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Elisa Bonilla Rius
     
               
               

En este articulo se reseñan tres puntos de vista acerca de la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas, éstos tienen la peculiaridad de haber sido producidos por personas cuya actividad primaria no eran las matemáticas, pero que, sin embargo, las consideraron fundamentales en la formación de los individuos. Estos tres ejemplos distan mucho de ser los únicos de su clase: mucha gente fuera de las matemáticas se ha preocupado por éstas y les ha encontrado un significado relativo a su actividad. Conviene señalar que la selección de los ejemplos no refleja necesariamente su importancia dentro del estudio de la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas y es, hasta cierto punto, una selección arbitraria que responde, más bien, a las preferencias de la autora.

INTRODUCCIÓN

En vista de la importancia que la sociedad en general otorga a las matemáticas como parte fundamental de una educación integral de los individuos, se ha generado gran interés en torno a, su enseñanza y a las dificultades que parece presentar su aprendizaje. Sin embargo, los matemáticos y los profesores de matemáticas no han sido los únicos interesados en los problemas de enseñar y aprender matemáticas; este interés está tan generalizado, que dentro de campos tan diversos como la filosofía, la psicología o la pedagogía, entre otros, existe también la preocupación por darles solución. Por otra parte, este interés, tampoco es reciente y posiblemente se podrían encontrar referencias a los problemas de la educación matemática, que se sitúan en distintos siglos. Este interés aunque con altibajos, ha persistido a lo largo de la historia.

La población en general tiene también diversas opiniones acerca de cómo debe ser la enseñanza de las matemáticas. Entre ellas están los tres trabajos que se presentan a continuación:

Primero: el conocimiento se transmite verbalmente y, por lo tanto, la clave de una buena enseñanza está en una presentación, clara y bien articulada, del material de enseñanza.

Segundo: el empleo de material didáctico facilita la comprensión de las matemáticas.

Tercero: la base de una buena enseñanza está en mecanizar y practicar mucho las matemáticas.

Antes de juzgar si estos puntos de vista son o no acertados, se revisarán algunas de las posturas que les dan sustento teórico, en particular las de Platón, Marra Montessori y Edward. L. Thorndike.

PLATÓN Y LA TRANSMISIÓN DEL CONOCIMIENTO

Entre las citas clásicas sobre el aprendizaje y la enseñanza de las matemáticas se encuentran algunas anotaciones de Platón; quien, en opinión de algunos autores, debe ser considerado como el primer filósofo de la educación1 (Rousseau, por ejemplo, concibe a La República como el tratado más sofisticado de educación que nunca se hubiera escrito),2 así que fue precisamente Platón, el primero en discutir en qué circunstancias una acción educativa es imperativa, además de abocarse al problema de definir qué conocimientos se requieren para cada una de las distintas profesiones:

“…si para ser un guerrero espartano —dice Platón— es necesario un duro entrenamiento físico, para ser guardián de la ciudad se requiere de saber matemáticas” (cfr. La República).

Platón se destaca entre aquellos que defienden a las matemáticas como una componente fundamental de una formación integral. De acuerdo a su teoría, el estudio delas matemáticas desarrolla el alma en dos sentidos. Por un lado, da lugar a la reflexión, para así externar todas las contradicciones que permanecen ocultas tras los juicios que resultan de la percepción sensible. De este modo, el estudiante nunca habrá de conformarse con su primera impresión de las cosas, preparándose para avanzar del contexto de la imaginación al de la razón. Por otra parte, Platón afirma que el estudio de las matemáticas, conduce al estudiante por el camino del bien, que es el principal objetivo de cualquier tipo de aprendizaje en la vida.

Además de preocuparse por el papel de las matemáticas en la formación de los individuos, Platón nos legó su punto de vista sobre la naturaleza de la enseñanza y el aprendizaje (cfr. Menón). Para él, enseñar equivale a “decir” y aprender a “haber escuchado”; postura, por otra parte, tan influyente, que ha perdurado hasta nuestros días: para la mayoría de los maestros de hoy, enseñar consiste, casi exclusivamente, en articular con claridad ciertas ideas, mientras que, por lo tanto, aprender consiste tan solo en escuchar con atención lo que se dice. De ahí, la frase tan frecuentemente oída en aulas de todos los niveles educativos:

“…lo repito —dirá el maestro— tantas veces como sea necesario”.  

O dicho de otro modo, el aprendizaje del alumno sólo depende de que atienda, de que escuche con claridad. En esta concepción no se le reconoce al alumno la actividad de “procesar” o “codificar” la información recibida. El proceso de información, o, como dirían algunos autores, la construcción del conocimiento, se presupone automática; concibiendo al alumno más bien como una “tabla rasa” sobre la que el maestro puede “escribir”.  

Al respecto una de las citas más claras de Platón, la encontramos en el diálogo de Sócrates con Menón; de hecho, las primeras palabras con las que este último abre el diálogo resumen la concepción platónica sobre el aprendizaje: 

Menón “¿Podrías tú decirme, Sócrates…?”

Menón quiere aprender, para lo cual requiere que Sócrates le diga… Su conocimiento, entonces, depende fundamentalmente de Sócrates; es decir, que éste sea capaz de articular con claridad lo que habrá de enseñarle a Menón.

Para Platón el aprendizaje es, entonces, una recepción pasiva de la información.3 Como ya se dijo, esta visión perduró por muchos siglos hasta llegar, con gran vigor, a nuestros días.

A continuación se presentarán otros dos enfoques pertenecientes a la primera mitad del siglo XX y, aunque distintos entre sí, ambos se oponen a la visión dada por Platón. Los dos recalcan la actividad del sujeto como promotora del aprendizaje, dando lugar sin embargo, a teorías diametralmente opuestas. En primer lugar, se expondrá el caso de María Montessori, precursora de la escuela activa y, posteriormente, el de Edward L. Thorndike, psicólogo conductista.

MARÍA MONTESSORI Y EL EMPLEO DE MATERIAL DIDÁCTICO

Entre los pedagogos que en este siglo se han preocupado por la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas, destaca María Montessori, cuyas aportaciones pedagógicas y didácticas influyeron, no sólo sobre la educación de su tiempo, sino también sobre la de épocas muy posteriores.

Montessori (1870-1956) dedicó la mayor parte de su vida a la educación pre-escolar, pugnando siempre por un desarrollo integral del individuo desde la más temprana edad; y, desde su punto de vista, las matemáticas juegan un papel fundamental en dicho desarrollo. Montessori concibe la mente humana como una “mente matemática” que está en actividad continua, y explica que, incluso en actos tan cotidianos como bajar escaleras o cruzar una calle, el ser humano emplea medidas visuales o bien aplica relaciones matemáticas. Montessori también hace énfasis en que este hecho no es el resultado del desarrollo de la ciencia moderna, ya que las civilizaciones de todos los tiempos han sido capaces de producir armas u otros instrumentos de precisión (que pueden ser admirados aún hoy en museos de todo el mundo), que requirieron de la aplicación de relaciones matemáticas. Mucho antes del florecimiento de la ciencia moderna, se construyeron edificios de gran calibre y se manufacturaron herramientas e instrumentos de alta precisión, lo que —desde su punto de vista— revela la acción de una mente matemática madura. De ahí, que dicha mente no sea necesariamente el producto de una ocupación específicamente científica. Ella, de hecho, sostiene que esta ocupación incluso puede llegar a ser contraproducente.

María Montessori afirma la existencia de esa mente en los niños e, independientemente de reconocer la presencia de diferencias individuales en lo que se refiere a habilidades. Uno de los móviles principales de su teoría consiste, precisamente, en probar que esta mente puede ser desarrollada a muy temprana edad y se apoya para ello en el empleo de material didáctico.

Una parte muy importante de la actividad de María Montessori es, por ende, la que se refiere al desarrollo de materiales didácticos; entre los que se cuentan materiales para aprender a contar, a manejar el sistema decimal, a trabajar con fracciones y a comparar magnitudes.4 Materiales didácticos, en cuya aplicación Montessori sustenta, como ya se dijo, el desarrollo de las capacidades del niño, particularmente las relativas al aprendizaje de las matemáticas.

Este aprendizaje, apoyado en el empleo de materiales didácticos, ha sido muy bien acogido por distintas secciones del público y su uso se ha ido haciendo cada vez más popular. Lo que por otra parte ha implicado que se le atribuyan a éste potencialidades intrínsecas que parecen no depender de cómo se le utilice. En otras palabras se cree que si la enseñanza incluye el uso de material didáctico, tendrá el éxito asegurado.

Por este motivo se han hecho amplias investigaciones sobre los alcances del uso de material didáctico, de distintos tipos y en distintas circunstancias. Los resultados no siempre han sido tan satisfactorios como la creencia popular pareciera indicarnos.5 De ahí que la eficacia de su empleo no sea automática. El cómo se emplea es, por lo general, más importante que el material mismo.

EDWARD L. THORNDIKE: LA MECANIZACIÓN Y LA PRÁCTICA

Entre los exponentes de la psicología experimental se encuentra Edward L. Thorndike, conocido como el padre fundador de la “psicología para la instrucción matemática”.6 Como psicólogo, Thorndike trabajó en el desarrollo de la teoría del aprendizaje, basada en el “estimulo-respuesta”, además de dedicar gran parte de su tiempo a intentar traducir los resultados de sus experimentos en lineamientos para la instrucción en el aula; publicó, en 1922, un libro con el titulo Psicología de la Aritmética, en el que recogió buena parte de dichos lineamientos. En este libro, Thorndike desarrolla su teoría de las “ligas” o “nexos”, cada uno de ellos resultado de aparejar repetidamente un estímulo y su correspondiente respuesta (donde, por ejemplo: “2 + 2” es el estímulo y “4” la respuesta), y hace énfasis en el beneficio que traen consigo la mecanización y la práctica (drill and practice) para el aprendizaje de la aritmética:

“Cada nexo que se forma, debe hacerse considerando la formación de todos los nexos ya formados o que habrán de formarse en el futuro. Asimismo, cada habilidad debe practicarse en una relación, lo más efectiva posible, con las demás habilidades”. (Thorndike, 1922:140.)

Desde su punto de vista, la tarea del profesor consiste exclusivamente en proveer y supervisar una mecanización y práctica adecuadas, en cantidad y orden, para cada clase de problemas. El maestro debe identificar los nexos de los que está constituido cada tema a enseñarse, para así ordenarlos de acuerdo a su grado de dificultad, partiendo de los que considere más fáciles. Este enfoque supone que el aprendizaje de los nexos más simples ayuda en los aprendizajes subsiguientes. Una vez hecho esto, es decir, adquirida la mecanización, sólo resta que los alumnos practiquen los nexos para cada clase de problemas. Entre más a menudo se puedan presentar la mecanización y la práctica en el contexto de problemas reales, más fuertes serán los nexos que se establecerán. La recompensa ofrecida para reforzar los nexos aprendidos se obtiene cuando los problemas aritméticos se hacen interesantes, divertidos y con aplicaciones prácticas.

Así pues, a Thorndike también le preocupaba el significado intrínseco de los problemas y su relevancia para actividades cotidianas, externas a la escuela. A pesar de su preocupación por la cuestión semántica, muy poco común entre los conductistas, Thorndike tuvo muchos detractores. Entre ellos, otro psicólogo experimental, William Brownell, quien objetó duramente el método de la mecanización y la práctica, afirmando que para asegurar la comprensión y un aprendizaje significativo, a través de la instrucción, era indispensable tomar en cuenta las relaciones matemáticas subyacentes al cómputo y aplicación de algoritmos:

“Si se quiere tener éxito en el desarrollo de un pensamiento cuantitativo, éste debe estar fundado en los significados y no en una infinidad de respuestas automáticas… La mecanización no da lugar al significado. La repetición no lleva al entendimiento”. (Brownell, 1935:10).

A pesar de críticas tan acérrimas como la anterior, la mecanización de algoritmos a ultranza tiene, hasta la fecha, gran cantidad de seguidores, particularmente entre algunos maestros de nuestras aulas: ¿quién, como alumno, estuvo a salvo de padecer planas y planas de operaciones administradas sin ton ni son? Sin embargo, los defensores de la mecanización están tranquilos, después de todo, su punto de vista tiene ya fundamento en una “teoría científica”, de cuya paternidad es responsable, entre otros, el mismo Thorndike.

NOTA FINAL

Cabe señalar que, ésta no ha pretendido ser en realidad una exposición crítica, sino una introducción al tema que incite al lector a ahondar en los detalles. Sin embargo, pueden obtenerse algunas conclusiones sobre el material presentado.   

Como se ha visto, el campo de la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas, cuenta con distintas aportaciones y análisis sobre los problemas y situaciones que hay que enfrentar al enseñar y aprender matemáticas. Los tres casos revisados aquí son una pequeña muestra de posturas que, independientemente de cuándo fueron concebidas, tienen aún vigencia dentro de este campo. Entre las razones que movieron a su inclusión en este trabajo, está principalmente la de que, de alguna manera, representan el sustento de puntos de vista muy arraigados en la población en general sobre lo que es, o debiera ser, la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas.  

Cada postura tiene, seguramente, algo que ofrecerle a una enseñanza y a un aprendizaje exitoso de las matemáticas, sin embargo, adoptadas como panacea no sólo resultan visiones parciales, sino propuestas proclives al fracaso.

Quién puede negar que una buena enseñanza requiere de claridad en la exposición de los temas a enseñarse, pero dicha claridad de exposición no es más que una condición necesaria en la educación. No basta ser claro para que los alumnos aprendan. No es posible olvidar que el sujeto que aprende es un ser activo y que, por ende, su conocimiento no depende exclusivamente de factores externos. De aquí, que los educadores hayan buscado apoyo, por ejemplo, en las teorías del aprendizaje como fundamento de sus estrategias.

El reconocimiento de que el sujeto que aprende juega una parte activa en la construcción de dicho aprendizaje, ha dado lugar a grandes esfuerzos intelectuales, dirigidos explícitamente a facilitar dicho aprendizaje. Los dos últimos ejemplos presentados ilustran este hecho. En particular el diseño y la manufactura de material didáctico, cada vez más populares, están guiados por la creencia de que el empleo de material didáctico en la enseñanza es siempre beneficioso: pero, como nos muestran entre otros autores Hart y Sinkinson (1989), la administración de dicho material debe hacerse con cautela, reconociendo que el material, por sí mismo, no provoca la construcción del conocimiento.

Asimismo, reconocerle postura activa del sujeto en la producción de su propio conocimiento, se ve muy pobremente caracterizada cuando ésta se interpreta como mera repetición automática. La mecanización y la práctica, como ayudas colaterales al aprendizaje, pueden tener algún sentido, pero éste se esfuma cuando se les considera explícitamente como las mismísimas posibilitadoras del conocimiento.   

Consideraciones de este tipo dieron lugar a la necesidad de producir un conocimiento sistemático sobre la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas. Con este objeto surgió, hace aproximadamente unos veinte años, una disciplina de investigación conocida como Educación matemática; algunos de cuyos resultados más relevantes e interesantes esperamos reseñar, próximamente, en estas páginas.

LA VIDA DE MARÍA MONTESSORI

María Montessori nació en Italia en 1869. Estudió en la Universidad de Roma y se doctoró en medicina en 1894, siendo la primera mujer italiana que obtuvo ese grado. Al terminar sus estudios se dedicó a la investigación y tratamiento de niños mentalmente anormales, los que hasta entonces se consideraban ineducables, por su deficiencia mental, en las escuelas ordinarias.

Durante dos años, de 1898 o 1900, estuvo dedicada a preparar a los maestros de Roma en la aplicación de los métodos especiales de observación y de educación de niños anormales, y a la vez o la educación de estos niños.       

“Mucho mas ocupado que una maestra de primaria —dice M. M.— sin tener nunca vacaciones, yo estaba presente y enseñaba personalmente a los niños desde las ocho de la mañana hasta las siete de la tarde, sin interrupción. Estos dos años de práctica, son mi primer y mi mejor ganado título de pedagogía”.                                 

De esta experiencia le surgió la idea de que los métodos empleados con los niños anormales podrían aplicarse asimismo a la educación de niños normales. Con este fin, se matricula en la Facultad de Filosofía de lo Universidad de Roma, donde siguió los estudios de psicología experimental, que acababan de introducirse en las universidades: al mismo tiempo, recogía en las escuelas primarias observaciones de “antropología pedagógica”, estudiando los métodos y procedimientos en uso en esas escuelas para la educación de los niños normales.     

La verdadera experiencia en el campo de la educación de los niños normales la empezó a realizar la Dra. Montessori en 1907, cuando se le encargó la organización de escuelas infantiles. La primera de éstas, bajo su dirección, abrió ese año con el nombre de “Casa de los niños” (“Case dei bambini”). Otras tres casas se abrieron en Roma ese mismo año y en años sucesivos la idea trascendió a otros países europeos, fundándose escuelas Montessori en múltiples de ciudades. Hoy en día, las hay en todo el mundo.                                 

 

  EL MÉTODO MONTESSORI
 

Ideas:

1. La primera condición del método es la libertad: “…es preciso que la escuela permita las libres manifestaciones del niño; esta es la reforma esencial”. (Montessori, 1909:29).

Esta libertad que se revela tanto en la supresión de las coacciones exteriores (mobiliario escolar fijo), como de las interiores (premios y castigos), tiene una segunda parte correlativa: “libertad ha de ser sinónimo de actividad”. (Montessori, 1909:92).

2. La segunda condición es pues la actividad. Este método concibe al maestro como pasivo y al niño activo. Su trabajo esta en impedir que el niño confunda el bien con la inmovilidad y el mal con la actividad. El objeto del método es entonces:

”…disciplinar para la actividad, para el trabajo, para el bien; no para lo inmovilidad, para lo pasividad, para la obediencia. Una clase donde todos los niños se moviesen

útilmente, inteligentemente y voluntariamente, me parecería una clase muy disciplinada”. (Montessori, 1909:99).

3. Otra idea básica es la independencia; pues no se puede ser libre sin ser independiente. Pero esta independencia no quiere decir egoísmo, sino sólo desarrollo de la personalidad.

Caracteres:

1. El método se sirve, en primer lugar, de un material didáctico, específicamente diseñado, destinado a cultivar y perfeccionar la actividad sensorial; es táctil, térmico, bárico, estereagnóstico; tiene gusto, olfato y vista. Es, además, autocorrector:

“La maestra se ha de ver sustituida por el material didáctico que corrige por sí mismo los errores y permite que el niño se eduque a sí mismo” (Montessori, 1909:355).

2. El ambiente también tiene ese carácter autocorrector: de aquí que las escuelas Montessori aspiren a ser un medio depurado, un reflejo de la vida doméstica con todos las actividades de ésta.

                       

 articulos
 
     

 Refrerencias Bibliográficas

Barker, Ernest, 1959, The Political Thought of Plato and Aristotle, Dover, Nueva York.
Brownell, William, 1935, “Psychological considerations in the learning and teaching of arithmetic”, en The teaching of arithmetic, the tenth yearbook of the National Council of Teachers of Mathematics, Teachers College, Columbia University, Nueva York.
Chateau, Jean, et al., 1959, Los grandes pedagogos (Estudios realizados bajo la dirección de Jean Chateau), Fondo de Cultura Económica, México.
Hart, Kathleen y Sinkinson, Anne, 1989, “They’re Useful Children’s view of concrete materials”, Actes de la 13a Conference Internationale, Psychology of Mathematics Education, París, 9 al 13 de julio de 1989, vol. 2, pp. 60-66.
Helmig, Helene, 1972, El Sistema Montessori, editorial Luis Miracle, S. A., Barcelona.
Montessori, María, 1909, El método de la pedagogía científica, editorial Araluce, Barcelona.
Platón, 1977, “El Menón” en Obras Completas, Aguilar, Madrid, pp. 433-460.
Platón, 1971, La República, UNAM, México.
Resnick, Lauren y Ford, Wendy W., 1981, The Psychology of Mathematics for Instruction, Lawrence Erlbaum Associates Publ., Nueva Jersey.
Scolnicov, S., 1988, Platos Metaphysics of Education, Routledge, Londres.
Thorndike, Edward, 1922, The Psychology of Arithmetic, The Macmillan Co., Nueva York.

NOTAS

1 Chateau, et al., 1959, proporciona un análisis bastante detallado de la faceta pedagógica de Platón.
2 Citado por Barker (1959:120).
3 Para una discusión más amplia sobre esta interpretación de la postura platónica acerca de la enseñanza y el aprendizaje, ver Scolnicov (1988).
4 Para una descripción detallada de los materiales y de los modos de empleo sugeridos, ver Montessori (1909) y Helmig (1972).
5 Ver, por ejemplo, Hart y Sinkinson (1989) cuya investigación muestra las dificultades que presentan los niños para reconocer que las actividades que han realizado con materiales concretos están relacionadas con una etapa posterior de la enseñanza, consistente en formalizar los conceptos que el maestro pretendía introducir, mediante el uso de dichos materiales. Esto es, que la manipulación de materiales no necesariamente da lugar, a la formalización.
6 Para una discusión más amplia sobre el trabajo de Thorndike, ver Resnick y Ford (1981).

Una típica mesa de contar del siglo XVI. Tomado de Swetz, F. J., 1987, Capitalism and Arithmetic, ed. Open Court.

Ilustración de 1508 sobre la contienda entre quienes usaban el ábaco y los que usaban algoritmos. El espíritu de la aritmética, en forma femenina, preside la competencia. Tomado de Swetz, F. J., 1987, Capitalism and Arithmetic, ed. Open Court.

 

     
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Elisa Bonilla Rius
Centro de Investigación y Estudios Avanzados del IPN.

como citar este artículo

     
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Carlos Viesca Treviño
     
               
               

El reciente regreso a México del Códice de la Cruz-Badiano y su entrega al Museo Nacional de Antropología por parte del Señor Presidente Lic. Carlos Salinas de Gortari, para su resguardo e investigación, han hecho de pronto recobrar actualidad a un texto de singular importancia para la historia de la medicina mexicana.

En efecto, el Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis, que tal es el título impuesto al Códice por quienes lo elaboraron, es un documento único que testimonia un momento trascendental de nuestra historia: el del inicio del mestizaje que nos caracteriza e identifica. No es el Códice de la Cruz-Badiano el documento esencial que revela los secretos de la medicina mexica prehispánica, como ha querido ser visto por algunos entusiastas autores, ni tampoco es un texto redactado bajo el dictado de los piadosos frailes de Santa Cruz de Tlatelolco, lo que lo haría poco menos que una calca del tan popular Tesoro de Pobres que redactara antes de ser Papa el monje-cirujano Pedro Hispano y tuviera tanta importancia entre los franciscanos. En realidad, el Libellus… es un documento que, dadas las circunstancias particulares que rodearon su composición, debía de llenar los requisitos de ser muestra de la racionalidad de los indios mexicanos en un campo que, como lo es la medicina, se ubicara tanto a nivel de arte, es decir saber hacer, como de ciencia, de saber. Y esta racionalidad, ¿qué mejor que expresarla en latín, en la lengua culta de la época? Es curioso, pero explicable, que este primer documento médico mexicano, una de nuestras fuentes básicas para el estudio de la medicina náhuatl prehispánica, este redactado en latín. El médico indígena, a los ojos de sus simpatizantes, muchos de ellos europeos que habían vivido en carne propia las bondades de sus tratamientos, era una contraparte que competía en igualdad de circunstancias con el médico europeo, y no debe olvidarse que para el año en que se escribió el Códice, 1552, no se había desatado aún esa conciencia epistemológica que dos décadas más tarde llevó a reconocer la existencia de una medicina diferente a la europea de tradición galeno-hipocrática, y a desconocer su validez tachándola de falsa. Al tiempo de la redacción del Libellus… apenas empezaba a entreverse en Europa la posibilidad de utilizar nuevos fármacos, algunos de ellos desconocidos para los autores de la antigüedad clásica y, por lo tanto, ausentes de las páginas de los libros, y esto conducía a la observación de sus efectos clínicos, por una parte, y a considerar, por otra, la unidad del conocimiento médico como un hecho a priori.

LA INTENCIÓN DEL MANUSCRITO

Es bien conocida la participación de Fray Jacobo de Grado, por ese entonces rector del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, como la llama Badiano1 y guardián del convento de Santiago al cual estaba anexo el Colegio.2, 3 Según afirmación expresa de Badiano, él recibió de Fray Jacobo el encargo de traducir al latín el texto, lo más probablemente en náhuatl, de Martin de la Cruz, trabajo que realizó “no para hacer alarde de ingenio… sino por pura obediencia” a la que estaba obligado para con su mentor.

La participación de Fray Jacobo de Grado en la concepción y ejecución del manuscrito ha llevado a relacionar a éste con la necesidad de hacer patente al Rey las terribles carencias a las que había quedado expuesto el Colegio a raíz del irregular arribo del dinero real, del desinterés creciente de las autoridades novohispanas en relación con él, así como del abandono de que fue objeto por parte de Fray Juan de Zumárraga, su fundador y principal impulsor en sus primeros años. La recomendación a los indios ante su Sacra Majestad que hace Martin de la Cruz en la presentación de la obra,3 ha llevado a centrar exclusivamente en esto la intención del manuscrito.

No se expresa abiertamente en ninguna parte del texto, pero tampoco debe dejarse de lado su posible papel, abogando por la racionalidad del indio en el marco de la acre polémica que protagonizaran Fray Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda, defendiéndola el primero y refutándola este último, a lo largo de varias décadas.

Sin embargo, un hecho que ha sido poco atendido hasta ahora, es la participación de Don Francisco de Mendoza, hijo de Don Antonio, el que hasta el año anterior a la redacción del Códice fuera Virrey de la Nueva España. En la dedicatoria del Libellus, Martin de la Cruz se dirige expresamente a él dedicándole y encomendándole el libro, pero al mismo tiempo, señalando que es a sus instancias que éste ha sido escrito. Sólo Somolinos d’Ardois ha señalado este hecho, aunque al parecer no le dio más valor que el de ser él mismo el encargado de introducirlo ante el Rey.5 Sin embargo, es de notar que no era habitual el que un distinguido personaje de la corte virreinal se interesara por encargar un libro sobre las formas que los indios tenían para curar, y más aún, porque se redactara a toda prisa, fuera ejecutado lujosamente y se llevara como regalo al Rey.

En otro texto hago relación de cómo el interés de Don Francisco de Mendoza por exportar especias y tal vez plantas medicinales de Nueva España al Viejo Mundo lo pusieron en 1553, a poco de su arribo a España con el Códice, con un destacado médico sevillano, Nicolás Monardes, y como poco tiempo después este fundara una compañía destinada al comercio con ultramar y emprendiera lo que habría de ser una larga aventura relacionada con la obtención, estudio y empleo de plantas medicinales americanas.6 Es sabido actualmente que Don Francisco había cultivado algunas especias, entre las cuales el jengibre se logró de muy buena calidad, así como la raíz de la China (Smila pseudochina), una de las plantas más empleadas en el tratamiento de la sífilis, y que precisamente a raíz del viaje en el que llevó al rey el Libellus, había contratado ventajosamente en la corte, probablemente con el príncipe Felipe (más tarde Felipe II) la introducción de ambas a España.7

Quedan muchos puntos obscuros que quizá la búsqueda intencionada en archivos mexicanos y españoles pueda aclarar en el futuro: desde los detalles de los contratos obtenidos por Don Francisco de Mendoza, su posible relación con el doctor Monardes y con los Fueger, esta última directamente en razón de los monopolios para el comercio de algunas plantas medicinales, que, como el guayacán (Guaiacum officinalis), éstos controlaban. El hecho es que el interés de Mendoza por las plantas medicinales que utilizaban los indios novohispanos no era tan desinteresado como parecía a primera vista y que tal vez la premura con que pidió el manuscrito se debió a sus planes comerciales en gran escala.

LOS AUTORES

Poco es lo que se sabe de las personas que intervinieron en la manufactura del Códice. Martin de la Cruz fue el autor del texto. Que era médico indio del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, que nunca había estudiado profesionalmente y había adquirido su saber “por puros procedimientos de experiencia”,8 y que había sido beneficiado en diferentes maneras, cuyos detalles se desconocen, por Don Antonio de Mendoza, además de que para la época en que compuso el texto del Códice era ya viejo, es lo único que se sabe a ciencia cierta de él. Ni siquiera la pretensión de que era xochimilca está basada en ninguna evidencia documental genuina.9 Es posible que hubiera aprendido la medicina antes de la conquista, pero esto tampoco es un hecho probado, aunque la otra alternativa es que fuera muy joven al tiempo de ella y que aprendiera la tradición de sus mayores en los años inmediatos. De cualquier manera, puede afirmarse que conocía bien la forma indígena de practicar la medicina y los diagnósticos propios de ella, aún cuando en el Códice hizo todos los esfuerzos por no hablar de aspectos conceptuales y se limitó a enumerar tratamientos, cumpliendo así seguramente con la orden de Mendoza y evitando el riesgo de hablar de las antiguas creencias y caer en entredicho ante sus protectores religiosos.

De Juan Badiano sabemos que era oriundo de Xochimilco y muy probablemente alumno del Colegio de Santa Cruz, ya que era esta la única institución de enseñanza superior para indígenas que existía entonces en México y Badiano manejaba con fluidez el latín y, seguramente, el castellano. Además, en las frases que dirige al lector en la última página del Códice, se ostenta como profesor del dicho Colegio.10

En los archivos procedentes del Colegio aparece otro Juan Badiano, lector en él, que murió durante la epidemia de cocoliztle de 1545 y que probablemente fuera padre del que ahora nos ocupa.

Fuera de lo anterior, todo lo que se ha dicho de ambos es más producto de la imaginación que de la investigación.

EL CONTENIDO DEL MANUSCRITO

Dividido en trece capítulos, número que quizá tuviera alguna relación con criterios astrológicos de origen prehispánicos, el Libellus ofrece una relación de buen número de tratamientos contra las enfermedades más comunes entre los indios que habitaban entonces la Ciudad de México. Aunque por el título es un herbario, y de hecho la mayor parte de los remedios prescritos son vegetales, no faltan en las recetas partes de animales o sustancias de origen animal ni minerales de muy diversos géneros. 

La relación de enfermedades se hace siguiendo un orden de cabeza a pies, como era costumbre en textos europeos (semejantes, aunque debo confesar que no se sabe si este era el mismo orden seguido por los indígenas mexicanos antes de su contacto con los europeos).

Llama la atención la aparición de nombres de enfermedades que proceden directamente de fuentes europeas, como son la podagra,11 el mal comicial o epilepsia,12 la micropsiquia13 o la mente de Abdera,14 testimoniando todas y cada una de ellas un conocimiento de textos clásicos, como el de Plinio y Dioscórides, cuyas obras existían en ese tiempo en la biblioteca de Tlatelolco, y tal vez de algunas de las obras de Galeno y Celso.

Tampoco se sabe si era Martín de la Cruz quien las conocía, lo cual no es muy probable, o estas denominaciones proceden de mano de Badiano, quien es muy factible que hubiera leído siquiera parcialmente esos textos. Interesantísimo sería el disponer del texto náhuatl original y poderlo comparar con el resultado de la traducción, pero esto queda solamente a nivel de buenos deseos.

Es un hecho, sin embargo, que existe una influencia europea perfectamente detectable en el Códice, y que el análisis detallado de ella puede conducir a la identificación de cómo tomaron los médicos indígenas el conocimiento clásico y de cómo lo adaptaron de acuerdo a su propio sistema de pensamiento médico.

Esto último no fue posible antes, dado que prácticamente no se sabía nada acerca del pensamiento médico indígena, y los estudios sobre su medicina se habían limitado a enumerar lo que conocían, siempre de acuerdo con una visión moderna de la medicina y no buscando comprender los mínimos accesibles del pensamiento indígena y ver el problema desde la óptica de su propia cosmovisión.15, 16, 17

Es paradójico que ahora hablemos del Códice de la Cruz-Badiano como un documento demostrativo del mestizaje cultural que sufrió la medicina en México en el siglo XVI, y que sólo a partir de esta aseveración se llegue a replantear el problema de la medicina indígena prehispánica. Pero el curso que han tomado las investigaciones sobre el tema explica la situación, ya que la evidencia de que algunos elementos del Códice son de origen europeo llevó primero a dudar acerca de lo genuino de su contenido18 y después a afinar los instrumentos de análisis a fin de separar ambas vertientes del conocimiento médico que se dieron cita, precisamente en México durante el siglo XVI.    

En este sentido, el Códice, además de seguir siendo un documento fundamental para el conocimiento de la medicina indígena, cobra nuevo valor al manifestarse como representativo de una manera indígena de incorporar a la ciencia médica europea y, por lo tanto, de esa medicina tequitqui cuya existencia había llegado aún a ser puesta en duda.19

Volviendo al tema de la medicina indígena, es indiscutible que el Códice de la Cruz-Badiano es uno de los documentos fundamentales para su estudio y que, contrariamente a lo que ha pretendido recientemente la escuela antropológica norteamericana,20 hay evidencias suficientes para probar y documentar no sólo su existencia sino también muchos de los detalles y criterios que le son propios y a la vez la definen. Está hoy en día fuera de duda el que la medicina náhuatl prehispánica estaba basada en una visión del universo en la que los seres y fuerzas procedentes del inframundo, de los diferentes ciclos y de los rumbos de la superficie de la tierra actuaban sobre el hombre, y en la que todos ellos podían ser conceptualizados de acuerdo con su naturaleza mas o menos fría o caliente. Está también más allá de toda discusión la existencia de un concepto de salud entendida como equilibrio entre las partes constitutivas de cada individuo y entre éste y el universo accesible y con acceso a el.

Amén de los múltiples trabajos que se han realizado acerca de diferentes aspectos del Códice, dividiendo su contenido de acuerdo a una visión moderna del cuerpo humano, éste se presta para intentar una interpretación de las enfermedades que busque ubicarlas en el sentido que tenían para los médicos indígenas. Es evidente y se ha discutido bastante, pero no lo suficiente para agotar el tema, sobre las enfermedades por frío y por calor, y prefiero expresarlo así, pues me parece más preciso que hablar de enfermedades frías o calientes en esencia, ya que este concepto era más relacionado con la proveniencia, ubicación y dinámica de la enfermedad que con una propiedad que le fuera intrínseca. Pero además, pueden hacerse notar los elementos existentes para ubicar, fuera de un orden anatómico de cabeza a pies, a las enfermedades mentales, que ahora sabemos, se podían referir a entidades anímicas con centros en el cerebro, la “mollera" y los cabellos de la coronilla la primera, en el corazón y el hígado, la segunda y tercera respectivamente. En el Códice, todas ellas aparecen en el capítulo noveno, en el cual se agrupan enfermedades en las que existe un común denominador de aumento de calor, lo cual nos obliga a revisar el concepto de melancolía que anteriormente habíamos tomado en una forma que resulta ser demasiado próxima al concepto galeno-hipocrático de ella y tal vez no coincida con el que tenía realmente Martin de la Cruz; y en el décimo, cuyo eje parece ubicarse en la presencia de un viento dañino y de cambios en el olor. A estos deben agregarse los dos últimos incisos del capítulo octavo, los cuales parecen estar más en relación con el contenido del noveno, siendo la fatiga definida como caliente y tratando estas dos secciones de la fatiga y del cansancio “del que administra la República”.

Baste por ahora con mencionar estos pocos ejemplos que permitirán al lector darse cuenta del proceso de reconstrucción de los sistemas prehispánicos de clasificación de las enfermedades que se está llevando a cabo actualmente.

Otro punto importante y complementario del anterior es la posibilidad de desarrollar análisis semánticos bastante completos en relación con los nombres náhuas de algunas de las enfermedades mencionadas en el Códice, y establecer criterios de correlación a partir de ellos y del contraste que se puede realizar con el análisis del mismo género llevado a cabo sobre los elementos terapéuticos citados en el texto. En un sistema de pensamiento dotado de una gran congruencia entre sus elementos, como lo era la medicina náhuatl prehispánica, el análisis de las relaciones entre ellos provee de una inmensa cantidad de datos cuya riqueza apenas se va esbozando.

En fin, también la investigación botánica se ha enriquecido al dar cabida al conocimiento etnobotánico y tener la posibilidad de comparar el uso antiguo con el actual de las diferentes plantas, así como el asegurar que la identificación que se ha hecho de éstas sea la correcta.

Visto así, el Códice de la Cruz-Badiano reviste otra línea de interés, que es la de, considerado como muestra del saber de un médico indígena del México del siglo XVI, convertirse en modelo para ser comparado con los repertorios terapéuticos de médicos indígenas contemporáneos nuestros y del abrir una posibilidad real de análisis de la extensión real que alcanzó la medicina náhuatl y la medicina de supervivencia.

Documento esencial, definitorio de la identidad cultural del mexicano así como lo genuino de nuestra medicina, el Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis se constituye actualmente como un reto a la creatividad de los investigadores cuyas interrogantes seguramente abrirán camino a respuestas ricas y novedosas.

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 Refrerencias Bibliográficas

11. Códice de la Cruz-Badiano, fo.63r.
2. Gómez Canedo, Lino, 1982, La educación de los marginados durante la época colonial, México, ed. Porrúa, pp. 137 y ss.
3. Somolinos d’Ardois, Germán, 1964, Estudio histórico, en: De la Cruz, M., Libellus de Medicinalibus Indomm Herbis, México, IMSS, 301-327. p. 303.
4. Códice la Cruz-Badiano, fo. 1v.
5. Somolinos d’Ardois, art. cit., p. 303.
6. Viesca, C., Las plantas mexicanas en Europa. Vida y obra del doctor Nicolás Monardes, en proceso de publicación, p. 125 del manuscrito.
7. Monardes, Nicolás, 1574, Primera y Segunda y Tercera partes de la Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales que sirven en Medicina, Sevilla, Alonso Escribano, fo. 16v.
8. Códice de la Cruz-Badiano, fo. 1r.
9. Del Pozo, Efrén, Valor médico y documental del manuscrito, en: De la Cruz, M. Libellus…, ed. cit., p. 330.
10. Códice la Cruz-Badiano, fo. 63r.
11. Ibíd., fo. 35v.
12. Ibíd., fo. 51v.
13. Ibíd., fo. 53r.
14. Ibíd., fo. 53v.
15. López Austin, Alfredo, 1980, Cuerpo Humano e Ideología, 2 vols., México, UNAM.
16. Viesca, C., 1986, La medicina náhuatl prehispánica, México, ed. Panorama.
17. Viesca, C., Ticiotl, conceptos médicos de los antiguos mexicanos, en prensa.
18. Del Pozo, Efrén, art. cit., pp. 333-334.
19. Viesca, C., La medicina indígena en la Nueva España del siglo XVI, en G. Aguirre Beltrán, J. Somolinos y K. Moreno de los Arcos, (coords.), La medicina Novohispana del siglo XVI, Vol. II de Historia General de la Medicina en México, UNAM, Acad. Nal. de Medicina, en prensa.
20. Foster, George, (Dec. 1987), On the Origin of Humoral Medicine in Latin-America, Medical Anthropology Quarterly, 1:4(NS):355-393.

     
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Carlos Viesen Treviño
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina, UNAM.

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Pedro Ripa
     
               
               

En esta época en que el idioma oficial de la mayor potencia económica, militar y científica —aspectos por cierto no independientes— es el inglés, nos vemos inundados de palabras en ese idioma: mientras respiramos el smog, vemos una publicidad sobre software, en nuestro camino al Car Wash. En el mundo académico —que debería ser escudo cultural— es donde esta contaminación es quizás más evidente y penosa: estamos (casi) acostumbrados al pochismo en el lenguaje, y no son pocos los que, sin conmoverse, cometen el bárbaro barbarismo de decir que asumen, cuando a lo sumo suponen.   

Es muy raro ver el fenómeno inverso: palabras del idioma español que se incorporen al vocabulario de otras lenguas. Hay dos ejemplos recientes. El primero constituye “un triste honor” para el Cono Sur latinoamericano —como dice García Márquez— y es la palabra desaparecidos. El segundo es El Niño: en infinidad de pláticas, artículos científicos e incluso periodísticos del “primer" mundo se habla de El Niño. Claro que también son comunes los barbarismos bilingües como “the El Niño”, “El Niños”, “El Nino”, etc. Para compensar, alguien acuñó otro término científico bien escrito: La Niña.   

¿Qué es El Niño y por qué ha tomado tanta notoriedad? En este ensayo trataré de contestar a esta pregunta. Veremos que el nombre es en realidad incorrecto y también que le echan la culpa del mayor fiasco en esta línea de investigación a… ¡México! 

El fenómeno El Niño debe su nombre a lo que en Ecuador y Perú llaman la corriente de El Niño. Estos países se caracterizan por una “riqueza pesquera muy grande; la temporada más importante de pesca está asociada, por razones que veremos más adelante, a la persistencia de viento y corriente del sudeste (o sea, en la dirección de la costa y hacia el ecuador).1 Cada fin de año la dirección del viento se invierte y la corriente viene entonces del noroeste, señalando el fin de la temporada de pesca. Debido a que la época en que aparece esta corriente es poco después de Navidad, se le llama de El Niño, y por lo tanto se trata de un evento estacional, o sea, que ocurre cada año. Claro que no todos los años ocurre en forma exactamente igual; hay veces en que este cambio del régimen oceánico es particularmente fuerte y duradero. Curiosamente, son sólo a estos casos especiales, a estas anomalías interanuales, a las que ahora se conoce internacionalmente como “fenómeno El Niño”.2

El cambio en el sentido del nombre, se debe a que el fenómeno interanual cobró originalmente notoriedad internacional a partir de sus efectos en la industria pesquera peruana: En la década de los sesenta el Perú se convirtió vertiginosamente en una potencia pesquera, y más rápido de lo que creció, ocurrió un colapso catastrófico. En el año de 1956 la captura anual de anchoveta era inferior al medio millón de toneladas; esta cifra fue creciendo sin parar (salvo un pequeño descenso en 1965; que haya ocurrido en este año, como veremos más adelante, es importante) en casi un millón de toneladas anuales cada año, llegando a mas de 12 millones de toneladas en 1970. Luego ocurrió un colapso vertiginoso: en 1973 la captura fue inferior a los dos millones de toneladas, y prácticamente no se ha recuperado de tal caída.         

Enseguida les platicaré la razón física de la riqueza pesquera de esta nación, luego diré algo sobre el fenómeno de El Niño, y finalmente regresaré al Perú, comentando las razones físicas y no físicas del colapso de esa industria.

Aristóteles decía (dicen) que para todo cuerpo en movimiento, la velocidad es proporcional a la fuerza que éste experimenta: no solo cuanto más vigorosa es ésta, más rápido se mueve el cuerpo, sino que también —y esto es importante— lo hace en la dirección en que actúa la fuerza. Posteriormente Newton, subido en los hombros de Galileo, dijo que no: que no es la velocidad sino la aceleración (el cambio de velocidad) la que es proporcional —en magnitud y orientación a la fuerza. Nosotros sabemos que Newton es el que tiene la razón; aunque los dos sean famosos, Aristóteles vivió mucho antes. Sin embargo, la posición de Aristóteles es bastante intuitiva,3 ¿hay un gato encerrado? Si’, el gato se llama fricción, que se manifiesta en una fuerza que equilibra a la aplicada, de manera que no haya aceleración; si la fuerza de fricción es proporcional a la velocidad final, entonces la fuerza aplicada aparece también proporcional a ésta, dándole mañosamente la razón a Aristóteles.

Pues bien, en el océano las cosas son aristotélicamente mucho más locochonas: si el viento empuja al agua en una cierta dirección, en vez de observarse que el mar se acelere más y más en el mismo sentido, como quisiera Newton, se ve que el agua en la superficie eventualmente se mueve con velocidad constante… pero en una dirección diferente a la del viento: hacia la derecha de esta en el hemisferio norte, o hacia su izquierda, en el hemisferio austral (es algo así como esos carritos de supermercado, a los que les gusta ir en una dirección diferente a la que uno los empuja). Y este gato ¿cómo se llama? Este gato no es ni griego ni inglés: es francés y se llama Coriolis.

El efecto de Coriolis es un gato encerrado con maldad de carrito de supermercado: mientras un objeto (el agua de alguna parte del océano, en nuestro caso) esté quieto, no actúa, pero en cuanto aquél se mueve, se manifiesta como una fuerza, en magnitud proporcional a la velocidad, pero en dirección perpendicular a ésta: en el hemisferio boreal la fuerza de Coriolis es hacia la derecha de la dirección de movimiento, mientras que al sur del ecuador es hacia la izquierda (sin connotaciones políticas). Este efecto hace que la física del océano y de la atmósfera sea muy diferente a la física de albercas, alambiques y tuberías. Este efecto tan importante, y tan utilizado, es uno de los que se ha explicado de peor manera en cursos y libros de texto; aquí lo tomaremos como algo mágico: un gato mágico que empuja en dirección perpendicular a la del movimiento.

Y ¿qué tiene esto que ver con la pesquería peruana? Mucho: el viento sopla normalmente a lo largo de la costa hacia el ecuador, es decir, hacia el noroeste. Debido al efecto de Coriolis, el agua de la superficie tiende a moverse en dirección suroeste, perpendicular a la costa y mar adentro. Ahora viene la parte importante: el agua transportada mar adentro es reemplazada por aguas profundas, cercanas a la costa, que son frías (ya que así son más densas, además de que el calentamiento solar no penetra mucho) y ricas en nutrientes (supongo que porque allí abajo no hay muchos consumidores). El afloramiento de aguas profundas enfría a la superficie y la enriquece en alimentos, haciendo que esta zona sea muy buena para la pesca. Vientos del noroeste, por otra parte, no afloran aguas profundas en el Perú, sino que al contrario acumulan las aguas superficiales contra la costa, eventualmente sumergiéndolas. Las direcciones correctas para levantar o hundir el agua, por el efecto de Coriolis en una costa determinada, son opuestas en el hemisferio norte.

Cuando el viento deja de soplar del sudeste cesa el afloramiento, las aguas son más cálidas y finaliza la temporada (buena) de pesca; esto es lo que originalmente se conoció como “Corriente de El Nino”. En ciertos años, inusuales, anómalos, las aguas permanecen cálidas… y la pesca sigue pobre, no se recupera; éstos son los que ahora se conocen como años de “El Niño”: dos ejemplos mencionados más arriba son 1965 y 1972/73. ¿Cuál es la causa de este fenómeno, que tanto daño causó a la pesquería peruana? En un primer momento se pensó, lógicamente, que el origen era local, en el sentido de que en estos años anómalos no se habrían dado los vientos beneficiosos del sudeste, que afloran aguas frías y ricas en nutrientes. Pues no, pronto se vio que no era ésta la explicación correcta: durante los años de El Niño puede seguir habiendo vientos fuertes del sudeste en la costa peruana, sólo que las aguas que traen a la superficie son calientes y pobres en nutrientes. ¿Por qué? La explicación es en cierta forma sorprendente, involucra directamente la física de una enorme porción del océano y la atmósfera tropical, e indirectamente al clima de buena parte del globo terráqueo.

Un nombre más correcto de este fenómeno es “El Nino/oscilación austral” porque no sólo tiene una componente oceánica, El Nino, sino además una atmosférica, la oscilación austral. La parte oceánica no se limita a la costa peruana, sino que más bien se manifiesta como un calentamiento de las aguas superficiales en todo el Pacífico ecuatorial; un área de muchos millones de kilómetros cuadrados. La componente atmosférica de este fenómeno, por otra parte, corresponde a una inversión del gradiente de presión atmosférica que existe sobre el Pacífico tropical; la situación “normal” corresponde a mayor presión del lado oriental. Al invertirse este gradiente de presión, se produce un debilitamiento de los alisios del Este y un desplazamiento hacia el oriente de la región de grandes lluvias, que normalmente se encuentra sobre Indonesia.

Lo anterior es una descripción, bastante sucinta, del fenómeno; para entender por qué se produce, debemos saber algo sobre la física del océano y la atmósfera, o más bien, de ambos fluidos geofísicos, actuando e interactuando. En la zona ecuatorial el acoplamiento entre la atmósfera y el océano es muy efectivo: en forma algo simplificada, los vientos modifican las corrientes superficiales, éstas distribuyen el calor almacenado en el océano, la temperatura del agua influye en el campo de presión atmosférica, y finalmente el gradiente de esta es el responsable de la existencia de los vientos. Un bello círculo de causas eslabonadas (como los elefantes del circo agarrados, trompas con colas, en una ronda: cada uno sigue a todos los demás y es seguido por ellos).

Para entender mejor la respuesta del océano a la acción del viento —y también la influencia de aquél en la atmósfera— es bueno imaginario (al océano) como compuesto de una capa fina de agua cálida, flotando como una nata encima de una capa mucho más gruesa (kilómetros de espesor, en vez de cientos de metros) de agua mas fría (y por lo tanto más pesada), que esta prácticamente inmóvil. La acción principal ocurre cerca de la superficie.

En circunstancias “normales” (es decir, en años en que no se presenta el fenómeno de El Niño) los vientos alisios soplan del este sobre el Pacífico, más o menos en una banda centrada en el ecuador. Esto, por un lado arrastra agua hacia el oeste, acumulándola contra la frontera occidental, en Indonesia. Por otra parte, si releen algunos de los párrafos anteriores, se darán cuenta que la dirección de estos poderosos vientos es, en cada hemisferio, la adecuada para aflorar aguas profundas, porque mueven a las aguas superficiales alejándolas del ecuador. Dado que la capa superficial es normalmente mucho mas delgada hacia el oriente, las aguas que afloran son más frías hacia ese extremo que hacia el otro: hay, en circunstancias normales, un gradiente muy notable de temperatura en el Océano Pacífico ecuatorial, con aguas superficiales más calientes hacia el occidente.

Siguiendo con la cadena de efectos concatenados, veamos cómo la temperatura oceánica afecta a la atmósfera. Hay un número mágico, 28°C: allí donde la temperatura del agua es superior a este valor, el océano cede una cantidad muy grande de calor a la atmósfera; el aire caliente es más liviano que sus vecinos y por lo tanto sube. A esto se le llama “convección” y ocurre normalmente en el extremo occidental del Pacífico tropical, cerca de Indonesia, región que se caracteriza por tener mucha lluvia: el aire que sube tiene mucha humedad,4 que se condensa en nubes, a causa de la disminución de presión que implica el ascenso. La condensación de agua calienta aún más el aire, por lo que esta parte del proceso tiende a autorreforzarse.

Finalmente la fuerte convección en el extremo occidental (del Pacífico ecuatorial) y la presión atmosférica baja, causada por la temperatura mayor, atraen a los alisios hacia el oeste. Esto completa el circulo de viento/circulación oceánica/temperatura del mar/presión atmosférica/viento. Un bello sistema en equilibrio… o casi.

Si se aparta suficientemente a alguno de los elementos de esta cadena dinámica (temperatura oceánica, presión atmosférica, vientos, corriente oceánica o espesor de la capa superficial) de la situación antes descrita, todo el sistema se precipita hacia un estado casi opuesto (El Nino): el gradiente de presión atmosférica, los vientos y las corrientes del este se debilitan, o incluso se invierten; la capa superficial del océano se encuentra profunda y caliente aún en la parte occidental, hasta la costa de América. Estos cambios en el océano y la atmósfera tropicales se favorecen unos a otros: es un proceso con retroalimentación positiva, de ahí su espectacularidad y rapidez.

Consideremos primero el engrosamiento de la capa superficial: imagínense un recipiente con agua al que se mantiene inclinado por un buen rato (de manera que hay más agua en el “oeste”); si se le pone súbitamente en posición horizontal (símil de que los alisios dejen de soplar), el agua se precipita hacía el “este", en forma de una gran ola. Eso es exactamente lo que ocurre en el Pacífico ecuatorial, sólo que la ola se llama “interna”, porque nos referimos a cambios en el espesor de la capa superficial y no de la elevación de la superficie.

La señal de engrosamiento de la capa superficial, al llegar a América sigue su viaje a lo largo de la costa, una parte va hacia Alaska y la otra hacia Chile. Esta ola interna (que se llama “onda de Kelvin”) es la responsable de que en Perú no se reanude normalmente la temporada de pesca de la anchoveta, ya que aunque los vientos locales soplen del sudeste, el agua que afloran es de la capa superficial, caliente y pobre en nutrientes.

Regresando a la zona ecuatorial, es fácil ver que la onda de Kelvin está asociada a un aumento de la temperatura superficial en el Pacífico central y oriental, por dos razones: primero, por que trae agua del poniente que, como dije antes, es más caliente. En segundo lugar, porque al engrosar la capa superficial, el agua que puedan hacer aflorar los alisios ya no es la fría del océano profundo, tal y como ocurre a lo largo de la costa americana, luego del paso de la onda de Kelvin. Al calentarse el Pacífico (ecuatorial) central y oriental, la zona de convección atmosférica y grandes lluvias se desplaza al este, esto debilita al gradiente de presión atmosférica y, por consiguiente, a los alisios.

De esta forma se cierra la cadena; noten que la explicación podría haber empezado en cualquier eslabón (alguno de los elefantes se cae, y arrastra a los demás). El hecho de que sea un círculo cerrado de causas y efectos, es lo que hace que se autorrefuerce y crezca espectacularmente; la famosa “retroalimentación positiva”. ¿Por qué se detiene entonces? Según algunos investigadores, el debilitamiento de los alisios, además de producir la onda de Kelvin que viaja hacia el este haciendo más profunda a la capa superficial, provoca otro tipo de onda, llamada “de Rossby”, que viaja más lentamente y hacía el oeste. Pues bien, la onda de Rossby al llegar a Indonesia se refleja parcialmente en una onda de Kelvin que hace más somera a la capa superficial, deteniendo el proceso anterior.

Toda esta explicación fue elaborada, más o menos colectivamente en los últimos años, basándose en observaciones, modelos de computadora y de lápiz y papel. Como es de esperar, no hay un acuerdo general en cuanto a que ésta sea la explicación “correcta” (para tenerla, no hay más que esperarse un montonal de años, porque en ciencia el juez definitivo de la verdad es el tiempo).

Existen otras hipótesis relativas a aspectos parciales del fenómeno, sobre las que hay aún menos acuerdo. Por ejemplo, algunos investigadores creen que es necesario que el sistema océano/atmósfera tropical se vaya un poco en “la otra dirección”, estado que sexistamente llaman La Niña, para que se produzca otro vaivén de este caprichoso péndulo del clima tropical (y mundial).

El fenómeno de El Nino afecta el estado del tiempo en regiones muy distantes del globo terráqueo (por ejemplo, en la zona costera peruana, que normalmente es muy seca, puede llover mucho). La “teleconección” se establece tanto por medio del océano, por la onda de Kelvin, como de la atmósfera.

Entre las apariciones registradas de El Niño, una de las más fuertes ciertamente la mayor de este siglo es la de 1982/1983, puede servir como ejemplo algo caricaturesco (como la página policial de los periódicos) de los posibles efectos de este fenómeno: como consecuencia de ese evento, desapareció la totalidad de la población adulta de aves marinas de Kirimati, el atolón coralífero más grande del mundo que está ubicado en el Pacífico central. Los ecosistemas marinos, desde Alaska hasta Chile, fueron afectados, aunque no necesariamente en forma negativa (muchas especies emigran hacia lugares donde las temperaturas son a las que están habituadas, dándole la oportunidad de crecimiento a poblaciones de otras especies; además, los animales bentónicos se pueden beneficiar por la llegada de aguas inusualmente ricas en oxigeno).

En cuanto al clima, el noroeste del Perú sufrió la mayor precipitación pluvial en por lo menos cuatro siglos y medio (tomó más de un año limpiar el lodo que inundó el puerto de Talara); la Polinesia francesa, donde las tormentas tropicales son poco comunes, sufrió la acción de varios ciclones, algunos con intensidad de huracán; las costas de Baja y Alta California experimentaron grandes marejadas y fuertes vientos, producto de tormentas desviadas de su trayecto normal; finalmente, hubo una sequía muy severa en Australia y en todo el Atlántico ecuatorial, desde el Amazonas hasta el África tropical.

Algo interesante ocurrió con el fenómeno que ocurrió en 1982/1983, que antes de que comenzara, un número considerable de investigadores —con una cantidad importante de recursos—, estaban preparados para detectarlo con suficiente antelación, para poder ir al “campo” (es decir, al mar) a medirlo. Sin embargo pasó desapercibido hasta que El Niño estaba totalmente “maduro” (con todo y bigotitos). Esto señala en particular que predecir este fenómeno (proyecto al que me referiré más adelante) resultó ser más difícil de lo que les parecía a algunos optimistas. Pero también influyó una circunstancia particular, a la que hice alusión en el tercer párrafo.

Ciertamente la manifestación más clara de El Niño es el calentamiento del Pacífico tropical, al este del meridiano de cambio de fecha. Todavía en 1982 la temperatura de la superficie oceánica se medía directamente sólo por medio de buques (oceanográficos o mercantes), ocasionalmente y en muy pocos lugares, aunque con muy buena precisión. Por otra parte, los satélites especiales, de reciente aparición, proveían de medidas continuas de todo el océano, pero indirectas, de la temperatura y otras variables de la superficie del mar. Los pocos buques que pasaron por la zona reportaron temperaturas inusualmente altas; los satélites aseguraban una aburrida normalidad. ¿A quién creerle? Pues el hecho es que la computadora le cree al satélite, porque aporta más datos, muchísimos más (esa es una de las desventajas de hacer el análisis automáticamente; aunque claro está hay muchas ventajas al hacerlo así). ¿Y por qué los satélites midieron tan mal las temperaturas? Porque los satélites no miden la temperatura sino la radiación que les llega, y de allí infieren la temperatura superficial; en 1982 las observaciones fueron afectadas —en una forma hasta entonces desconocida— por los productos que la erupción de El Chichonal depositó en la atmósfera, éste es el “culpable” al que me refería en el tercer párrafo.

En la actualidad, con más experiencia, las observaciones del satélite son más confiables, y, además, se realizan continuamente medidas directas, no sólo de la temperatura superficial y subsuperficial del océano, sino también de la temperatura del aire y de la rapidez y la dirección del viento. Esto se realiza desde plataformas flotantes que están amarradas al piso del océano, en puntos estratégicos del Pacífico tropical. Un aspecto muy interesante es que esos datos son transmitidos inmediatamente (por medio de un satélite de comunicaciones) a los laboratorios de investigación.

También se ha progresado mucho en el aspecto de predicción de El Niño/oscilación austral. Pero regresando al planteamiento del comienzo del ensayo: ¿el intentar predecir los futuros eventos, es la respuesta adecuada a la catástrofe de la pesquería peruana, al comienzo de los setenta? En gran parte de la prensa —y como “justificación” de no pocos proyectos de investigación—, el fenómeno El Niño se presenta amarillísticamente, como un monstruo al acecho al que hay que detectar a tiempo para salvarse de sus consecuencias. En realidad, una predicción suficientemente anticipada podría ayudar a tomar medidas preventivas, condicionado todo ello a lo difícil que puede ser tomar esas medidas (sobre todo para un país del tercer mundo) y a lo impreciso de cualquier predicción de este tipo.

De todos modos, la idea que se ha creado acerca de las consecuencias del fenómeno —donde la naturaleza aparece como “la culpable”— es injusta: las especies marinas y de aves guaneras, tienen millones de años (o algo así) de adaptarse a la aparición ocasional de Niños y Niñas, como se adaptaron (y beneficiaron) con la existencia de los ciclos día-noche y verano-invierno. El colapso de la pesquería peruana no se debió a un cataclismo digno de la Biblia u otra mitología, sino a la sobrepesca irresponsable antes, durante, e incluso después del evento.

Si hiciéramos una caricatura de la situación diríamos que algunos “conservacionistas” del otro lado de la frontera quisieran, convertir al Tercer Mundo en un gran Parque Nacional, donde los pescadores peruanos —por así decirlo— pasarían a ser guías de expediciones fotográficas tipo National Geographic. El desafío que enfrentamos es combinar nuestra necesidad de desarrollo, con la fragilidad del ambiente donde están los recursos. Como científicos, tenemos la oportunidad de contribuir a entender la biología y la física de ese ambiente global, para adecuarnos mejor a él, en vez de alentar falsas esperanzas de que alguna vez podamos predecir su comportamiento, con tanta precisión y anticipación como se quiera.

AGRADECIMIENTOS

Este trabajo ha sido apoyado por la Secretaria de Programación y Presupuesto, a través del financiamiento normal del CICESE. Es también un gusto agradecer la hospitalidad de Ramón Peralta y de los cuates de la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde comencé a escribir este ensayo, así como el apoyo de IBM de México. Manuel Figueroa, Pepe Ochoa y Edgar Pavía me ayudaron gentilmente con la redacción.

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 Refrerencias Bibliográficas

Baumgartner, T. R., and N. Christensen, 1985, “Coupling of the Gulf Of California to large scale interannual climatic variability”, Journal of Marine Research, 43:825-848.
Cane, M. A., and S. E. Zebiak, 1985. “A theory for El Niño and the shouthern oscillation”, Science, 228:1085-1087.
Enfield, D. B., 1989, “El Niño, past and present”, Review of Geophysics, 27:159-187.
Graham, N. E., and W. B. White, 1988, “The El Niño cycle: a natural oscillator of the Pacific Ocean-Atmosphere system”, Science, 240: 1293-1302.
Philander, S. G. H., 1983, “El Niño Southern Oscillation phenomena”, Nature, 302.
Philander, 1990, El Niño and La Niña, Academic Press, New York, 300 pp.
Quinn, W. H., T. Neal and S. E. Antúnez de Mayolo, 1987, “El Niño occurrences over the past four and a half centuries”, Journal of Geophysical Research, 92 C:14449-14461.

1 Es costumbre indicar la dirección de una corriente oceánica o del viento especificando hacia dónde va el agua y de dónde viene el aire, respectivamente; una costumbre con origen probablemente náutico. Para que no haya confusión, si digo que la corriente y/o el viento son del norte, quiero decir que el movimiento es hacia el sur.
2 Los nombres “estacional” e “interanual” se refieren a diferentes escalas de tiempo. Decimos que una misma propiedad —por ejemplo, la temperatura de algún lugar del océano— puede estar variado simultáneamente en varias escalas; es como si existiera un cuento muy especial que tuviera otra historia escondida, la que se descubriera leyendo sólo la primera letra de cada palabra. Estacional significa una variación con un periodo de un año, idéntica año tras año. Interanual, por otra parte, corresponde a una escala mayor, que puede ser periódica o no. Noten que si, por ejemplo, todos los inviernos llueve, en un año en particular diremos que la precipitación fue lo que corresponde al promedio de muchos años —ésta es la señal estacional— más la correspondiente diferencia (por ejemplo, porque este año en particular es algo más seco o porque la temporada de lluvias se retraso), que es la parte de la señal interanual.
3 A un grupo de estudiantes de física los invité a votar por uno de los dos y ganó el griego sobre el inglés, por amplísima mayoría.
4 Proveniente en parte del agua evaporada en esta región caliente de océano y en parte de la humedad que los alisios han ido colectando en su viaje de Sudamérica, donde son muy secos, a Indonesia.

     
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Pedro Ripa
Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada.

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Miguel Altieri, Al Gentry, Arturo Gómez-Pompa, Guillermo Mann, Juan G. Saldarriaga, Javier Trujillo y Rodrigo Medellín
     
               
               

En los últimos años se han presentado muchas denuncias en diversos foros nacionales e internacionales alertando sobre los problemas ecológicos y ambientales que amenazan al planeta. En estas denuncias se exhorta a todos los sectores de la sociedad a tomar en consideración las bases ecológicas necesarias para un desarrollo económico adecuado. A pesar de estos esfuerzos, y de las buenas intenciones que conllevan, la situación global de los países en desarrollo ha empeorado. Ello se refleja en la agudización de la crisis ambiental, la insignificancia de los programas de reforestación en relación a la magnitud de la desforestación, el deterioro del ambiente tanto en el campo como en las ciudades y en la disminución de la calidad de vida de los habitantes. Pocos son los ejemplos exitosos de conservación y/o restauración ecológica en estos países.

En particular, la aguda crisis ambiental que afecta al continente americano es el resultado de la compleja acción de múltiples factores ecológicos, técnicos, socio-económicos y políticos, condicionados por un estilo de desarrollo que perpetua la degradación de los recursos naturales y el empobrecimiento de la mayor parte de la población. Existe, sin embargo, una creciente sensibilización al respecto, por lo que es el momento justo, en el que los líderes de los países latinoamericanos deben capitalizar esta mayor conciencia y realizar, o empezar al menos, los cambios institucionales y estructurales requeridos para fomentar la conservación de los recursos naturales y el desarrollo coherente de las naciones.

Uno de los problemas más importantes en Latinoamérica es la pérdida de la diversidad biológica. América tropical contiene más especies de plantas y animales que cualquier otra región equivalente en el mundo. Sin embargo, esta región es una de las menos estudiadas. La gran mayoría de sus especies no tiene, ni siquiera, un nombre científico. Nuestra ignorancia asusta. La conservación de esta diversidad es una obligación de todos. Debemos proteger nuestro acervo biológico, ya que él representa nuestro futuro mismo. Es a la vez una parte fundamental del patrimonio biótico del mundo. Su conservación es importante, no sólo por razones estéticas o morales, sino también por razones de sobrevivencia de nuestra propia especie. Cada especie es una opción potencial para el futuro. En la riqueza de la flora y la fauna neotropicales, podremos encontrar alimentos, medicinas, especies para el control biológico y genes para el mejoramiento de cultivos y productos naturales, muchos de ellos aún desconocidos para la ciencia. Es muy importante enfatizar sobre la irreversibilidad de la pérdida de diversidad, en contraste con otros problemas ambientales que sí pueden revertirse, como lo son la contaminación, la erosión, la sobrepoblación o la desforestación, que de alguna manera pueden no ser definitivas, mientras que la extinción es para siempre. La información biológica actual nos indica que existen muchas especies de reciente extinción o que están a punto de extinguirse. También de acuerdo a la información existente sobre tasas de desforestación y a la teoría biogeográfica de las islas, podemos predecir que el proceso de extinción será mucho mayor en un futuro cercano.

América Latina posee los recursos naturales y el potencial humano necesarios para llevar a cabo, en esta década, los proyectos de investigación, conservación y desarrollo que ayuden no sólo a detener el proceso de degradación y a lograr la restauración de ambientes degradados, sino que ofrezcan a su población un nivel digno de vida. Se necesitara más que voluntad política a nivel nacional y continental; es urgente la solidaridad y la cooperación de las agencias gubernamentales y privadas internacionales, en especial de las de los países industrializados y la de las agencias y empresas financieras multinacionales.

La conservación de la diversidad biológica debe abarcar toda una gama de niveles de manejo y de situaciones ambientales, desde los ecosistemas prístinos hasta los sistemas manejados con gran diversidad biológica, y desde los ecosistemas primarios, hasta los secundarios e, incluso, los agroecosistemas. Todos ellos poseen un gran valor como reservorios de biodiversidad.

Es evidente que los esquemas actuales de conservación no han funcionado adecuadamente y se necesita un nuevo enfoque mas acorde con la realidad latinoamericana. La opción de tener zonas protegidas sigue siendo válida; sin embargo, ésta no es suficiente.

Por lo tanto es necesario implementar una política general para que el manejo de los recursos conlleve una nueva visión de sustentabilidad; para ello se requiere de un enfoque integrado de desarrollo, que involucre a todos los sectores afectados, desde las comunidades indígenas y campesinas más pobres, hasta los más altos niveles de gobierno, al igual que científicos y empresarios. Vislumbramos un esquema que incluya zonas protegidas de todo tipo, zonas manejadas, zonas de agroecosistemas diversificados y, en especial, zonas de producción agropecuaria y silvícola sostenible, que abarque tanto a los sistemas tradicionales como a los sistemas altamente mecanizados.

En Latinoamérica existen millones de kilómetros cuadrados de zonas ecológicamente degradadas, por las acciones humanas desordenadas. Estas zonas deben ser el objeto principal de los programas de restauración ambiental, con los que pueda dársele ocupación y tierra a millones de campesinos. Los costos de restauración deberán ser pagados por los culpables de la degradación; esto significa que deberá legislarse al respecto, para poder identificarlos y castigarlos. En tales programas deberán incluirse desde la regeneración de los ecosistemas, similares a los originales, hasta los agroecosistemas productivos, todo ello en beneficio de las comunidades rurales. Es necesario que los programas de conservación, restauración y manejo se planeen y lleven a cabo, en estrecho contacto con los campesinos locales y tomando en cuenta los sistemas tradicionales y las necesidades locales específicas de cada caso.

En relación con las zonas protegidas, es indispensable conceder la mayor prioridad al desarrollo de proyectos de manejo de recursos en las zonas de amortiguamiento y de influencia, preservando siempre la integridad de las zonas núcleo. Las áreas protegidas y demás reservas deben convertirse en zonas piloto de conservación, desarrollo, educación y extensión. Estas áreas podrán incluir extracción controlada y sostenida, de los recursos no tradicionales del bosque, en beneficio de las comunidades locales.

El valor económico potencial de las selvas naturales, es mayor que el que pueda proporcionar cualquier otro uso convencional. Por ello es primordial buscar los mecanismos para aprovechar este valor sin destruir el recurso, y si se piensa en algún tipo de conversión debe tomarse en cuenta el valor actual de la biodiversidad de los bosques y las selvas naturales.

La UNESCO promovió por medio del proyecto MAB, una idea parecida a la aquí expuesta pero fracasó debido a que en la gran mayoría de los casos, faltó apoyo, financiamiento, seguimiento y liderazgo. Esto colocó al programa en el mismo sitio de muchos de los esquemas basados en Parques Nacionales. Por ello creemos importante hacer un llamado para que se cumplan los objetivos básicos, tanto de las Reservas de la Biosfera como los de los Parques Nacionales y demás áreas protegidas.

Es vital que se elaboren, de manera inmediata, proyectos que lleven al establecimiento de prototipos de conservación y desarrollo en Latinoamérica, de los cuales sea posible extraer la organización y los principios ecológicos claves, que sirvan de guía para el establecimiento de proyectos similares, y sobre todo, que se adecúen a las realidades ecológicas, socioeconómicas y político-culturales de cada región o país. El respeto a la diversidad cultural debe tener la misma validez e importancia que la protección de la diversidad biológica. El trópico americano ha sido el sitio en donde se han desarrollado importantes culturas prehispánicas, que lograron notables avances en todos los campos y llegaron a tener densidades de población mucho mayores a las actuales, en los mismos sitios. Hasta donde se sabe, esos grupos humanos no causaron extinciones masivas de especies. Por ello exhortamos a todos los gobiernos a facilitar, apoyar y promover investigaciones sobre los sistemas de manejo de recursos de las antiguas culturas tropicales y, en especial, a rescatar los conocimientos de las etnias indígenas latinoamericanas, herederas actuales de esas mismas culturas.

Un requisito fundamental para impulsar la conservación de recursos, en especial para frenar la desforestación, la caza y captura de especies de fauna amenazadas y la erosión, es el de resolver el problema de la pobreza en la región. Para ello se deberá atacar la raíz de los factores estructurales e institucionales que la perpetúan, de manera que los pobres tengan acceso a servicios sociales, empleo y una base adecuada de subsistencia.

Estamos conscientes de los problemas potenciales asociados al rápido crecimiento demográfico y su relación con la degradación ambiental. Sin embargo, consideramos que el problema del crecimiento poblacional no se debería tratar en forma abstracta, como números totales de gente, sino que hay que examinar la densidad poblacional en relación a la concentración de recursos, la distribución de la riqueza y los patrones de uso y consumo de tales recursos.

Ojalá pudiéramos hacer conciencia en todos los países para que le den la más alta prioridad a la promoción de la autosuficiencia alimentaria a través de toda clase de mecanismos de apoyo, distribución de alimentos e ingresos, tecnologías apropiadas, educación, investigación y extensión. El no hacerlo condena a grandes grupos humanos a la miseria y a la marginación.

Pero el intentar crear conciencia sobre la problemática ambiental (por ejemplo a través de discursos ecologistas, difusión y publicidad), no la soluciona. Sólo las acciones ejecutivas que se transforman en ejemplos concretos de conservación, forman la base real de la educación y la concientización. Nada podrá lograrse sin una buena educación al alcance de todos, ya que es a través de ella que podremos construir un verdadero futuro aceptable y común para el mundo entero. Sin embargo para lograrlo hay que desarrollar sistemas educativos apropiados que se orienten a satisfacer las necesidades básicas de la población y al mejoramiento de la calidad de vida. Esta capacitación debe incluir tanto al líder comunitario como al profesional universitario, sin discriminación de rangos y, jamás deberá perder de vista las condiciones sociales, económicas y culturales de la región y el aprovechamiento racional de los recursos.

Prácticamente no existen instituciones educativas que preparen profesionales en el manejo de los recursos naturales y el desarrollo adecuado de forma apropiada para la realidad latinoamericana. Los programas existentes se concentran en carreras convencionales como la biología, agronomía, etcétera. Sin embargo, es urgente la formación de personal específico para estos fines, ya que las escasas organizaciones que lo hacen, o lo hacían, están en sus inicios o han desaparecido.

En la medida que se generen y/o dediquen fondos a actividades de conservación-desarrollo, será prioritario formar un nuevo tipo de profesional latinoamericano: el Gestor de Recursos Naturales. Estos recursos humanos, formados integralmente en todos los aspectos concernientes a la conservación y desarrollo permanente, serán los responsables de implementar proyectos que mejoren la calidad de vida y a la vez promuevan la conservación del patrimonio biótico y ambiental. Paralelamente, también será necesario hacer cambios drásticos a nivel institucional y estructural, que permitan la implementación de tales programas.

Con respecto a las unidades de conservación es indispensable desarrollar investigaciones básicas sobre la diversidad biótica, con el propósito de definir políticas basadas en conocimientos científicos, a fin de tomar en cuenta patrones de distribución y endemismo en la conservación de la mayor parte de las especies. De la misma forma es imprescindible promover la comunicación entre los planificadores, científicos y, en general, interesados en la conservación, para poder compartir experiencias e identificar problemas comunes y necesidades en la investigación y enseñanza. Es evidente que un requisito indispensable para desarrollar una política conservacionista, es la investigación científica. Todas las nuevas alternativas: sistemas de manejo, diseños agroecológicos, etc., deberán estar basadas en la investigación científica. Carecemos de inventarios biológicos básicos de la mayoría de las zonas protegidas. Esto equivale a tener una biblioteca casi vacía, desordenada y sin catálogo alguno.

La planificación de la conservación de los recursos naturales renovables, y del desarrollo en general, deben cimentarse en una buena información científica. La información sobre la biota de los países en desarrollo es insuficiente en la actualidad y gran parte de ella no se encuentra disponible en los países donde esta se ha generado, sino que se localiza en los países industrializados. Por ello es necesario, por un lado, incrementar los estudios científicos y, por el otro, establecer los mejores mecanismos en el manejo de la información, que permitan sistematizarla y repatriarla y así asegurar una mejor toma de decisiones locales y nacionales.

También es indispensable lograr una creciente coordinación y articulación de esfuerzos entre gobiernos, instituciones, científicos, sector privado y población civil, de manera que el uso de los escasos recursos financieros y humanos disponibles sea racional, evitándose al mismo tiempo la duplicación y dispersión de esfuerzos. Con ello también se busca que se cumplan una serie de objetivos sociales, económicos, políticos y culturales, que satisfagan las diversas necesidades de los distintos sectores de la sociedad. En este sentido el intercambio constructivo y la coordinación de acciones entre organismos gubernamentales (OGs) y organizaciones no gubernamentales (ONGs), involucradas en actividades de conservación y desarrollo, es de vital importancia.

Todas las barreras políticas, económicas y legales que frenan el desarrollo permanente deberán removerse, si se pretende lograr un escenario de desarrollo ecológicamente armónico, económicamente viable y socialmente justo, para la región. Deben fortalecerse las instituciones, locales de investigación, enseñanza y desarrollo en el área del manejo adecuado de los recursos naturales. Estas instituciones han demostrado ser las únicas que proveen continuidad en el trabajo ideas originales, y seriedad en sus acciones, por lo que los gobiernos deben apoyarse en ellas para asegurar la permanencia, la crítica constructiva y la vigilancia científica de los programas de conservación.

Deseamos hacer un reconocimiento público a todas las agrupaciones ecologistas y ambientalistas no gubernamentales, y a los intelectuales y artistas por la intensa labor que están realizando al llevar el mensaje conservacionista a todos los niveles de la sociedad y así servir de voceros para que el público en general este al tanto de los hallazgos científicos en materia ecológica y ambiental. Por ello nos parece importante apoyar su labor e invitarlo a estrechar lazos con la comunidad científica nacional e internacional para lograr que su mensaje no sólo tenga el valor y el calor de la emoción, sino que también este respaldada en datos científicos.

También sería muy útil redefinir las responsabilidades referentes a la toma de decisiones sobre conservación: ya que es evidente que tales decisiones deberían ser tomadas por aquellas personas o entidades que posean todos los elementos de juicio necesarios, por lo tanto, la participación de los científicos sería tan importante como la de las bases que se encuentran inmersas en el terreno afectado. Así la agenda de conservación en Latinoamérica debe ser definida por los latinoamericanos, garantizando la participación profunda de científicos de todos los campos inherentes al tema. Al mismo tiempo, los puntos de esta agenda deben ser dialogados y negociados con los países industrializados, sin alterar el espíritu de respeto a la soberanía y las prioridades nacionales. La internacionalización del problema ecológico latinoamericano y su solución deberán ser tratados y discutidos dentro de un marco geopolítica solidario y éticamente correcto.

Sería conveniente que se estableciera un compromiso entre los gobiernos, agencias internacionales y fundaciones, para lograr una continuidad en las acciones a mediano y largo plazo. El conflicto actual entre el desarrollo económico tradicional y la conservación de los recursos bióticos, se genera fundamentalmente como consecuencia de una diferencia básica entre los horizontes temporales de planificación que existen entre éstos. Los planes de manejo forestal a corto plazo están destinados al fracaso, ya que la velocidad de respuesta de los programas forestales es más lenta que los horizontes de planificación política y económica tradicionales.

También sería interesante que se valoraran las acciones conservacionistas en los países en desarrollo y se cargara su costo a los causantes de los problemas y a los beneficiados por estas acciones. Es injusto y poco práctico que sean los más pobres los que paguen por la conservación. Esto lo decimos en especial por los campesinos y grupos indígenas que viven en las zonas que desean protegerse o en zonas de uso restringido. Aquellos que se benefician de la manutención de la diversidad biológica en Latinoamérica, deberán cubrir los gastos de conservación, independientemente de su situación geográfica. Se deben buscar entonces, los mecanismos legales que establezcan claramente que los países o conglomerados económicos que destruyen o contaminan el ambiente, o que usufructúan desproporcionadamente los recursos naturales o servicios ecológicos inherentes a los ecosistemas locales, deberán pagar por la conservación y/o restauración de éstos. Es aquí donde debe encontrarse un balance entre la deuda económica que los países en desarrollo tienen con los países industrializados y la deuda ecológica que a su vez, estos últimos tienen con los primeros.

Un pueblo, y en especial una niñez bien nutrida, sana y educada, es el mejor seguro para un futuro común aceptable por todos. Para lograr esto se requiere un ambiente sano y armónico con la naturaleza. No hay otra opción.

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Miguel Altieri                                                                                  Division of Biological Control University of California, Berkeley.

Al Gentry                                                                                         Missouri  Botanical Garde.

Arturo Gómez-Pompa                                                                  University of California.

Gillermo Mann                                                                             Conservation International.

 Juan G. Saldarriaga                                                                         Programa Tropenbos.

Javier Trujillo                                                                                           Colegio de Posgraduados.

Rodrigo Medellín
Program for Studies in Tropical Conservation.

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Ignacio de la peña Páez
     
               
               

Conocer las enfermedades que padecían los antiguos mexicanos, no quiere decir que sepamos que pensaban de ellas. De ninguna manera podemos aplicar nuestros conceptos de enfermedad a la manera y forma de la cultura náhuatl; al describir el dolor del corazón no podemos decir que los médicos nahuas conocieran el infarto del miocardio, con esto queremos puntualizar que para acercarnos a un sistema de creencias como las tenidas por el pueblo náhuatl, debemos identificar sus propios principios básicos y tomarlos como referencia o punto de partida. El criterio actual de enfermedad está basado en la presencia de una lesión, considerándose como tal desde el nivel microscópico. Para el médico náhuatl el concepto de enfermedad era radicalmente diferente; respondía a un juego de fuerzas, por un lado las cósmicas y por el otro las del propio individuo y considerando a la vez, que el hombre produce energía y que su propia sangre y el corazón mismo son alimento de los dioses. De esta batalla algunos seres terrestres podían transformarse, “trascender” y adquirir, después de la muerte, cualidades especiales, sobre todo las referentes a una gran energía y fuerza; en ese grupo privilegiado están los guerreros, las mujeres muertas en su primer parto, (cihuateteos), y los elegidos para el sacrificio. Es decir, dependiendo de la “calidad” de su muerte, adquirían una fuerza especial.

Podemos decir que el equilibrio de fuerzas, entre los antiguos mexicanos, representaba la salud y que la ruptura de las mismas, ya sea, en más o en menos, representaba la enfermedad.

Desde antes de nacer el individuo náhuatl estaba expuesto a las fuerzas cósmicas representadas por cada uno de los innumerables dioses o por los elementos representativos de los mismos.

El destino de la salud en cada uno de los nahuas estaba marcado desde su nacimiento por el Tonalanatl. Así, los nacidos en 6-perro “serian enfermizos y morirían presto y si viviesen, sufrirían diversas enfermedades”.1 De acuerdo a esto, el médico náhuatl tenia que interpretar, prácticamente en todas las etapas de la vida, la presencia de un designio o de una enfermedad, que marcaría irremediablemente la acción de una fuerza o la pérdida de energía en un individuo; de esta interpretación de las manifestaciones descritas en los códices, pretendemos hacer algunos señalamientos; para ello hemos escogido el manuscrito de medicina náhuatl más antiguo que se conoce, el Códice De la Cruz-Badiano.

Al referirse en el Códice a los tratamientos “contra la opresión molesta del pecho”, se menciona que cuando se está “como oprimido por una repleción y acompañado de una angustia”.2 Es evidente que esta observación recogida en el Códice, se refiere a un individuo que padeció un dolor en el pecho, que se encuentra angustiado y que siente una opresión; todas estas manifestaciones aún se siguen observando, por ejemplo, en el “dolor precordial”.

En otro momento, al describir el tratamiento para la podagra o gota, se dice “que el pie duele mucho con el calor”.3 Efectivamente esta enfermedad se presenta con un fuerte dolor, acompañado de una sensación ardorosa-quemante en la zona afectada del pie. Cuando se nos describen los tratamientos para vejiga, y en especial al referirse a “cuando se ha tapado el conducto de la orina” y no se resuelve con el tratamiento indicado, el médico náhuatl acude a los aspectos prácticos y recomienda: “recurrir a la médula de la palma, muy tenue, cubierta con un poco de algodón untada con miel y, con muchísimo cuidado, introducirla en el meato viril, de modo que se abra la obstrucción de la orina”.4 Por está descripción del tratamiento, podemos imaginar al médico aplicando inicialmente la curación, después interrogando sobre los resultados y, finalmente, tomando la decisión de realizar un acto cruento sobre el paciente para resolver así su problema; toda esta relación entre médico y paciente tiene para nosotros el más puro ambiente clínico. Hay situaciones en la terapéutica médica náhuatl que hacen ver lo amplio de las observaciones que concibieron sus médicos, por ejemplo, al referirse a los cuidados que se deben tener en los casos de los “ojos que se calientan mucho” se recomienda: “abstenerse del ardor del sol, del humo, del viento y de ver cosas blancas”.5 Indicaciones todas ellas, causantes de algunas molestias oculares.

En otras ocasiones se advierte de lo que puede ocurrir con el que tiene el padecimiento conocido como “enfermedad comicial o epilepsia”. El Códice dice: “observa el tiempo en que la epilepsia ha de venir, porque entonces se aparece la señal”. Esta anotación evidencia el conocimiento previo que se tenía de la enfermedad y al referirse a la aparición de una señal, coincide con lo que nosotros conocemos como “aura” o fenómeno que antecede a toda convulsión en la epilepsia.

Es interesante la descripción de los casos que presentan fiebre: “la cara del que tiene la fiebre, alguna vez se pone roja, a veces se pone negra y a veces se pone pálida, también puede escupir sangre, vomitar o que el cuerpo se vuelva acá y allá, cuando ya ve poco y en la boca siente en especial en el paladar, un amargor, un ardor y alguna vez dulzor y el estómago está muy corrompido y la orina está blanca, si no se ataja el peligro, ya se preparará tarde la medicina”.6

Son numerosos los datos con implicaciones clínicas que contiene el párrafo anterior; supone un seguimiento no sólo de observación al referir los cambios de coloración en la cara, sino un interrogatorio para saber las sensaciones de amargor, ardor o de dulzor, como está referido en el Códice. Observación interesante es el hecho de que la utilidad del medicamento es nula después de aparecidos ciertos datos, de lo cual se infiere que el médico debería de estar cerca del paciente y administrar las medicinas a tiempo.

En el capitulo décimo tercero del Códice, titulado “de algunas señales de la cercanía de la muerte”, se menciona lo siguiente: “los ojos enrojecidos son sin duda signos de vida…” “…los pálidos y blancuzcos, indicios de salud incierta. Los indicios claros de muerte son un cierto color humo que se percibe en medio de los ojos. Los ojos ennegrecidos que relucen poco, la nariz afilada y como torcida a manera de coma, quijadas rígidas, lengua fría, dientes como cubiertos de polvo y muy sucios, que rechinen; la cara que palidece, que ennegrece, que adopta y toma una y otra expresión y que, finalmente, emite y revuelve las palabras sin sentido, como los pericos, todo ello son anuncio de muerte”.7

El médico náhuatl que dio las anteriores referencias, seguramente había observado a numerosos moribundos y con atención especial las “facies” que estos presentaban, y con sutil percepción clínica menciona: “un cierto color humo entre los ojos” o la pérdida de la brillantez de los mismos, cuando se acercaba la muerte. Nuevamente encontramos una estrecha relación médico-paciente, que nos explica lo detallado de los datos referidos.

Dentro de la medicina náhuatl, los aspectos mágico-religiosos generalmente habían sido comentados ampliamente en años anteriores, por cronistas, historiadores e investigadores, dejando pasar, inadvertido o conscientemente, los hechos de observación como los que se señalan en el presente trabajo. Es probable que hayan considerado que los médicos nahuas no tenían la capacidad para interpretar las manifestaciones de la enfermedad; esa consideración ha sido un error, ya que la sensibilidad de los antiguos mexicanos para interpretar el mundo que les rodeaba fue única. Sólo me referirá a dos ejemplos suficientes para mostrar esta sensibilidad. El primero corresponde a los tlamatini llamados por Sahagún “sabios y filósofos”, los cuales empleaban la expresión in ixtli in yollotl (rostro-corazón), para indicar que con sólo ver un rostro era posible conocer el interior, el “yo” del individuo. El otro ejemplo es el del Ticitl, el verdadero médico el cual interpretaba al hombre enfermo desde el punto de vista físico y espiritual.

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 Refrerencias Bibliográficas

1. Martínez Cortés, F., 1964, Las ideas en la medicina náhuatl, Prensa Médica Mexicana, México, p. 76.
2. De la Cruz, M., Libellus de Medicinalibus lndorun Herbis. Manuscrito azteca de 1552, traducción latina de Juan Badiano, IMSS, México, 1964, p. 177, folio 27 r.
3. Ibíd., p. 187, folio 35 v.
4. Ibíd., p. 185, folio 34 r.
5. Ibíd., p. 157, folio 10 v.
6. Ibíd., p. 195, folio 42 r.
7. Ibíd., p. 223, folio 62 r.

     
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Ignacio de la Peña Páez
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina, UNAM

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El arca de Noé

Juan José Morales
   
   
     
                     

Las expediciones preliminares, con naves automáticas primero y tripuladas después, habían sido todo un éxito. Ahora, ellos se encontraban ahí, desplazándose a dos mil metros de altitud sobre este mundo cálido y húmedo, poblado por extraños animales y plantas gigantescas. Sabían cómo era, pero aún no podían verlo, oculto como estaba por densas formaciones de nubes y torrenciales aguaceros que no parecían dejar claro alguno para descender.

Apenas cuatro años atrás, aquel viaje hubiera sido imposible. Ni siquiera en teoría. Pudo planearse sólo cuando se descubrió que el tiempo, ese tiempo cuya naturaleza habían intentado explicar los físicos y los filósofos durante milenios, es simplemente una forma de energía: la energía de la expansión del Universo. Es una onda que al igual que un resorte al estirarse por efecto de un impulso inicial, se propaga en la inmensidad del espacio provocando a su paso los acontecimientos y perdiendo vigor paulatinamente, haciéndose poco a poco más lenta en el proceso. Y, del mismo modo que el resorte al llegar al máximo de su extensión, la onda del tiempo terminara por detenerse y comenzar a correr hacia atrás hasta retornar al estado inicial de energía comprimido, para luego volver a propagarse una vez más en otro ciclo de su interminable y majestuosa pulsación.       

Pero aquello —la detención y la inversión del tiempo— no era un problema que preocupara a los tripulantes de la nave. Ocurriría, según los cálculos, 7.6 x 10132 años más adelante de su época. Demasiados cientos de miles de trillones de siglos como para quitarle el sueño a nadie.      

Una vez descubierta la naturaleza del tiempo, el siguiente paso fue aprovechar su propia energía para viajar hacia el pasado. Exclusivamente hacia el pasado, no al futuro, porque no se puede ir a un sitio que aún no existe, al que no ha llegado todavía la onda del tiempo. Todo fue cuestión —nada fácil, sin embargo— de diseñar y construir inversores de flujo que al concentrar la energía temporal y revertir su sentido permitían a una nave viajar, por así decir, contra la corriente normal del tiempo y a una velocidad incomparablemente mayor que la de ésta. A ellos les había tomado sólo cuatro días y cinco horas retroceder 65 millones de años, hasta los albores de la era terciaria. Cuatro días y cinco horas también necesitarían para volver a las coordenadas espacio-temporales de partida. Los inversores de flujo —al igual que en la compresión del resorte— habían acumulado durante el viaje la energía necesaria para el retorno. O, para ser exactos, casi toda, pues inevitablemente había pérdidas por fricción. Pero sólo haría falta un leve impulso adicional de los reactores transformadores de fusión para compensar esa pérdida y regresar al punto de origen. Sí, al punto preciso de origen, porque a nadie le gustaría quedarse varado años, siglos o milenios atrás. En aquellos tiempos la vida había sido demasiado dura, incómoda, y peligrosa.

Por supuesto, existía el riesgo de que ocurriera algo así, de que por cualquier falla —de la cual ningún aparato puede considerarse totalmente a salvo— la energía de retorno fuera insuficiente y no alcanzaron la meta. Pese a ello, sobraron voluntarios para tripular la nave, El arca de Noé, como la había bautizado con muy poca imaginación el presidente del Consejo Mundial de Ciencia y Tecnología.

Diseñada para albergar o una docena de animales pequeños, no de más de un metro de alzada, y varios cientos de huevos de ejemplares mayores, que serían incubados en condiciones controladas. El arca de Noé realizaría una de las más grandes misiones científicas de todos los tiempos: llevar dinosaurios al siglo XXII. Así, aquellas fascinantes y descomunales criaturas, que por millones de años dominaron la naturaleza, volverían a vivir. Podrían ser estudiadas en detalle y serían el centro de atracción en los Zoológicos.

Aquellas malditas nubes, sin embargo, no dejaban el menor resquicio, como si envolvieran por entero al planeta. No dejaría de ser paradójico, pensó, que ellos, hombres procedentes de una época en que se había logrado gobernar a voluntad el clima y el tiempo, vieran frustrado su propósito por impedimentos meteorológicos.

Media hora más tarde, no encontraban todavía un claro para descender. Los había en las altas latitudes y sobre los océanos, pero en las primeras no encontrarían dinosaurios, y un amarizaje quedaba descartado, pues la expedición no estaba preparada para ello ni —mucho menos— para atrapar animales acuáticos o voladores.

El inesperado impedimento comenzó a inquietarle. Como capitán de la nave, sentía sobre sus hombros todo el peso de la responsabilidad por el éxito o el fracaso. Trató de tranquilizarse. Necesitaría toda su sangre fría y su habilidad para ejecutar las delicadas operaciones de captura. Para entonces, estarían volando peligrosamente cerca del suelo, casi a la velocidad mínima de sustentación y dentro de muy estrechos límites de maniobrabilidad. Un error en tales condiciones podría hacerlos estrellarse y quedar aislados, sin posibilidad siquiera de informar sobre lo ocurrido, porque las señales de radio no se transmiten en el tiempo, y sólo tendrán una remotísima probabilidad de ser localizados y rescatados, ya que el margen de incertidumbre en la determinación de una posición temporal, aunque muy reducido —de sólo 0.00001 por ciento— significaba que para dar con ellos a esa distancia de 65 millones de años las misiones de salvamento tendrían que explorar un sector de más de 12 siglos.       

Se recriminó por haber pensado en eso. No había hecho más que agravar su nerviosismo. Se calmó un poco, sin embargo, al recordar que las probabilidades de un accidente eran sólo de una en cien mil, o quizá de una en un millón. Súbitamente olvidó todas sus preocupaciones. Había divisado una amplia oquedad entre las nubes, una zona despejada que se ensanchaba como si las fuerzas de la atmósfera dieran la bienvenida a los primeros cazadores intertemporales. De inmediato enfiló la nave hacia allí y pudo, por fin, contemplar el imponente paisaje de árboles colosales, gigantescos helechos y vastos pantanos de oscuras aguas sobre los que flotaban tenues y móviles vapores blanquecinos.

Por alguna razón, esperaba encontrar miríadas de dinosaurios. Por ello se sorprendió un tanto al no ver ninguno. Sólo cuando maniobraba ya a poco mas de cien metros sobre una somera laguneta, percibió los primeros, grises y verdosos, que corrían chapoteanedo y agitando la vegetación, espantados por el zumbido de los motores. Ya los había visto en la películas holográficas tomadas por las expediciones precedentes. Ya había ensayado repetidamente, en los simuladores tridimensionales, las maniobras de acoso, persecución y captura. Pero se dio cuenta de que en la practica las cosas no serían tan fáciles. Contra lo que mucha gente pensaba, aquellos animales no tenían nada de torpes ni lentos. Por lo contrario, se movían con gran agilidad y rapidez entre la maraña de troncos, ramas, juncos y arbustos. Saltaban, cambiaban súbitamente de dirección, se escurrían bajo el follaje y se deslizaban al abrigo de las rocas. Cada vez que creía tener uno en la mira, se interponía algo que impedía atraparlo. Y fuera de la laguneta, “no había a la vista ningún otro sitio libre de obstáculos sobre el cual se pudiera arrojar las redes.

Torció el rumbo y comenzó a describir un amplio arco para cortar el paso a la estampida de dinosaurios, amedrentarlos y hacerlos volver al terreno despejado, pero los perdió de vista cuando penetraron en un tupido bosque cuyos árboles erguían sus copas a mayor altura que la nave. Movió la palanca de mando para cambiar de dirección, tratando de adivinar qué rumbo seguirían los animales, a la vez que escudriñaba las inmediaciones en busca de otra posible presa. En ese momento escuchó un penetrante zumbido y en la periferia de su campo visual aparecieron unas líneas negras claramente marcadas sobre un fondo rojo. Volvió la mirada y quedó helado de espanto al contemplar en el tablero de instrumentos tres indicadores cuyas agujas habían llegado casi al tope de la zona de peligro. Lo remotamente, remotísimamente probable, aquello que sólo tenían una probabilidad en cien mil o en un millón de suceder, había ocurrido.

Es sorprendente la velocidad con que puede razonar la mente humana. Durante los tres segundos que transcurrieron entre ese vistazo y el desastre, se dio cuenta de que nada podía hacerse para evitarlo, que no había ya tiempo de alertar a sus compañeros, que sería inútil por lo demás decirles nada, que los tres acumuladores de flujo habían fallado simultáneamente, que ya nunca volverían al punto de partida, que la energía acumulada a lo largo del trayecto de 65 millones de años estaba a punto de liberarse súbitamente y que la nave iba a estallar sin remedio con una violencia comparable a la de varios millones de superbombas de hidrógeno de cien megatones.

Es sorprendente también de qué extrañas maneras puede reaccionar un ser humano ante la inminencia de la muerte. En ese instante lo embargó una sensación de euforia, el júbilo rayano con el éxtasis, apenas empañada por el hecho de que no podía compartir su hallazgo con nadie, ni siquiera con el resto de la tripulación: había descubierto por qué se extinguieron los dinosaurios.

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Juan José Morales                                                                                                       Cuento ganador del V Certamen Regional de Literatura de Bacalar, Quintana Roo realizado en 1990.
 
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Jonathan Mann
     
               
               

Hoy, en 1990, en San Francisco, nosotros podemos ver al SIDA como una revolución en el ámbito de la salud, como una ruptura histórica con el pasado, dramática, un cataclismo que afecta nuestras vidas tanto a nivel individual como colectivo y ante el cual no hay marcha atrás, pues ninguna otra enfermedad o epidemia en la historia del mundo ha desafiado el status quo como lo ha hecho el SIDA. Nunca antes —incluso en tiempos de las grandes plagas europeas— un problema de salud ha catalizado semejante replanteamiento, tan amplio, de la salud de los individuos y de la sociedad y, en consecuencia, de nuestros sistemas políticos y sociales.

Año con año nos hemos reunido en la Conferencia Internacional de SIDA, y hemos visto cómo —junto con la epidemia— nuestra visión, tanto individual como colectiva, ha evolucionado. Cada ano hemos avanzado en nuestra comprensión de la pandemia y de nosotros mismos, ya que cada uno de estos trascendentales años ha cargado el peso intelectual y la fuerza emocional de una década.

Ahora, en 1990, nosotros sabemos más, tenemos más experiencia. Sin embargo, nos encontramos más inquietos, pues el ritmo de cambio ha sido rápido y la colisión con nuestros anteriores supuestos ha sido a veces violenta.

Para apreciar qué tanto se ha logrado, para entender cómo el SIDA ha llegado a ser el crisol en el que el futuro de la salud, se está forjando; nuevamente debemos tomar un poco de distancia de las cuestiones específicas del día, analizar la amplitud de la pandemia y examinar de que manera la suma total del trabajo de una década ha desafiado —y comenzado a cambiar— al sistema de creencias y a las instituciones del pasado.     

El aspecto más importante de la pandemia del VIH es que todavía se encuentra en un estado muy temprano de su desarrollo. Esto tendría tres consecuencias: la primera, que la pandemia sigue siendo volátil y dinámica. Segundo, que su mayor impacto no se ha hecho sentir todavía. Y tercero, que aún existe un gran potencial para influir en su curso futuro.      

La infección del VIH continúa propagándose, incrementándose rápidamente en algunas poblaciones ya afectadas, especialmente en África, América Latina y el Caribe, y penetrando profundamente entre nuevas áreas afectadas, como Europa Oriental, Medio Oriente y el Sureste Asiático. El año pasado, la epidemia de Tailandia fue el símbolo de la amenaza de crecimiento de la pandemia. Hoy debemos dirigir nuestra atención a India, en donde la transmisión heterosexual ha avivado una epidemia que se extiende con gran rapidez —casi tanto como la epidemia de Tailandia. Esta nueva ola de infección del VIH tendrá serias implicaciones para el futuro de Asia.

El VIH es hoy parte del ambiente global, y el potencial de diseminación a nivel mundial, del VIH sigue siendo vasto. Hasta ahora, cerca de un veinte por ciento de los cinco millones o más, de usuarios de drogas intravenosas en el mundo, ha sido infectado con VIH, y el resto son extremadamente vulnerables a la explosiva propagación del mal. Un nuevo frente de la epidemia del VIH entre usuarios de drogas intravenosas, se ha abierto en el Sureste de Asia, y comprende la parte más oriental de India, Myanmar, Tailandia y partes del sur de China —todas ligadas con el “Triángulo Dorado”. Además, el surgimiento en todo el mundo de más de 100 millones de nuevos casos cada año, de enfermedades por transmisión sexual, ilustra dramáticamente el enorme potencial de diseminación sexual del VIH.

Debido a que la epidemia es relativamente reciente, su mayor impacto está por venir. Tanto los sistemas de salud como los sistemas sociales se están esforzando ya para enfrentar las necesidades para el cuidado de las personas infectadas por el VIH, así como de los enfermos, y aún se espera que desgraciadamente el número de gente con SIDA aumente diez veces durante la década de los noventa. El impacto de la epidemia mundial que comenzó en los años setenta, continuará creciendo de esta manera, incluso durante la primera década del siglo XXI.

Finalmente, la corta historia de la pandemia significa también que el potencial para influir en su desarrollo futuro sigue siendo grande. No hay país ni población en donde el SIDA sea una “causa perdida” —a menos que sea abandonada. Muchos países están entrando justamente en este momento en una fase crítica de inicio de la epidemia de VIH —en Asia, Europa Oriental y en el Centro y Sur de América. La forma final que tomará la pandemia en el mundo no es clara. En última instancia, es aquí, en la prevención de nuevas infecciones, que se hará sentir de manera global, el mayor impacto sobre la salud.

¿Cuál es el estado, a nivel mundial, de la lucha contra el SIDA? En estos pocos pero notables años, han sido construidos los fundamentos para conseguir el control de esta nueva amenaza para la salud. Aún hoy, la marcha y el creciente impacto de la pandemia amenaza con sobrepasar la capacidad existente para prevenir la infección y cuidar de los enfermos e infectados, porque las epidemias de África, América Latina, el Caribe y el Sureste de Asia no están avanzando de manera controlada: se están expandiendo. Las duras lecciones de San Francisco, Ámsterdam, Sídney y Nairobi no han sido aprovechadas sistemáticamente. En muchas comunidades la información sigue siendo inadecuada, incorrecta o francamente errónea. Los servicios sociales y de salud necesarios todavía no existen, para mucha gente son muchos los lugares donde las actitudes discriminatorias y punitivas se han exacerbado y, por lo tanto, dentro de este marco, la prevención simplemente no ha tenido realmente una oportunidad.

La brecha entre ricos y pobres —tanto entre países como en el interior de los mismos— está creciendo. Cerca de dos tercios de los casos de SIDA en el mundo, hasta la fecha, y las tres cuartas partes de la gente infectada por el VIH se encuentran en países en vías de desarrollo. Sin embargo, el costo de los medicamentos y del tratamiento implica que la “intervención temprana”, es todavía un concepto carente de significado en los países en vías de desarrollo. El AZT sigue siendo demasiado caro para la mayor parte de la gente que lo necesita. La contribución total anualmente aporta el mundo industrializado para combatir el SIDA en los países en vías de desarrollo es de 200 millones de dólares o menos. El año pasado el total de los gastos para la prevención y tratamiento del SIDA, únicamente en el estado de Nueva York, fue cinco veces más grande. En promedio el presupuesto total de los programas de SIDA en los países en vías de desarrollo, es actualmente menor al costo del tratamiento de sólo quince personas con SIDA en los Estados Unidos.

Esta es la pandemia actualmente: 700000 personas que hasta ahora han desarrollado el SIDA y aproximadamente ocho millones de personas infectadas. Una joven pandemia que sigue adquiriendo velocidad. Sabemos que un mundo con una epidemia de SIDA en expansión, no puede ser un mundo fuera de peligro. Ahora más que nunca, la complacencia, la indiferencia, la negación y un enfoque buscando “negocio como de costumbre” amenazan con socavar el éxito de la lucha contra el SIDA. O reforzamos, extendemos y construimos sobre lo que ya ha sido logrado, o en los próximos años nos quedaremos cada vez más a la zaga del paso de la epidemia por el mundo.

Durante la década de los ochenta, al enfrentar el SIDA, nadie se propuso llevar a cabo una revolución. Más bien, la gente sólo ha tratado —lo mejor que ha podido— de hacer un trabajo de prevención de la infección de VIH, cuidando a enfermos y a infectados, y tratando de ligar los esfuerzos nacionales e internacionales. No obstante, al realizar este trabajo, las deficiencias de nuestros sistemas sociales y de salud, se han revelado de una manera tan espantosa y dolorosa que el paradigma de la era pre-SIDA —su filosofía y su práctica— ha sido cuestionado y se le ha encontrado terriblemente inadecuado y, por lo tanto, fatalmente obsoleto.  

¿Cuál es el paradigma de la salud que el SIDA ha cuestionado tan duramente? ¿Qué sucesos, qué hechos, qué ideas fueron —retrospectivamente— revolucionarias? ¿Cuáles son los temas creadores de un nuevo paradigma en la salud, el cual está siendo demandado por el SIDA?

El paradigma que heredamos estaba enfocado hacia el descubrimiento de los agentes externos de la enfermedad, la incapacidad y muerte prematura. Inevitablemente el énfasis era médico y tecnológico e involucraba a expertos e ingenieros. Para ciertos propósitos este enfoque era bastante efectivo. Sin embargo, los puntos de vista contenidos en este paradigma contemplaban una dicotomía fundamental, entre los intereses individuales y los sociales. En acuerdo y en armonía con el espíritu de la época, los gobiernos eran llamados a mediar y a prevenir las enfermedades a través de leyes y el trabajo burocrático. La atención a consideraciones de orden social o de comportamiento, eran con frecuencia rudimentarias e ingenuas. La coerción era continuamente favorecida. Muchos sistemas de salud pública buscaron la eficacia por medio del aumento de su poder de coerción, y los derechos humanos fueron poco mencionados, salvo dentro del contexto de las reacciones en contra de los abusos de poder de la burocracia.

Ya desde antes de la década pasada, y durante esta última, la capacidad limitada de este paradigma para hacer frente a los problemas de salud del mundo moderno, era cada vez más evidente. Se reconoció el papel crítico del comportamiento individual y colectivo, ya que a pesar de lo barato y extraordinario de las vacunas para los niños, solamente cerca de la mitad de los infantes del planeta eran inmunizados. Entendimos que las mujeres carecían de la capacidad de decir “no”, al sexo forzado o no protegido, a menos de que tuvieran también el poder social, económico y político para decir “no”. Descubrimos que las plantas nucleares no podían ser manejadas bajo una seguridad absoluta, pues había, y siempre habrá, el llamado “factor humano” de la Isla de Tres Millas o de Chernóbil.

Entonces, súbitamente, apareció el SIDA, y su impacto en la antigua estructura de pensamiento, de las instituciones y su práctica fue tan notable, tan inesperado e incluso, de alguna manera, tan inevitable, como el derrumbe de un régimen político caduco o el colapso del muro de Berlín.

Examinemos ahora algunas de las ideas y actos revolucionarios de la década pasada: primero, en la medida en que no había ninguna medicina o vacunas disponibles, el comportamiento fue inmediatamente considerado de vital importancia en la lucha contra el SIDA. El comportamiento más implicado era el sexual, acerca del cual todas las sociedades rápidamente descubrieron ser profundamente ignorantes. La negligencia en general, en cuanto al comportamiento dentro de la filosofía y la practica de la salud prevalecientes, se volvió terriblemente obvia.

Entonces, las necesidades sociales y de salud para la prevención y tratamiento de la gente infectada por el VIH, y de las personas con SIDA, destrozaron la complacencia en cuanto a nuestros sistemas sociales y de salud. El SIDA levantó el velo que había cubierto a deficiencias y desigualdades. Así se puso en evidencia, entre otras cosas, la forma en que el cuidado de la salud y los servicios sociales se encuentran organizados y distribuidos, la marginación de grupos dentro de la sociedad y la escasa prioridad acordada a la salud. Las personas infectadas con VIH y aquellas que tenían SIDA, articularon también las necesidades humanas, con tal claridad y de tal manera, que las estructuras y servicios existentes resultaron no estar preparados.

Además, la gente con SIDA, la gente infectada por el VIH, así como los etiquetados como miembros de “grupos de alto riesgo”, declararon su firme intención de participar en el proceso de prevención, tratamiento e investigación, en lugar de someterse a él. El revuelo causado por esta valerosa determinación de participar aún no ha disminuido, ha cuestionado la investigación clínica y ha sacudido profundamente los supuestos establecidos acerca del papel de los enfermos e infectados.

La participación se ha ampliado a tal punto, que miles de comunidades y organizaciones populares de base, han respondido a las continuas y desesperadas necesidades de los servicios de prevención y tratamiento. La idea predominante del gobierno, visto como el actor más importante en la protección de la salud, fue cuestionada por la realidad de la acción y el activismo de la comunidad.

Es por esto que, inesperadamente, nos encontramos hablando en el lenguaje de la dignidad y los derechos humanos. Pues, ¿en que otra área de la salud, en qué otra época hemos escuchado tal discurso de “derechos” y “justicia social”? Al invocar los conceptos de derechos humanos, de no discriminación, de igualdad y justicia, no sólo nos referimos ya a problemas de la política y de la acción institucional de lo que se ha cuestionado, sino también al proceso a través del cual las políticas y las decisiones han sido elaboradas.

Estos actos y muchos más —la comprensión del SIDA como un problema global, la continuación de estas conferencias, las mantas del Proyecto de los Nombres (Name’s Project) y otras expresiones de amor— han transformado la manera en que los individuos y la sociedad concebimos la salud. ¿Hacia qué nueva visión —qué imaginación y poder para promover la salud y prevenir la enfermedad— nos está llevando el SIDA actualmente?

La llave para el nuevo paradigma es el reconocimiento de que el comportamiento, tanto individual como colectivo, es el desafío más grande para la salud del futuro. Al trasladar un mayor énfasis hacia el comportamiento humano en su contexto político, económico y social, el nuevo paradigma reemplazará la imposición, por el apoyo y la discriminación, por la tolerancia a la diversidad. Sera necesario desarrollar nuevas formas de pensar acerca de las identidades e interacciones sociales y personales. En el futuro los conceptos de incorporación, adaptación y simbiosis, podrían ser más relevantes y útiles, que las viejas dicotomías de lo externo versus lo interno o lo individual versus lo colectivo. De la misma manera en que el SIDA borra las distinciones entre el papel de los patógenos y el de la inmunidad en la salud personal, el futuro paradigma de salud deberá contener una nueva forma de entender el significado de “lo interno" y “lo externo”, así como una nueva definición de lo que es “lo propio” y lo que es “lo otro”.

Usando nuestro vocabulario habitual —pues quizá se requieran nuevas palabras— la solidaridad describe un concepto central en esta emergente perspectiva de salud, de individuos y sociedad. La pandemia de SIDA nos ha enseñado enormemente acerca de la solidaridad. Hemos aprendido mucho, aunque ha tomado tiempo.

Las bases de la solidaridad son la tolerancia y la no discriminación, el rechazo a separar la condición de la minoría del destino de la mayoría. La solidaridad surge cuando la gente, se da cuenta de que las diferencias excesivas entre las personas hacen inestable al sistema en su conjunto. La caridad es individual, la solidaridad es social por esencia, está ligada a la justicia social y, por lo tanto, es también económica y política.

El SIDA nos ha ayudado a reconocer que la solidaridad es, en parte, una consecuencia de las condiciones objetivas del final del siglo XX. Por ejemplo, el viajar y el moverse, son parte de la condición humana, pero nunca antes tanta gente habla viajado tanto y tan continuamente como ahora. Desde 1950 el número de viajeros internacionales, reportado oficialmente, ha aumentado en quince veces. En la medida en que las barreras geográficas y culturales disminuyen, el sistema en que vivimos —desde los productos que consumimos hasta el aire que respiramos y los patógenos virales de nuestro ambiente—, reflejan una dependencia y una articulación mundial creciente. Esto también proporciona agentes infecciosos y oportunidades sin paralelo para su rápida propagación. El VIH es quizá el primer virus en sacar provecho de esta situación, pero difícilmente será el último. Afortunadamente nosotros también estamos empezando a entender, y a responder, a las consecuencias de esta situación mundial. La solidaridad global —imperfecta, en construcción, pero real, se ha podido sentir en la creación de las Naciones Unidas, en la preocupación acerca de la guerra nuclear, en la creciente resolución a nivel mundial para proteger el ambiente y en la lucha global en contra del SIDA.

Sin embargo la solidaridad solamente puede existir cuando la interdependencia es real y se siente de esa manera. El sentimiento es importante. La experiencia del SIDA nos ha mostrado que algunas de las formas de contacto personal con la gente afectada por el SIDA, es un estimulo poderoso para una mayor tolerancia y un entendimiento humano. El SIDA demuestra la paradoja de que para que un problema se convierta verdaderamente en un asunto general, debe llegar a ser también extremadamente personal. Quizá necesitaremos innovaciones políticas para ayudarnos a expresar nuevos impulsos de solidaridad, y para desarrollar nuevos puentes entre los individuos, su comunidad local y el mundo.

El SIDA también ha mejorado nuestra comprensión de la solidaridad al revelar las deficiencias inherentes a dos de sus alternativas: la coerción y la discriminación.

Todos hemos tenido experiencias personales con la coerción —ella ha sido utilizada sobre nosotros y nosotros la hemos empleado—, en un esfuerzo para influir sobre el comportamiento. Pero es esencial hacer la pregunta básica: “¿funciona realmente la coerción? y, de ser así ¿hasta dónde y por cuánto tiempo?”.

La experiencia internacional disponible respecto al SIDA nos obliga a ser escépticos, ya que hay poca, o casi ninguna, evidencia de que la coerción tenga una influencia positiva en la conducta. No obstante, seguimos oyendo gente que dice que las personas infectadas deberían ser “castigadas”, incluyendo la imposición del aislamiento y la cuarentena. Persiste el mito de que la cuarentena es de hecho el instrumento más poderoso de salud pública que tenemos —quizá por ser el mas coercitivo. Sin embargo, al examinarla más de cerca, la cuarentena resulta tener una aplicación muy limitada y poco útil, ya que tiene un costo económico y social muy alto, el cual ha sido ignorado con frecuencia, y su impacto sobre un programa de prevención del SIDA sería, casi seguro, fuertemente contraproducente.

Finalmente, de la experiencia en muchos escenarios nacionales, hemos aprendido que para tener un programa de prevención del VIH que sea efectivo, la discriminación de las personas infectadas con el VIH debe ser evitada. Por esta razón la protección de los derechos y de la dignidad, debe ser un punto central de los programas contra el SIDA. La discriminación reduce la participación en las actividades de prevención del VIH, lo que disminuye su eficacia y, también, la discriminación es un “factor de riesgo” de la infección de VIH. La vulnerabilidad a la infección de VIH aumenta siempre que la gente es discriminada o marginada socialmente, por varias razones: su acceso a la información y a los servicios de prevención disminuye, influyen menos en la elaboración de estrategias de prevención y, lo más importante, tienen menos poder y capacidad para tomar las medidas necesarias para protegerse a sí mismos.

Por ello, mientras las medidas para proteger los derechos humanos no sean garantizadas en sí mismas, no es posible un programa efectivo contra el SIDA. La negación de los derechos humanos es claramente incompatible con un control y una prevención efectiva del SIDA.   

Es así que, a través del SIDA, hemos comenzado a despojarnos de viejos y desgastados supuestos, hemos confrontado los mitos sociales con las realidades sociales y nos encontramos, otra vez, formulando las preguntas básicas, simples y terribles, acerca de nuestra vida personal y colectiva. Nuestra experiencia nos ha llevado a este punto: a descubrir y reconocer la solidaridad basada en los derechos humanos como la piedra de toque, el problema central de una nueva era.  

¿De qué manera podemos ahora reforzar, a través de nuestro trabajo, esta solidaridad que responde a las condiciones objetivas y a las aspiraciones de nuestro tiempo? 

Primero, debemos reconocer nuestro poder. Los individuos y los grupos pequeños pueden expresar y catalizar las aspiraciones de pueblos enteros.   

Después, debemos trabajar para ampliar la participación de la gente en las decisiones que les afectan, quienesquiera que éstas sean.   

Durante este proceso debemos también aprender más acerca de los derechos humanos. Los requerimientos para cuidar y respetar los derechos humanos están contenidos en la Carta de las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En consecuencia, la obligación de respetar y proteger los derechos humanos es universal. Todo Estado está sujeto a ellos, sin importar los detalles de cada sistema político. Por primera vez en la historia, tenemos las bases escritas y colectivamente acordadas, para la promoción de los derechos humanos y a los gobiernos se les puede pedir cuentas de la forma en que tratan a su pueblo. Nuestro objetivo debe ser no solamente la prevención de abusos de los derechos humanos, sino el ayudar a generar las condiciones para la promoción de la dignidad y de los derechos humanos y ello requiere de la deliberación, de un trabajo activo y constante.

Como parte de nuestra responsabilidad, deberíamos incluir asesoría en materia de derechos humanos, al hacer una revisión de los programas contra el SIDA a todos los niveles de comunidad, nacional y mundial. El no tratar las cuestiones relacionadas con el SIDA y con los derechos humanos, es una forma de descuido, que sólo sirve para reforzar la discriminación.

Esto significa también que debemos definir nuestras respuestas a las violaciones de los derechos humanos asociadas al SIDA. Donde exista discriminación institucional —en la ley de los E.U. sobre los visitantes extranjeros, en los sanatorios de SIDA en Cuba, en las pruebas obligatorias y la exclusión de extranjeros infectados que realiza Arabia Saudita— nosotros debemos levantar la voz.    

Finalmente, debemos tener el valor de mirar más profundamente en nuestras comunidades, ya que los problemas más difíciles de todos son los que se encuentran más cerca de casa: problemas de trabajo, de cuidado de la salud, con las aseguradoras, la escuela y la discriminación en la vida diaria.  

Hace solamente diez años —que parecen un siglo— ¿quién hubiera podido predecir lo que hemos experimentado? ¿quién hubiese podido imaginar las formas tan particulares de valor y creatividad que hemos presenciado? y ¿quién hubiera tenido la audacia de pensar que el SIDA, no sólo reflejaría, sino que también ayudaría, a conformar la historia de nuestro tiempo?

Para el historiador del futuro, muchos puntos de interés, comunes y corrientes, serán invisibles, y el paradigma hacia el que nos estamos dirigiendo será, en retrospectiva, evidente en sí mismo. Incluso cuando esta historia esté escrita, el descubrimiento del indisoluble vínculo entre los derechos humanos y el SIDA y, más ampliamente, entre derechos humanos y salud, ocupará un lugar entre los más grandes descubrimientos y avances de la historia de la salud y de la sociedad. Porque la importancia de la revolución del SIDA, va más allá del SIDA mismo. La solidaridad basada en los derechos humanos, eleva los niveles de tolerancia que cada sociedad garantiza a sus propios miembros y a los otros. Esto es vital para el SIDA y, de una manera más amplia, para la salud y para el futuro de nuestras instituciones políticas.  

El historiador del futuro verá que nosotros tuvimos el privilegio de estar presentes y de haber participado en la creación de nuevos derroteros de acción y pensamiento, en una revolución basada en el derecho a la salud.

En este momento, en San Francisco, nos enfrentamos a la incertidumbre de los años que vienen. Nuestra solidaridad no debe abandonarnos ahora. Aquí, en donde fue firmada la Carta de las Naciones Unidas, en esta ciudad que ocupa un lugar de honor en la lucha mundial contra el SIDA, reconocemos y agradecemos a todos aquellos que nos han enseñado —con sus vidas y sus muertes— el poder de su amor. Aquí, honramos a quienes nos han guiado en la búsqueda de la comprensión y la expresión de esta forma de amor que llamamos solidaridad.

Más allá de este momento, más allá de nosotros, reconocemos la magnitud de la revolución en el pensamiento que el SIDA ha catalizado, y de qué manera la integridad y la totalidad de nuestro trabajo, está ligada a una lucha instintiva, a una necesidad visceral de expresar nuestra, solidaridad humana. Porque la nuestra es parte de una revolución más grande aún, que lleva a la esperanza, no a la desesperación. Esperanza para nosotros mismos, esperanza en la lucha contra el SIDA y esperanza para el futuro del mundo.

  JONATHAN M. MANN Y LA CONCIENCIA COLECTIVA COMO APUESTA CONTRA LA EPIDEMIA DEL MIEDO
 

“Para la libertad siento más corazones que arenas en mi pecho; dan espuma mis venas, y entro en los hospitales, entro en los algodones como en las azucenas.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futuras miradas y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada.
Para la libertad: sangro, lucho, pervivo…”

Miguel Hernández

La historia y la cultura son dos conceptos abstractos pero reales, subjetivos pero palpables; la conciencia y los hechos van pegados piel con piel. Así, cada época, cado momento de la historia, construye necesariamente sus propios deseos, sus avances, despliega nuevos y mejores conocimientos, modifica su concepción de la vida y de las cosas, estructura nuevas conductas y formas morales, pero también genera nuevas y más complejas contradicciones, miedos más sofisticados, memorias colectivas que se funden y confunden, males y enfermedades terribles que, como el SIDA, obligan a replantear la condición humana como ente individual y, sobre todo, como sujeto social.

En el campo de la gramática del SIDA, la sintaxis de la conciencia colectiva y la esperanza exigen la existencia de signos y posiciones nuevas y valerosas como la del doctor Jonathan Mann, verdadero profesional de la condición humana.

Hombre fortísimamente impregnado de sus convicciones, el doctor Jonathan Mann nació durante la postguerra en la ciudad de Bonn, Alemania Federal, en el año de 1947 y posteriormente decidió estudiar medicina. El Dr. Mann realizó sus estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, de San Louis Missouri y se posgraduó en la Universidad de Harvard. Fungió como epidemiólogo estatal en Nuevo México, durante el periodo de 1977 a 1984. Antes de ingresar a la OMS, Jonathan Mann fue director del proyecto sobre SIDA en Zaire y coordinó un programa conjunto de combate y prevención contra la enfermedad, con los gobiernos de Bélgica y Zaire.

Como reconocimiento a su importante labor, en diciembre de 1986 fue la primera persona designada en el cargo recién creado por la OMS para dirigir la acción internacional para el control, prevención y lucha contra el SIDA. Ya como director y Coordinador del Programa Mundial Especial sobre SIDA, el doctor Jonathan Mann se abocó a fomentar las tareas informativas, educativas y de investigación como estrategia fundamental para combatir la pandemia y destacó que: “La lucha contra el SIDA debe basarse en la prevención y en la lucha contra la ignorancia y los prejuicios”.

 Cabe señalar que el doctor Mann, quien posee una amplísima visión del fenómeno en sus diferentes aspectos (médico, científico, social, cultural, político, moral, ideológico, etc.) se ha caracterizado por ser un hombre con profundo sentido de la justicia, que lucha contra las desigualdades sociales y económicas y que, en innumerables ocasiones, ha manifestado públicamente que: “La diferencia entre ricos y pobres —entre países y dentro de los países— se está ensanchando” y agregó que: “En esta década debemos observar al SIDA como una revolución en la salud y verla como un dramático rompimiento con el pasado, como un levantamiento que afecta nuestras vidas individuales y colectivas y de la cual no hay retorno, ya que ninguna otra enfermedad en la historia ha retado tanto al status quo como el SIDA.

El doctor Mann renunció al cargo de Director mundial de la lucha contra el SIDA el 16 de marzo de 1990, mostrando serias divergencias con el Director General de la OMS, H. Nakajima, argumentando en su carta de renuncia diversos problemas en las acciones que consideró esenciales para la puesta en práctica de la estrategia global contra el SIDA, y por otro lado, por profundos desacuerdos con la aplicación del Programa Especial de la OMS en el mismo rubro.

Tras su renuncia, que hizo efectiva el primero de junio de ese año, Mann envió un documento a su equipo de trabajo, en el cual indicó que el reconocimiento al Programa Global del SIDA es fruto del trabajo científico y técnico realizado por el calificado personal que en él laboró. Pese a la dimensión a su cargo, Jonathan Mann ha sido objeto de elogios por parte de la opinión pública: “Merece el reconocimiento que se ha ganado por casi 4 años como el gran comunicador y administrador de la lucha contra el SIDA en el mundo”.

Durante la VI Conferencia internacional de SIDA, efectuada en el mes de junio en San Francisco California, el doctor Jonathan Mann se refirió al problema del SIDA en México: “México tiene un problema muy serio con la pandemia, y ante esta situación el sector privado debe jugar un papel importante para la educación y la prevención”. Agregó que: “a nivel global todavía no existe una estrategia definida, por lo que cada nación debe buscar soluciones acordes con su realidad”.

De este modo, el doctor Jonathan Mann surge como una sólida conciencia colectiva de la comunidad internacional involucrada en la lucha contra el SIDA: “Nunca antes, aun en los tiempos de las grandes plagas europeas, un problema de salud ha catalizado tan amplio replanteamiento de la salud de los individuos y de la sociedad y, por lo tanto, de nuestro sistema social y político”.

Ulises Pego, CRIDIS, Depto. de Intercambio.

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 Refrerencias Bibliográficas

Ponencia leída durante la Conferencia Internacional de SIDA, San Francisco, California, 23 de junio de 1990. Material proporcionado por el CRIDIS de CONASIDA. Traducción: César Carrillo.

     
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Jonathan Mann

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Carlos Viesca Treviño
     
               
               

Dentro de los numerosísimos aspectos del material que presenta el Códice de la Cruz-Badiano que han sido estudiados en mayor o menor medida, se ha ahondado principalmente en aquellos relacionados con las plantas medicinales, su identificación y algunos de sus efectos, y con el reconocimiento y tratamiento de algunas enfermedades o grupos de enfermedades, pero hasta ahora, poco se ha trabajado en la forma en que el Códice expresa un sistema de clasificación de las enfermedades que no corresponde necesariamente con el europeo.  

Hasta ahora sólo se había pensado en la identificación literal de algunos cuadros patológicos, tomando como base la coincidencia del nombre, pero en la mayoría de los casos, sin que se llegara a profundizar en el concepto que se oculta atrás de un nombre y que puede hacer que una misma palabra exprese concepciones diferentes y que, en cambio, diferentes nombres se refieran en ocasiones a un mismo concepto.

El intento de escudriñar el manuscrito en busca de indicios de una clasificación prehispánica, náhuatl para ser más precisos, de las enfermedades, no deja de ser riesgoso y, como bien advertía Efrén del Pozo en su estudio sobre el valor médico del manuscrito con el que acompañó a la edición facsimilar publicada en 1964,1 “nos puede llevar a más errores de los que tratamos de evitar cuando pedimos juicio sereno, prudencia y agudeza para valorar este documento excepcional.”2 Sin embargo, pienso que ya no se debe en la actualidad aceptar límites cognoscitivos reconocidos como tales hace cerca de treinta años, y menos aún en un campo, como lo es el del estudio de la medicina náhuatl prehispánica, en el que se han logrado avances sustanciales. Así pues, sin caer en el error de considerar al Libellus como un tratado de medicina, intentaré en las páginas siguientes de leer entre líneas y ofrecer una interpretación del texto en lo tocante a los posibles criterios de clasificación de las enfermedades que le sirven de base teórica para el establecimiento de los tratamientos que se describen en él.

LA DESCRIPCIÓN DE LAS ENFERMEDADES SEGÚN UN ORDEN ANATÓMICO DE CABEZA A PIES

Una situación a todas luces evidente y en la cual no han dejado de insistir todos los estudiosos del documento, es que el primer orden que se observa en el material del Códice de la Cruz-Badiano es la distribución de sus capítulos de acuerdo a la disposición anatómica de los órganos o partes del cuerpo afectadas, y que este orden además las enumera partiendo de la cabeza hacia abajo.

Es obvio que el modelo en el que se inserta esta distribución es el vigente en la Europa del siglo XVI, siguiendo ni más ni menos que el modelo clásico de Galeno, tal y como se manifestaba en sus principales obras, especialmente De usu Partius y De Locis affectis, tratados fundamentales cuyo estudio caracterizara y diera normas al galenismo renacentista. Este era también el orden de todas las grandes obras médicas medievales del Lilium medicinale de Bernardo de Gordon a la Chirugia Magna de Guy de Chauliac y, claro está, de todas las obras anatómicas prevesalianas. No es de extrañar pues que de la Cruz y Badiano hayan optado por ajustarse a tal distribución de su material al tratar de conferir a su obra una dimensión del más alto nivel de conocimiento, descartando tal vez por esta misma razón una disposición por orden alfabético como eran ordenados algunos de los Tesoros de pobres que seguramente eran conocidos al menos para Juan Badiano. Siguiendo en el terreno de las conjeturas, tal vez por esa misma pretensión de ciencia se prefirió encabezar los textos de acuerdo con las enfermedades a tratar y no con los remedios recomendados, aún cuando esto último era la costumbre en los herbarios europeos que, siguiendo el ejemplo de Dioscórides, los encabezaban así. Debe señalarse que en el manuscrito, no obstante y que el texto se encabeza con el nombre de la enfermedad a que se refiere, las páginas llevan escrito antecediendo a cualquier otra cosa el nombre o los nombres de las plantas dibujadas en ellas.

De lo anterior puede concluirse que, a pesar de pretender ser esencialmente un herbario, en el Libellus no se perdió de vista el que se quería tratar acerca de la medicina indígena y no solamente de los remedios mexicanos, como era probablemente la intención de Don Francisco de Mendoza al solicitar la elaboración del manuscrito, ya que, como se sabe, pretendía acompañarlo con ejemplares de algunas plantas. Resta la duda acerca de si existía también en los sistemas médicos prehispánicos la costumbre de ordenar la anatomía y las enfermedades de acuerdo con este modelo que procede yendo de la cabeza a los pies, o de si tenían alguna otra forma de hacerlo y, en este último caso, de si fuera Fray Jacobo de Grado quien dio la idea de seguir esta disposición. Debe tomarse en cuenta sin embargo, que todas las descripciones de los dioses y sus atuendos y ornamentos, como los que aparecen, por ejemplo, en los textos de los informantes indígenas de Sahagún, siempre se procede en un orden que va de cabeza a pies, lo cual nos ilustra acerca de la costumbre prehispánica de proceder también en este orden.*

Veamos ahora cómo proceden de la Cruz y Badiano en la adjudicación de este orden anatómico a las enfermedades. En los capítulos primero a la mitad del octavo no se aprecia mayor complicación en lograr este ordenamiento, estando el primero destinado a tratar de las enfermedades de la cabeza, el segundo las de los ojos, aquellas de los oídos el tercero, las de la nariz el cuarto, el quinto las de la boca, destinándose el sexto a complementar este material e incluyendo en él la sarna de la cara, el estruma o escrófula del cuello, única enfermedad de esta zona del cuerpo de la que trata el Códice, y la debilidad de las manos. El capítulo séptimo se refiere a las enfermedades del tórax y el abdomen, dejándose para el octavo el ocuparse de los problemas de la región del pubis, con los que asocian los de la ingle, la vejiga, las asentaderas y el miembro inferior, terminando con las grietas de la planta de los pies y las lesiones de estos. Los problemas, es decir, la imposibilidad de ubicar anatómicamente las enfermedades de que se trata, empiezan con los dos últimos incisos de este mismo capítulo octavo que tienen que ver con los remedios contra la fatiga y “contra el cansancio del que administra la República y desempeña un cargo público.”

Los capítulos noveno y décimo tampoco presentan un contenido susceptible de ordenamiento anatómico, excepción hecha de las hemorroides y el condiloma que nos llevan nuevamente a la región anal y la mentagra que conduce a las manos.

El capítulo undécimo, si bien no sigue el orden anatómico previsto, agrupa enfermedades de la mujer asociadas con la procreación, en tanto que el duodécimo se refiere a problemas de los niños, separando de esta manera dos grupos de padecimientos cuya particularidad consiste no ya en el sitio del cuerpo al que afectan, sino la característica esencial que les confiere el presentarse en la mujer o en el niño. El decimotercer y último capítulo trata de las señales de la cercanía de la muerte, lo que también le ubica fuera, y a la vez como parte final del orden al que aquí me he referido.

En relación con esta distribución anatómica es menester hacer aún algunos comentarios. En primer lugar debe hacerse un llamado de atención al hecho de que no es traído a colación ningún detalle anatómico, hecho no raro, ya que actualmente es bien sabido que el conocimiento de la anatomía como se entendía en la cultura occidental no cabía en los términos cognoscitivos de las culturas mesoamericanas prehispánicas entre las cuales se ubica la náhuatl, de la que es testimonio el manuscrito aquí estudiado. Asimismo debe señalarse que tampoco los textos médicos y quirúrgicos europeos de la época hacían distinciones finas en este sentido, aún cuando probablemente a raíz del énfasis puesto en las complicaciones del tratamiento de las heridas, se empezaba a señalar diferencialmente cuándo había o no lesión de los nervios, pasando a ser esta otra categoría nosológica que falta completamente en el Libellus.

Por otra parte, como ya ha hecho notar previamente del Pozo,3 en los capítulos correspondientes del Códice se amalgaman algunas partes del cuerpo con síntomas que pueden asociarse con ellas y a los que se les llega a dar la categoría de enfermedad. Entre ellas pueden citarse el esputo sanguinolento,4 del que no hay en el texto ninguna forma de diferenciar entre el procedente de alteraciones gingivales, de aquel cuyo sitio de origen habría de ubicarse en la garganta o en zonas más bajas del aparato respiratorio, como el ya clásico en los libros modernos de medicina, que se asocia a la tuberculosis pulmonar y se refiere simplemente como “escupir sangre”; el hipo5 aparece asimismo en la sección consagrada a las enfermedades de la boca, y lo mismo sucede con la tos,6 en cuyo texto correspondiente se habla de untar en la garganta uno de los remedios prescritos, lo que permite ubicar precisamente allí el problema. En tales circunstancias no es extraño encontrar a seguir y referido exclusivamente a la boca, el mal aliento.7 Las mismas consideraciones pueden aplicarse a la presencia de algunas situaciones fisiológicas como el acto de dormir, asociado con los ojos8 y con la somnolencia, entendida aquí al parecer como la contraparte de la función normal de dormir.9 Todo esto ha sido interpretado globalmente como una percepción errónea de relaciones anatomofuncionales que en realidad no es de extrañar dadas las posibilidades de desarrollo del conocimiento en el sentido moderno de la palabra que existían en esa época y del absolutamente diferente significado asignado a las estructuras anatómicas, de acuerdo con el cual era más el énfasis puesto en las correspondencias simbólicas entre el hecho anatomofuncional y la estructura asimismo cargada de simbolismo del universo.

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 Refrerencias Bibliográficas

11. De la Cruz, M., 1964, Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis, ed. facsimilar, México, Instituto Mexicano del Seguro Social.
2. Del Pozo, Efrén, Valor médico y documental del manuscrito, en M. de la Cruz, Libellus de Medcinalibus Indorum Herbis, ed. cit., pp. 329-343.
3. Del Pozo, Efrén., art. cit., pp. 341-342.
4. De la Cruz, M., Libellus…, fo. 20r.
5. Ibíd, fo. 20v.
6. Ibíd, fo. 21r.
7. Ibíd, fo. 21v.
8. Ibíd, fo. 13v.
9. Ibíd, fo. 14r.
  

* Debo a la Dra. Carmen Aguilera el justo reconocimiento por haber llamado mi atención acerca de este hecho.

     
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Carlos Viesca Treviño
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina, UNAM.

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José Sanfilippo B.
     
               
               

El Libellus de plantas medicinales indígenas en su estructura, como ya se ha mencionado, analiza las enfermedades que padece el ser humano, desde la cabeza a los pies, y lo hace de la misma manera que lo hacían los libros de medicina europeos desde tiempos ya muy remotos. En esta forma de clasificar las enfermedades, cuando se llega a la boca se mencionan todas las alteraciones que se puedan encontrar en ella y no únicamente las afecciones dentarias. A esta visión integral de los trastornos bucodentarios, es lo que actualmente se conoce como estomatología, que se ha definido como la parte de la medicina encargada de conservar en un estado de completa normalidad anatómica y funcional a los dientes, parodoncio, las partes vecinas de la cavidad bucal y otras estructuras relacionadas con la masticación.1

En los capítulos quinto y sexto del Códice se encuentran, en su mayor parte, las afecciones estomatológicas. Vale la pena echar un vistazo a los temas que comprenden dichos apartados.   

El capítulo quinto tiene: Limpiador de dientes o dentífrico. Curación de encías inflamadas y purulentas. Dolor y caries de los dientes. Fuerte calor, tumor o supuración de la garganta. Anginas. Medicina con que se mitiga el dolor de garganta. Para desechar la saliva reseca. Para acabar con el esputo sanguinolento. Para calmar la tos. Para quitar el aliento fétido y repugnante.2

Y en el siguiente los apartados son: Alivio para el ardor de la boca inflamada. Remedio para el que no puede bostezar por el dolor. Sarna de la cara. Sarna de la boca. Estruma o escrófula del cuello. Agua subcutánea. Debilidad de las manos.3 De este capítulo, sólo cuatro incisos no tienen relación directa con nuestro tema.    

Como claramente se puede observar en todos los casos, el tratamiento de las afecciones no indica cirugía, es decir, extracciones dentarias, que ya tienen otro tipo de implicaciones.   

Cuando en 1964 se hizo la edición facsimilar, el maestro Samuel Fastlicht4 hizo el análisis odontológico del Códice, con lo que se describe únicamente en el capítulo quinto, y lo clasificó en tres grupos: higiene bucal, enfermedades de la boca y halitosis.  

Ya con la ampliación al sexto capítulo y con una visión estomatológica, la división que se hace de las enfermedades es diferente.     

En primer lugar encontramos las afecciones de la garganta, que en la actualidad son atendidas por los Otorrinolaringólogos, y que son: calor de la garganta, angina, dolor de garganta, hipo y tos.5 Temas todos ellos que se salen de las prácticas odonto-estomatológicas.

La segunda división corresponde a la higiene bucal, y abarca: dentífricos o limpiadientes,6 y la medicina para quitar el mal aliento y la fetidez de la boca.7

El tercer grupo se refiere ya a las afecciones bucales propiamente dichas: para la boca hinchada,8 contra la sarna de la boca,9 curación de las encías inflamadas y purulentas,10 medicina para desechar la saliva reseca11 y medicina que cura el esputo de sangre.12

Finalmente, en la última parte se encuentra el tratamiento contra el dolor de dientes,13 es el único caso en el Libellus, en que se hace relación al aspecto dental propiamente dicho.    

En conjunto el tipo de tratamientos que se indican son una mezcla de terapéutica de origen hipocrático-galénico, de elementos de medicina prehispánica y de aspectos supersticiosos de ambos orígenes. Se sabe que con los primeros conquistadores llegaron también las creencias supersticiosas de Europa que vinieron a enriquecer las ya existentes entre los naturales.    

Se han encontrado algunos elementos procedentes de la medicina europea como por ejemplo el empleo de la ortiga, tanto de las semillas como de la raíz. Esta planta la recomienda Dioscórides en su Materia medica, para tratar las llagas sucias, la inflamación de la campanilla y el dolor de muelas.14 A su vez Martín de la Cruz la recomienda en tres ocasiones a lo largo del Códice: dos son para el tratamiento de afecciones bucales, como lo son la sarna de la boca y las encías inflamadas e infectadas,15 y en ambos casos forman parte de algún compuesto. Uno de ellos utiliza plantas y sustancias europeas, como la yema de huevo y la miel.16

Otro producto que se encuentra en diversas recetas, de origen claramente europeo, es la alectoria, un cálculo hepático que se encuentra en las aves ya viejas y que se utilizaba con fines medicinales. En el Libellus, cuando se da la receta para desechar la saliva reseca, se dice: Ha de agregarse la alectoria, que es una piedra preciosa de apariencia de cristal, del tamaño de un haba, sea de las Indias, sea de España, y se encuentra en el buche de las aves gallináceas, como lo atestigua también Plinio.

Esta cita se encuentra en la última parte del Códice, donde se menciona explícitamente a Plinio, y donde la alectoria se receta mezclada con plantas indígenas y con dos tipos de aves: el pichón y el milano de Indias; esta última es una avecilla diurna de presa.17 El texto es una descripción completa de cómo preparar esta medicina y de cómo debe tomarse.

La materia médica de este autor y la de Dioscórides, fueron de las más utilizadas para los tratamientos médicos, dentro del concepto de la medicina humoral, y se sabe que en el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, había algunos ejemplares de estas obras.18

Los elementos de carácter mágico-supersticioso que he podido detectar dentro de estos dos capítulos, son tres: el hueso de mono, el diente de cadáver y el polvo de cuerno de venado.

El sentido mágico que tiene el uso de algunas partes del mono en la terapéutica es, al parecer, de origen americano y el doctor Viesca ha relacionado su uso con la prevención de hemorragias profusas, en función de una serie de implicaciones simbólicas de redención con las cuales se obtendría la curación no sólo, en el plano físico, sino también en el espiritual.19 En el Códice está indicado el hueso de mono dentro de la receta para el esputo de sangre.20

Otro elemento supersticioso que aparece en el Códice de Martín de la Cruz, también sólo en una ocasión, es el diente de cadáver. Este concepto al parecer fue una aportación de la cultura española, ya que Arnaldo de Vilanova menciona que Avicena daba el siguiente consejo: Toma el diente del hombre muerto e toca con él el diente que te doliese e quitarte ha el dolor.21 Esta costumbre quedó profundamente arraigada en el pueblo, tanto en el español como en el mexicano, ya que después de esta mención en el Libellus de plantas medicinales indígenas, se siguió recomendando en los tratamientos dentales. Probablemente el éxito de esta práctica se deba a que el dolor de muelas es caliente, mientras que el diente de muerto es frío, con lo cual se equilibra la temperatura del nervio y se quita el dolor.       

Finalmente el tercer elemento con ciertas implicaciones mágicas es el cuerno de venado que se encuentra tanto en la cultura prehispánica como en la europea. Viesca señala que en diversos pueblos se utilizaba para controlar las crisis epilépticas.22 Dioscórides, a su vez, menciona el cuerno de ciervo y da algunas indicaciones para mitigar el dolor que causan las muelas, lo mismo hacen Laguna y Rivera en sus comentarios a ese autor.23

Las ocho recetas y tratamientos bucodentales que aparecen en el Códice de la Cruz-Badiano, contienen indicaciones precisas para su preparación y, cuando el caso lo requiere, para su correcto seguimiento. Como ejemplo de ello a continuación reseñare la receta contra el dolor de muelas, ya que por un lado aparece prolijamente descrita y por el otro, siempre ha existido un gran interés en paliar uno de los problemas que más a aquejado a la humanidad.

La foja 17 v. dice en la primera línea: Los dientes enfermos y cariados deberán punzarse con un diente de cadáver. Esta indicación, como vimos anteriormente, tenía como fin el aminorar la temperatura de la muela, ocasionada ésta por la irritación que provoca los alimentos en la cavidad cariosa. Ya con una visión moderna, el objetivo real de esta punción es el de establecer una comunicación directa con la pulpa del diente afectado y permitir así que drene el pus, en caso de infección, o que la sangre que está congestionada en la cavidad pulpar ocasionando un aumento de la presión intradental, tenga salida al exterior, lo que provoca por fuerza una sensible mejoría.

Después dice: En seguida se muele y se quema raíz de un alto arbusto llamado Teonochtli, juntamente con cuerno de venado y de piedras finas: iztac quetzaliztli y chichiltic tapachtli, con un poco de harina martajada con algo de sal. Todo esto se pone a calentar. Tratando de identificar cada uno de estos elementos se tiene que el Teonochtli es una cactácea, especie de pitaya, aún no totalmente identificada. Desde épocas de Francisco Hernández ya se distinguieron dos tipos de esta planta, ambas con apariencia de tuna.24 Posteriormente, en la edición ya mencionada de 1964, Faustino Miranda y Javier Valdés, apoyando las observaciones de Hernández, dicen que un árbol de la mixteca da un fruto llamado “tuna divina” y que esta variedad es la más parecida a la ilustración que aparece en el Códice.25 En ningún caso se dan las indicaciones terapéuticas precisas, pero el autor del siglo XVI dice que una de ellas es de naturaleza fría y húmeda, y que la otra es un alimento excelente y refrescante, lo que nos hace pensar que se utilizaba también para equilibrar la temperatura del diente afectado.   

El otro componente es el polvo de cuerno de venado del cual ya se habló anteriormente, y sólo agregaría sobre este elemento que el médico Andrés Laguna le confiere una complexión seca y fría.26

En lo concerniente a las piedras finas que forman parte del compuesto, en el estudio realizado por Maldonado Koerdell,27 se ha identificado al iztac quetzaliztli como una obsidiana verdosa o jade americano, y al chichiltic tapachtli como el coral rojo. Sin embargo no se mencionan las propiedades medicinales de ninguno de los dos y es difícil encontrar alguna relación al respecto. Se sabe que en España hay una práctica, mezcla de fe religiosa y superstición, que consiste en introducir en la boca piedras arrancadas de las paredes de alguna ermita para quitar los dolores de muelas,28 lo que nos hace pensar que podría tratarse de una costumbre popular arraigada en ambas partes o que dentro de la concepción prehispánica se le confirieran a este tipo de elementos ciertos atributos de frialdad.     

Y por último, la harina y la sal son comúnmente sustancias que se utilizan como aglutinantes y secantes. Con ellas se le da cuerpo a todos los demás polvos, en el momento de calentarlos, y así conformar una pasta que pueda ser fácilmente manejada para aprovechar los elementos activos y curativos de todos los productos que conforman el medicamento.     

La fórmula sigue diciendo: Toda esta mezcla se envuelve en un lienzo y se aplica por breve tiempo apretada con los dientes, en especial con los que duelen o están cariados. Esto era, quizá, para que las sustancias curativas pudieran penetrar en la cavidad cariosa y mitigaran el dolor ocasionado por la punción de la pulpa dental, previamente hecha con el diente de muerto. Desconozco sí alguna de las sustancias podrían propiamente mitigar el dolor, pero, desde luego, al manejar el concepto de equilibrio entre frio y calor, y todas las sustancias que se recomiendan se considera que tienen propiedades frías y refrescantes, es evidente que se restablecía inmediatamente el equilibrio.

Y la receta continúa diciendo: En último lugar se hace una mezcla de incienso blanco y una clase de untura que llamamos xochiocotzol y se quema a las brasas y su olor se recoge en una mota gruesa de algodón que se aplica a la boca con alguna frecuencia o mejor se ata a la mejilla.

Nuevamente se encuentra otro producto de origen europeo: el incienso blanco, que Dioscórides recomienda para sellar las heridas frescas, para curar las quemaduras de fuego, para los dolores de oídos y para limpiar las llagas sucias.29 Francisco Hernández identifica un árbol de la familia de los copales llamado tecopalquahuitl o “copalli del monte” que tiene todas las características parecidas al incienso de los antiguos en olor, sabor y propiedades, que juzga que es congénere suya. Es probable que fuera la misma planta y tuviera ya usos identificados por los indígenas dentro de sus concepciones. Las propiedades que este autor señala son: “de naturaleza caliente, seca y algo astringente, el sahumerio fortalece algunos órganos, contiene los flujos, consume las mucosidades, aleja los fríos de las fiebres y calienta los miembros enfriados”.30

El xochiocotzotl ha sido identificado como las hojas del liquidámbar, un gran árbol. Nuevamente Hernández nos da las características de esta planta. Dice que es de naturaleza caliente y seca, y que mezclada con tabaco fortalece ciertos órganos, mitiga el dolor de cabeza por causa fría, arroja los humores, calma los dolores y es de olor agradable;31 en resumen, tiene las mismas características que el incienso. Así pues, estos dos productos se queman y con una mota de algodón se recoge su olor, es decir, se aprovecha el sahumerio, probablemente con el fin de restablecer la temperatura normal del diente, además de otorgar a la boca un aroma agradable. En la indicación de usar una mota de algodón es donde difiere de los tratamientos europeos, ya que allá se utilizaban las bolas de hilas con ese fin. Tal vez la indicación final de aplicarlo con alguna frecuencia o atarla a la mejilla, podría interpretarse en el sentido de taponar la cavidad para evitar que volviera a doler, hasta ser restaurada, cosa que no se menciona aunque se sabe que lo hacían con polvo de conchas o de coral blanco. Podría pensarse que el segundo compuesto, a base de piedras finas y teonochtli, podría haber servido como una obturación definitiva, pero hasta la fecha no hay datos que lo corroboren.

Así pues, he querido señalar brevemente algunos de los elementos que contribuyeron a conformar una práctica estomatológica, con conceptos terapéuticos aculturados, cuyas indagaciones todavía tienen un gran trecho que recorrer.

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 Refrerencias Bibliográficas

1. OMS, Organización de Servicios de higiene dental, Ginebra, p. 7. (Serie informes técnicos, No. 298).
2. Cruz, Martín de la, 1964, Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis, (1552), edición facsimilar, México, IMSS, f. 17 r.
3. Ibíd., f. 22 r.
4. Fastlich, Samuel, “La odontología en el Códice”, en, Cruz, Martín de la, op cit., p. 345-349.
5. Cruz, Martín de la, op cit., cap. VII, f., 18 r, 18 v, 19 r, 20 v, r 21.
6. Ibíd., f. 17 r.
7. Ibíd., f. 21 v.
8. Ibíd., f. 22 v.
9. Ibíd., f. 24 v.
10. Ibíd., f. 17 r.
11. Ibíd., f. 19 v.
12 Ibíd., f. 20 r.
13. Ibíd., f. 17 v.
14. Dioscórides, Pedacio, 1733, Materia médica, anotado por Andrés Laguna, t. 2, 1. 4, c. 45, f. 92, Madrid.
15. Cruz, Martín de la, op cit., f. Z4 v.
16. Ibíd., 19 v.
17. Martín del Campo, Rafael, “La Zoología del Códice”, en Cruz, Martín de la, op cit., p. 288.
18. Casales Ortiz, Gabino, De la Peña, Ignacio y Viesca, Carlos, 1984, “Influencia europea en el Códice de la Cruz-Badiano”, 1(4)237, julio-sept.
19. Viesca, Carlos, De la Peña, Ignacio, 1974, “La magia en el Códice Badiano”, Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM, Vol. XI. p. 284.
20. Cruz, Martín de la, op cit., f. 20 r.
21. Castillo de Lucas, Antonio, 1958, Folkmedicina, Madrid, ed. Down p. 225.
22. Viesca, Carlos, et al., op cit.
23. Dioscórides, Pedacio, op cit., t. 1, 1. 1, cap. 52, fs. 44-45.
24. Hernández, Francisco, 1959, Historia natural de la Nueva España, México, UNAM, t. II, 1. XV, cap. 93, p. 106 y t. II, 1. XVIII, cap. 70, p. 176. (Obras Completas).
25. Miranda, Faustino y Valdés, Javier, “Comentarios botánicos” en Cruz, Martín de la, op cit., p. 249-50.
26. Dioscórides, Pedacio, op cit., (supra).
27. Maldonado Koerdell, M., “Los minerales, rocas, suelos y fósiles del manuscrito”, en Cruz, Martín de la, op cit., p. 294-295.
28. Castillo de Lucas, Antonio, op cit., p. 225.
29. Dioscórides, Pedacio, op cit., t. I, 1. I, cap. 67, p. 97.
30. Hernández, Francisco, op cit., t. I, 1. 4, cap. XLIII, p. 177-178.
31. Ibíd., t. I, l 3, cap. LVII, p. 112

     
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José Sanfilippo B.
Departamento de Historia de la Medicina, Facultad de Medicina, UNAM.

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Las biotecnologías: discusión impostergable

César Carrillo Trueba
   
   
     
                     

Mucho se ha hablado acerca de las biotecnologías. Se ha dicho que gracias a ellas se acabara con el hambre, que será posible conservar el acervo genético de todos los seres vivos e, incluso, manipular y diseñar organismos a nuestro antojo. Este futuro tan promisorio ha dado como resultado la creación de múltiples laboratorios e industrias de investigación y desarrollo en el área. Grandes compañías como Kodak, Dupont y Johnson & Johnson, han invertido millones de dólares. Al mismo tiempo ha hecho su aparición un nuevo personaje: el biólogo-empresario-molecular, repitiendo el mito americano del hombre-emprendedor-inventor. Así como Henry Ford construyó su famoso modelo T en el garaje de su casa y las primeras microcomputadoras salieron de instalaciones semejantes, los biólogos moleculares se reúnen para fundar pequeños industrias que al lograr un producto biotecnológico y patentarlo, tienen que vivir el resto de sus vidas… o invertir en la obtención de otro.

Las biotecnologías están actuando a diferentes niveles: en la práctica científica, la concepción y comercialización de productos con alto valor agregado, la caído del uso de derivados de productos naturales —con las consecuencias obvias para los países que viven de la venta de ellos—, el saqueo del acervo genético de los países del tercer mundo —que poseen la mayoría de los especies vegetales y animales del planeta—, una división del trabajo científico —los países tercermundistas conservan y mejoran el germoplasma y las del primer mundo lo modifican, patentan y venden, etcétera.     

El libro de Daniel Goldstein es de las pocas obras elaboradas por científicos latinoamericanos que analiza y discute estos problemas. Sus puntos de vista son verdaderamente interesantes e incluso llega a proponer soluciones que bien valdría la pena tomar en cuenta, como la de una necesaria integración latinoamericana a nivel de la investigación en este campo, para poder hacer frente a norteamericanos y europeos, rompiendo con la división del trabajo científico ya implantada y por lo tanto con la dependencia científica y comercial, y detener así el saqueo de nuestros recursos.     

En momentos como el que y vivimos, en el que se menosprecio la actividad científica, de medidas “curita” como el Programa de Estímulos Académicos de la UNAM y demás paliativos a problemas que son mucho más profundos y precisan de otro tipo de soluciones, el trabajo de Goldstein constituye una invitación a la reflexión, a la discusión, impostergable ya, de la situación y perspectivas de las biotecnologías en América Latina, así como del papel de las universidades en el desarrollo de éstas, y de lo imperiosa necesidad de elaborar políticas de desarrollo científico y tecnológico que sean eficaces.    

Esta obra —se esté o no de acuerdo totalmente con el enfoque— es un excelente acercamiento a esta problemática, proporciona una gran cantidad de información y un buen análisis. Como el mismo autor lo dice a manera de conclusión: “Espero que este pequeño libro pueda estimular la discusión sobre el tema y que, como resultado de ese debate, podamos ir elaborando entre todos una política que nos lleve al protagonismo científico y a la independencia tecnológica”.

 

EL MARAVILLOSO REINO DE LOS HONGOS

Una de las características de la enseñanza de la ciencia en un país dependiente como el nuestro, es el empleo de libros de texto de autores estadunidenses y europeos que, además, nos llegan en traducciones de editoriales españolas que generalmente dejan mucho que desear. El Bold, el Romer, el Alexopolus, son parte del repertorio de libros que requiere todo estudiante de biología. La producción de textos para nivel universitario, en el campo de las ciencias naturales, es realmente escasa.

Por tal razón, la publicación de este libro, escrito por dos reconocidos investigadores del Instituto de Biología, profesores de la Facultad de Ciencias preocupados por la docencia —lo cual es cada vez más raro en los investigadores— es un acontecimiento. No sólo por el hecho de que sean dos científicos mexicanos, sino por la calidad de la obra, tanto en su contenido como en la presentación: una edición minuciosamente cuidada, bien ilustrada, impresa en buen papel.  

Ciertamente no se trata de un libro para un público amplio, no es una obra de divulgación, más la claridad de la exposición, la estructura, el glosario y los múltiples ejemplos, hacen de este trabajo un libro que cualquier persona armada de interés y paciencia podría disfrutar. 

En El Reino de los Hongos, los estudiantes de biología encontraran una obra a la altura de las mejores, y además, podrán relacionarse más fácilmente con el tema por la familiaridad de los ejemplos. Así, al estudiar el orden Ustilaginales nos encontramos, a manera de ejemplo, perfectamente ilustrada el ciclo de vida del Ustilago maydis, hongo que todos hemos disfrutado en quesadillas y tacos bajo el nombre de huitlacoche y en las refinadas crepas con el de “cuitlacoche”.

Los profesores de lo que aún se llama Botánica II en la Facultad de Ciencias, tendrán en esta obra el texto que requerían para sus clases. Un libro que esperemos constituya el inicio de todo una serie de textos que cada vez se vuelven más necesarios para la enseñanza de la ciencia en México.

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Referencias Bibliográficas

Biotecnología, universidad y política,  Daniel J. Goldstein, Siglo XXI, 1989, 257 pp.                                                                                                                                                       El reino de los hongos, Teófilo Herrera y Miguel Ulloa, Fondo de Cultura Económica, UNAM, 1990, 552 pp.

     
       
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César Carrillo Trueba                                                                                                   Facultad de Ciencias, UNAM.
 
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