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La despedida
a un etnobotánico mexicano
137B04  
 
 
 
Alfonso Bautista García  
                     
¿Cómo la mano de la tierra se ha apoderado de las Pléyades?
Y los dientes del polvo, ¿cómo han podido devorar a la luna?

El tiempo y la muerte, las elegías de Moseh Ibn ‘Ezra
     

Con profunda tristeza me entero de la muerte
del etnobotánico maestro Armando Gómez Campos. Lo conocí cuando cursé la materia de Etnobotánica como asignatura optativa. En ese entonces yo estaba perfilado para ser un biólogo molecular y preparaba mi entrada al Instituto de Investigaciones Biomédicas. Así que como jamás iba a volver a hacer trabajo de campo aproveché para tomar materias de las que nunca más me iba a ocupar. Me inscribí al curso y fue una experiencia maravillosa porque Armando era una persona que transmitía con paciencia y amor sus conocimientos. La salida de campo fue al estado de Guerrero, a un poblado llamado Xochipala, donde pasamos una semana registrando las fiestas de octubre, esas cuando sacan al santo San Francisco de Asís a los campos de cultivo y representan danzas el mero 4 de octubre, la de los tlacololeros, con sus máscaras negras y sus amplios sombreros de flores amarillas, que con su látigo amagaban al tecuane; o la danza de los diablos que, al final, representan la lucha entre el bien y el mal, entre el diablo y San Miguel Arcángel.

En esa salida recorrimos pueblos alrededor de Xochipala. Fuimos a una destilería de mezcal, hecha de manera tradicional. Era una zona de agaves y acababan de cortar las piñas que estaban dispuestas para su fermentación. Consumimos directamente del alambique, mediante un canal hecho con una penca, el destilado de mezcal. También visitamos la zona arqueológica de la Organera. Recuerdo que había todo un ejército de escarabajos negros que rodaban bolas de caca con sus patas traseras, Terminamos el viaje un domingo en el gran mercado de Chilapa donde adquirí varias artesanías realizadas con totomoxtle que representaban a los diferentes danzantes.

Una noche en Xochipala, estábamos en nuestras respectivas bolsas de dormir y de repente empezó a caerse el cielo. Muy pronto el agua comenzó a encharcarse y varias compañeras se mojaron. Yo tuve que darle asilo en mi amplia bolsa de dormir a una compañera de la que me hice muy amigo mientras estuvo en México, Ann Marie.

Me retiré de la biología varios años, quizá casi una década. Regresé a la academia en la Facultad de Ciencias hacia el final de la primera década del nuevo milenio. Ahí me enteré que Armando había sufrido un trágico accidente. Era una historia de leyenda. Me decían que se había extraviado en el campo y que estuvo a punto de morir. Un día, en su pequeña oficina del laboratorio donde trabajaba le pregunté qué había pasado. Siempre con una sonrisa, me comenzó a platicar. Él estaba en su silla, en medio de sus colectas de herbario que prácticamente lo sacaban de su oficina. Esto es algo de lo que me contó: “pues estábamos regresando de una caminata por el campo y me regresé a ver una flor a la orilla del camino. Los estudiantes se me adelantaron y no me di cuenta que ya no los veía. Me estiré para tomar la flor y me caí en una honda cuneta. No me pude incorporar. Comencé a gritar, pero nadie me oyó. Ahí permanecí tendido dos días. Toda la noche lo que me preocupaba eran los animales que escuchaba cerca que intentaba espantar con gritos y unas pencas que había arrancado de un maguey que me quedó junto. Para no morir de sed chupé las pencas que fueron de gran ayuda. Yo no sabía qué pasaba, pero tenía la certeza que me estaban buscando. No estaba lejos, en realidad, estaba a unos cien o doscientos metros del lugar donde nos quedábamos. Incluso escuché un helicóptero. Me enteré después que quien me buscaba en el helicóptero era Julia Carabias”.

Fue una historia como esas que vemos en NatGeo, en su programa que se llama “Sobreviví”. El maestro Gómez Campos fue rescatado dos días después, con una lesión en la espalda, pero vivo.

Armando Gómez estudió la vegetación de Guerrero y los usos medicinales que le daban a las plantas sus pobladores. Así conoció el pega-hueso y con personal de Ortopedia iba a generar biorreactores que, con hidroxiapatita, reconstruyeran los tejidos óseos; estudió el Equisetum, la Phyllonoma y otras muchas plantas. Contribuyó de igual forma al proyecto Flora de Guerrero. Pero su mayor actividad la encontró en las comunidades rurales e indígenas que visitó, ese trabajo que no es apreciado por la industria científica de los papers y que terminó de expulsarlo de su centro de trabajo. Conocía varios pregones que se cantaban en la ciudad en los cincuentas del siglo xx. También se concentró en la enseñanza y en la dirección de decenas de tesis.

El Maestro en Ciencias Armando Gómez Campos partió hacia el Tlalocan en medio de las tormentas, lluvias e inundaciones que esta temporada veraniega nos trajo el 2021, se lo llevó la pandemia de covid19. 

Aquí estamos recordándote, maestro, ¡buen viaje al Tlalocan!.
     
       


     
Alfonso Bautista García
Biólogo, editor y escritor independiente. 
     

     
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