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¿Causa adicción la marihuana?

César Carrillo Trueba
   
   
     
                     

Hace algunos meses, el semanario ingles The Economist, provocó un fuerte debate al proponer la legalización de las drogas como única solución al incremento de la violencia ligada al narcotráfico. Para muestra hasta un Panamá, o al menos ese fue el pretexto. 

La reputación de The Economist hizo que el tema entrara en las conversaciones cotidianas, encuestas y opiniones en la prensa. Dentro de estas últimas, no podían faltar las de los funcionarios. Por supuesto que en un país en donde el Estado trata al pueblo como a menores de edad, como a ciudadanos que poseen la mayoría de edad física más no mental, no se podía esperar otro tipo de respuestas.

Afortunadamente hay quienes todavía creen que hombres y mujeres tienen la capacidad de discernir y en consecuencia, de tomar decisiones. Tal es el caso del Dr. Manuel Velasco Suárez, prestigiado neurólogo y actual secretario del Consejo General de Salubridad, quien durante una conferencia acerca de las relaciones entre narcotráfico y armamentismo “dos mafias que están unidas e interrelacionadas” hizo una defensa de los derechos humanos del individuo en cualquier lugar: “en la cama, casa o cárcel”.

En esta conferencia pronunciada durante la Primera Reunión Internacional de Jóvenes por la Paz y Lucha contra las Drogas, el Dr. Velasco S., propuso “la legitimización de las drogas, previa clasificación, como una de las medidas para combatir la farmacodependencia y el narcotráfico”. “Se trata, dijo, no tanto de legalizar su compra abierta, sino de controlar su prescripción para quienes la necesitan, de tal forma que se pueda incorporar a un tratamiento y se pueda disminuir la fuerza del negocio clandestino”.

Para Velasco Suárez, en la dependencia y la adicción “es donde radica la tragedia de la drogadicción”, y por lo tanto debe ser un punto a atacar y a resolver. Considero que “sobre todo la cocaína debe ponerse bajo la egida de oferentes controlados y en consecuencia legales, ya sea tratándola como al alcohol, el tabaco y la marihuana, como a la heroína, dependiendo de las pruebas estadísticas del daño que pueda causar”.

Indico que en lo particular tenía un concepto poco “heterodoxo” de algunos asuntos. Por ejemplo, precisó: “yo siento que la marihuana no crea adicción”, pues cuando a una persona se le quita “no tiene síndrome de abstinencia”.

“Sobre este mismo tema y hablando posteriormente a la prensa, el funcionario de salud insistió en que el tema de la legalización de las drogas —hacer un reglamento, categorizar, finalmente es legalizar, dijo— es polémico, pero que se podría abordar poco a poco. Insistió en que es importante no confundir a una persona dependiente de las drogas con un enfermo. El proceso etiológico de la formación de una adicción es diferente del de una enfermedad, subrayó, y lo mismo ocurrió cuando durante mucho tiempo en que se identificó siempre al alcohólico con un enfermo”.

Habló también de lo que considera son las tres “epidemias genocidas” del mundo: el narcotráfico, la carrera armamentista y el SIDA. Entre los dos primeros “no es difícil encontrar también paralelismos y verdaderas simbiosis”.

Comentó que en Estados Unidos son “50 millones de personas las que se estima que consumen drogas ilícitas regularmente, con lo que gastan anualmente tanto como el 3 por ciento del Producto Interno Bruto de su país, 110 mil millones de dólares”. Y agregó: “la narcotización de la cultura en Estados Unidos es el problema que no quieren ver a pesar de su hipocresía para sostener principios seudoéticos de herencia puritana calvinista, frente a su ostensible hedonismo consumista”.

“Es difícil que el ‘fuerte y poderoso reconozca su fracaso vigente desde hace dos décadas, por estar basada su estrategia en la supresión de los efectos del mercado, la oferta, y no a partir de la supresión de sus causas, la demanda. Su objetivo principal es la destrucción de vegetales en vez de la prevención educativa y la cura de adictos y penalizar hasta la supresión de las organizaciones criminales que lucran con su adicción’ ”.

Además el doctor Velasco Suárez señaló que “la estrategia antinarcóticos de los E.U. es conflictiva no sólo para ellos, sino para otros países”. Sus efectos dijo, “son de dramática importancia interna y por eso hacen evidente su insolencia, culpando países como Bolivia, Honduras, Colombia y Panamá, agregando ataques contra México que no tiene culpa de que hayan sido derrotados en sus guerras internas contra las drogas y la corrupción de los narcodólares”.

Conocer, comprender, analizar y relacionar todos los elementos que conforman este rompecabezas es la única forma de atacarlo. En esta labor el científico tiene un lugar fundamental. Las opiniones del doctor Velasco Suárez son una gran aportación a este debate en nuestro país.

La Jornada, 19 de enero de 1990.

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César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias, UNAM.
 
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¿El mago de Stanford?

César Carrillo Trueba
   
   
     
                     

“Tras afirmar que la economía mexicana está en el camino del fortalecimiento, el presidente de la Universidad de Stanford, Donald Kennedy, afirmó que dicha consolidación impedirá que los investigadores de primer nivel que tiene el país busquen opciones de empleo en el extranjero”.

¿Existe una relación casual entre el fortalecimiento de la economía y el mejoramiento de las condiciones en que se lleva a cabo la actividad científica? A primera vista, parece que sí. Sin embargo, sin una política clara que oriente e impulse el desarrollo científico tecnológico, la solución a la fuga de cerebros por el “fortalecimiento de la economía” solo puede ser producto de una newtoniana “acción a distancia”, lo que como ya sabemos es del dominio de la magia.

La Jornada, 9 de febrero de 1990.

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José Luis Córdova F.
     
               
               

Podría afirmarse que todas las ciencias comienzan clasificando. Evidentemente, lo anterior implica una identificación de las características más importantes de los objetos en estudio, tarea que no es fácil ni rápida. En ocasiones, deben emplearse cientos de años para poder llegar a una clasificación práctica o, aún más, a una definición general. La clasificación ácido-base, tema de este artículo, es un buen ejemplo de esta afirmación.

En efecto, la química comenzó describiendo y clasificando. Así tenemos: metales, no metales, compuestos orgánicos, inorgánicos, ácidos (del latín acetum vinagre, vino agrio) y álcalis (del árabe alkali cenizas) también llamados bases, etcétera.

En el antiguo Egipto, se sabía ya que la fermentación de jugos vegetales podía llegar a producir vinagre. Desde el proceso de la química esto implica la oxidación del alcohol, que se transforma en ácido acético. Aparte de su uso culinario, el vinagre era importante por ser el ácido más fuerte de la antigüedad.     

Si bien en el siglo IX eran poco los ácidos conocidos (vinagre, jugo de frutas), ya se habían desarrollado los métodos y equipos de laboratorio necesarios para la producción de muchos más (Ihde, 1970). Los alquimistas alejandrinos conocían los procesos de destilación, pero es poco probable que tuvieran aparatos lo suficientemente avanzados como para conseguir componentes volátiles puros, antes del siglo XII. El descubrimiento de los ácidos minerales, es decir, derivados de materiales inorgánicos, comenzó en Europa en el siglo XIII. Probablemente el primero fue el ácido nítrico, obtenido mediante la destilación de salitre (nitrato de sodio y potasio) y vitriolo (sulfato de cobre) o alumbre (sulfato de aluminio y magnesio). Más difícil de descubrir fue el ácido sulfúrico, pues éste requiere de mayores temperaturas y equipo más resistente a la corrosión; más difícil aún, resultó el ácido clorhídrico, pues los vapores no pueden condensarse, sino que deben ser disueltos en agua.          

En química, el conocimiento empírico comenzó su desarrollo con el curtido de pieles, la elaboración de alimentos, etcétera, esto es, con el origen mismo del hombre. Sin embargo, la elaboración precisa de los conceptos químicos fundamentales comenzó en el siglo XVII. Se definieron: elementos, compuestos, ácidos, bases, sales, etcétera. Robert Boyle (1627-1691) dio, acerca del tema que nos ocupa, una especificación clara de los ácidos, al decir que tales sustancias podían enrojecer al tornasol (Szabadváry, 1964), Existían, además, otras formas de caracterizar a los ácidos: su sabor peculiar, el ataque a los metales y a la piedra caliza; el cambio de color de algunos vegetales (p. ej., líquenes) y, aunque resulta redundante, los ácidos se caracterizaban por su sabor ácido.

No es de sorprender que las primeras clasificaciones de sustancias se hayan hecho empleando los recursos más disponibles por los investigadores: sus sentidos, esto es, la vista, el tacto, el gusto, Hoy, esto puede parecer poco preciso y subjetivo; sin embargo, el entrenamiento logra mejorar notablemente tales sentidos, por ejemplo el olfato. La mayoría de la gente puede distinguir algunos cientos de olores pero un químico hábil logra identificar alrededor de 3 mil. En cuanto al color, el ojo humano llega a distinguir hasta 700 matices distintos, de forma que, con entrenamiento, pueden distinguirse unos 4 mil colores distintos (Wright, 1974).

Fue Robert Boyle, en 1661, quien buscó características más allá de lo inmediato: análisis a la flama, la célebre “piedra de toque”, análisis de manchas, de humo, de precipitados, acción de disolventes, peso específico, etcétera. Los álcalis los identificaba por su tacto aceitoso (luego veremos por qué tal carácter aceitoso) y su capacidad para neutralizar los ácidos, que formaban sustancias cristalinas de sabor salado. Los ácidos, en cambio, los descubría por la efervescencia que producían con los metales, y ambos ácidos y bases, porque anulaban sus características al combinarse, para dar lugar a una sustancia de gusto salado. Como ya mencionamos, Boyle añadió a lo anterior el cambio de color que los ácidos y bases provocaban en ciertas sustancias, como el extracto de violetas y el tornasol (que es obtenido de los líquenes Roccella tinctoria, Rocella fuciformis, Lecanora tartarea).  

Estas observaciones permitieron la clasificación de muchas sustancias en ácidos y bases, lo cual llevó a relacionar una gran cantidad de observaciones experimentales. Así, muchas sustancias pudieron catalogarse como ácidos (nítrico, sulfúrico, carbónico, etcétera); como bases (sosa, potasa, cal, amoniaco, etcétera); y como sales (sal de mesa, salitre, bórax, alúmina, etcétera).     

El primero intento de una explicación teórica del comportamiento de los ácidos fue hecho por Antoine-Laurent Lavoisier a fines del siglo XVIII, quien afirmaba que todos los ácidos contenían oxígeno (etimológicamente oxígeno significa: oxys ácido, amargo, y genna producción, e. d. generador de ácidos). Sin embargo, el elemento clave para el comportamiento ácido no está en el oxígeno sino en el hidrógeno, como propuso Humphry Davy en 1815. Con todo, no basta que exista hidrógeno en una sustancia, se requiere que éste sea sustituible por un metal (como sugirió Justus Von Liebig en 1838). Esta definición de ácido fue un poco más permanente que las anteriores —duró aproximadamente 50 años—, pero no dio ninguna explicación acerca del comportamiento de las bases, ya que éstas simplemente se definían como sustancias que neutralizaban a los ácidos.    

El tema adquirió una nueva perspectiva con los trabajos de Wihelm Ostwald y Savante August Arrhenius (Córdova, 1987) en la década de 1880. A grandes rasgos, la teoría de Arrhenius propone que los ácidos son sustancias que, en solución acuosa producen iones 1; y las bases, a su vez, producen iones OH2. De forma que la neutralización de ácidos y bases se explica en términos de la reacción:

H+ + OH- → H2O

La teoría de Arrhenius tuvo una vigencia de 35 años, pues no tardaron en presentarse inconsistencias. Por ejemplo, hay sustancias que producen el vire básico de indicadores, pero no producen iones OH-, sino (CH3O)-, (si el disolvente es metanol (CH3OH)), o bien iones (NH2)-, si el disolvente es amoniaco líquido (NH3). También la definición de ácido como sustancia que produce iones H+, tiene algunas excepciones. La más importante es que en solución acuosa no existe el H+ como tal, sino asociado, por lo menos, con una molécula de disolvente como (H3O)+ en agua (H9O4)+, según algunos; como (CH3OH2)+ en metanol; y como (NH4)+ en amoniaco líquido. Aún más, en disolventes como benceno o cloroformo, donde se dan las reacciones y propiedades típicas de ácidos y bases… ¡difícilmente se ha detectado la existencia de iones!

Otro escollo a la teoría de Arrhenius son las sustancias que no tienen OH- en su composición y se comportan como bases. De este tipo son la mayoría de los alcaloides (el sufijo griego oide significa “semejante a”, por ejemplo en humanoide, intelectualoide, hidrogenoide). Ejemplos de alcaloides son la nicotina, efedrina, mescalina, morfina, heroína, etcétera. Cabe aclarar que algunos alcaloides (como la morfina) sí tienen grupos OH-.

Pero, volviendo al tema, llegamos al siguiente resumen: las definiciones de ácido y de base, dependen del disolvente involucrado.

Además, según la teoría de Arrhenius un ácido produce iones H+, sólo si hay una base que los reciba. Por ejemplo, el ácido acético:

CH3COOH → (CH3COO)- + H+

produce el ion H+ (asociado a H2O como H3O+), sólo si el H2O se comporta como una base:

CH3COOH + H2O → (CH3COO)- + (H3O)+

Análogamente, una base sólo produce iones (OH)- si hay un ácido presente; así, el ión bicarbonato (HCO3)+ producido por la disolución de una sal (por ejemplo: bicarbonato de sodio)

(HCO3)- + H2O → OH- + H2CO3

recibe H- del agua (que se comporta como ácido).

Actualmente, existen otras teorías (como la de Lewis) con mayor poder explicativo; sin embargo, están fuera de los objetivos de este artículo.

ACIDOS Y BASES EN LA COCINA

Veamos ahora cómo podemos reconocer ácidos y bases en el laboratorio cotidiano llamado cocina.

A decir verdad, hay una gran abundancia de sustancias, además de las ya mencionadas (extracto de violetas, tornasol, etcétera), que pueden emplearse como indicadores. Por ejemplo, el repollo morado puede usarse como indicador ácido-base.

Para obtener el pigmento, se necesitará dejar el repollo rallado en una raza con agua, donde se agitará ocasionalmente. Cuando el agua esté de un fuerte color rojo, se vierte con cuidado, de tal forma que elimine lo más posible el repollo.

Se pueden averiguar el color del indicador para el ácido con jugo de limón, y el color para medio básico, con bicarbonato de sodio (mal llamado por muchas amas de casa carbonato).

Examine, por ejemplo, las siguientes sustancias”

• agua resultante del cocimiento de vegetales, chícharos, frijoles, cebollas, espárragos, etcétera;
• líquidos que acompañan a vegetales y frutas enlatadas;
• cremor tártaro;
• refrescos gaseosos;
• jugos de frutas;
• tomate;
• yogurt, queso, etcétera;
• leche refrigerada, y
• lecha a punto de “cortarse”.

DESTAPACAÑOS Y LAVAHORNOS

Como mencionamos, una de las propiedades comunes a la bases (tal como dice R. Boyle en “El químico escéptico”, 1661) es la de ser aceitosas al tacto. Esta característica es debida a la capacidad que tienen las bases para disolver los tejidos orgánicos. En otras palabras, no es que sea “untuosas” o “resbalosas” al tacto, sino que, por disolver la piel, los dedos resbalan fácilmente como su hubiera aceite.

No es raro, entonces, que se usen bases fuertes para disolver los tejidos y restos orgánicos que han tapado alguna cañería.

La mencionada propiedad de disolver compuestos orgánicos hace muy útiles a los álcalis para quitar pringue y cochambre. De aquí que el ingrediente activo de muchos destapacaños y productos para lavar hornos sea NaOH o KOH.

COLOR DE LOS VEGETALES

Hay cuatro tipos fundamentales de colorantes en los vegetales:  

• Carotenos (del latín: carota, zanahoria), (Webster, 1981), que dan el color naranja a las —obvio— naranjas, zanahorias, maíz, duraznos, tomates, etcétera. Aunque están presentes en casi todos los vegetales y en las hojas verdes de los árboles, el color de los carotenos permanece oculto por la clorofila. Sólo en otoño, cuando disminuye la clorofila, aparecen los carotenos: amarillos, naranjas, rojos, que dan la coloración típica de las hojas.
• En general, todos los vegetales verdes contienen clorofila, (del griego: chloros, verde; y phylle hoja), (Webster, 1981). Éstos son los más abundantes en nuestra dieta: espárragos, alcachofas, lechugas, calabazas, perejil, berros, acelgas, escarolas, espinacas, chícharos, cilantro, etcétera).
• Antocianinas (del griego: anthos flor y kyanos azul oscuro), (Webster, 1981), los cuales producen los colores azules y rojos de la cebolla morada, repollo morado, fresas, betabel, etcétera. En particular, las antocianinas cambian notablemente de color cuando cambia el pH. Los cocineros saben que para conservar el color de los betabeles les conviene un pH ácido y, por lo mismo, les añaden juego de limón o vinagre.
• Antoxantinas (del griego: anthos flor y xanthos amarillo), (Webster, 1981), son las que dan lugar a los colores cremosos en cebollas, espárragos, coliflor, arroz, etcétera, que en pH alcalino se vuelven amarillentos (de aquí que las amas de casa, para cocer el arroz blanco, le pongan unas gotas de limón).     

Los tres últimos tipos de colorantes vegetales cambian de color cuando se someten a cocimiento. El caso de la clorofila se tratará más adelante.    

Los carotenos, en cambio, son casi insensibles al calor y la acidez. Como los oculta la clorofila sólo se manifiestan al secarse las hojas, al marchitarse el vegetal o al cocinarlo.

NOPALES Y EJOTES

Como mencionamos, las bases se caracterizan por ser aceitosas al tacto y por cambiar a azul el color del líquido “tornasol”, también se distinguen por su sabor “amargo” (?).    

Boyle encontró que muchas sustancias orgánicas cambiaban de color con ácidos y bases. El alcatraz y el jazmín, por ejemplo, se ponen amarillos con vapores ácidos. Las rosas cambian a púrpura con el amoniaco y, en general, los vegetales verdes cambian a color pardo, en un medio ácido.   

De aquí que la sabiduría de las abuelas haya elaborado una antigua receta, consistente en poner un poco de bicarbonato (o bien, tequesquite, del náhuatl tetl piedra y quizquitl brotante), (Cabrera, 1978), en el agua empelada para cocer los vegetales.    

Con el cocimiento, se libre el ácido contenido en las células del vegetal y cambia el color de la clorofila. Al poner bicarbonato, el ácido producido se neutraliza y se conserva el color de los vegetales.    

La molécula de clorofila tiene un átomo de magnesio que es eliminado por los ácidos, lo que da lugar a nuevas moléculas; si el vegetal contenía carotenos (casi inertes al calor y a los ácidos), el color pardo resultante disminuirá el atractivo de las legumbres. Esto explica por qué el aderezo para ensaladas (que contiene vinagre) se agrega cuando está por servirse.    

Por otro lado, al poner exceso de bicarbonato en el agua de cocido de vegetales, se tiene el riesgo de ablandar la textura de éstos y hacerlos poco apetitosos, pues, como ya mencionamos, las sustancias con características básicas reblandecen o disuelven los tejidos orgánicos. Otra forma de mantener el color verde brillante de los vegetales es cocerlos en olla de cobre. Al cocer los nopales en olla de cobre (o de aluminio), se evita que se pongan de color café, debido a la formación de Cu(OH)2 (o Al(OH)3), que neutraliza el ácido responsable de la pérdida del Mg de la clorofila. Otra forma de cocerlos rápidamente. Basta hervir una gran cantidad de agua para vaciar inmediatamente las legumbres. Si se pone a calentar poca agua ésta se enfriará considerablemente al añadir los vegetales y aumentará el tiempo de cocimiento y la cantidad de ácido liberada.

Otra aplicación culinaria de los ácidos es la siguiente: el característico olor a pescado es debido a la presencia de aminas R-NH2, que son muy volátiles. En un medio ácido (donde por definición abunda el H+), se produce la reacción.

R-NH2 + H+ → (R-NH3)+

al tener un carácter eléctrico la amina resultante puede disolverse fácilmente en H2O (por la asimetría eléctrica de la molécula de H2O). En resumen, para disminuir el olor a pescado, debe ponerse limón al pescado.

CONCLUSIONES

Los conceptos de acidez y basicidad surgieron de nociones y experiencias cotidianas (como la mayoría de los conceptos de la ciencia); surgieron de las prácticas comunes de artesanos y artistas, de la forma en que reaccionaban con los metales o ciertos compuestos orgánicos, etcétera.   

Al encontrarse sustancias como el cloruro de aluminio, el trióxido de azufre y el trifluoruro de boro que, sin producir H+ en solución, reaccionan con bases y producen sales (y muchas otras características de los ácidos), fue necesario revisar el concepto de Arrhenius para los ácidos.  

Sin embargo, hoy difícilmente podemos afirmar que el concepto científico de ácido, o base. Forma parte de la experiencia común. Esto es muy “común” en la química moderna: el “sentido común” lo es solamente en el sentido de deber ser “común” para el que tiene una preparación especial y está consagrado a un campo específico. Sólo él puede mirar sus problemas y las soluciones como algo común. Tan común como puede ser a un artesano su tarea.

Ahora bien, durante mucho tiempo se consideró que la acidez o basicidad de una sustancia era una característica intrínseca (como podría serlo su masa molecular o su estructura molecular). En la actualidad, es más aceptado pensar en la acidez o basicidad como una forma de comportarse de las sustancias en determinadas situaciones. El ejemplo más notable es el H2O, que tiene las características de un ácido y de una base.    

Según la teoría de Arrhenius, un ácido se caracteriza por ceder iones H+ y una base por la posibilidad de recibirlos. Desde luego, esto es simplificado, pero permite explicar muchas fenómenos. Pocos científicos sostienen que realmente hay iones H+ involucrados; proponen, más bien, la intervención de iones complementarios de tipo (H9O4)+.

Desde luego, esto ha tenido su precio. Nos hemos alejado de las representaciones sensibles que fácilmente nos permiten “imaginar” a un “protón” que cambia de “amante”. Y ante tal situación, conviene recordar que la validez de los conceptos científicos no está ni en su evidencia ni en la posibilidad de representarlos con analogías, sino en la posibilidad de definir los conceptos sin ambigüedad ni contradicción, a partir de efectos mesurables, que permiten explicar fenómenos (Holton, 1981).

Es posible que muchos confundan familiaridad de los términos con claridad en los conceptos; de aquí que pensar en H+ producido por un ácido no sorprende. Sin embargo, cuando Arrhenius propuso tal idea, en 1895, encontró una gran oposición por parte de la comunidad científica.

La importancia de ácidos y bases no es teórica, exclusivamente. Ambos juegan un importante papel en la industria química, ya sea como reactantes o como catalizadores. Casi no hay proceso biológico, en la célula o en el organismo como un todo, que sea indiferente a la acidez o alcalinidad del medio. Por ejemplo, la sangre es ligeramente alcalina y sólo en un pequeño intervalo de pH (7.35 > pH > 7.45) se mantiene la óptima regulación de las reacciones químicas del organismo. Se pueden citar muchos otros ejemplos: la importancia de la acidez o alcalinidad de un terreno para los cultivos, de la lluvia ácida en el deterioro de monumentos, bosques, etcétera.

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 Refrerencias Bibliográficas

Cabrera, L., 1974, Diccionario de aztequismos, Ed. Oasis, México.
Cobb, V., 1972, Science Experiments You Can Eat, p. 25ss., J. B. Lippincot Co., New York.
Córdoba, F., 1987, Teoría de la Disociación Electrolítica I y II, Contactos, vol. III, N. 1, pp. 28ss y 2, . 22ss.
Corominas, J., 1954, Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana, Ed. Francke, Suiza.
Derry, T. K., I. Trevor, 1980, Historia de la tecnología I, p. 379, Siglo XXI, México.
Grosser, A. E., 1983, The Cookbook Decoder, Warner Books, New York, p. 30ss.
Holton, G., 1981, Introducción a los conceptos y teorías de las ciencias físicas, Ed Reverté, S. A., España.
Ihde, Aaron, 1964, The Development of Modern Chemistry, Harper & Row Publishers, New York.
Szabadváry, F., E. E. Oesper, Development of the pH Concept, Journal of Chemical Education, 41, N. 2, febrero 1964, p. 105ss.
Webster’s Third New International Dictionary, 1981, Encyclopaedia Britannica, Inc. U.S.
Wright, S., 1974, Applied Physiology, Oxford University Press.

Artículo aparecido en la revista Educación Química, volumen 1, número 0, julio de 1989.

     
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Jóse Luis Córdova F.
Departamento de Química, Universidad Nacional Metropolitana, Iztapalapa.

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Aforismos

César Carrillo Trueba
   
   
     
                     

GEORGE CHRISTOPH LICHTENBERG

Selección, traducción, prólogo y notas de Juan Villoro.
Breviarios del Fondo de Cultura Económica, 1989, 303 pp.

ELOFIO DE LA DISPERSION

“Para él, el mundo era una muchacha, 150 libras y una perspectiva de una milla alemana de diámetro”.

Los científicos del pasado sabían menos que nosotros y creían estar muy cerca de la meta: nosotros hemos dado muchos pasos más para finalmente descubrir que aún estamos muy lejos. Los sabios se convencen más de su ignorancia a medida que aumentan sus conocimientos.
F-458.   

Físico y matemático, apasionado por la astronomía, donde el intelecto humano aparece en toda su grandeza, donde mejor se ha aprendido cuán pequeña es. Obsesionado por rostros y cuerpos, pues cada cuerpo es la historia de sus transformaciones escrita con signos naturales. Atento a los sueños, ya que si los hombres contaran sus sueños con sinceridad, estos revelarían más de su carácter que su rostro. Atraído por la poesía y la literatura. Fascinado por pararrayos y balnearios. Fanático del lenguaje —siempre prefirieron al hombre que escribe cómo se puede poner de moda, al que escribe cómo está de moda—. Preocupado por la educación —¿no es extraño que quienes dominan al género humano ocupen un rango tan superior al de quienes lo educan?—: así era George C. Lichtenberg, nacido el primero de julio de 1742, en Obert Ramstad, en la región de Hesse, Alemania.  

Disperso y escéptico, o por disperso, escéptico, Lichtenberg se interesaba en las más pequeñas y variadas cuestiones. En la naturaleza no hay palabras, solamente iniciales. Al releer las nuevas “palabras”, descubrimos que no son sino iniciales de otras.
J-1346.  

La tendencia humana de interesarse en minucias ha conducido a grandes cosas, solía decir. Pero igual era su interés por los problemas trascendentales de la época, ya fueses éstos políticos —ya veremos lo que será la República francés cuando las leyes recuperen las energías— o filosóficos —con demasiada frecuencia la “noble sencillez” en las obras de la naturaleza tiene su origen en la noble ignorancia de quien lasa contempla—. Capaz de dictar tres cartas al mismo tiempo y de apuntar su telescopio recién adquirido a dos diferentes puntos: el firmamento y la hermosa recamarera que se desnudaba a la luz de una vela.  

La duda no debe ser otra cosa que vigilancia, de lo contrario, puede ser peligrosa.
F-433

Un hombre que vivió dividido entre la razón y el sentimiento: temo que en mí todo se convierta en pensamiento y se pierda la pasión. Escindido en mente y cuerpo: así estoy suspendido en el mundo, entre la filosofía y la astucia de las sirvientas, entre las reflexiones más intelectuales y las sensaciones más sensuales, oscilo de unas a otras y luego de una breve lucha alcanzo el reposo de mi yo duplicado. Me divido cabalmente: de un lado prevarico, del otro exhalo pureza. Nosotros dos, mi cuerpo y yo, nunca hemos sido tan dos como ahora. En ocasiones ni quiera nos reconocemos, o nos reunimos tan de repente que ambos ignoramos dónde estamos.

Poseedor de un humor incisivo —si es cierto eso que leí en alguna parte de que nadie muere antes de hacer al menos algo inteligente, entonces M… ha engendrado a un inmortal—, aunque justo para que la reflexión no se perdiese, ya que como todas las cosas corrosivas, el chiste y el humor deben emplearse con cuidado. Blasfemo: El Dios que nos creó de una manera que nos reprodujéramos con el máximo placer sensual, ha llegado a nosotros a través de oraciones que sólo reducen nuestra felicidad terrenal ¿y no se puede llamar a esto engaño? Nos parece que sí—, Lichtenberg es un cielo relampagueante —no se debería decir “yo pienso”: uno piensa como el cielo relampaguea. Ajeno al academicismo: no cesaba de buscar citas: todo lo que leía pasaba de un libro a otro sin detenerse en su cabeza, comenta acerca de x. Sus reflexiones, disgresiones, ideas y pensamientos sueltos se encuentran impregnados de una gran curiosidad, de una capacidad de observación extremadamente aguda,  aunada a su afán por la asociación, indispensable en todo ser disperso. ¡Ah, si pudiera abrir canales en mi cabeza para fomentar el comercio entre mis provisiones de pensamiento!

Nada obstruye tanto el avance de la ciencia como creer que se sabe lo que aún no se sabe. Éste es el error en el que incurren los entusiastas inventores. de hipótesis.
J-1259

Lichtenberg es todo ojos, es el hombre de la ventana, nervios y tripas fuerza centrífuga: la observación y el conocimiento del mundo son la base de todo, hay que haber observado mucho para poder usar las observaciones ajenas como si fueran propias, de otro modo, sólo se leen y quedan en la memoria sin mezclarse con la sangre. O en sus múltiples incursiones, ajenas a todo tipo de fronteras, se entrega en cada capo a manera de los diletantes, quienes sin ninguna pretensión llevan las cosas más lejos que la mayoría de los profesionales; logrando una extraña mezcla que lo hace inmenso e inasequible, polifacético y voluble. Solía hablar con gran libertad y en cambio predicaba la virtud donde nadie más la predicaba, escribía de si mismo.     

Llamo “grande” a un hombre que ha pensado, leído y experimentado mucho y que en cada cosa que emprende (es decir, también en cada libro que escribe) sabe fundir con el mayor provecho todo lo que ha pensado, leído y experimentado y presentarlo de tal modo que cualquiera pueda ver lo que él ha visto por sí mismo. Grande fue Lichtenberg, cuya vida, difusa y dispersa, puede ser ilustrada con la imagen borgiana de un sendero que se bifurca constantemente.   

El primer libro que habría que prohibir en el mundo sería un catálogo de libros prohibidos.
G.H. II/69,3   

Gracias a un excelente trabajo de traducción y selección de Juan Villoro, así como una amena y concisa introducción de él mismo, nos llega esta fascinante obra que celebran, entre otros, Wittgestein, Canetti y Bretón. ¡Aplaudid, vivid, bebed, seguidores celebérrimos de la Dispersión!

En 1784 dos profesores de la Universidad de Pavia llegaron a Gotinga a preguntar por Lichtenberg: el físico Alessandro Volta y el anatomista Antonio Scarpa. Lichtenberg abrió su caja de trucos y entretuvo a los italianos con vejigas lanzadas al aire y las estrellas del electróforo. Volta trató de corresponder con un experimento medianamente complejo, pero fracasó y masculló eruditos insultos en latín, francés e italiano. Al día siguiente, en la cena, Lichtenberg los sometió a otro experimento.

—¿Conocen la manera más sencilla de eliminar el aire de una copa sin usar bomba de aire?
—No —respondió Volta.
Lichtenberg llenó la copa de vino. El experimento se repitió hasta la madrugada.

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César Carrillo Trueba                                                                                              Facultad de Ciencias, UNAM.
 
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Johanna Broda
     
               
               

Existe una larga tradición de estudios eruditos sobre el calendario en Mesoamérica, derivados éstos del análisis de textos históricos y de las inscripciones encontradas sobre estelas. Recientemente, nuestros conocimientos sobre las observaciones astronómicas de los antiguos mexicanos, han registrado grandes avances, al constituirse, en los últimos 20 años, la nueva especialidad de la arqueoastronomía. Ésta ha incorporado sus métodos y conocimientos especializados al estudio histórico de los calendarios, y además, ha abierto un nuevo campo de investigación: el estudio sistemático del principio de la orientación en la arquitectura mesoamericana y en la planeación de ciudades y centros ceremoniales.       

Un rasgo particular de las antiguas civilizaciones mesoamericanas, es el de que las observaciones astronómicas no sólo se registraban en inscripciones y textos jeroglíficos, sino que el tiempo y el espacio estaban coordinados en el paisaje mediante la orientación de edificios y sitios ceremoniales. Las fechas más importantes del curso anual del sol se fijaban por medio de un sistema de puntos de referencia sobre el horizonte. El interés que despierta el estudio de las orientaciones consiste en el hecho de que constituyen un principio calendárico) diferente al representado en las estelas y los códices. Se trata, ciertamente, de un principio ajeno al pensamiento occidental. La "escritura" con la cual se escribe es, en este caso, la arquitectura y la coordinación de ésta con el ambiente natural. Es de hecho un sistema de códigos plasmados en el paisaje. Edificios aislados, conjuntos de edificios y planos de asentamiento de sitios enteros, muestran ciertos alineamientos particulares; en muchos casos, estos sitios están coordinados con puntos específicos del paisaje, ya sean cerros u otros elementos naturales, o también con marcadores artificiales en forma de petroglifos o de construcciones hechas en estos lugares. Finalmente, parece haber existido toda una compleja estructura que relacionaba entre sí a los asentamientos humanos con sus jerarquías políticas. Estos puntos sobre el horizonte o la orientación de los templos hacia las salidas o puestas del sol o de ciertas estrellas, también estaban en coordinación con el culto. Las elaboradas actividades rituales se mantenían en concordancia con los ciclos agrícolas, debido al hecho de que la estructura básica del calendario era el año solar y la principal función del culto era la de regular y controlar la vida social y económica.  

En la perspectiva de las presentes reflexiones, nuestra posición con respecto a lo que constituye la ciencia, necesariamente tiene que ser muy general. La ciencia de las civilizaciones arcaicas, se ve históricamente como parte de un todo social; al igual que la ciencia moderna es el producto histórico de la evolución cultural occidental, pero no representa el único parámetro para definir lo que es la ciencia. Este enfoque histórico que analiza a la ciencia como un cuerpo de conocimientos exactos, ligados a un contexto social, nos permite discutir la interrelación que existía en la sociedad prehispánica entre la observación de la naturaleza, la astronomía, la geografía, el clima, la ideología y la estructura socio-política y la cosmovisión en general.     

La observación de la naturaleza constituye la observación sistemática y repetida de los fenómenos naturales del medio ambiente que permite hacer predicciones y orientar el comportamiento social de acuerdo con estos conocimientos. La observación de la naturaleza proporciona uno de los elementos básicos para construir una cosmovisión. Por cosmovisión entendemos la visión estructurada en la cual las nociones cosmológicas estaban integradas a un sistema coherente. La cosmovisión explicaba el universo conocido en términos de un cuerpo de conocimientos exactos al mismo tiempo que satisfacía las necesidades ideológicas de las sociedades mesoamericanas. Sostengo, en términos generales, que la conceptualización de la naturaleza en una sociedad dada, constituye, la reelaboración en la conciencia social —a través del prisma de la conciencia social— de las condiciones naturales. Estas últimas nunca se presentan de manera igual en diferentes sociedades: no existe una percepción "pura" desligada de las condiciones e instituciones sociales en las cuales nace.     

Calendarios y astronomía forman parte y son expresión de un mismo proceso: el incipiente desarrollo histórico de las observaciones exactas sobre la naturaleza, el cielo, el ciclo de las estaciones y el medio ambiente; es decir, sobre el cosmos en el cual el hombre se veía inmerso y del cual se sentía partícipe. La observación astronómica era la condición previa para el diseño del calendario. Sin embargo, debe señalarse que calendario y astronomía no son idénticos, pues el calendario, como creación humana, constituye tanto un logro científico como un sistema social. El calendario es vida social, y el esfuerzo de su elaboración consiste precisamente en buscar denominadores comunes para ser aplicados tanto en la observación de la naturaleza como en la sociedad. El calendario se vincula estrechamente con el ritmo de las estaciones y el clima, así como con los ciclos agrícolas, —impone una medida del tiempo, socialmente definida— y además regulaba las actividades de la sociedad.   

Conforme va creciendo en forma considerable los datos sobre los alineamientos de los templos y de los asentamientos prehispánicos, vemos más claramente su intrínseca vinculación con las fechas calendáricas. Propongo la hipótesis de que en la cosmovisión mesoamericana, lo que más importaba eran las fechas, es decir, los días precisos del ciclo anual (los cuales estaban físicamente presentes en los alineamientos mediante la observación del sol sobre el horizonte). Estas fechas tenían un significado especial, tanto para la observación metereológica, como para la vida económica (su vinculación con los ciclos agrícolas, las fechas tributarias, etc.) y la vida social y política de las comunidades.    

Además jugaba un papel determinante en el registro histórico (la cronología de los anales indígenas) así como en los ciclos míticos del calendario ritual de fiestas. La conjunción de los fenómenos astronómicos con estas complejas asociaciones sociales (i.e. culturales), es lo que más les preocupaba a los antiguos mexicanos.   

Al preguntarnos sobre la función del calendario y de la astronomía en la sociedad prehispánica, nos estamos situando en el contexto sociocultural, materia ya de la antropología y la etnohistoria, que son las disciplinas que han desarrollado este tipo de análisis. Una de sus aportaciones fundamentales del estudio interdisciplinario de la arqueoastronomía, consiste en considerar el desarrollo de la astronomía en estrecha interacción con los ritos, las bases económicas y las estructuras de poder.  

De su vinculación con las actividades económicas se derivaba el importante papel que jugaba el calendario en la vida diaria, mientras que en su sacralización se basó su enorme poder religioso y el papel que llegó a desempeñar en la legitimación del poder de las clases gobernantes. La íntima relación que existía en la sociedad prehispánica entre la economía, la religión y la observación de la naturaleza, hizo posible que los sacerdotes-gobernantes actuaran aparentemente sobre los fenómenos que pretendía regular el calendario. Así, calendarios y astronomía proporcionaban también elementos esenciales de la ideología de esta sociedad, ya que, al basarse en la observación de ciclos recurrentes, hacían que quienes los manejaban adquirieran la apariencia de, controlar estos fenómenos y de poder provocarlos deliberadamente.

En las fechas significativas, el calendario imponía la celebración de ciertas ceremonias. Éstas sólo podían realizarlas los sacerdotes-gobernantes, ya que ellos tenían el monopolio del culto estatal. Aunque íntimamente relacionado con la agricultura, este culto tenía lugar en las grandes pirámides que formaban el centro del asentamiento urbano y eran al mismo tiempo, el símbolo territorial del poder político. De esta manera la clase dominante aparecía como indispensable para dirigir el culto, del cual dependía la recurrencia de los fenómenos astronómicos y climatológicos, que, a su vez, eran una condición necesaria y real para que crecieran las plantas y se cumplieran exitosamente los ciclos agrícolas. El culto como acción social producía una transferencia de asociaciones que invertía las relaciones de causa y efecto, haciendo aparecer los fenómenos naturales como consecuencia de la ejecución correcta del ritual. De este nexo derivaba la extraordinaria importancia que se atribuía a la astronomía en los procesos de la legitimación del poder político en el Estado prehispánico.

Sin embargo, también  hay que tomar en cuenta otras circunstancias. Aunque el conocimiento astronómico daba a los sacerdotes-gobernantes una firme base para predecir los fenómenos naturales, estos últimos, conservaban siempre un aspecto inconocible y misterioso. La recurrencia de los ciclos de los astros nunca era completamente simétrica: el ciclo más regular era el solar, que variaba sólo un día cada cuatro años. Los ciclos de la luna y los planetas eran aun menos regulares y más difíciles de predecir, y, de hecho, sólo algunos de los planetas fueron conocidos en el mundo prehispánico. Si bien es cierto que la legitimación del poder de los sacerdotes-gobernantes se vinculaba con su dominio del calendario, ellos también fueron víctimas del sistema cosmológico que habían creado, pues estaban obsesionados por predecir los fenómenos recurrentes, por encajarlos dentro de la pretendidamente perfecta armonía de los ciclos calendáricos y por plasmar estas relaciones en la arquitectura de sus centros sagrados. Este esfuerzo era sumamente difícil de realizar y muy riesgoso, por lo que sus eventuales fracasos hicieron tambalear los fundamentos mismos de la cosmovisión. Por ejemplo en el caso de los mexica, en vísperas de la conquista española, esta cosmovisión estaba basada nada menos que en la creencia de que el moviendo del sol, la alteración entre día y noche y el ciclo anual de las estaciones, eran consecuencia directa de la participación de los hombres mediante los incensantes sacrificios humanos. Del derramamiento de la sangre humana
-del "líquido precioso" y equivalente conceptual del agua— dependía, según los mexica, la continuación del cosmos.

La Mesoamérica prehispánica, al igual que otras civilizaciones arcaicas, se caracterizaba, en términos generales, por la polivalencia funcional de sus instituciones. Es decir, sus instituciones económicas no pueden estudiarse desligadas de las instituciones sociales, políticas e ideológicas, puesto que todas ellas formaban un todo inseparable. Sólo en la sociedad industrial moderna estas instituciones se vuelven entidades claramente delimitadas que desarrollan, cada una, su dinámica propia. Hoy en día, las ciencias se han emancipado del contexto religioso y la búsqueda del conocimiento es una tarea profana del acervo científico-intelectual. No era así en las civilizaciones arcaicas, donde los primeros conocimientos científicos se desarrollaron inmersos en la vida religiosa y social. La sede de la labor intelectual de los astrónomos-sacerdotes prehispánicos fueron los templos, que simultáneamente eran el símbolo del poder político. El auge que tuvieron las observaciones astronómicas a partir del primer milenio a.C. en Mesoamérica, se vincula con los procesos socio-económicos del surgimiento de la sociedad agrícola altamente productiva, su diferenciación interna en clases sociales y la formación de los primeros estados mesoamericanos. La astronomía, los calendarios, las matemáticas y la escritura, expresan el surgimiento del conocimiento exacto en la civilización prehispánica. Es pues, una tarea importante integrar los campos especializados de la investigación monográfica dentro de una historia general de las ciencias en Mesoamérica, y reivindicar estos temas como legítimos campos de estudio, tan legítimos como la investigación sobre las actividades científicas en etapas posteriores de la historia de México.

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 Refrerencias Bibliográficas

Aveni Anthony F. 1977 Native American Astronomy. University of Texas Press, Austin (existe traducción española).
Skywatchers of Ancient México. 1980. University of Texas Press, Austin (existe traducción española, México 1989). Broda, Johanna "Astronomy, Cosmovision and Ideology in Prehispanic Mesoamerica", 1982 en Aveni, A.F. y Gary Urton (eds.): Ethnoastronomy and Archaeoastronomy in the American Tropics, Annals of the New York Academy of Sciences, vol.
385: 81-110, Nueva York.
Broda, Johanna "Arqueoastronomía y desarrollo de las ciencias en el México prehispánico", 1986 en Marco A. Moreno Corral:(ed.):Historia de la Astronomía en México: 65-102, SEP-Fondo de Cultura Económica, México.
Broda, Johanna, 1989 "Geografía, clima y observación de la naturaleza en la Mesoamérica Prehispánica", en Ernesto Vargas (ed.): La cueva de S. Ana Teloztoc: Tehuacán,
Puebla, Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM, México.
Tichy, Franz 1978 "El calendario solar como principio de ordenación del espacio para poblaciones y lugares sagrados", en Simposio de la Fundación Alemana para la Investigación Científica, Comunicaciones, vol. 15:153-164, Puebla.
Broda, Johanna "Los cerros sagrados de la cuenca de México en el sistema de ordenamiento del espacio y de la planeación de los poblados. ¿El sistema ceque de los Andes en Mesoamérica?", en J. Broda, S. Iwaniszewski y L. Maupomé: Arqueoastrommía y Etnoastronomía en Mesoamérica, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México.

     
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Johanna Broda                                                                               Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM.

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Alfredo Bueno Hernández
     
               
               

Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así. E hizo Dios animales de la tierra según su género y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno.
Génesis 1:24-25.

El concepto de centro de origen ha permeado la biogeografía, prácticamente desde sus inicios. La búsqueda de centros de origen constituyó una parte esencial del programa de investigación dominante en la biogeografía, durante un periodo que abarcó aproximadamente un siglo, desde la publicación, en 1849, de El Origen de las Especies hasta la década de los años sesenta de este siglo, cuando se publicó la traducción al inglés de Phylogenetic Systematics de Henning (1966) y cuando se consolidó la teoría sobre tectónica de placas.    

Este ensayo pretende hacer un breve bosquejo de este concepto considerando las implicaciones que ha tenido para los dos paradigmas que han dominado la biogeografía histórica de este siglo: la biogeografía dispersionista y la biogeografía de la vicarianza.    

La biogeografía tiene como objeto de estudio los patrones de distribución de los taxa presentes y pasados sobre la superficie de la tierra. Así mismo se interesa tanto por descubrir la historia del cómo se han adquirido estos arreglos, como por investigar las causas que los han producido (Simberloff, 1983). Tradicionalmente se ha hecho una distinción entre biogeografía histórica y ecológica.    

La primera se enfoca al estudio de las causas históricas de la distribución y se apoya fundamentalmente en la sistemática, las ciencias de la tierra y la paleontología. La comprensión de los patrones actuales de distribución de las biotas, depende en gran medida del conocimiento de los cambios históricos que han ocurrido en los climas, la geografía y la distribución de las biotas. La biogeografía ecológica se circunscribe preferentemente al estudio de los factores que en la actualidad influyen sobre la distribución de los organismos, como son las interacciones bióticas y las condiciones del entorno físico.

La descripción de las distribuciones de plantas y animales, tanto extintos como recientes, así como su explicación, son asuntos sobre los que se encuentran preferencias desde mucho antes que se publicara, en 1761, la primera parte de la Histoire Naturelle de Jean Louis Leclerc, conde de Buffon. Ya en libros tan antiguos como la Biblia se encuentran ciertas ideas al respecto. En el mundo occidental, desde antes de iniciarse la edad media, hasta el llamado Siglo de las Luces, prevaleció una “visión cristiana de la vida” (Templado, 1974). Bajo esta concepción del mundo, bajo esta “epiteme” (sensu Foucault, 1989), se creyó que todas las especies que han fatigado la tierra se originaron por un acto de creación divina en el Edén bíblico, que se convirtió así en el centro de origen por excelencia. A partir del Concilio de Trento (que duró de 1545 a 1563), en el que se decidió la interpretación literal de la Biblia, se reafirmó la creencia en un acto de creación único en el tiempo y localizado en el espacio.

Sin embargo, ya desde fines del siglo XV habían comenzado los grandes viajes de exploración. El descubrimiento de nuevas especies vegetales y animales, que tanto asombro causaron a los primeros europeos que llegaban a las ignotas tierras, así como el encontrar otras similares a las que ellos conocían en lugares tan remotos, hizo que comenzaran a plantearse los primeros problemas biogeográficos. Los nuevos hechos no cazaban con la aceptación de un centro único de creación. El oidor Tomás López Medel (in Trabulse, 1985) escribía a mediados del siglo XVI:

“Es admirable la naturaleza en la variedad con que para mayor contento del hombre reparte en diversas provincia y regiones las cosas producidas. En Indias hay especies que en ningún otro lugar se hallan; y ante todas cosas parecen ser de aquellas partes y pertenecerle…”.  

La idea que se manifiesta en este antiguo párrafo, es decir, que en diferentes partes del mundo se encuentran especies también distintas, seguirá apareciendo de manera recurrente y constituye un punto de partida importante para el esclarecimiento de ideas biogeográficas fundamentales.   

De entrada, la noción mencionada, a la que Nelson (1978) denomina “ley de Buffon”, provocó conflictos entre los primeros exploradores europeos que, como el padre de Joseph de Acosta, estaban profundamente influidos por el relato del Génesis Bíblico. Este jesuita español, que llegó por primera vez a América en 1570, manifiesta las dudas y conjeturas que en él provocaron los nuevos hechos de distribución. En su Historia Natural y Moral de las Indias (in Templado, 1974), al tratar de explicar cuál es el origen de los hombres que habitan América, razona:

“…porque no se trata qué es lo que pudo hacer Dios, sino qué es conforme a razón y al orden y estilo de las cosas humanas”.

“…es para mi una gran conjetura para pensar que el nuevo orbe, que llamamos Indias no está del todo diviso y apartado del otro orbe. Y por decir mi opinión, tengo para mi días ha que la una tierra y la otra en alguna parte se juntan, y continúan, o a lo menos se avecinan y allegan mucho…”  

“…si esto es verdad, como en efecto me lo parece, fácil respuesta tiene la duda que habíamos propuesto: cómo pasaron a las Indias los primeros pobladores de ellas, porque se ha de decir que pasaron no tanto navegando por mar, como caminando por tierra; y ese camino lo hicieron muy sin pensar, mudando sitios y tierra poco a poco; y unos poblando las ya halladas, otros buscando de nuevo, vinieron por discurso de tiempo a henchir las tierras de Indias de tantas naciones y gentes y lenguas”. 

Al preguntarse sobre el origen de los animales que poblaban América, llega el jesuita a conclusiones semejantes:  

“Halláronse, pues, animales de la misma especie que en Europa, sin haber sido llevados de españoles. Hay leones, tigres, osos, jabalíes, zorras y otras fieras y animales silvestres, de los cuales hicimos en el primero libro argumento fuerte, que no siendo verosímil que por mar pasasen en Indias, pues pasar a nado el océano es imposible, y embarcarlos consigo hombres es locura, síguense que por alguna parte donde el un orbe se continúa y avecina al otro, hayan penetrado, y poco a poco poblando aquel nuevo mundo. Pues conforme a la Divina Escritura, todos estos animales se salvaron en el arca de Noé y de allí se han propagado en el mundo”.    

“Mayor dificultad hace averiguar qué principio tuvieron diversos animales que se hallan en Indias y no se hallan en el mundo de acá. Porque si allá los produjo el Creador, no hay para qué recurrir al arca de Noé, ni aún hubiera para qué salvar entonces todas las especies de aves y animales si habían de crearse después de nuevo; ni tampoco parece que con la creación de los seis días dejara Dios el mundo acabado y perfecto, si restaban nuevas especies de animales por formar, mayormente animales perfectos, y de no menor excelencia que esotros conocidos”.  

“…todos los animales salieron del arca, pero por instinto natural y providencia del cielo, diversos géneros se fueron a diversas regiones, y en algunas de ellas se hallaron tan bien que no quisieron salir de ellas, si salieron no se conservaron, o por tiempo vinieron a fenecer, como sucede en muchas cosas. Y si bien se mira esto no es cosa propia de Indias, sino de muchas otras regiones y provincias de Asia, Europa y África, de las cuales se lee haber en ellas castas de animales que no se ha hallan en otras”.

Resulta admirable la forma en que el padre Acosta interpreta los nuevos descubrimientos de distribución, apegándose estrictamente a la narración bíblica del Diluvio y del Arca de Noé, rechazando la posibilidad de un acto de creación múltiple en el espacio y escalonado en el tiempo. Sin embargo, no es capaz de distinguir que los animales que él considera compartidos por los dos mundos, no son de la misma especie. En su explicación de los hechos de distribución, está implícito el supuesto de un centro único de origen, y la ocurrencia de especies propias de América, la explica a partir de una migración gradual.

He citado extensamente al padre Acosta con la intención de dejar asentado que ya, desde un escrito del siglo XVI, aparece la asociación entre dos ideas que reaparecerían vigorosamente como el núcleo central del programa de investigación de la biogeografía tradicional, iniciado por Darwin y Wallace y continuado por Matthews, Simpson, Darlington, Mayr y Uvardy entre otros: la búsqueda de centros de origen y de rutas de dispersión. Así, por ejemplo, Uvardy razonaba hace apenas veinte años (1969):

“Cada especie animal se originó a partir de unos pocos ancestros confinados en un área limitada; si una especie en particular se encuentra ahora ampliamente extendida, por necesidad debe haber alcanzado partes de su actual área de distribución en un periodo anterior”.   

En la última edición de El Origen de las Especies, aparecen dos capítulos dedicados a la distribución geográfica. En ellos, la intención fundamental de Darwin es demostrar que la teoría de la descendencia con modificación, es congruente con los hechos de distribución, mientras que éstos no tienen sentido si se asume una posición creacionista.     

Ya desde el siglo XVIII, Buffon se había percatado de que las regiones diferentes estaban habitadas por animales totalmente distintos; de esto se dio cuenta, a pesar de que previamente había compartido la opinión, tan generalizada en su tiempo, de que las faunas y floras de las distintas regiones, eran el “producto” de dichas regiones, y de que las características propias de cada fauna, tenían como causa principal las condiciones físicas locales. Al comparar a los mamíferos que habitaban el Nuevo Mundo y el Viejo Mundo, Buffon concluía:  

“Ninguna especie de la zona tórrida de un continente se encuentra en el otro”. (in Nelson, 1978).

Este principio, que actualmente se reconoce en el concepto de alopatría, fue generalizándose sucesivamente, hasta establecerse en términos más formales. A principios del siglo XVIII, Humboldt encontraba que la ley de Buffon era aplicable a las dicotiledóneas y monocotiledóneas, con excepción de algunas especies. Para entonces, este principio de Buffon se había extendido de los mamíferos a las aves, reptiles, insectos y plantas, y a cualquier tipo de región separada por alguna barrera, aun cuando fueran regiones con idénticas condiciones físicas y climáticas.

Así, cuando en 1820 aparece la Geografía Botánica, de Candolle hace una clara distinción entre las causas históricas y las que hoy llamaríamos ecológicas, de la distribución. Señala que la afirmación de que las floras y faunas de cada región son el producto de las circunstancias, contradice al hecho de encontrar faunas y floras con composición de especies muy distinta en diferentes regiones, aun cuando éstas compartan el mismo clima, y la misma elevación; en fin, las mismas condiciones físicas. En otras palabras, ello significa que la distribución de las biotas no se explica satisfactoriamente por las condiciones físicas, sino que existen además razones históricas.

A partir de tales hechos de distribución, de Candolle deduce el concepto de regiones botánicas, es decir, áreas con una composición propia y particular de especies. De esta manera, a partir del planteamiento expuesto por de Candolle, la biogeografía toma como su objeto de estudio, las áreas de endemismos. La biogeografía se constituye así como una disciplina que tiene como finalidad encontrar las explicaciones causales de las áreas de endemismos. De Candolle propone que la explicación de las áreas de endemismos, debe buscarse en causas geológicas que ya no operan en la actualidad.   

Si bien Darwin reconoce al igual que de Candolle que en la distribución de los organismos intervienen causas históricas y causas físicas (ecológicas), da un giro radical a la explicación de las áreas de endemismos: su causa debe buscarse en episodios de “dispersión”, que se deben entender como migraciones a grandes distancias. Para Darwin, los patrones de distribución (áreas de endemismos) se habrían originado por migraciones de organismos que, alcanzado un área, se modificaban en el transcurso del tiempo. De Candolle y el propio Lyell en cambio, nunca le atribuyeron mucha importancia a la dispersión. Para ellos este fenómeno sólo explicaba los casos relativamente raros de distribuciones cosmopolitas, que representaban las excepciones a la ley de Buffon.

De este modo, se constituye lo que podríamos llamar el núcleo duro de la concepción biogeográfica darwiniana: dispersiones sobre una geografía estable. Esta concepción fue desarrollada ampliamente por Wallace, quien además agregó la noción de que, a través de la selección natural, habían surgido especies dominantes, con gran capacidad competitiva, en pequeños centros de origen, a partir de los cuales se habían dispersado por toda la Tierra.

No deja de ser curioso el percatarse de la gran similitud que hay entre estas concepciones de las narraciones bíblicas y la biogeografía dispersionista. Al igual que las faunas dominantes, las ideas darwiniano-wallaceanas, comenzaron a desplazar a las ideas rivales. El mismísimo Hooker, al que Darwin trató siempre con tan marcada deferencia, fue escarnecido por sus colegas cuando tuvo el atrevimiento de sugerir que una separación de los continentes podría explicar algunos casos de distribuciones disyuntas.

Así, durante el denominado periodo wallaceano de la biogeografía (Platnick y Nelson, 1984), el paradigma fue explicar los patrones de distribución de las biotas por episodios de dispersión. Dentro de la tradición darwiniano-wallaceana, se distinguirían dos tipos de dispersión:

1. Dispersiones normales, que ocurren sin ninguna barrera de por medio, seguidas por la extinción local de la especie en la zona intermedia. El resultado de tal fenómeno sería el aislamiento entro dos poblaciones anteriormente continuas.

2. Dispersiones improbables a través de barreras, en donde se adquiriría un aislamiento inmediato.  

Debido a que se fueron descubriendo cada vez más casos de distribuciones anómalas, que no se explicaban por primer tipo de dispersión, se recurrió cada vez con mayor frecuencia a la dispersión improbable, como explicación causal de la ley de Buffon. Nelson (1978) comenta al respecto que de este modo la escuela biogeográfica que continúo la tradición de Darwin y Wallace, se convirtió en una ciencia de lo raro, lo milagroso, lo misterioso y lo improbable.   

Por otra parte, la ley de Buffon, que ya se había generalizado con de Candolle, alcanzó todavía un nivel más amplio a través de la visión penetrante de Sclatter. Phillip Lutley Sclatter, inventor de la mítica Lemuria (Wendt, 1982), el hipotético continente sureño, que durante el Mesozoico ocupaba la mayor parte de lo que hoy es el Océano Índico, afirmaba que todas las especies animales fueron creadas exactamente en el mismo lugar en donde hoy se encuentran; este mismo investigador, el mismo año en que Darwin presentó su celebérrimo trabajo a los “fellows” de la Linnean Society, hizo notar un hecho fundamental: las propias regiones biogeográficas están relacionadas entre sí; dos regiones están más relacionadas entre sí que con cualquier otra. Tal derivación de la ley de Buffon, que era un patrón ya intuido con anterioridad, fue expresado por vez primera por Sclatter.    

Él mismo proponía que cada investigador, trabajando con el taxón de su interés, propusiera sus propias regiones, para al final ver qué tanto podían coincidir entre sí las divisiones establecidas con diferentes grupos.   

Sin embargo, a pesar del interesante patrón que había descubierto Sclatter, la investigación biogeográfica se centró tanto en mantener y justificar las seis regiones biogeográficas propuestas por Sclatter y Wallace, bajo un esquema dispersionista, como en la búsqueda de centros de origen y de rutas de dispersión. El problema planteado por Sclatter pasó a segundo término. Con todo, desde entonces quedó planteada una disyuntiva: ¿existe algún principio general que pueda explicar las áreas de endemismos?, o ¿las áreas de endemismos no son más que la resultante accidental de múltiples y singulares episodios de dispersión?  

Durante un siglo, la opinión prevaleciente entre los biogeografos, fue la de considerar a las áreas de endemismos como meros artefactos construidos casualmente por dispersiones, con una utilidad meramente descriptiva y que servía como marco de referencia para evidenciar distribuciones anómalas. No obstante, desde el principio de este siglo aparecieron posturas disidentes.

Según refieren Croizat, Nelson y Rosen (1974), Briquet, en 1901 opinaba que el concepto de centro de origen había ejercido influencia desafortunada sobre la investigación fitogeográfica. El concepto, decía, implicaba varios supuestos de dudosa validez. En 1943, Caín analizó los criterios, por medio de los cuales, podían reconocerse los centros de origen en los estudios biogeográficos; al menos se habían propuesto 13 criterios diferentes, de los cuales, ninguno era plenamente confiable:  

“Parece haber sólo una conclusión posible, que sobrepasa los propósitos de esta discusión, sobre los criterios para establecer centros de origen. Las ciencias de la geobotánica y de la geozoología padecen de una pesada carga de hipótesis y supuestos que han surgido de un abuso del razonamiento deductivo. Lo más necesario en estos campos es una vuelta completa al razonamiento inductivo, reduciendo a un mínimo los supuestos y proponiendo hipótesis basada en hechos demostrables, sólo cuando sea necesario. En muchos casos los razonamientos que resultan de los razonamientos deductivos han permeado tan extensamente la ciencia de la geografía y han sido tanto tiempo parte de su trama y urdimbre, que los estudiantes de esta área sólo con dificultad pueden distinguir los hechos de la ficción”.

De manera independiente, Croizat, llegó a la misma conclusión y elaboró en consecuencia un enfoque más inductivo para la biogeografía histórica. Sin embargo, se han seguido usando, a pesar de sus desventajas los criterios para encontrar centros de origen, como rutina preliminar para el análisis zoogeográfico. Por ejemplo, Mayr (in Croizat et al., 1974) dividió la avifauna de Norteamérica de acuerdo a sus presuntos centros de origen:

“Entre las aves estrictamente terrestres, hay ocho familias tan ampliamente extendidas, que su análisis en este momento es muy difícil”.  

No obstante, Mayr pudo adivinar, según comenta Crisat, Nelson y Rosen, que los caprimúlgidos bien pudieron originarse en el Nuevo Mundo así como los carpinteros, “aunque el hecho de que sus parientes más cercanos (Jyngiade) sean exclusivos del Viejo Mundo, parece indicar lo contrario”.   

Por razones similares, Mayr tuvo que desistir de establecer centros de origen para cerca del 30% de las familias de aves de Norteamérica.

Darlington también es muy confuso al tratar de establecer centro de origen (in Croizat et al., 1974):

“En cierto sentido, las aves son los animales mejor conocidos. Se conocen casi todas las especies que existen, además de millares de subespecies geográficas, y la distribución de muchas de las especies se conoce al detalle… sin embargo, todavía encuentro la distribución de las aves como algo muy difícil de entender. El patrón actual es suficientemente claro aunque complejo; el proceso que ha producido el patrón —la evolución y la dispersión es muy difícil de rastrear y entender”.   

El comentario mordaz de Croizat no se hace esperar: “Aparece en Darlington la curiosa idea que de acuerdo a su método de análisis, entre mejores son los datos, más difícil, y hasta imposible es su interpretación” (Croizat et al., 1974).   

León Croizat, que durante mucho tiempo se dedicó a recopilar la información sobre distribuciones de muchos grupos, retomó la línea de investigación que habían planteado Sclatter. Desarrolló un método, la panbiogeografía, mediante el cual descubrió que las distribuciones no muestran un patrón al azar, sino que por el contrario muestran congruencia para muy diversos grupos, lo que indicaría que comparten una misma historia. Con estos resultados, Croizat se dedicó sistemáticamente a hacer una feroz crítica, tanto de la biogeografía dispersionista, como de sus más destacados proponentes. Precisamente uno de los puntos que más atacó fue el de los supuestos centros de origen. Croizat sostuvo dos principios fundamentales: 

1. La explicación causal de la ley de Buffon, es el cambio tectónico y no la dispersión.

2. Las grandes regiones biogeográficas propuestas por Sclatter y Wallace, para los organismos terrestres, no corresponden a los continentes actuales, sino a las bases oceánicas.  

Por otra parte, la confirmación experimental de la expansión del piso oceánico y la aceptación de la teoría sobre tectónica de placas, dio gran auge a una nueva corriente dentro de la biogeografía histórica: la biogeografía de la vicarianza.   

Mientras que los dispersionistas recurren a eventos de dispersión únicos e irrepetibles, para explicar las distribuciones disyuntas, la biogeografía de la vicarianza propone que los patrones generales de distribución de las biotas actuales, se explican por los cambios geográficos que subdividieron a las biotas ancestrales. Mientras que en el caso de la dispersión, no hay forma de someter a prueba una hipótesis que se basa en episodios únicos e irrepetibles, la biogeografía de la vicarianza tiene el atractivo de proponer hipótesis susceptibles de falsificarse en el sentido popperiano (Popper, 1974).     

Lo que no deja de ser intrigante, es la razón por la cual no se siguió la línea de investigación planteada explícitamente por de Candolle: buscar la explicación causal de las áreas de endemismos. Por qué, a pesar de que su trabajo fitogeográfico fue ampliamente conocido, se olvidó su recomendación. Podrían al menos darse dos posibles explicaciones. La primera tiene que ver con el espíritu colonialista que campeaba durante la edad dorada del expansionismo inglés (para hacer un poco de historia externalista). Ello queda claramente ilustrado por un botón de muestra: la opinión de Huxley, quien creía fervientemente en el advenimiento de una era inglesa, en la cultura y en la ciencia. En este contexto puede entenderse el fervor nacionalista de Thiselton Dyer (Nelson, 1978), colega de Wallace, y a quien le parecía lo más natural que las formas dominantes, por supuesto las nórdicas, se hubiesen desplazado hacia el sur, lo mismo que la raza inglesa que colonizaba diversas partes australes.

La segunda razón (esta vez de carácter interiorista), es que antes de que se desarrollara la teoría sobre tectónica de placas, nadie, en su sano juicio hubiera concebido una fuerza tan poderosa como para desgarrar y separar continentes enteros.

Actualmente, la búsqueda de centros de origen no tiene sentido para muchos destacados biogeógrafos. La intención es pasar de un estado narrativo de la biogeografía a uno analítico. Se intentan, mediante la metodología cladista y las evidencias geológicas, establecer hipótesis que sean susceptibles de someterse a pruebas rigurosas. Esta tendencia es congruente con las ideas planteadas por Popper (1974): no se trata de buscar evidencias acumulativas que apoyen cada vez más una hipótesis, sino, al contrario, se piensa que la mejor manera de probar su validez, es someterla a pruebas rigurosas. En la medida que la hipótesis las resista, será una buena hipótesis. Ciertamente en algún lugar tuvieron que originarse las especies, sólo que la búsqueda de estos lugares parece, como muchas otras empresas humanas que se han frustrado, la persecución de fantasmas inasibles.

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 Refrerencias Bibliográficas

Croziat, L., G. Nelson, y D. Rosen, 1974, Centers of Origin and Related Concepts, Syst. Zool., 23 (2):265-287.
Foucault, M., 1989, Las Palabras y las Cosas, Siglo XXI, México.
Henning, W., 1966, Phylogenetic Systematics, The University of Illinois Press, Urbana.
Nelson, G., 1978, From de Candolle to Croizat: comments on the History of Biogeography, J. Hist. Biol., 11(2):269-305
Nelson, G., y N. Platnick, 1984, Biogeography, J. J. Head ed. No, 119, Carolina Biology Readers.
Popper, K. R., 1974, Conocimiento Objetivo, Tecnos.
Simberloff, D., 1983, Biogeography: the unification and maturation of a science, pp. 411-473, en Brush, A. H., and G. H. Clarkeds.
Templado, J. S., Historia de las Teorías Evolucionistas, Alhambra, Madrid, 170 p.
Trabulse, E., 1985, Historia de la Ciencia en México. Siglo XVI, CONACyT y FCE, México, 471 p.
Uvardy, M. F. D., 1969, The ecology of dispersal, p. 10 a 92, en Dynamic Zoogeography, Van Nostrand Reinhold Co.
Wendt, H., 1982, El descubrimiento de los animales: de la leyenda del unicornio hasta la etología, Planeta, p. 58. 

Este trabajo fue resultado de los seminarios de posgrado: Historia y Filosofía de la Biología y Biogeografía Avanzada en la Facultad de Ciencias, UNAM.

     
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Alfredo Bueno Hernández
Profesor de la ENEP Zaragoza.

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Mercedes de la Garza
     
               
               

En el mundo mesoamericano en general, las maneras de vivenciar, comprender y expresar la realidad, se inscriben en el campo de la religión, pues el origen y la existencia toda del cosmos se adjudica a la acción de seres o energías sobrenaturales.              

Los dioses, el mundo y el hombre son los tres grandes reinos temporales (y por ello polivalentes), que conforman el cosmos maya. Ellos no son concebidos como órdenes separados e independientes, pero tampoco se confunden en un todo indiferenciado; más bien son aspectos distintos de una misma realidad, cada uno con cualidades y funciones bien definidas, que, en constante interrelación dinámica, constituyen un universo armónico y equilibrado.   

Una de las características esenciales de la cosmovisión maya es el sitio principal que ocupa en ella la temporalidad, entendida como el dinamismo del espacio: dioses, mundo y hombre no son realidades estáticas, sino en un constante movimiento que les da cualidades cambiantes. Pero ese movimiento tiene un orden, una racionalidad, que permite la permanencia y la estabilidad. El Sol, por ejemplo, es una deidad que, de acuerdo con su trayectoria diaria y con su ciclo, es benéfica y maléfica, celeste e infraterrestre, fuente de vida y energía de muerte; pero su trayectoria y su ciclo siempre se repiten, repitiéndose así sus cualidades y la influencia que ejerce a su alrededor. De esta manera la temporalidad del cosmos es cíclica.      

El universo en el que el hombre habita es concebido por los mayas como una compleja estructura de planos horizontales superpuestos, poblados por fuerzas sagradas, que en múltiples combinaciones, de acuerdo con la temporalidad, determinan los cauces de todo acontecer. Esas energías divinas van, desde los grandes dioses cuyas epifanías son los astros, la lluvia, el relámpago, las montañas, el viento o la Tierra, hasta los protectores de los animales, las plantas sagradas (como el maíz y las psicoactivas), los patronos de las actividades humanas y las deidades maléficas.     

Hay tres grandes ámbitos del cosmos, que son el cielo, dividido en trece estratos, tal vez con forma de pirámide escalonada; la tierra, concebida como una plancha cuadrangular, y el inframundo, dividido en nueve estratos quizá como una pirámide invertida. Estos tres espacios cósmicos, se dividen a su vez horizontalmente en cuatro partes o "rumbos" (asociadas con colores y signos del calendario ritual), que más o menos coinciden con los puntos cardinales.     

En cada rumbo terrestre, y participando del color asociado, hay un árbol sagrado (ceiba) y un pájaro también divino, que parecen sostener la pirámide celeste, al lado de cuatro dioses antropozoomórficos, los Bacabes. Y en el centro de la tierra, fungiendo como axis mundi, se yergue la "ceiba madre", de color verde, cuyas raíces comunican el plano terrestre con el inframundo y cuyas ramas penetran en el nivel celeste.         

Entre las múltiples imágenes simbólicas que creó la mentalidad religiosa de los mayas para representar los niveles cósmicos, hay también formas animales, sobre todo grandes reptiles. De esta manera la tierra era un cocodrilo o lagarto fantástico, al que los mayas yucatecos llamaron Itzam Cab Ain, "Brujo-del-agua-tierra-cocodrilo" o Chac Mumul Ain, "Gran cocodrilo lodoso". Este ser flotaba en el agua, y sobre su espalda crecía la vegetación.   

Del nivel terrestre proceden dos de los animales sagrados por excelencia, que fueron concebidos como epifanías de fuerzas divinas de los tres ámbitos del cosmos: la serpiente, que encarna al agua, al cielo y a la tierra, como la fuerza fecundante y engendradora de la vida, y el jaguar, que simboliza las fuerzas irracionales, la destrucción, la naturaleza salvaje, el cielo nocturno y el Sol en su viaje por el inframundo.    

Dentro de esta misma concepción, bajo el nivel terrestre está el inframundo, de nueve estratos, el más profundo de los cuales (Mitnal o Xibalba), es la morada de los dioses de la muerte, encabezados por Ah Puch ("El descarnado"). Estos dioses se representan en los códices como esqueletos humanos o como cuerpos en estado de corrupción. En el simbolismo animal, el inframundo es el vientre de la deidad terrestre, la cual, en su asociación con la muerte, se representa en las artes plásticas como un gran mascarón descarnado. Pero en tanto que vientre, el inframundo es al mismo tiempo origen de vida nueva, por eso contiene agua y semillas. Así, la vida se toma muerte y la muerte, vida, en una alternancia cíclica de contrarios.  

Y sobre el plano terrestre se encuentran los cielos: trece estratos donde moran distintos dioses, por lo general astrales, el que está regido por Oxlahuntiku; "Trece Deidad", dios uno y trece al mismo tiempo. El estrato más alto es el sitio de la deidad suprema: Hunab Ku, "Dios Uno", para los mayas yucatecos, identificado con Itzamna.

Itzamna fue simbolizado, en toda el área maya, por un dragón serpiente emplumada bicéfala o animal fantástico con cuerpo de serpiente, plumas, patas de lagarto o pezuñas de venado, que encarna la energía sagrada fecundante del cosmos. Sus dos cabezas representan la dualidad de contrarios cósmicos, cuya armonía hace posible la vida. Esta deidad es a la vez uno y cuatro, ya que hay un Itzamna en cada "rumbo", que comparte el color de este. En los códices, Itzamna se representa como un dragón, pero también en forma humana: como un anciano con rasgos serpentinos en el rostro; a su lado aparece su parte femenina, señora del tejido y la pintura con la que se coloreó el mundo. En su aspecto antropomorfo, Itzamna fue dios creador y héroe cultural, pues se dice que inventó la agricultura, la escritura, el calendario y la medicina.  

Además de este dios supremo y creador, fueron principales las deidades directamente asociadas con la fertilidad de la tierra: el Sol y el agua, llamados por los mayas yucatecos respectivamente Kinich Ahau y Chaac.     

La estrecha liga entre dioses, mundo y hombre dentro del pensamiento indígena, se manifiesta ante todo en las cosmogonías. El proceso de creación cósmica se produce según las leyes de la temporalidad cíclica y tiene como eje la creación y destrucción alternativas de los hombres, dinámica de la que deriva la existencia de los otros seres; el complejo universo maya fue creado, según los mitos cosmogónicos, para que ahí viviera el ser que tendría por misión venerar y sustentar a los dioses: el hombre.

En los mitos quichés, los dioses creadores, en sucesivas edades del universo, modelan varios tipos de hombres, usando distintos materiales, hasta que encuentran la sustancia sagrada, el maíz, que dará por resultado al hombre requerido: el que es consciente de los dioses y de la finalidad de su existencia. Los hombres de maíz de la última edad, son formados, además, con sangre de la serpiente y el tapir, animales sagrados por representar, la primera, el principio vital del cosmos y el segundo, la diosa madre. Este hombre es cualitativamente distinto de los anteriores, porque es el resultado de una fusión de sustancias vegetales y animales sagradas; todo esto pone de manifiesto que para los mayas la materia es la que condiciona el espíritu y no éste el que da vida a la materia, como ocurre en otras cosmogonías.     

Esa edad de los hombres de maíz es la época actual, en la que siguiendo la inexorable ley cíclica, un nuevo diluvio destruirá algún día a los seres humanos. En esta concepción cíclica del devenir cósmico no encontramos ni la idea de un inicio absoluto, ni la de un fin, por lo que es evidente que, para ellos, el universo temporal es infinito.

Y la idea de los dioses que se desprende de esta cosmogonía es la de unos seres sobrehumanos, capaces de crear, pero imperfectos, ya que requieren ser venerados y alimentados; tal concepción de lo sagrado fue la base del complejo ritual de los mayas, que tuvo como centro el sacrificio sangriento, porque la sangre fue considerada como el principio vital por excelencia en el que reside el espíritu y, por ello, como el alimento fundamental de los dioses.    

Además de la finalidad común de la existencia humana, cada hombre tiene un destino individual determinado por las influencias de los dioses regentes del día de su nacimiento; este destino se conocía elaborando un horóscopo que revelaba la carga de influencias, y era esencial en la vida del hombre, pues constituía la anticipación de su futuro y por ello, debía ser la guía de su vida. Si el destino era bueno, el individuo hacía todo lo posible por cumplirlo, pero si era malo, podía alterarlo con ritos diversos. Esto expresa que para los mayas las determinaciones no implican un fatalismo, ya que en ellas interviene la voluntad humana, la acción libre del hombre.

Por otra parte, el hombre es, en su propia naturaleza, un ser dual compuesto, de cuerpo visible y espíritu; éste, a su vez (aunque hay variantes entre los distintos grupos mayances), parece estar dividido en una parte inmortal, consciente y racional, que está ligada al cuerpo humano y que lo abandona en el momento de la muerte, y una parte impulsiva, irracional y mortal que desde que el hombre nace encarna en un animal salvaje, relacionado con el día del nacimiento. Ese animal se convierte en un alter ego que comparte el destino y el carácter del hombre, e incluso su posición social (mientras más alta sea ésta, el animal es más fuerte y poderoso). Todo lo que le ocurra al animal, incluso la muerte, le acontece también al hombre y viceversa.    

Las ideas mayas acerca de los dioses, el mundo y el hombre, destacadas aquí muy breve y generalmente, constituyen una cosmovisión original, en la que sólo extrínsecamente caben las clasificaciones lógicas occidentales. El mundo de los valores es distinto también, así como el sitio del hombre en el cosmos, empezando por la idea de que el ser humano forma un todo unitario, incluso consubstancial, con su mundo y, aunque tiene la responsabilidad de la existencia toda, no se asume como el dueño que pueda dominar y explotar a la naturaleza para su propio beneficio.

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Nota: Este breve trabajo resume algunas ideas desarrolladas en mis libros “El hombre en el pensamiento religioso náhuatl y maya” (unam, 1978) y “El universo sagrado de la serpiente entre los mayas (unam, 1984), así como en el artículo “El universo temporal de los mayas y los nahuas”, 42p., Relativismo cultural y filosofía, perspectivas norteamericana y latinoamericana, Ed. León Olivé.

     
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Mercedes de la Garza
Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM.

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José E. Marquina
     
               
               

Siempre que se habla de Sir Isaac Newton, tenemos en mente al gran creador que revolucionó la ciencia e través de la extraordinaria síntesis que representó el libro Principia Mathematica. Además, suelen destacarse en importantes contribuciones plasmadas en la Optica, así como sus aportaciones a la Matemática a través de la invención del Cálculo (o “Teoría de las Fluxiones”, como él lo denominó), pero más allá de la cosificación que implica el apelativo de “genio” (el cual en pocos casos es dicho con tal justicia), se tiende a olvidar, o peor aún, a esconder, el hecho que debería ser obvio, de que Newton fue un hombre y que como tal, sus intereses no se restringieron única y exclusivamente al ámbito de lo que en la época se denominaba “Filosofía Natural”. Este hecho, que en cualquier caso es al menos injusto, aplicado a Sir Isaac lo es con mayor razón, dado que en su muy larga vida (84 años), tuvo al menos dos pasiones adicionales que compitieron (con ventaja), con su fascinación por la “Historia Natural”. Dichas pasiones fueron la Teología y la Alquimia, ámbitos a los que Newton dedicó mayor tiempo y esfuerzo que a la Ciencia.

LA TEOLOGIA

Las preocupaciones religiosas de Newton provienen de su muy infeliz infancia, haciéndose claramente patentes a la corta edad de 19 años cuando en la confesión por escrito de sus pecados, al referirse a Dios, señala:  

“No dedicar mi afecto a ti… No amarte por ti mismo… No desear tus mandamientos. No anhelarte. No temerte tanto como para no ofenderte. Temer a los hombres por encima de ti”.1

Un año después (1663) empezó, en su cuaderno de notas, la sistematización de conceptos teológicos, intentando hacer compatible el conocimiento a través de leyes, con la idea de un Dios omnipotente, capaz de manifestarse en forma activa.   

En la década de los setenta sus preocupaciones se dirigieron hacia la relación de Dios Padre y Cristo y en un cita de la Epístola a los Hebreos, en la que señalaba que Dios Padre sentó a Cristo a su derecha y lo llamó Dios, Newton insertó una nota que decía: 

“Por lo tanto, el Padre es Dios del Hijo cuando el Hijo es considerado como Dios”.2

La problemática referente al status ideológico de la figura de Cristo, llevó a Newton a estudiar a los padres de la Iglesia, encontrando que en el siglo IV d.C., Atanasio (fundador de la ortodoxia cristiana y principal responsable de la concepción trinitarista), se había enfrentado a Arrio, en una apasionada disputa. Arrio negaba la Trinidad y el status que dicha concepción le asignaba a Cristo. Con el triunfo de Atanasio se había perpetuado, según Newton, un escandaloso fraude, que había llegado incluso a la modificación de las Sagradas Escrituras, con el fin de hacerlas compatibles con la doctrina trinitarista. Para Newton sólo Dios Padres es Supremo y Cristo representa la Palabra y la Sabiduría hecha carne, siéndole comunicada su divinidad por Dios Padre. En este sentido, el trinitarismo implica un pecado de idolatría, que a decir de Newton “…es una violación del primero y más grande mandamiento. Es concederle a los ídolos el amor, honor y adoración que solamente corresponde a Dios. Es olvidar al verdadero Dios para cometer adulterio con otros amantes…”3.

El arrianismo (doctrina de Arrio) era considerado (y creo que todavía lo es) como una concepción herética, y muy pronto le empezó a provocar problemas a Newton, ya que aunque durante toda su vida fue un secreto celosamente guardado, siendo profesor becario del Trinity College (El Colegio de la Trinidad), estaba obligado a tomar las órdenes sagradas, lo cual implicaba sostener la doctrina de la Santísima Trinidad. El 9 de febrero de 1675, Newton viajó a Londres para solicitar al rey Carlos II, le permitiera mantenerse como becario sin tomar los votos, y para su fortuna, el 28 de abril Carlos II aceptó su solicitud.

En la década de los ochenta, empezó a redactar un manuscrito (nunca terminado), al que bautizó Theologiae gentilis origines philosophicae, en el que planteaba que todos los pueblos de la antigüedad habían adorado a los mismo doce dioses (con nombres diferentes), los cuales estaban relacionados con doce miembros de la casa de Noé. Para Newton, los dioses de la antigüedad representaban ancestros divinizados, que no eran otros que Noé, sus hijos y sus nietos. Así, Noé representaba a dioses como Saturno; Sem (hijo de Noé) se convirtió en Zeus o Júpiter; Asur (hija de Sem) tomó los nombres de Afrodita, Astarté o Venus y así sucesivamente. Siguiendo con el número doce, Newton listó los doce elementos fundamentales utilizados en la Alquimia, así como los doce objetos de la naturaleza en los que los antiguos habían reconocido a sus divinidades. Estos objetos eran los siete planetas del modelo de Ptolomeo (Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter y Saturno), los cuatros elementos (aire, agua, tierra y fuego) y el quinto elemento, la “quintaesencia” de la que hablaban los alquimistas.

Para Newton, las teologías de los pueblos antiguos (Egipto, Asiria, Persia, Grecia, Babilonia, etc.), representaban una caída de la verdadera religión. Dicha caída iba acompañada de la pérdida del conocimiento verdadero, por ejemplo, la astronomía geocéntrica acompañaba a la falsa religión. Para Newton no era casual el hecho de que Ptolomeo (el gran astrónomo geocentrista) fuera egipcio, ya que habían sido los egipcios los primeros en crear falsos dioses y de ellos aprendieron los demás pueblos de la antigüedad.

En 1805, transformó la Theologiae gentilis origines philosophicae, en lo que llegó a ser su Chronology of Ancient Kingdoms Amended. En esta obra plantea que las historias de los pueblos antiguos debían recortarse en cientos y hasta miles de años, ya que aparecían en ellas por el deseo de los pueblos de resaltar sus antiquísimos orígenes. Para esta labor de recorte, Newton utilizó fundamentalmente, el Antiguo Testamento, la obra de Herodoto y sus conocimientos de Astronomía. Así, a decir de Voltaire, tomando la expedición de los Argonautas como punto de partida, plantea que Quirón, que viajaba en dicha expedición fijó “…el equinoccio de primavera en medio del Carnero, el equinoccio de otoño en medio de Cáncer, y el solsticio de invierno en medio del Capricornio…”4 y con ese estado del cielo y utilizando la precesión de los equinoccios, calculó que dicha expedición debió ocurrir aproximadamente en 900 a.C. y no n 1400 a.C., como suele ubicarse, con lo que le recortó 500 años a la historia griega. Todos los pueblos antiguos pasaron por esta navaja, excepto el pueblo hebreo, el cual era para Newton el más antiguo de todos, siendo su crónica escrita, el Antiguo Testamento, el origen de todas las mitologías ulteriores, y las semillas de la verdadera religión, aunque sin decir, explícitamente que la religión a la que se refería era aquella que no incluía y de hecho negaba, a la concepción trinitarista.   

Para el Chronology of Ancient Kingdoms Amended, Newton preparó un mapa del Templo de Salomón, ya que pensaba que Dios había depositado su misterioso plan de las cosas futuras en el Templo Judío. Para él “…la primera religión fue la más racional de todas las demás, hasta que las naciones la corrompieron”.5

Tanto Chronology of Ancient Kingdoms Amended, como Observations upon the Prophecies, fueron publicados después de la muerte de Isaac Newton, pero otros escritos teológicos tales como Irenicum, y A short scheme of the true Religion no corrieron esta suerte. En ellos reiteraba que aunque Jesús era el Salvador, que representaba la señal para el establecimiento de la segunda alianza de Dios con los hombres, no podía ser considerado a la altura de Dios. En su búsqueda de culpables, Newton acusó a San Jerónimo de ser el responsable de la introducción de la doctrina herética del Trinitarismo, en la Vulgata.   

En lo que a Ciencia se refiere, la obra de Newton no está exenta de sus preocupaciones teológicas ya que, como él mismo señala en una carta a Bentley del 10 de diciembre de 1692, refiriéndose al Philosophiae Naturalis Principia Mathematica: “Cuando escribí mi tratado acerca de nuestro sistema, tenía la vista puesta en aquellos principios que pudieran funcionar para que los hombres creyeran en Dios, nada pudo regocijarme más que encontrar esto útil para tal fin”.6

Dado que en la primera edición (1687) del Principia Mathematica lo anterior no es demasiado obvio, Newton preparó para la segunda edición (1713) un Scholium General en el que afirma:

“El bellísimo sistema del Sol, los planetas y los cometas solamente puede proceder  del dictamen de un Ser inteligente y poderoso… El Dios supremo es un Ser eterno, infinito absolutamente perfecto… Él gobierna todas las cosas y sobre todas las cosas que pueden ser hechas o no hechas…”.7

De igual manera en la Opticks, en la interrogante 28, se pregunta:

“…¿no se sigue de los fenómenos que hay un ser incorpóreo, viviente, inteligente, omnipresente que ve íntimamente las cosas mismas en el espacio infinito, como su fuera en su sensorio, percibiéndolas plenamente y comprendiéndolas totalmente por su presencia inmediata ante él?”.8

Es decir, que para Newton el espacio representa el sensorio divino, en el cual el Sublime Creador, el Dios actuante del Antiguo Testamento, podía realizar las reformas necesarias, ya que como señala en la interrogante 31:

“…el ciego destino nunca podría haber hecho que todos los planetas se moviesen en una y la misma dirección, siguiendo órbitas concéntricas, exceptuando algunas irregularidades considerables…, que pueden aumentar hasta el punto en que el sistema necesite una reforma”.9

La Opticks concluye señalado que:

“No sólo la filosofía natural se perfeccionará en todas sus partes siguiendo este método, sino que también la filosofía moral ensanchará sus fronteras. En la medida en que conozcamos por filosofía natural cuál es la primera causa, qué poder tiene sobre nosotros y qué beneficios obtenemos de ella, en esa misma medida se nos aparecerá con la luz natural cuál es nuestro deber hacia ella, así como hacia nosotros mismos. No cabe duda de que, si el culto a falsos dioses no hubiera cegado a los paganos, su filosofía moral habría ido más lejos de las cuatro llamadas virtudes cardinales y, en lugar de enseñar la transmigración de las almas y adorar al Sol, la Luna y los héroes muertos, nos habrían enseñado el culto al verdadero Autor y Benefactor, del mismo modo que lo hicieron sus antecesores bajo el gobierno de Noé y sus hijos, antes de que corrompiesen”.10

LA ALQUIMIA

El interés de Newton por la alquimia se remonta a su época de estudiante en el Trinity College (en Cambridge). En 1664 fue alumno de Isaac Barrow y es muy posible que éste haya iniciado al joven Isaac en el Arte. Este hecho que hoy nos puede parecer sorprendente, en el siglo XVII no era tal, dada la tradición de la Alquimia en Inglaterra, la cual data del siglo XIV, teniendo representantes tan importantes como George Ripley, Thomas Norton, Thomas Charnock, Samuel Hartlib y muchos otros.

La amistad de Newton con Barrow, debió permitirle tener acceso a gran cantidad de literatura alquímica, que únicamente circulaba entre grupos de iniciados; pero si el origen del interés del joven Isaac por la Alquimia es difícil de precisar, lo que es un hecho es que en 1669, Newton aprovechó un viaje a Londres para adquirir equipo de vidrio, aqua fortis, aceite de perla sublimado, plata fina, antimonio, espíritu de vino, blando de plomo, nitrato de alúmina, sal de tártaro y dos hornos por 2 libras 15 chelines, así como el Theatrum chemicum de Zetzner (en 6 volúmenes) por 1 libra 8 chelines, lo cual muestra que para estas fechas ya se encontraba preparado para pasar de la teoría a la experimentación alquímica propiamente dicha.

En este mismo año copió Exposition upon Sir George Ripley’s Epistle to King Edward IV de Eiraneus Philaletes y tomó extensas notas de un manuscrito de Philaletes, llamado Ripley Reviv’d, diez años antes de que fuera publicado, lo cual muestra que tenía contactos con grupos alquimistas.

En una carta del 18 de mayo de 1668, dirigida a Francis Aston, Newton dice:

“…Hay en Holanda un tal Borry, que hace años fue puesto en prisión por el Papa, para obtener de él, por la fuerza, recetas (así me dijeron) de gran valor, tanto para la medicina como para su provecho, pero él escapó a Holanda, donde le ofrecieron protección. Creo que habitualmente va vestido de verde. Ruego indagues todo lo que puedas acerca de él…”.11

Este personaje “…que habitualmente va vestido de verde…”, era Guiseppe Borri, y Newton sabía de él a través del Symbola aureae mensae duodecim nationum, tratado alquimista de Michael Maier, el cual era uno de los autores preferidos de Newton. Para Maier, el conocimiento alquímico provenía de Hermes Trimegistro, cuya sabiduría tenía su origen en Set (hijo de Adán). Esta Prisca sapientia (sabiduría primigenia), se había conservado de manera velada, siendo el deber de ciertos elegidos el descifrarla. Newton, que a no dudar se veía sí mismo como un elegido, dedicó gran parte de su vida a develar, a todos los niveles, los conocimientos secretos, que provenían en todos los casos (incluida la ciencia) del sublime Creador.

En 1669 compuso dos escritos, uno de ellos formado por proposiciones basadas en autoridades en Alquimia en el que decía cosas como: “El agente vital difuso en todas las cosas en la tierra es uno y el mismo. Y es un espíritu mercurial, extremadamente sutil y supremamente volátil, el cual está disperso a través de cada lugar…

Y todas las especies de metales derivan de esta única raíz.

Y en este orden O, T, S, M, P, R, D”.12

Los símbolos tienen un doble significado, por un lado con los metales y por otro con los planetas, y en la tradición alquimista se da esta relación al considerarse que los movimientos celestes se encuentran vinculados con las actividades terrestres de los materiales.

En el otro escrito de 1669, usualmente llamado The Vegetation of Metals, Newton Asegura cosas como: 

“Todas las cosas son corruptibles
Todas las cosas son generables
La Naturaleza sólo trabaja
Sobre sustancias húmedas
Y con un calor suave”.13

En este manuscrito, Newton plantea la necesidad de complementar la Ciencia Mecánica, con una Filosofía Natural más profunda, capaz de mostrar los principios activos responsables de los movimientos de las partículas.

En la década de los setenta, sus preocupaciones teológicas y alquímicas se fusionaron, de manera que llegó a la conclusión de que Moisés, el patriarca del Antiguo Testamento era alquimista, habiendo aprendido el Arte durante su vida en Egipto, y que cuando en las faldas del Monte Sinaí tomó “…el becerro que había hecho y lo quemó, desmenuzándolo hasta reducirlo a polvo…”,14 lo que en realidad había hecho era desintegrar el oro utilizando métodos alquimistas.

En 1675 consiguió el manuscrito alquimista de autor desconocido, denominado “Manna” y añadió al mismo:

“…la alquimia no trato con los metales como piensan los vulgares ignorantes, cuyo error les ha hecho despreciar esa noble ciencia, sino también con las venas materiales de cuya naturaleza Dios creó a sus servidores para que concibieran y procrearan a sus criaturas… Esta filosofía no es de la clase que tiende a la vanidad y al engaño, sino más bien al provecho, induciendo primero al conocimiento de Dios… su finalidad es glorificar a Dios en sus maravillosas obras… Esta filosofía a la vez especulativa y activa no sólo puede hallarse en el volumen de la naturaleza sino también en las Sagradas Escrituras, como en el Génesis, Job, Salmos, Isaías y otros. En el conocimiento de esta filosofía hizo Dios a Salomón el más grande filósofo del mundo”.15

A finales de esta década (setenta), Newton compuso otro ensayo, al que denominó Clavis (La Llave), en el que dice: “Sé de lo que escribo porque tengo en el fuego múltiples redomas con oro y este mercurio… que hace que el oro empiece a burbujear, a hincharse y a pudrirse, y a brotar en salpicaduras y ramas, cambiando de colores diariamente, cuyas apariencias me fascinan a cada día que pasa. Considero a esto como un gran secreto de la alquimia”.16

En Clavis, el interés recae no en la multiplicación del oro sino en su desintegración.

Entre 1678 y 1680, además de copiar y comentar infinidad de manuscritos alquímicos, Newton se dedicó profundamente a la experimentación alquímica, además de redactar varios tratados, uno de los cuales se denomina Separatio elementorum.

Muy posiblemente, en 1680, empezó su más extenso escrito alquimista, el Index chemicus, que es un extraordinario esfuerzo de organización y sistematización de la abundantísima información recopilada a lo largo de los años. En este escrito trabajó hasta principios de los noventa y contiene aproximadamente 5000 referencias distintas.

Richard Westfall, al estudiar en 1975, el Index chemicus señaló:

“Encuentro imposible que nadie haya podido compilarlo en menos de 1000 semanas”.17

Dado que la primera edición del Principia Mathematica es de 1678, no queda más que preguntarse, ¿en qué momentos escribió Newton este famoso libro?

En mayo de 1681, el éxito pareció coronar su labor de experimentación. En su cuaderno de notas, escrito en inglés, aparecen comentarios, en latín, que parecen denotar el orgullo triunfal al señalar:

“Mayo 10, 1681. Entendí que la estrella de la mañana es Venus y que ella es hija de Saturno y una de sus palomas”.

Mayo 14. Entendí…

Mayo 15. Entendí que efectivamente hay ciertas sublimaciones del mercurio.

Mayo 18. Perfeccioné la solución ideal. Esto es, dos sales iguales arrastran a Saturno…”.18

De nuevo, el 23 de mayo de 1684, entre líneas del reporte experimental anotó:

“Hice volar a Júpiter en su águila”.19

En la primavera de 1687, Newton realizó un viaje a Londres y compró antimonio, sal amoniaca, doble agua fortis y otras sustancias. Por estas fechas redactó dos colecciones de Notable Opinions que llevaban el nombre de Notanda Chemica Sententiae Notabiles.

Sententiae Notabiles está formado por extractos de autores diferentes, de tal manera, que el conjunto representa un proceso alquímico específico. 

En los primeros años de la década de los noventa escribió De Natura Acidorum, Ripley expounded, Comentarios a la Tabla smaragdina y el mas importante de todos ellos, Praxis, el cual es un conjunto de notas sobre el Triomphe hermétique de Didier, libro publicado en 1698 en francés y del cual existe una traducción al latín de puño y letra de Sir Isaac. En este ensayo, Newton utiliza toda la imaginería alquímica pensable, con parrafadas como ésta:

“…el esperma crudo fluye de una trinidad de sustancia inmaduras… dos de las cuales… se convierten en la inmaculada Naturaleza láctea virginal, mamada del menstrum de una sórdida ramera”.20

Praxis termina con la descripción del proceso que culmina en la multiplicación.

Las expectativas planteadas por Praxis, aparentemente se vieron frustradas y algunos historiadores han señalado la posible relación de su fracaso alquímico (cuando parecía tener el éxito tan cerca), con el colapso que sufrió Sir Isaac durante 1693, año en el cual prácticamente perdió la razón. Otros historiadores han señalado el envenenamiento derivado de sus experimentos alquímicos, como el responsable de su colapso, pues los síntomas (insomnio, irritabilidad, pérdida del apetito, paranoia, amnesia), coinciden con los asociados a la intoxicación por mercurio y plomo. Sustentando esta teoría, se encuentra el hecho de que el análisis espectrográfico de los mechones de pelo de Newton, en posesión de la familia Portsmouth y la biblioteca del Trinity College, han revelado la presencia de concentraciones muy altas de plomo y mercurio.

De la época posterior al colapso, sólo se conocen cuatro notas fragmentarias sobre Alquimia y una transcripción, tomada por Newton, de la visita de “un londinense”, conocido de Boyle, con el cual discutió un proceso alquímico particular, sin embargo, su preocupación se mantuvo y se transluce incluso en ciertos pasajes de su obra científica. Entre otras, en la segunda edición de su Opticks (1717), en la interrogante 30, señala:

“La transformación de los cuerpos en luz y de la luz en cuerpos se compadece muy bien con el curso de la naturaleza, que parece deleitarse con transmutaciones”.21

Sir Isaac Newton murió el 20 de marzo de 1727. El último acto representativo de su vida fue el negarse a recibir los ritos finales de la Iglesia.

A su muerte, la biblioteca personal de Newton constaba de 1612 libros, 912 (57%) de los cuales estaban íntimamente relacionados con sus preocupaciones teológicas, mientras que aproximadamente 80 eran de Alquimia, pero para que este número no resulte engañoso, hay que recordar que los libros de Alquimia no accedían usualmente a la imprenta, por lo que estos 80 debían representar prácticamente toda la literatura alquímica disponible por los canales tradicionales. A éstos hay que agregar las tres docenas de pequeños libros alquímicos y aproximadamente 50 kg de panfletos encontrados, así como los libros y manuscritos alquímicos copiados por Sir Isaac.

Análisis recientes, muestran que sus escritos teológicos totalizan como mínimo 1400000 palabras, mientras que los de alquimia son del orden de 1200000 palabras.

Newton firmó sus más secretos manuscritos alquimistas con el seudónimo JEOVA SANCTUS UNUS, anagrama de su nombre latinizado ISAACUS NEUUTONUS. La fusión entre Teología y Alquimia está claramente simbolizada en la sabiduría arrianista de su nombre secreto: Jehová, Único Dios.

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 Refrerencias Bibliográficas

 

1. R. S., Westfall, “Short-writing and the State of Newton’s Conscience, 1662”. Notes and Records of the Royal Society of London, 18, (1963), pp. 13-14.
2. Keynes, M. S., citado en R. S. Westfall, Never at rest. A Biography of Isaac Newton, Cambridge University Press, New York, (1986), p. 311.
3. Keynes, M. S., citado en G. Christianson, Newton, Salvat Editores S. A., Barcelona, (1986), p. 278.
4. Voltaire, Cartas filosóficas, Alianza Editorial S. A., Madrid, (1988), p. 145.
5. Yahuda, M. S., citado en G. Christianson, op. cit., (ref. 3), p. 281.
6. Citado en F. Cajori, “An historical and explanatory appendix”, en I. Newton, Mathematical Principles of natural philosophy and his system of the world, University of California Press, Berkley and Los Angeles, California, (1934), p. 669.
7. I. Newton, Mathematical…, op. cit., (ref. 6), pp. 544-547.
8. I. Newton, Óptica o tratado de las reflexiones, refracciones, inflexiones y colores de la luz, Ediciones Alfaguara, Madrid, (1977), p. 320.
9. Ibid., p. 347.
10. Ibid., p. 350.
11. D. Georghegan, “Some Indications of Newton’s Attitude towards Alchemy”, Ambix, VI, (1975), p. 102.
12. Keynes, M. S., citado en R. S. Westfall, Never at rest…, op. cit., (ref. 2), pp. 304-305.
13. Burndy, M. S., citado en R. S. Westfall, Never at rest…, op. cit., (ref. 2), p. 305.
14. Éxodo, tercera parte, 32, en Sagrada Biblia, versión de E. Nacar y A. Colunga, Biblioteca de autores cristianos, Madrid (1964), p. 116.
15. Keynes, M. S., citado en G. Christianson, op. cit., (ref. 3), p. 246.
16. Ibid, p. 255.
17. R. S. Westfall, Isaac Newton’s Index chemicus, Ambix, XXII, (1975), p. 179.
18. Keynes, M. S., citado en R. S. Westfall, Never at rest…, op. cit., (ref. 2), pp. 367-368.
19. Add M. S., citado en R. S. Westfall, Never at rest…, op. cit., (ref. 2), p. 369.
20. Babson, M. S., citado en R. S. Westfall, Never at rest…, op. cit., (ref. 2), pp. 529-530.
21. I. Newton, Optica o…, op. cit., (ref. 9), p. 324.

ABREVIATURAS USADAS EN LAS REFERENCIAS

I) Keynes M. S., Manuscritos de Isaac Newton en la “Keynes Collection” de la biblioteca del “King’s College”, en Cambrdige, Inglaterra.
II) Add M. S., Manuscritos adicionales de Isaac Newton en la biblioteca de “Cambridge University”, Inglaterra.
III) Burndy M. S., Manuscritos de Isaac Newton en la “Dibner Collection”, en las bibliotecas de la “Smithsonian Institution”.
IV) Yahuda M. S., Manuscritos de Isaac Newton en “Jewish National and University Library”, en Jerusalén, Israel.
V) Babson M. S., Manuscritos de Isaac Newton en la biblioteca de “Babson College” en Babson Park, Mass. E.U.

     
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Jóse E. Marquina
Departamento de Física, Facultad de Ciencias, UNAM.

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Alfredo López Austin
     
               
               

La preocupación por el tiempo

Si tuviéramos que describir el pensamiento de los pueblos mesoamericanos a partir de unas cuantas características, una de ellas sería su obsesión por el flujo del tiempo. Esta obsesión estuvo presente a lo largo y a lo ancho de Mesoamérica como parte fundamental de una tradición que fue común. El complejo sistema calendárico mesoamericano existe al menos desde el siglo vii a.C., antigüedad que se atribuye a sus más antiguos signos1. Estos signos son suficientes para establecer que desde esa época o antes y hasta los días de la conquista española, hubo un solo sistema mesoamericano de cómputo de tiempo, aunque con importantes variantes. Más aún, las antiguas formas de calcular el arribo de los destinos subsisten hasta hoy, aunque escasas, dispersas y ocultas, en México y en Centroamérica.      

Las mayores variantes del sistema radican en lo que respecta a su complejidad. Serían los mayas, entre todos los mesoamericanos, quienes elaboraran en su periodo Clásico (de fines del siglo iii d.C. a principios del siglo x d.C.) los más artificiosos sistemas de cómputo y registro del tiempo.         

En contra de lo que constantemente se sostiene, la obsesión por el flujo del tiempo no tuvo su origen en las graves especulaciones de los sabios adscritos a las cortes. La obsesión fue parte de una concepción del mundo que se creó, siglo tras siglo, en el trato social cotidiano general y en la acción transformadora de los hombres sobre la naturaleza. En efecto, y volviendo en particular a los mayas, el asombroso adelanto de su calendario y su escritura se debió a que ambos servían de sustento a la legitimidad de los linajes dominantes. Por medio de los complicados mecanismos, cómputos y registros, las historias dinásticas se enlazaban con las de los dioses. En esta forma habían marchado juntos el poder, la sabiduría especializada y la preocupación por las vueltas del destino. El acrecentamiento del dominio político y del desarrollo del aparato gobernante, llevó el calendario y la escritura a muy elevados niveles, lo suficiente como para hacer inobjetable el poder de quienes se ostentaban como hombres llenos de divinidad y encargados de la conducción de los pueblos. Pero mucho antes de que el calendario y la escritura llegaran a tales alturas, ya aparecen ligados a la estructura del poder. Su unión original se debió a que la obsesión por el flujo del tiempo, existente en las comunidades campesinas, fue aprovechada para ir montando sobre ella uno de los soportes de los aparatos gobernantes de linaje. Puede afirmarse que la preocupación por el tiempo y posiblemente los principios básicos del sistema calendárico, nacieron en el estrato campesino; después, los grupos dominantes aprovecharon el calendario en beneficio de su legitimación y lo desarrollaron por la vía de la complejidad y el esoterismo.

La naturaleza del tiempo

El calendario mesoamericano estuvo basado en la idea de la materialidad del tiempo. Era éste, según el pensamiento antigüo, una sustancia divina, imperceptible, que fluía al mundo del hombre con ritmos regulados por un turno muy semejante al de la participación tributaria de los individuos en el orden político indígena: ciclos por los que cada unidad de sustancia temporal diferenciada, cumplía su cometido de aparición sobre la Tierra. Eran ciclos de distintas dimensiones, que correspondían a las diferentes regularidades descubiertas en la naturaleza: de 365 días, próximo a la duración del año trópico y segmentado en las épocas de lluvias y de secas; de un día, con sus unidades diurna y nocturna; de los movimientos astrales, principalmente el de las fases de la Luna. Pero también había ciclos importantísimos cuya dimensión correspondía a procesos naturales imaginarios o cuyo origen no han podido encontrar las investigaciones actuales: el de los 9 días de los señores de la noche; el de 360 días, próximo al año trópico, pero redondeado por los 18 "meses" de 20 días cada uno, y uno de los más importantes, el de 260 días, cuyo origen se atribuye a la combinación de dos números fundamentales en el orden cósmico: el 13 y el 20. Pueden encontrarse otros más; pero era básica la combinación de dos de ellos: el de 365 días, que marcaba tanto las actividades laborales como las rituales, y el de 260, que establecía el orden de los destinos que regían la vida de los seres mundanos. Con éstos se combinaba, además, en el mundo maya, el de 360 días, cuya función principal era el registro histórico.         

Cada ciclo explicaba así la regularidad de las vueltas de la naturaleza; la combinación de los ciclos, las complejas particularidades de los sucesos de la superficie de la Tierra. Si fuese un solo ciclo el que ordenara las influencias divinas, la historia se repetiría una y otra vez, siempre la misma. En cambio, si cada realidad sobre la Tierra era el producto de múltiples influencias simultáneas, que fluían en ciclos diferentes, la repetición histórica, matemáticamente irrebatible, se daría sólo en la vuelta de un enorme turno, producto de todas las distintas combinaciones de los ciclos. A esta vuelta del tiempo parecen referirse un proverbio náhuatl y su explicación, según se encuentran registrados en el Códice Florentino:

"Otra vez será así, otra vez así estarán las cosas, en algún tiempo, en algún lugar." Lo que se hacía hace mucho tiempo y ya no se hace, otra vez se hará, otra vez así será, como fue en lejanos tiempos: ellos, los que ahora viven, otra vez vivirán, serán2.

Tiempo intrascendente, tiempo trascendente y tiempo del hombre

La creencia en los flujos planteó la necesidad de imaginar su fuente. El tiempo llegaba al mundo del hombre porque procedía de un ámbito distinto; así concibieron los mesoamericanos que había un otro tiempo que originó el tiempo del hombre: era el tiempo de los dioses. Éste puede dividirse, sintéticamente, en un periodo de intrascendencia y en otro de trascendencia divina. El primero es el del ocio de los dioses, tiempo de repetición de hechos circulares. Los dioses oran, barren, tejen. Nada crean sus acciones indefinidamente repetidas. Pero el ocio feliz se rompe por la aventura: el deseo de ser adorados, la lujuria, la ira, la ruptura de la norma. Cuando los dioses actúan desenfrenadamente, se produce un corte transformador que los convierte en seres de lo que se crea como tiempo del hombre: de una diosa muerta nacen las plantas; de la incineración de los dioses, los astros; de la decapitación, el alacrán; de un proceder divino, la institución de un rito; de la intervención de un personaje mítico sobre la naturaleza, una técnica heredada… El mundo del hombre se va poblando como fruto de la vida —muchas veces violenta— de las divinidades.           

La aventura mítica, en suma, crea el mundo del hombre. Al sucederse las creaciones, se origina el orden calendárico. Cada ser del mundo nace en un día de creación, y ese ser llevará el nombre del día como nombre propio. Por ejemplo, para los antiguos nahuas, los árboles eran 1-agua; los venados, 7-flor; el maíz, 7-serpiente; el fuego, 4-caña; la sustancia térrea, 1-muerte.

El mecanismo cósmico. El tiempo-espacio del hombre y el tiempo-espacio de los dioses

Si el orden calendárico nace de la creación y para el mundo del hombre, se debe a que en el mundo de los dioses las aventuras divinas se encuentran en un estado de perpetua presencia. Allá no hay transcurso: en el ámbito divino existen simultáneamente todas las posibilidades de existencia. Este espacio divino está dividido en dos grandes mitades, y cada una de ellas en 9 pisos. Míticamente esto corresponde a la historia del ser original, llamado Cipáctli por los antiguos nahuas. Era el monstruo marino, femenino, primordial (fig. 1). Dos dioses convertidos en serpientes ciñeron su cuerpo y lo cortaron en mitades. Con una hicieron los cielos superiores; con la otra, el inframundo. Como ambas partes tendían a recomponerse, los dioses crearon 5 postes de separación: 4 para los extremos de la Tierra y uno para el centro. El espacio de separación al que los postes dieron lugar, fue el mundo del hombre: la superficie terrestre y los cuatro pisos celestes inmediatos por los que corren los astros y los meteoros. Es el espacio en el que transita el tiempo.

Los flujos temporales llegan sucesivamente por el interior de los 4 árboles de los extremos de la Tierra. Del cielo baja una corriente caliente de sustancia divina; del inframundo sube una fría. Ambas van como torzal, corriendo helicoidalmente. Salen de los cuatro árboles para ser distribuidas por el Sol, antagónicas, en una lucha en la que, como contendientes, van desvaneciéndose al ser conquistadas por los nuevos flujos cotidianos. Su orden es levógiro: el árbol del este vierte su contenido; luego el del norte, luego el del oeste, luego el del sur, para volver al del este.

El calendario y los distintos ciclos

Los mesoamericanos imaginaron que por los cuatro árboles se vertían las corrientes de los distintos ciclos. Los ciclos se ajustaban entre sí para formar otros ciclos mayores. Tomemos como ejemplo dos ciclos básicos: el compuesto por 13 días enunciados por números del 1 al 13, y el de 20 días, identificados con signos de seres naturales o artificiales (palma, oscuridad, lagartija, señor, caña, aguacero, muerte, conejo, cuchillo de pedernal, mono, hierba torcida, etcétera) (Figs. 2 y 3). Cada día se conocerá por la unión de dos nombres, uno de cada serie. Si partimos del punto de confluencia 1-ceiba (fig. 4a), llegaremos al fin del ciclo de los números con 13-caña; pero en la serie de los 20 signos faltará el curso de 7 más. El ciclo más pequeño se reinicia, y al terminar el vigésimo y último signo de la otra serie, lo acompañará el séptimo del ciclo menor: 7-señor. En esta forma, para que pueda darse la nueva coincidencia de 1-ceiba, necesitarán pasar 260 pares no repetidos.

Este ciclo de 260 días fue el usado con fines adivinatorios. Se combinaba, a su vez, con el ciclo de 365 días, el próximo a la duración del año trópico. El ciclo de 365 días estaba formado por 18 meses, cada uno de ellos con 20 días, y a la cuenta se agregaban 5 días "inútiles", con los que se completaba la cuenta (Figs. 5 y 6). La combinación del ciclo religioso de 365 días con el adivinatorio de 260 días se hacía en forma semejante a la de los pequeños ciclos de 13 y 20 días: para que coincidieran nuevamente en un día los nombres 1-venado del ciclo adivinatorio y 14° del mes "ave quechol" del ciclo de las fiestas religiosas (fig 4b), deberían transcurrir 18,980 días, o sea 73 giros del ciclo adivinatorio y 52 giros del ciclo de 365 días.

La combinación de más ciclos, posible gracias al sistema maya de numeración posicional, llevó a cálculos impresionantes (fig. 7). Los mayas establecieron como punto de referencia para sus cómputos el día en que coincidieron los siguientes nombres: 4-señor del ciclo de 260 días; octavo del mes cumkú del ciclo de 365 días, y 13.0.0.0.0 del ciclo de 360 días (fig.8). Esto corresponde al año 3113 a.C. de nuestro calendario, época, por cierto, en la que no existían ni el sistema calendárico mesoamericano ni el pueblo conocido en sentido estricto como maya.

La aproximación al año trópico

Uno de los problemas más interesantes en materia religiosa es el de la aproximación del cómputo del año de 365 al año trópico. La cuenta estricta de 365 días hubiera provocado un desfase entre el cómputo y la realidad natural, y con ésta la realidad social de la distribución estacional del trabajo. La solución dada al problema de la fracción de día del año trópico, que supera los 365 días de la cuenta calendárica tendría graves repercusiones en materia religiosa: de la justa aproximación del ciclo calendárico y el natural se deriva la posibilidad de correspondencia de los ritos "mensuales" y las actividades productivas ligadas al ciclo de las estaciones. Hoy se centra la discusión entre los estudiosos de los pueblos del Altiplano Central de México, y específicamente de los mexicas. Se debate la existencia de una corrección que permitiera, en periodos breves, el ajuste entre el ciclo religioso y las fracciones de días acumuladas año tras año debido a la duración astronómica del año. Entre los diversos autores que han intervenido en la polémica, es muy sugerente la propuesta de Castillo Farreras, quien, con base en la interpretación de las fuentes documentales, propone una corrección en el "mes" de "crecimiento" (izcalli), en una ceremonia que sólo se celebraba cada 4 años3. En esta forma —explica Castillo Farreras— el problema del bisiesto entre los mexicas quedaría resuelto.

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 Refrerencias Bibliográficas

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Notas
1.    Edmonson, The book of year, p. 20-21 y 96.
2.    Códice Florentino, Libro vi, fol. 196v. La traducción del náhuatl al español es mía.
3.    Castillo F., “El bisiesto náhuatl”.

Las ideas centrales de este trabajo están desarrolladas en mi libro “Los mitos del tlacuache”.

     
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Alfredo López Austin
Investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM.

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Enigmas del desarrollo tecnológico

César Carrillo Trueba
   
   
     
                     

“Dirigentes del sector privado exportador consideraron que antes que una cesión de rectoría económica estatal, el acuerdo que liberaliza la transferencia de tecnología facilitará la contratación de recursos técnicos de punta, así como la vinculación creciente del sector privado frente los institutos de investigación”.

 En cristiano: la importación de tecnología del más alto nivel para la industria facilitará la vinculación de la iniciativa privada con (¿frente?) a los institutos de investigación. ¿Es esto posible? ¿Pretenderán que los institutos de investigación se dediquen a instalarles la tecnología que comprarán fuera? ¿Que idea tendrán del desarrollo tecnológico los dirigentes del sector privado? Un enigma más en esta creciente confusión.

La Jornada, 10 de enero de 1990.

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César Carrillo Trueba                                                                                                    Facultad de Ciencias,UNAM.
 
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