aspectos escasamente difundidos sobre el tema, es el que se refiere a las altas concentraciones de partículas suspendidas que actualmente persisten en la zona y su tendencia creciente, particularmente en los últimos 10 años. Los efectos nocivos de las partículas suspendidas se manifiestan, por una parte, en la reducción de la visibilidad, lo cual es un fenómeno sumamente notorio en el Valle de México, y por la otra, en los daños que ocasionan a la salud, y que posiblemente a largo plazo sean más graves, que los que ocasiona el ozono y sus precursores, ya que una fracción importante de las partículas suspendidas, integrada por una gran variedad de compuestos tóxicos, entre los que se incluyen a los metales pesados y las sustancias orgánicas sintéticas, son retenidas por el aparato respiratorio, y por lo tanto, tienen la oportunidad de actuar de manera acumulativa y crónica en la salud de los habitantes del Valle de México. En la Ciudad de México, las fuentes principales de partículas suspendidas provienen de: procesos de combustión, de algunos procesos industriales como la fabricación de cemento, de la formación fotoquímica de aerosoles con contenidos de nitratos y sulfatos y, durante la época de estiaje, de las tolvaneras. Estas últimas a su vez, se forman gracias a la acción de los vientos sobre las superficies erosionadas, desprovistas de vegetación, que cada vez se hacen más notorias en los alrededores rurales y suburbanos de la zona metropolitana. La tabla 1 resume los valores reportados de partículas suspendidas totales (PST) en las principales zonas urbanas de la Tierra. Como se verá, es notorio el valor tan alto que tiene la zona norte de la Ciudad de México (300 µg/m3) sobre todo en comparación con las otras ciudades ahí referidas. Es importante destacar que este valor representa un promedio que abarca 8 años de datos lo que constituye una estimación con un alto grado de confiabilidad. También llama la atención el que nunca se mencione a este contaminante como uno de los que más contribuyen a degradar el aire de nuestra ciudad, como puede apreciarse en los reportes que de la calidad del aire hacen las autoridades a través del Índice Metropolitano de la Calidad del Aire (IMECA).
Con el objeto de evaluar los niveles de contaminación existentes en la atmósfera del Valle de México en lo referente a PST, se presenta a continuación un análisis de las concentraciones de este contaminante, el cual incluye las tendencias que ha seguido en los últimos años, su distribución espacial en la zona y las frecuencias de violaciones a la norma mexicana de la calidad del aire. Utilizando la información que durante los últimos 10 años ha capturado la SEDUE por medio de cada una de las estaciones integradas a su red manual de monitoreo, se elaboraron curvas de distribución de frecuencias como la que se presenta en la figura 1, mostrando, la mayoría ellas, un comportamiento log-normal, lo cual permitió otorgarle un grado de confiabilidad aceptable a los datos generados por dicha red de monitoreo, en virtud de que este tipo de distribución es el que normalmente siguen los valores determinados en otras zonas urbanas. Con base en estas curvas se obtuvo la frecuencia con que se excedió la norma mexicana de PST (275 µg/m3 en un periodo de 24 horas) en las diferentes estaciones de la red de monitoreo. Es importante destacar que esta frecuencia alcanzó un valor mínimo de 5%, en la estación Las Lomas, ubicada en la colonia del mismo nombre, hacia la región occidental del Valle de México, y un valor máximo de 90%, en la estación Xalostoc, situada al noreste. El valor tan exagerado que se obtuvo en esta última estación, y que indica que el 90% de los días del año se rebasó la norma de la calidad del aire referida, posiblemente esta señalando la influencia de algún efecto local que no es representativo de la totalidad de la zona urbana. Sin embargo, como se aprecia en la figuras 2 y 3, las cuales muestran los resultados correspondientes a la distribución espacial de las concentraciones de PST en la zona de estudio, tanto las línea de isoconcentración de los promedios geométricos anuales, como las líneas de isofrecuencias con que se excedió la norma mexicana, se puede apreciar que la frecuencia de violaciones a dicha norma es extremadamente alta en prácticamente toda la zona, particularmente en regiones situadas al norte y noreste del Valle de México.
En estas figura se puede observar también que hacia el suroeste, donde existen altas concentraciones de ozono y oxidantes, es donde los niveles de partículas suspendida tienen su mínimo impacto y por ello es donde en promedio durante el año, se cuenta con una calidad del aire menos deteriorada La distribución de las isolíneas se ajusta de acuerdo al patrón de los vientos predominantes en el valle y permiten identificar que los sitios más contaminados corresponden a los lugares que en los últimos años han tenido un crecimiento acelerado y anárquico. Es notorio que el contraste entre los niveles de contaminación por partículas que se observa en Las Lomas y en Ciudad Nezahualcóyotl, coincide por ejemplo, con las grandes diferencias socio-económicas y de dotación de servicios de la población que las habita. En México, no existe una norma de calidad del aire de PST referida a periodos anuales que permita comparar los valores que aparecen en la figura 2 con cantidades de referencia. Por tal motivo, se decidió contrastar dichos valores con la norma norteamericana de calidad del aire referida a este periodo; es decir 75 µg/m3. Esto permitió concluir que, en la totalidad de la zona estudiada, la calidad del aire es inaceptable, y que alcanza niveles de contaminación promedio anuales, muy superiores a dicha norma, aún en la región occidental del Valle de México. Con el objeto de mostrar las tendencias que han seguido la concentraciones de PST en el Valle de México, se presentan en las figuras 4 y 5, las curvas que muestran la evolución que han tenido dichas concentraciones a partir de 1977 en las estaciones La Loma y el Aeropuerto. En esta figuras se puede notar que en ambas estaciones, situada al oeste y noreste de la zona, respectivamente, la calidad del aire se ha deteriorado paulatinamente en el periodo de 7 años considerado. En otros sitios de la ciudad es dudosa cualquier conclusión que se extraiga a partir de las series de datos, debido a que en general presentan un comportamiento errático.
Otro aspecto importante que debemos destacar, es el de que se carece de datos precisos con respecto a la fracción respirable de las partícula suspendidas en la región, tanto en lo referente a su distribución y tendencia, así como a su composición química. Por ello es conveniente recomendar que, a fin de posibilitar, de manera más directa la evaluación de los efectos que tienen las partículas sobre la salud de los habitantes del Valle de México, las futuras ampliaciones que se efectúen a la red automática de monitoreo de la SEDUE, incluyan la adquisición de equipos que permitan conocer dicha fracción y algunos compuestos tóxicos contenida en ella. Por supuesto, será necesario, adicionalmente a lo anterior, que en México se promulguen normas de calidad del aire que hagan posible efectuar este tipo de evaluaciones utilizando criterios semejantes a lo que se denomina PM10 en Estados Unidos; es decir, la fracción de la partícula suspendidas con menos de 10 µm de diámetro. CONCLUSIONES 1. De acuerdo a los resultados mostrados en el presente trabajo, se desprende que la Ciudad de México, y su zona metropolitana, presenta niveles de contaminación por partícula suspendida que rebasan, la mayor parte del año las normas mexicana y norteamericanas de la calidad del aire, niveles que, en los últimos años muestran una clara tendencia a incrementarse. Por lo tanto, es necesario establecer un programa de abatimiento de la contaminación que, en el corto plazo, logre invertir dicha tendencia y permita, en el mediano plazo, reducir la niveles de contaminación actuales a los valores que establecen la norma mexicanas de la calidad del aire. 2. El problema de las altas concentraciones de partícula suspendidas, y su tendencia a crecer, no ha sido difundido ampliamente por la autoridades como lo hacen con los informes de la calidad del aire que regularmente se proporcionan mediante el Índice Metropolitano de la Calidad del Aire (IMECA), a pesar de ser un problema que debe ser atendido con la misma prioridad que el del ozono y los oxidantes fotoquímicos, debido en primer lugar a la propiedades tóxicas de la gran cantidad de compuestos que contienen; en segundo término al potencial que tienen de ser acumulados en el organismo y, por último a los efectos crónicos que tienen sobre la salud. 3. El programa de abatimiento de la contaminación del aire del Valle de México deberá dar prioridad a los siguientes aspectos: a. Aplicar extensivamente los reglamentos vigentes en materia de contaminación atmosférica. Particularmente esto debe hacerse en cuanto a la industria paraestatal y a la gran industria nacional, por la magnitud relativa que representan sus emisiones contaminantes en el Valle, la tecnología mas avanzada que emplean en sus procesos de producción y los mayores recursos económicos disponibles. Estas industria deben instalar y operar equipos que controlen sus emisiones hasta alcanzar una eficiencia igual a la que se le exige al mismo tipo de industria, en la países desarrollados. b. Como parte de los programa de reconversión industrial del gobierno federal, será necesario promover, mediante diversos incentivos y como una política prioritaria el reemplazo de procesos de producción obsoletos que emplea una gran parte de la pequeña y mediana industria localizada en el Valle de México, por procesos diseñados para que simultáneamente se evite la generación de contaminantes y se incremente la eficiencia de producción. c. Será necesario producir y distribuir combustibles de mejor calidad, en particular combustóleos y diesel, con bajos contenidos de azufre y ceniza, así como gasolina con menores niveles de hidrocarburos volátiles. d. Conviene promulgar normas técnicas adicionales a las ya existentes, que reglamenten la emisiones de compuestos específicos tales como hidrocarburos en sitios de almacenamiento de combustibles, solventes orgánicos utilizados por la industria química y en la aplicación de pinturas y barnices, así como sustancias tóxica de alto riesgo, tales como el asbesto, pesticida, metales pesados e hidrocarburos aromáticos policíclicos. e. Es necesario desarrollar e implementar un plan integral de transporte colectivo que haga eficiente y suficiente la transportación masiva, de manera que ésta resulte ser una alternativa real al transporte individualizado. f. También es importante que se aceleren los planes de reubicación de las industrias de alto riesgo existentes en el Valle de México e iniciar una política de descentralización de aquella gran industria, instituciones y servicios pública, que por sus características resultaría más conveniente que se ubicaran en el interior del país. g. Por último es urgente que las zona boscosas, situadas en los alrededores del Valle de México se incrementen y protejan, de manera que se acabe con amplia áreas que son fuentes significativa de contaminación por tolvaneras.
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Referencias Bibliográficas 1. Fuentes Gea, Vicente y A. García, Evaluación de localidad de aire del Valle de México, DEPFI, UNAM, Elaborado para Seguros América (Septiembre de 1989). |
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Vicente Fuentes Gea
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Héctor Gómez de Silva | ||||||||||
La vida en la Tierra tiene una historia de miles de millones de años, lapso de tiempo incomprensible para los efímeros seres humanos. Por ello se justifica que utilicemos, en esta nota, una metáfora basada en un concepto para medir el transcurso del tiempo, más familiar para todos, como lo es el año de 365 días. Así al calcularse la edad de la Tierra en 4600 millones de años, y al encontrarnos con que los fósiles de seres vivos más antiguos que se conocen, muestran que hace alrededor de 3500 millones de años ya existía una gran diversidad de especies de bacterias, concluimos que la vida debió haberse originado en el planeta hace más de 3500 millones pero no más de 4600 millones de años. Ahora bien, para fines prácticos, vamos a suponer que surgió la vida hace 3650 ¼ millones de años, con el fin de poder comparar su duración con 365 1/4 días, o sea un año. Por lo tanto, y volviendo a la metáfora, un día equivaldría a 10 millones de años. Así, observamos que la forma mas compleja de vida durante los primeros meses la representaban las bacterias. Ya para lo que vendría a ser fines de julio o principios de agosto, aparece, por primera vez en el registro fósil, un protista, pero más de la mitad del tiempo, la Tierra estuvo habitada sólo por bacterias. Los primeros animales no aparecieron hasta hace unos 600 o 700 millones de años, o sea ¡a finales de octubre! La Era Paleozoica, en la que la fauna comienza a parecerse a la actual (por lo menos se conocen representantes de varios phyla que aún existen) empieza a principios de noviembre. ¡Los fósiles más estudiados y los phyla actuales tienen menos de dos meses de existir! metafóricamente hablando, claro está. Aunque los animales y las plantas se originaron en el mar, las primeras plantas y animales terrestres no aparecen hasta el 20 de noviembre o un poco después; pero tanto las primeras plantas como los primeros animales terrestres (artrópodos) eran muy pequeños. En pocos días, aparecen los primeros anfibios y el 28 de noviembre, el primer reptil. Los continentes se encuentran unidos formando el supercontinente Pangea más o menos del 1° al 12 de diciembre, en el que se empieza a fragmentar. Entre el 7 y el 8 de diciembre (o sea hace 240 millones de años) se produce la mayor extinción de todos los tiempos, en la que se calcula que se extinguió repentinamente el 96% de las especies. Los dinosaurios y los mamíferos aparecen alrededor del 9 o 10 de diciembre. Ambos surgen como carnívoros o insectívoros pequeños, pero los dinosaurios se expanden y dominan el mundo, hasta que sus últimos representantes se extinguen, aproximadamente al mediodía del 25 de diciembre, junto con un gran porcentaje de otras especies. Habían dominado el mundo medio mes, mas de 160 millones de años. Pero mucho antes de extinguirse, antes del 16 de diciembre, dieron origen a las primeras aves. Del 25 de diciembre en adelante, los mamíferos han sido los vertebrados dominantes. En los últimos 5 1/2 días del año, surgieron los primates, murciélagos, ballenas, roedores, ungulados, carnívoros y la mayoría de los órdenes de mamíferos que actualmente forman parte de la fauna. Fue el 31 de diciembre (hoy) cuando los antepasados del hombre se separaron de los antepasados de los gorilas y chimpancés. El género Homo apareció hace 1.8 millones de años, a las 7:30 de la tarde. Ya tenía entonces el doble de la capacidad craneana que la de su antepasado el Australopithecus, lo que equivale a la mitad de la capacidad craneana promedio de nuestra especie. A las 11:15 (casi 30000 años) nuestra especie ya pintaba en los muros de las cuevas. El alfabeto fue inventado en el Medio Oriente hace 6 minutos (hace alrededor de 5000 años). Nuestra era comienza hace 2.86 minutos (hace 1990 años) y Charles Darwin publicó El Origen de las Especies por medio de la selección natural apenas hace 11 segundos (132 años). Usted esta leyendo este artículo precisamente a las 12 de la noche del “año de la vida”. Mark Twain, un excelente escritor irónico, escribió, utilizando otra metáfora, “Si la Torre Eiffel representara la edad del Universo, la capa de pintura que tiene en la punta representaría la porción que le correspondería al hombre de este tiempo, y cualquiera se daría cuenta de que la torre se construyó sólo para el lucimiento de esa delgada capa de la punta… ¿o no?” Los seres humanos sólo forman parte de los últimos minutos del año de la vida. No olvide que, siguiendo la metáfora del año de la vida, si ésta comenzó el año pasado, el ser humano apenas surgió hace pocas horas; su sangre se separó de la de los grandes monos apenas hoy, los primates surgieron hace cinco días y medio, los mamíferos aparecieron hace 21 días y los animales multicelulares sólo hace un mes y pico. Recuerde eso cuando lea que las bacterias han existido en la Tierra más de 3500 millones de años.
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Referencias Bibliográficas Gore, Rick, “Extinctions”, National Geographic, 175 (6): 662-699, junio de 1989. |
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Héctor Gómez de Silva Facultad de Ciencias, UNAM.
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Exequiel Ezcurra |
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Todos hemos oído hablar del riesgo que representan las inversiones térmicas en la ciudad de México. Pocas personas, sin embargo, tienen una idea clara de cómo ocurren. Con frecuencia, los habitantes de la ciudad parecen creer que las inversiones térmicas son causadas por la contaminación. En realidad, las inversiones térmicas ocurren normalmente en invierno en muchas partes del mundo, tanto en las ciudades como en el campo, sin ninguna consecuencia. El problema en la cuenca de México es que los altos niveles de contaminación ambiental pueden alcanzar durante eventos de inversión térmica niveles severamente dañinos para la salud humana. El riesgo, entonces, no es la inversión, que ocurre normalmente en muchas partes, sino la inversión en un área donde las concentraciones de contaminantes son muy elevadas. Veamos esto con más detalle. En condiciones normales, el aire se hace más frío a medida que asciende en altura. La razón de este fenómeno se debe a que a mayores alturas la capa atmosférica sobre el observador es menor y, por lo tanto, la presión atmosférica se hace más baja. Recordemos ahora un principio sencillo del comportamiento de los gases: el aire se calienta al comprimirse y al descomprimirse se enfría (cualquiera que haya tocado el extremo del inyector de aire de una bicicleta conoce el fenómeno perfectamente). La explicación de los cambios de temperatura del aire con la altura es entonces relativamente sencilla: a nivel del mar el aire tiene más presión y, por lo tanto, es más caliente. O sea que a mayor altura, menor temperatura del aire. La velocidad a la cual una masa de aire se enfría cuando se descomprime, se conoce como el “gradiente adiabático” del aire. El valor del gradiente adiabático varia según la humedad de la atmósfera, con valores cercanos a 1°C cada 100 metros, en atmósferas muy secas, hasta valores de 0.6°C a 0.3°C cada 100 metros en atmósferas saturadas de humedad. Se conoce como “perfil térmico” del aire a los valores reales que tiene la temperatura del aire a distintas alturas sobre el suelo, a una cierta hora del día. En mediodías soleados de verano, los rayos del sol calientan tanto el suelo como la capa de aire cercana al mismo. Esta capa de aire caliente a nivel del suelo (responsable, entre otras cosas, de los “espejismos” que vemos en las carreteras), se encuentra en situación inestable desde el punto de vista físico. A medida que nos acercamos al suelo, el perfil térmico se calienta más rápidamente de lo que predice el gradiente adiabático (figura 1). Si una pequeña masa de esta capa sube, se enfriara según el gradiente adiabático (cerca de 1°C cada 100 metros), pero como estaba sobrecalentada originalmente, tendrá más temperatura que el aire que la rodea. Al estar más caliente estará más expandida, será más liviana y tenderá a subir como un globo aerostático. En días así hay propensión a formarse torbellinos y la atmósfera en general es turbulenta. Sobre las partes de suelo más caliente tienden a formarse corrientes de aire ascendente, conocidas como “corrientes térmicas”. Estas corrientes térmicas son, en días soleados, las responsables de dispersar los contaminantes sobre la ciudad de México. El calor del sol sobre el concreto y el asfalto de la ciudad, genera corrientes ascendentes que se llevan los contaminantes hacia arriba, donde se dispersan gracias a la circulación general de la atmosfera. En las noches frías, en cambio, la situación se invierte, ya que la Tierra no recibe radiación solar, pero emite calor (radiación infrarroja) hacia las capas superiores de la atmósfera y hacia el espacio exterior. Como consecuencia, el suelo se enfría, y se enfrían también las capas de aire más cercanas a la tierra. El perfil térmico, al revés que en días soleados, se invierte y las capas más frías se encuentran ahora cercanas al suelo. Por esa razón, el fenómeno ha sido descrito como “inversión térmica”. La capa de aire frio a nivel del suelo se encuentra ahora en una situación estable, desde el punto de vista físico. Si una pequeña masa de esta capa sube, se enfriará según el gradiente adiabático, pero como estaba fría originalmente, tendrá menos temperatura que el aire que la rodea. Al estar más fría estará menos expandida, será más densa, y tenderá a bajar nuevamente. En noches de inversión térmica la atmósfera se mantiene quieta, desaparecen la turbulencia y los movimientos verticales del aire. Los contaminantes no se dispersan hacia las capas superiores de la atmósfera, sino que se acumulan sobre la ciudad. Durante la mañana siguiente, el sol calentará nuevamente el suelo y con él, las capas de aire más bajas. En algún momento se invertirá el perfil térmico y el aire volverá a mezclarse por movimiento turbulento. El Sol habrá iniciado su diaria rutina de elevación de los contaminantes hacia arriba y la ciudad podrá respirar nuevamente. A las 11 de la mañana, aproximadamente, en los días de inversión térmica los servicios de información ambiental avisan que se ha “roto la inversión”.
El requisito físico principal para que se presente una inversión, es una atmósfera clara y libre de humedad, que permita la disipación de calor —y el consecuente enfriamiento— de la superficie del suelo. La Tierra emite radiaciones dentro del rango infrarrojo, pero el agua de las nubes es opaca a este tipo de radiación. Por lo tanto, las capas inferiores de aire se enfrían más fácilmente en noches despejadas de invierno y aún en las de primavera (abril-mayo). La llegada de las lluvias a la ciudad de México genera una atmósfera saturada de humedad, y la frecuencia de inversiones disminuye sensiblemente (figura 2). Los meses con más frecuencia de inversiones son, obviamente, los meses de invierno, donde se conjugan las bajas temperaturas con la temporada de secas. La altura a la que comienza a invertirse el perfil térmico es también importante. Cuanto más baja sea la inversión, más fácilmente se romperá durante el día. En los eventos de inversión más severos, ésta comienza a más de 400 metros sobre el suelo de la ciudad. La mayor parte de las inversiones, sin embargo, comienzan a cerca de 200 metros sobre el suelo, y algunas inversiones leves lo hacen a menos de 100. Por supuesto, el fenómeno de inversión del perfil térmico ocurre en todas partes, no solo en las ciudades, pero se conviene en serio motivo de preocupación y de estudio, en zonas como la ciudad de México, donde, para eliminar los contaminantes del aire, es crucial la turbulencia atmosférica. Un factor adicional que hace que el fenómeno sea crítico en la cuenca de México, lo son las montañas que rodean a la ciudad, porque impiden el movimiento lateral del aire, que es el segundo mecanismo de eliminación de contaminantes atmosféricos. La presencia de cadenas montañosas periféricas dificulta el desplazamiento horizontal de las masas de aire y, en consecuencia, en la cuenca de México los vientos son muy leves y no actúan como dispersores alternativos, cuando la turbulencia atmosférica vertical deja de operar. Así, en las noches de invierno el aire sobre la ciudad funciona de manera similar a los congeladores abiertos que hay en algunas tiendas y supermercados. El aire frío, adiabáticamente estable, no tiende a subir ni a mezclarse con el aire caliente de arriba y se mantiene dentro del recipiente horizontal que lo contiene. Dicho de otra manera, el aire frío funciona casi como un líquido: es más denso y pesado que el aire caliente, y se mantiene en forma estable dentro de su recipiente. En días de inversión térmica, la cuenca de México, rodeada de montañas, funciona como un recipiente que contiene al aire frío sobre la ciudad.
Muchos citadinos viven con preocupación por el hecho de que tenga que ser el Sol matutino, el que rompa la inversión y disperse los contaminantes acumulados. ¿Qué pasaría si en un invierno particularmente frío el Sol no alcanzara a romper la inversión durante la mañana y se acumularan contaminantes sobre la cuenca durante varios días? La perspectiva es aterradora. Sabemos que en Londres ocurrió algo semejante en 1957, y el trágico saldo final fue de miles de muertos. |
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Exequiel Ezcurra
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Victor M. Toledo |
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Como científico no podría estar, y no lo estoy, en contra del uso pacífico de la energía nuclear o de cualquier otra innovación reciente del conocimiento, llámese biotecnología, sensores remotos o superconductores. Hace tiempo, sin embargo, que abandoné ese ilusorio frenesí que anestesia a buena parte de los científicos contemporáneos (incluyendo los mexicanos), y por el cual —se piensa— toda innovación científico-tecnológica es automáticamente sinónimo de progreso. Esta ideología de la producción científica —conocida como cientificismo— no sólo olvida que cada nueva contribución encarna socialmente de muchas diferentes maneras, sino que tiende a ocultar un fenómeno cada vez más acentuado en la sociedad contemporánea: el empleo de la ciencia y de los científicos para mantener (y aún ampliar) muchas de las situaciones moralmente injustas que hoy padece la humanidad. Que los conocimientos de las ciencias no son ideológica ni socialmente neutros es un hecho que se comprueba cotidianamente. Junto a las decisivas aportaciones de la investigación científica en la resolución de numerosos problemas alimentarios, de salud, energía, transporte, comunicación y seguridad humana, hoy debe reconocerse también, una siniestra montaña de innovaciones científico-tecnológicas, dirigidas a mantener y acrecentar estructuras despóticas, a perpetuar la dominación de países y pueblos o a facilitar la acumulación y concentración del poder económico y/o político. Hoy la ciencia y los científicos han contribuido a la dilapidación de la naturaleza, a través de la química; a la falsificación de los alimentos, al encarecimiento y control de las medicinas, las semillas o las biotecnologías, a la manipulación del poder, mediante la concentración hidráulica y energética, al desmembramiento de las comunidades rurales, al socavamiento de la intimidad individual y familiar de los ciudadanos y, por supuesto, a la creación de ese raro arte dedicado a perfeccionar lo efímero de las mercancías. Todo ello sin invocar sus contribuciones a la industria militar que, por ejemplo, en 1987, en los Estados Unidos alcanzaba (directa o indirectamente) al 60% de los investigadores de ciencia y tecnología).1 Hay pues ciencia para la Humanidad y para el Diablo, y habrá cada vez más para el segundo, conforme avance el proceso global de mercantilización y militarización, el que a su vez es consecuencia de la expansión del capital transnacional y de los aparatos técnico-militares de los principales países. Fuera de la anestesia que da el cientificismo, el panorama contemporáneo de la ciencia y los científicos está más cerca del honor que de la admiración. En ello ha sido decisivo una cierta pérdida de control social sobre el aparato de ciencia y tecnología. En vez de que la sociedad humana sea el objetivo de la ciencia, los “proyectos científicos” se vuelven, cada vez más, el objetivo de la sociedad. Esta inversión de finalidades, aparentemente simple, encierra un hecho patético: la sujeción del bienestar y el progreso humanos a un poder invisible que, basado en la reproducción incontrolable del conocimiento y la tecnología, busca el desarrollo de más y más “proyectos” y crea necesidades ficticias para justificarlos. En resumen, el socorrido argumento de que “quien se opone a la ciencia se opone al progreso” es una tesis falaz, que se alimenta de una visión no-científica sino ideológica de la realidad. EL CASO DE LAGUNA VERDE Pienso que los científicos que han estado defendiendo —supongo que de buena fe— el proyecto de Laguna Verde (LV), son víctimas conscientes o inconscientes de esta falsa ilusión que alimentan por igual el cientificismo y la tecnocracia. No voy a argumentar la afirmación anterior insistiendo en todo aquello que la mayoría de los impugnadores técnicos de LV se han empeñado en demostrar (como la baja rentabilidad y/o el alto costo, su carácter dependiente del exterior o su obsolescencia tecnológica) y que los defensores del “proyecto” se han encargado de responder, a mi juicio, sin lograr convencernos. Esta vez, mi razonamiento parte de un principio más simple y que pienso que constituye el pecado original del “proyecto”, el cual refleja su carácter esencialmente inmoral (en la medida en que no toma en cuenta a la sociedad humana): su ubicación geográfica. Parece inverosímil que entre los cerca de 2000 científicos y técnicos mexicanos que laboran en la industria nuclear del país, no haya habido alguno que llamara la atención sobre lo inapropiado del sitio para construir la planta ¿Cómo es posible que, a sabiendas del riesgo que aún existe en el manejo pacífico de la energía nuclear, se haya escogido precisamente ese sitio, teniendo un escenario geográfico con una amplitud de 200 millones de hectáreas? ¿Por qué se construyó la planta en un sitio tan densamente poblado, con tanta importancia histórica, ecológica, cultural, turística y productiva y, sobre todo, tan cerca de los grandes centros urbanos del país? Mientras no haya quién me dé otra explicación, puedo asegurar categóricamente que el sitio para construir LV fue escogido por la mano del Diablo, encarnado en quienes erigieron este “proyecto”. ¿La explicación de lo que digo?: las costas del centro de Veracruz no solo son un mal lugar, sino que son el peor sitio para levantar una planta nuclear en México. ¿La razón?: si teniendo un mapa de la República Mexicana frente a nosotros, buscáramos diabólicamente el punto exacto donde un accidente nuclear grave provocaría el mayor impacto sobre la población humana, se llegaría a alguna localidad de las costas del centro de Veracruz, porque justamente en este área se da una combinación de clima e historia del poblamiento que hace que, ante un eventual accidente nuclear, queden afectados sectores enormes de seres humanos, ubicados en las medianas y grandes ciudades del centro del país. En efecto, basta tener conocimientos elementales de climatología y de geografía para percatarse de que al ubicar una planta nuclear en las costas veracruzanas y, justo donde se encuentra LV, la dirección de los vientos alisios, que dominan buena parte del año, transportarían los elementos radioactivos de un reactor nuclear accidentado de la costa hacia el interior del país, y no solamente a cualquier región del país, sino ¡justamente al área donde se concentra nada menos que un tercio de la población de México! En otras palabras, con la ayuda de los vientos y de la ubicación geográfica, LV se encuentra literalmente apuntando hacia numerosas concentraciones urbanas del centro de México. Así, de acuerdo con el minucioso estudio realizado en El Colegio de México (El plan de emergencia radiológico externo. Dos estudios críticos. Alejandro Nadal y Octavio Miramontes, ed. El Colegio de México, 1989), de ocurrir un accidente nuclear en LV en el mes de febrero, el área total que quedaría contaminada 24 horas después, con niveles potencialmente peligrosos de radiación, es de alrededor de 2200 kms2, con una población de 425000 individuos; de suceder el accidente en octubre, la superficie peligrosamente contaminada alcanzaría 2600 km2, esta vez con 170000 habitantes. De la misma investigación se deduce que, provocando diferentes efectos, la nube radiactiva cubriría en un periodo de uno a tres días, las siguientes ciudades: Veracruz, Cosamaloapan, Tuxtepec (en febrero), Xalapa, Coatepec, Perote, Tlaxcala, Huamantla, Apizaco, Texcoco, Cuernavaca, Toluca y, por supuesto, la que será la concentración humana más grande del mundo: la ciudad de México. ¿Alguien que tenga un mínimo estado de salud mental, puede dejar de pensar que este no es un proyecto diabólico? ¿Por qué no se edificó LV en un punto potencialmente menos peligroso para los mexicanos, digamos las costas de Sonora o algún área con agua de los desiertos del norte de México (de las que existen más de una docena, según puede verse en cualquier mapa hidrológico) donde la población es baja? ¿Por qué, por lo menos, no se pensó en las costas del Golfo de México, pero un poco más hacia el norte, digamos hacia las costas del centro de Tamaulipas? ¿Por qué…? ¿Quién o quiénes tomaron esta absurda decisión? Esto, que obvia y objetivamente es el primer error de diseño de LV, al combinarse con tres hechos difícilmente rebatibles, dan lugar a lo que el sentido común de los mexicanos identificaría como un proyecto diabólico. El primero se refiere al cambio de opinión que han tenido los expertos con respecto a la seguridad de los reactores nucleares. Hoy se considera con mucho menos optimismo que hace veinte años, el nivel de seguridad del uso pacífico de la energía nuclear. Y es que no solo se tiene la experiencia del número de grandes accidentes nucleares ocurridos en las últimas décadas, tales como el de Kyshtym (1955) y Chernóbil (1986) en la Unión Soviética y, el de Three Miles Island (1979) en los Estados Unidos, sino que también se sabe de los que han ocurrido a una escala lo suficientemente baja para no provocar daños humanos y que han permanecido como informes secretos reportados a la Organización Internacional de Energía Atómica: ¡un total de 250! (Excélsior 14-6-1986). De esto se sabe muy poco, aunque la revista alemana Der Spiegel obtuvo copias de 48 accidentes secretos reportados a la OEA, entre los que destacaban, por ser potencialmente peligrosos, los ocurridos en Francia (3), Pakistán, India, Bulgaria y, sobre todo, Argentina, donde la planta nuclear de Embalse (hoy ya cerrada), estuvo a punto de volverse en 1983 un accidente de la magnitud del de Chernóbil. A su vez, la revista Time (31-10-88), revela el caso de la planta de Sellafield en Inglaterra, construida en la década de los cincuenta y que ha sufrido ya 300 accidentes menores, suficientes para que acumulados hayan dejado la porción de agua marina más contaminada de radioactividad en el mundo, y una atmósfera con mil veces el nivel de contaminación de lo provocado por el accidente de Three Miles Island. Lo mismo puede afirmarse de la vieja planta de Hartford en (Oregon) Estados Unidos, y de la cual el gobierno norteamericano acaba de aceptar que durante sus cuatro décadas de existencia ha producido una radiación superior a la del accidente de Chernóbyl.2 El segundo aspecto que complica el caso, lo constituye el desplegado recientemente firmado por más de 100 geólogos y geofísicos, miembros de la Sociedad Geológica Mexicana y de la Unión Geofísica Internacional, cuestionando los estudios que sustentan la construcción y funcionamiento de la planta nucleoeléctrica de LV (La Jornada, 31-10-88), documento que se redactó durante la IX Convención Geológica Nacional, realizada unos días antes. Este hecho, tiene una enorme trascendencia para la ciencia y la política de México, ya que pone en duda los estudies geológicos realizados por la Comisión Federal de Electricidad y llama la atención sobre la seguridad real del reactor y de los desechos radioactivos que producirá. Que las investigaciones geológicas de la Comisión Federal de Electricidad sean cuestionadas por la correspondiente comunidad científica del país, constituye un hecho gravísimo, porque además de alertar sobre la posibilidad de un accidente nuclear por factores sísmicos, vulnera la capacidad técnica de ese organismo. La detallada revisión crítica que llevaron a cabo los físicos A. Nadal y O. Miramontes de El Colegio de México, sobre el Plan de Emergencia Radiológico Externo de LV, constituye el tercero y último elemento. En dicho análisis los especialistas muestran que tal Plan sufre de graves deficiencias, en relación con su cobertura, capacidad de movilización, divulgación de información oportuna, número de albergues, hospitales, etc. Por ello la conclusión es que no existe el mecanismo para poner a salvo a la enorme población que se vería inmediata y seriamente afectada por un accidente nuclear en LV. La pregunta es si podría existir tal mecanismo, tomando en cuenta que se escogió uno de los sitios de máximo riesgo (desde el punto de vista de un accidente nuclear) que existen en la República Mexicana. LA CIENCIA BAJO SOSPECHA Para el sentido común —que es la ciencia de los pueblos— este hecho tan simple, representado por la equivocada ubicación de LV y que constituye, insisto, el primer error de diseño del “proyecto”, pone de inmediato bajo sospecha todo lo que sigue. Podría no haber duda de que los técnicos y científicos mexicanos y extranjeros se hubieran preocupado por resolver con el mayor cuidado posible, todos y cada uno de los aspectos para hacer funcionar el reactor nuclear.3 Sin embargo todos ellos, especialistas de alto nivel, trabajan para poner en marcha un “proyecto”, que, desde un principio, se olvidó de algo elemental: ponderar el peligro que desde ahora amenaza —real y concretamente— la vida de cerca de 25 millones de mexicanos, en su afán por incrementar (en un 4% se dice) la generación de energía eléctrica. ¿Ciencia para la Humanidad o ciencia para el Diablo? Y es que una ciencia (y quienes la realizan) que se obnubila con la búsqueda de sus solos objetivos científicos (el “proyecto”) y que ignora el hecho de que su único significado posible es el bienestar y la seguridad de los seres humanos, es una ciencia deleznable; una ciencia bajo sospecha. |
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Notas 1. Ya en un análisis realizado por C. Norman (Science, vol. 277:726-728) en 1985, se observaba cómo el 72% del presupuesto federal del gobierno norteamericano sobre ciencia y tecnología se dedicaba a los programas de defensa. |
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Víctor Manuel Toledo
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Olvidar a París |
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José Luis Rodal Arciniega |
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— Un autre petit cognac, monsieur? — ¿Qué? — alcancé a decir en español. — On ferme le bar, monsieur, et si vous voulez… — Non, non, merci — comprendí de golpe que aterrizaríamos en unos minutos. Desde que abordé el avión en la Ciudad de México me sumergí en mis pensamientos: hechos precisos, datos vagos, especulaciones que debían organizarse para construir un esquema explicativo que apaciguase mi nerviosismo, suministrándome hipótesis plausibles con respecto al por qué de esa invitación inesperada para venir a Francia. En eso se me fue el tiempo de vuelo y la breve escala en Houston (ni siquiera le eché un vistazo a la última novela de Dallal que equivocadamente me regaló la China al despedirme en el aeropuerto). En Roissy, me presté gustoso a cumplir con las formalidades de entrada e incluso disfruté con las actividades banales de recuperar el equipaje y cambiar algunos marchitos pesos por solvente moneda francesa (el enfrentar situaciones concretas, simples e inmediatas me tranquiliza enormemente). Después me dirigí, maletas en mano, al sitio de taxis. — Vous allez où monsieur? —me preguntó el chofer cuarentón de mejillas sonrosadas. En un francés impecable (hablarlo bien es una de las mayores vanidades que gozo en permitirme) le dije que me llevara, siguiendo las instrucciones del profesor, a la estación del metro Alésia, de ahí me iría caminando al departamento de la Rue des Plantes donde me alojaría hoy y los próximos días. Durante el trayecto a la ciudad repasé los antecedentes principales. Henri Devilliers fue, sin sombra de duda, el mejor de todos los profesores que tuve en Francia y con el que llevé una relación más estrecha. Politólogo brillante, especialista en asuntos internacionales, seducía con su erudición y sus modos aristocráticos, lo mismo a sus alumnos en la cátedra que al crédulo ciudadano medio en sus frecuentes intervenciones en la prensa, la radio y la televisión. Ducho en el arte de encantar a los demás, manejaba con soltura la regla y el consentimiento y alternaba sutilmente la complicidad y la provocación. De cada generación de, pongamos veinte estudiantes, sólo se dignaba dirigir las tesis de dos (o tres cuando mucho). Al aceptar dirigir la mía, y así manifestarme su predilección, me inflamó de orgullo y contribuyó a que fuera aceptado por mis condiscípulos franceses, todos egresados de escuelas prestigiadas, todos de buena familia, todos habitantes de barrio chic. Simón fue otro de los privilegiados. Al mexicano y al chileno siempre se les veía juntos… detrás de su profesor. Cuando regresé a México parecía aguardarme un vertiginoso desarrollo profesional. Era cuestión, pensaba yo, de recopilar en corto tiempo la información pertinente para elaborar la tesis y retornar a Francia para la redacción final y la presentación del examen doctoral, para luego, de nueva cuenta en México, empezar a convertirme en el Henri Devilliers de por acá. Aun ahora, pasados cinco años, no sé bien por qué no sucedió así. En parte, puedo achacárselo al corte de becas que se produjo apenas hechos oficiales la crisis económica y el cambio de sexenio. Pero no, creo que el mayor mal estuvo en mí. Primero, fue esa condenada vocación apostólica que me llevó a enterrarme en una oscura universidad pública de provincia; después vinieron ese casamiento tonto (esa historia de amor equivocada) y el paulatino abandono de mis ambiciones. Casi sin darme cuenta fui dejándome absorber por actividades menores ajenas a la tesis. Mi reputación en la universidad de candidato al doctorado, se fue desvaneciendo. Harto de las miradas de sorna de mis colegas y abrumado por la imposibilidad de enseñar cualquier cosa a estudiantes mongoloides, dejé la universidad para probar suerte, ayudado por los parientes de mi mujer, en la administración pública. Más cuando me divorcié quedé peor que antes. Durante el último año me gané el pan pinchemente, haciendo traducciones y dando cursitos de francés que me conseguía la directora de la Alianza Francesa en la localidad. Recibí la carta del profesor cuando atravesaba un periodo de fuerte depresión (¡tanta amargura y frustración acumuladas!). Quién sabe cómo diablos dio conmigo. Hacía varios años que habíamos suspendido todo contacto epistolar. La carta tenía timbres nacionales y sellos de la Ciudad de México. Antes de leerla había imaginado su contenido lleno de reproches y reclamos referentes a la tesis inconclusa. No había nada de eso. Por el contrario, estaba escrita en un tono suave, con múltiples guiños de complicidad alusivos al pasado. En su prosa amanerada (muy siglo diecisiete) me incitaba a volver a París para visitarlo. Sugirió que tenía un trabajo interesante para mí. En la fórmula de despedida me llamaba mon cher ami y lo que me resultó más extraño: adjuntos a la carta me envió un boleto de avión (¡primera clase!) México-París-México, las coordenadas del lugar donde debería alojarme a mi llegada y la recomendación encarecida para que justificara el viaje diciendo a mis conocidos, en México y en París, que iba-venía a presentar la tesis. Me percaté de que ya recorríamos calles parisinas. Me sentí emocionado. En mi mente se yuxtaponían los recuerdos de los “días de vino y rosas” vividos aquí. — On arrive au metro Alésia, Monsieur— farfulló el taxista. Pagué y descendí del auto. Parado en una esquina abrí mi vieja guía y tracé mentalmente la ruta más larga para llegar al departamento prometido. En cours de route me detuve en un bar-tabac y compré de jalón media docena de cajas de puritos Wintermans. Se trataba de un edificio de medio lujo, con la fachada recientemente renovada. Me presenté ante la conserje (una atildada señora portuguesa, algo encamable y todavía con varios años de buena vida por delante). Ella me dio las llaves del departamento y un sobre cerrado. Subí hasta el cuarto piso por la escalera alfombrada y entré sin mayor dificultad. Un breve recorrido por el sitio y exclamé complacido: —Pas mal du tout la petit baraque! Tenía una sala con muebles de cuero y en las paredes varias fotografías de París tomadas por el gran Edouard Golbin, una recamara como para ahuyentar cualquier asomo de claustrofobia, un cuarto de lectura con un escritorio de marquetería y un par de sólidos libreros, un baño enorme con tina y sauna, una cocina integral llena de gadgets domésticos. Una segunda ojeada al departamento me brindó más sorpresas agradables: en la cocina, una docena de botellas de vino de primera clase, un par de pomos de Calvados Busnel y otro par de Armañac de una marca que no conocía; en la recamara, un equipo danés de sonido y una treintena de discos compactos entre los que sobresalían todas las canciones de Bárbara, el Arte de la Fuga de Bach, las mejores piezas de Satie interpretadas por Aldo Ciccolini y las sonatas para pianoforte de Hayden; en el cuarto que servía de biblioteca, novelas cuyos títulos me evocaron sabrosas discusiones literarias con Devilliers, en su casa de Neuilly… hace no sé cuánto tiempo. Quien sea que haya puesto aquí estas cosas (Devilliers encabezada la lista de sospechosos), tiene un conocimiento íntimo de mis gustos. ¿A qué venía ese afán por complacerme? Recordé entonces el sobre que me dio la conserje. En el papel, que leí ávidamente, sólo estaban escritas, de manera impersonal, nuevas instrucciones. Debía encontrarme con él dentro de tres días a las diez de la mañana, en la entrada sur del bosque cercano al pueblo de Rambouillet (a unos treinta minutos de tren de la estación de Montparnasse). Mientras tanto, ya ero dueño de mi tiempo. Para mis “gastos menores” podía disponer de diez mil francos, los cuales se encontraban dentro del libro de Mikhaïl Boulgokov Le Roman de Monsieur de Molière, en el cuarto de lectura. Yo quedaba en libertad de decidir si visitaba a viejas amistades o no, pero se me reiteraba lo petición de justificar mi presencia en París “par des raisons académiques”. Adicionalmente por ningún motivo debería de dar a nadie mi dirección actual en la ciudad y mucho menos traer personas (hombres o mujeres) al departamento. Antes de terminar de leer ya estaba yo de veras perplejo y preocupado. En la última línea estaba escrito, como si se hubiera previsto mi estado de ánimo, rassurez vous, le mystère sera devoilé dans trois jours. ¡El boleto de avión, los diez mil francos y todo lo demás! Yo estaba seguro de que el profesor esperaba algo de mí. Pero qué carajos querría, me repetía mentalmente. Yo ya comencé a recibir, más… ¿cuáles serían los otros términos del intercambio? Y, sobre todo: ¿por qué las precauciones? Necesitaba un buen trago de Calvados. Me serví una porción generosa. Puse un disco de Bach y me tendí sobre el sofá de cuero. Seguí dándole vueltas al asunto. El trago se volvió medio botella. Jugando a distinguir las voces de una fuga me fue invadiendo una agradable somnolencia. Me desperté y miré el reloj. Debí haber dormido por lo menos doce horas. Aparte las cortinas, corrí el cerrojo de la ventana y me asomé al balcón que daba al jardín interior del edificio. Era una fresca pero soleada mañana de principios de otoño. Qué carajos, pensé, estás de nuevo en París y eso es lo que cuenta. Desayuné varios croissants con chocolate en un bar de la Avenue du Maine, luego pasé a la estación para informarme sobre los horarios de los trenes a Rambouillet. El resto de la mañana me transcurrió caminando sin rumbo definido por la ciudad. El hambre hizo acto de presencia cuando vagaba por el Boulevard des Italiens. Caminé unas cuadras hasta Chartier. Como siempre, estaba hasta la madre de gente y tuve que hacer cola veinte minutos hasta que un mesero marroquí me señaló una pequeña mesa para dos personas poblada a la mitad por un gordo trajeado, que despachaba vorazmente un plato de tripes a la mode de Caen. Ni siquiera levantó los ojos del plato para verme. Mejor así, me dije, éste es de los que no hacen platica. Leí con atención la minuta cargada de promesas y me incliné finalmente por una combinación heterodoxa, compuesta de filet d’hareng a l’huile d'olive, blanquette de veau, choux de Bruxelles, fromage Pont l’Evêque y Crème de marrons-chantilly. Para rociar tales platillos seleccione una demi-bouteille de Entre deux-mers y una botelluca de Castillon (los vinos no fueron nada del otro mundo pero me trajeron reminiscencias del viaje en bicicleta con Anne-Marie por los riberas de la Dordogne). Con un Calvados y un café servidos, me puse o hojear la sección de cine del Pariscope. Prendí un purito Wintermans para facilitar la elección de las dos películas que vería eso tarde. A lo salida del cine me dieron ganas de visitar a una amiga-amante de otros tiempos. Toqué a su puerta sin recibir respuesta. Alertada por los timbrazos salió una vecina y me informó que Gisèle estaba disfrutando unas vacaciones en la nueva Caledonia y no regresaría, así lo había anunciado, hasta el mes de noviembre. Descubrí entonces que más que uno amiga necesitaba al segundo término del binomio y me fui a merodear por ciertos rumbos. Después de una consulta con mis fantasmas del momento contraté los servicios de una blondinette de carita de muñeco y formas adolescentes. Me repugnaba la idea de ocuparme con ella en un cuartucho de la Rue Saint-Denis. Tampoco podía llevarla al departamento de la Rue des Plantes. Me acordé que esta vez tenía yo bastante dinero y opté por una solución hotelera de cuatro estrellas cerco del Palais Royal. Horas más tarde, descargados ya las ganas imperiosas y con sueño a borbotones, me felicité por haber evitado pensar durante toda la jornada en el profesor Devilliers y en la cuenta de gastos que habría de presentarme pasado mañana. Al día siguiente, mi ánimo se tornó taciturno y decidí quedarme en el departamento. Ya habrá ocasión, me dije, de retozar cuando el asunto que Devilliers se trae entre manos, se vuelvo transparente para mí. Me pasé leyendo el resto de la mañana. Cociné un fajo de capelli d’Angelo con salsa de champiñones, a la par que escuchaba un cassette de Lobo y Melón que me acompañó desde Mexiquito (“fueron tus promesas falsos juramentos, palabras que el viento lejos se llevó”, canté a dúo con Melón). A medio tarde, noté los síntomas del advenimiento de una pequeña depresión. Necesitaba hablar con alguien, me receté. Recurrí al teléfono ¿Quién de mes vieux copines estaría con seguridad al otro lodo de la línea a esta hora? Stéphane, claro, si es que aún trabaja en la galería de arte de la Rue Dauphine. Le atiné. Conversamos de banalidades por espacio de media hora, me felicitó por haber terminado la tesis y quedamos de vernos la próxima semana para ingerir cerveza belga. Después de colgar me sentí mejor. Estaba acostado con un libro abierto ante mis ojos. Leía sin leer mientras iba dibujando mis opciones de vida. Si pudiera quedarme aquí… ¿lo haría?… Qué me esperaba en México: nada que valiera lo pena… tendría que tomar las cosas en serio… proseguir mi carrera… ser más ambicioso para borrar de la cara de la gente la sonrisa gentil hacia el joven talento malogrado (incluso la China me dijo una vez que yo me estaba desperdiciando)… me vería obligado o asumir responsabilidades indeseadas. En París podría ser distinto… aquí siempre sería un métèque, un extranjero al que no le serían solicitadas ni comprobaciones ni explicaciones. I was a free man in Paris, como en la canción de Jani Mitchell… tal vez podría serlo otra vez… y si en verdad Devilliers tuviera un buen trabajo para mí… Distinguí a lo lejos la figura de Devilliers recargado sobre la verja de la entrada al bosque. Al aproximarme a él sentí la dulce punzadita de la esperanza. — Mon cher Lino… C’est un plaisir— me soltó Devilliers a manera de saludo, haciendo el inevitable énfasis en lo o al pronunciar mi nombre. — Moi aussi, professeur, je suis content de vous revoir —respondí, vigilando atentamente mi acento. Despachamos con rapidez la serie de preguntas y respuestas convencionales sobre la calidad de mi viaje, de mi alojamiento y de mi estancia en París durante los últimos días. Al tomar una veredita que se alejaba del camino principal, Devilliers entró en materia. — Ecoutez moi bien, Lino, et ne posez aucune question avant que je n’aie fini de vous énoncer ma proposition. Me tomó por el brazo y habló cadenciosamente. Me había hecho venir de México para que yo matara a alguien por cuento suya. Yo no correría riesgos considerables pues todo estaba planeado escrupulosamente. Yo sólo fungiría como brazo ejecutor. Sería una tarea simple y rápido. La recompensa sería cuantiosa. Devilliers calló. Luego sonrió para alentar mi intervención. Le pregunté que por qué quería la muerte de eso persona. Él me respondió que no podía decírmelo pero que tenía razones poderosas para desaparecerla. Yo hice con la cabeza un movimiento de negación. Él agregó que se trataba de un hombre de setenta años, en el ocaso de su vida. Yo seguí negándome. Él volvió a la carga y esta vez sus palabras fueron más persuasivas. — Yo lo conozco muy bien a usted, Lino —comencé yo a traducir mentalmente— Todas esas horas que pasamos juntos no fueron en vano. Además, me he informado sobre su pasado reciente en México… no, no se asombre… tengo buenos amigos en la Alianza Francesa. Lino, yo necesito su ayuda y a cambio de ella puedo hacer mucho por usted. —Lino —machacó—, yo le ofrezco una nueva vida. Le ofrezco dinero: quinientos mil francos, la mitad ahora, el resto cuando me entregue resultados. También le ofrezco una tesis de doctorado, muy útil si usted quiere volver a México, una tesis brillante que obtendrá los más altos honores universitarios. Y además, Lino, le ofrezco una oportunidad para que usted ejerza sus verdaderas capacidades profesionales… sé de qué estoy hablando: obtener lo mejor y lo peor de la gente es una parte esencial de mi verdadero trabajo. Al día siguiente recogí el sobre y la pistola en el lugar indicado por Devilliers. La precisión de las instrucciones revelaba un profundo conocimiento de todas las variables. Obedientemente, memoricé cada detalle y luego quemé el papel. Ese mismo día me mudé a un departamento que el profesor me había dispuesto en Asnières, en los suburbios de París. Mi nuevo alojamiento distaba bastante del anterior: los muebles indispensables, no había tina y mucho menos sauna, ni libros, ni discos. Me instalé lo mejor que pude para pasar la noche. No pude concentrarme en la lectura, aunque esta vez me preocupaban otras cosas. ¿Sabría usar el arma? (el profesor me dijo que sólo era cuestión de mover la palanquita del seguro, apuntar con cuidado y jalar el gatillo) ¿Qué motivos tenía el profesor para hacerme este “encarguito”? ¿Quién diablos era ese anciano setentón? Y, sobre todo: ¿Quiénes estaba detrás de todo esta? (la información sobre mí y sobre el viejo, los departamentos, el dinero, todo esto parecía trascender al profesor). Me sentí un personaje de Patricia Highsmith. Diecisiete horas después, el asunto estaba concluido. En el tren que me llevaba a Tours seguía asombrándome la perfecta correspondencia entre teoría y realidad. Devilliers estuvo en lo cierto: mi acción fue eficaz y mi conciencia una cómplice ideal, como si yo hubiera nacido para ser un verdugo impersonal. El tren entró en gare. Tenía escasos diez minutos para trasladarme a la vecina estación de autobuses, donde debería abordar el camión de pasajeros con destino al pueblo de Saint-Cyr-sur-Loire. Me bajé antes de llegar al pueblo y caminé un par de kilómetros, por un camino de terracería de subidas y baladas (¡qué bueno que se le ocurrió al profesor decirme que dejara mi equipaje en el departamento de Asnières!). Desde una lomita divisé la casa. Al acercarme, toda duda quedó disipada: ahí estaban los dos pisos, la mesa blanca bajo los dos arboles y la camioneta azul. No parecía haber nadie (anochecía y las luces estaban apagadas). Extraje la llave de la maceta situada a la izquierda de la entrada y abrí la pesada puerta de madera. Me esperaban doscientos cincuenta mil francos (la otra mitad estaba segura en mi chaqueta), la tesis y quizá (¡por qué no!) una nueva oferta de trabajo. Al encender la luz de la sala vi a Simón. Su presencia aquí fue para mí un monumento a la sorpresa: mis instrucciones no decían nada al respecto. A Simón no lo veía desde la fiesta para despedirme, en casa de Viviane, hace varios años. — Simón, ¿qué haces por acá? —inquirí estúpidamente. |
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José Luis Rodal Arciniega Santa Catarina Mártir, Puebla, julio de 1987.
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