revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Códices, libros y lienzos del México antiguo
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Calendario 2000
inah y Editorial Offset
 
 

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Hace seis años, Editorial Offset se incorporó a una costumbre que si bien ya muy antigua en México, representó el comienzo de una experiencia muy grata y divertida. Con el propósito de difundir ­nuestra labor como impresores y obsequiar en el fin de año a colaboradores, clientes y amigos, decidimos, en un arranque no pre­cisamente de originalidad pero sí de entusiastas intenciones, diseñar un calendario para 1995. La idea se materializó entonces en una edición con motivos cordiales, es decir, con corazones de barro y filigrana que aunque sólo llegaron a seis —uno por bimestre— en vista de las restricciones de nuestro cauto administrador, inauguraron lo que en Editorial Offset ahora llamamos orgullosos “nuestros calendarios”.
 
 
Seis años son pocos, pero la tradición que nos precede es muy remota y, en el caso de México, también muy rica. En el siglo pasado, nuestros bisabuelos y bisabuelas consultaban El más antiguo Galván y el Almanaque de las señoritas, ediciones misceláneas en las que al lado del santoral, las fases de la luna y el aspecto del cielo, encontraban consejos útiles para manejarse con elegancia en sociedad, recetas de ungüentos para despiojar a los niños y hasta letanías y plegarias para conseguir un buen marido. Aquellos cuadernillos llenos de texto que todo padre previsor adquiría a principios de año con objeto de estar al tanto de sus noticias, proliferaron hacia fines de siglo bajo formas más sofisticadas que incluían anuncios publicitarios, cifras estadísticas sobre la industria y el comercio y los domicilios de artesanos y profesionistas reconocidos.
 
 
 
En el almanaque impreso por la viuda de Bouret para el año de 1897, nuestras abuelas se informaron, por ejemplo, de que la bicicleta Victoria para señoras tenía sólo un tubo entre las dos tijeras, que la Tipografía de Díaz de León trabajaba impresiones finas y también corrientes y que los niños criados con Fosfatina Faliéres hacían rápidos progresos en robustez. La modesta portada a color de aquel almanaque, un calendario azteca flanqueado de cactáceas y enmarcado entre faenas agrícolas y el puente del ferrocarril, anticipaba el camino que poco más tarde seguirían esas ediciones gracias a las nuevas técnicas de impresión. Así, nuestros padres habrían de crecer contemplando colgada en la cocina, acaso como parte de su educación estética y sentimental, la escena epopéyica de un indígena apolíneo llevando en brazos a una voluptuosa mujer semidesnuda, sobre el fondo delirante de los volcanes bañados con la luz sonrosada del crepúsculo. Todo ello bajo el generoso patrocinio de una compañía cervecera o un fabricante de sal de uvas y con las hojas de los meses desprendibles, a fin de que la lámina polícroma pudiera enmarcarse y conservarse para siempre.
 
 
Atrás habían quedado los remedios y consejos de los almanaques de don Mariano Galván e incluso las especificaciones sobre solsticios y equinoccios. La imagen a color había desplazado al texto y la especialización de la vida había puesto en desuso las antiguas publicaciones misceláneas, mezcla de vademécum, guía-roji y sección amarilla, atrayendo la atención sobre un solo tema o un solo producto que destacaban radiantes gracias a la impresión a cuatro tintas. Aunque hoy día, conviene mencionarlo, se sigue publicando con encomiable puntualidad El más antiguo Galván, las carnicerías y talleres mecánicos parecen tener una señalada preferencia por los paisajes alpinos y una señoritas ligeras de ropa encaramadas en columpios floridos.
 
Lo que ocurre tal vez, lo que ocurrió, es que en algún momento el tiempo empezó a ser tan vertiginoso, a transcurrir tan de prisa, que ya no hubo respiro ni para leer que el 10 de noviembre se festeja —o se festejaba— a San Andrés Avelino y que durante ese mismo mes en el firmamento pueden avistarse —o podían avistarse—, hacia las diez de la noche, fragmentos de Casiopea y Andrómeda. ¿A quién le interesaban los movimientos de los astros en la era del teléfono y el automóvil?
 
 
Consciente de esta tradición nacional que me he permitido evocar a grandes saltos y atenta a los riesgos que puede representar la estética de calendario, Editorial Offset ha tenido como reto fundamental en esta tarea, encontrar temas y tratamientos culturalmente significativos y visualmente interesantes. Temas y tratamientos que además de difundir nuestra labor, estimulen la curiosidad del público mediante breves textos explicativos del origen e importancia de cada imagen, cuya factura siempre hemos confiado a la cámara cuidadosa de Elsa Chabaud. De ese modo, tras el experimento pionero de los corazones y un segundo sobre el tema de la luna —alusivo al emblema de nuestra casa—, en 1997 difundimos la notable obra fotográfica de Armando Salas Portugal en torno al paisaje mexicano; al año siguiente, piezas magistrales de la artesanía popular representando animales fantásticos y el año pasado, moviéndonos ya sobre el filo de la navaja, motivos florales que dieron ocasión para recordar a varios poetas hispanoamericanos. Me atrevo a decir que en todos los casos, corazones y lunas, paisajes, artesanías y flores resultaron elecciones afortunadas para acompañarnos en ese recorrido inexorable de enero a diciembre del que penden como espadas de Damócles la visita al dentista, los pagos del predial, la entrega de calificaciones y el comienzo de la dieta naturista, pero también, y más señalada y gozosamente, la cita de amor, la partida de viaje, el fin del sexenio y la aparición del nuevo calendario.
 
La llegada del año 2000,exigía desde luego una edición sumamente especial. Desde mayo discutíamos el posible tema, el formato y la tipografía, sin encontrar nada a la altura de ese número cabalístico, fin del siglo XX o principios del XXI —pues la bizantina polémica parece que sigue en pie—, que arrasa con los unos y los nueves de nuestros almanaques, desquicia a las computadoras y entroniza la cuenta milenaria del 2000. En medio de un sinfín de ideas, algunas bastante delirantes, debo confesarlo, el Instituto Nacional de Antropología e Historia se cruzó por fortuna en nuestro camino, proponiendo lo que es sin duda el mejor y más hermoso material para ilustrar este parteaguas del tiempo occidental: los códices, lienzos y libros del México antiguo, que forman parte del acervo de la Biblioteca Eucebio Dávalos Hurtado.
 
Calendarios muchos de ellos, los invaluables documentos meso­ame­ricanos proporcionados por el INAH no sólo ponen a nuestro alcance algunos fragmentos del arte pictográfico indígena con objeto de que apreciemos el significado de sus símbolos y la belleza de sus representaciones. También nos obligan a reflexionar en el tiempo y su historia y a recordar que esta medición contemporánea que dentro de unos días llegará al 2000, es sólo una más entre muchas otras que en el mundo han sido para fijar y dotar de coherencia a los hechos, grandiosos e insignificantes, de los hombres.
 
Los testimonios que aquí se despliegan nos acercan a una herencia secular, profunda y vigorizada, enraizada, ciertamente, en una compleja noción del tiempo; del tiempo estelar e histórico, mítico y ritual, celeste y divino que dio sentido de pertenencia y de trascendencia a culturas portentosas. Aunque de ellas nos separan hoy las hojas de muchos calendarios, su impronta ha marcado nuestra memoria colectiva y nuestras referencias cotidianas, como esperamos siga haciéndolo en el siglo y el milenio que se acercan.
 
 
No es éste un calendario de tonalidades deslumbrantes y golpes efectistas. En él prevalecen las texturas del papel añoso, del algodón y el amate, así como la gama cromática del gusto y la tecnología indígenas, a veces ya deslavada por el tiempo. Se impone, por lo tanto, una contemplación más detenida, una mirada más atenta, con objeto de descubrir a los personajes que pueblan el nopal genealógico del Códice Techialoyan-García Granados, las líneas delicadas del dibujo sobre la urdimbre del Lienzo de Zacatepec, el intrincado atavío guerrero del señor Serpiente en el Códice Porfirio Díaz, la caligrafía sepia y cuidadosa del herbario Badiano o los glifos que enmarcan una de las ruedas calendáricas de Veytia. La reflexión sobre el tiempo, al fin y al cabo, algo tiene de grave ceremonia. Así lo consideraban los mexicas al renovar, cada cincuenta y dos años, ese fuego ritual que hoy, en cierto modo, nosotros también renovamos.
 
Para Editorial Offset es motivo de orgullo asociar su nombre al del Instituto Nacional de Antropología e Historia, contribuyendo con Códices, libros y lienzos del México antiguo a la difusión y conservación de una parte sustancial de nuestro patrimonio.Chivi55
Texto leído en la presentación del calendario Códices, libros y lienzos del México antiguo, realizada el 10 de noviembre de 1999 en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.

Claudia Canales

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como citar este artículo

 

Canales, Claudia. (1999). Códices, libros y lienzos del México antiguo. Ciencias 55, julio-diciembre, 86-88. [En línea]

 
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